Siete
Sermones acerca de la Segunda Venida y el Reino
de nuestro Señor Jesucristo.
H. H. Snell
Primer Sermón:
El
Fundamento Escritural de la Perfecta Paz con Dios
Todas las citas
bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas
de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares
en que además de las comillas dobles ("") se indican otras versiones
mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.
Lectura Bíblica: Romanos 7: 24,
25; Romanos 8: 1 a 17.
Si a ustedes le parece
extraño, amados amigos, que yo comience una serie de discursos acerca de la
segunda venida y el reino de nuestro Señor Jesucristo con un tema como ' El
Terreno Escritural de la Paz Perfecta con Dios', yo diría que mis motivos para
hacerlo son estos: a saber, en primer lugar, yo encuentro que el Espíritu
Santo, en las Escrituras del Antiguo Testamento, ha relacionado de manera
notable los padecimientos de Cristo y las glorias que siguen a continuación; y
en el Nuevo Testamento, donde tanto de la venida del Señor Jesucristo es traído
ante nosotros, ello es generalmente en conexión con Sus padecimientos. Existe
asimismo un gran peligro en el día actual, y es el de que las personas se
ocupen de temas asociados con la segunda venida del Señor, en lo que yo
llamaría de una forma política, es decir, considerando los diversos
acontecimientos de la Escritura de forma muy parecida a la manera en que una
persona estudia los acontecimientos políticos de la época actual. Esto puede
gratificar el intelecto, pero tengan la seguridad de que tales personas
encontrarán muy pocas bendiciones en sus almas. Yo estoy persuadido de que estar
simplemente ocupado con acontecimientos proféticos aparte de Cristo no es el modo
de obrar del Espíritu ya que los padecimientos y la muerte de Cristo son el
fundamento mismo de las glorias que aún serán reveladas. Pero hay otro motivo
por el que empiezo con el presente tema. Me pregunto: ¿Cómo es posible que
alguien espere al Hijo de Dios desde el cielo y clame sinceramente, "sí,
ven, Señor Jesús?" (lo cual, me temo, todo cristiano debe hacer según el
último capítulo del Apocalipsis), mientras él tiene alguna duda sobre su
aceptación en Cristo, y no está seguro de la salvación presente y la liberación
eterna de la ira venidera? Por lo tanto, se me ocurrió que debiéramos dedicar
un poco de tiempo, al comienzo mismo, acerca del verdadero fundamento de la
paz, especialmente por el bien de aquellos que todavía no han encontrado la paz
y el descanso delante de Dios, y tratar de persuadirlos de que consideren este
tema solemnemente como estando en la presencia de Dios, y a la luz de Su verdad
revelada.
Permitan que yo diga así de
inmediato, amados amigos, que esa persona que habla acerca de hacer su paz con
Dios manifiesta la mayor ignorancia posible — ignorancia en cuanto a él mismo,
e ignorancia acerca de Dios; y si hay un alma aquí esta noche que alberga tal
pensamiento, le ruego desde este momento que lo deseche por completo de su
mente, y que tome el lugar de un averiguador en cuanto al terreno Escritural de
la verdadera paz con Dios.
Hay muchas personas en el día
actual que parecen imaginar que tienen ante ellas un par de balanzas pendientes
de un brazo o palanca, y ellas colocan todas sus buenas acciones, por así
decirlo, en uno de los platillos de la balanza, y todas sus malas acciones en el
otro, y sólo si ellas pueden llegar a la conclusión de que sus buenas acciones
superan a las malas, entonces piensan que hay alguna esperanza acerca de su
salvación. Mis queridos amigos, Dios ha resuelto el asunto. En Su santa palabra
nos dice que la salvación no es "por obras, para que nadie se gloríe".
(Efesios 2: 9).
Otra gran clase de personas
están buscando diligentemente obtener la paz con Dios mediante la observancia
de la ley, observando ciertos mandamientos, ciertas ordenanzas religiosas, y
dedicándose a acciones caritativas, y cosas por el estilo. Estas personas también
son muy puntillosas para no infringir una cierta rutina acerca del día sábado o
día de reposo; para no fracasar en ciertos deberes; para no tomar el nombre del
Señor en vano, y muchas otras cosas, las cuales son muy buenas en su lugar;
pero la trampa es que ellas imaginan, y esperan en vano que, mediante tal
religiosidad, posiblemente obtengan al fin la salvación. Poco piensan ellas en
que la misma ley de Moisés , que les dice las cosas a las que me he referido,
dice también, "No tendrás dioses ajenos delante de mí", y, "No
codiciarás". (Éxodo 20). Entonces, ¿cómo podrían ellas estar delante de
Dios en el terreno de la observancia de la ley? Pero, amados amigos, yo no voy
a ocupar el tiempo esta noche en repasar los diversos modos en que las almas
están siendo engañadas por su equivocada atención a la ley de Dios justa y
santa, sino que me referiré a un versículo de la Escritura que se encuentra en el
tercer capítulo de la epístola de Pablo a los Romanos, versículo veinte, para
mostrar la falacia de esperar paz con Dios en dicho terreno: leemos, "Por
las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque
por medio de la ley es el conocimiento del pecado".
Hay algunas queridas personas —
que son fieles, yo confío, pero mal enseñadas — que están tratando de conseguir
la paz con Dios sobre el fundamento de la experiencia. Ahora bien, yo no estoy
hablando en contra de la experiencia cristiana, o de que voy a definir lo que ella
debería ser; pero estoy seguro que la experiencia nunca da paz — la paz con
Dios. El capitulo séptimo de la epístola de Pablo a los Romanos muestra eso
claramente. Cuanto más el escritor de este capítulo se consideraba a sí mismo, más
miserable se sentía. Él reflexionó acerca de sí mismo muchas veces, de modo que
una parte considerable del capítulo está ocupada con la expresión de sus
sentimientos y experiencias; pero sólo pudo llegar al final a esta conclusión:
"¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?" La
experiencia, entonces, no es el verdadero fundamento de la paz.
