Carta a un Amigo Cristiano, en respuesta
a un
Ministro Presbiteriano, acerca de los
temas de la Ley,
el Día de Reposo, el Ministerio y los
Sacramentos.
J. N. Darby.
Todas las citas
bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas
de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares
en que además de las comillas dobles ("") se indican otras versiones
mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.
Escritos Compilados, Eclesiásticos,
volumen 14
Prefacio
A modo de prefacio, y para
información de aquellos a quienes pueda llegar la siguiente carta y la
respuesta, puede ser conveniente indicar las circunstancias en las que se
escribió. Un ministro presbiteriano al que se le había solicitado el préstamo
de su capilla con el fin de predicar el evangelio, pensó que era su deber no
sólo rechazar sino también escribir la carta adjunta, en la que, como el lector
percibirá, toca cuatro puntos muy importantes, puntos que reclaman la investigación
sin prejuicios de todo amante de la verdad.
La importancia de los temas
así planteados, y no el deseo de controversia, ha inducido a la persona a quien
se dirigió la carta a enviar a la iglesia tanto la carta misma como la
respuesta, que ha sido escrita por alguien que está incesantemente comprometido
en el trabajo del ministerio.
Se espera sinceramente que el
lector cristiano aprehenderá hasta ahora su elevación por encima de todas las
brumas de la discusión teológica rencorosa, para poder, con un juicio frío y
desapasionado, 'examinar todo y retener lo bueno'. (1ª. Tesalonicenses 5: 21).
La verdad, y no los miserables intereses de un grupo, debe ser siempre el
objeto del cristiano juicioso y reflexivo, cuyo privilegio es estar
completamente libre de los hombres, y del sistema de los hombres, y destacarse
sólo como el defensor de la verdad en toda la vastedad y libertad de esa
palabra. Sin embargo, es imposible que podamos llegar a la verdad cuando
buscamos algo que sea menos que eso; porque tanto de la verdad como de la
sabiduría se puede decir que, "Los que me buscan con diligencia me
hallarán". (Proverbios 8: 17 – LBLA).
Si las siguientes páginas
cayeran en manos de alguien cuyo corazón y conciencia aún no han encontrado
descanso en Jesús y Su sangre expiatoria, dirigiríamos seria y afectuosamente
su vista, no al tema de estas páginas, sino al "Cordero de Dios, que quita
el pecado del mundo" (Juan 1: 29), y le exhortaríamos a huir, por esa senda
infalible, de la rotunda y terrible "ira venidera".
La Carta
"Mi
querido señor,
Consulté
a mis hermanos sobre la conveniencia de concederle su petición; ellos se
opusieron fuerte y unánimemente. Puedo decir que estoy cordialmente de acuerdo
con ellos.
La iglesia (o, la capilla) no es nuestra,
sino del Señor, y nos complacería dársela a cualquiera que estuviera haciendo Su
obra; pero creemos que usted, y aquellos que piensan como usted, están tratando
(sin saberlo) de derribar las
instituciones divinas; por lo tanto, no podemos decir, «que Dios los prospere.»
El día de reposo es una institución divina — un vestigio del paraíso — un tipo
del cielo — un día que Dios nos ordena mantener santo — ninguna actividad, negocios,
placer o recreación — un día en que el pueblo de Dios se ha deleitado. Los
profetas y apóstoles sólo tienen una voz con respecto a él, «Yo amo el día del
Señor», un día que Dios ha preservado como un milagro permanente para la
religión, y lo ha honrado sobre todos los días — vean Pentecostés, Juan en la
isla de Patmos, etc. Nosotros creemos que Dios a ningún pecado visita más frecuentemente
con Su manifiesto desagrado tanto como a la violación del día de reposo. Por lo
tanto, con aquellos que quieren quitar este día, o rebajarlo a un nivel con
otros días, no podemos tener ninguna comunión — debemos verlos como enemigos de
Dios y de la justicia.
