Comentarios acerca de la Presencia del
Espíritu Santo en el Cristiano
J. N. Darby
Todas las citas
bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas
de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares
en que además de las comillas dobles ("") se indican otras versiones
mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.
Escritos Compilados, Doctrinal
volumen 3
Deseo hacer unos pocos
comentarios {ver nota 1} de tendencia práctica y de profundo interés, acerca de
los efectos de la presencia del Espíritu Santo en el Cristiano.
{Nota
1. Este documento forma una especie de Apéndice de la edición en francés de
"Las operaciones del Espíritu"}
El Espíritu de Dios, como morando
en nosotros, puede ser considerado en dos aspectos, pues Él nos une al Señor
Jesús, de modo que Su presencia está íntimamente conectada con la vida, esa vida
que existe en Jesús;
Juan 14: 19 a 20; Gálatas 2: 20. "El que se une al Señor, un espíritu es
con él" (1ª. Corintios 6: 17); y además, Su presencia es la presencia de
Dios en el alma. La Escritura, hablando de Él en el primero de estos caracteres
(que a veces está vinculado al segundo), dice (Romanos 8: 2, 9, 10), que la ley
del Espíritu de vida en Cristo Jesús nos liberta de la ley del pecado; de modo
que el Espíritu es vida a causa de la
justicia. Sin embargo, también se dice, "si en verdad el Espíritu de Dios habita
en
vosotros" (Romanos 8: 9 LBLA); y entonces Su morar y la acción se mezclan,
ya que (en la medida en que ambas cosas se manifiestan por medio de la
formación del carácter de Cristo en el alma), "el Espíritu de Dios"
llega a ser "el Espíritu de Cristo" (versículo 9). Las palabras
"Cristo está en vosotros" del versículo 10 expresan la idea más
claramente, especialmente cuando el apóstol añade, "si Cristo está en
vosotros… el espíritu vive a causa de la justicia". Pero en el versículo
16 el Espíritu Santo es diferenciado cuidadosamente del cristiano, porque
"da testimonio juntamente con
nuestro espíritu", leemos, "El Espíritu mismo da testimonio
juntamente con nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios" (Romanos 8:
16 – VM). En los versículos 26 y 27 los dos caracteres de la presencia del
Espíritu están allí notablemente expuestos en sus conexiones mutuas: {ver nota 2}
pues "la intención del Espíritu", conocida por Dios que escudriña el
corazón, es la vida del Espíritu en el santo.
{Nota
2. *Esto es ampliamente desarrollado en la segunda parte de "Las
operaciones del Espíritu"}
Pero, por otra parte, "el
Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad", e "intercede" por los
santos conforme a la voluntad de Dios". La razón de todo esto es sencilla.
Por una parte, el Espíritu está allí y actúa con poder según la mente de
Cristo; por otro lado, y como consecuencia de esta operación, son producidos
los afectos, pensamientos y obras, que son los del Espíritu; pero que sin
embargo también son los nuestros, porque somos partícipes de ellos con Cristo,
"nuestra vida" (Colosenses 3: 2, 3), pues "Dios nos ha dado vida
eterna; y esta vida está en su Hijo". "El que tiene al Hijo, tiene la
vida". (1ª. Juan 5: 11, 12).
Pero el efecto del segundo
aspecto de la presencia del Espíritu Santo es aún más importante. El Espíritu
es el Espíritu de Dios; Él es Dios, y es, por lo tanto, la revelación de la
presencia y el poder de Dios en el alma — una revelación que es de Él, conocida
por medio de una nueva naturaleza, y
estando en ella. Consecuentemente, aquello que está en la naturaleza y en el
carácter de Dios es desarrollado donde Dios mora, es decir, en el alma del
santo; no sólo ello es producido en el nuevo hombre, la creación de Dios, sino
que llena el alma, porque Dios está allí, y hay comunión con Él. Por ejemplo,
la nueva naturaleza ama, y este amor es una demostración de que uno es "nacido
de Dios", y que conoce a Dios. Pero esto no es todo, está, además, la
morada del Espíritu Santo — lo que es decir, la presencia del Dios que nos
comunica esta nueva naturaleza. Por tanto, leemos, "el amor de Dios ha
sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue
dado". (Romanos 5: 5). Nosotros somos amados — lo sabemos, y tenemos la
demostración de ello en el don del precioso Salvador, y en Su muerte por
nosotros (Romanos 8: 6 a 8). Pero hay algo más; el amor perfecto e infinito derramado
en nuestros corazones (pobres vasos como ellos son), y el Espíritu Santo, el
cual es Dios, está allí (y Él es libre de estar allí porque somos purificados
por la sangre de Cristo) — Él está allí para llenar estos vasos con aquello que
es divino — el amor de Dios. Por consiguiente, considerando la presencia del
Espíritu Santo como demostración de poder en el alma, el apóstol Juan afirma
que, "en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que
nos ha dado" (1ª. Juan 3: 24). Pero, como esto podría ser aplicado
meramente a la variada energía del Espíritu en el alma, se afirma, más
adelante, que el amor es perfeccionado en nosotros, a saber, el amor de Dios
para con nosotros. (1ª. Juan 4: 16, 17). Aquí ya no se trata de nosotros, de
nuestros afectos, de nuestros pensamientos; sino de que el alma está llena de
la plenitud de Dios, lo que no deja espacio para nada más; no hay discordia en
el corazón para estropear el carácter esencial del amor divino. Dios, completo
en Sí mismo, excluye todo lo que es contrario a Sí mismo; de lo contrario, ya
no sería Él mismo.
