Siete
Sermones acerca de la Segunda Venida y el Reino
de nuestro Señor Jesucristo.
H. H. Snell
Segundo Sermón:
La
Venida del Señor, la Esperanza del Cristiano
Todas las citas
bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas
de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares
en que además de las comillas dobles ("") se indican otras versiones
mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.
"Y si me voy y preparo un
lugar para vosotros, vendré otra vez y os tomaré conmigo; para que donde yo
estoy, allí estéis también vosotros". (Juan 14: 3 - LBLA).
Lectura Bíblica:
"Después de haber dicho
estas cosas, fue elevado mientras ellos miraban, y una nube le recibió y le
ocultó de sus ojos. Y estando mirando fijamente al cielo mientras El ascendía,
aconteció que se presentaron junto a ellos dos varones en vestiduras blancas,
que les dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo
Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, vendrá de la misma manera, tal
como le habéis visto ir al cielo". (Hechos 1: 9 a 11 - LBLA).
"Porque nuestra
ciudadanía está en los cielos, de donde también ansiosamente esperamos a un
Salvador, el Señor Jesucristo, el cual transformará el cuerpo de nuestro estado
de humillación en conformidad al cuerpo de su gloria, por el ejercicio del
poder que tiene aun para sujetar todas las cosas a sí mismo". (Filipenses
3: 20, 21 - LBLA).
"Porque ellos mismos
cuentan de nosotros la manera en que nos recibisteis, y cómo os convertisteis
de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los
cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de
la ira venidera". (1ª. Tesalonicenses 1: 9, 10).
"¡He aquí, vengo pronto!
Bienaventurado el que guarda las palabras de la profecía de este libro… He aquí
yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea
su obra… El que da testimonio de estas
cosas dice: Ciertamente vengo en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús". (Apocalipsis
22: 7, 12, 20).
Yo he leído estas varias
Escrituras, amados amigos, porque mi tema esta noche es, 'La Venida del Señor
Jesús, la Esperanza del Cristiano.' Observen que el tema no es, el día
del Señor, sino, la venida del Señor. La diferencia es muy obvia en la
Escritura. Por ejemplo, el día del Señor era la esperanza de Israel. En
los profetas abunda el día del Señor; pero ningún escritor del Antiguo
Testamento nos presenta la venida del Señor como la esperanza del cristiano;
mediante lo cual yo quiero decir el Señor descendiendo en el aire cuando todos
los que son de Cristo que están vivos, y todos los que son de Cristo que están
en sus tumbas, serán arrebatados para ir a Su encuentro. Nuestro tema esta
noche no es el Señor viniendo con Sus santos, sino el Señor viniendo
a buscar a Sus santos. Y yo llamo a prestar atención a estas diferencias,
pues me parece totalmente imposible que alguien tenga pensamientos claros
acerca de la esperanza particular del cristiano a menos que distinga entre las
cosas que difieren. El propio Señor Jesucristo dijo, "Y si me voy y
preparo un lugar para vosotros, vendré otra vez y os tomaré conmigo; para que
donde yo estoy, allí estéis también vosotros". (Juan 14: 3 – LBLA). Esto
no se refiere al Señor viniendo a nosotros, como muchos han supuesto, en el instante
de la muerte, cuando el creyente se duerme en Jesús; pues entonces se habla del
cristiano como que está 'ausente del cuerpo y habitando con el Señor' (2ª.
Corintios 5: 8 – LBLA), o, como que él partió para estar con Cristo.
(Filipenses 1: 23). Pero en ninguna parte en la Escritura se habla de la muerte
del creyente como siendo la venida del Señor a él.
Tampoco hay en esta expresión
de Cristo una palabra acerca de juicio; de hecho, en la Escritura no tenemos
una idea semejante a que el creyente está esperando un día de juicio para
decidir si él va a ser salvo o no. Yo no ignoro que muchos que no consideran la
Escritura cuidadosamente por sí mismos, sino que aprenden de otros, piensan que
lo que es llamado, 'la parábola de las ovejas y los cabritos (Mateo 25: 31 a
46), es la sesión judicial, el gran día del juicio; y que hasta ese momento ninguna
persona puede estar segura si es salva o si está perdida, porque primero tiene
que ir ante ese tribunal. Yo soy consciente de que muchos piensan que la
Escritura favorece el pensamiento de un juicio general; pero afirmo con denuedo
que ningún cristiano que busca con oración la ayuda y la guía del Espíritu
Santo acerca del tema, y que compara una parte de la Escritura con otra, con
una mente sometida a la palabra de Dios, permitiría que una doctrina tal permanezca
vigente. En primer lugar, en el relato de las ovejas y los cabritos no hay
absolutamente ningún pensamiento acerca de la resurrección. En segundo lugar,
allí es Cristo como Rey, cuando Él viene en gloria a la tierra, teniendo
delante de Él a todas las naciones. Y, en tercer lugar, toda la parábola, en la
que no puedo entrar ahora, muestra claramente que se trata del juicio que se
llevará a cabo durante el reinado personal del Señor cuando Él trata con las
naciones según hayan tratado amablemente o no a Sus mensajeros, a Sus hermanos
en la carne — es decir, a un remanente de judíos, que proclamarán "el
evangelio del reino" después del arrebatamiento de los santos.
El cristiano no es enseñado en
el Nuevo Testamento a esperar la muerte, Por el contrario, en 1ª. Corintios 15
se le dice, "No todos dormiremos" (1ª. Corintios 15: 51), es decir,
no todos los creyentes experimentarán la muerte pues habrá algunos creyentes
vivos en la tierra cuando el Señor Jesús venga del cielo. Entonces, la muerte
no puede ser la esperanza del creyente; porque podemos, o no, dormir en Jesús.
Es seguro que algunos no lo harán. Nadie sabe si alguno de nosotros morirá o
no. Dios no nos lo ha dicho; pero lo dio a conocer mediante una revelación
especial a Pedro, y Pablo también sabía que dormiría. Necesitaban esta
enseñanza especial sobre sí mismos porque la enseñanza general de las
Escrituras era que los creyentes debían esperar el regreso de Cristo desde el
cielo.
