LOS CUATRO EVANGELIOS
Capítulo
3
La Finalidad
de Cada Evangelio
Samuel Ridout
Todas las citas
bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas
de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares
en que además de las comillas dobles ("") se indican otras versiones
mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.
Llegamos ahora a ocuparnos de
cada Evangelio con referencia a la finalidad especial para el cual fue escrito,
en la medida que podamos ser capaces de entender esa finalidad sin entrar en un
estudio más detallado de todo el libro, lo cual nos ocupará más adelante.
Varias preguntas servirán como
encabezamiento para nuestra investigación aquí. Preguntaremos:
Primera pregunta: ¿cómo es presentado nuestro Señor en cada
Evangelio?
Segunda pregunta: ¿cuál es la naturaleza de Su muerte en cada uno?
Tercera pregunta: ¿Cuál es el carácter de Su Resurrección?
Cuarta pregunta: ¿Cuál es el tema general en armonía con estos?
1. La manera
en
que nuestro Señor es presentado
Ha habido varias biografías de
personas históricas prominentes, ocupándose de fases especiales de sus vidas.
Podríamos concebir fácilmente una biografía del General Washington como
comandante militar, otra de él como Presidente, otra de su vida y
características personales, y aún otra dedicada a su carrera después de su
retiro de la vida pública.
Así podríamos tener fácilmente
cuatro vidas de un personaje destacado preparadas por cuatro biógrafos, en las
que los detalles se dispondrían con especial referencia a la finalidad en perspectiva.
Varias vidas del Conde de Shaftesbury podrían ser escritas. Una de ellas
presentaría su vida y características personales con especial referencia a sus
conexiones familiares. Otra podría detenerse más en los detalles de su vida en
relación con sus propiedades y la administración de sus asuntos privados. En
esta encontrarían un gran lugar su amabilidad con sus inquilinos, con actos de
benevolencia privada, etc... Una tercera podría ser con especial referencia a
su trabajo público y filantrópico; mientras que una cuarta narración
presentaría el registro de sus servicios públicos en la Cámara de los Lores del
Parlamento Británico.
Es bastante evidente que cada
una de estas narraciones tendría ciertas características especiales. El mismo
individuo sería descrito en cada una pero con referencia especial a la
finalidad inmediata del biógrafo. Así, en la narración de su vida personal, se
seguiría el rastro de su genealogía familiar y sus diversas conexiones con
otras familias prominentes. Las narraciones de carácter más íntimo y personal,
que difícilmente serían adecuadas en el relato de sus servicios más públicos,
encontrarían aquí un lugar. Por ejemplo, su hospitalidad, su accesibilidad,
serían destacadas; y así sería en cada una de las otras narraciones
respectivamente.
Nosotros encontraríamos algunos
hechos quizás comunes a las cuatro biografías, pero cada uno de ellos considerados
con especial referencia a la finalidad del narrador, y se le daría mayor o
menor prominencia según esa finalidad. Así, todos los asuntos relacionados con
la benevolencia se mencionarían naturalmente en las cuatro biografías, ya que
formaba la característica prominente del conde. El biógrafo de su vida personal
recordaría su interés en el movimiento del cierre dominical de Pubs como señal
de sus fuertes convicciones religiosas y su interés personal en aliviar a los
pobres. El narrador de sus actos públicos de benevolencia volcaría todo esto en
forma de trabajo de comité y otros esfuerzos públicos que resultaron en esta
consecuencia; mientras que su vida parlamentaria presentaría un informe de sus
discursos con referencia a las leyes particulares que llevaron y acompañaron a
todo el movimiento.
Cuando nosotros llegamos a la
Vida de todas las vidas encontramos este mismo método natural y sencillo
seguido por los narradores inspirados.
La Presentación de Cristo en Mateo
El Evangelio de Mateo presenta
a nuestro Señor evidentemente en conexión con la nación Hebrea, y más
particularmente como Rey de los judíos. Así, nosotros encontramos que Su
genealogía es presentada desde Abraham a través de David hasta José, heredero
lineal y legal del trono de David. Nuestro Señor es presentado aquí como el
Hijo de Abraham e Hijo de David. Como Hijo de Abraham, está vinculado con todo
Israel — podríamos añadir, con toda la casa de la fe también — y como Hijo de
David, está más particularmente conectado con esas promesas de reinado que Dios
hizo a David: leemos, "Una vez he jurado por mi santidad, Y no mentiré a
David. Su descendencia será para siempre, Y su trono como el sol delante de mí".
(Salmo 89: 35, 36).
Era bajo el gobierno de tal
Rey que las gloriosas promesas hechas a Abraham con referencia a su simiente
según la carne y a toda la tierra debían cumplirse. Leemos, "Dominará de
mar a mar, Y desde el río hasta los confines de la tierra… Los reyes de Tarsis
y de las costas traerán presentes… Todos los reyes se postrarán delante de él;
Todas las naciones le servirán". (Salmo 72: 8 a 11).
Mateo 1 establece así su
conexión con ambos de estos progenitores; Mateo 2, en la visita de los magos,
presenta un presagio del tributo de las naciones que es traído a Él como el Salmo
que acabamos de citar lo predice; mientras que el hecho de que nuestro Señor
haya sido criado en Nazaret lo vincula con el remanente de la nación y da un
indicio del rechazo que siguió. Belén, el lugar de Su nacimiento, habla de que Él
es el Hijo de David, y Nazaret habla de que Él es el Profeta rechazado por
Israel.
En Mateo 3 entramos en lo que
es el gran tema del Evangelio de Mateo — el Reino de los Cielos — y vemos aquí
de qué manera todo está subordinado al Rey. En Juan el Bautista tenemos el
precursor del Rey que anuncia el acercamiento del reino, y en el bautismo de
nuestro Señor, con lo que sigue a continuación, tenemos la unción y el
reconocimiento del Rey por parte del Cielo.
Mateo 4 nos presenta al Rey
sometido a las más rigurosas pruebas a manos del gran opositor de Su autoridad
real, Satanás. Nadie que precedió a nuestro Señor en el linaje real de David se
había enfrentado a tales asaltos y salió ileso. El propio rey David había caído
ante esfuerzos muy menores del enemigo, y nadie que le sucedió llegó tan alto
como él. El justo Gobernante sobre los hombres, gobernando en el temor de Dios,
sólo podía verse así en la persona de Aquel que era el cumplimiento de toda
profecía y predicción.
Esto nos lleva a darnos cuenta
de lo que es una marcada característica de Mateo. Él presenta a nuestro Señor
tan frecuentemente como el Consumador de las palabras del profeta. Encontramos
así una expresión característica, como se mencionará más tarde, a saber, "para
que se cumpliese lo dicho por el profeta".
Siendo el Rey anunciado así
por su heraldo, y Él mismo siguiendo con un testimonio similar, tenemos a
continuación (Mateo 5 a 7), los grandes principios de Su reino enunciados.
Estos forman, podríamos decir, la constitución orgánica de Su reino,
proporcionando los principios sobre los que administrará Su gobierno. El reino
es visto, por lo tanto, principalmente como un reino espiritual en el que todo
lo que es contrario al pensamiento de Dios como está expresado en la ley, es
rechazado. En efecto, no podemos dejar de ver la correspondencia entre la ley
dada en los diez mandamientos y su ampliación, aplicación y ejecución, como es
presentada en el sermón del monte.
Lo primero, la ley, fue la
gran carta constitutiva de Dios para Israel, podríamos decir, la constitución
de una teocracia sobre el pueblo terrenal. Lo otro es también una constitución
pero que ahora no sólo se limita a los actos externos sino a las fuentes internas
de conducta, y juzga a estas tan implacablemente como las infracciones
exteriores de un estatuto.
Mateo 8 y 9 presentan las
pruebas externas de la aptitud de nuestro Señor para Su posición real. En
efecto, aquí las obras regias mediante las cuales los sufrientes en su reino,
los oprimidos por el diablo y con enfermedades resultantes de su propio pecado
y su propia locura, son igualmente liberados y sanados por el poder de Uno que
no es meramente Rey, sino infinitamente más.
Estos dos capítulos, con Mateo
10, nos presentan un atisbo del tierno corazón del Rey. Mientras cuidaba Su
dominio y anhelaba traer al conocimiento de sus pobres y afligidos súbditos el
bienaventurado hecho de Su cercanía, les mostraría lo que es el verdadero Rey y
cumpliría para ellos más de lo que sus más queridas esperanzas habían soñado,
pero con la condición indispensable de arrepentimiento y obediencia a Él. El
capítulo 10 nos muestra más particularmente los mensajeros del Rey que llevan
la noticia de Su acercamiento a todos Sus súbditos.
Mateo 11 nos muestra la sombra
que ya había comenzado a caer contra el progreso Real de nuestro Señor. Para Él
no fue una senda fácil hacia el trono. La condición de la nación y del mundo en
general, aseguró Su rechazo, del cual tenemos indicaciones en el capítulo 2, y que
desde este punto se hace más evidente hasta que la penumbra se profundiza en la
negrura de la cruz. Incluso Juan el Bautista tiene dudas sobre si este es el
verdadero Rey de Israel; y nuestro Señor, aunque reprende muy delicada y
secretamente su incredulidad, da testimonio al pueblo de su lealtad y fidelidad
en medio de toda la abundante incredulidad. Sólo los esclarecidos por el Padre
vendrán a Él, pero a todos ellos, niños a sus propios ojos y a los del mundo,
les tiende la mano de amor: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y
cargados, y yo os haré descansar".
Mateo 12 lleva a un momento
álgido el asunto del día de reposo, que siempre fue un asunto sensible con los
formalistas. El día de reposo, como encontramos de la lectura del Antiguo
Testamento, era en efecto una señal especial de la relación de pacto de Dios
con Su pueblo {ver nota 1}; pero presuponía un pueblo que había preservado su
derecho a considerarse a sí mismo como el elegido por Jehová por la obediencia
a Sus mandamientos.
{Nota
1. Véase Levítico, Isaías y Ezequiel}
Nosotros encontraremos, cuando
lleguemos al Evangelio de Juan, que este asunto del día de reposo es tratado
por el Señor desde un punto de vista algo diferente al de los sinópticos,
quizás más particularmente que en el propio Mateo. Los líderes religiosos
acusan a los discípulos de nuestro Señor, e implícitamente al propio Señor, de
violar el día de reposo haciendo lo que estaba permitido por la ley, pero que
sólo las necias tradiciones del hombre habían prohibido. La enemistad y la
oposición de los judíos, por lo tanto, llegaron a un punto crítico al ignorar
el Señor el estricto apego al día de reposo (sabatarianismo) de los fariseos — mediante
lo cual Él implicaba el fracaso por parte de ellos en manifestarse como
teniendo derecho a ser considerados como la nación elegida. Esta cuestión lleva
el asunto a su punto final.
Los fariseos, con su blasfema
acusación de poder satánico en nuestro Señor, se exponen a la terrible
advertencia de blasfemia contra el Espíritu Santo para la cual no puede haber
perdón. Aquellos que atribuyen al diablo el evidente poder de Dios manifestado
ante sus ojos están en peligro de lo que nunca puede ser perdonado — atribuyendo
así con los ojos abiertos las obras del Espíritu de Dios a Satanás. Ellos llaman
a la luz, tinieblas y al bien, mal.
El Rey es así rechazado por
los líderes responsables, y en Mateo 13 tenemos el reino descrito como ha
existido durante el rechazo de su Rey. Es como si Él mostrara cómo, durante Su
ausencia, habría una condición mixta incluso en aquello que hiciera una
profesión de sometimiento a Él mismo.
Mateo 14 continúa las obras
del Rey. Él no es exactamente un fugitivo, pero ocupa un lugar muy diferente de
lo que tuvimos en la primera parte del Evangelio. Un falso rey, Herodes, es
visto aquí; sin embargo, el Verdadero alimenta a sus súbditos hambrientos con
algo más que el pan que perece, y los hace pasar a través de tormentas que no
son otras que las que se desataban sobre el Mar de Galilea.
Mateo 15 se explaya con algún
detalle acerca de los puntillosos desatinos de los fariseos, cuya vida exterior
era tan contradictoria con su corazón interior; y, en contraste con el
formalismo de ellos, nos presenta un atisbo del corazón de Dios que se
compadece ahora más allá de las ovejas perdidas de la casa de Israel, a saber, de
los gentiles.
Mateo 16 nos lleva al terreno
Gentil, y en la gran confesión de Pedro acerca de quién es el Rey, "el
Cristo, el Hijo del Dios viviente", tenemos el fundamento de algo más que
el reino — el fundamento de esa Iglesia que no es revelada en Mateo, salvo para
mostrarnos aquello sobre lo que ella descansa, y contra la cual las puertas del
Hades no pueden prevalecer.
En Mateo 17 vemos al Rey en Su
hermosura, asociado con los grandes testigos de Su gloria, la ley y los
profetas. La gloria, aunque es mostrada, no es para todos. La nación en la
incredulidad no conoció el tiempo de Su visitación, y mientras nuestro Señor
desciende del monte, la opresión satánica del pueblo se manifiesta. Viene un
día cuando el Rey de gloria liberará a todo Su pueblo oprimido.
Mateo 18 enfatiza ese espíritu
manso, pueril, sin el cual nadie puede entrar en el Reino — el espíritu que, de
hecho, fue manifestado por nuestro Señor quien, aunque Rey de reyes, podía
decir de Sí mismo, "soy manso y humilde de corazón". (Mateo 11: 29).
No obstante, Mateo 19 presenta
los santos principios de Su reino, en el que nadie puede entrar sino aquellos
que tienen más que los requerimientos del hombre natural.
En Mateo 20 tenemos el
comienzo del último gran desplazamiento del Rey a Su ciudad capital. Comienza
en Jericó y termina, no en el trono de David, sino en la cruz del Calvario.
Todavía vemos al Rey en esta parte del Evangelio.
En Mateo 21 vemos Su entrada
real en la ciudad, junto con Sus magistrales y convincentes respuestas a cada
pregunta de incredulidad y enemistad.
Mateo 22 nos habla del
banquete de bodas que está aún por venir, en el que el Rey tendrá por fin a Sus
invitados a Su alrededor.
En Mateo 23 el tiempo para la
paciencia ha pasado. Durante todo el día el Rey había esperado pacientemente a
Su pueblo desobediente y rebelde. Él denuncia ahora a los cabecillas de esta
rebelión.
En Mateo 24 y 25 nos son
presentados los grandes acontecimientos conectados con la segunda venida del
Rey, cuando Él establecerá Su reino en poder; cuando aquellos que han rechazado
Sus ofrecimientos de misericordia en el tiempo de Su humillación serán
obligados a inclinarse ante una gloria que ya no suplicará, sino que exigirá un
juicio justo sobre Sus enemigos.
Esto concluye la manera en que
Cristo es presentado en el Evangelio de Mateo. Todo tiene especial referencia a
Su autoridad y posición reales como el legítimo heredero del trono de David y
Gobernante de Su pueblo. Las diversas etapas de la oposición a Su autoridad son
descritas para nosotros, y la conclusión que sacamos cuando llegamos a Mateo 25
es que un reino tal no puede ser establecido por tal Rey sobre un pueblo tal, excepto
mediante el más implacable juicio por una parte, y por la otra, por medio de
una obra de gracia que producirá en los corazones de otros una fe que Le
reconocerá como Señor y clamará, "Bendito el que viene en el nombre del
Señor". Hasta ese momento, incluso el Templo, la casa del divino Rey, les
es dejada desierta. (Mateo 23: 37 al 39). Ellos pueden hacer con ella lo que
quieran. Pueden contaminarla con su mercadería y vanas ceremonias religiosas.