Además, en cuanto a la ley, nosotros
consideramos que es la voluntad de Dios que no puede cambiar, ni puede cesar
jamás nuestra obligación de guardarla. Hay una obligación infinitamente mayor
para nosotros de obedecer la ley que la que hubo para Adán; y aunque los no
regenerados aborrecen la ley, creemos que el pueblo de Dios la ama. "¡Oh,
cuánto amo yo tu ley!" dice el salmista. La ley es santa, y el mandamiento
es santo, justo y bueno, por lo que no podemos presentar ninguna solidaridad a
aquellos que magnifican un atributo de Dios, a expensas de otro. Amamos la
justicia y la rectitud, así como la misericordia de Dios; y creemos que Su ley
será la regla de la vida tanto en el cielo como en la tierra.
Por otra parte, en cuanto al ministerio,
lo consideramos un nombramiento divino para la edificación del cuerpo de
Cristo; y, por lo tanto, cualquiera que se inmiscuye en este cargo, o emprende
los deberes sin ser llamado a él, y sin ser apartado, como lo fue Aarón, y en
los tiempos del evangelio como Timoteo (1ª. Timoteo 4: 14), y, por lo tanto,
también entra de otra manera, y asume el cargo, y realiza las tareas — él mismo
es un ladrón y un salteador. Su visión de los sacramentos es, como nosotros
concebimos, totalmente errónea — quitándoles gran parte de su significado, y
degradándolos a un mero rito de conmemoración; mientras que nosotros sostenemos
que en estas ordenanzas el alma hace un pacto con Dios.
Puede que usted piense que mi conducta es
extraña, rechazando ahora lo que una vez le ofrecí. En ese momento pensé que
sus puntos de vista no eran tan erróneos, y que usted podría ser llevado a ver
la verdad. Ahora me veo obligado a abandonarle, creyendo que usted es un
enemigo de Cristo (no por designio, sino por no conocer la verdad). Orando para
que Dios le lleve a recibir y reconocer la verdad,
Lo saluda con afecto,
Firma: . . . . . . .
RESPUESTA
MI QUERIDO HERMANO,
He leído la carta del señor A..
Me gusta su clara decisión y admito la importancia de los asuntos implicados en
los puntos de los que habla; y aunque no debería hablar tan duramente de él
como él lo hace de usted, yo no oculto de mí mismo que la naturaleza del
Cristianismo está implicada en ello. Doy por cierto que el señor A. es un
verdadero siervo de Cristo, sin conocerlo, y que basa la esperanza de su alma
en la obra del Señor Jesucristo, Dios y el hombre, y en otras verdades
fundamentales comunes a todos los que son realmente cristianos. Añado que,
debido a que yo digo que los puntos implican la naturaleza del Cristianismo, no
me refiero a esos grandes puntos sin cuya fe un hombre no podría ser cristiano,
sino al terreno en que él se encuentra como cristiano, en virtud de la verdad
de los mismos. Si yo no supusiera que el señor A. es edificado sobre el gran fundamento
de la verdad eterna, no podría razonar sobre los puntos que él propone. Sin
embargo, admito que la naturaleza del Cristianismo está más o menos involucrada
de manera práctica en los asuntos. En cuanto a ocupar el lugar de ellos para
predicar, no sería para mí motivo de respuesta, pues no me sería ofrecido si yo
estuviera en su vecindario; y ello casi tiende a apartarme de la respuesta a
usted o a la carta del señor A., ya que está relacionada con la cuestión de la
predicación en su capilla. Yo no pienso que ellos sean enemigos de Cristo, como
le llama a usted el señor A.; pero sí creo que quien le ha escrito esta nota
es, o son, ignorantes de la verdadera naturaleza del Cristianismo, y de la
verdad sobre los asuntos en cuestión, tal como se enseña en el Nuevo
Testamento; y que la diferencia afecta al estado del hombre, a la naturaleza
del evangelio, al resultado de la muerte y resurrección de Cristo, no en cuanto
a la ortodoxia fundamental, sino en cuanto a su aplicación al hombre.