Antes de entrar en el lado
positivo de nuestro tema, quisiera llamar a prestar atención sobre otro punto,
y es que la obra del Espíritu en el alma no nos es presentada en la Escritura
como el fundamento de la paz. Multitudes de queridas personas — almas verdaderamente
ansiosas, almas, sin duda, enseñadas de alguna manera por Dios, están
continuamente considerando la obra del Espíritu dentro de ellas en busca de
evidencias, y ellas nunca tienen paz estable. Si ustedes leen los siete
primeros capítulos de esta epístola a los Romanos, (que nos presenta
especialmente el modo en que Dios salva y justifica, tanto sobre el terreno de
la justicia como por gracia, al pecador que cree en el nombre del Señor
Jesucristo), se verá que apenas se alude a la obra del Espíritu. Pero en estos
capítulos, en los que los temas de la justificación y de la paz son
considerados una y otra vez, encontrarán que el apóstol invariablemente
presenta a Cristo — a Cristo crucificado y resucitado — como el único fundamento
de la paz y de la justificación.
Y cuando el alma ha sido
llevada a encontrar descanso ante Dios en el terreno de la obra ya consumada de
Jesús, como lo tenemos al final del séptimo y al principio del octavo capítulo,
entonces ustedes ven que la obra y las operaciones del Espíritu de Dios son abordadas
en gran parte como enseñanza necesaria para aquellos que tienen paz con Dios en
el camino de la fe. Este es, pues, el orden divino. Por lo tanto, yo no diría una
palabra a un alma ansiosa acerca de la obra del Espíritu, sino que le presento
al Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, crucificado por los pecadores, a quien
Dios resucitó de entre los muertos, como el camino de Dios para salvar a los
pecadores perdidos que creen en Él. Aunque cada alma verdaderamente despertada
es regenerada por el Espíritu, aún así el Espíritu, a través de las Escrituras,
le señala a Cristo, y sólo a Cristo, como el fundamento de la paz. Pero cuando él
ha creído, el Espíritu de Dios es enviado a su corazón como las arras (la
garantía), y como el Espíritu de adopción; lo unge, lo sella, toma posesión de él,
lo guía y le enseña a través de todo el camino del desierto, hasta que él se
encuentra con el Señor en el aire, cuando poseerá lo que su corazón ha deseado
durante tanto tiempo, y más de lo que sus pensamientos jamás concibieron.
Entonces, si se pregunta, «¿Cuál
es el verdadero fundamento de la paz con Dios?», yo diría que el fundamento de
la paz con Dios es la persona y la obra del Señor Jesucristo. Es maravilloso
poder decir que la fuente de la paz con Dios es Dios mismo. No es del hombre a
Dios, sino de Dios al hombre. Sólo piensen en esto, que Dios, en Su infinita
gracia, en la perfección de Su propio amor, ha dado el más maravilloso de todos
los dones, Su Hijo unigénito, para redimirnos de toda iniquidad; para que
ahora, a través de una obra ya consumada, podamos tener una paz plena y
duradera y descansar en la santa presencia de Dios, sin una pregunta, un temor
o una nube.
Hay tres grandes motivos por
los
que muchas almas ansiosas y sinceras no tienen paz con Dios. Uno es que no han
recibido completamente la verdad de las Escrituras registrada en este octavo
versículo de Romanos 8, a saber, "que "los que están en la carne no
pueden agradar a Dios". (Romanos 8: 8 – LBLA). El segundo motivo es que tienen conciencia de sus
propias transgresiones, la carga de los pecados que ellos mismos han cometido.
Sus conciencias no tienen reposo. De vez en cuando los pecados antiguos surgen
y los miran a la cara, de modo que están muy preocupados. El tercero, y tal vez
el más importante de los motivos, es la propia persona. Veamos cada uno de
estos tres puntos.
En primer lugar, recuérdese
que la declaración "los que están en la carne no pueden agradar a Dios
" es la verdad de Dios, lo reconozcan o no los hombres. Es el propio
veredicto de Dios de lo que el hombre es en la carne. Si una persona no tiene
claro este punto, si no lo ha recibido como una revelación divina, si no lo ha
captado como la verdad del Dios viviente, estará continuamente pensando en
enmendar, mejorar, alterar, hacer una cosa u otra para recomendarse a Dios. De
una u otra manera, se considerará a sí mismo; a veces, puede ser, hinchado de
orgullo, otras veces abatido por la desesperación. Estará pensando en él mismo,
en su utilidad, en su benevolencia, en su piedad. De alguna u otra manera él recurrirá
continuamente a sí mismo, a menos que vea que Dios, de un golpe, por así
decirlo, ha decidido todo el asunto por él, que vea que estando "en la
carne", educado o inculto, virtuoso o vicioso, religioso o disoluto, él no
puede complacerle. Queridos amigos, recomiendo esto especial y afectuosamente a
cualquiera de ustedes que no tenga paz estable con Dios. Digo que, si no tienen
claro ese gran principio de la verdad divina, estarán continuamente considerándose
a sí mismos, contando con recursos en ustedes mismos, levantando expectativas
de ustedes mismos; y así no pueden tener paz con Dios. Pero creyendo que ningún
esfuerzo carnal puede complacer a Dios, ustedes se ven obligados a buscar la
paz fuera de ustedes mismos, y la encuentran felizmente presentada a ustedes
por Dios mismo en la muerte y resurrección de Su amado Hijo.
En cuanto al segundo punto —
a
saber, los pecados, yo me refiero a las transgresiones reales, las cosas que
una persona sabe que ha cometido, y siente que es malo a los ojos de Dios.