La pregunta es, ¿qué debemos
entender nosotros por esas palabras del bendito Señor, "vendré otra vez y
os tomaré conmigo" (Juan 14: 3 – LBLA)? Observen, en primer lugar, que al
hacer esta observación nuestro Señor estaba hablando a personas que eran
salvas. Judas no estaba presente. Él había salido. Los once estaban allí con Él
y Él se dirigió a ellos como a limpios. Leemos, "Ya vosotros estáis limpios
por la palabra que os he hablado". (Juan 15: 3). Él había sido rechazado
por Israel y había declarado a su casa "desierta" (Mateo 23). Ahora
Él iba a padecer, el justo por los injustos, en la cruz. Anticipando que Israel
sería puesta a un lado y que la Iglesia del Dios viviente sería llamada, y
sería formada por el descenso del Espíritu Santo, posterior a Su glorificación
a la diestra de Dios, Él nos presenta, en los capítulos 14, 15 y 16 de Juan,
grandes principios de enseñanza peculiar que nunca antes habían sido
encontradas en las Escrituras. Estos capítulos están repletos de la más
profunda enseñanza para los que ahora forman la Iglesia de Dios, y, por tanto,
entre otras cosas preciosas Él presenta esta bienaventurada esperanza que
reconforta el alma — a saber, "vendré otra vez y os tomaré conmigo; para
que donde yo estoy, allí estéis también vosotros". (Juan 14: 3 – LBLA). A
nosotros no se nos deja conjeturar acerca de estas cosas. Las Escrituras nos
señalan claramente el significado de tales palabras. Por ejemplo, en el primer capítulo
del libro de los Hechos de los Apóstoles, donde tenemos un relato de la
ascensión del Señor al cielo, se nos dice que hubo dos varones en vestiduras
blancas, dos mensajeros angélicos que vinieron y hablaron a los varones de
Galilea, los discípulos que estaban mirando al Señor y Le habían visto ir cada
vez más alto, hasta que una nube Le recibió y Le ocultó de sus ojos. Mientras
ellos aún miraban hacia arriba, mirando adónde había ido el bendito Jesús, el
cual era tan querido para ellos, estos mensajeros dijeron, "¿por qué
estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús" — no otro Jesús, sino "este
mismo Jesús que ha sido tomado de vosotros al cielo, vendrá
de la misma manera, tal como le habéis visto ir al cielo". (Hechos 1:
10, 11 – LBLA). ¿Le vieron ellos subir personalmente? ¿Le vieron sus
ojos? ¿Fue una ascensión personal y visible? Ciertamente. Bueno,
entonces Él vendrá personal y visiblemente; pues Él "vendrá
de la misma manera, tal como le habéis visto ir al cielo". Por
consiguiente, la interpretación es clara; no hay misterio alguno acerca de ello
— "vendré otra vez y os tomaré conmigo". No hay nada aquí acerca del
mundo. Ni una sola palabra acerca de los impíos. Es el propio Cristo el que
viene. "Vendré otra vez". No dice, «Enviaré a ángeles a buscarlos.» Pues
ciertamente los cristianos son demasiado valiosos para el corazón de Cristo
como para confiárselos a los ángeles. Son Su propia carne y Sus huesos (Efesios
5: 30). Por lo tanto, Él dice: "vendré otra vez y os tomaré conmigo;
para que donde yo estoy, allí estéis también vosotros". (Juan 14: 3 –
LBLA).
Al proseguir con nuestra
indagación, puede ser formulada de manera justa la pregunta, ¿cómo entendieron
tales palabras los apóstoles y los cristianos de los días de los apóstoles?
¿Hay alguna prueba en las epístolas de que ellos comprendieron que debían
esperar a que Cristo viniera personalmente del cielo? Muy ciertamente que la
hay; y por eso es que yo leo en Filipenses 3 las palabras, "Mas nuestra
ciudadanía" — o, nuestro país, el lugar que ahora nos pertenece —
"está en los cielos". En el sermón anterior yo traté de mostrar que
un cristiano es una persona que ahora está en Cristo en los lugares celestiales.
Por lo tanto, si un hombre no está en Cristo en los lugares celestiales, él no
es un cristiano en absoluto. Si un hombre dice, «Yo no soy musulmán, no soy
judío, no soy un pagano; yo hago profesión de haber abrazado el cristianismo
porque pertenezco a padres cristianos», eso no es ser cristiano. Un cristiano
es una persona que ha huido a buscar refugio en Jesús a la diestra de Dios como
la única esperanza puesta ante él en el evangelio. Es una persona que ha sido
enseñada y regenerada por el Espíritu Santo — es uno que descansa simplemente
en Cristo Jesús el Hijo de Dios para salvación; está, por lo tanto, en Cristo,
y ha pasado de muerte a vida. Por eso el apóstol, hablando de sí mismo y de los
demás, dice: "Nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también
esperamos" — ¿qué esperamos? ¿Esperamos la muerte? No. ¿El juicio? No. ¿Y
entonces qué? Nosotros esperamos al Salvador. ¿Quién es ese? La respuesta es
dada, "al Señor Jesucristo" (Filipenses 3: 20). ¿Y entonces qué?
Bueno, cuando Él venga, cuando Le veamos, este cuerpo de nuestro estado de
humillación será transformado "en conformidad al cuerpo de su
gloria". (Filipenses 3: 21 – LBLA). Por tanto, los cristianos en los días
de los apóstoles habían sido enseñados a esperar a Cristo — a Cristo mismo. Y
si ustedes pasan a 1ª. Tesalonicenses 1, encontrarán precisamente la misma
enseñanza —a saber, que cuando ellos oyeron el evangelio por medio del apóstol
se convirtieron "de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y
verdadero". Ahora bien, yo creo que eso satisfaría a muchas personas en el
día actual; también me temo que muchos cristianos sinceros estarían
perfectamente satisfechos con las dos cosas — convertirse de los ídolos y
servir a Dios. Pero hubo otra cosa que caracterizó a los primeros cristianos, y
el apóstol por el Espíritu Santo los encomió por ello, y eso fue, porque ellos
esperaban a alguien. ¿A quién? Esperaban "de los cielos a su Hijo… a
Jesús", se nos dice, "quien nos libra de la ira venidera". (1ª.