Estoy seguro de que el señor
A. no es consciente de ello, pero su punto de vista trastorna la ruina total
del hombre y el fundamento de la posición de un pecador. Tampoco creo que él sepa
lo que dice o lo que afirma, aunque quiera ser doctor de la ley. (1ª. Timoteo
1: 7). Porque es muy cierto que el
hombre bajo la ley, convertido o no, regenerado o no, está perdido, a menos que
Cristo sea un mero inventor de la deficiencia — una doctrina, estoy persuadido,
que el señor A. repudiaría.
Pues la ley debe obligar a un
hombre por lo que es él mismo, si está bajo ella. "Todos los que dependen
de las obras de la ley están bajo maldición " (Gálatas 3: 10) — no todos
los que la han violado, sino todos los que están bajo ese principio. (Estoy
seguro que en el señor A. es simplemente ignorancia.) Los que tienen fe son
bendecidos — esto no es una bendición por guardar la ley, y una maldición por
violarla. Si así fuera, todos estarían infaliblemente bajo maldición, porque el
hombre es un pecador; el hombre regenerado, estando la carne en él, falla; si él
está bajo la ley, está bajo maldición. Sin duda, la ley es buena de manera
abstracta; pero el hombre es pecador por naturaleza antes de recibirla, y está
necesaria y totalmente perdido bajo ella.
En vano Él dice que ha sido
regenerado; la ley no conoce tal distinción; ella pregunta: «¿Eres tú tal como
yo lo requiero?» «No, no lo soy», dice el hombre regenerado (quien de hecho es
el único que lo dice). Entonces, dice la ley, «te maldigo.» Pero tú dices, «yo no
estoy bajo tu jurisdicción para justificación, sino como una norma.» «Pero yo te
maldigo», dice la ley, «porque no has guardado la norma»; y ella no hará ni
puede hacer otra cosa. Es en vano decir que no ponemos al hombre bajo ella para
justificación. Ella lo coloca bajo sí misma para condenarlo, si él tiene algo
que decirle.
Yo puedo admitir que la ley es
la norma (no de vida, en efecto, no para obtenerla, sino) de la existencia y
del gozo en el cielo; y que lo sería en la tierra (tomada en su carácter más
elevado en los mandamientos que el Señor extrae del Antiguo Testamento, como
aquello de lo que penden la ley y los profetas), si el hombre no fuera pecador;
pero entonces su redención no sería necesaria. Pero él es un pecador; y, por lo
tanto, bajo la ley, está bajo maldición. Ella no puede ser una norma de vida
para un pecador porque es una norma de muerte; no porque ella no sea santa,
justa y buena, sino porque lo es, y el hombre es un pecador. Visto en su nueva
naturaleza, yo no dudo que el hombre cumple la ley como una nueva criatura;
porque el amor es el cumplimiento de la ley (Romanos 13: 10); pero esto no lo sitúa
bajo ella. El razonamiento del apóstol es que usted no necesita situarlo bajo
ella, porque sólo aquel que no estaba bajo ella en espíritu la guardaba; que, como
un código impartido, era la fuerza del pecado — introducido cuando el hombre ya
era pecador, para que el pecado abundase (Romanos 5: 20); para que el pecado, tomando
ocasión por medio de ella, produjera toda clase de codicia (Romanos 7: 8); e
hizo que el pecado llegase a ser sobremanera pecaminoso (Romanos 7: 13); en resumidas
cuentas, para que no pudiéramos tener dos maridos a la vez, ni buscar la
bendición en dos principios; que no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia; y
que, si somos conducidos por el Espíritu, no estamos bajo la ley, ya que Cristo
nos ha liberado de ella, estando muertos a la ley mediante el cuerpo de Cristo.
(Romanos 7: 4).