Estas cosas le miran a usted fijamente a la cara. De vez en cuando se elevan
sobre su conciencia con tal fuerza y frescura, que los pecados de una historia
de veinte o treinta años vienen sobre él con la culpa de esos días. Esto le
llena de angustia, y clama con amargura de alma que él es un pecador culpable,
y que no conoce a nadie tan vil como él. Está absorto en sus pecados. Es
evidente que cuanto más ocupado está con sus pecados, más depresión mental e
infelicidad debe tener. Él puede luchar, gemir, ser diligente en la
religiosidad de diez mil maneras, pero no encontrará alivio hasta que vea que
todo ha sido expiado por Jesús, el Portador del pecado.
En cuanto al tercer motivo —
a
saber, el 'yo', es posible que no todos entiendan lo que quiero decir. Por lo
tanto, intentaré dejarlo tan claro como pueda. Por el 'yo' no me refiero al mal
exterior que ha cometido una persona, sino a las cosas internas del corazón de
las que ninguna criatura es consciente, sino el 'yo', y Dios que escudriña el
corazón. Me refiero a esas horribles corrupciones, esos viles pensamientos,
esas pasiones, esos afectos, inclinaciones y motivos de los que deberíamos
avergonzarnos de contar a cualquiera; esas actividades del egoísmo, del orgullo,
del temperamento y todas las diez mil abominaciones del 'yo' que no pueden ser
manifestadas a un solo ser a nuestro alrededor. Aquí es donde están muchas
personas. Gimen por las miserias del 'yo'. No han conseguido liberarse del yo. Puede
ser que no estén tan intranquilos como algunos otros, acerca de haber cometido
cosas terriblemente malas, como ellos lo están por lo que son en sí mismos.
Ahora bien, Dios en Su Palabra ha abordado todas estas dificultades, para que
el alma pueda estar en perfecto descanso y paz ante Él, y por Su maravillosa
gracia ser más feliz en Su presencia que en la de cualquier otro.
No necesito decirles que está
registrado en las Escrituras, una y otra vez, que Cristo fue el portador de los
pecados. — "Él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre la cruz".
(1ª. Pedro 2: 24 – LBLA). En el tercer versículo del octavo capítulo de Romanos
leemos, "Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a
causa del pecado, condenó al pecado en la carne". Tenemos así a Cristo
presentado a nosotros como levantado en el madero, el propio Hijo de Dios portador
de los pecados, y a Dios mismo condenando los pecados del pecador en la persona
de Su propio Hijo. De modo que el pecador que cree puede pensar en todos sus
pecados a la luz de la santa presencia de Dios, y mirando hacia atrás a la cruz
de Cristo puede decir, «Él fue herido por mis transgresiones, molido por mis iniquidades.
El castigo, por mi paz, cayó sobre El, y por sus heridas he sido sanado.»
(véase Isaías 53: 5 – LBLA). Así que, si Dios condenó mis transgresiones en Su
Hijo Jesucristo, ciertamente sería acusarlo a Él de injusticia, el no perdonarme
libre y plenamente y justificarme de cada parte de la culpa. Por lo tanto, en
el quinto capítulo de esta epístola, se nos dice que, "Por tanto, habiendo
sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro
Señor Jesucristo". (Romanos 5: 1 – LBLA).
Con respecto a liberarse del
"yo", esta terrible plaga, la Escritura nos da una clara enseñanza,
especialmente en el sexto capítulo de la epístola a los Romanos, y en las
epístolas a los Gálatas y a los Colosenses. Allí nos enteramos de que Dios ha
juzgado y desechado esta naturaleza maligna con la que el cristiano tiene que
lidiar tan dolorosamente. Es lo que el cristiano encuentra en sí mismo lo que
le intranquiliza tan peculiarmente — a saber, lo que él es como hombre en la
carne; y yo digo que tenemos en la Escritura el propio relato de Dios sobre
cómo Él ha suplido nuestra necesidad a este respecto, para que el alma esté en
perfecto descanso y paz, en lo que se refiere a la conciencia. En la última
parte del séptimo capítulo de la epístola a los Romanos encontramos una persona
que exclama, "¡Miserable hombre de mí!" (Romanos 7: 24 – RVA). Ahora
bien, observen aquí que no dice, «¡Oh, miserables pecados que yo he cometido!»
Eso también podría ser muy cierto. Pero la Palabra es, "¡Miserable hombre!",
el hombre miserable que soy. Se trata de lo que él es en sí mismo. El
otro día me sorprendió una señora que me dijo que cuando era una niña se
lamentaba de su miseria. Un caballero que estaba cerca de ella en una ocasión
dijo, «¿Qué puede saber esa pequeña sobre el pecado?» Ella dijo que lo que le
preocupaba no eran los pecados que había cometido, no era la transgresión real
contra Dios, sino la vileza de sí misma. Tengan la seguridad, queridos amigos,
que esto es lo que el Espíritu de Dios da a conocer a las almas; porque enseña
que "los que están en la carne no pueden agradar a Dios". (Romanos 8:
8 – LBLA). El clamor es: "¡Miserable hombre de mí! ¿Quién me
librará?" ¿Librarme de qué? ¿De mis pecados? ¿De mis transgresiones? No; sino
de algo más profundo que estos. De la cosa que causó las transgresiones; o, ¿lo
diré? del mecanismo, por así decirlo, que da a luz las transgresiones, de la
raíz de la que brotan todas las transgresiones, y el clamor es: "¿Quién me
librará (de este horrible 'yo') ¿de este cuerpo de muerte?". (Romanos 7:
24 – RVA). Ahora bien, yo pregunto, ¿cómo consiguió el autor del clamor la
liberación? ¡Ah! No la consiguió considerándose a sí mismo. Una joven dama,
amiga mía, algunos años atrás me dijo que pensaba que estaba siguiendo el
camino bienaventurado, y que se estaba volviendo muy religiosa, porque decía, «Yo
he escrito todos mis pecados que puedo recordar, y los leo todas las mañanas esperando
que me vuelva buena y me haga humilde y piadosa al hacerlo.» Pobre alma
querida, ¿qué bien podría ella obtener de eso? Bueno, si ella hubiera sido
enseñada por el Espíritu de Dios, habría llegado a esto, "¿Miserable hombre
de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?" ¡Ustedes nunca
obtendrán la liberación por considerar el 'yo' en cualquier forma, nunca! — un
'yo' bueno, un 'yo' malo, un 'yo' religioso, un 'yo' educado, o un 'yo' moral,
un 'yo' reformado, un 'yo' intelectual; pues la Escritura declara, "los
que están en la carne no pueden agradar a Dios". (Romanos 8: 8 – LBLA).