Tesalonicenses 1: 9, 10). Ustedes ven que el Espíritu Santo emplea una variedad
de expresiones en las diferentes Escrituras a las cuales yo he llamado a
prestar atención, para mostrar que al que ellos esperaban era al propio Señor
que murió en la cruz para salvar pecadores. Ellos esperaban al mismo Jesús que
había sido sepultado — que salió de entre los muertos y dijo, "un espíritu
no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo" (Lucas 24: 39) — que
subió al cielo, de quien los mensajeros que vinieron a los discípulos
testificaron que Él, "vendrá de la misma manera" (Hechos 1: 10, 11 –
LBLA). Sabemos que en aquel entonces entraremos en el gozo eterno, y se llevará
a cabo esa transformación de cuerpo que tendrá aptitudes para entrar en las
glorias inefables a las que tenemos derecho por medio de la sangre de Jesús.
Esta es realmente una esperanza bienaventurada.
Por lo tanto, habiendo
establecido desde la Escritura el hecho de que Cristo viene personalmente, que
Él viene a buscar a los Suyos, y que los primeros cristianos Le esperaban, otra
pregunta se sugiere a si misma de manera natural, ¿Qué ocurrirá cuando Cristo
venga así a buscar a Sus santos? Antes de responder esta pregunta permitan que
yo comente que este tema, como ustedes deben percibir, no es una doctrina
árida. Es la más cálida, la más conmovedora y una de las verdades más
eminentemente prácticas que la Escritura nos presenta. Si una persona dice: «No
me preocupa la venida del Señor; no la considero esencial», todo lo que puedo
decir es que su corazón, quienquiera que sea, no es muy saludable ni es muy ferviente
hacia Cristo; pues todo lo que concierne a Cristo debe concernirle si usted es
redimido por Su preciosa sangre. Si Él es su vida y usted está sentado en
lugares celestiales en Él, ¿puede usted ser indiferente acerca de lo que Él
está a punto de hacer? Yo pregunto, ¿es posible que el corazón de un cristiano
pueda estar en ese estado verdadero y ferviente en que debe estar hacia Cristo,
y desatender el testimonio de la Escritura (incluso si él no la entiende),
especialmente con respecto a la persona, la obra, la gloria, o la venida de
Cristo?
En las epístolas tenemos
revelaciones especiales con respecto a lo que ocurrirá en la venida del Señor
Jesús, es decir, no somos dejados en ignorancia acerca de ella. Dios fue tan
misericordioso que, antes que el canon de la Escritura estuviese completo, de
vez en cuando, cuando Sus santos tenían dificultades, él las abordó con una
enseñanza especial, así que nosotros cosechamos el beneficio del ejercicio y
los errores de ellos. Por ejemplo, los Corintios tuvieron gran dificultad en
cuanto a la doctrina de la resurrección del cuerpo, y hubo una revelación
especial que fue hecha a Pablo y comunicada a ellos. En 1ª. Corintios 15: 51 él
escribe, "He aquí, os digo un misterio", es decir, él reveló en aquel
entonces algo que hasta aquel momento había sido un misterio. Leemos, "He
aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos
transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final
trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados
incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que esto
corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. Y
cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya
vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita:
Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde,
oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el
poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria
por medio de nuestro Señor Jesucristo" (1ª. Corintios 15: 51 a 57). El
misterio es este, que nosotros (es decir, nosotros los creyentes) seremos
transformados — nuestros cuerpos mortales serán transformados en cuerpos
inmortales, semejantes al cuerpo glorioso de Cristo. Los cuerpos de los que han
muerto en Cristo también serán transformados, leemos, "esto corruptible se
haya vestido de incorrupción". Y todo esto ocurrirá "en un momento,
en un abrir y cerrar de ojos", el espacio más corto de tiempo que se puede
concebir; así que repentinamente tendrá lugar esta maravillosa transformación.
Hubo otra revelación hecha por
medio de Pablo a los santos Tesalonicenses, los cuales estaban en dificultades
porque vieron que algunos de los que ellos sabían que eran santos habían muerto
en toda la apariencia exterior como morían los pecadores, de modo que no podían
entender dónde estaba la diferencia. El pensamiento del regreso del Señor era
tan lozano, tan ferviente y tan real en los corazones de estos Tesalonicenses
que evidentemente pensaron que ninguno de ellos moriría, sino que todos
estarían vivos y serían arrebatados cuando Cristo viniera. Ellos constantemente
esperaban que el Señor regresara desde el cielo; pero algunos de sus hermanos
murieron, así que estaban muy doloridos y muy abatidos. Pero el Señor instruyó
al apóstol que les escribiera acerca de ello. Él declara en 1ª. Tesalonicenses
4, comenzando en el versículo 15, "Por lo cual os decimos esto en palabra
del Señor"; observen, "en palabra del Señor", mostrando
así que hubo una palabra especial dada a él por el Señor para ocuparse del
problema de la mente en el cual ellos estaban en aquel entonces. ¡Cuán
bienaventurado es esto! "Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor:
que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no
precederemos a los que durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando, con
voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en
Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos
quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al
Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor". (1ª.
Tesalonicenses 4: 15 a 17). Ustedes ven que el apóstol les muestra que los que
habían dormido en Jesús, y habían sido llevados a sus tumbas no se quedarán
atrás cuando el Señor venga, sino que ellos serán resucitados primero; es
decir, ellos saldrán de sus tumbas primero; después, los santos vivos serán
transformados; y entonces todos nosotros seremos arrebatados para encontrarnos
con el Señor en el aire. El aire será el lugar de reunión de Cristo y Sus
santos; y entonces "estaremos siempre con el Señor". Así que ustedes
verán que desde esas revelaciones a los Corintios y a los Tesalonicenses
obtenemos una clara enseñanza en cuanto a lo que ocurrirá cuando el Señor
Jesucristo descienda personalmente en el aire. No olvidemos que Él "vendrá
de la misma manera, tal como le habéis visto ir al cielo" (Hechos 1: 11 –
LBLA), y que entonces seremos transformados y arrebatados. Por ejemplo,
supongan ustedes que el bendito Señor viene mientras estamos en esta
habitación, ¿qué ocurriría? Bueno, cada uno de nosotros que estamos en Cristo,
y todos los santos a nuestro alrededor en esta gran ciudad, y todos los que son
de Cristo en todas partes, vivos o muertos, en todo el mundo, serían
inmediatamente transformados "en un momento, en un abrir y cerrar de
ojos". Este cuerpo mortal se vestiría inmediatamente de inmortalidad. La
venida de Cristo en el aire sería como un poderoso imán. Ustedes han visto un
imán poderoso, el cual cuando es colocado a cierta distancia atrae a pequeñas
partículas de metal a sí mismo desde todas las direcciones; justo así el
Bendito Señor viniendo en el aire será como un imán; pues los muertos en Cristo
saldrán de sus tumbas, y los santos que estén vivos serán transformados, y
todos serán arrebatados para encontrarse con el Señor.