"Icabod" ("no hay gloria, en otras palabras, sin gloria), está
escrito sobre todo él, y en efecto será derribado hasta que llegue el momento
del cual Él habla al final de sus solemnes denunciaciones.
Del resto de la narración de Mateo hablaremos más tarde,
bajo el tema de la muerte de nuestro Señor. Continuamos por el momento nuestro
examen de la forma de presentación de nuestro Señor en los otros Evangelios.
La Presentación
de
Cristo en Marcos
La realeza de nuestro Señor evidentemente
no es prominente el Evangelio de Marcos. Una medida de familiaridad con su
contenido puede sugerirnos más bien la incansable actividad de Uno que tenía
una obra especial que realizar y la llevó a cabo con una persistencia incesante
hasta que todo fue consumado. Esta obra tiene naturalmente dos partes: el
ministerio a todas las personas necesitadas que Le rodean, y el testimonio de Dios
que constantemente es llevado a Sus oyentes. Estas dos características de
nuestro Señor las encontramos prominentes a lo largo de este Evangelio.
Le vemos como el Siervo de la
necesidad del hombre y el Profeta de la verdad de Dios. Por lo tanto, no hay
más que un breve prefacio a Su ministerio, y después de los primeros trece
versículos vemos a nuestro Señor resuelto en la obra que Él vino a hacer.
Después de llamar a Sus
discípulos a seguirle para ser testigos y sucesores en Su labor, Él emprende Su
vida de trabajo. El endemoniado es libertado; la madre de la mujer de Pedro es
sanada de la fiebre; multitudes afligidas de diversas enfermedades son curadas;
el leproso es limpiado. Sin embargo, en medio de todo hay tiempo libre para aquello
de lo cual el Siervo perfecto sentía Su necesidad, a saber, la oración, con un
diligente avance, como para recordarles que Su obra principal no era la
curación de la enfermedad, sino la predicación: Él dice, "porque para esto
he venido".
La sanación del paralítico
viene a continuación (Marcos 2), y en el resto del capítulo es presentado Su
testimonio profético.
En Marcos 3 la mano seca es
sanada, y la oposición, cuyos murmullos ya habían sido oídos, se vuelve clara y
definida.
Marcos 4 nos presenta la
esencia de Mateo 13, aunque no tan completamente. La tempestad es vista aquí
después de las parábolas, similar en
su carácter moral al lugar que ocupa en el Evangelio de Mateo donde sobreviene
poco después del sermón del monte. La
senda de rechazo del Siervo está claramente señalada aquí como una de oposición
más encarnizada, sin embargo, Él continúa imperturbable en el firme propósito
de servicio y testimonio que se había propuesto cumplir.
Marcos 5 nos muestra Su poder
sobre Satanás, cuando está más arraigado en los hombres. Al regresar a
Capernaum la hija muerta de Jairo es resucitada. Podemos decir que todo es
visto como la actividad del Profeta y Siervo de Dios, en lugar de la autoridad
del Rey que había venido a tomar Su poder y Su reino.
Marcos 6 está dedicado a Su
rechazo, tanto por parte de Nazaret como implícitamente por parte de Herodes,
de modo que Él se ve obligado a estar en un lugar desierto; pero nada detiene
Su ministerio para la necesidad del hombre. Los cinco mil son alimentados por
Uno que, hablando humanamente, huía por Su vida. Así, dondequiera que Él va,
sin importar cuánto Él padece, puede calmar las olas furiosas para Su
tembloroso pueblo y acoger a las multitudes de cansados y enfermos que se
arrojan a Sus pies para ser sanados.
Marcos 7 coloca uno al lado
del otro, como en Mateo 15, el corazón vacío, contaminado del formalismo, y la
tierna compasión del corazón de Cristo para con la pobre extranjera Gentil. De
regreso a Su región, Él abre lo sordos oídos y suelta la lengua tartamuda de
uno que parece ser un tipo de la nación que un día va a tener sus oídos
abiertos y sus labios sin sellar.
Marcos 8 está dedicado en su
primera parte a obras similares, que parecen conectar con el remanente de
Israel, alimentando de nuevo a la multitud y recordando a Sus discípulos Su
poder para hacer esto, mientras que la apertura de los ojos del ciego de
Betsaida se corresponde bastante con la narración del capítulo anterior. La
última parte del capítulo, a partir del versículo 27, nos traslada a territorio
Gentil, donde sale a relucir la confesión completa de quién es Él.
En Marcos 9 estamos con Él en
el monte santo, pero no se queda mucho tiempo allí porque la necesidad Le
espera abajo; el demonio debía ser echado fuera del muchacho, así como lo será
de Israel en los días postreros.
A partir de este momento,
nuestro Señor habla inequívocamente de Su rechazo, como si cuánto más claramente
brille Su gloria, más abierta se hace la hostilidad del hombre, enfatizando la
necesidad de Su obra expiatoria. Nuestro Señor no se deja disuadir ni por un momento
por las glorias que estuvieron sobre Él en el monte, ni el asombro de la gente
por Sus obras milagrosas puede hacerle olvidar el propósito para el que ha
venido al mundo. Una gloria siempre descansó sobre Él, pero es la gloria de la
mansedumbre, "que es de grande estima delante de Dios", y con lo que
Él apremia a Sus discípulos.
Marcos 10 lo lleva a las cercanías
de Jerusalén, y los acontecimientos de Sus últimos días adquieren prominencia.
Marcos 11 y 12 son paralelos a
la misma narración de Mateo, pero con la característica brevedad y claridad de
propósito que caracteriza todo este Evangelio.
Marcos 13 de la misma manera
nos presenta el discurso profético, similar al de Mateo 24 y 25, sólo que más
breve.
Aplazamos la examinación del resto
del Evangelio hasta que hablemos de Su muerte.
La Presentación de Cristo en Lucas
Como obra literaria el
Evangelio de Lucas es quizás superior a los otros dos sinópticos. Escrito como
lo fue por un Gentil, un médico también, y probablemente un hombre culto, tiene
sobre él un encanto que se adhiere de manera natural a una producción
terminada, pero el encanto no es tanto natural y literario como en el método en
el que presenta el tema que le ocupa.
Al hablar así no querríamos ni
por un momento pensar que Mateo o Marcos son incompletos o toscos. No es así.
Mateo, sin duda, como judío, aunque no como escriba, era plenamente competente,
como lo muestra su Evangelio, para presentar de manera adecuada su tema; tal como
lo es Marcos para el suyo. La concisión misma y la brevedad
de estilo de Marcos expresan el tema que le llenaba el corazón.
No obstante, en Lucas tenemos
una delicadez de tratamiento que es peculiarmente apropiado a la manera en que
nuestro Señor nos es presentado. Existen puntos en común tanto con Mateo como
con Marcos, pero el ámbito es evidentemente más amplio. El tema no es tanto
desde el punto de vista judío, como lo es desde el del evangelio de la gracia
de Dios; por lo tanto, pasamos instintivamente de su narración de la vida
terrenal de nuestro Señor a la de los Hechos de los Apóstoles, reconociendo que
son de un solo autor con una unidad de propósito que impregna a ambos. En
efecto, podríamos ir más lejos, y recordando que Lucas fue el compañero del
apóstol Pablo en gran parte de su obra entre los Gentiles, encontramos su
narración del Evangelio y la de los Hechos como siendo una introducción
adecuada a las epístolas del gran apóstol de los Gentiles.
Sin embargo, nuestro propósito
inmediato no es hacer aquí un sondeo de todos los escritos de Lucas, ni
siquiera aún de su Evangelio, sino más bien ver, como ya hemos hecho en los
anteriores evangelistas, la forma en que él nos presenta al señor Jesús.
Lucas 1. Casi podríamos
imaginar que este capítulo y el siguiente deberían haber sido escritos por
Mateo, ya que la escena es en su mayor parte judía; pero si miramos un poco
debajo de la superficie encontraremos su adecuación al tema general de Lucas.
La realidad de la fe en Dios, y la separación de los que tienen esta fe, como
un remanente de la multitud de la nación, son enfatizadas aquí. En Zacarías y
Elisabet vemos esta fe de manera muy hermosa, así como en un gran número de
humildes habitantes en la serranía de Judea, y en Simeón y Ana junto con otros
en Jerusalén.
Tenemos así un remanente, a
manera de tipo, sin duda, de lo que será en Israel en los días postreros, pero
que también conecta íntimamente con el remanente de la fe que es visto a lo
largo de toda la narración Evangélica, y que eventualmente se agranda en el
pensamiento más amplio de la Iglesia, que incluye a los gentiles.
En el primer capítulo tenemos el
anuncio del precursor y el relato de su nacimiento junto con el misterio más
maravilloso de la encarnación del Hijo de Dios. Nosotros podríamos decir que no
se puede hallar un lugar más sagrado que el del anuncio, donde la sierva del
Señor se inclina en sumisa adoración ante la asombrosa gracia que había sido
mostrada a ella y a los hijos de los hombres. Dios no sólo iba a visitar a su
pueblo Israel, sino que iba a venir al mundo para ser el Salvador de la
humanidad.
Lucas 2. La maquinaria del
imperio Romano comienza a funcionar para llevara cabo la predicción del
Espíritu de Dios por medio del profeta de que el Hijo de David nacería en
Belén, la ciudad de David. Es conmovedoramente apropiado que nuestro Señor
nazca en Belén, la ciudad de David en su humildad, en lugar de nacer en
Jerusalén, la ciudad del gran rey, donde David pasó su vida real. En Mateo, los
magos vienen a Jerusalén para enterarse de dónde ha nacido el Rey de los judíos.
En Lucas, no se nos dirige primero a Jerusalén, sino a la pequeña aldea en la
serranía donde David pasó su infancia y sus primeros días y donde nació el Niño
celestial. En Mateo, surge una estrella que guía a las naciones desde lejos
hasta el lugar de nacimiento del Rey. En Lucas, un mensajero celestial anuncia
a los pastores de Belén el mismo glorioso evento, mientras que la alabanza de
los ángeles va más allá de los confines de la nación de Israel proclamando,
"Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres en
quienes El se complace". (Lucas 2: 14 – LBLA).
Tenemos aquí un indicio del
tema de Lucas, donde nuestro Señor no es presentado meramente en conexión con
la nación de Israel, sino como Hijo del Hombre. De hecho, Él es presentado en
el templo, pero pronto es llevado desde Belén a Nazaret, donde pasa Su vida
privada. Sólo tenemos un vislumbre de Él, uno muy significativo, que también es
en el templo. Nos muestra la conciencia de Su misión que estaba en Él desde el
principio. Sus palabras, "¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me
es necesario estar?" ponen fin a todas las especulaciones de la incredulidad
y a los razonamientos filosóficos de la Kenosis
{Ver N. del T.}. Por mucho que se hubiera despojado de Su gloria, seguía siendo
conscientemente el Hijo de Dios, reivindicando a Dios como Su Padre. Por lo
tanto, aunque las escenas de Su infancia y Su vida temprana son de carácter
judío, no están directamente conectadas con el establecimiento de Su reino como
en Mateo, sino que conducen a los acontecimientos de Su vida pública. Estos también
son en gran parte judíos en la forma, y sin embargo van más allá del mero
judaísmo.
{N.
del T.: El término kenosis proviene
de la palabra griega para describir la doctrina del auto-despojo de Cristo en
Su encarnación. La kenosis fue una auto-renuncia, no un vaciarse a Sí mismo de
Su deidad, ni un intercambio de la deidad por humanidad. Filipenses 2: 7 nos
dice que Jesús “se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose
semejante a los hombres.” Jesús no dejó de ser Dios durante Su ministerio
terrenal. Pero sí dejó de lado la gloria celestial de Su relación cara a cara
con Dios. Él también dejó de lado Su autoridad independiente. Durante Su
ministerio terrenal, Cristo se sometió totalmente a la voluntad del Padre.}
Lucas 3 es dramático en su
disposición. El mundo sigue totalmente inconsciente del motivo de la
tranquilidad dominante. El emperador romano está en el palacio de los Césares,
y su representante, Pilato, es gobernador en Judea. Un falso rey de los judíos,
Herodes, tiene su pequeño reino en Galilea, con su hermano Felipe sobre otra
porción, y aun otro gobernante en Abilinia. El mundo parece no sufrir de carencia
de gobernantes, y la misma plétora
(abundancia) existe en el oficio mismo del sacerdocio — Anás y Caifás
dividiendo entre ellos honores que no lo eran tanto por derecho divino (aunque
sin duda eran descendientes de Aarón) como por gestión política romana.
Así que el mundo, político y
religioso, parece estar provisto y en reposo. Es, en efecto, un reposo de
muerte moral. En medio de esto viene la palabra del Dios viviente que va a
agitar el trono de Roma y el palacio de los sacerdotes. Sin embargo, no llega
al emperador, al gobernador o al tetrarca, ni a los ocupantes del santo cargo
del sacerdocio, sino a un hombre humilde en su rechazo, Juan, de la familia de
Aarón en verdad, pero como Ezequiel y Jeremías de antaño, un profeta más que un
sacerdote. Él agita a la gente tanto religiosa como militar, y ellos salen a
escuchar su predicación de arrepentimiento; pero esto es sólo para prepararlos
para la entrada de Uno más grande que él, y la muchedumbre se descubre cuando
la miramos, y vemos a Otro parado al lado de Juan como si fuera un penitente;
pero ni Juan ni el Cielo pueden mirarlo como eso; es Uno que en la humildad
estaba tomando Su lugar con un pueblo penitente para convertirse en su Fiador y
abrirles esos cielos que ahora Le sonríen.
Su genealogía sigue a
continuación, remontándose aquí no meramente hasta David ni tampoco hasta
Abraham sino hasta el primer hombre, Adán, y por tanto hasta Dios. Vemos así la
conexión de nuestro Señor con toda la familia humana, más que con Israel. Se
supone, y probablemente es correcto, que tenemos aquí la genealogía de nuestro
Señor a través de Su madre María, aunque al estar probablemente emparentada con
José, Su genealogía es también la de él.
Lucas 4. Seguimos la vida del
Hijo del Hombre que transcurrió dentro de los límites de Israel, pero con una
constante perspectiva hacia el mundo exterior. Encontraremos, por lo tanto,
maravillosamente prominente, el precioso evangelio de la gracia de Dios que
llega a toda la humanidad. La ley había cercado a Israel como nación, pero como
no la cumplían, dicha ley no podía diferenciarlos permanentemente del resto de
los hombres.
Después de la tentación
nuestro Señor va a Galilea y se encuentra en Nazaret, donde Él enuncia el gran
principio del cual acabamos de hablar. El mensaje de la gracia es enviado a Su
propio pueblo, pero es recibido por los Gentiles, incluso como antiguamente la
viuda de Sarepta, una Gentil, recibió al profeta y fue alimentada durante el
tiempo de hambruna, y como Naamán, un sirio, fue limpiado de la lepra. Los
pobres nazarenos habrían demostrado la exactitud divina de las palabras de
nuestro Señor al tratar de matarlo; pero ni el tiempo ni la manera concordaban
con las Escrituras; así que pasó a ministrar en bendición a otros.