Entonces, ¿Cómo encontró liberación esta alma inquieta? ¿Ah! La respuesta es
esta, miró a Dios. Él había estado huyendo de Dios; y eso es lo que algunos de
ustedes han estado haciendo. Sí, huyendo de Dios, pues ustedes no saben de qué
manera Dios ama a los pobres pecadores. Tal vez ustedes nunca han pensado en
eso, en que, "de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito"
para salvar pecadores (Juan 3: 16). ¿Ah! ¿Han entendido ustedes alguna vez que
el amor de Dios, en Cristo crucificado y resucitado, a los pobres pecadores que
perecen, es la fuente de toda paz verdadera? "¿Quién me librará?" es
el clamor. Y presten atención a las siguientes palabras, "¡Doy gracias a
Dios por medio de Jesucristo nuestro Señor!"
(Romanos 7: 25 – RVA). Así es cómo él obtuvo liberación. Si un alma dice, «¿Librará
Dios a un pobre pecador como yo?» Sí, Él lo hará; porque, aunque Él es un Dios
justo, Él es un Salvador. Y ustedes nunca encontrarán la paz, amigos, a menos
que la obtengan de Dios, y a través de nuestro Señor Jesucristo. ¿Quién me
librará? "¡Doy gracias a Dios!" — allí está la voz de la alabanza — "Doy
gracias a Dios" — ¿por qué? — "por medio de Jesucristo nuestro
Señor!". Ahí es donde obtuvo la liberación — a saber, de Dios, y por medio
de nuestro Señor Jesucristo. Así que Dios mismo es quien cuyo brazo ha traído
salvación; y Él mismo es el que predica la paz por medio de Jesucristo. Y Dios
mismo es quien declara que todo aquel que viene a Él, por medio de Su Hijo
unigénito, Él de ninguna manera le echará fuera, sino que lo salvará hasta el
final. Por eso es que podemos decir, "¡gracias a Dios por medio de
Jesucristo nuestro Señor!" Pues bien, cuán sencillo es esto. No solamente
hay liberación de la culpa de la transgresión, sino liberación de todo el
asunto — liberación de uno mismo, del 'yo'. El hombre miserable, con todas sus
miserables experiencias, todas las cosas que lo acongojaban, y lo afligían, y
condenaban a la conciencia despertada — todo lo que le hacía sentir cuán malo
era él, lo vio plenamente cubierto en la Cruz de Cristo. Cuán maravillosamente
Dios vino a salvarlo tal como él era — en sus pecados, en su culpa, en su
ruina, un hombre perdido; y lo salvó perfectamente y para siempre por medio de
la obra expiatoria de Su Hijo Jesucristo.
Pero, amigos queridos, más que
eso es lo que ha sido traído ante nosotros aquí. No solamente hay paz para un
pobre pecador arruinado, en y por medio de nuestro Señor Jesucristo, sino que
Dios haría que Sus hijos fuesen llenados con sabiduría y entendimiento
espirituales con respecto a la manera en que Él ha venido y se ha encontrado
con nosotros, y nos ha librado, y a la aceptación que tenemos ahora delante de
Él; para que podamos inteligentemente, y en toda la libertad del amor, entrar
en Su presencia, y adorarle como redimidos por la sangre de la cruz y aceptos
en el Hijo de Su amor. En el versículo que sigue encontramos la experiencia que
este gimiente tiene ahora como cristiano — es decir, como una persona salvada.
Yo los llamo a prestar atención a este hecho pues es inmensamente importante.
Muchas personas piensan que después de haber creído en el Señor Jesús para
salvación, ellas no debiesen sentir un mal pensamiento brotando en sus
corazones, o malos deseos, o malas sugerencias, como si la regeneración y la
reconciliación les quitaran su mala naturaleza por completo. No obstante, todo
cristiano siente que ese no es el caso. Presten atención, por tanto, a lo que
sigue a continuación, leemos, "Así que yo mismo, por un lado, con la mente
sirvo a la ley de Dios, pero por el otro, con la carne, a la ley del pecado".
(Romanos 7: 25 – LBLA). Es decir, él considera al hombre miserable, lo que él
era en la carne, ya no como a sí mismo; él considera "la carne" como
un enemigo; la ha desautorizado como no apta para Dios en la cruz; él se
considera ahora como una persona que tiene otra naturaleza, él es una nueva
creación, tiene otra existencia; él tiene vida. Es esta nueva naturaleza en él lo
que él llama ahora "yo mismo"; es este principio, esta naturaleza,
con independencia de cómo la llamemos, la que sirve a la ley de Dios; y es
"la carne", ese 'yo' incurablemente malo bajo el cual él gemía, la
que aún sirve a "la ley del pecado". Yo digo que ese versículo
describe, de hecho, lo que todo cristiano es. No hay un solo cristiano que viva
sobre la faz de la tierra que no tenga estos dos principios o naturalezas; con
una, la que nace del Espíritu, la nueva vida, él mismo sirve a la ley de Dios,
pero con la otra naturaleza, la que nace de la carne, si la deja entrar en
acción, no puede servir más que a la ley del pecado. "La carne" no
puede complacer a Dios, pónganla de la forma que a ustedes les plazca; ella es
un árbol corrupto, y no puede dar buenos frutos. La carne no puede servir a
nada que no sea carnal, y mundano, y malo; y la nueva naturaleza, que nace de
Dios y no puede pecar, nunca puede hacer nada contrario al pensamiento de Dios.
