LA UNIDAD DEL ESPÍRITU, Y QUÉ ES GUARDARLA
Notas
de un sermón pronunciado en 1882 por W. Kelly.
Tercera
Edición (del original en Inglés).
"La unidad
del Espíritu." Efesios 4:3.
"esforzándoos
para guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz." (Versión Moderna).
"solícitos
en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz." (RVR60).
LA NECESIDAD DE DILIGENCIA
Es innecesario que uno insista detalladamente sobre aquello que
es suficientemente claro para cada lector Cristiano - la importancia que Dios concede a guardar la unidad del Espíritu. Es
verdad que la palabra griega σπουδάζω (spoudazō) traducida como "esforzándoos" (Versión Moderna) o "solícitos" (RVR60), no entrega la fuerza real
de la palabra empleada por el Espíritu de Dios. "Esforzándoos" (o "solícitos") es una expresión que, en el lenguaje común
de esta época, se aplica habitualmente a aquello que los hombres intentan o tratan de conseguir, incluso si ellos no tienen
esperanza de lograrlo. Ellos sienten que pueden fracasar en el intento, pero de todos modos tratan o se 'esfuerzan' en hacer
esto o aquello. Ese no es el significado de la palabra aquí, sino más bien poner celo al hacer caso y llevar a cabo aquello
que ya es verdadero, al poner esmero para "guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz." Esto muestra, sin embargo,
que no es el mero esfuerzo por lograr, sino la sinceridad para mantener, lo que la exhortación tiene el propósito de enseñar.
Pues la unidad del Espíritu es para la fe
un hecho que subsiste, y el guardarla es nada menos que nuestro deber presente. No se trata de que tengamos que hacer la unidad
nosotros mismos, o que Dios ha de hacerla para nosotros en el cielo en una ocasión futura. Es aquí y ahora que el Espíritu
ha formado esta unidad, y la responsabilidad de guardarla en la tierra es claramente nuestra. No hay duda de que hay mucho
que aprender del hecho de que realmente es, tal como se le llama, "la unidad del Espíritu." No se trata en absoluto de la
mera unidad de parte nuestra, ni es la unidad del cuerpo, aunque este es uno de sus resultados, sino del Espíritu Santo quien
bautizó en un cuerpo a todo aquel que cree, sea Judío o Gentil, sea siervo o libre. Ello presenta al agente Divino, la fuente
eficaz de poder y unidad, el Espíritu Santo; pero da por existente e incluye el "un cuerpo", el cual, en sí mismo, es una
realidad tan positiva y permanente que, debido a eso, expresiones utilizadas a menudo acerca de él han demostrado ser incorrectas.
La frase 'rasgar el cuerpo' la escuchamos en el lenguaje humano o en escritos humanos, jamás en la Palabra de Dios. Así como ni un hueso de Cristo había de ser quebrado (Juan 19:36),
del mismo modo el cuerpo de Cristo, la iglesia, no puede ser rasgada. "Hay
un solo cuerpo y un solo Espíritu, así como también vosotros fuisteis llamados en una misma esperanza de vuestra vocación."
(Efesios 4:4 - LBLA). Estas son las verdades vitales, permanentes, e inmutables en esa nueva relación. Tan ciertamente como
que un solo Espíritu ha sido enviado desde el cielo, no hay más que un solo cuerpo en la tierra; pero lo que los miembros
del cuerpo son llamados a guardar es "la unidad del Espíritu."
No se trata, como muchos lo interpretan,
de la unidad de la familia donde el Señor lo guía a uno, y todos en comunión con el Padre y con el Hijo; lo cual es, sin duda,
una cosa muy deseable, correcta y bendita en su lugar, pero que se señala más bien en Juan 17: 21, 22, que aquí. "Para que
todos sean uno", en el Evangelio de Juan se refiere a nuestro levantamiento mediante la gracia por sobre todo aquello que
nos separaría o mantendría aparte, unos en el Padre y en el Hijo. Así el Señor pidió por nosotros al Padre para que pudiéramos
caracterizarnos por la unidad. Pero en la Escritura ante
nosotros, como generalmente en los escritos de Pablo, al menos donde "el cuerpo" es introducido, se trata de otra verdad ligándose
a los mismos objetos y, con todo, de ningún modo de una condición del alma contingente o cambiante, sino que se trata del
hecho permanente y bendito de que Dios ha establecido la unidad para Su propia gloria por la presencia de Su Espíritu, quien
nos ha unido a Cristo nuestra Cabeza exaltada en el cielo.
Hay, desde Pentecostés, una unidad divina
en la tierra: no el mero conjunto de los individuos llamados para siempre por la gracia, sino de aquellos que ahora son hechos
"uno" por el Espíritu de Dios. Existe así una corporación divina en la tierra, si uno se puede tomar la libertad de usar una
expresión tan familiar. Esta sociedad divina, no es formada aquí abajo por voluntad de las personas que la componen, aunque
se ha de suponer que sus corazones, si son rectos e inteligentes, proseguirán concienzudamente con la gracia que los unió
de este modo. Pero la iglesia o asamblea de Dios está formada por la voluntad de Dios; del modo que fue dispuesto por Su gracia,
así es realizado vívidamente por Su poder, siendo el Espíritu Santo quien realiza esta bendita unidad. Por eso que el Espíritu
Santo, por esta misma razón, tiene el interés más profundo y más íntimo en llevar a cabo esta unidad para la gloria de Cristo
conforme a los consejos del Padre. Es llamada "la unidad del Espíritu"; con todo, que nadie se imagine que él puede guardar
inteligentemente la unidad del Espíritu y olvidar siquiera por un momento, en principio o en la práctica, el "un cuerpo" de
Cristo.
UNA UNIDAD DEMASIADO AMPLIA: RELAJAMIENTO
Hay, desde luego, varias maneras en que los
santos pueden fracasar en guardar esta unidad; pero hay dos que son usuales, aunque en direcciones opuestas, en que el fracaso
puede obrar, que son tan frecuentes como manifiestas. La primera es establecer una unidad más amplia que la del Espíritu;
la segunda consiste en hacerla menos amplia. Por una parte puede haber un relajamiento mundano, o, por otra parte, un mero
partidismo, y el peligro es tan grande que sólo el Espíritu de Dios nos puede guardar mirando a Cristo mediante la Palabra. Cualesquiera puedan ser el objeto o la excusa,
la voluntad del hombre ha de ser, en el fondo, el motivo que obra en oposición a la voluntad de Dios.
En el primer caso, los hombres están dispuestos
a ampliar la unidad. Ellos insisten en recibir a multitudes más allá de los miembros del cuerpo de Cristo, almas que son reconocidas
por ellos como que son de Cristo pero sin el terreno adecuado para dicho reconocimiento. Oh, ¡qué deshonra para ese Nombre
excelente! Yo no hablo de debilidad al acreditar a alguno de quien se supone que es
sincero, sino de la deliberada intención de aceptar, y de tratar como pertenecientes al cuerpo de Cristo, a personas
que ni ellas mismas profesan ser Sus miembros, y que nunca han dado evidencia de haber pasado de muerte a vida. Roma, es cierto,
lo había hecho de este modo en su dominio medieval sobre el oeste; y los cuerpos religiosos Orientales, los Griegos, los Nestorianos,
etc., no fueron mejores, más aún que la iglesia Católica, antes del gran cisma que los puso en disensión. Todos ellos han
buscado y recibido al mundo mediante ordenanzas carnales, aparte de la fe y de la recepción del Espíritu. La Reforma, con todo lo que hizo, no rectificó de ningún modo adecuado este
error radical. El Protestantismo rechazó a la mujer gobernando sobre las naciones, y, de ser posible, todas las naciones;
pero, ignorante acerca de la unidad del Espíritu, estableció en cada reino, donde su influencia se extendió, su propia religión
independiente como establecida por ley.
Tal es el bien conocido principio de los
cuerpos nacionales, dondequiera se hallen, sea en Inglaterra o en Escocia, en Alemania o en Holanda. Ellos profesan recibir
a todas las personas decentes en los distritos o parroquias. Esto es reconocidamente
una religión para todos, y de ningún modo tiene la intención o el deseo de no incorporar a quienes no son miembros vivientes
de Cristo. El nacimiento o las conexiones locales son aceptados a menos que haya un escándalo abierto. No hay ninguna exigencia
de vida o fe, aún menos del don del Espíritu Santo, como antiguamente (Hechos 11: 16, 17). Es más bien un modelo como el que
nos proporciona Israel, no la iglesia en la cual no hay distinción entre Judío o Griego, sino que todos son uno en Cristo
Jesús. Se trata de una cuestión de vida familiar y de límites geográficos, y las personas no son Israelitas o paganos sino
que son personas que reconocen la religión Cristiana, estando en lo que se llama comúnmente una iglesia nacional: con todo,
¿no es claro que en una iglesia nacional no hay posibilidad de guardar la unidad del Espíritu? Uno puede ser un cristiano
verdadero, o hijo de Dios, pero no existe ni el pensamiento ni la posibilidad de que un miembro de una iglesia nacional guarde
allí dentro "la unidad del Espíritu." De ahí que ellos hablan de la Iglesia de Inglaterra, no de la iglesia de Dios en Inglaterra: menos aún ellos contemplan a todos
los que son de Cristo en la tierra.