Hay otra pregunta que quizás
puede ser de una calidad más carnal que espiritual, y sin embargo se trata de
una pregunta que oímos a menudo, y que debiese ser abordada. Es esta, ¿Cuándo
vendrá Cristo? En el último libro de la Escritura, en la última página, entre
las últimas palabras mismas de la verdad inspirada, tenemos tres veces la
afirmación de que Cristo viene pronto. Ustedes dicen, Oh, eso es muy
indefinido; ¿no me puede usted decir el año, si no el día o la hora, cuando
esto sucederá? No, yo no puedo porque no está revelado en la Escritura, pero no
dudo que ello fue dejado de esta manera indefinida para que podamos glorificar
a Cristo esperándole. Yo se que algunos se han aventurado, y yo creo que
erróneamente pero indudablemente con las mejores intenciones, a predecir un
momento determinado, o un año determinado para la venida del Señor; pero ello
es solamente porque no han entendido la diferencia a la que ya he llamado a
prestar la atención esta tarde, entre la venida del Señor por nosotros, y el
día del Señor. Ellos van a la profecía de Daniel de las setenta semanas y otras
fechas, y suponiendo erróneamente, como lo hacen, que el día del Señor y la
venida del Señor son lo mismo, tratan de demostrar por medio de cálculos cuándo
se cumplirán los diversos tiempos, y llegue el plazo para que el día del Señor
sea fijado. Casi desde que hemos sido cristianos, ¿acaso no hemos oído hablar
de este año, de ese año, o de otro año, como el momento probable para la venida
de Cristo? Obviamente, nosotros no prestamos atención a tales afirmaciones,
porque sabemos que al estar en Cristo en los lugares celestiales no estamos,
por así decirlo, en el campo de las fechas, o de los tiempos o de las épocas.
Repito, que el momento de la venida de nuestro Salvador por nosotros no está
revelado en las Escrituras. ¿No se dice más bien, que "el Hijo del Hombre
vendrá a la hora que no pensáis"? (Mateo 24: 44). Los tiempos y las épocas
no son dadas a nosotros los cristianos en relación con nuestra esperanza. La
Escritura nos coloca en la bienaventurada posición de ser librados de la ira
venidera por medio de la obra expiatoria del Señor Jesucristo, y ser
presentados ahora en Cristo Jesús en el cielo, el cual es nuestra justicia y
nuestra vida delante de Dios; así que tenemos que servir fielmente y esperar
pacientemente de los cielos al Hijo de Dios, cuando tendremos la redención del
cuerpo. Entonces nuestros cuerpos podrán entrar en todos esos deleites y todas
esas glorias que tenemos ante nosotros, las que han sido aseguradas para
nosotros por la sangre preciosa de Cristo. Mientras esperamos, el Espíritu
Santo habita en nosotros, enviado del cielo por una Cabeza resucitada y
ascendida para unirnos a Él, "Pues por un mismo Espíritu todos fuimos
bautizados en un solo cuerpo" (1ª. Corintios 12: 13 – LBLA). Entonces,
estamos preparados, por así decirlo, para servir al Señor Jesucristo con
devoción, firmeza, incesantemente y sin ninguna duda. Por eso tenemos la
exhortación, "Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes,
creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el
Señor no es en vano". (1ª. Corintios 15: 58). Es así que debemos esperar Su
regreso desde el
cielo. Esperar cualquier indicio por medio de señales o fechas, o tiempos o épocas,
con respecto a cuándo el Señor Jesucristo viene por nosotros, sería sin
la autoridad de la Escritura, y contrario al verdadero carácter de la posición
en que hemos ido establecidos por la gracia de Dios como participantes del
llamamiento celestial. Obras verdaderas de fidelidad a Cristo, de un real
afecto por Cristo, de cuidado por la verdad de Cristo, asir Su nombre,
obediencia a Su palabra, esperar y anhelar ardientemente Su regreso desde el
cielo, deben caracterizar a todos los cristianos.
Con respecto a las expresiones
al final del Apocalipsis, "¡He aquí, vengo pronto!" (Apocalipsis 22:
7); "He aquí yo vengo pronto" (Apocalipsis 22: 12), y las últimas
palabras, "Ciertamente vengo en breve" (Apocalipsis 22: 20), recordemos que
fueron
presentadas a las iglesias hace casi mil ochocientos años; de modo que es
evidente que la venida del Señor debe estar ahora mil ochocientos años más
cerca de lo que estaba en aquel entonces. Puede haber aquí esta noche alguno
que tiene dificultad con respecto a este asunto a causa de otro texto que es
encontrado en Hebreos 10, el cual dice, "exhortándonos unos a otros , y
mucho más al ver que el día se acerca". (hebreos 10: 25 – LBLA).
Este versículo a menudo ha sido mal utilizado. Algunos lo han entendido como si
quisiera decir que el día del Señor fuese la esperanza del cristiano; como si
ellos hubiesen sido llamados a esperar el día del Señor, en vez de
esperar de los cielos al Hijo para encontrarse con nosotros en el aire.