Lucas 5 está lleno de hermosas
imágenes de la gracia de Dios. La presencia divina manifestada en la captura de
los peces convence a Pedro de pecado, mientras la gracia le da seguridad y
predice su servicio en el evangelio. La lepra es limpiada y el paralítico es
sanado, mientras entre estos hechos de gracia nuestro Señor se retira para
derramar Su alma en oración. Podríamos mencionar aquí que la oración es una
característica prominente de la narración de este evangelista. Los publicanos
se reúnen en torno a Aquel que ejemplifica una gracia que no vino a llamar a
justos sino a pecadores al arrepentimiento.
Lucas 6. El Hijo del Hombre es
Señor del día de reposo, que en realidad nunca tuvo la intención de mantener al
hombre en servidumbre sino, si él hubiese estado correcto en su alma, para
darle un reposo honorable y deleite en Dios. La impotencia, inducida por la
servidumbre de la cual la mano seca era un tipo, es aliviada en gracia; y el
resto del capítulo nos presenta un resumen del sermón del monte desde el punto
de vista del evangelio para los hombres más que del reino para Israel.
Lucas 7. Nuestro Señor
ministra al centurión romano, y a Israel tipificado en la viuda de Naín, y
justifica a los hijos de la sabiduría que Le reconocen y Le justifican en Sus
modos de obrar. El amoroso ejemplo de la gracia en casa del fariseo está en
armonía con el tema de nuestro evangelista, pues él se deleita siempre en
registrar las efusiones de esa gracia.
En Lucas 8 tenemos sólo la
parábola del sembrador del séptuple ciclo parabólico de la verdad del reino, lo
cual quizás enfatiza el tema de Lucas del evangelio del Hijo del Hombre. El
resto de las narraciones de este capítulo son presentadas también en los otros
sinópticos, y sin duda en las conexiones apropiadas.
En Lucas 9 la multitud es
alimentada pero el rechazo a nuestro Señor está manifestado más claramente. La
transfiguración y la curación del muchacho endemoniado son pronto seguidas por
el progreso de Su rechazo. Lucas 9: 51 parece incluir todo el resto de la
narración del Evangelio bajo este tema general. El recorrido llevaba a
Jerusalén, el lugar donde Él iba a ser crucificado, y todo está a la luz de
eso. Si los hombres van a seguirle, ello es seguir a Uno que va a la cruz.
Aquellos que miran hacia atrás no han entrado en el poder de una vida que les
permite enfrentar la muerte.
Lucas 10. La actividad de
nuestro Señor y el cuidado de los demás sólo se intensifican a medida que Su
rechazo es más manifiesto. Él enviará mensajeros con el evangelio, e incluso la
oposición y los lazos del enemigo no son más que nuevas ocasiones para sacar a
relucir ese evangelio en su plenitud, como indica la parábola del buen
samaritano.
Lucas 11 enseña, en la parábola
de los tres panes, que la oración sincera nunca falla. El resto del capítulo muestra
la letalidad de la oposición, y nuestro Señor se enfrenta a ella manifestando
la hipocresía y la perfidia de los fariseos.
Lucas 12 nos presenta las
solemnes realidades del tiempo y la eternidad, y nos presenta una visión del
Hijo del Hombre en la intensidad de Su anhelo de advertir y liberar a los
hombres.
En Lucas 13 se insiste acerca
de la desesperada condición de Israel, mientras que también hay insinuaciones
de bendición y liberación, como en la sanación de la mujer con el espíritu de
enfermedad.
Lucas 14. Estamos aquí en
'territorio evangélico'. La parábola del banquete con su invitación a los
pobres y los mancos no necesita comentario; ella muestra el corazón de Aquel que
atraería a los hombres hacia Sí mismo y provee a los necesitados y hambrientos.
Lucas 15, la perla del
Evangelio — no necesita palabras para mostrar su hermosura. Sólo hablamos de
ella aquí como presentando ese aspecto de nuestro Señor consistente con todo el
Evangelio de Lucas, el Hijo del Hombre presentando la salvación al mundo de
pecadores.
Lucas 16 presenta el solemne
retrato contrario — la soberbia del hombre al rechazar a Cristo, y su destino
final. En lugar del banquete en la mesa del Padre, está el lugar del rico en el
tormento.
Lucas 17. En la limpieza de
los leprosos y la adoración del samaritano sanado tenemos de nuevo el tema
evangélico de Lucas; mientras, la última parte del capítulo muestra el futuro
con sus consecuencias para el impenitente.
En Lucas 18 vemos la oración
predominante, el evangelio para el penitente, y el rechazo del evangelio por parte
del autosuficiente. Al final, se entra en la etapa final del recorrido a
Jerusalén, marcada como en todos los escritores de los evangelios sinópticos
por la curación de Bartimeo. En verdad, los ojos de Israel serán abiertos
cuando esté listo para recibir a Aquel a quien ahora rechazan.
En Lucas 19 Zaqueo el
publicano recibe al Señor ilustrando nuevamente el tema del evangelio. La
parábola de las diez minas es similar a la de los talentos, pero tiene ciertas
características propias. Esta parábola fue pronunciada debido a que Él estaba
cerca de Jerusalén, y aunque habla de la responsabilidad en general, la forma
sugiere la venida del reino que Él establecería. El recorrido hacia Jerusalén y
la purificación del templo siguen a continuación — todas son escenas judías.
En Lucas 20, nuestro Señor
lidia con los líderes del pueblo y sus cuestionamientos, muy a la manera de los
otros evangelistas. Podemos mencionar detalles más adelante.
Lucas 21 es el discurso
profético, en el que todo está de acuerdo con el tema del Evangelio del Hijo
del Hombre.
La Presentación
de
Cristo en Juan
Los tres evangelios
sinópticos, como ha sido mencionado frecuentemente, están juntos y en
separación del cuarto evangelio. La incredulidad se ha esforzado en sacar
provecho del carácter único del Evangelio de Juan; pero que ellos señalen su
divergencia en la medida de lo posible, ellos no serán más que leñadores y
aguadores y suministrarán material nuevo para la exhibición de la gloria del
eterno Hijo de Dios.
Si Lucas nos muestra al Hijo
del Hombre, no puede haber ninguna
duda de que en el evangelio de Juan, de principio a fin, estamos cara a cara
con el Hijo de Dios. No es que Su
encarnación sea pasada por alto; unos pocos versículos en el primer capítulo
describen esto, pero nosotros vemos claramente que no estamos trazando las
glorias del Rey de Israel, aunque el que está aquí es también Rey; ni tampoco
estamos siguiendo las ajetreadas actividades del Siervo fiel, aunque tenemos
aquí a Uno descendido del cielo no para hacer Su propia voluntad, sino la
voluntad de Aquel que Le envió. Él no tiene aureola alrededor de Su cabeza. La
gloria que la fe contempla habita en un tabernáculo, pues el Verbo se ha hecho
carne, pero es la gloria como del Unigénito del Padre; una gloria llena "de
gracia y de verdad".
Por lo tanto, Juan está solo.
El evangelio es sacado a relucir con tan grande claridad como en Lucas, pero
desde el punto de vista de la gloria de la Deidad de nuestro Señor. Hay
expresiones características en nuestro evangelista que examinaremos en otro lugar.
Aquí basta con que recordemos que la vida eterna, el don de Aquel que estaba en
el seno del Padre, es la forma en que el evangelio nos es presentado en Juan.
Por lo tanto, es el aspecto divino. Nos esforzaremos en señalar la forma en que
nuestro Señor es presentado en los diversos capítulos.
Juan 1. Los versículos 1 a 5 se
destacan por sí mismos. Aquí está el vínculo de todo lo que ocurre en la
encarnación con lo que antes había sido cierto. "El Verbo", la
expresión de la mente, el pensamiento y los propósitos de Dios, es el nombre
dado al Hijo. Él existía "en el principio", es decir, antes que la creación
tuviera lugar. Él estaba "con Dios", como asociado con el Padre y con
el Espíritu; Él "era Dios", porque Él mismo era eso así como el Padre
y el Espíritu. Aquel mismo que después se manifestó en Su humanidad era
inmutablemente el mismo. Aquel que "estaba en el principio con Dios".
Por lo tanto, la continuidad,
si podemos decirlo así, de Su Deidad, es establecida de la manera más absoluta.
En Él estaba la vida. La vida Le pertenecía a Él mismo como Aquel que tiene
existencia propia; pero esta Vida, incluso como Su título, "El Verbo",
sugiere salir a Sus criaturas y darles a conocer a Dios; Se trata de la luz de
los hombres. Sin embargo, ella brillaba en las tinieblas — unas tinieblas
morales que no pudieron comprenderla. Luego son mencionados el ministerio de Juan,
la predicación del arrepentimiento, mostrándole al hombre sus necesidades y
preparándole para recibir la Luz verdadera que venía al mundo. (Juan 1: 1 a 5 –
LBLA).
Nuestro Señor viene así al
mundo que Sus propias manos habían hecho, pero Él es visto desde el principio
como el Rechazado, tanto por el mundo en general que no Le conocía, como por Su
propio Israel que no Le recibió. Esto fue debido a la naturaleza del hombre;
pero la gracia estuvo también obrando, y por lo tanto todos los que le
recibieron fueron llevados a un lugar no de bendición ocasional, sino que
fueron hechos miembros de la familia de Dios — nacidos de Él en conexión con la
fe en el nombre de Su Hijo.
Por tanto, El verbo se hizo
carne; la encarnación ha tenido lugar; la gloria divina ha consentido en morar
en un humilde tabernáculo que muestra sus hermosuras solamente a la fe. La
gloria de Dios increado es traída cerca del hombre. Los que tienen ojos lo ven,
y se dan cuenta que el unigénito Hijo ha dado a conocer a Aquel que ningún ojo
ha visto jamás.
Juan el Bautista, el
predicador del arrepentimiento, señala a nuestro Señor como más que el Hijo
encarnado. Él es el Cordero de Dios que mediante Su sacrificio va a llevar al
hombre de regreso a Dios. Como resultado de la predicación y su señalamiento de
Cristo, los discípulos Le siguen al lugar donde Él mora, un tipo del cielo
mismo.
Juan 2. Así como el capítulo
anterior nos lleva, podemos decir, al cielo, el actual nos introduce en la
escena de la bendición de Israel. Tenemos las bodas en Caná, los inmutables
propósitos de Dios que van a cumplirse en cuanto a Israel, pero no según la
naturaleza. El vino, el tipo del gozo, falta a la mitad misma de la fiesta
señalada, una fiesta de los judíos en la que no puede haber verdadero gozo; pero
donde hay una verdadera recepción de Su palabra y arrepentimiento, como es
sugerido por los cántaros llenos de agua, el vino del gozo en la bendición nacional
será entonces una realidad. Nuestro Señor va a Jerusalén, a la pascua; pero
otra pascua debe tener lugar antes que los fundamentos verdaderos del acceso a
Dios puedan ser colocados. El pueblo todavía no Le conoce.
Juan 3. Los temas principales
están aquí: a saber, la necesidad de vida, como es vista en la necesidad del
nuevo nacimiento instado reiteradamente a un principal de los judíos, y la
necesidad de la cruz como la sola base sobre la cual el nuevo nacimiento o
cualquier otra bendición podían ser aseguradas. El don de la vida eterna es
asociado así íntimamente con la obra en
nosotros en el nuevo nacimiento y en la obra por nosotros en la cruz.
En Juan 4 nuestro Señor es
presentado como el Dador de vida eterna, y aquel que estaba en el seno del
Padre es visto sentado junto al pozo de Sicar dando el agua de vida a una
pecadora.
Juan 5 muestra que milagros de
la clase más maravillosa no pueden quebrantar el corazón obstinado de los
impenitentes sin la gracia soberana, pero el milagro de sanidad del hombre
impotente en el estanque de Betesda proporciona el texto sobre el cual nuestro
Señor predica Su gran tema de la vida eterna, y la alternativa del juicio que
también ha sido encomendado a Sus manos. Todo mira hacia la resurrección.
En Juan 6 Le vemos como el
Dador y Sustentador de la vida eterna bajo la figura del pan. Este es el único
milagro narrado en los cuatro evangelistas, que debe tener, por lo tanto, un
significado especial. La forma de tratarlo por cada evangelista es digna de
mención. Sólo Juan funda un vasto sistema de verdad divina sobre él; nos
sugiere su tema, el Señor en su Deidad, sin embargo encarnado, que es el Dador
y Sustentador de esa vida eterna que procede tanto de Él, como que está en Él. Podemos
decir que en el capítulo 3 tenemos la doctrina de la Cruz en conexión con el
agua; y en el capítulo 6 la doctrina de la Cruz en conexión con el pan. Uno
habla de la impartición de vida; lo otro habla también de su sustento.
En Juan 7 nuevamente nuestro
Señor como la Vida Eterna es el tema. Él es tanto la Vida como el Dador de
ella; pensamiento precioso — Él se da a Sí mismo. Aquí no es solamente como
agua en un pozo que satisface el corazón, sino como un río fluyendo en el poder
del Espíritu Santo para refrescar también a
otros.
Juan 8 nos presenta el pecado
en la presencia de la santidad perfecta y la gracia divina; y podemos decir que
esto forma el tema del coloquio de nuestro Señor con los judíos. Él es la Luz
del mundo; seguirle a Él no sólo es tener luz, sino que es tener la luz de la
vida. La luz sola condenaría, pero la luz que da vida lo hace a uno estar tranquilo
en la presencia de Dios, incluso como la narración de la mujer al principio del
capítulo ilustra.
La luz manifiesta todo lo que
es contrario a ella. Por tanto, los judíos son manifestados en su odio, una
oposición tan bien conocida que nuestro Señor pudo hablar del momento venidero
cuando ellos levantarían al Hijo del Hombre. Sin embargo, si ellos Le
rechazaban, Dios estaba con Él; la conciencia de la presencia de Su Padre
estaba siempre con Él. ¡Qué poder debe haber habido en estas palabras! pues cuando
Él las pronunció muchos creyeron en Él; pero esta fe debe ser genuina, el fruto
de la obra del Espíritu, o ella sólo cubriría la enemistad que yace debajo. La
libertad verdadera es por medio de la verdad. Ella pone en libertad al alma,
pues es la libertad que el Hijo da, y si el Hijo lo liberta, usted será
verdaderamente libre, en el lugar de filiación, y esta filiación no es la
filiación formal, una cosa exterior, sino la que caracteriza a la familia de Dios,
desde Abraham en adelante.
Juan 9. La apertura de los
ojos ciegos no es solamente una figura de la recuperación de la vista por parte
del remanente, sino del hombre natural siendo encontrado en gracia. Es, por
supuesto, una escena judía, y el hombre es expulsado de la sinagoga, por lo que
se encuentra cara a cara con el Hijo de Dios a quien su alma se deleita en
adorar.
En Juan 10 el verdadero Pastor
de las ovejas es visto, y Él condujo a una de esas ovejas que Él había llamado
por nombre en el capítulo anterior. Aquí tenemos de nuevo la vida eterna, dada
a través de la muerte del Hijo de Dios que, como el buen Pastor da su vida por
sus ovejas, y como el gran Pastor las
sustenta, para que nadie pueda arrebatarlas de Su mano.
En Juan 11 vemos la vida en
resurrección, más allá del poder de la muerte, y aunque la resurrección de
Lázaro no es más que un tipo de esto, el velo no es demasiado grueso para que
la fe no vea más allá, incluso para contemplar a Aquel que es la Resurrección y
la Vida, y en quien, si un hombre cree, aunque esté muerto, vivirá, y el que
vive y cree en Él no morirá jamás.