El hecho es que, al escapar de Babilonia,
ellos han llegado a reconocer una unidad completamente diferente de, y completamente opuesta a, la del Espíritu. Ellos han
establecido una unidad la cual, si es llevada a cabo con completo éxito, comprendería la nación entera, excepto quizás aquellos
que evitan toda exhibición de religión. Pues yo no olvido que la 'Rúbrica' (N. del T.: en Inglés, Rubric, instrucciones escritas en el libro de oración de la iglesia de Inglaterra. La rúbrica y las reglas relativas
a la liturgia son establecidas, en Gran Bretaña, por la autoridad real, así como la liturgia misma.) sirve para precaver el
escándalo nefando o manifiesto. Notoriamente, no obstante, en cada barrio, y casi en toda familia, puede haber personas de
más o menos respetabilidad, hombres morales y amigables, que saben que ellos no son nacidos de Dios, y evitarían la pretensión
de ser miembros de Cristo, si no fueran descaminados a demandar el lugar sobre un terreno ritual. La mayoría de éstos evitarían
ser llamados "santos", y titubearía para no aplicar la palabra como un término sesgado de vituperio a los hijos de Dios que
no se avergüenzan de llamarse a sí mismos lo que ellos son.
Claramente, entonces, los que niegan el nombre
de este modo no son santos, a menos que ustedes puedan concebir honestamente que un creyente esté tan arruinado o confundido
como para hacer de la designación de Dios para Sus hijos un objeto de desdén. Y ustedes pueden estar seguros, sin duda alguna,
de que aquel que piensa y habla de esta forma no anda como conviene a un santo. Ahora bien, si un hombre no es lo que la Escritura llama un santo, él ciertamente no es un Cristiano, excepto
para el juicio de Dios de su falsa profesión. ¿No es claro que un Cristiano es un santo, y mucho más? Hubo santos en los tiempos
del Antiguo Testamento; hubo santos antes de la cruz de Cristo, pero, ¿fueron ellos realmente lo que se llama Cristianos?
Un Cristiano es un santo desde la redención, uno que es separado para Dios mediante la fe del evangelio, en el poder del Espíritu
Santo, sobre el terreno de la obra de Cristo. Independientemente de lo que él pueda haber sido antes naturalmente, Dios le
ha dado vida juntamente con Cristo, habiéndole perdonado todas sus ofensas; y
ahora, hecho cercano por la sangre de Cristo, él se acerca a Dios como un hijo. Él es, asimismo, un miembro del cuerpo de
Cristo.
Ahora bien, estas son las personas que son
llamadas en el vínculo de la paz a guardar con diligencia la unidad del Espíritu, plantando cara a todo lo que podría falsificar
esa unidad. No se trata meramente de que el Espíritu interiormente, y la conducta personal exteriormente, deben convenir a
ella, lo cual, por supuesto, es verdad; pero si los afectos y el caminar fueran siempre tan excelentes, sería una cosa seria
para el Cristiano anular o pasar por alto la expresión de esa unidad. Con todo, ¿acaso no afrenta esta unidad todo creyente
que reconoce cualquier otra unidad que no sea la del Espíritu Santo? Si él reconoce la comunión de la iglesia nacional en
este o en cualquier otro país, ¿no es claro que él está fuera del terreno sobre el cual la Escritura coloca a todos los santos? Como nacionalista, ¿cómo puede él estar guardando la unidad
del Espíritu? Él puede comportarse, por otra parte, como un verdadero hijo de Dios; en general, él puede andar en forma digna
de todo respeto y amor; y, ciertamente, él debería ser un objeto de tierna preocupación para todos los que son celosos en
guardar la unidad del Espíritu. Pues si ellos son fieles a su llamamiento, deben orar por la liberación de todos los hijos
de Dios que no están, en esto, siguiendo la voluntad y la palabra del Señor Jesús.
Indiscutiblemente aquellos que reconocen
una unidad que admite la carne, sobre la base de ritos abiertos a todo el mundo, está, sobre un terreno mucho más amplio que
el del Espíritu, y no pueden estar andando de acuerdo con ello. La verdadera unidad excluye toda otra forma de unidad; así
como usted no puede servir a dos amos, usted no puede compartir una doble comunión. La unidad del Espíritu no admite rival.
UNA UNIDAD DEMASIADO ESTRECHA: SECTARISMO
Pero hay otra forma de alejamiento de la
verdad que puede impedir que los hijos de Dios guarden la unidad del Espíritu. Mediante el mal uso de la doctrina o de la
disciplina, ellos pueden formar una unidad, no sólo en el hecho sino en principio y propósito, que es más estrecha que el
cuerpo de Cristo. ¿Están los tales sobre el terreno de Dios? Yo no creo. Ellos pueden formar abiertamente su propia forma
de gobierno, o pueden tener privadamente un sistema implícito, aunque no escrito, de reglas que excluyen a santos tan piadosos
como ellos mismos quienes no pueden aceptar estas reglas. Aquí tenemos una secta. Sus decretos no son los mandamientos del
Señor, pero sin embargo, estos decretos llegan a ser en la práctica tan autoritativos como Su Palabra, o (como es habitual)
incluso más aún. ¿De qué les sirve a los hombres pretender que no tienen ningunas reglas humanas, cuando ellos introducen
algunas condiciones de comunión no oídas, aquí rígidamente, allí relajadamente, conforme a la política variable o al capricho
de sus guías, para los que ingresan a su esfera de acción? Cualquier cosa de esta naturaleza toma la forma, no de nacionalismo,
sino de sectarismo, el cual (en lugar de tener límites muy amplios o relajados) mas bien busca dividir a aquellos que deberían
estar juntos, haciendo que su comunión exprese la diferencia de ellos con respecto a sus hermanos, y no permanecer juntos
de ninguna manera sobre la unidad que es de Dios. Es sectarismo en principio; y, si ellos saben más, son más culpables que
los disidentes comunes.
Bajo este apartado hallamos a hijos de Dios
a menudo dispersos por medio de la presión de una disciplina cuestionable e incluso equivocada, o de doctrina sobre la cual
se insiste indebidamente si es que no es falsa. Algunos prefieren una comunión que es claramente Arminiana, o decididamente
Calvinista. Algunos podrían recalcar opiniones particulares en cuanto a la venida y al reino de Cristo; otros en cuanto al
ministerio, a los obispos, a los ancianos, etc.; otros, de nuevo, en cuanto al bautismo, al modo de llevarlo a cabo o a los
que se someten a esta ordenanza. Estos legisladores eclesiásticos parecen no estar conscientes de que su abuso de estas doctrinas
o prácticas es incompatible con guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz, estando ellos mismos equivocados,
si no en sus opiniones, a lo menos en la manera en que se insiste en ellas.
Detrás de estos públicos y establecidos extravíos
de la voluntad de Dios sobre Sus hijos, se hallará que yacen allí causas predispuestas que contristan el Espíritu Santo e
impiden la percepción verdadera y espiritual de los santos. Los impedimentos más personales y, quizás, los más comunes, fluyen
del estado del alma, a causa de la ignorancia de un pleno evangelio liberador. El pecado en estas circunstancias no ha sido
nunca juzgado completamente delante de Dios, y la liberación subsiguiente (Romanos 8:2) es conocida sólo parcialmente, si
es que hay siquiera un conocimiento, incluso en principio. Aún menos está allí el poder del Espíritu Santo en una aplicación
abundante, en forma práctica, de la muerte con Cristo al yo. Quizás incluso el perdón de pecados como una cosa completa ha
sido comprendida sólo débilmente, como se hace evidente por el concepto de la necesidad de una nueva recurrencia a la sangre
de Cristo, o (como otros dirían) de la continuación de un constante proceso de limpieza, que ellos fundamentan sobre la mala
comprensión del tiempo presente del verbo usado en 1 Juan 1:7 ("pero si andamos en la luz, como él está en la luz, tenemos
comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado.." - RVR77), reduciendo esto ignorantemente desde su importancia moral al mero tiempo
real. Otros, de nuevo, tienen una visión completamente superficial, e incluso falaz, del mundo, como si todo estuviera ahora
consagrado para el Cristiano mediante esa cruz de Cristo, mientras que, por el contrario, el Cristiano está crucificado para
el mundo, y el mundo está crucificado para él.
Al estar así la carne y el mundo inadecuadamente
juzgados conforme a la Palabra de Dios en la luz del Cristo
resucitado, el corazón no está en comunión con Dios tocante a todo lo interior y exterior. Aunque puede haber sumo celo por
las almas en la proporción que el peligro que ellas corren y la gracia perdonadora de Dios son comprendidos, y amor verdadero
y vehemente para que Cristo sea honrado en su bendición, la naturaleza tiene aún un amplio lugar, y la Palabra y el Espíritu de Dios no gobiernan en forma absoluta el corazón separado
hacia Él que murió, resucitó y está en las alturas. En una condición tal, ¿cómo se puede esperar que las almas se formen un
juicio sano o espiritual sobre la iglesia, en la situación complicada que está este asunto a causa de su estado arruinado?