En síntesis, la Escritura
testifica, ponga al hombre bajo la ley, y él es (pecador o santo) una criatura
maldita, muerta y condenada; ella testifica que es un ministerio de muerte, y
un ministerio de condenación. (2ª. Corintios 3: 7). El señor A. no la ha
guardado; y si él está bajo ella, está perdido; ella no reconoce misericordia
alguna, y la santidad de Dios no puede permitir ninguna mitigación de sus
términos. Yo no puedo tener dos maridos : a saber, estando muertos para uno,
estamos unidos con otro — con Cristo resucitado. (Romanos 7: 1 a 7). En Su
muerte, que magnificó la ley de manera infinita, como en vida Él la honró, yo
estoy muerto para ella — y habiendo resucitado, Él no está bajo ella, aunque
como una nueva vida Él cumple sus principios en mí, por haberme sacado de
debajo de ella mediante la redención. El que dice, «Yo estoy bajo la ley», en
principio niega la redención de Cristo. Él está cumpliéndola, sin estar bajo
ella, sí, al no estar bajo ella. La Escritura habla de que el cristiano no está
nunca bajo ella. En una palabra, el cristiano, visto como una nueva criatura,
cumple la ley, pues ama y no hace mal al prójimo; pero no está sometido a ella
(porque si lo estuviera, sería condenado por ella); él ve que Cristo vivo en la
tierra lo estuvo, y en la muerte llevó su maldición, y en el poder de la
redención nos libertó de ella; mientras Él nos comunica una naturaleza como
resucitado, que se deleita en ella y la cumple, pero no sitúa al creyente bajo
ella.
Con respecto al día de reposo,
el señor A. está en el mismo terreno. Él dice que dicho día es un vestigio del
paraíso. Esto niega igualmente (creo plenamente que involuntariamente) tanto el
juicio como la redención. No existe ningún vestigio del paraíso y ningún reposo
en la creación tal como ella existe. El séptimo día fue el reposo de Dios en la
creación (Génesis 2). Y posteriormente, cuando Israel fue puesto bajo la ley,
para vivir mediante ella y ser bendecido en la creación (aunque la fe tenía
mejores cosas en perspectiva en aquel entonces), ese día fue dado como una
señal del pacto con ellos. Pero nosotros creemos y hemos aprendido que la
creación está arruinada, y que el juicio y la redención nos ha excluido y nos
ha sacado victoriosamente de ella a una nueva creación. Por eso Cristo pasó el
sábado, el día de reposo, en la tumba — dicho día fue sepultado, y nuestras
esperanzas de bendición aquí, con Él en Su sepulcro. Él reclamó el Señorío
sobre él a título de Su persona. El pecado había estropeado la creación, y
nosotros somos una nueva creación; la antigua ha sido juzgada; y Cristo ha
resucitado en una nueva creación y para ser Cabeza de ella, en una nueva
condición de hombre. Nosotros somos llevados a esta en espíritu, como en lo
sucesivo a nuestro verdadero reposo en la gloria. Por lo tanto, la resurrección
de Cristo es el día que nos señala esto, no el término de la obra de creación,
como lo fue el séptimo día, sino como el comienzo de la resurrección y de la
bendición de la nueva creación. El séptimo día era el sábado o día de reposo,
como el reposo de Dios después de la creación. Este no es nuestro reposo. Él ha
dicho, "Levantaos y marchad, porque no es éste vuestro descanso; por
cuanto está contaminado". (Miqueas 2: 10 – VM). El primer día, y no el
séptimo, es el día marcado distintivamente para nosotros. El esfuerzo para demostrar
que es un séptimo, o como algunos han hecho, el séptimo, es un esfuerzo
poco inteligente para destruir la posición distintiva cristiana que tiene su
lugar de nacimiento de las bendiciones en la resurrección del Señor Jesucristo
en el primer (no en el séptimo) día de la semana. El séptimo día era de reposo
conforme a la ley, y cuidó de que el hombre trabajase correctamente; pero no lo
pudo encontrar. La redención lo ha llevado a ello; pero eso es en el poder de
la resurrección, el principio de una nueva creación. De ahí, yo creo, la
respuesta del Señor cuando fue desafiado al romper el sábado o día de reposo,
"Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo". (Juan 5: 17). Nosotros
no podemos reposar ni en el pecado ni en la miseria. El primer día de la semana
Él entró en los frutos de Su obra. El día de reposo fue, en aquel entonces, el
reposo de la creación, y la señal del pacto con Israel. Nuestro testimonio es
que ambos han fracasado totalmente, y no hay reposo en ellos; y el sepulcro de
Cristo ha puesto fin a toda esa escena y condición de existencia, y ha
comenzado una existencia nueva en la que tenemos una parte.