Juan 12 concluye los tratos
públicos de nuestro Señor con el pueblo. Tenemos la entrada triunfal en
Jerusalén con su significancia especial propia apropiada para este evangelio.
Los gentiles desean verle, pero la cruz está aún delante de Él. Su alma santa
se arredra por la angustia que Él sabía que la cruz implicaba, una angustia de
no meros padecimientos físicos, sino de la oscuridad de la separación de Dios.
Leemos, "¡Ahora está turbada mi alma! ¿y qué diré? ¡Padre, sálvame de esta
hora! mas por esto mismo vine a esta hora". (Juan 12: 27 – VM). Sin
embargo Él arrostra todo, pues para esto mismo Él había venido al mundo; Él no
rehuiría la hora que estaba ahora cercana. La parte final del capítulo es una
despedida muy solemne, podemos decir, una permanencia de la Luz y de la Vida en
el umbral de un templo de forma y ceremonia, al cual incluso Él regresaría si
hubiera un corazón para recibirlo. Por desgracia, ese corazón estaba en el
sueño de la muerte moral, tal como lo había predicho el profeta; y aunque la
gloria del Hijo de Dios estaba allí, no había ojos para contemplarla.
En Juan 13 y en los capítulos
siguientes nuestro Señor está ahora solo con Sus discípulos. En este capítulo Le
tenemos como el Abogado que haría apto a Su pueblo para la comunión con Él.
Este es el significado del lavado de los pies de los discípulos. Así los
prepararía para disfrutar de la comunión consigo mismo; mientras Judas se
retira, porque no tiene una parte verdadera en todo esto.
Juan 14. Si el capítulo
anterior nos presenta la limpieza por el camino, este nos muestra el final del
camino en la casa del Padre. Vemos a nuestro Señor como el Dador del Espíritu
que ha de morar con nosotros hasta el fin del recorrido. Él deja la paz con
nosotros, una paz que Él hace mediante la sangre de Su cruz; Su propia paz,
también, va a ser nuestra porción. Así, nosotros tenemos parte con Él.
En Juan 14 Él habla de Sí
mismo en símbolo como la vid verdadera.
Israel, la vid infructuosa que produjo uvas silvestres, es reemplazada por el
Verdadero que se somete a todo el cultivo del Padre, incluso a lo que era
necesario para introducir en conexión vital con Él mismo las ramas que han de
dar fruto. Dar frutos es el tema. Donde permanecen Su palabra y el Espíritu
Santo, la obediencia será el resultado, y la oposición misma del mundo sólo
brindará la ocasión para que esta fecundidad sea manifestada.
Juan 16 habla del ministerio
especial del Consolador, el Espíritu Santo a ser enviado por el Señor tan
pronto como Él deje a Sus discípulos. Ellos Le verán de nuevo, y en la libertad
entrarán en una vida nueva cuyo gozo nadie les puede quitar. Al final del
capítulo, en las más breves palabras Él presenta la verdad acerca de Sí mismo: las
palabras, "Salí del Padre", nos hablan de esa gloria eterna que era
Suya antes que el mundo existiera; "He venido al mundo" habla de Su
encarnación; "otra vez dejo el mundo" habla de Su cruz y Su
resurrección; "y voy al Padre" nos muestra dónde Él estaba antes,
pero allí ahora como Hombre, como
habiendo consumado mediante Su muerte una redención para Su pueblo que les da
derecho a estar también allí.
En Juan 17 tenemos el
privilegio no sólo de oír las palabras de nuestro Señor a nosotros y a Sus
discípulos, sino de oírle hablar a Su Padre, derramando Su alma en esa oración
intercesora Sumo Sacerdotal por los Suyos. En el capítulo 13 Le vemos como el
Abogado; en el capítulo 17, como el sumo Sacerdote. En uno Él se ocupa de
nosotros; en el otro, Él todavía está ocupado de nosotros, pero con el Padre,
derramando ante Él Sus deseos y Su intercesión a nuestro favor. Habiendo
glorificado a Dios en Su vida, Él iba ahora a glorificarle por medio de la
muerte y la obra terminada.
Todo es anticipativo y mira
hacia la cruz. Él tiene autoridad sobre toda carne, pero esa autoridad es vista
ahora en la dación de vida eterna. La vida eterna es manifestada en el
conocimiento del Dios verdadero y de Jesucristo Su enviado. De principio a fin existe
la perfecta conciencia de haber glorificado al Padre. Hay también la
conciencia, ¿podríamos decir, la remembranza? — de una gloria que Él tenía
antes que el mundo existiera, una gloria a la cual Él pronto volvería a entrar.
Mientras tanto, Sus pensamientos, Sus afectos, Sus deseos, perduran con Su
pueblo amado, ya sea que sean vistos en los discípulos que habían sido Sus
compañeros y con quienes Él se quedó en la tierra, y los guardó mediante Su
poder, o en ese círculo más amplio que abarca a todos los que creen en Él por
medio de la palabra de ellos, hasta el último pecador mismo que será salvado
por gracia y será llevado a la compañía de los santos.
Por estos Sus oraciones son
elevadas, para que sean guardados del mal que hay en el mundo, para que sean
santificados mediante la verdad; sí, en efecto, que conozcan el poder de una
santificación que vincula con el cielo y así separa de la tierra, una
santificación señalada por Él mismo: leemos, "por ellos yo me santifico a
mí mismo". Sus anhelos son aquí por la unidad de Sus discípulos y de todos
los que son Suyos; una unidad de vida, de naturaleza, y también de servicio,
una unidad que obligará al mundo a creer.
Él espera también la gloria y
desea que todos los Suyos tengan un conocimiento tal de esa gloria que manifestará
su unidad incluso aquí, una gloria que ciertamente será disfrutada en la unidad
que será entonces exhibida.
Su amor no puede descansar ni
siquiera aquí. Aún así Él ora por nosotros, para que podamos estar con Él
contemplando una gloria que nunca podríamos, y ningún alma no regenerada podría
jamás, desear 'vestir', la gloria del unigénito con el Padre. Sin embargo,
nosotros la contemplaremos y será nuestro cielo verle a Él en toda esa gloriosa
excelencia que Le ha marcado a lo largo de esta entera narración, de este
maravilloso evangelio. Por lo tanto, no puede haber ninguna duda acerca de cómo
nos es presentado nuestro Señor en el Evangelio de Juan.
2. El Aspecto
de
la Muerte del Señor como es Presentado en Cada Evangelio.
Prosiguiendo el método ya
usado en el seguimiento de la vida de nuestro Señor a través de los cuatro
evangelios, preguntaremos ahora con reverencia: ¿De qué manera nos es
presentada Su muerte en cada evangelio?
Podemos dividir este precioso tema así:
1. La última Cena.
2. Getsemaní y la Traición.
3. El Juicio ante el Sumo Sacerdote.
4. El Pretorio de Pilatos y Herodes.
5. La Crucifixión.
6. La Sepultura.
Consideraremos estos elementos por separado.
1. La Última
Cena
Como ya ha sido comentado, las
escenas finales de la vida de nuestro Señor comienzan en cada evangelio con Su
entrada en Jerusalén; pero para nuestro propósito comenzamos con lo que está
directamente relacionado con Su muerte, habiendo considerado ya esa parte que
se extiende desde Jericó hasta la noche pascual.
En Mateo (Mateo 26: 1 a 29), nuestro Señor predice Su muerte como a
menudo la había hecho antes, pero
ahora nombra el momento, "dentro de dos días". Él sabe todo lo que va
a suceder y esto precede a la declaración de la trama de los jefes de los
sacerdotes que, de hecho, decidieron no entregarlo en el día de la fiesta, pero
cuyos consejos no podían dejar de lado el propósito predeterminado de Dios.
La unción en la casa de Simón
el leproso, en Betania, por la mujer sin nombre, es evidentemente la registrada
en Juan. Los detalles menores de diferencias aparentes serán mencionados en
otra parte. De manera apropiada a este evangelio, se habla de la unción como
puesta sobre Su cabeza, como si fuera coronado mediante ello. La trama del
traidor Judas es colocada al lado de este fragante acto de adoración, cuyo
memorial, conforme a las palabras de nuestro Señor, permanece siempre con
nosotros. El lugar donde se come la pascua ha sido provisto; y en esta, que
precedió a la institución de la Cena del Señor, la traición de Judas Iscariote
es plenamente declarada.
La pascua era una fiesta
judía, y en este evangelio que nos presenta las cosas desde un punto de vista
judío, es apropiado que se vea que se prescinda del judaísmo como tal. Después
del cumplimiento de lo que la pascua implicaba, el judaísmo retuvo nada más que
la traición que, aunque se centró en Judas, caracterizó a la nación como un
todo.
La Cena del Señor es
presentada muy brevemente, pero de manera muy preciosa. El pan es Su cuerpo; la
copa es Su sangre del nuevo pacto en contraste con el viejo, ahora a punto de
ser desechado para siempre. La copa que quedaba para Él era una de dolor
indecible. Su gozo esperaba hasta que Él la bebiera de una nueva manera con Sus
discípulos en el reino de Su Padre.
En Marcos (Marcos 14: 1 a 25) la narración es casi idéntica a la de
Mateo. El lugar donde ellos han de comer la cena pascual es señalado por
nuestro Señor; el hombre con un cántaro de agua los guiaría hasta allí. Los
detalles sobre el traidor, y sobre la Cena del Señor no presentan rasgos nuevos.
Cuando lleguemos a considerar el carácter de los dos Evangelios el motivo para
todo esto será evidente, y más especialmente cuando consideremos el significado
típico de Su muerte.
En Lucas (Lucas 22: 1 a 30), no se habla de la unción; posiblemente
debido a que al ser un acto extraoficial no sería apropiado para el tema que
llenaba la mente del evangelista — el Hijo del Hombre, llevando a los hombres a
la presencia de Dios en paz y comunión.
La disposición preliminar de
la cena pascual es la misma de los otros sinópticos. Sin embargo, la Cena del
Señor destaca aquí a la manera de Lucas en el lugar de especial preminencia más
que en su probable orden.
El versículo 15 habla de comer la última pascua, lo que
había sido Su ferviente deseo. Nunca más Él participaría de ella hasta que se
cumpla en el reino de Dios. La copa de la cual se habla en el versículo 17 es
la copa con la que concluía la pascua, y no ha de ser confundida con la copa
presentada también a ellos al establecer la nueva fiesta.
Los versículos 19 y 20 nos presentan esto
que ha de ser hecho como un memorial de Él. Después de esto se habla del
traidor, no necesariamente para indicar su presencia en la Cena del Señor. De
hecho, lo que tenemos en Mateo y Marcos, y especialmente en Juan, mostraría que
él no estuvo presente en la Cena del
Señor. Él sale inmediatamente después de recibir el bocado. (Véase Juan 13:
30).
Estrechamente relacionados con la perfidia
de Judas, aunque claramente distintos de ello, están el orgullo y la disputa
entre los discípulos con respecto a quién debería ser considerado como el
mayor. En verdad, si por gracia hemos sido libertados de lo primero, debemos
reconocer nuestro peligro constante de caer en el último pecado.
Juan (Juan 12: 1 al 9;
Juan 13: 1 a 17). Veremos más adelante de qué manera la marcada individualidad del
cuarto evangelio lo separa de los otros tres, y en ninguna parte es más
evidente que en la que ahora nos ocupa. Aunque la real institución de la Cena
del Señor no es mencionada directamente, sólo es implicada, hay una plenitud de
discurso en Juan que está ausente en los otros evangelios.
En la cena en Betania los nombres de Marta y
María son prominentes en el servicio y en la adoración. No se nos dice la
conexión entre ellas y Simón el leproso (un leproso limpiado, obviamente) en
cuya casa, como nos enteramos en Mateo, tuvo lugar la unción. No hay necesidad
para la suposición que algunos han hecho acerca de que Marta estaba casada con
él; otros han supuesto que aunque la cena fue en casa de él, los anfitriones
fueron los componentes de la familia tan consagrada a nuestro Señor. Esto
último, no obstante, es algo bastante natural para las costumbres judías. Así, la
Escritura, "Le hicieron allí una cena" (Juan 12: 2) podría incluir
tanto a Simón que abrió su casa, como a Marta y su familia quienes muy
gustosamente ministraron allí.
En la unción llevada a cabo por María el
ungüento de nardo puro no es puesto sobre Su cabeza sino sobre Sus pies.
Obviamente, esto último fue la parte más prominente del hecho; sólo Mateo
registra la unción de la cabeza. Al enjugar Sus pies con sus cabellos María los
cubre con su gloria aquí como un tributo a Aquel cuya muerte era, en
definitiva, por ella.
El lavamiento de los pies de los discípulos
en el capítulo 13 parece estar claramente en conexión con la cena pascual. Juan
13: 2 debería decir, "Llegada la hora de la cena". Fue al comienzo y
no al final (como indican algunas versiones de la Biblia) de la fiesta de la
pascua. La disputa entre ellos narrada por Lucas es respondida mediante el
lavamiento de los pies. Aquel que estaba "sobre todas las cosas, Dios bendito
por los siglos" (Romanos 9: 5 – LBLA), ocuparía el lugar más bajo,
mientras ellos se enfrascaban en la disputa por la supremacía.
La declaración en cuanto al traidor es
presentada aquí con mayor plenitud. La omnisciencia de nuestro Señor, de manera
apropiada con este evangelio, es llevada a una prominencia algo mayor. Nosotros
no hablamos de la conversación que tuvo lugar después de la salida de Judas;
pero parece ser evidente que la Cena del Señor fue instituida sólo al final del
capítulo 13, dejando que los preciosos discursos de los capítulos 14 al 16 y la
oración del capítulo 17 tengan lugar en esa fiesta o después de ella.
El evidente movimiento en Juan 14: 31,
"Levantaos, vamos de aquí", puede suponer, como algunos han pensado,
que los capítulos 15 y 16 fueron hablados en el camino a Getsemaní, y la
oración en Juan 17 pronunciada en algún lugar tranquilo junto al camino. No
somos minuciosos con respecto a estos detalles más allá de lo que el Espíritu
de Dios ha considerado oportuno dar a conocer. Sin embargo, el discurso y la
oración tienen una conexión apropiada con la Cena del Señor que no debemos
pasar por alto.
2.
Getsemaní y la Traición
Tal vez en ninguna parte del triste registro
de los padecimientos de nuestro Señor nosotros encontramos manifestaciones más
tiernas de Su consagración a Su Padre que en Getsemaní. Este registro tiene un
carácter peculiar, diferente del "temor de una grande oscuridad" de
la cruz que dicho registro precede, y, también diferenciado, de manera bien definida
de lo que había pasado antes. Destaca, en efecto, como lo que su nombre
significa, a saber, "prensa de aceite", donde el dulce ungüento de un
amor y una obediencia que nada podía desviar de su firme curso son manifestados,
en una fragancia propia, un dulce perfume y el aceite de la santa unción se
encuentran para adornar sólo Su cabeza.
Mateo (Mateo 26: 30 a 56). El himno (versículo 30) cierra la escena
en la cena. Se ha pensado, y con muy fundado motivo, que este era parte del
gran Hallel (Salmos 115 a 118) que era cantado por los judíos al finalizar la
cena pascual. Si es así, incluía el Salmo 116, el cual es la expresión propia
del Mesías celebrando Su liberación de las puertas de la muerte. Cuán
bienaventuradamente apropiado es que antes de entrar en ese sombrío portal, Él
pudo celebrar en anticipación Su liberación de él y declarar que la Piedra que
los constructores iban finalmente a rechazar tan pronto, se había convertido en
la Cabeza, la piedra principal del ángulo (Salmo 118). Esto es según el estilo
de los Salmos, donde los resultados son declarados al principio, y las etapas a
través de las cuales esos resultados son alcanzados siguen después; o, como
podríamos decir, aquí de nuevo vemos a los cantores puestos en la vanguardia de
la batalla.