Como he dicho, hay una diferencia inmensa entre estas dos cosas. Israel, el
pueblo terrenal de Dios, fue enseñado claramente a esperar el día del Señor; y
hay algo que es de la tierra, terrenal, e intelectual, y también podemos decir,
político, en el hecho de esperar un día particular que ha de venir sobre la
tierra; pero aquellos de los cuales se declara que no son del mundo (Juan 17:
16), los que son llamados con un llamamiento celestial, y están unidos a Cristo
en los lugares celestiales, ellos no son llamados a esperar
acontecimientos en la tierra, sino, tal como he procurado demostrar desde la
Escritura, ellos son llamados a esperar de los cielos al Hijo de Dios. Pero
mientras Le esperamos así, como teniendo el Espíritu Santo, teniendo las
Escrituras, y entendimiento espiritual, como el apóstol dice, "la mente de
Cristo" (1ª. Corintios 2: 16), nosotros no podemos sino observar los
variados acontecimientos que están teniendo lugar, especialmente en la parte
más interesante del mundo profético en la cual vivimos — y me refiero a los
diez reinos del Imperio Romano, — no podemos dejar de observar que el escenario,
por así decirlo, ya está siendo preparado para el día que se acerca. Nosotros
vemos que el momento no puede estar, hablando humanamente, muy distante cuando
el Señor Jesús vendrá y nos llevará, y entonces Él comenzará a tratar en juicio
con el mundo, y especialmente con esta parte de él en que nosotros vivimos. Por
consiguiente, sería muy consistente que un creyente esté esperando que del
cielo el Hijo de Dios venga en cualquier momento — mañana, tarde, o noche — en
cualquier día, y no obstante que esté observando con entendimiento espiritual,
según la palabra de Dios, lo que está sucediendo a su alrededor;
particularmente lo que últimamente ha ocurrido en el continente europeo, y aún
está ocurriendo, mostrando que los diez reinos del imperio romano se están
desarrollando gradualmente, conforme a la profecía del segundo capítulo del
libro de Daniel. Pero reitero que, aunque nosotros vemos que "el día se
acerca", nunca hay que olvidar que aquel día no es nuestra esperanza — es
una esperanza judía; pero nuestra esperanza inmediata es la venida desde el
cielo del Señor mismo, y entonces, obviamente, todas las glorias que la
seguirán. Yo digo que esto nunca se le enseñó a un judío en el Antiguo
Testamento, ni tampoco puedo yo encontrar allí tal idea como un creyente siendo
enseñado a esperar que del cielo el Hijo de Dios venga y lo lleve con él (Juan
14: 3) — para ir al encuentro de Él en el aire.
El día del Señor, cuando Sus santos vienen con Él, es otra cosa.
Esta segunda venida del Hijo de Dios a los que Le esperan es una esperanza
distinta — a saber, es una esperanza especial dada a los que están en Cristo,
participantes del llamamiento celestial, nacidos de nuevo del Espíritu de Dios,
y unidos al Señor, y son un espíritu con Él.
Es muy evidente que el Señor
vendrá antes del milenio.
1º. Porque la restauración de
todas las cosas mencionada en Hechos 3 está relacionada con que Dios envíe a
Jesús.
2º. Los judíos como una nación
entrarán en su bendición al ver a Jesús.
El Libertador vendrá de Sion, y apartará de Jacob la impiedad. (Romanos
11: 26).
3º. Según el capítulo 8 de la
epístola a los Romanos, la creación no será libertada de su actual esclavitud
de corrupción hasta que los hijos de Dios sean manifestados; y ellos no serán
manifestados hasta que Cristo venga. "Cuando Cristo, el cual es nuestra
vida, sea manifestado, entonces vosotros también seréis manifestados juntamente
con él en gloria". (Colosenses 3: 4 – VM).
4º. El mundo continuará como
lo hizo en los días de Noé; y como no lo supieron hasta que vino el
diluvio, así será cuando el Hijo de Dios venga, demostrando que el mundo no
puede tener sus prometidas bendiciones hasta que Cristo sea manifestado en
gloria.
Con respecto a la esperanza,
permitan ustedes que yo diga que una cosa es tener el conocimiento desde la
Escritura de que el Señor Jesucristo viene otra vez; y otra cosa es tener la
esperanza de Su venida en el alma. La Escritura nunca dice que el que tiene el
conocimiento de la profecía se purificará a sí mismo; pero se dice, "todo
aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo" (1ª. Juan 3:
3). Al contemplar la obra del Señor en los cristianos durante muchos años, yo
me he visto impactado por dos distintas fases de carácter, si se me permite
hablar así, en aquellos que han recibido la doctrina de la segunda venida del
Señor. Una es la que yo llamaría una fase espiritual; la otra es una
fase intelectual o política. Ustedes percibirán fácilmente que lo
que es meramente intelectual no tiene ningún poder real sobre el corazón,
porque Cristo mismo no es el objeto, sino que los acontecimientos proféticos se
convierten en el objeto. Algunos lo encuentran un estudio ameno. Yo he conocido
a personas que podían ir desde el Génesis hasta el Apocalipsis, y me han dicho
mucho más de lo que yo sé acerca de la profecía, y a veces he dicho que tal o
cual persona ha comenzado en el extremo equivocado. Ha comenzado con hechos
proféticos, en lugar de comenzar con Cristo. Pues bien, si alguno de ustedes,
querida gente, está ocupado con la profecía y los acontecimientos proféticos, yo
quisiera que reflexionen sobre lo que he dicho. Los hombres de carne y hueso
pueden dedicarse a la historia de los judíos, la era milenaria y los
acontecimientos pasados, presentes o futuros; pero una mente espiritual
comienza con Cristo, estudia todo lo relacionado con Cristo, se mantiene cerca
de Cristo, no ve nada interesante excepto lo que tiene relación con Cristo,
mira hacia Cristo; no puede ser feliz en ningún lugar donde no está Cristo,
pero puede vivir en cualquier lugar donde está Cristo. No ve nada bueno aparte
de Cristo. El deseo de su corazón es:
'Que no se me dé a nadie más
que a Cristo
Nadie más que Cristo en la
tierra o en el cielo.'