Yo digo que estos dos principios están en todo cristiano verdadero. Asimismo,
el hombre que disfruta una paz estable con Dios por medio de Cristo, bien sabe
que hay una guerra ocurriendo en él entre esos dos principios, según las
palabras del apóstol en Gálatas 5: 17, donde leemos, "Porque el deseo de
la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne"; y
lejos de que ellos algún día se unan, se añade, "y éstos se oponen entre
sí". Es inmensamente importante que el creyente vea claramente que tiene
en él ese algo maligno que debe mantener bajo control y no confiar. Teniendo
vida en Cristo, debe clamar y confiar en el Señor para tener fuerza, para que él
pueda, "por el Espíritu", hacer morir "los hechos del
cuerpo". (Romanos 8: 13 – VM).
Además, ¿acaso no es un
asombroso consuelo para el cristiano tener el testimonio de la verdad de Dios
de que la cruz del Señor Jesucristo es la respuesta a sus pecados, y conocer a
Jesús también en esa cruz como su Sustituto, y que por lo tanto todo lo vil del
'yo' ha sido virtualmente, judicialmente, y, según la justicia, crucificado,
muerto con Él? ¿No es esto lo que se nos dice en el sexto capítulo de Romanos? Leemos,
"Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con
él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más
al pecado". De modo que ustedes ven que no fueron meramente los pecados
los que fueron puestos sobre Cristo, sino que el viejo hombre fue crucificado
con Él; no sólo para que los pecados fueran expiados, sino para que el pecado,
raíz y rama, es decir, el cuerpo del pecado, fuera anulado. Si yo no lo
supiera, ¿cómo podría aventurarme a acercarme a Dios? ¿Cómo podría uno ser
feliz en Su presencia?
Entonces, conforme a esta verdad
bienaventurada, nosotros tenemos en Romanos 6: 11 las siguientes enseñanzas:
leemos, "Así también vosotros consideraos muertos [o, considerad que
habéis muerto] al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro".
Se nos dice así, por medio del Espíritu Santo, que hemos de considerarnos
de esta manera, "Así también vosotros consideraos", etc.
Aunque yo se que aún tengo esta mala naturaleza, yo he de considerar que a ella
se le ha dado muerte judicialmente, crucificada en la cruz de Cristo, y
sepultada en la tumba de Cristo. Y tengan la seguridad, queridos amigos, que
nunca conseguirán ustedes la victoria sobre ustedes mismos sin esto. Nunca estarán
tranquilos en la porción bienaventurada que Dios les ha dado en Cristo hasta
que puedan ver en la cruz del Calvario el justo juicio de Dios sobre la carne
con sus afectos y pasiones. Hay un texto al que debo referirme ahora en
relación con este tema, y llamo la atención sobre él porque creo que a menudo
es mal entendido. En Gálatas 5: 24, leemos, "Los que son de Cristo han
crucificado la carne con sus pasiones y deseos". Pues bien, ¿qué significa
esto? ¿No se ajusta exactamente a lo que hemos estado considerando? ¿De qué
manera he crucificado yo la carne con los afectos y pasiones? La respuesta es
clara. Porque yo, como creyente, he consentido el juicio justo y equitativo de
Dios sobre mí mismo como hombre en la carne, como siendo totalmente incapaz de
complacer a Dios, y no apto para Su presencia. No sólo he consentido la
justicia de ese juicio, sino que lo he aceptado como mi único fundamento sobre
el cual estar, y que Dios ha consumado por Su misericordia para mí en Cristo,
mi Sustituto; de modo que de esta manera he crucificado la carne con los
afectos y pasiones. He desechado así la carne; la he crucificado; he oído a
Dios declarar que mi viejo hombre está crucificado con Cristo, para que el
cuerpo del pecado sea anulado; y lo he aceptado de corazón, y he dicho: «Sí,
ese es un juicio justo y merecido.» La fe hace esto, y se ocupa que Dios sea
glorificado en ello. ¡Qué bendición tan maravillosa es esta! ¡De qué manera
exacta Dios ha suplido para nuestra profunda necesidad! Yo no conozco partes de
la Escritura tan llenas de consuelo y bendición, tan calculadas para
establecernos y apoyarnos, y para atraernos con dedicación a Dios, como las que
muestran cómo completa y judicialmente Dios nos ha desechado en cuanto a la
carne, y sin embargo Él ha asegurado nuestra aceptación eterna ante Él en
Cristo, dándonos una posición en Su presencia, por medio de la muerte y en la
resurrección de nuestro Señor Jesucristo.
Pero más. Nosotros hemos
estado considerando las Escrituras que muestran lo que Dios ha consumado para
nosotros en la muerte de Su Hijo Jesucristo. Ahora vayamos un paso más allá, porque
Dios ha presentado abundante motivo en Su palabra acerca de por qué el creyente
no sólo debe tener paz, paz permanente, en Su presencia, sino también por qué
él debe ser un adorador alegre, y un hijo feliz, amoroso y obediente. Hay dos asuntos
a los que me voy a referir. Uno es la posición del creyente en la vida de
resurrección en Cristo; y el otro, las nuevas relaciones que él establece con
Dios y con Su amado Hijo.