Ellos valoran la ciencia, las letras, la filosofía, las cuales exaltan la carne, así como las asociaciones que les brindan
comodidad y honor en el mundo. A causa de falta de inteligencia en la Palabra,
y un débil sentido de comunión con el Padre y con el Hijo, ellos no logran juzgar el presente siglo malo y son absorbidos
por "lo suyo propio" (Filipenses 2:21 - RVR60) o por "sus propios intereses"
(- id. - LBLA), si es que no procuran siempre mayores cosas. Ellos están, por
consiguiente, en peligro de ser las víctimas de prejuicio y de predisposición. Ellos no le dan a Cristo Su debido y supremo
lugar en una manera práctica; ni tampoco se levantan por sobre la amabilidad fraternal para entrar en la atmósfera más pura
del amor conforme a Dios, de modo de preocuparse, sin egoísmo, de la iglesia como el cuerpo de Cristo. Ellos no están preparados
para abrirse paso plenamente a través de la vana manera de vivir que la tradición ha generado tanto en la Cristiandad como antiguamente en el Judaísmo. Ellos evitan las consecuencias
angustiosas que la obediencia decidida y completa de la verdad debe traer consigo sobre cada cual que se somete al Señor.
El ojo no es sencillo, y, por lo tanto, el cuerpo no está lleno de luz; la senda parece incierta, la Palabra parece difícil, y el peligro parece hallarse en la fe que sigue al Señor
a toda costa.
INTELIGENCIA NO ES PRUEBA PARA LA RECEPCIÓN
¿Tenemos, entonces, que recurrir a la prudencia
y requerir una cierta medida de inteligencia antes de la recepción? Este es justamente un daño principal que debe ser evitado
siempre asiduamente, y que debe ser tratado como un error en principio, sí, como un pecado contra Cristo y contra la iglesia.
Tampoco ninguna otra cosa podría tender más directamente a hacer la más sectaria de todas las sectas que exigir, a las almas
que buscan entrar, un juicio correcto en cuanto a la verdad menos conocida por los santos, el misterio de Cristo, o en particular
el del "un cuerpo" hecho aún más difícil para ellos, como es propenso a ser practicado, por secciones originándose en la actual
condición caída de la Cristiandad.
Nunca se ha oído hablar de un requerimiento
tal, incluso cuando la iglesia comenzó y la presencia del Espíritu Santo fue una cosa completamente nueva. Los santos eran
recibidos sobre la confesión del nombre de Cristo, habiendo dado Dios a todos el mismo don, Su sello y pasaporte. La inteligencia
era por parte de aquellos que reconocían el valor de ese Nombre y el don del Espíritu en cuanto a ellos mismo en el comienzo.
Si ellos hubiesen exigido entendimiento de la iglesia como una condición de comunión, ellos habrían demostrado realmente su
propia falta de inteligencia, y habrían anulado aquello por lo que Cristo murió - " para reunir en uno a los hijos de Dios
que están esparcidos." (Juan 11:52 - LBLA).
La ruina actual de la iglesia, ¿ha alterado
este principio fundamental? "El sólido fundamento de Dios permanece firme" (2 Timoteo 2:19A - LBLA), pero con este sello:
"Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de la iniquidad todo aquel que nombra el nombre de Cristo." (2 Timoteo 2:19B
- Versión Moderna). Lo que lleva Su nombre es como una casa grande con vasos para honra, y vasos para deshonra, y de estos
últimos vasos un hombre ha de limpiarse él mismo, si ha de ser un vaso para honra, santificado, útil para el dueño, y preparado
para toda obra buena. (2 Timoteo 2: 20, 21 - Versión Moderna).Si el estado público es malo, la fidelidad individual a Cristo
es imperativa: la unidad no debe avasallarla, ni obligar al Cristiano a unir el nombre de Cristo con la injusticia. La pureza
personal ha de seguirse también; y esto no en aislamiento sino "con los que invocan al Señor con corazón puro." (2 Timoteo
2:22 - Versión Moderna). Ni una palabra acerca de requerir inteligencia eclesiástica o doctrinal, sino "con los que invocan"
etc., por ejemplo: con santos verdaderos en un día de profesión laxa y falsa.
En un día posterior, en "el último tiempo"
de Juan (1 Juan 2:18), vemos cuán fuertemente el Espíritu de Dios insiste sobre los primeros principios: "Todo aquel que cree
que Jesús es el Cristo, es engendrado de Dios; y cada uno que ama al que engendra, ama también al que de él es engendrado.
En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios y guardamos sus mandamientos. Porque este es el amor
de Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos. Porque todo aquel que es engendrado de Dios vence
al mundo; y esta es la victoria que vence al mundo, es a saber, nuestra fe. Pues ¿quién es el que vence al mundo, sino el
que cree que Jesús es el Hijo de Dios?" (1 Juan 5: 1-5 - Versión Moderna). En presencia de muchos anticristos, Cristo permanece
como la piedra de toque. El Espíritu se atiene a Su persona resueltamente. Añadir algo es quitarle a Él, es deshonrar Su nombre.
¿Deben ser despreciados, entonces, el conocimiento
de la verdad o el crecimiento en inteligencia espiritual? De ningún modo; pero es falso y vano requerir lo uno o lo otro como
una condición preliminar a los santos que buscan comunión conforme a Dios. Hay que ayudarles, enseñarles, conducirles a ambas
cosas. Este es un servicio verdadero, pero, sin embargo, arduo. Hacer lo otro es algo sectario, y equivocado.
CRISTO EL ÚNICO CENTRO (DEMANDAS OPUESTAS)
Si hay algunos que argumentan a favor de
un alejamiento tan grande de la Escritura y, más especialmente,
un alejamiento de la verdad característica de la Asamblea
de Dios, que ellos pongan al descubierto su nueva invención en oposición al Señor, para que otros puedan temer también. Cristo
permanece siempre como la única prueba, el único centro, hacia quien el Espíritu Santo reúne. Lo que el Señor manifestó justo
antes de que la iglesia comenzara permanece incluso más manifiestamente verdadero ahora que Él es deshonrado en la casa de
Sus nuevos amigos no menos que en la de Sus antiguos. "El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo,
desparrama." (Mateo 12:30 - RVR77). Es imperativo para el alma de uno estar con Cristo, para complacer a Dios y no deshonrar
a Su Hijo; pero existe ahora el privilegio y el deber de reunirse, así como la obediencia individual; y el que no recoge con
Él, solamente desparrama, cualesquiera sean las apariencias que puedan indicar lo contrario. Es el Cristo una vez rechazado
y muerto, el Cristo ahora resucitado y glorificado, quien es el centro que atrae; y de ahí que la señal de Su muerte en el
partimiento del pan es igualmente la señal del "un cuerpo", señales que ellos de hecho niegan y tienen en poco, quienes restringirían
esto a sus pocos, rechazando a los más, es decir, a todos quienes Cristo contempla y da la bienvenida. Él no les ha pedido
esto a ellos; ni tampoco Él aprueba una acción tal en Su palabra. Y si no está autorizado por Él, ¿qué es esto sino una restricción
partidaria y arbitraria, la cual no solamente rechaza lo vil sino lo precioso, a menos que ellos se conformen con su curso
no autorizado, sea que piensen que están en lo correcto o no?
De este modo la tendencia directa es refrenar
y desmoralizar; pues lo que se busca no es la convicción sobre el terreno de la
Escritura, sino, donde no hay ninguna convicción, una sujeción a ciegas, un mero y a menudo renuente e infeliz
asentimiento, una apariencia de comunión que ya nos es más una comunión viva sino muerta. Pues el Espíritu que hemos recibido
no es, ciertamente, un espíritu, "de cobardía, sino de fortaleza, y de amor, y de templanza." (2 Timoteo 1:7 - Versión Moderna);
y de ningún modo Él respalda lo que es así formal en carácter, bajo presión o influencia humana. La consecuencia es terrible:
una recompensa a los espíritus más cerrados y turbulentos, quienes ahora más que nunca querrían 'sostener las riendas"; el
retiro relativo, del lugar otorgado en forma justa y por gracia, de aquellos que nos les importa no gobernar salvo en el temor
del Señor y por Su palabra; la destrucción del principio moral en quienes (y ellos son un muy gran número) buscan silenciar
su desaprobación del movimiento como un todo y en detalle, ya sea por apego a sus líderes, o por arrimarse a la mayoría, lo
cual ellos fervorosamente llaman unidad. Protesten (dicen algunos), pero quédese adentro; es decir, proteste, ¡pero sólo de
palabra! Esto lo solíamos considerar como el penoso compromiso de evangélicos aficionados a su lugar de reunión; ahora bien,
¿no lo vemos que está donde no debería estar? Es cualquier cosa menos verdad y justicia; ¡y a esto le llaman unidad!