Yo no confiaría mucho en el
entendimiento profético si este no comienza, continúa, y termina en conexión
con la persona, la obra, y la gloria de Cristo. Por eso es que la esperanza es
tan prominente en la Escritura, pues es la esperanza en el alma lo que es tan
eminentemente práctico. Eso es lo que Cristo ama. ¿Qué pensarían ustedes acerca
de un novio que escribiera con ternura y afecto a su desposada y le dijera: «Vendré
de nuevo y yo mismo te recibiré», y que ella manifestara una gran indiferencia
al respecto? Cualquiera diría que a ella no le importaba mucho aquel que la
amaba. Sobre todas las cosas, amigos amados, asegurémonos que nuestro corazón
responde al amor de Cristo, que nuestros afectos por Él sean verdaderos, que
Cristo sea el solo objeto de nuestras almas, y que sea para Aquel que nos amó y
nos lavó de nuestros pecados que ahora vivimos para complacer y esperar. Y
ustedes, cristianos recién convertidos, asegúrense de mantenerse sobre el
verdadero fundamento de la paz — la paz permanente entre sus almas y Dios; y
sabiendo que ella ha sido establecida para siempre, asuman su lugar allí arriba
en comunión con el Señor Jesucristo, y vean todo desde ese punto de vista. No
consideren a la iglesia o a Israel aparte de Cristo. No consideren el mundo milenial,
o cualquier otra cosa profética, aparte de Cristo. Cristo es vuestra vida, y Él
es vuestra esperanza. Él dijo, "Vendré otra vez" (Juan 14: 3). Si
ustedes y yo fuésemos arrebatados a los cielos de inmediato y no viéramos a
Jesús, ¿estaríamos satisfechos? No existe ningún hijo de Dios que lo estaría.
No hay personas en esta asamblea, ancianos o jóvenes, que creen realmente en
Cristo para salvación, que estén completamente satisfechos hasta que vean a
Cristo. Verlo y tener que ver con Él es lo único que puede satisfacer
plenamente un corazón regenerado. Por lo tanto, no vengo aquí con la doctrina
sólo para que la reciban, o con un número de acontecimientos proféticos para
que los consideren, los anoten y los atesoren en sus mentes. Mi objetivo es procurar,
si es posible, que sus queridas almas aprendan más de Cristo, se sientan más
atraídas por Él, puedan andar más en Sus caminos y vivan más para Su gloria. Si
diez mil personas en esta ciudad tuviesen que recibir una declaración sencilla
de los acontecimientos proféticos, por muy correctos que sean, y sólo eso, me
sentiría descorazonado y angustiado; pero si como resultado de estas
conferencias yo encuentro que algunos han sido más atraídos por el Señor mismo,
se han llenado más del amor de Cristo, más separados de las cosas del momento y
de esta actual era mala, al estar más ocupados con la persona de Cristo, eso
sería en verdad una abundante recompensa por cualquier número de sermones acerca
de Su segunda venida.
Paso ahora al aspecto práctico
de esta gran doctrina de la Escritura, la venida del Señor Jesucristo por Sus
santos. Y, en primer lugar, permitan que mencione lo que en la Escritura es
llamado "la esperanza bienaventurada" (Tito 2: 13). ¡Oh, qué
palabra es esa — bienaventurada! Para nosotros estará relacionada con nada más
que bendición. Será la plenitud de gozo y delicias para siempre (Salmo 16: 11).
Entonces ustedes nunca derramarán otra lágrima. Nunca tendrán otro dolor.
Ustedes serán tan rica y completamente bendecidos, que nunca conocerán el final
de sus bendiciones. Nunca podrán calcular ese eterno peso de gloria, ese gozo
inefable, ese perfecto reposo, o ese incesante e ininterrumpido deleite que
tendrán cuando miren por primera vez el rostro de su precioso Jesús, y empiecen
a elevar el himno eterno, "¡Digno es el Cordero que ha sido
inmolado!" (Apocalipsis 5: 12 – VM).
Se trata también de una
experiencia que conmueve el alma. Es una verdad para los afectos.
Consideren la realidad del novio y la novia. ¿Puede alguna cosa despertar más
plenamente las emociones de un corazón verdadero? Yo pregunto, ¿qué novia fiel,
amorosa, casta, no estaría encantada con la promesa de aquel que la ama, «Vengo
pronto por tí»? ¿Qué conmovería los afectos, qué conmovería los sentimientos
más profundos del corazón, como el testimonio de él mismo, de que «dentro de
poco vendré por ti?» Por otra parte, con referencia a la predicación del
evangelio, ¿podemos concebir algo más conmovedor? ¿Puede haber algo más
poderoso que impulse al cristiano fiel a dar testimonio de la gracia de Dios a
los pobres pecadores, que el conocimiento del hecho de que el Maestro viene pronto
por los santos, y que entonces los impíos serán dejados atrás para el juicio?
Tampoco puedo imaginar nada que nos obligue a ser realmente fieles al Señor, y
a cuidar de Sus santos, de Su verdad, de Su gloria, como la voz del Maestro,
"He aquí yo vengo pronto". ¿Conocemos qué tan conmovedora es esta
esperanza? ¿Vivimos y andamos como para ser hallados por Él en paz, sin mancha
e irreprensibles? (2ª. Pedro 3: 14). Si el Maestro viniera esta noche, ¿nos
diría a ti y a mí: « ¡Muy bien, siervos buenos y fieles!»? (Mateo 25: 23 – VM).
Dicha esperanza nos es
presentada en la Escritura como una esperanza alentadora, leemos, "Por
tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras". ¿Cuántos hijos
de Dios pueden estar ahora en este salón que han tenido un querido progenitor,
hijos queridos, una querida esposa, o un marido larga y entrañablemente amado,
que han muerto en el Señor? El corazón se ha entristecido mucho por la
separación; pero el testimonio de las Escrituras es que el Señor mismo
descenderá del cielo, y entonces los muertos en Cristo resucitarán, y nosotros
los que quedemos seremos transformados; y entonces todos subiremos juntos al
aire para encontrarnos con Él, y así estaremos siempre con el Señor. "Por
tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras". (1ª. Tesalonicenses
4: 13 a 18). Y
ciertamente aquellos que han partido antes están esperando con paciencia la
venida del Señor. No abriguemos pensamientos equivocados acerca de los que han
muerto en el Señor, porque, aunque están ausentes del cuerpo y presentes con el
Señor, no obstante, sus cuerpos están en la tumba. No puede haber ninguna duda
acerca de que
ellos están con el Señor, y en el disfrute de la plena dicha y la plena felicidad
en la medida de sus posibilidades; pero ellos están esperando la venida del
Señor, cuando conocerán también la redención de sus cuerpos, y entonces podrán
recibir y disfrutar en toda su extensión las bendiciones prometidas. Recuerdo
que hace algún tiempo escuché que un número de, yo espero, siervos de Cristo,
sintieron el deber de predicar contra esta importante verdad. Mi consuelo es
este, que tan pronto ellos se duerman en Jesús conocerán su realidad; porque
inmediatamente comenzarán a esperar al Señor. Cristo está esperando venir; y
los que se han dormido en Él están esperando que el Señor venga, para que sus
cuerpos y espíritus se unan, y entonces todos nos encontraremos, y seremos siempre
como el Señor, y estaremos siempre con el Señor.