Para evitar el misticismo (la corrupción del enemigo de
estas verdades) el Espíritu Santo añade mediante el mismo escritor, "En
esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él
nos amó a nosotros" (1ª. Juan 4: 10); y la demostración de esto está
basada en lo que está sobre todo pensamiento y conocimiento humano, a saber, en
los actos del propio Dios en Cristo. Por otra parte, la presencia del Espíritu Santo
no le es presentada como la prueba de que Dios mora en nosotros, dos cosas que
son idénticas, sino que está escrito, "En esto conocemos que permanecemos
en él, y él en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu". (1ª. Juan 4:
13). Esta presencia de Dios en amor no sólo llena nuestras estrechas almas,
sino que nos coloca en Él que es
infinito en amor. Unidos a Cristo por el Espíritu Santo, uno en vida con Él, y
el Espíritu actuando en nosotros, nosotros vivimos en Dios, y Dios vive en
nosotros. Por eso se dice que Dios "nos ha dado de su Espíritu"; lo
que es decir, Dios, en virtud de Su presencia y de Su poder, nos hace
moralmente partícipes de Su naturaleza y carácter, por medio del Espíritu Santo
en nosotros, al mismo tiempo que nos da el disfrute de la comunión con Él mismo
y nos introduce a la vez en Su plenitud.
Yo señalaría aquí en este
punto los caracteres distintivos de las epístolas de Pablo, Pedro, y Juan. Pablo
fue 'reclutado' de una manera extraordinaria para el propósito especial de
comunicar a la Iglesia el orden, el método, y la soberanía de las operaciones
divinas; y para revelar el lugar que la Iglesia ocupa en medio de todo esto, en
vista de que ella está unida a Cristo; y es el objeto maravilloso de los
consejos de Dios en gracia; como el apóstol dice, "para mostrar en los
siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con
nosotros en Cristo Jesús" (Efesios 2: 7), o, por medio de Sus tratos con
respecto a la Iglesia son expuestos la sabiduría de Dios, la justicia de Sus
modos de obrar, y los consejos de Su gracia acerca de este asunto (como toda
revelación) amplia y perfectamente en los escritos de Pablo. Juan se ocupa de
otro asunto, el de la comunicación de la naturaleza divina, lo que esa
naturaleza es, y, consecuentemente, lo que Dios es, ya sea en Sus
manifestaciones vivientes en Cristo, o en la vida que Él comunica a otros. Sin
esta comunidad (o, calidad de común) de naturaleza la comunión sería imposible;
pues las tinieblas no pueden tener ninguna comunión con la luz. Pero, como ya
hemos visto, el apóstol va aún más lejos; nosotros permanecemos en Dios, y Dios
en nosotros, por medio del Espíritu Santo; y por tanto, en la medida que
podemos, disfrutamos de lo que Dios es en Sí mismo, y nos convertimos en la
manifestación de Él (estando el límite de esta manifestación sólo en el vaso en
el que Dios ha asumido Su morada). ¡Qué grandes son las variadas riquezas de la
bondad de Dios! Esta comunión con Él, que nos eleva lo más posible hacia la
plenitud de Aquel que se revela en nosotros, es ciertamente algo muy dulce y
precioso; pero no lo son menos la ternura de Dios hacia nosotros, pobres
peregrinos de la tierra, y Su amor fiel, tan necesario en nuestra debilidad
para llevarnos a la meta.
El testimonio de Pedro, en su
primera epístola, trata de lo que Dios es para el peregrino, y lo que este
último debe ser para Dios. La resurrección del Mesías ha puesto al peregrino en
su camino; y a consecuencia de ello es presentada la fidelidad de Dios, y el
estímulo que Su poder da a nuestra esperanza por medio de esta resurrección de
Cristo, el Hijo del Dios viviente, aunque rechazado por los hombres; y, por último,
el apóstol habla del andar, la adoración y el servicio derivados de ello.