Conociendo todo lo que debía
suceder, la dispersión de todo Su pequeño rebaño y la negación especial del más
eminente de ellos, el Señor designa un lugar de encuentro con ellos en Galilea,
que es peculiar de este evangelio y del de Marcos, sugiriendo el carácter
dispensacional que lo marca de principio a fin.
La oración tres veces repetida,
con su súplica de que la copa pasara de Él, junto con la perfecta sumisión,
muestran de inmediato Su santidad que esquivaba lo que venía, y la obediencia
que formaba parte de Su ser moral. La debilidad de los discípulos que pudieron
dormir en una escena como ésta muestra cómo los mejores hombres se separan
inconmensurablemente de Su dolor, un dolor como nunca antes lo hubo.
Sigue a continuación la
narración de la traición, con su beso de perfidia. Aunque perfectamente sumiso
a la autoridad conferida a aquellos guiados por el traidor, nosotros tenemos
una vislumbre, también una gubernamental, de la consciente autoridad regia de
nuestro Señor: leemos, "¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre,
y que él no me daría más de doce legiones de ángeles?". En vez de las doce
legiones Él detiene el acto precipitado de uno no nombrado aquí, recordándole
que los que toman la espada — en sus propias fuerzas — a espada perecerán. A
los que fueron enviados a prenderle ni siquiera tácitamente Él consintió en
ningún pensamiento de culpabilidad por Su parte, sino que les recordó que Él se
había sentado diariamente con ellos, enseñando en el templo; era el cumplimiento
de la Escritura que sólo Él reconocía.
Marcos (Marcos 14: 26 a 52), la narración sigue de cerca la de
Mateo como es de esperar cuando consideramos la similitud de sus temas. En
Marcos es presentado el detalle del gallo cantando dos veces, al que sólo se
hizo referencia en general en Mateo. En la agonía en el huerto, al Padre se lo trata
mediante el más querido de todos los títulos: a saber, "Abba". Es muy
apropiado que el evangelio que muestra las mayores profundidades de la distancia
preceda su narración con el término de cariño filial más cercano. ¡Y cuán cerca
hemos sido llevados por ese sacrificio, para que nosotros, por el Espíritu,
podamos usar el mismo lenguaje!
Nada requiere un comentario
especial en el arresto, excepto "cierto joven" acerca del cual algunos
han pensado que se trata del propio evangelista. Aquel que fue la ofrenda por
el pecado debía estar solo; nadie podía seguirlo, salvo a distancia. Donde hay
un intento de hacer esto, solo manifestará la vergüenza de quien lo hace.
En Lucas (Lucas 22: 31 a 53), la predicción de la negación de Pedro
es presentada primero, pero él es sólo uno entre los demás. Todos ellos han de
ser zarandeados como a trigo, y Pedro es el objeto de una prueba especial en
relación con esto, para que pudiera ser usado especialmente para la
confirmación de otros más adelante.
La notable declaración acerca
de las espadas es peculiar de Lucas. Fue como si el señor dijera que Él les sería
quitado, y ellos, hablando humanamente, serían dejados a sí mismos para el
sustento y la defensa; y a la respuesta de ellos, mostrándole dos espadas, Él
responde, como conclusión del tema: "Basta" — ciertamente no era
suficiente si se iban a apoyar en armas humanas. De hecho, más tarde Él deshace
lo que intenta la espada.
El ministerio del ángel y Su
agonía y sudor como gruesas gotas de sangre, son peculiares de Lucas, quien
pone de relieve la perfecta humanidad de nuestro Señor. El beso del traidor es
caracterizado como eso, y toda la oscura escena es descrita en esas breves
palabras: "Esta es vuestra hora, y la potestad de las tinieblas".
En Juan (Juan 18: 1 a 11), la dignidad del Hijo divino es vista en
la breve narración presentada. El traidor está allí, pero el registro del beso
no es admitido, y los oficiales que le acompañan caen postrados en la presencia
de un poder que no iba a ser ejercido para Su propia liberación. Su cuidado por
los Suyos es visto, y aquellos que el Padre Le había dado son guardados indemnes,
aun cuando Pedro es nombrado como el ofensor en el asunto de Malco.
La "copa" es
mencionada, no en la agonía de la súplica y el arredramiento ante su terrible amargura,
sino como le fue dada a Él por su Padre, para ser bebida en una sumisión que
siempre encontró su comida y bebida en hacer Su voluntad.
3. El Juicio
ante
el Sumo Sacerdote
El juicio de nuestro Señor, si
tal mofa puede ser llamada eso, se divide en dos partes: a saber, ante el sumo
sacerdote, que puede ser denominada la del aspecto religioso; y ante Pilato, la
del aspecto político. Los judíos no tenían poder alguno para ejecutar la pena
de muerte, poder que residía en las manos de los romanos. Esto explica por qué
el Señor, después de haber sido condenado a manos de los judíos fue llevado
ante el poder gentil.
En Mateo (Mateo 26: 57 a 75), la parodia de juicio ante el Sanedrín
ha transcurrido. Los propios sacerdotes y líderes que iban a ser Sus jueces
buscan un falso testigo sobre cuyo testimonio ellos emitirán su veredicto. ¿Puede
la ignominia de un juicio tal ser más enérgicamente exhibida? Testigos falsos,
predichos mucho antes, Le imputaron cosas que Él no conocía. Una pizca de
verdad es pervertida, como suele ocurrir, y es convertida en la más horrible
forma de falsedad. El templo de Dios iba a ser destruido, pero no por Él; y
restaurado, pero no en la forma que el testimonio de ellos implicaría. En
efecto, nadie sabía mejor que ellos mismos que Él no quiso decir nada de esto.
Más tarde vemos cómo esta perversión fue comunicada entre el pueblo, y fue
asumida por ellos como el verdadero motivo de Su condena. Así se fomenta fácilmente
una falsa insinuación hasta que es aceptada como verdad.
Sin embargo, el sumo sacerdote
sencillamente usa esto como una ocasión para arrancar del Señor, si era
posible, una admisión sobre la cual Él pudiera ser condenado. Al no recibir
respuesta alguna en cuanto a la acusación de los testigos falsos, a Él se Le
ordena solemnemente que declare si es o no el Cristo, el Hijo de Dios. A tal
requerimiento, incluso de tales labios contaminados, nuestro Señor responde. De
hecho, Él va más allá y declara solemnemente no solamente Su Mesiazgo y su
Filiación, sino Su exaltación y Su venida en juicio. Bien podrían sus corazones
haber temblado, si ellos no hubiesen estado tan cegados, cuando se les recordó
así acerca de Aquel que se iba a sentar a la diestra de Jehová hasta que Sus
enemigos fuesen puestos por estrado de Sus pies. Pero la malvada voluntad de
ellos los ciega a todo menos a su propósito. Inmediatamente Él es acusado de
blasfemia y se Le declara reo de muerte.
Rienda suelta es dada ahora a
la maldad vista mucho antes y registrada en las palabras del profeta: "Di
mi espalda a los que me herían, y mis mejillas a los que me arrancaban la
barba; no escondí mi rostro de la afrenta y del esputo". (Isaías 50: 6 –
VM).
En divina fidelidad, la
negación de Pedro es puesta al lado de la santa confesión de nuestro Señor: a
saber, Uno, impertérrito en los propósitos de Su amor ante la maldad, el fanatismo
y la certeza de la muerte a manos de Sus enemigos; el otro, demasiado débil
para estar firme ante la palabra de una criada. Tres veces repite su negación,
pero el canto del gallo predice, en la hora más oscura, la llegada de la mañana,
y las lágrimas de Pedro son precursoras de un nuevo día para él.
En Marcos (Marcos 14: 53 a 72), la narración sigue de cerca a la de
Mateo. Adicionalmente al seguimiento de lejos de Pedro, tenemos añadido el
matiz: "calentándose al fuego" — en una asociación demasiado cercana
con los enemigos del Señor. Los testigos falsos, la adjuración del sacerdote, y
la condenación siguen en el mismo orden. La negación, con la excepción de que
el canto del gallo se repite dos veces, es la misma que en Mateo.
En Lucas (Lucas 22: 54 a 71), el orden es invertido y la negación
de Pedro con todos los detalles viene en primer lugar. Después la parodia a la
cual el Señor es sometido, y la decisión de un consejo es lo último. Podríamos
decir que tenemos aquí el orden moral — negado por los Suyos, burlado por Sus
enemigos, lo cual culmina con el fallo deliberado del consejo.
Juan (Juan 18: 12 a 27). Un interrogatorio preliminar parece haber
sido hecho en la casa de Anás, suegro de Caifás. Esto es mencionado solamente
en Juan. Sin embargo, el juicio principal tiene lugar en el palacio del sumo
sacerdote. Es en concordancia con el estilo de todo el evangelio de Juan que el
evangelista que habla de sí mismo como "el discípulo a quien amaba Jesús"
u, "otro discípulo", sin dar nunca su nombre, deba ser visto aquí
cerca de Aquel sobre cuyo pecho se había recostado ("Estaba recostado
sobre el pecho de Jesús uno de sus discípulos, a quien Jesús amaba". Juan
13: 23 – VM). Fue por medio de él que Pedro pudo ir como lo hizo al Sanedrín,
pero esta cercanía sólo introdujo la ocasión para su negación. Esto es hecho
primero en la puerta cuando se le deja entrar; luego, impertérrito por su
negación, está en pie con los sirvientes y alguaciles y se calienta ante su
fuego. Antes que la miserable debilidad culminara en la tercera negación, el
evangelista nos lleva de regreso al paciente Testigo en cuyo bendito corazón no
hubo ningún pensamiento acerca de negar nada de lo que había defendido siempre,
costara lo que costase.
Aquí no se habla de los
testigos falsos: los interrogatorios son hechos directamente y el Señor los
remite a Su enseñanza pública. Cuando es reprendido y golpeado por responder
(un hecho completamente justo de su parte), Su tranquila respuesta muestra cuán
perfectamente Él era dueño de cada sentimiento y de toda la situación.
4. El Pretorio
de
Pilatos y Herodes
El juicio civil sigue a
continuación del religioso, por los motivos ya mencionados. Todos los cuatro
evangelistas mencionan esto. Parecería que aunque el verdadero juicio y la
condenación del Señor ocurrieron durante la noche (algo prohibido por la ley
judía oral) la sentencia formal no fue pronunciada sino hasta la mañana. A la religión
de la carne se la conoce siempre por colar el mosquito y tragar el camello.
Ellos no tienen escrúpulo alguno en empapar sus manos en la sangre del
Inocente, pero, como Juan nos dice, ellos no irían al pretorio de Pilato (su
atrio judicial), para no contaminarse y verse impedidos de comer la pascua.
En Mateo (Mateo 27: 1 a 31), la sentencia matutina está registrada;
y después el Señor es entregado al gobernador romano. La culminación del crimen
de Judas es mencionada a continuación (versículos 3 a 10); desafortunadamente,
su arrepentimiento es sin dolor, con un corazón inalterado, que sólo puede
pronunciar su propia condenación y luego llevarla a su ejecución. ¡Cuán
solemnemente Judas representa a la nación apóstata! Ellos también, por una
ventaja temporal imaginaria, vendieron a su Mesías, y con el precio sólo han
obtenido un lugar de entierro para extranjeros — lo que el mundo ha sido para
ellos desde entonces.
A menudo ha sido comentada la
dificultad en cuanto a la cita de Jeremías el profeta, la cual parece ser
realmente de Zacarías. La incredulidad procura demostrar una contradicción. La
fe reverentemente pregunta y obtiene respuestas que responden a las
dificultades. Jeremías es el primero que habla del alfarero, y es apropiado que
lo que Él dice (compare Jeremías 19 con Zacarías 11:13) del pecado de Israel y
Su rechazamiento, junto con el lugar de entierro en el valle del hijo de Hinom,
esté relacionado con el detalle de la compra de ese lugar de entierro como fue
predicho en Zacarías.
Llegamos a "la buena
profesión" delante de Pilato. Se recordará que el cargo por el cual Él fue
condenado por el consejo fue blasfemia contra Dios. Esto no serviría
presentarlo ante un gobernante secular. Por lo tanto, otra acusación debe ser
hecha que Le involucraría ante el tribunal romano. La acusación es, rebelión
contra César, al erigirse Él en rey. Aquí también el elemento de verdad
pervertido en falsedad real muestra los caminos torcidos de aquellos que
estaban decididos a llevar a cabo su propia voluntad malvada.
Nuestro Señor nada responde
ante la acusación; y Pilato, aparentemente ya convencido de Su inocencia, en
vez de desestimar el caso con una reprimenda a Sus falsos acusadores, propone
un arreglo — lo que es siempre algo fatal; pues el mal no se satisfará con una
parte. Si se cede en eso, se exige el todo. Nuestro Señor no necesitaba un
perdón sobre la base de que era el tiempo de la pascua. De hecho, bienaventurados
resultados iban a
emanar de esta pascua para muchos; un prisionero sería puesto en libertad, pero
no Aquel cuyo solo amor Le hizo un siervo para obrar libertad para otros a un
costo infinito para Él mismo.
La advertencia de la mujer de
Pilato está registrada sólo en Mateo. Como antaño Dios reprendió la locura del
profeta Balaam por medio de una muda bestia de carga, aquí, a través del sueño
de una mujer, Él detendría la mano que estaba a punto de derramar sangre
inocente.
Barrabás es elegido por el pueblo en lugar de Cristo,
para
quien nada más que la cruz será suficiente. Barrabás, el "hijo del
padre" (en Arameo), verdaderamente un extraño nombre para uno que fue elegido
por el pueblo apóstata ¡en lugar del verdadero Hijo del Padre! La elección de
ellos de un líder en iniquidad y un asesino nos recuerda las palabras de
nuestro Señor con respecto a la venida del Anticristo: leemos, "Yo he
venido en nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viniere en su propio
nombre, a ése recibiréis". (Juan 5: 43). El Anticristo encabeza el
misterio de iniquidad que ya está obrando, y el pueblo en los días postreros lo
elegirá a él en vez de elegir a Aquel que han traspasado. Esto es lo que
distingue al remanente piadoso de la mayoría de la nación de una manera que no
puede ser confundida. Una elige a Barrabás, el Anticristo; el otro, al
verdadero Hijo del Padre.
La burla que sigue a continuación es muy parecida a la
de
Marcos.
Marcos (Marcos 15: 1 a 20). No son presentados rasgos adicionales
del juicio ante Pilato en Marcos, el cual sigue muy de cerca a Mateo, sin embargo,
sin el registro del sueño de la mujer de Pilato. Después que la sentencia ha
sido entregada contra el Señor, ciertos detalles de crueldad gratuita son
mencionados. El gobernador ordena que Le azoten, y los soldados organizan una
fingida corte de honor en la que ellos llevan
a cabo una apariencia de coronarle y entronizarle como rey. La corona
tejida de espinas y el manto púrpura de realeza son puestos sobre Él, una caña
en lugar de un cetro, y mientras doblaban las rodillas, su saliva muestra su desprecio.
Después del homenaje fingido, Él es vestido con Sus propias ropas — pues Él no
podía ser otro más que Él mismo — y es llevado para ser crucificado.