Pero allí está toda la diferencia entre la
verdad y el error, por un lado, entre la consistencia con la unidad del Espíritu para la gloria de Cristo, realizada en santidad
y gracia conforma a Su palabra, y, por otro lado, el iluso y engañoso abuso de la unidad para exaltar una tendencia partidista
a la división con violencia, que rechazó la humillación y la oración para detener el mal, y declaró que la Escritura no es necesaria para sus demandas o su justificación.
Ningún santo inteligente pediría una carta
positiva de mandamiento, como un Judío, nadie espera que un lugar moderno o una circunstancia pasajera sean nombrados en la Escritura: hablar como si alguna cosa semejante fuese buscada es evadirse
y condenarse uno mismo aún más. ¿Dónde está el principio escriturario para que una diferencia local se vuelva una cuña de
división universal? Más allá de la controversia, cuando se hace surgir una cuestión con una dispersión mundial de los santos
como penalidad, todos los que aman a la iglesia están obligados a asegurarse que la prueba es de Dios conforme a Su palabra.
Algunos de nosotros recordamos una prueba
de este tipo sucedida hace más de treinta años atrás. Pero entonces fue acerca de si nosotros podíamos consentir en hacer
de un Cristo verdadero o falso una cuestión abierta. Esto lo rechazamos con horror, cuando una gran compañía de santos adhirieron
a sus líderes (incluso mientras ellos ignoraron el juicio de la asamblea donde el mal ocurrió), quienes dejaron entrar a los
conocidos partidarios de un maestro probadamente anticristiano, y negaron formalmente la responsabilidad de ellos para juzgar
solemnemente esto por ellos mismos.
Esta no fue ninguna prueba del hombre. Se
trata del requerimiento cierto y distintivo del Señor. A nosotros se nos mande divinamente rechazar a cualquiera que no traiga
la doctrina de Cristo (2 Juan). Esto va mucho más allá del trato debido a los que actúan independientemente o forman una secta.
Ningún error eclesiástico, no obstante lo real o grave que pueda ser, podía justificar un rigor tal.
La verdad fundamental de Cristo lo requiere.
Lo debemos a Él quien es nuestro Señor, quien murió por nosotros, cuya gloria la palabra guarda como nada más. Decir que entonces
fue una cuestión de la Cabeza, y ahora del cuerpo, para colocar
los dos lo más posible en un nivel, es igualmente falta de fe en Él y falta de inteligencia en la Palabra. Es una indebida e incluso irreverente exaltación de la iglesia, y, de este modo,
no solamente una equivocación no espiritual sino una excusa evidente para acomodarse al sectarismo. Nosotros jamás habríamos
sido autorizados a actuar como lo hicimos en 1868-9, si Cristo no hubiese sido blasfemado. Como una prueba, es absolutamente
no escriturario igualar la iglesia con Él, incluso si esto hubiese sido verdad, lo que no era así últimamente, de que el "un
cuerpo" estaba en juego, pues la reunión que fue comenzada equivocadamente no
fue reconocida en ninguna parte.
La comparación es un sofisma (N.
del T.: Razón o argumento aparente con que se quiere defender o persuadir lo que es
falso.). Pues antiguamente la cuestión no fue en absoluto acerca de Cristo como
Cabeza, sino sobre Su persona y Su relación con Dios como tal. Un concepto de anticristo fue enseñado; no fue sólo un mero
fracaso, malo como este pudiera ser, en sostener su Deidad. Y tan lejos ahora de mantener la unidad del Espíritu, lejos de
actuar fielmente sobre el terreno del "un cuerpo", el objetivo ha sido, y es, forzarnos a reconocer una reunión que se ha
salido deliberadamente y se ha establecido en obstinación como un partido, una reunión que jamás ni siquiera ha reconocido
adecuada y honestamente estos pecados públicos contra los cuales ellos pecaron, por no decir contra todos los santos. El propósito,
por supuesto, realmente era la división, pues ningún Cristiano sobrio pensó que estos caminos eran correctos; pero algunos
estuvieron resueltos, costase lo que costase, a hacer una división entre aquellos preparados para aceptar, como si fuese de
Dios, una reunión culpable de una obra partidaria no juzgada, y aquellos que no pueden más que rechazar tal independencia
por causa de Cristo y la iglesia.
Si esto no es una prueba humana, y dando
como resultado una secta, sería difícil de hallar lo uno y lo otro; pues el terreno ni siquiera es una diferencia de doctrina,
aún menos en cuanto a Cristo, sino que, a lo más, una cuestión de disciplina, incluso si la disciplina fuera justa. Pero iré
más allá. Tomen la esperanza del retorno del Señor Jesús. Ustedes saben lo muy importante que es para los Cristianos el estar
esperando de verdad y de corazón a Cristo desde el cielo; pero, ¿requerirían ustedes que quienes buscan comunión en el nombre
del Señor tengan que comprender y confesar esa esperanza antes de que ustedes los reciban en el Señor?
¿No sería esto propio de una secta? Aceptemos
que su afirmación de la esperanza Cristiana sea siempre tan correcta, y que la persona que busca comunión sea muy ignorante
sobre ese tema; pero ¿quién les autoriza a ustedes o a otros a pararse en la puerta y prohibir su entrada? Quizás por abrigar
algún pensamiento equivocado, él puede imaginar que el Cristiano, al igual que el Judío, o el Gentil en Apocalipsis 7, ha de pasar a través de la gran tribulación final. Se concede que él
comprende poco el lugar del Cristiano por el hecho de no ver su unión con Cristo en el cielo, lo cual es hecho conocer por
el Espíritu Santo en este día. De ahí que él está en confusión y no sabe que el Señor ha de venir y ha de tomar a los Suyos
antes de los días de esa terrible retribución que ha de venir sobre el mundo. Él incluso puede compartir los pensamientos
de hombres, ser insensato como algunos en Tesalónica y caer en el engaño de tratar
de escapar a la gran tribulación, como algunos hicieron hace cuarenta años atrás (en 1842) yendo a Canadá. Demasiado ocupados
con la profecía, ellos habían perdido o nunca habían conocido la esperanza verdadera de la venida de Cristo; y siempre que
seamos absorbidos por cualquier cosa, sea la profecía, o la iglesia [1], o el evangelio, más que por Cristo, ¿qué sino la
gracia puede impedir que nos extraviemos más?
[1] Si alguno quiere tener una prueba del
mal uso cismático de la verdad que está en acción, él puede verlo en la revista 'Voice
to the Fatithful' ('Voz para los Fieles') de Agosto de 1882, donde el escritor resulta tan traicionado por su celo anti-evangelístico
como para decir que ¡'una compañía de santos reunidos por un evangelista raramente
es sana en cuanto al principio' (pág. 247)! Este elogio de lo que uno escribe es tan poco legítimo en el corazón como
lo es en cuanto al principio; es una ofensa tanto para la gracia como para la verdad. Todo evangelista recto saluda con gozo
el servicio de los pastores y de los maestros, para que ellos puedan perfeccionar la obra comenzada por el Señor a través
de él mismo. Pero si estos ἀλλοτριοεπίσκοποι no estuviesen cegados por estar ocupados en lo suyo propio, ellos se regocijarían
en la bendición (o lo que ellos llaman 'el éxito') del evangelista, como tan sólo proveyéndoles con una esfera para su propio
ministerio: pues, ¿cómo, en general, los santos son llamados y reunidos si no es por medio del evangelista? Y piensen en la
confusión en lo que sigue a continuación en el escrito, donde hermanos de quienes estos hombres difieren son contrastados
con ¡'un miembro (no obstante lo poco inteligente) del cuerpo de Cristo' (pág.
248)! Entonces, ¿el evangelista no es un miembro de ese cuerpo? El apóstol (Efesios 4: 11, 12) dispuso diferentemente su lugar,
relación, y función; pero esta escuela pretenciosa muestra, no con poca frecuencia, la valía de su inteligencia mediante la
independencia de la Escritura. Si esta es la clase
de cosas que las ovejas consiguen ahora, de verdad hay que tenerles lástima.
OBSTÁCULOS HUMANOS A LA UNIDAD DEL
ESPÍRITU
Y esto me trae al punto principal que enfatizaría
ahora. La unidad del Espíritu comprende no sólo al inteligente sino al más simple de los hijos de Dios; ella contempla el
cuerpo de Cristo, y todos los miembros en particular. Pues aquellos que creen el evangelio de salvación tienen el Espíritu
Santo morando en ellos y son miembros de Cristo. Ellos son, por lo tanto, responsables de andar, así como debemos reconocerle
a Él, en esa relación que la gracia ha dado a todos. Como miembros del cuerpo de Cristo, ellos están obligados a guardar diligentemente
la unidad del Espíritu. Existen cuerpos religiosos nacionales y sociedades religiosas disidentes que tienen en su interior
muchos, si no la mayoría, de los hijos de Dios; y estos sistemas, al afirmar ser iglesias, resultan ser una gran perplejidad
para el creyente. El mal de partido, que se mostró en los primeros días, no sólo se repite, sino que obra ahora con un muy
grande agravante. No obstante, la gracia fortalecería a quienes buscan hacer la voluntad de Cristo conforme a la verdadera
relación de ellos. Es el hombre, y el hombre empujado por el enemigo, el que hace que las piedras de tropiezo y las dificultades
sean grandes, sí, insuperables en apariencia, de modo que los hijos de Dios sean tentados a abandonar la verdadera unidad.