Pero el primer día de la
semana está señalado para el cristiano, no realmente como ley, sino como
bendición. Cristo resucitó, Cristo se encontró con Sus discípulos en dicho día,
y nuevamente en el mismo día en la semana siguiente. En el primer día de la
semana los discípulos se reunían para partir el pan; en el primer día de la
semana ellos debían poner aparte algo de sus beneficios para los santos pobres;
y en Apocalipsis es definitivamente llamado el día del Señor. Yo lo reconozco
como tal; pero yo no abandono, con las tradiciones Presbiterianas, los
fundamentos de mi esperanza buscando reposo en la creación en la cual Cristo ha
sido rechazado, ni en el pacto de la ley del cual Él llevó la maldición. El día
del Señor es el día primero, no el séptimo, y descansa sobre la base de la
redención, lo cual declara el fracaso total del otro reposo.
Las opiniones expresadas en
la
nota del señor A. son, acerca de estos puntos, ignorancia del terreno mismo
sobre el cual el cristiano reposa. Yo puedo añadir que no dudo, en cuanto a
cumplimiento, de que el séptimo día y el primer día de la semana prefiguran el
reposo terrenal y el reposo celestial respectivamente en el período milenial.
Finalmente, en cuanto al ministerio,
menos palabras serán suficientes. Creo que el ministerio es una institución de
Dios, y, de manera clara, es la gracia buscando un testimonio espiritual, ya
sea evangélico para el mundo, o en la edificación para la iglesia; así como un
pueblo en pacto bajo la ley, e incapaz de acercarse directamente a Dios necesitó
un sacerdocio — dos asuntos que el señor A. confunde, como hizo con los dos
sistemas en los otros dos encabezamientos. Pero ello es el ministerio y la
manifestación del Espíritu; pero si él sostiene que esto depende del
nombramiento y de la vocación del hombre, entonces trastorna todo el testimonio
del Nuevo Testamento, cuyo argumento es que, el hombre trafica con sus talentos
dados porque confía en su Amo. Pero si el señor A. entiende que el sistema Presbiteriano
es el llamamiento de Dios, sólo encontrará apoyo sectario. Si admite también
otros llamamientos, entonces tampoco es Escritural; y el único punto en el que
se insiste es en que el hombre debe inmiscuirse en él; y en realidad se
convierte en un asunto de localidad geográfica, y, en su mayor parte, en
provisión académica para los hombres no convertidos que cuidan de rebaños no
convertidos. Si él llama a esto el llamamiento Escritural de Dios, ello es
tratar audazmente con cosas santas. Si él insiste en 1ª. Timoteo 4: 14, ¿a qué
cuidado pastoral fue ordenado Timoteo? En caso de ser algo, él era un obispo
diocesano. Pero él no era esto, sino que era la mano derecha espiritual del
apóstol, tal como Tito en Creta. Yo admito el llamamiento de Dios, la necesidad
del llamamiento de Dios, a los diversos servicios del ministerio, cualquiera
que sea. Que el hombre lo autorice, o haga de él academias o asunto de geografía,
o pastores sobre una masa de personas no convertidas en un distrito geográfico,
o pastores no convertidos sobre las ovejas de Cristo, nadie podrá mostrarme
todo lo anterior por medio de las Escrituras; y se me debe disculpar por adherirme
a las Escrituras.