Juan nos presenta eso que es
muy exaltado en la comunión, o más bien en la naturaleza de la comunión;
consecuentemente, él no toca el tema de la Iglesia como un objeto de los
consejos divinos, sino el de la naturaleza divina.
Pablo trata de eso que es
perfecto, no con respecto a la comunión, sino con respecto al consejo. En sus
escritos Dios es glorificado más especialmente como el objeto de la fe, aunque
él habla también de la comunión (Romanos 5: 5). Allí donde en el mismo capítulo
(Romanos 5: 11) él habla de Dios como Aquel en quien el cristiano ha de
gloriarse, él Le sitúa ante nosotros y no en nosotros — como el objeto para que
la fe se aferre y no como morando en el corazón.
Esta bendición divina e
infinita — este amor perfeccionado en nosotros, comunicado por la presencia del
Espíritu Santo, y hecho realidad por nuestro morar en Dios y Él en nosotros — ha
llevado a algunos a pensar que, cuando este punto es alcanzado, la carne ya no puede
existir más en nosotros; pero esto es confundir el vaso con el tesoro colocado
en él, y del cual el vaso tiene el disfrute. Nosotros estamos en el cuerpo que
aún espera su redención; sólo que Dios puede morar en él debido a la aspersión
de la sangre por medio de la fe. Esta aspersión no corrige la carne, sino que sólo
da testimonio tanto de la perfección de la redención esperada como del amor al
cual la debemos.
Cuando estamos en el real
disfrute de Dios, podemos perder de vista por un momento la existencia de la
carne, porque el alma (que es finita) está llena de aquello que es infinito. Pero
incluso en estos momentos de bienaventuranza uno no puede dudar de que la carne
no es más que un obstáculo para la más grande y más inteligente acción del
amor. Pablo, arrebatado al tercer cielo (un privilegio que la carne hubiese
usado para envanecerle, y que hizo necesario un aguijón, 2ª. Corintios 12), es
una demostración para nosotros de que la gracia no cambia la carne. ¡Es
lamentable! Incluso el gozo del cual estamos hablando, sin depender atentamente
de Cristo, otorga peligrosas ocasiones de acción a la carne, porque existe
tanta pequeñez en nosotros que, olvidando Quién da el gozo, nos apoyamos en el
sentimiento de gozo en vez de permanecer en Cristo, el manantial de dicho gozo.
No obstante, es cierto que el amor de Dios, perfeccionado en nosotros, es una
realidad, y el cristiano es llamado a conocer a Dios y disfrutar de Él
permaneciendo en Él.
Sólo tengo que hacer un
comentario más.
Cuando nosotros estamos llenos
del amor de Dios lo disfrutamos con un poder que nos impide ver cualquier cosa,
especialmente ver los objetos de la bondad de Dios, excepto con los ojos del
amor divino. Pero allí donde hay un verdadero conocimiento de la existencia y
naturaleza de este amor de Dios, el andar estará también caracterizado por la
fe en ese amor, aunque el corazón pueda no darse cuenta de todo el poder de él;
y, por tanto, permaneceremos en Dios y Él en nosotros. Pero como esta plenitud
de gozo sólo puede ser realizada mediante la acción del Espíritu, es fácil comprender
que, si es entristecido, Él se convertirá en un Espíritu de reprobación,
juzgando la ingratitud con la que ese amor, como amor de Dios, es correspondido,
en vez de llenar el corazón con ese amor; aunque es imposible que Él lo ponga
en duda. Es evidente que el amor perfeccionado en nosotros es la obra de Dios;
y esto es lo que forma el gozo — todo el estado. Lo que el Espíritu Santo derrama
en nuestros corazones es el amor de Dios; y este amor, poderoso en nuestros
corazones, no puede sino mostrarse externamente.
Eso que he dicho no pertenece,
hablando apropiadamente, a las operaciones del Espíritu Santo, pero el asunto
es de la mayor importancia. Y esta importancia, que es la de los frutos y los
grandes resultados de la presencia del Espíritu Santo (porque mediante ello son
glorificados el amor de Dios y el amor de Cristo, en la medida en que es
posible aquí abajo), pareció hacer deseables algunos comentarios acerca de este
tema.
¡Que Dios bendiga estos
comentarios para el lector! ¡Que a Dios Le plazca realizar en nosotros las
cosas de las que hablo sobre el tema de la revelación, que Él bendiga de tal
manera que la verdad tenga todo su peso en el alma; para que sepamos, con toda
la amada Iglesia de Cristo, lo que es tener el Espíritu Santo morando en
nosotros según el poder del amor de Dios!
J. N. Darby
Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Julio 2020
Otras versiones de La Biblia usadas en esta traducción:
LBLA
= La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman
Foundation, Usada con permiso.
VM
= Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada
por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).
Título original en inglés: Remarks on the Presence of the Holy Ghost in the Christian ,
by J. N. Darby
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