En Romanos 8: 1 leemos, "Por
consiguiente, no hay ahora condenación", ¿para quién? — "para los que
están en Cristo Jesús". (Romanos 8: 1 – LBLA). Observen que se
trata de una bendición actual — "ahora". Es para los que están
"en Cristo Jesús". Este es un paso más allá de la cruz de Cristo. Es
el otro lado de la muerte. Ustedes dirán, «Nosotros siempre estuvimos en Cristo
según el propósito eterno de Dios.» Eso es muy cierto; pero no estoy hablando
de eso ahora. Los creyentes están ahora en Cristo, participando de Su vida,
como resucitados de la muerte. Es la vida en Uno que está al otro lado de la
muerte.
Cualesquiera que fueron los
consejos y propósitos de Dios, nosotros no teníamos unión con Cristo antes de
Su muerte. Se nos dice, "Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere,
queda solo". (Juan 12: 24). De esto se desprende claramente que Cristo
estaba solo, y habría estado solo, si no hubiera muerto. No podríamos haber
estado en Él, no podría haber habido ninguna unión, hasta después que Él
hubiera muerto; y por lo tanto la Escritura nos dice, "Él os dio vida a
vosotros [u, os hizo vivir], cuando estabais muertos en vuestros delitos y
pecados". (Efesios 2: 1). Pero, ¿cómo? Se nos dio vida juntamente, y
fuimos resucitados juntamente, y se nos hizo sentar juntamente en los lugares
celestiales en Cristo Jesús. Nosotros no estamos aún con Cristo,
pero estamos en Cristo. Por consiguiente, en Romanos 8: 2 encontramos lo
siguiente, "La ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de
la ley del pecado y de la muerte". Entonces, es vida en un Cristo
resucitado. este es el punto. No se trata meramente de una liberación de la ira
por medio de la sangre de la cruz, sino de la vida en un Cristo resucitado.
Amigos queridos, ¿acaso no es este el fundamento para una paz permanente, sólida,
y también de la comunión con Dios? ¿Y no nos hará esa gracia, si realmente es
conocida en poder, estar dispuestos a gastar de lo nuestro y a desgastarnos a
nosotros mismos en Su servicio? (2ª. Corintios 12: 15) ¡Oh, que todos pudiéramos
entrar en la
dignidad y la bendición de tener la vida en un Cristo resucitado! Un amigo mío
hace algunos años visitó un lugar lejano donde había muchos cristianos, y al
escribirme dijo, «Los cristianos de aquí no conocen la vida.» Me temo que pocos
cristianos están realmente en sus almas en este terreno bienaventurado de
muerte y resurrección, y disfrutando de la realidad de estar ahora en
Cristo Jesús.
Entonces, nosotros tenemos,
¡Bendito sea Dios! vida en un Cristo resucitado. Cristo es nuestra vida. Hemos
pasado de muerte a vida; en Cristo estamos sentados en los lugares celestiales.
"Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida
está en su Hijo". (1ª. Juan 5: 11). "El que tiene al Hijo, tiene la
vida" — vida en un Cristo resucitado. Nosotros hemos resucitado con
Cristo. No sólo es redención del pecado, sino que somos llevados a
Dios; por eso encontramos en Apocalipsis 5 que el cántico de los ancianos en
gloria es, "Nos has redimido para Dios. Lo que nos da gozo no es
meramente ver aquello de lo que hemos sido librados, sino ver adonde somos
llevados — acercados a Dios en Cristo Jesús por medio de Su sangre preciosa.
Consideremos bien esto y nunca olvidemos qué derecho infalible para la
bendición tenemos en la sangre preciosa de Cristo. Dicha sangre nos ha llevado
a Dios, cerca de Dios, a la presencia de Dios. La sangre de Cristo nos ha dado
libertad para entrar en el Lugar Santísimo, y un derecho para estar allí y
compartir la herencia con el bendito Señor. ¡Qué preciosa verdad es esta!
Pero yo debo llevarlos a otro
importante versículo en este capítulo octavo. Este versículo sigue a
continuación de la drástica declaración, "Los que están en la carne no
pueden agradar a Dios". (Romanos 8: 8 – LBLA). Las palabras son muy
notables, "Vosotros no estáis en la carne".
(Romanos 8: 9 – LBLA). En el capítulo 7 el apóstol dice, "mientras estábamos
en la carne" (Romanos 7: 5), y ahora él dice, "Vosotros no estáis en
la carne". ¿Cómo es esto? Es porque, como yo he tratado de demostrar, como
un hombre en la carne usted ha sido juzgado y se le ha dado muerte en su
Substituto, el Señor Jesucristo; así que ahora usted no tiene existencia
delante de Dios como estando en la carne. Dios sabe que usted aún tiene la
carne, y lo disciplinará si usted anda en ella; pero Él lo ve a usted en
Cristo, y no en la carne. Ahora bien, reciban esto, queridos amigos, como la
verdad de Dios revelada. Yo no puedo decirles cuán inmensa bendición es tener
un conocimiento claro de esto a partir del testimonio de la propia palabra de
Dios. Nuestra posición en el primer Adán ya no existe, de modo que el Espíritu
Santo dice, "Vosotros no estáis en la carne" (Romanos 8: 9 – LBLA), y
claramente ese debe ser el caso, porque ustedes están en Cristo. Ustedes no
pueden estar en ambos en cuanto a su posición delante de Dios. No pueden estar
bajo condenación y justificación en un mismo momento. No pueden estar al mismo
tiempo en el primer Adán condenado, y en el postrer Adán, el Señor Jesús
aceptado. No; la cruz de Cristo ha ignorado su vieja posición Adánica; la culpa
de ella, el mal de ella; el viejo hombre, con sus afectos y pasiones ha sido
tratado de manera justa en la cruz de Cristo, y fue puesto fuera de la vista en
Su tumba; y felices son los que están satisfechos con que su viejo hombre permanezca
allí. Ustedes tienen una nueva vida en un Cristo resucitado, y por eso es que
ustedes no están en la carne, sino en el Espíritu; y la vida que viven ahora en
la carne es una vida de fe en el Hijo de Dios. Ustedes tienen una vida