Esta esperanza también está
expuesta claramente ante nosotros en la Escritura como una esperanza purificadora.
El apóstol Juan dice, "Y todo el que tiene esta esperanza puesta en Él, se
purifica, así como Él es puro (1ª. Juan 3: 3 – LBLA). Es imposible que nosotros
podamos estar realmente esperando el regreso del Señor desde el cielo y andar
descuidadamente. Nuestro gran adversario a menudo nos engaña, o nosotros mismos
nos engañamos, colocando el conocimiento en el espacio de la fe y de la
esperanza. Muchas personas tienen una gran cantidad de conocimiento de la
letra; pero eso es muy diferente de tener el poder de la verdad en el corazón.
Por eso se dice, "el que tiene esta esperanza puesta en Él, se
purifica". Si estamos esperando a Cristo, no podemos estar asociándonos
con lo que sabemos que Él desaprobará. No podemos estar defendiendo ahora lo
que sabemos que nos avergonzará en ese momento. Aquellos que no piensan aún en
la venida del Señor como una gran verdad práctica harán bien en considerar esa
Escritura. Ella se encuentra en el tercer capítulo de la primera epístola de Juan:
leemos, "Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo
que habremos de ser. Pero sabemos que cuando Él se manifieste, seremos
semejantes a Él porque le veremos como Él es. Y todo el que tiene esta
esperanza puesta en El, se purifica, así como El es puro". (1ª. Juan 3: 2,
3 – LBLA). Un creyente tal vive en esta esperanza como un hombre separado para
Dios. No sabemos cuándo Él va a venir, pero debemos esperar y esperarle. Es
posible que el Señor Jesucristo venga esta noche. No digo que lo haga; decirlo
no sería conforme a las Escrituras. Pero digo que puede venir; y si lo
estamos esperando, no podemos ocuparnos de lo que sabemos que sería aborrecible
a Sus ojos. Podemos ser muy ignorantes, pero no podemos andar en desobediencia
y al mismo tiempo estar diciendo, "Amén; sí, ven, Señor Jesús"
(Apocalipsis 22: 20). Por lo tanto, "todo el que tiene esta esperanza
puesta en El, se purifica, así como El es puro".
Además, es una esperanza gozosa.
¿Qué puede dar a un cristiano tal alegría como la esperanza de ver y estar con
Cristo mismo? Pero ustedes dicen, «Yo sostengo la doctrina de la venida del
Señor, y no tengo este gozo.» Eso es lo que he estado diciendo. Conocer las Escrituras
sobre ello es una cosa, pero otra cosa es creer que es la verdad revelada de
Dios para ustedes como la actual esperanza de su alma. Si ustedes creen que la
verdad revelada de Dios es que han sido librados de la ira venidera, que sus
pecados han sido borrados, que a su viejo hombre se le ha dado muerte en la
cruz, que han recibido la vida en un Cristo resucitado, y que Él está viniendo
rápidamente del cielo por ustedes, — si es para ustedes una esperanza bendita,
seguramente está calculada para llenar el corazón con el más profundo y puro
gozo. Si eso no le da gozo al corazón, nada lo hará. Concedo que el fundamento
de todo gozo es la redención consumada de Cristo; pero el gozo supremo
es la esperanza de verlo a Él. Por una maravillosa misericordia, tendremos una
corona y un vestido; pero ¿qué son el vestido y la corona comparados con Él? Ellos
no son Cristo; y es una realidad preciosa que,
'Mucho más grande que todos
los demás, Él, Él mismo es tuyo.'
Cuando Pablo pensó en su
servicio en el evangelio, su gozo fue que el Señor venía. En el segundo
capítulo de la primera epístola a los Tesalonicenses se dice, "¿Cuál es
nuestra esperanza, o gozo, o corona de que me gloríe? ¿No lo sois vosotros,
delante de nuestro Señor Jesucristo, en su venida? (1ª. Tesalonicenses
2: 19). Así Pablo, que fue perseguido, a veces casi apedreado hasta la muerte,
rechazado, en la pobreza y la prisión, dice: «Espero con gozo la venida del
Señor, porque entonces conoceré y tendré el gozo de los resultados de mis labores
en el evangelio.» Además, si por un momento consideramos que incluso ahora,
conociendo por medio de la fe a Aquel a quien nunca hemos visto, Le amamos y
nos regocijamos en Él de tal manera que nos regocijamos con un gozo inefable y
lleno de gloria, ¿qué debe ser verle? ¿Qué debe ser tener Su sonrisa
continuamente ante nuestros ojos? ¿Qué debe ser estar siempre en la atmósfera
de Su inmutable, personal y perfecto amor? ¿Qué debe ser tener a Aquel que es el
deleite de nuestros corazones siempre ante nosotros? ¿Qué debe ser verle en
toda Su gloria? Como he dicho, Él mismo lo espera; dijo: "Padre, aquellos
que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para
que vean mi gloria que me has dado" (Juan 17: 24). ¿No es ésta la mayor
bendición que la Escritura pone ante nosotros? — "¡Verán su rostro!"
(Apocalipsis 22: 4). No creo que haya nada de mayor calidad que eso; porque
cualquier bendición que podamos tener antes, cualquier felicidad que podamos
conocer entonces, o cualquier gozo que nos rodee, todavía habría algo que
faltaría si no viéramos, si no pudiéramos ver a Jesús. Pero ciertamente
estaremos satisfechos cuando despertemos a Su semejanza, viendo Su rostro; y,
bendito sea Su nombre, Él también estará satisfecho; porque entonces Él "verá
el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho". (Isaías 53).