Lucas (Lucas 23: 1 a 25). Datos más minuciosos del juicio son
presentados aquí. Pregunta y respuesta se cruzan entre Pilato y el pueblo. Solamente
en este evangelista vemos el fútil esfuerzo del pobre Pilato para librarse de
la responsabilidad de entregar a nuestro Señor al rey Herodes, tetrarca de
Galilea, en cuya jurisdicción Él estaba. Herodes y sus hombres se unen a la burla
que en todas partes se hace al Señor, el cual, en la mansedumbre de la santidad
guarda silencio en medio de todo. Él es devuelto a Pilato el cual no puede
escapar de esta manera a la responsabilidad; y la amistad así recobrada con
Herodes es sellada mediante una culpa mutua en la condenación del Justo.
Bastante dispuesto a transigir con el pueblo castigando a Aquel a quien acababa
de declarar inocente, vuelve a hacer uso de la costumbre pascual para liberar
al Señor. Pero el pueblo clama por un ladrón y un asesino en lugar del Señor;
sedientos de Su sangre, ellos predominan sobre Pilatos, y Jesús es entregado a
la voluntad de ellos.
Juan (Juan 18: 28 — 19: 1 a 16). Esta narración ahonda más que las
demás, como se podía esperar del carácter en el que nuestro Señor es presentado
a lo largo de este evangelio. Los escrúpulos religiosos de los judíos no les
permitirán entrar en el pretorio, y contrariamente a la ley romana que requería
que acusado y acusador fueran puestos frente a frente, es presentado el
lamentable espectáculo del representante del Emperador pasando como una
lanzadera desde su pretorio, donde estaba la Victima inocente, a la multitud
que está afuera clamando por Su sangre.
La acusación formal es
evidentemente la misma presentada en los otros evangelios: a saber, nuestro
Señor era responsable ante la ley Romana porque Él se había hecho rey. Pilato
los invita a tratar con Él conforme a la ley de ellos; pero esto no les satisfaría,
porque lo que ellos querían era
Su vida, y los romanos les habían
quitado la pena de muerte.
Pasando al pretorio, Pilato
interroga al Señor. ¡Cuán solemne es la escena! Juez y Acusado cambian lugares.
No es el romano el que pronuncia la sentencia, sino más bien el Acusado que
está allí y que da testimonio de la verdad que condena al juez injusto que
busca una oportunidad para encontrarlo culpable. Él es un rey, pero no en algún
sentido que Pilato podría considerar. Su reino no es de este mundo. Si lo fuera
(aunque un día lo será, y todos los linajes de la tierra harán lamentación por
causa de Aquel que es Rey de reyes y Señor de señores), Sus siervos pelearían.
Ahora bien, se trata del reino de la verdad del cual Él es la personificación y
Señor: y como tal Él detecta la mentira del hombre que está allí para hacer
justicia pero que hace lo que él sabe que no es la verdad. Desgraciadamente,
Pilato no conoce, o profesa no conocer el significado de todo esto, pero lo
siente bastante como para salir y hacer otro fútil esfuerzo para transigir con
el pueblo. Estos, sin embargo, conocen bien la lección, y muestran una firmeza
en la iniquidad que Pilato no puede mostrar como justicia.
El asunto está ahora
prácticamente resuelto; pero la última escena es aún más solemne. Jesús es
azotado; los soldados Le coronan y Le engalanan en burlesco homenaje como Rey
de los judíos. Afirmando aún la inocencia del Señor, Pilato Lo lleva a la
terrible turba que está afuera, vestido con ropas que no podían restar valor a
Su santa y divina dignidad. "¡He aquí el hombre!" exclama Pilato.
"¡Crucifícale! ¡Crucifícale!" vociferan los líderes; pero ahora, en
respuesta a la muy lamentable solicitud de Pilato, ellos presentan la verdadera
acusación: a saber, "se hizo a sí mismo Hijo de Dios". Esto infunde
un nuevo terror en el corazón de Pilato. ¿Quién es esta persona misteriosa? Él
Lo lleva de nuevo al pretorio y no procura conocer la verdad, sino
aparentemente para investigar este misterio, posiblemente para justificarse a
sí mismo por consentir la acusación de los judíos. Nuestro Señor no puede
responder preguntas como estas, aunque el más leve deseo de conocer la real
verdad fue siempre satisfecho por Él. El pobre gobernador se enfurece: y habla
de su poder y su autoridad, sólo para encontrarse con la calma de la Verdad
divina, la cual muestra cuán impotente es Pilato en su debilidad, así como el
pueblo en su iniquidad, para hacer algo contrario a los propósitos eternos de
Dios.
Los esfuerzos de Pilato para
liberarle se han redoblado ahora, pero él ya se a puesto en las manos enemigas
y ellos encontrarán una forma segura y escueta de acabar con sus débiles
protestas. Insinúan que lo acusarán ante su amo, el César. "Todo el que se
hace rey, a César se opone". Esto concluye la desigual competencia. Es
lamentable, los que nos hablan del bien que yace en el fondo de todo corazón no
logran encontrarlo aquí en el corazón de Pilato. Él se sienta ahora para
pronunciar la sentencia final. Entonces él aceptará la acusación. ¿Es Él un
rey? Entonces él acepta la acusación. "¡He aquí vuestro Rey! ¿Debo
crucificarle? Ellos responden, "No tenemos más rey que César". Así
que parece ser una gran victoria para la autoridad romana. ¿Se engaña Pilato a
sí mismo al pensar que ha hecho más estable el poder imperial? No podemos
creerlo. Sin embargo, pasa por la terrible burla, y Jesús es llevado para ser
crucificado.
5. La Crucifixión
La cruz, bajo un punto de
vista, era la oscura meta que estaba delante del Hijo de Dios antes que Él
viniera a la tierra. La encarnación era necesaria para que Él pudiera hacer
expiación. "Me preparaste cuerpo… En esa voluntad somos santificados
mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre".
(Hebreos 10). Esto muestra que el cuerpo preparado de Su encarnación fue con
vistas a la plena consumación de la voluntad de Dios en Su muerte. La cruz es
el gran punto divisorio en la historia del hombre caído, podemos decir de hecho
que es «el centro de dos eternidades» hacia el cual todas las cosas
convergieron, del cual todas irradian. Bien nos conviene, entonces, estar junto
a la cruz y mirar extasiados la operación divina que tuvo lugar allí. Ella
tiene una conexión especial con todas las clases sociales y con toda persona.
Allí, por una parte, cada atributo del carácter de Dios es mostrado, y por la
otra, toda la historia del hombre y las posibilidades del corazón humano son
exhibidas. Satanás es visto allí en la astucia de una maldad que sólo está
limitada por su capacidad para el mal, y el mundo es visto como un sistema bajo
el control de su príncipe, está manifestado allí en su verdadero carácter.
Si nosotros deseamos saber lo
que el pecado es, lo que la energía satánica es, lo que la justicia propia sin
Cristo es, consideramos la Cruz y los vemos exhibidos allí. Si deseamos saber
lo que son la justicia de Dios y la justicia divina, lo que la santidad en su
perfección es, donde la sabiduría y la medida perfecta del amor son mostradas,
lo que gracia y misericordia significan, tenemos que considerar la Cruz. Si
deseamos comprender cómo vienen los bienaventurados frutos de la redención, no
debemos buscarlos en las vidas transformadas de los hombres (aunque ellas son
ilustraciones de dichos frutos), sino en la Cruz de la cual ellos brotan. ¡Aquí
aprendemos lo que es el perdón y lo que significa la paz con Dios! También vemos
aquí la base y el poder para la liberación, el derecho a la gloria, en pocas
palabras, toda bendición, temporal y eternal para el pueblo de Dios encuentra
su origen aquí. No hay flores y frutos de la gracia y el amor divinos, de la
obediencia, de servicio, de gozo, de paz — no hay gracias de mansedumbre, de
gentileza, de abnegación — no hay frutos que hayan transformado el desierto de
la humanidad caída y lo hagan florecer como la rosa, a menos que tengan sus
raíces sumidas en el Calvario desde el cual brotan y mediante el cual son
nutridos.
Por lo tanto, no debemos
sorprendernos de que la crucifixión es presentada en mucho detalle en cada una
de las narraciones. También encontramos aquí que el tema especial de cada
evangelista es acatado, lo cual lejos de contradecir la verdad completa, sólo
saca a relucir las perfecciones de la narración mucho más claramente.
Mateo (Mateo 27: 32 a 56). El incidente de Simón el Cirenaico
(versículo 32) es sugestivo. Él es quien lleva la cruz. Su significancia, sin
embargo, bien puede sugerir que la participación en la cruz de nuestro Señor
Jesucristo es el privilegio de todo aquel que Le sigue. El contraste entre los
dos varones llamados Simón ha sido sugerido; uno que declaró plena obediencia
pero que en la hora de la prueba negó a su Señor, y este hombre que lleva la
cruz. No parece que él se ofreció voluntariamente, pero el servicio le fue
impuesto por las exigencias de la ocasión. Sin embargo, no se dice que él
rehusó. El Espíritu de Dios registró este incidente, y ello exige nuestra
cuidadosa atención.
Es apropiado que el lugar de
la ejecución lleve el macabro nombre de Gólgota, Calvario, "Lugar de la
Calavera". De hecho, todo el mundo era eso a los ojos de Dios, una parodia
inerte, espantosa, de lo que había salido tan bueno de Sus manos. Es más que
una mera burla cuando el cínico dice:
«Todo rostro, aunque esté lleno,
Redondeado y relleno con carne
y grasa,
no es más que un cráneo
modelado.»
El Calvario fue así un
testimonio de la condición moral del mundo entero, también del amor y de la
gracia que descendería hasta el lugar mismo donde la horribilidad del pecado fue
manifestada, para triunfar allí sobre él. Desde la calavera del Calvario brota
la hermosura de la resurrección; no sólo para el Hijo de Dios sobre quien
realmente la muerte no tenía poder alguno, y a quien ella no podía desfigurar, aunque
podía eclipsar Su hermosura para el ojo del hombre, sino para toda la familia
de los redimidos que han resucitado con Cristo, eternamente más allá del poder
de la muerte para estropear o desfigurar.
El sorbo de vinagre mezclado
con hiel parece tener un sentido doble. Hubo un cumplimiento de la profecía: a
saber, "Me pusieron además hiel por comida,
Y en mi sed me dieron a beber
vinagre". (Salmo 69: 21). Ello nos recuerda la amargura de la
"copa" que nuestro Señor bebió de manos del hombre. Ello también
implica un duro intento de mitigar la intensidad de Sus padecimientos físicos,
a la manera de un opioide. Este parece ser el motivo por el que nuestro Señor
se niega a beberlo. Él no permitiría que nada amortiguara la agudeza de esos
padecimientos, de los cuales los físicos eran los menores.
Se nos evita el dolor de los
detalles en la real inmolación de la Victima bendita, las que son descritas en
las breves palabras: "Y lo crucificaron". (Mateo 27: 35 – BTX3). De
otras Escrituras nosotros sabemos que ello fue clavándolo a la cruz que fue levantada
de la tierra, con Él suspendido sobre ella, colgando sobre el madero.
La repartición de sus vestidos
y el echar suertes es un cumplimiento de otra Escritura. Él fue despojado de
toda honra por las manos despiadadas de los que Le clavaron a la cruz. Luego,
sentados Le miraban como una guardia para ocuparse de que nadie interfiriera para
traerle alivio o para liberarlo. Realmente, no había ninguna necesidad para
hacer esto; fue Su propio amor el que Le llevó a la cruz y Le mantuvo allí;
pero a Sus enemigos se los lleva así a dar testimonio del hecho de Su
crucifixión así como, un poco más tarde, a la guardia alrededor del sepulcro
sellado se la hace testificar de Su resurrección. La acusación colocada sobre
Su cruz es la que Pilato pronunció como su sentencia condenatoria. Se trató del
cargo sobre el cual Él fue declarado culpable. Significó, obviamente, el fin de
toda dignidad real judía, además de muchas otras cosas. Vemos aquí en este
evangelio del reino a los judíos dando el rechazo final a su rey.
Los dos ladrones crucificados
con Él muestran cuán completamente Él "con los transgresores fue
contado". (Isaías 53: 12 – VM). La grosera multitud Le insulta, sacando a
relucir el testimonio falso que había sido presentado en Su contra: a saber,
"Tú que derribas el templo, y en tres días lo reedificas, sálvate a ti
mismo". Inconscientemente ellos usan el mismo lenguaje del propio tentador
en el desierto: a saber, "si eres Hijo de Dios"; pero si Satanás Le
estaba tentando de nuevo, no podía llevarle más a descender de la cruz que a
hacer pan de las piedras o hacer que Él se echara abajo desde el templo. (Mateo
4: 1 a 11).
Los principales sacerdotes y
otros líderes del pueblo se unen a la burla. Tal como a menudo ha sido el caso,
el oprobio mismo que ellos lanzan sobre Él es Su gloria. Fue realmente cierto,
de una manera que la pobre maldad nunca soñó, que Él, "A otros salvó, a sí
mismo no se puede salvar" — no es el "no se puede" de la
debilidad o la incapacidad, sino del amor divino. En su inicuo júbilo ellos
prometen creer en Él si descendía de la cruz y demostraba ser en Sí mismo el
Rey de Israel. Por desgracia, cuando una prueba más poderosa les es presentada
por Su resurrección de los muertos, ellos corromperían a los soldados romanos
para ocultar la temida verdad. En realidad, escasamente veladas de sus propias
conciencias deben haber estado las evidencias de Su realeza, manifestada como
lo había sido en Sus prodigiosas obras; pero el Suyo era un reino en el que
ellos no podían tener lugar alguno a menos que fueran transformados por el
poder de la gracia divina. Y la obra para la cual Él había venido en carne debe
ser consumada ahora en la cruz, para poder Él adquirir así el derecho que el
amor divino anhelaba, a saber, traer a pobres pecadores de regreso a Dios,
antes de regresar Él a administrar Su reino en justicia.
El lenguaje de los líderes es
prácticamente una cita directa del Salmo 22 (Salmo 22: 8), e ilustra la ceguera
de la cual el apóstol habla cuando dice, "Porque los habitantes de
Jerusalén y sus gobernantes, no conociendo a Jesús, ni las palabras de los
profetas que se leen todos los días de reposo, las cumplieron al condenarle".
(Hechos 13: 27). Estas voces hacen referencia al verdadero motivo de su odio
hacia Él — Su Filiación divina.
En toda esta burla los dos
ladrones tienen su parte. Ello muestra que el castigo y el padecimiento no
tienen en sí mismos ninguna eficacia para purificar lo que es impuro. Esto sólo
resalta con mayor claridad la gracia que Lucas registra en cuanto a uno de
estos ladrones.
Vemos entonces a nuestro Señor
pasando a la sombra tenebrosa, "la oscuridad de las tinieblas" en la
que todos los padecimientos de manos del hombre son eclipsados. Desde la hora
sexta (mediodía), con el sol en su cenit, hasta la hora novena — tres horas
completas (sugiriendo la plenitud de la medida de la copa de la ira a Él
servida) hubo tinieblas sobre toda la tierra. "Dios es luz", y ella es
absolutamente retirada de nuestro Portador del pecado. El ensombrecimiento del
sol no fue más que una figura de un eclipse más terrible sobre el alma del
santo Hijo de Dios. Es de esto de lo que Él clama en el período de Su angustia,
usando aun así esa Palabra inspirada que moraba dentro de Su corazón, la cual
el Espíritu de Dios había profetizado mucho tiempo antes a través de David:
"Elí, Elí, ¿lama sabactani?"