espiritual. La Escritura dice, "El que cree en el Hijo tiene vida eterna"
(Juan 3: 36) — no dice tendrá, sino "tiene" vida eterna. En efecto,
ustedes tienen la posesión actual de la vida eterna. Amados amigos, los invito
afectuosamente a prestar atención al pasaje que estamos considerando ahora,
"Vosotros no estáis en la carne". (Romanos 8: 9 – LBLA). Si ustedes
dicen, «Yo estoy en la carne», todo lo que puedo decir es que ustedes
contradicen la verdad de Dios, y rechazan la verdadera gracia de Dios. Tengan
la seguridad de que ustedes nunca tendrán paz con Dios en cualquier otro
terreno que no sea el que Él ha consumado para nosotros en Cristo. Si ustedes
no pueden someterse a las palabras del Dios vivo, entonces digan adiós a
cualquier paz de alma; ustedes no pueden tenerla. Ninguna persona que no se
sujeta a Su verdad puede tener paz con Dios. La fe recibe y se somete a la
palabra de Dios. Y, ¡oh! cuando nos consideramos a nosotros mismos, y
consideramos esos pobres, débiles, miserables, desdichados seres que somos,
debiéramos regocijarnos con gozo inefable cuando encontramos a Dios diciéndonos
lo que Él ha hecho por nosotros por medio de la sangre de Cristo, y en Él
resucitado y ascendido. ¡Bendito sea Su nombre! Él nos ha dado una posición en
Su propia presencia tan perfecta que puede decirnos, "vosotros estáis [no
dice , estaréis, sino estáis] completos en él, que es la cabeza de todo
principado y potestad". (Colosenses 2: 10). ¿No es una verdad preciosa que
Cristo haya consumado la redención eterna para nosotros? ¡Cuán bienaventurado
es saber que Él nos presenta en toda la perfección de Su propia aceptación
delante de Dios!
Pero no debo pasar por alto lo
que sigue a continuación acerca del Espíritu Habitante. "Si en verdad el
Espíritu de Dios habita en vosotros". (Romanos 8: 9 – LBLA). Una persona
puede decir, «Yo no creo que tengo el Espíritu de Dios morando en mí.» Puede ser,
pero no debemos olvidar que las Escrituras dicen: "Si
alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de El". (Romanos 8: 9
– LBLA). Es un asunto serio, queridos amigos, jugar con las verdades
divinas. Leemos: "Vosotros no estáis en la carne sino en el Espíritu, si
en verdad el Espíritu de Dios habita en vosotros". (Romanos 8: 9 – LBLA). Estas
son las palabras de Dios, y están llenas de consuelo y bendición. "Por
cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el
cual clama: ¡Abba, Padre!" (Gálatas 4: 6). Es por medio del Espíritu que
habita en nosotros que conocemos y reconocemos a Jesucristo como Señor sentado
a la diestra de Dios. También es por la habitación del Espíritu en nosotros que
tenemos acceso al Padre. "Porque por medio de él [es decir, de Cristo] los
unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre". (Efesios
2: 18).
Antes de dejar este punto, me
gustaría referirme una vez más a la Escritura a la que ya he llamado aprestar atención
pues ahora se ajusta tan admirablemente con el todo que hemos considerado.
"Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en
Cristo Jesús, Señor nuestro" (Romanos 6: 11). Esta es la vida del
creyente. Él debe considerarse de esta manera, que su vida está en Cristo
Jesús, que Cristo es su vida. "Vuestra vida está escondida con Cristo en
Dios" (Colosenses 3: 3). "Cuando Cristo, el cual es nuestra
vida, sea manifestado, entonces vosotros también seréis manifestados juntamente
con él en gloria". (Colosenses 3: 4 – VM).
Consideremos ahora las 'relaciones'
sacadas a relucir aquí de manera tan bienaventurada. Es posible que una persona
pueda recibir una posición muy elevada sin mucho afecto. Ustedes o yo podríamos
ir a las Islas del Mar del Sur y estar entre personas que no tienen ningún
afecto por nosotros, en absoluto; y podríamos tener una posición muy excelente
en las islas sin que nadie manifieste un verdadero amor hacia nosotros. Pero
Dios, en Su misericordia, nos ha dado la posición más elevada posible en Cristo
Jesús en los cielos; tan cerca de Él mismo como lo está Cristo, y en toda la
aceptabilidad de Cristo; para que pueda decirse verdaderamente, "Como él
es, así somos nosotros en este mundo". (1ª. Juan 4: 17). ¿Está Cristo
vivo? Nosotros también. ¿Es Cristo justo? Nosotros también. ¿Está Cristo cerca
de Dios? Nosotros también. Como estando en Cristo la nuestra es la posición más
digna posible. Pero además de esto existe el más elevado carácter de relación —
a saber, la relación de hijos. En Romanos 8: 14 a 17 leemos, "Todos los
que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Pues no
recibisteis el espíritu de esclavitud para estar otra vez bajo el temor, sino
que recibisteis el espíritu de adopción como hijos, en el cual clamamos:
"¡Abba, Padre!" El Espíritu mismo da testimonio juntamente con
nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, también somos
herederos: herederos de Dios y coherederos con Cristo" (Romanos 8: 14 a 17
– RVA).
Mis queridos amigos, esto no
es una doctrina árida, es alimento para nuestras almas. Es la verdadera gracia
de Dios en la que estamos. En la epístola a los Gálatas se dice, "Todos
sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús" (Gálatas 3: 26), lo que
demuestra una vez más que cada creyente en el Señor Jesucristo es un hijo de
Dios. Es un hijo de Dios, y el Padre se preocupa y vela sobre él. Así que ya ven
que es una realidad bienaventurada y maravillosa. El viejo hombre está tan
desechado, que ustedes son llevados a una nueva creación, con nuevos
privilegios y nuevas relaciones. A ustedes se les hace saber que están en
Cristo, y Él en ustedes, y que están en esta nueva relación de hijos de Dios.