El sistema eclesiástico
Presbiteriano no intenta justificarse a partir de las Escrituras en sus
documentos públicos autorizados. El intento sería absurdo. Todo aquel que está
menos familiarizado con la Escritura debe saber que el ministerio de la palabra
fue ejercido por toda clase de personas, sin la necesidad de alguna
autorización salvo el llamamiento de Dios y el amor de Cristo constriñéndolas;
y que los apóstoles no tuvieron ni un solo pensamiento acerca de cuestionarlo,
ni soñaron con que una autorización eclesiástica fuera un requisito para su
ejercicio — y esto es en todo momento desde el comienzo del ministerio
cristiano hasta el final. Juan no dice, en cuanto a malos maestros, «Muestren
ellos su certificado de ordenación», ni Pablo en cuanto a los que predicaban
por contención, ni cuestionaba a los que cobraron ánimo a causa de sus cadenas
(o, prisiones), ni a los que fueron esparcidos después de la persecución de
Esteban, con quienes estuvo la mano del Señor. Es notorio que, dentro de la
iglesia, al recibir cada uno el don, él debía ministrarlo como un buen
administrador. Uno tenía un salmo, otro una interpretación, otro una doctrina; y
el único control era, "hágase todo decentemente y con orden" (1ª.
Corintios 14: 40) — todo para edificación, habiéndose dado la manifestación del
Espíritu para provecho; y por eso más de dos o tres no debían hablar en una
reunión. En estas cosas la disciplina de la iglesia de Dios entraría de acuerdo
a la Escritura, como es evidente en el caso del error de enseñanza. El sistema
clerical es la negación del derecho de Dios en el ministerio. En la iglesia
reformada en el extranjero esto es ahora generalmente admitido por aquellos que
son sanos en la fe, e incluso hasta conocidos ministros evangélicos de la
iglesia establecida lo contrarrestan.
Sólo queda el asunto de los,
así llamados, sacramentos. Las declaraciones del señor A. están en el mismo
miserable terreno legal — el hombre hace un pacto con Dios en ellos. Yo replico,
si él lo hace, él está perdido, porque ciertamente fracasará, y no puede haber
consecuencia de fracaso (pues ello es pecado) sino condenación; porque el
hombre entrando en un pacto no es gracia — la gracia de Dios. Yo considero
que el bautismo y la cena del
Señor son instituciones preciosas del Señor Jesús: una como la admisión pública
en la iglesia sobre el principio de la muerte y la resurrección del Señor
Jesucristo; la otra, la comunión espiritual de Su muerte en la unidad del
cuerpo, como estando sentados por gracia en los lugares celestiales.
Pero hablar de hacer un pacto
con Dios es meramente ignorar completamente el lugar en que estamos. Yo no era
consciente de que estos pobres hermanos estaban tan alejados en sus mentes del
verdadero lugar cristiano en que la gracia, la gracia bienaventurada, nos ha
establecido. ¿Cree realmente el señor A. que tiene que empezar ahora y hacer un
pacto con Dios? ¿Qué piensa él acerca de la redención? ¿o dónde encuentra él
una palabra en la Escritura acerca de un pacto en conexión con la cena del
Señor? Pero en su carta se pierde toda la posición cristiana; y se nos coloca
simplemente donde estaba un judío bajo la ley — y peor aún, porque él fue
colocado allí para que nosotros pudiéramos aprender que no podíamos estar allí.
Lo saluda afectuosamente ,su hermano, J. N. D
Traducido del inglés por: B.R.C.O. – Julio 2020
Otras versiones de La Biblia usadas en esta traducción:
LBLA
= La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation,
Usada con permiso.
VM
= Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada
por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).
Título original en inglés: Letter to a Christian Friend in Reply to a Presbyterian
Minister on the Subject of the Law, the Sabbath, Ministry, and the Sacraments, by J. N. Darby
Versión Inglesa |
|
|