Tenemos aquí el punto central
de la expiación, sin el cual no habría sido verdaderamente eso. El abandono
absoluto de Dios — la retirada completa, no meramente del socorro terrenal o del
cuidado providencial o de los gozos de la comunión que fueron la porción
constante de nuestro Señor a lo largo de Su vida, sino un desamparo completo,
dejando solo a la víctima bendita para que beba la copa sin mezclar de la
indignación divina contra el pecado. Esto es lo que se quiere decir mediante
estas horribles palabras; y aquí, bendito sea Dios, es donde nuestras almas una
vez culpables pueden descansar ahora, y por toda la eternidad. Sí, en efecto, y
donde también descansa el trono de la justicia y de la gloria de Dios, y desde
el cual será exhibida para siempre toda la economía del gobierno divino en
bienaventuranza en el cielo y en la tierra. La copa ha sido bebida; la ira ha
sido llevada; todo su terror ha traspasado lo más íntimo de Su alma; nuestro
Señor ya no se niega a tomar el vinagre — no la amortiguadora hiel — para que
se cumpliera la última palabra misma de la Escritura. Por una parte, la pobre
multitud ignora tanto la Escritura que ellos estaban cumpliendo, así como, por
la otra, ignora el lugar que ocupaba Elías. Él estaba invocando a Jehová Dios
de Elías, no a Su siervo.
El final ha llegado; todo ha
sido consumado. La victoria está con el Rey glorioso, y como para mostrar que
todo fue aun así completamente voluntario de Su parte, con fuerza no disminuida
Él clama a gran voz, y en dignidad real completa la poderosa operación de amor
redentor entregando Su espíritu.
Las bienaventuradas
consecuencias de la obra expiatoria son vistas de inmediato. Dios glorificaría
inmediatamente a Su Hijo. El velo del templo que separaba al hombre de la
presencia de Dios, que ocultaba el Trono y prohibía la forma de acceso a Su
presencia, se rasgó ahora en dos, de arriba abajo — no descorrido o levantado,
sino completamente rasgado — declarando así que nunca más podría volver a ser puesto.
La Escritura nos dice que el velo representaba la carne de nuestro Señor, y
entonces, cuán apropiado es que como Su cuerpo bendito fue partido por nuestros
pecados, lo que era un tipo de Él mismo — en Su perfección personal, y un
testimonio contra todo pecado — este se haya rasgado en dos para mostrar cuán
completamente nuestros pecados han sido quitados.
Otros resultados siguen a
continuación: la tierra misma tiembla; sus rocas diamantinas se parten; y
también los sepulcros se abren. El rasgado se extiende así a lo largo de todo
el dominio del Rey de reyes y Señor de señores. Es dulce recordar que los
corazones más duros que la roca diamantina se han rasgado desde ese día hasta
ahora en verdadera penitencia y se han liberado del poder del pecado y la
muerte a través de este mismo Sacrificio.
Mateo avanza anticipadamente
hasta la resurrección de nuestro Señor para mostrar los resultados plenos y
gubernamentales de Su muerte. No sólo se abrieron los sepulcros, sino muchos de
los cuerpos de los santos que dormían se levantaron y salieron de los sepulcros
después de Su resurrección, apareciendo en la santa ciudad. Tenemos así una
muestra de esa primera resurrección que incluirá a toda la familia de
redimidos, hasta el último mártir que padecerá antes de la introducción del
reino milenial de nuestro Señor. Una eternidad de dicha sin muerte es el
resultado final de la extraordinaria obra de nuestro Señor consumada en el
Calvario.
La escena finaliza ahora con
el testimonio del centurión quien, en temor, se ve constreñido a reconocer que
este era el Hijo de Dios. Las mujeres que Le habían seguido tienen el
privilegio de estar lejos y contemplar ese prodigioso espectáculo. Un poco más
tarde ellas conocerán la plenitud de lo que ello significa.
Marcos (Marcos 15: 21 a 41). Como ya encontramos, la narración de
Marcos se parece mucho a la de Mateo. Por consiguiente, sólo unas pocas cosas
reclaman nuestra atención. Simón de Cirene es identificado además para nosotros
como el padre de Alejandro y de Rufo, evidentemente cristianos bien conocidos
en el tiempo que este evangelio fue escrito. (Véase asimismo romanos 16: 13,
"Saludad a Rufo,… y a su madre y mía". Esto está en consonancia con
lo que ya hemos dicho acerca de Simón.
En el versículo 23 se habla de
la bebida como vino y mirra en lugar del vinagre y la hiel de Mateo. El vino
era lo común, vino agrio de Oriente, prácticamente vinagre, y la amarga mirra
puede haber sido un nombre más específico para la hiel, aunque algunos piensan
que se trata de dos substancias.
La hora cuando la crucifixión
propiamente dicha comenzó es mencionada solamente en Marcos de los tres
sinópticos (versículo 25). Aquí es presentada una declaración más breve de la
inscripción que la presentada en Mateo, siendo omitido Su nombre. En relación
con la crucifixión de los dos ladrones, es citada la Escritura que se cumplió
así (versículo 28) — aunque algunos manuscritos omiten este versículo por
completo.
El clamor del Señor es
presentado en forma Aramea, la palabra "Eli" convirtiéndose en "Eloi". Una explicación de esto sería que en Mateo tenemos la
cita Hebrea del Salmo 22, mientras en Marcos tenemos la forma en que la
exclamación fue realmente hecha por la Víctima bendita. No nos detenemos en
otras posibles explicaciones mientras recordamos que existe un motivo divino
para el uso de estas dos palabras. Se ha sugerido que la expresión como es
presentada en Mateo, citando directamente del hebreo, es más apropiada para el
estrecho vínculo de ese evangelio gubernamental con el Antiguo Testamento.
La muerte de nuestro Señor
también es descrita mediante una palabra diferente. Aquí es simplemente
"expiró", o "'exhaló Su último aliento" como rezan algunas
versiones en inglés. Las diferencias en el detalle son sin duda apropiadas a la
diferencia de los dos evangelios, aunque, como veremos al recopilar los
resultados de nuestro examen, hay una estrecha similitud entre el cargo
monárquico que caracteriza a Mateo, y el profético, en gran parte prominente en
Marcos, lo que explicaría la estrecha semejanza de las dos narraciones de la
obra expiatoria de nuestro Señor.
Lucas (Lucas 23: 26 a 49). Simón el Cirenaico también es mencionado
aquí, pero nuestro Señor dirigiéndose a la compañía de mujeres que siguieron en
la triste procesión es peculiar de Lucas: leemos, "Hijas de Jerusalén, no
lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos". Las
consecuencias de Su rechazo son expuestas solemnemente, incluso la espera del momento
en que los hombres invoquen a las montañas y a los collados para que los cubran.
Si por razones de amor divino
el "árbol verde" — el Señor viviente — es puesto así en el fuego del
juicio, ¿qué se hará con el árbol muerto, el árbol inerte del judaísmo formal,
o con la Cristiandad apóstata?
El versículo 34 nos presenta
un hermoso toque también peculiar de Lucas. Él intercede por los transgresores.
(Isaías 53: 12 – VM). Esto está en hermosa armonía con la visión de nuestro
Señor en Lucas donde Él siempre está procurando llevar al hombre en paz a Dios.
Los soldados parecen tener un papel especial aquí, uniéndose en la burla
general del gentío irreverente. La acusación contra nuestro Señor es similar a
la que está en Mateo y en Marcos, aunque nos dice, apropiadamente con el tema
mundial del evangelista, que fue escrita en los tres idiomas del mundo
civilizado: en griego, el idioma de la literatura, la cultura y los negocios;
en latín, el del mundo político; y en hebreo, el de los religiosos. Así todas
las clases de hombres podían leer en su propia lengua el registro de la culpa
común de ellos, y un testimonio del maravilloso amor de Dios, transmitido en el
propio idioma de ellos — un pequeño presagio de Pentecostés.
El registro de la salvación de
uno de los ladrones está reservado para Lucas. Es adecuado que el evangelista
que tiene el evangelio en su corazón en todo momento nos presente este ejemplo
bienaventurado de la misericordia divina. Mientras más lo examinamos
atentamente, más se hallará que no se trata de un caso excepcional, sino del
método normal de salvación. El que
recientemente era un ratero, es llevado al arrepentimiento y salvado solamente por
la fe en Cristo. Ciertamente podemos decir que ello también es verdad acerca de
nosotros.
No hay aquí ningún clamor de
desamparada angustia, aunque las tinieblas y el desgarro del velo son
mencionados. Lucas no se detiene en las profundidades de la obra expiatoria,
sino que se vuelve a sus bienaventurados resultados.
Nosotros oímos nuevamente la "gran voz" de nuestro Señor, cuando Él
encomienda ahora Su espíritu en las manos del Padre, una declaración peculiar
de Lucas, y la palabra para Su muerte es la misma que la que está en Marcos,
"expiró".
Apropiado para Lucas, el
centurión da su testimonio de que nuestro Señor era un Hombre justo; mientras
que las mujeres y los conocidos son vistos como lo son en los otros sinópticos.
Juan (Juan 19: 17 a 37). Varias marcadas peculiaridades son
mencionables en el cuarto evangelio, apropiadas al tema del evangelista. En
general, podemos decir que ellas sugieren la dignidad divina de nuestro Señor,
recordando Sus palabras, "(Mi vida) Nadie me la quita,… Tengo poder para
ponerla, y tengo poder para volverla a tomar". (Juan 10: 18). Por tanto, Él
es visto cargando Su cruz. Esto no contradice en ninguna manera el hecho de que
ellos obligaran a Simón el Cirenaico a llevarla detrás de Él. Del evangelio de
Marcos nosotros consideraríamos que al comienzo del recorrido al Gólgota
nuestro Señor estuvo cargando Su cruz; y por el camino, encontrando a Simón que
pasaba, ellos quitaron la cruz de nuestro Señor y la pusieron sobre él.
Juan selecciona esas
características que enfatizan su tema. No debemos pensar que el cambio de la
cruz desde nuestro Señor a Simón insinuó una incapacidad de Su parte para
soportar más la carga. Aunque ello se puede argüir, nosotros rechazamos el
pensamiento como no siendo inconsistente con el hecho de que en la agonía en el
Huerto un ángel se Le apareció, fortaleciéndole. Nosotros nos abstenemos
instintivamente de un análisis de estos temas santos, aun así consideraríamos
reverentemente cada detalle que el Espíritu de Dios ha presentado. Siempre hay
bendición en esto. Se nos dice claramente que nuestro Señor se cansó a causa de
Su camino, que Él durmió, que Él tuvo hambre y sed, y en todo sentido, aparte
del pecado, sintió la presión del desierto. Que en el Huerto esta presión se
intensificó inconmensurablemente, como es visto en Su sudor como grandes gotas
de sangre, indicando lo enorme que fue Su tensión física, en la que Dios se complació
en ministrarle por medio de un ángel, como después de la tentación en el
desierto — todo esto es perfectamente cierto; pero guardémonos de cualquier
pensamiento de debilidad o de incapacidad para llevar a cabo en su totalidad la
obra que Él se había propuesto hacer.
Hubo otros motivos además del
de la debilidad que Le habrían llevado a ceder la cruz a otro, motivos que ya
hemos considerado. El hecho de que después de aún más angustia Él pudo al final
clamar a gran voz muestra Que Su muerte no se debió al agotamiento, sino que
fue la entrega voluntaria en una perfección sin menoscabo de la vida que Él
había tomado para poder ponerla. (Juan 10: 17).
El título puesto sobre la cruz
es presentado más plenamente en Juan: leemos, "JESÚS NAZARENO, REY DE LOS JUDÍOS".
En común con Mateo, el nombre
personal de nuestro Señor es presentado. Ninguna dignidad real es igual a la
dignidad de lo que Él era en Sí mismo; incluso Su gloria divina como Hijo de
Dios se complace en morar en este tabernáculo, el humilde Jesús. Nazareno (o,
de Nazaret) enfatiza aún más su humildad. "¿De Nazaret puede salir algo de
bueno?" (Juan 1: 46), y aquí, en la cruz, ese nombre despreciado ocupa un
lugar de honor en conexión con el título de Su dignidad real.
Los cuatro evangelistas afirman
el mismo hecho central, "REY DE LOS JUDÍOS". Esto es lo que los
líderes buscan haber dejado de lado. Ello proclamó con demasiada claridad los
simples hechos y la vergüenza de ellos a todo el mundo, escrito en griego y en
latín, así como en la misma lengua de ellos. Pilato sólo preguntó, "¿A
vuestro Rey he de crucificar?" Ellos estaban muy dispuestos a hacer
crucificar al Señor Jesús, y en el calor del momento a renunciar a la lealtad a
cualquier otro rey que no fuera César. Sin embargo, este título les es
irritante, y quieren que lo modifiquen. Dicho título parecía declarar que su
verdadero rey estaba allí en la cruz, lo cual era realmente la solemne verdad.
Pilato, cediendo y bastante vacilante cuando la vida del Santo estuvo en juego,
sacrificándole a sabiendas al amargo odio de ellos, no cederá en esto. Dios no
lo permitió, y el pobre títere de la autoridad habla de repente con todo el
carácter definitivo de un verdadero gobernante: "Lo que he escrito, he
escrito".
Él había escrito la verdad, y
nada pudo alterar eso. Pero el Rey de los judíos, su Mesías, el Hijo de David,
Aquel sobre el cual descansaban todas las promesas para la bendición y gloria
futuras de Israel, la reunión de ellos a su tierra y el establecimiento de Su
reino milenial, ¡cuelga ahora inerte sobre la cruz! Una corona de espinas fue
puesta sobre Él, y el trono sobre el cual ellos Le pusieron ¡fue la cruz!
Ignominia más completa no pudo ser concebida. Un odio más implacable no pudo ser
imaginado; Él había sido perseguido hasta la muerte; ellos habían conseguido su
voluntad; habían descargado su odio, habían llevado a cabo su propósito, y su
rey, coronado con espinas, ¡fue entronizado sobre una cruz! Ello significó que
habían renunciado deliberadamente a todo lo que Él conllevaba. No podía haber
las "misericordias firmes a David" excepto a través de Él. Ellos
pudieron contemplar la ruina que su propia enemistad había hecho, sin esperanza
e irrevocable en la medida en que a ellos respectaba. No les quedó nada más que
la culpabilidad por la sangre y la frustración de todas sus esperanzas con el
siempre cambiante y degradante gobierno de César en lugar de aquel del Príncipe
de Paz.
Y sin embargo, bendito sea
Dios, la fe hace aquí una pausa y al contemplar esa cruz prodigiosa ve allí un
trono con el cual el trono de David es reducido a la insignificancia. La
justicia y el juicio son realmente los cimientos de este trono, en relación con
el cual no sólo bendición será ministrada a un Israel reunido y feliz durante
todo el largo y milenario día, sino que dará gloria eterna a Dios y salvación
eterna a todos los que se someten a la Cruz. La corona, tal y como la vemos,
parece cambiada al ver las crueles espinas — la maldición de la tierra por el
pecado — y resplandece con todo el brillo de la gloria y la honra que Dios ha
puesto en Su frente, el cual llevó la maldición por nosotros.