Desde luego todo fiel siervo del Señor ha de buscar, si no la remoción de estos obstáculos, al menos ayudar a los hijos de
Dios a superarlos. En un día de creciente confusión, el esfuerzo constante del enemigo es engañar y desconcertar y hacer parecer
que es imposible guardar la unidad del Espíritu.
A nosotros nos corresponde considerar si
estamos utilizando diligencia para guardar esa unidad en paz. No hay duda de que existen disposiciones o condiciones internas
indispensables para hacerlo correctamente. Algunos dicen que el misterio debe ser conocido. Yo no dudo de la importancia de
tal conocimiento en su lugar y tiempo; pero de esto el apóstol no indica ni una palabra aquí. ¿Qué dice él? "Con toda humildad
y mansedumbre, con paciencia, soportándoos los unos a los otros en amor fraternal." (Efesios 4:2 - Versión Moderna). Tales
son las cualidades manifiestas y dignas que el apóstol busca en aquellos que guardarían la unidad del Espíritu.
¿Y no es bueno que nosotros pongamos a prueba
nuestras almas, para ver si nuestra confianza está en las palabras del apóstol o en las teorías del hombre? Oh, que nosotros
podamos cultivar tales modos de gracia como estos en nosotros mismos, e instar a otros acerca de ellos, ¡para andar como es
digno de la vocación con que fuimos llamados! (Efesios 4:1). ¿Podemos dudar que es sólo en esta condición que nosotros podemos
guardar debidamente esa unidad: no en precipitación o aspereza, no en impaciencia para con otros o confianza propia, sino
con toda humildad y mansedumbre, con paciencia, soportándonos los unos a los otros en amor fraternal? Había necesidad de todo
eso entonces: ¿es menos indispensable en nuestras mayores dificultades ahora?
Pues entonces no hubo perplejidad a través
de públicos rivales, ni competidores por arrogarse la asamblea de Dios en la tierra. El mayor impedimento venía desde dentro.
Ahora hay esos y otros obstáculos. ¿Estoy yo relacionado con cualquier asociación que ignora el "un cuerpo" y el "un Espíritu"?
¿Estoy yo unido a cualquier cosa que se oponga sistemáticamente a la unidad? No se trata meramente de una cuestión de malas
personas introduciéndose a escondidas; porque la cosa fatal no es que el mal entre, sino que éste sea conocido y permitido.
¿Qué cosas malas no efectuaron su entrada en la asamblea incluso en los días apostólicos? Pero Dios reconoce la unidad como
del Espíritu en tanto exista el propósito de corazón sincero, en dependencia del Señor y conforme a Su palabra, de mantener
fuera, o de limpiar, el mal. No es la entrada, o la cantidad, o incluso el carácter del mal lo que destruye la asamblea, sino
su aceptación continuada bajo el nombre del Señor, incluso cuando es conocido.
Pero Dios no aprobará en Su asamblea la permisión
de ningún mal real de cualquier clase, y el mal, sin importar su forma o medida, debe ser juzgado como inconsistente con Su
presencia que mora allí. La asamblea es "columna y sostén de la verdad" (1 Timoteo 3:15 - LBLA): ¿cómo, entonces, la falsedad
puede ser materia de indiferencia en la casa del Dios viviente? Cristo es la verdad; y, sin controversia alguna, grande es
el misterio de la piedad. De ahí la intolerancia de la iglesia a aquello que socava a Cristo. Tiene que haber la desaprobación
de toda levadura donde la fiesta de Cristo, el cordero pascual, es guardada. Un poco de levadura leuda toda la masa; y ninguna
puede ser tolerada, sea moral, como en 1 Corintios 5, o doctrinal, como en Gálatas 5. Si uno llamado hermano se caracteriza
por la corrupción y la violencia, por modos completamente opuestos a la verdad y al carácter de Cristo y a la naturaleza misma
de Dios, él debe ser excluido de Su asamblea.
PACIENCIA Y FIDELIDAD
Entonces, ¿qué se debe hacer si hallamos
opiniones, juicios, y principios obrando los cuales atrincheran y estrechan, y de este modo realmente impiden, la unidad del
Espíritu? ¿Qué hacer si se insiste sobre pruebas no escriturarias como para excluir deliberadamente a almas por lo menos tan
piadosas como ellos mismos? ¿Qué hacer si la conciencia hacia Dios no es respetada, si ya no hay más lugar para la libertad
en el Espíritu y la responsabilidad para con el Señor Jesús? Si esto fuese meramente una opinión de uno o más, la cual fuese
mantenida sin forzarla sobre otros, no habría en esto terreno suficiente para la resistencia. Sería triste ver a santos preocupados
con sus pequeñas teorías en presencia de Cristo y esa Palabra que vive y permanece para siempre. Comúnmente bastaría con expresar
pesar frente a, y protestar contra, lo que uno cree que es impropio entre Cristianos; pues nosotros somos llamados a paz y
a paciencia, así como a fidelidad. Si ustedes encuentran en los demás lo que ustedes no pueden aprobar, ¿acaso la Escritura no les previene a ustedes ampliamente de esto, y llama a
tener paciencia, mientras se mira al Señor?
Los hijos de Dios, aunque son llamados al
disfrute y la expresión de Cristo, exigen habitualmente el ejercicio de paciencia y gracia, del mismo modo que, más allá de
toda duda, ustedes mismos lo hacen ampliamente acerca de la paciencia de sus hermanos. No se puede esperar seriamente que
los que componen la iglesia de Dios deban renunciar al carácter de una familia, con sus padres, jóvenes, e hijitos, para imitar
un ejército bajo ley marcial. El orden propio de un regimiento está lo más alejado posible de lo que la Palabra escrita prescribe para la iglesia de Dios, donde, en lugar de una norma
reguladora, prevalece la mayor variedad, grandes y pequeños, fuertes y débiles, o incluso los menos decorosos. 1 Corintios
12.
La Escritura establece la regla mediante
la cual los elementos extraños, si es que entran, deben ser tratados; y como hay múltiples males que pueden buscar una base,
del mismo modo hay claras Escrituras que aplican a cada caso, desde la reconvención privada a la censura pública, o, como
último recurso, la expulsión. Aquellos que causan divisiones y tropiezos deben ser evitados; el hombre que causa divisiones,
después de la primera y segunda amonestación, debe ser desechado; los desordenados deben ser retirados; los que pecan, deben
ser reprobados delante de todos; el perverso, ha de ser quitado de en medio o expulsado. El recato y la reprensión tienen
su aplicación, no menos que la sentencia extrema de quitar de en medio a alguno.
Tampoco uno negaría la justa práctica de
declarar fuera a quienes se han marchado, rechazando deliberadamente toda amonestación, o a los que desprecian y niegan audazmente
la incuestionable asamblea estableciendo otra reunión, y hacen que la amonestación sea, escasamente, nada más que una forma.
La excomunión menor aún no había sido inventada,
es decir, el hecho de 'declarar fuera', extendida de tal forma como para incluir hermanos que no tenían ninguna intención
de salir: una manera conveniente, pero no escrituraria, de librarse de aquellos a los cuales se les tiene resentimiento. Indudablemente
cualquier cosa que se haga deberá ser conforme a la clara positiva enseñanza de la
Palabra de Dios. Al Señor le corresponde mandar - la iglesia sólo tiene que obedecer. Doy por sentado que
yo estoy hablando a Cristianos que creen tanto en la suficiencia de la Palabra
escrita como en la suprema autoridad de Aquel que la escribió para conducción por el Espíritu Santo. El 'desarrollo' pertenece
a la voluntad del hombre, y a la incredulidad. Dios no ha dejado nada para ser añadido. La iglesia está bajo las órdenes del
Señor. Si la iglesia reconoce a alguno, es porque el Señor ya le ha recibido; y si la iglesia pone fuera a alguno, lo hace
simplemente como haciendo la voluntad de Dios. La iglesia no tiene autoridad independiente para legislar, sino que es llamada
a creer, pronunciar, y ejecutar Su Palabra. Por consiguiente, en todas las cosas la iglesia tiene que recordar que ella está
sujeta y que Él es el Señor. Él debe ordenar, y ella debe obedecer - su único lugar, privilegio, y deber. En el momento que
la iglesia establece una prueba fuera de la Escritura,
ella toma el lugar del Señor, y hay una asunción práctica, sí, hay una virtual
negación, de Su autoridad. El resultado es la formación de una secta en alejamiento de la unidad del Espíritu.