Pero hay dos asuntos más a los
que me debo referir brevemente en conexión con esta esperanza. Se trata de lo
que la Escritura enseña en cuanto a la unión eterna y a la separación eterna.
¡Qué solemne! Esta esperanza bienaventurada está asociada con la idea más
unificadora de las Escrituras. En esta vida presente vemos a los queridos hijos
del Señor separados, apartados y escindidos, a menudo manifestando poco
interés, poca compasión, rara vez tal vez entregándose a la oración los unos
por los otros. Ahora hay pocos abrazos entre ellos, poco de la ternura de
corazón que caracterizó a los santos de antaño. Pero todo esto cambiará cuando
venga el Señor. Todos los que son de Cristo, aunque ahora estén separados,
serán reunidos para encontrarse con el Señor en el aire. Entonces viviremos
como debemos vivir, y amaremos como debemos amar. Lo que hacemos ahora de forma
imperfecta, lo haremos bien a Sus ojos. Por muy ignorantes que seamos ahora, en
aquel entonces sabremos cómo somos conocidos. Estaremos perfectamente unidos.
¡Qué bienaventurado! Pero en relación con esta verdad de que los santos están
unidos, hay también una alarmante certeza de separación en relación con
la venida del Señor Jesús. Los que son arrebatados y llevados a la esfera de la
bendición eterna se limitan a los que son de Cristo. La Escritura es muy
categórica. No incluye a todos los religiosos; no dice los que han sido
bautizados; no dice los que han asistido regularmente a ‘la iglesia’ o a ‘la
capilla’; no, no dice tal cosa. Dice, "los que son de Cristo, en su
venida" (1ª. Corintios 15: 23), quienesquiera que sean o dondequiera que
estén. Muchos de los que pueden ocupar altos cargos aquí, y ser considerados
como las personas más religiosas y consagradas, si no son de Cristo, su
desnudez será manifestada, su turbio estado será puesto al descubierto, toda
máscara será quitada, y se dará a conocer que el que no estaba con Cristo ha
estado realmente contra Él. Entonces se descubrirá, tal vez, que no había
enemigos de Cristo como los meros profesantes vacíos. A veces nos sentimos como
si nos estuviéramos acercando al final de nuestra labor en la tierra; pero
nuestro deseo más ferviente es que Dios nos impida hacer meros profesantes,
sembrar cizaña, porque es claramente la obra de Satanás. Sé que hay muchos que
piensan que primero deben hacer que las personas sean cizaña, y que entonces se
convertirán más fácilmente en trigo. No puedo verlo en las Escrituras; veo que
la cizaña es declarada allí como la obra del malo. Para lo que deberíamos desear
vivir es para que Cristo sea magnificado, Sus santos bendecidos y las almas
llevadas al Salvador, para que Él sea glorificado. Por lo tanto, si hay una
persona aquí que no ha recibido al Señor Jesús como su Salvador, le ruego,
antes que salga de esta habitación, que se incline ante Jesús el Hijo de Dios,
y Le acepte como su Salvador y su Amo. "Señor, ¿qué quieres que yo
haga?" (Hechos 9: 6). Éstas son las verdaderas marcas de un verdadero
cristiano: él reconoce a Cristo como su Salvador, y también como su Amo.
"Señor, ¿qué quieres que yo haga?" es el lenguaje del alma que ha
recibido a Cristo como su Salvador. Por lo tanto, dado que va a llegar el
momento en que estarán para siempre con Cristo, o desterrados para siempre de Su
presencia, les ruego que oigan esta verdad. Cuando Jesús venga, como he dicho, ello
estará relacionado con la unión eterna en la gloria, o con la separación
eterna. En ese momento, la esposa que cree será quitada para siempre al marido
que no cree, o el marido creyente a la esposa incrédula. Les suplico ahora,
mientras sea el tiempo aceptable y el día de salvación, que piensen
solemnemente en estas cosas en la presencia de Dios. Les suplico
encarecidamente, como pobres pecadores perdidos, culpables y condenados, que no
pueden hacer nada en la carne para complacer a Dios, que tienen una naturaleza
que no está sometida a Dios, y que nunca puede estarlo — les suplico que vengan
tal y como son al bendito Señor Jesucristo, — aquel bendito Salvador resucitado
en la gloria, que todavía dice, "Al que a mí viene, no le echo fuera"
(Juan 6: 37). Pero si ustedes aún Le rechazan, recuerden que, si viene esta
noche, los dejará atrás para que perezcan con los inicuos. Les ruego, mientras
Dios predica la paz por medio de Jesucristo, que no Le rechacen, que no rechacen
a este bendito Jesús que ama al pecador y que está a la diestra de Dios, que se
deleita en la misericordia, que puede salvar hasta lo sumo, y que todavía dice,
" Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré
descansar" (Mateo 11: 28). Que Dios los bendiga, queridos amigos, para que
puedan escapar de la ira venidera, y no estén entre ese desdichado número de
personas que llamará a la puerta cuando sea demasiado tarde; que sólo creerán después
que se cierre la puerta; y que oirán la voz del Señor llenándolos de una
angustia y desesperación indecible, diciendo: "Apartaos de mí",
"Nunca os conocí" (Mateo 7: 23).
A aquellos de
ustedes que están en Cristo, que aman
y honran Su amado nombre, pero que hasta ahora no han esperado Su venida, que
la luz de la verdad revelada de Dios resplandezca de tal manera en sus almas,
que puedan empezar desde este momento a clamar, "Ven, Señor Jesús"; porque
Él dice, "vendré otra vez y os tomaré conmigo; para que donde yo estoy,
allí estéis también vosotros". (Juan 14: 3 – LBLA). Yo digo nuevamente,
comiencen ustedes esta noche a darle la respuesta adecuada a esa preciosa
promesa — a saber, " Amén; sí, ven, Señor Jesús". (Apocalipsis 22:
20).
H. H. Snell (Marzo 1817 - Enero 1892)
Traducido del inglés por: B.R.C.O. – Agosto 2020
Otras versiones de La Biblia usadas en esta traducción:
LBLA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by
The Lockman Foundation, Usada con permiso.
VM
= Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada
por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).
Título original en inglés: The Coming of the Lord, the Christian's Hope, by H. H. Snell
Versión Inglesa |
|
|