Por lo tanto, el servicio que se espera de ustedes es el servicio de un hijo.
Hace algún tiempo estuve en una casa donde había muchos visitantes y no había
suficiente servicio doméstico para hacer el trabajo. Algunos de los hijos
ayudaron amablemente a servir a los visitantes; pero el carácter del ministerio
de ellos fue muy diferente de aquel del servicio doméstico contratado. Ellos fueron
impulsados sencillamente por el amor. Hubo una feliz libertad; no existió el
temor a la servidumbre relacionada con ello. Sirvieron con placer, cuidando el
honor de su padre. Y así, nuestro servicio a Dios debería participar de este
carácter. Dios nos ha elevado a esta maravillosa posición en un Cristo
resucitado a Su propia diestra, y nos ha llevado a la más elevada, la más
cercana y más querida relación posible con Él — a saber, la de hijos. Esto es
lo que el Espíritu Santo enseña. Nosotros no hemos recibido el espíritu de servidumbre
para estar otra vez bajo el temor, sino que recibimos el espíritu de adopción
como hijos, en el cual clamamos: "¡Abba, Padre!" Y es en el consuelo
de esta verdad que el niño más débil en Cristo debiese estar. Es aquí donde el
creyente de más años debiese estar. Es aquí donde todos los creyentes deben
estar, regocijándose en el completo fin del 'yo', y encontrando en el Señor
Jesucristo la vida y la justicia, y de que somos llevados a Dios en la bienaventurada
relación de hijos. La relación siempre moldea los afectos, y guía la conducta.
Hay otra cosa, pues leemos,
"Si somos hijos, también somos herederos: herederos de Dios y coherederos
con Cristo" (Romanos 8: 17 – RVA). ¿Quién puede decir el significado pleno
de tan
gloriosas realidades? ¿Es que hemos de compartir la herencia con Cristo? ¿Es
que Él no entrará en la herencia sin nosotros? ¿Es que Jesús viene primero del
cielo a buscarnos a nosotros, Sus coherederos? ¿Es esto por lo que el bendito
Señor viene? Ciertamente, porque Aquel que es heredero de todas las cosas
tomará posesión de cada parte de la herencia, ya sea que pertenezca a los
cielos o a la tierra. Todas las cosas han de ser sometidas a Él. Él es el Señor
de todo, el Señor de los vivos y de los muertos. Pero primero descenderá al
aire, y nosotros seremos transformados y ascenderemos a encontrarnos con él, y
entraremos juntos en la herencia como coherederos con Él.
Y permitan que les pregunte
ahora, ¿qué clase de personas debiéramos ser? Si el lugar es este, y si estas
son algunas de las bendiciones a las que somos llevados por medio de la muerte
y resurrección de Cristo, y del don del Espíritu Santo, por la gracia de Dios,
yo digo, ¿cuáles deben ser las características que nosotros manifestamos aquí
abajo? ¿Qué debemos mostrar? Debiéramos estar sometidos a Cristo, seguir a
Cristo; debiésemos servir, y honrar a Él; ¿y qué más? Debiésemos esperar Su
regreso desde el cielo. Ahora bien, observen, queridos compañeros cristianos,
que ustedes no tienen que esperar la vida eterna; nosotros hemos visto que
ustedes tienen eso. Leemos, "El que cree en mí, tiene vida eterna".
(Juan 6: 47). Ustedes no tienen que esperar justicia; eso también lo tienen.
"Cristo es el fin de la ley para justicia a todo aquel que cree". (Romanos
10: 4 – LBLA). Ustedes no tienen que esperar la unión con Cristo, pues ustedes tienen
eso. "Por un mismo Espíritu todos nosotros fuimos bautizados, para ser constituidos
en un solo cuerpo". (Romanos 12: 13 – VM). No tienen que esperar al
Espíritu Santo. Ustedes han visto que el Espíritu Santo es dado a los que
creen, y, "Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de
El". (Romanos 8: 9 – LBLA). Entonces, ¿qué tienen ustedes que esperar?
Tienen que esperar la venida del Señor Jesucristo, el cual "transformará
nuestro cuerpo de humillación para que tenga la misma forma de su cuerpo de
gloria" (Filipenses 3: 21 – LBLA). No hay que esperar nada más. Ustedes
serán arrebatados para encontrarse con Él en el aire, y estarán para siempre
con su amado Señor y semejantes a Él. ¡Que el Señor los bendiga y los preserve,
queridos amigos! Deseo fervientemente que ninguna persona pueda salir de esta
habitación sin tener la seguridad de la salvación por medio de la palabra del
Dios vivo. Espero que vean que es enteramente a través de la muerte de Cristo
que son librados de la ira venidera, y que están ahora en aceptación ante Dios
en Cristo resucitado. Tal como se nos dice en el capítulo primero de la
epístola a los Efesios, nosotros hemos sido bendecidos "con toda bendición
espiritual en los lugares celestiales en Cristo". Que ustedes, queridos
amigos, puedan entrar en estas cosas, y ser cristianos sinceros, haciendo la
voluntad del Señor desde sus corazones, y gloriándose en esas verdades benditas
de la Escritura por las que se les asegura una paz perfecta, duradera e
ininterrumpida con Dios por medio de Jesucristo nuestro Señor.
H. H. Snell
Traducido del inglés por: B.R.C.O. – Julio 2020
Otras versiones de La Biblia usadas en esta traducción:
LBLA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by
The Lockman Foundation, Usada con permiso.
RVA = Versión Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989 (Publicada por
Editorial Mundo Hispano)
VM
= Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada
por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).
Título original en inglés: The Scripture Ground of Perfect Peace with God, by H. H. Snell
Versión Inglesa |
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