Los apóstoles, aunque primero fueron establecidos
en la iglesia, fueron modelos de la humildad Cristiana. ¿Quién fue tan notable en la paciencia como aquel que en nada había
sido inferior a los más eminentes apóstoles (2 Corintios 11:5 - LBLA), a quien se le dio un lugar único por la voluntad de
Dios y la autoridad del Señor Jesús? ¡Cuánto más, entonces, todo verdadero siervo de Cristo debería cultivar la humildad en
estos días! Si alguno se cree profeta, o espiritual, reconozca que las cosas escritas son mandamientos del Señor. Que su misma
sujeción a la Palabra del Señor demuestre la realidad de
que su misión ha sido encargada por Él. Esto es de la máxima importancia para nuestras almas ahora; debido a que peligros
y perplejidades están brotando constantemente, las cuales afectan a los santos dondequiera que ellos estén, y no menos a aquellos
que están reunidos al nombre de Cristo.
Que nadie se imagine que esto es para desacreditar
a esos hombres admirables a quienes el Señor usó en días pasados. Tengan un genuino respeto por hermanos tales como Martín
Lutero (Teólogo y reformador alemán, 1483-1546), Juan Calvino (Teólogo y reformador francés, 1509-1564), Guillaume Farel (Reformador
y predicador francés, 1489-1565), y Ulrico Zuinglio (Teólogo reformador suizo, 1484-1531), aunque permitiendo íntegramente
las flaquezas de cada uno de ellos. Es pueril encontrar fallas a William Tyndale y Thomas Cranmer (Reformadores ingleses del
siglo 16), mientras se admira ciegamente a Philip Melanchton (Reformador y erudito alemán, 1497-1560) o John Knox (Reformador
escocés fundador de la Iglesia de Escocia, circa 1513-1572).
Ellos fueron todos hombres de pasiones semejantes a las nuestras; y si estamos dispuestos a estudiar sus vidas y trabajos,
no tendremos que buscar muy lejos los amplios materiales para la crítica; y así con otros hombres de Dios en nuestro día.
Pero, ¿es de Cristo velar por aquello que puede no ser de Cristo? Las fallas son vistas fácilmente; se necesita hoy el poder
del Espíritu para andar, no en sus tradiciones, sino en una fe semejante. Raramente ha habido una época cuando la fe se ha
sumergido en un punto tan bajo, entre quienes se supondría habituados por largo tiempo a ella, que en la época presente. Es
muy común hallar santos que gimen sobre un curso de acción completamente errado, y, con todo, perseveran en éste por causa
del grupo, etc. Cuán a menudo han insistido a los demás sobre el antiguo oráculo: "Dejad de hacer lo malo; aprended a hacer
el bien." (Isaías 1: 16, 17). Ellos lo creen, indudablemente: ¿por qué, poniendo toda diligencia, no añaden a la fe de ellos
virtud? (2 Pedro 1:5). ¿Han perdido ellos todo coraje en Cristo y para Cristo? Hablo de lo que está sucediendo ahora, para
nuestra común vergüenza, en todo el mundo. El compromiso que ustedes difícilmente esperarían en niños recién engendrados por
Dios, caracteriza a hombres que han conocido por largo tiempo al Señor, y que incluso han sufrido no poco en un tiempo u otro
por causa de la verdad.
NUESTRO URGENTE DEBER: GUARDAR LA UNIDAD DEL
ESPÍRITU
Amados amigos, es de la mayor importancia
que probemos nuestros caminos, para ver si nos engañamos a nosotros mismos, o si estamos, de hecho y en verdad, guardando
la unidad del Espíritu. No pongan frente a ese deber el triste hecho de que la iglesia está ahora en ruinas. La pregunta es:
¿No tenemos que ser siempre obedientes? No se trata de ver cuantos o cuán pocos de los miembros de Cristo pueden actuar en
conjunto conforme a la Palabra del Señor. ¿Reconocemos,
nosotros mismos, la obligación de ser fieles de esta manera? La unidad del Espíritu es una responsabilidad constante a ser
guardada por los hijos de Dios con diligencia mientras estén en la tierra. Él permanece con nosotros para siempre. Por consiguiente,
mantenerla es siempre un deber supremo.
Tomen una ilustración práctica. Están reunidos
en esta sala una compañía de miembros del cuerpo de Cristo, quienes no pueden permitir ni los anchos caminos de la iglesia
nacional, ni los angostos callejones del sectarismo. Ellos desean, por sobre todas las cosas, andar juntos de modo de agradar
a Cristo el Señor. ¿Cuál deberían entonces, su posición? ¿Qué posición eclesiástica debieran tomar ellos, si quisieran actuar
con inteligencia espiritual y fidelidad? Si hubiese algunos en esta ciudad que ya se reuniesen a Su nombre sobre el terreno
del "un cuerpo", ellos no deberían ser ignorados. No tomar en cuenta esa reunión ya existente sería independencia, no la unidad
del Espíritu. El miembro del cuerpo de Cristo que busca comunión preguntaría, tal como debería hacerlo, si hay santos reunidos
a Su nombre y dónde se reúnen. Él halla, supondremos, que hay algunos reunidos en esta sala, y manifiesta su deseo de estar
con ellos sobre el mismo bendito terreno de Cristo. Si ellos ponen a prueba su fe, esto no proviene de falta de amor para
con él, sino por la preocupación por la gloria de Cristo. Ellos no le reciben porque dice que él es un miembro del cuerpo
de Cristo. Ellos exigen un testimonio adecuado, donde ellos no tienen ningún conocimiento personal. Nadie debiera ser reconocido
por su sola palabra; incluso el apóstol Pablo no fue reconocido al principio. Dios cuidó de dar un testimonio extraordinario
por medio de un cierto discípulo llamado Ananías, un hombre piadoso según las normas de la ley, y de quien daban buen testimonio
todos los Judíos que vivían en Damasco, así como posteriormente en Jerusalén por medio de Bernabé. La Palabra es tan clara de este modo, y el peligro tan grande por otra parte, que
ningún santo, que reflexione debidamente con un corazón y una conciencia fieles hacia el Señor, desearía ser acreditado meramente
por sus propias palabras. Las almas pueden engañarse a sí mismas, incluso si son rectas; pero si usted o yo tuviésemos que
ser acreditados de este modo, ¿dónde va a acabar esto?
Otra vez, un cristiano es traído ante ellos,
quien desea recordar al Señor junto con ellos. Quizás él pertenece, como ellos dicen, a la religión nacional establecida,
a una sociedad religiosa disidente. Pero él es bien conocido como un hijo de Dios, andando conforme a la medida de luz que
ya posee. ¿Qué debe hacerse? Rechazar a este miembro de Cristo, sin la más fuerte base de pecado conocido, traería vergüenza
no sólo sobre él, sino sobre el Señor. Esto sería negar nuestro título, el verdadero centro de reunión. La membresía de Cristo
atestiguada mediante una vida piadosa es el suficiente y único terreno sobre el cual un Cristiano debería pedir ser recibido.
Si uno entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si uno tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes,
uno debería abogar por Su nombre solamente.
FUNDAMENTOS ESCRITURARIOS DE EXCLUSIÓN
¿No hay
excepciones entonces? ¿Puede no haber razones válidas para prohibir incluso a un miembro acreditado del cuerpo de Cristo?
Ciertamente las hay, como la Escritura muestra. La levadura
de malicia y de maldad es intolerable (1 Corintios 5); la levadura de la heterodoxia en cuanto a los fundamentos (Gálatas
5) es aún peor; y la Palabra es, "Limpiad la levadura vieja
para que seáis masa nueva." (1 Corintios 5:7 - LBLA). Aquí están las barreras incuestionables erigidas en la Palabra de Dios, y debidas al Señor Jesús. Si alguno llamándose hermano
es impuro en hecho o en palabra, en modos o en espíritu manifiesto, se nos manda ni aún comer con él. Y sería un pecado mucho
más grave, si uno no trajese la doctrina de Cristo, o incluso negase el castigo eterno para los perdidos. Dios ciertamente
nunca permitirá que la profesión del nombre de Cristo sea un pasaporte para aquel que deshonra a Cristo. Aquí, y aquí más
que en todo, el Espíritu Santo es celoso, si la Palabra
de Dios ha de ser nuestra regla.
Toda verdad es, indudablemente, importante
en su lugar y a su tiempo; pero es peor que la ignorancia poner el cuerpo en el mismo nivel que la Cabeza. El error en cuanto a lo que es la iglesia, aun siendo real y grave,
nunca se acerca a la negación de la
doctrina de Cristo. Consideren cómo el apóstol del amor, el anciano, nos advierte solemnemente para que estemos en guardia
en un caso tal. No somos libres para recibir ni siquiera privadamente, mucho menos públicamente, a quienes no traen la doctrina
de Cristo. Nosotros estamos obligados, inequívocamente, no sólo a desaprobar la heterodoxia en general, sino a rechazar en
particular aquello que es, y a quienes son, una mentira contra Cristo, sí, a tratar
a quienes reciben a los tales como participes de las mismas malas obras. Pero nosotros no estamos autorizados a igualar la
iglesia con Cristo, como un Católico Romano, o a poner el error en cuanto a lo que es la iglesia junto con el mal contra la
persona de Cristo. Esto no es fe, sino fanatismo: ¿qué podemos pensar de quienes conciben, o de aquellos que divulgan, esta
basura como siendo la verdad?
Con todo, al guardar la unidad del Espíritu,
nosotros debemos aceptar la responsabilidad escrituraria de limpiar la levadura. Y, como hemos visto, el Espíritu de Dios
escribe directamente a una señora elegida y sus hijos (2 Juan) debido a que en un asunto tal como el de Cristo, el deber es
inmediato y perentorio. Años atrás, al tener que ver con una persona semejante, esa Epístola nos fue muy útil. Pues en su
argumento de que ella no era más que una hermana, y que no era su responsabilidad hacer esto o aquello, se le recordó de inmediato
que el Espíritu Santo no le escribió a una asamblea, ni siquiera a Timoteo o a Tito, sino a una señora y sus hijos, insistiendo
sobre su personal e inevitable responsabilidad. Podemos estar seguros que el Espíritu de Dios no inspiró de este modo una
carta a una señora y sus hijos, sin la más urgente necesidad, y para hacer frente justamente a una excusa semejante para evitar
lo que es debido a Cristo en cualquier tiempo.
Todos saben que las mujeres están expuestas
a errar a causa de sus afectos, estando naturalmente más dispuestas a actuar a través del sentimiento que con un juicio calmo.
La Palabra de Dios reconoce esto al reprimirlas comúnmente
(1 Timoteo 2), y en la advertencia especial de 2 Juan. La actividad de ellas ha de ser temida siempre en casos nada menos
que de Cristo, una deshonra para ellas mismas y para los hombres que ellas extravían. Las verdad no siempre puede ser agradable,
aunque siempre es sana y buena; y es la verdad lo que uno desea enfatizar sobre las almas, y que deberíamos darle la bienvenida.
Nosotros estamos obligados ver que se lleve a cabo para que la iglesia de Dios no sea transformada en un refugio para cualquier
mal conocido, y, sobre todo, para no admitir o encubrir a sabiendas, aquello que mancilla la gloria de Cristo. Pero las mujeres
son malos líderes o incluso malos instrumentos, salvo en aquello que la
Escritura autoriza.
Distingamos cosas que difieren. La Iglesia Anglicana (Iglesia de Inglaterra), a pesar de muchos
y graves inconvenientes, tuvo un objetivo santo en su origen, volviendo la espalda, tal como lo hizo, a un fraude abominable
y siempre prominente. Aunque fue muy estorbada, especialmente por el rey, en su obra de limpiarse de muchas supersticiones
arraigadas, hizo frente honestamente contra lo que se conocía ser malo. Pero después retrocedió, hasta que sus ritos ceremoniales
se transformaron en una prueba que forzó la salida de muchos disidentes piadosos, el origen de los cuales fue, de este modo,
moralmente respetable y piadoso. Pues no fue un esfuerzo fácil guardar una buena conciencia en esos días, y mantenerse en
oposición a quienes los estaban arrastrando dentro del formalismo. No necesitamos hablar del movimiento de John Wesley (Teólogo
y predicador inglés, fundador del Metodismo, 1703-1791) y del movimiento de George Whitfield (Predicador inglés y fundador
de los metodistas calvinistas, 1714-1770), los cuales fueron, en lo medular, movimientos misioneros, no eclesiásticos. Sabemos
que más tarde, cuán poderosamente Dios obró despertando a Sus hijos hace 50 años atrás (ap. 1832) a un sentido del alejamiento
que había tenido lugar desde el terreno original de guardar la unidad del Espíritu. En tales días no fue ninguna cosa pequeña
reconocer que hay una realidad tal sobre la tierra como la presencia del Espíritu Santo, y, por consiguiente, el cuerpo de
Cristo. Por eso, si somos miembros de ese cuerpo, es nuestro deber inalienable guardar esa unidad en su verdadero carácter,
mientras nos sujetamos a las condiciones que el Señor ha establecido en Su Palabra, y a ninguna otra. El Espíritu ha creado
esa unidad, una unidad que acoge a todos los miembros del cuerpo de Cristo, exceptuando a quienes la disciplina según la Palabra nos exige que rechacemos.
Puede interesar a todos saber que el testimonio
de importancia no menor que fuera nunca dado últimamente sobre este trascendental asunto fue escrito en el año 1828, '20 Consideraciones
sobre la Naturaleza y la Unidad de la Iglesia de Cristo'
(''20 Considerations on the Nature and Unity of the Church of Christ' by J. N. Darby). El punto fue mostrar cuán imposible
es para los santos que quisieran honrar al Señor continuar con el mundo, en lugar de andar (aunque fueran ellos dos o tres)
en esa unidad que es de Dios; mostrar también que en las denominaciones el vínculo no es la unidad de ellos sino, de hecho,
sus diferencias, y en ningún caso, por consiguiente, la comunión de la iglesia de Dios en absoluto, contemplando en la fe,
del modo que toda verdadera asamblea lo hace y lo debe hacer, a todos los hijos de Dios. Aquellos que llaman a esto 'licencia'
no conocen el terreno divino, y se han deslizado inadvertidamente dentro de una secta.
Lejos de buscar o de valorar la inteligencia
acerca de la iglesia antes que las almas tomen su lugar a la mesa del Señor, es absolutamente un error que nosotros esperemos
eso, y una vergüenza más que un honor para los pocos que puedan poseer esto. Pues, ¿cómo adquirieron ellos, como miembros
de Cristo, un conocimiento tal? En infidelidad manifiesta; ya sea continuando aún en sus vallados y actividades sectarios
(denominaciones) con una mala conciencia; o en el estado anómalo de meros oyentes estando fuera, buscando lograr un conocimiento
más familiar con esa verdad en la cual su posición externa les manifiesta que no tienen ni parte ni porción, como si sus corazones
no fueran rectos con Dios. Con todo, todo ese tiempo ellos eran miembros del cuerpo de Cristo; y como tales ellos deberían
haber estrado adentro, aprendiendo más sanamente y felizmente la verdad sobre la que habían estado actuando en su simplicidad,
una mejor y más verdadera clase de inteligencia que esa visión intelectual de la iglesia, que ha sido tan erróneamente sobrevalorada
por algunos en medio nuestro.
GRACIA Y LIBERTAD
El hecho es que somos propensos a olvidar
nuestros propios comienzos y los tratos de gracia del Señor con nosotros cuando por primera vez nosotros mismos partimos el
pan, conociendo quizás tan poco como cualquiera. Cuántos hermanos están ahora entre los más firmes y más inteligentes en comunión,
que no veían más que oscuramente, no solamente la iglesia, sino incluso el evangelio de salvación, y la verdad revelada en
general, ¡cuando encontraron en el nombre del Señor un pasaporte inmediato a Su cena! Ellos de ninguna manera estaban claros
en cuanto a su curso futuro, aunque atraídos por la gracia que los saludaba como hermanos, y gozando de la fe simple que se
inclinaba a la Palabra de Dios en una manera y en una medida
más allá de su experiencia previa. Cuán insensato e inconveniente es para los tales exigir ahora de los hermanos que consultan
un conocimiento de la iglesia mucho más alejado de su propio estándar en sus comienzos, y que, de hecho, ¡no se ha de obtener
salvo estando dentro de la asamblea, y en el camino de obediencia donde el Espíritu guía a toda verdad! Para aquellos que
están creciendo y están siendo conducidos de este modo, el catolicismo o el sectarismo (las denominaciones) son juzgados por
la Palabra, y se siente que son totalmente insatisfactorios
y desagradables, siendo evidentemente del hombre y no de Dios. ¿Qué cosa da estas nuevas y fuertes convicciones? Ni la influencia,
ni el prejuicio, ni el argumento ni la imaginación, sino la verdad apreciada mediante el poder del Espíritu de Dios.
¿Tenemos nosotros que jugar, entonces, al
tira y afloja con la verdad divina? No, pero se trata de una cuestión del modo de obrar del Señor con quienes son Suyos y
tienen aún que aprender: ¿es esto estar en libertad o en esclavitud?
Indudablemente todo Cristiano debería guardar
la unidad del Espíritu, como reunidos al nombre del Señor y a ningún otro. Un santo no puede tener legítimamente dos comuniones.
¿Acaso no es la comunión del cuerpo de Cristo exclusiva en su principio? Sigan con toda su alma al Señor Jesús, reconozcan
el "un cuerpo" y el "un Espíritu", reciban a todo miembro piadoso Suyo en Su nombre. En esto no hay relajación ni sectarismo.
Como la Palabra de Dios es clara, así la presencia del Espíritu
permanece; tampoco concedo que guardar la unidad de ese Espíritu es una vana exhibición. Así como Él permanece, del mismo
modo lo hace Su unidad, y aquellos que han recibido el Espíritu Santo están obligados a andar en esa unidad, y en ninguna
otra. Ellos son añadidos juntos por el Señor ("Y el Señor añadía cada día juntos a los que iban siendo salvos." - Hechos 2:47,
Traduc. lit.), miembros de la asamblea que Dios ha formado para Él mismo en este mundo; y yo niego el derecho a cualquiera
que quiera establecer ya sea otra unidad rival o sustituta. Si ustedes tienen Su Espíritu, ustedes ya pertenecen a este "un
cuerpo", y son llamados a realizarla para excluir todas las demás.
De esta manera, no es con una sociedad voluntaria
con la que nosotros tenemos que ver. No se trata de formar alguna cosa mejor tanto de la religión nacional como de los cuerpos
disidentes, ni una alianza que realmente condene, mientras aprueba ostensiblemente, las instituciones existentes del Protestantismo
ortodoxo (denominaciones). La verdad, sin embargo, es que antes de todos estos ensayos, Dios mismo ha formado Su iglesia en
la tierra; y los que tienen Su Espíritu son, debido a eso, constituidos miembros, responsables de actuar en conformidad. Si
nos inclinamos ante la Escritura, en Su iglesia, la levadura
de doctrina o de práctica es intolerable. Cada Cristiano está obligado a rechazar la falsedad y la impiedad, y esto corporativamente
así como individualmente. Porque la ruina de la iglesia no nos encierra en la individualidad. Si seguimos la justicia, la
fe, el amor, la paz, podría y debería ser con aquellos que invocan al Señor con un corazón puro. Es un pecado buscar el aislamiento,
siento esto una negación de la comunión. La iglesia de Dios significa la asamblea de aquellos que son Suyos. Pero aunque somos
muchos, somos un pan, un cuerpo. Del modo que la Cena del Señor
es la expresión externa de esta unidad, es indigno de creyentes quejarse de que se le da demasiada importancia a Su Cena y
a Su Mesa; pues es Dios quien las denomina Suyas, no nosotros quienes sólo nos adherimos a Su Palabra y confiamos en Su voluntad.
En esto, es indudable que debemos mantener a Cristo ante nuestros ojos; de no ser así, estamos en peligro de moldear Su Cena
conforme a nuestra voluntad o capricho. Si, por la gracia de Dios, tenemos al Señor Jesús ante nosotros, nuestros corazones
irán hacia todos los que son Suyos que andan piadosamente.
Durante mucho tiempo Satanás se ha esforzado
por falsificar el testimonio de Cristo entre aquellos profesadamente reunidos a Su nombre. Uno de sus ardides ha sido, bajo
la pretensión de luz y justicia, minar la gracia y la verdad en reconocer libremente a los miembros del cuerpo de Cristo.
Malinterpretando completamente la posición contra la neutralidad, ellos no le darían la bienvenida a ningún Cristiano a la Mesa del Señor que no juzgase su antigua posición por mucho o poco entendimiento
que tengan del "un cuerpo" y del "un Espíritu"; es decir, sin un virtual compromiso de no entrar nunca más en su así llamada
iglesia o capilla. Esto es, a mi entender, no solamente incredulidad sino nada más que un principio malo y deshonesto. Es
actuar de manera solapada hacer una secta de quienes conocen la iglesia, pero esto es demostrar realmente cuán poco ellos
aprecian el "un cuerpo": de otro modo, ellos no podrían dejar que el conocimiento pase por encima de la relación con Cristo,
del modo que ellos lo hacen. Nunca se aprende correcta o verdaderamente lo que la iglesia es salvo en su interior, conforme
a la Palabra, donde ustedes deben dejar lugar para el crecimiento
en la verdad por la fe y la gracia de Dios.
Existe, entonces, el peligro de negar virtualmente
la membresía de Cristo por buscar una comprensión previa acerca de Su cuerpo lo cual es tan no escriturario como insensato
esperar, y aún más malo por cuanto ello existe, al menos débilmente, en muchos que por años han estado en comunión. Pero además,
puede haber no menos dificultad entre quienes ya han sido recibidos, donde la demanda de verdad o justicia es urgida sin la
gracia. Y quienes están más equivocados son aptos para hablar más fuertemente de aquello que ellos realmente ponen en peligro
o anulan involuntariamente.
No hay muchos que recuerden la división de
Plymouth en 1845-6. No faltaron los cargos morales en ese entonces, pero giró, mayormente, sobre un esfuerzo de una facción
amplia e influyente que perdió la fe en la presencia del Señor y en la libre acción del Espíritu Santo en la asamblea, buscando
independencia con sus líderes. Es innecesario decir que el carácter celestial y la unidad de la iglesia de habían desvanecido,
así como la espera por el Señor como una esperanza inmediata. Dios no soportaría en medio nuestro tal falta de fe y de fidelidad.
Pero la mayoría de los santos estaban engañados por el error, y sordos a la advertencia; y sólo unos pocos se separaron, etiquetados
como cismáticos por quienes se jactaban de su número de adherentes, dones, y felicidad.
¿Cuál fue la relación que mantuvieron quienes,
por causa del Señor y de la verdad, fueron forzados a separarse en conciencia? La mayoría altiva se negó absolutamente a la
humillación y se regocijaron que ellos estuviesen fuera del grupo con quienes se habían enemistado por largo tiempo, y con
creciente amargor. La minoría se reunió al comienzo en hogares privados sólo para humillarse y orar, así como después de un
breve tiempo, a partir el pan. Pero ellos nunca pensaron en rechazar a las pobres ovejas hambrientas que ocasionalmente buscaron
partir el pan con ellos, sin haber roto sus conexiones con la reunión de Ebrington Street. Porque ellos estaban, en efecto,
no solamente unidos allí por muchos lazos, sino bajo un gran temor a través de las exaltadas palabras y los hechos persecutorios
de sus antiguos líderes y amigos, por no decir de hermanas que jugaron una parte poco envidiable es esa triste historia. Ellos
tenían, por supuesto, este resguardo moral de que ninguno se comprometió voluntariamente con la deserción de Plymouth, especialmente
ningún hermano principal, antes bien desdeñaron a los separatistas. Sólo los simples vinieron, y, porque vinieron, ellos fueron
puestos fuera por la facción de Ebrington Street. Pero nosotros los recibimos libremente en el nombre del Señor, aun cuando
ellos podían ser débiles en cuanto a desear aún comunión con sus antiguos amigos.
Pero en el momento que la heterodoxia blasfema
en cuanto a Cristo apareció, esta paciencia llegó a su fin. La puerta fue cerrada a todos los que continuaron con una facción
anticristiana. Mientras fue un error con respecto a la iglesia, no obstante cuán firmemente nosotros lo rechazamos y salimos
de él, hubo paciencia con quienes que fallaron en discernirlo, o en juzgarlo prácticamente. Los santos conocidos de Ebrington
Street que vinieron fueron cordialmente recibidos; ¿y quién ha oído jamás de alguno, incluso en estas circunstancias, que
haya sido rechazado? Sino al contrario, cuando la falsa doctrina contra Cristo fue conocida, se tomó una posición inflexible
desde el principio; y ningún alma fue recibida de allí en adelante, que no se hubiese limpiado de la asociación con un insulto
tal mortal al Padre y al Hijo. La reunión de Betesda se identificó con partidarios de ese mal, y provocó la división mundial
que sucedió en 1848.
Entonces, ¿qué se puede juzgar de aquellos
que confunden estas dos cosas tan fundamentalmente diferentes? ¿que confunden
el error con respecto a la iglesia, y la falsa doctrina en cuanto a la persona de Cristo y su relación con Dios? ¿o confunden
los caminos a seguir en cada caso?
La facción divisionista de hoy me parece
tan culpable de independencia y clericalismo como la de Ebrington Street en 1845. Y, creyendo que ellos están de este modo
equivocados con respecto a la verdad del "un Espíritu" y del "un cuerpo", yo no puedo hacer menos que dar gracias por la predominante
gracia de Dios en medio del dolor abrumador. Pues la intolerancia de ellos hacia los demás ha tomado la iniciativa, y ellos
han salido, o han echado fuera (demasiado a menudo por maniobras indignas), a hermanos cuyo único deseo es permanecer reunidos,
tal como lo hemos estado por tanto tiempo, al nombre de Cristo. Pero ellos han demostrado su ignorancia en la forma más clara
y hasta un grado sorprendente al parlotear maliciosas palabras sobre el Betesdaísmo, cuando ellos podrían saber, si es que
no están cegados por el apresuramiento y el mal sentimiento, que no está permitida ni una sombra de ese mal por el cual Betesda
y los así llamados hermanos neutrales fueron juzgados.
Que ellos tengan cuidado, no sea que, comenzando
con el error eclesiástico, como Ebrington Street, caigan ellos mismos antes de que pase mucho tiempo en una heterodoxia similar.
Yo oro para que en la misericordia de Dios nuestros hermanos puedan ser librados de un nuevo pecado tal y de deshonrar al
Señor. Pero la detracción y el descuido de la Escritura
y de hechos, así como la inconsistencia con todo lo que hemos aprendido y hecho hasta aquí delante de Dios, son un desvío
resbaladizo; del cual sería verdaderamente un gozo y una gran gracia de parte del Señor verles retroceder.
W.
KELLY (1882-1906)
Traducido del Inglés por: B. R. C. O.
- Octubre 2006.-
Título original en inglés: The Unity of
the Spirit, and what it is to keep it. By William Kelly
Versión Inglesa |
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