La repartición de Sus vestidos
también tiene rasgos peculiares de Juan. El grupo de cuatro soldados que
estuvieron encargados de la crucifixión propiamente dicha dividieron Sus
vestidos entre ellos. Sin embargo, la túnica era una túnica sin costura y no
podía ser dividida sin partirla. Por tanto ellos echan suertes para esto, para
ver de quién sería. Se cumple así un detalle de la Escritura que no podemos
imaginar que un judío la lea y no sienta instintivamente que su cumplimiento
fue consumado en el Calvario.
Esta túnica sin costura nos
recuerda muchas cosas. En primer lugar, parece sugerir la perfección del Señor
en Su humanidad. Era la prenda de vestir más cercanamente asociada con la
persona. La unidad de la completa humanidad de nuestro Señor era así marcada y
característica. No hubo nada superfluo; nada adventicio en Él. Su carácter perfecto,
como Su túnica, estaba todo entretejido y sin costura; el producto, podemos
decir, de una vida que tenía un solo motivo. De este modo, Su túnica
representaba la perfección de Su persona.
Una prenda de vestir tal no
debe ser partida. Sin embargo, al mirar a nuestro alrededor hoy en día vemos un
esfuerzo constante por partir el vestido de Jesús. Algunos eligen una parte, y
otros, otra. Algunos confiesan que Él era un hermoso personaje, y sin embargo
cuyas extravagantes afirmaciones no pueden ser reconocidas. Otros admiten la
perfección de Su enseñanza moral pero rehúsan creer en Sus milagros. Todos
tales esfuerzos son reprendidos por los pobres soldados que, al ver esta
perfecta túnica, no tuvieron corazón para partirla en pedazos. Hacerlo, en
efecto, habría sido dejar sin valor cualquier parte de ella. La túnica sería
destruida; el fragmento obtenido por cada uno no sería más que un fragmento y
nada más. Desgraciadamente, hoy en día hay muchos, en alta posición y
autoridad, con erudición y grandeza humanas, que sólo tienen un fragmento
partido de la túnica sin costuras.
De manera similar, la túnica
sin costura es un tipo de la Escritura que nos presenta a Cristo en Su
perfección. Una vez más aquí, manos despiadadas han tratado de partirla en
pedazos. Han ignorado el hecho de que no tiene costuras, no es una labor de
retazos como el crítico superior nos haría creer, y como hacen, por ejemplo,
que el libro del Génesis sea. Este mismo evangelio de Juan ellos han procurado 'rasgarlo'
de su lugar en las Escrituras y relegarlo a una fecha posterior, el producto
del Neoplatonismo o de otra filosofía humana. Decimos de nuevo, que los pobres
soldados romanos se levanten en juicio con los hombres de esta generación que
procuran partir esta túnica sin costura. Ella está enteramente tejida de arriba
abajo. Desde el primer versículo de la Escritura hasta el último, ella es una
pieza de bordado consistente, armonioso, divino, la habilidad del Espíritu
Santo, en cualquier telar en que la tela pueda haber sido elaborada. El
producto terminado está en nuestras manos, y nosotros, con los soldados,
decimos con todo nuestro corazón, "No la partamos".
Entonces, ¿de quién ha de
ser
esta prenda de vestir sin costura? Al pensar en ella como la perfección de
Cristo es naturalmente otorgada a todo aquel que cree en Él. Ser encontrados en
Él, no teniendo nuestra propia justicia, sino tener realmente a Cristo como
nuestra justicia: esto es poseer "el mejor vestido", el "vestido
de boda", es tener aptitud "para participar de la herencia de los
santos en luz". (Colosenses 1: 12). Ella fue dada en conexión con el sorteo,
que entre los judíos fue siempre un recurso a Dios; y tal como ha sido
sugerido, este hecho de recurrir al sorteo indica que es solamente la gracia
soberana la que otorga esta túnica.
Para que no haya un concepto
erróneo, agregamos una palabra para protegernos de la enseñanza, de hecho bastante
venerable, pero no Escritural, que dividiría la justificación del creyente en
dos partes: a saber, la asegurada mediante la obediencia pasiva o los padecimientos
de nuestro Señor, y la que es el resultado de Su propio cumplimiento personal
de la ley como nuestro Sustituto. No se nos podría imputar ninguna sustitución
en la vida, y ningún cumplimiento de la ley por parte del Señor. Por tanto, la
túnica no sugiere la justicia de Cristo en el sentido de Su andar terrenal a
cambio de la nuestra, sino la perfección del propio Cristo, en la que el
creyente está ahora delante de Dios.
En conexión con la vigilia de
las mujeres de Galilea, de la que se habla en los otros evangelios (Mateo 27:
55, 56; Marcos 15: 40, 41; Lucas 23: 49), solamente Juan presenta el conmovedor
incidente de Su madre ante la cruz. Es digno de mención el hecho de que este
Evangelio, que no da cuenta del nacimiento y la vida temprana de nuestro Señor,
hace más mención de Su madre durante el ministerio público de nuestro Señor que
cualquier otro de los evangelistas. En las bodas de Caná de Galilea, ella Le
habla y recibe su respuesta, no con dureza, sino con exactitud por parte del
Señor. Él debe mostrarle allí que la relación según la carne no puede
entrometerse en esas relaciones divinas que para Él deben ser supremas. Más tarde,
ella le acompaña a Capernaum; y aquí, vemos la espada atravesando su propio
corazón mientras está de pie junto a la cruz. No vemos ninguna sombra de
resentimiento en el corazón de ella cuando nuestro Señor le habló con tanta
exactitud en Caná, pues enseguida dice a los sirvientes: "Haced todo lo
que os dijere". (Juan 2: 1 a 5). Aquí, ante la cruz, no hay peligro de que ella
malinterprete su lugar. ¡Qué trascendente es el pensamiento! En la cruz está el
eterno Hijo de Dios, el Hombre perfecto, el Rey de los Judíos, consumando la
obra de redención que los consejos divinos habían decretado desde toda la
eternidad; Él es de quien dependía todo el universo, sin embargo como Hombre
soportando todos los padecimientos posibles. En un momento tal Le vemos
prestando atención deliberada a un detalle minucioso. Nada le hará olvidar el
amor y el respeto que siempre tuvo por Su madre. Roma puede degradar todo de
manera blasfema al poner a la criatura en el trono de Dios, reclamando un
homenaje y adoración para la tierna madre de nuestro Señor que a ella le habría
llenado de horror. Roma no logra ver la exquisita belleza de lo que tenemos
aquí; pues la verdad pervertida es despojada de todo su atractivo y valor.
Al "discípulo a quien
amaba Jesús" le es confiado el cuidado de la madre de nuestro Señor, no
meramente como protector o siervo, sino en toda la intimidad y en todo el
afecto de hijo y madre. Recordemos que la expresión, "el discípulo a quien
amaba Jesús" no sugiere predilección, la cual era totalmente ajena a
nuestro bendito Señor. Juan no tenía el monopolio de este término, el cual era
para todos los discípulos; pero él parece haber entrado más plenamente en la
verdad que la expresión transmite. No se trataba del discípulo que amaba a
Jesús, sino que él está muy satisfecho de saber que él es amado por su Señor.
¡Verdaderamente felices somos si también sabemos esto! Ello nos permite entrar
en, y se nos confíe, lo que es más querido para Él.
Como tipo, parece que María
responde a Israel, la nación de la cual "según la carne, vino Cristo"
(Romanos 9: 4, 5) y que es siempre amada por el Señor; de quienes en efecto Él
dice, "Con amor eterno te he amado". (Jeremías 31: 3). Durante el
período actual Israel está doblemente despojado, es una viuda, y el Hijo en
quien todas sus esperanzas se centraban, les es arrebatado. Siempre ha quedado
un remanente según la elección de la gracia que por su fe muestra que es el verdadero Israel de
Dios. No es necesario decir cuán bien se ha cuidado de ellos en la nueva época
de la gracia en la que vivimos.
Así también, de una manera muy
real, la Iglesia es la guardiana de las esperanzas de Israel en cuanto al
futuro. Los propios judíos en la actualidad han renunciado prácticamente a toda
esperanza, al menos de cualquier forma espiritual; pero la Iglesia, si está en
el estado sugerido por esas palabras, "el discípulo a quien amaba Jesús",
sigue siendo la guardiana de las promesas hechas a los padres que enseñan que
"todo Israel será salvo ".
Una cosa más que, según la
manera de nuestro evangelista, tiene su carácter propio. Dos veces en este
evangelio del Hijo de Dios se habla de las necesidades corporales de nuestro
Señor; dos veces Él pide que Su sed sea apagada. Hay una conexión
bienaventurada entre estas dos peticiones. En realidad no leemos que Él recibió
el sorbo de agua de la mujer de Samaria (Juan 4), pero de qué manera Su alma
fue refrescada por una mujer sacada de la distancia y la vergüenza y llevada al
gozo del don de Dios. Él pudo decir así, "Yo tengo una comida que comer,
que vosotros no sabéis". Es esta sed, podemos estar seguros, la que llenó
Su alma santa más intensamente que el anhelo corporal por agua en la cruz. Él
no pide simplemente que Su sed sea aliviada, sino que cada palabra de la
Escritura, los propósitos inmutables de Dios como están registrados por el
Espíritu Santo, sean cumplidos hasta la última jota. Así es que, habiéndose cumplidas
todas las demás cosas, esta Escritura también debe ser cumplida. En la intencionalidad
de la omnisciencia y el poder divinos, nuestro Señor cumple en mansedumbre y humildad
cada palabra escrita. Es después de esto que esas palabras bienaventuradas son
pronunciadas, a saber, "Consumado es" — refiriéndose ciertamente a
algo más que el sorbo de vinagre que Él había recibido.
Hay una plenitud en la palabra
de Dios que nosotros tardamos en aprehender. Podemos hacernos esta pregunta, ¿Qué
fue "consumado" allí? En primer lugar la predicción de la Escritura a
la que se hace referencia directamente; y sin duda, toda otra predicción que
había sido mencionada previamente, o incluso si no es mencionada aquí, ahora
estaba consumada. Así que todos los tipos, ya sea de la vida individual del
Señor, o de las ordenanzas sacrificiales, todos estaban cumplidos ahora. Esta
última palabra de nuestro Señor coloca el sello sobre todo lo que había sido
escrito acerca de Él, en la Ley, en los Profetas, o en los Salmos. Nosotros
podemos sobrescribir sobre cada tipo y sombra — sobre el sacrificio de Abel, el
ofrecimiento de Isaac, la vida de José, de David, y multitud de otros — estas
palabras bienaventuradas, "Consumado es". Aquello de lo cual ellas
hablaron ha sido consumado ahora hasta lo sumo.
Así, también, la ley, con
todas sus santas demandas, con su inflexible juicio del pecado, ha sido
cumplida. Podemos ver esos diez mandamientos, por cada uno de los cuales hemos
sido condenados por estar destituidos de la gloria de Dios, y ver escrito sobre
todos ellos en letras de sangre: "Consumado es". La pena de ellos ha
sido cumplida y nuestra salvación está asegurada.
En resumen, toda la obra de
redención mediante la cual la justicia de Dios fue glorificada, Su amor
exhibido, la necesidad del pecador satisfecha y la gloria eterna asegurada, fue
aquí llevada a cabo, y, "Consumado es", es el lugar de reposo para el
Dios eterno, para la nueva creación, y para cada pecador tembloroso que
aceptará esta obra terminada.
El hecho que concluye todo, Su
muerte propiamente dicha, está inequívocamente incluida en estas palabras;
pronunciándolas Él inclina la cabeza, tal como reza el encantador lenguaje del
original, como la puesta del sol, y entrega Su espíritu inmaculado, sin pecado,
en las manos de Su Padre, cuya infinita grandeza en santidad y cuyo amor
podemos estar seguros que se excitan con divino deleite en Su Amado como
ninguna criatura puede jamás conocer.
El legalismo mezquino,
superficial, de Sus asesinos, mientras procuran quitar los cuerpos para que su
pretendida santidad no fuese sacudida por una violación del Día de Reposo, nos
perturbaría en su registro aquí si no fuera por que nuestro bendito Dios hace
que la necedad y la ira del hombre Le alaben. Ello sólo brinda la ocasión para
el cumplimiento de otras dos Escrituras que debían tener lugar después de Su
muerte. La brutal soldadesca no tiene escrúpulos acerca de mutilar los cuerpos
de sus víctimas y aniquilar los restos de vida de ellos. En efecto, los judíos
querrían que se hiciera esto con las tres víctimas; y los soldados lo hacen con
los dos ladrones, pero lo encuentran innecesario cuando llegan al Señor. Él ya
está muerto; pues ningún hombre Le puede quitar la vida. Él tenía poder para
ponerla por Sí mismo, así como también tenía poder para volverla a tomar.
Ninguna mutilación que desfigure el cuerpo del Santo es permitida; pero la
lanza de un soldado atraviesa Su corazón. Ello puede ser por mera crueldad
gratuita, o para asegurar la certeza de la muerte, pero con independencia de su
motivo él sólo estaba cumpliendo la palabra de Dios. Había sido escrito, "Mirarán
al que traspasaron"; por tanto, el hecho de ser traspasado debía tener
lugar. Pero, en verdad, fue nuestro
pecado el que traspasó al Señor — lo que lo hizo necesario. Este hecho de
ser traspasado nos habla tanto del rechazo de su Mesías por parte de los Suyos,
como de la obra por la cual esa misma enemistad será abolida.
De la pascua se dijo, "ni
quebraréis hueso suyo" (Éxodo 12: 41 a 51); el cordero debía ser
conservado entero. Así, también, con el verdadero Cordero pascual, "No
será quebrado hueso suyo". Es del Cristo entero que Se ha entregado por
nosotros del cual nos alimentamos, y lo haremos por toda la eternidad.
6. La Sepultura
Nosotros no procuramos
analizar minuciosamente las verdades preciosas que están vinculadas con la
crucifixión, muerte y sepultura de nuestro Señor, sino distinguir ciertos
elementos en Su obra expiatoria. Por ejemplo, Sus padecimientos a manos del
hombre son evidentemente preliminares, mientras que las tinieblas y el
desamparo de Dios hablan de cargar con la ira y el juicio propiamente dichos.
Una vez que sobrellevó estos, el propio Señor se entrega a la muerte, un
elemento necesario de la expiación, ciertamente; pero, podemos decir, se trata
del aspecto gubernamental de ella: es decir, por ser la pena corporal o física
del pecado, mientras que el juicio es el aspecto espiritual, y para el hombre,
eterno. {Ver nota 2}
{Nota
2. Esto plantea una pregunta que a veces se hace. Si el juicio del pecado es
eterno, ¿cómo pudo un breve período en que nuestro Señor soportó la ira ser un
substituto exacto de ello? La dignidad infinita de la Persona da un valor a Sus
padecimientos que equivale a una eternidad de padecimiento para la criatura, y
sin embargo una justicia equitativa no llamaría a esto un substituto exacto. Si
así fuera, se podría aducir que incluso padecimientos menores habrían sido
suficientes cuando recordamos la gloria inconmensurable de aquel Único que
padece. Esta teoría de expiación ha sido presentada; pero no se trata de una
pena substituida, sino de la imposición real de ira que es enseñada en la
Escritura. ¿Acaso no es esta la respuesta verdadera a la pregunta: a saber, que
permaneciendo inalterado el carácter moral del pecado y el pecador, su castigo
es necesariamente eterno? Leemos, "El que es injusto, sea injusto todavía;
y el que es inmundo, sea inmundo todavía; y el que es justo, practique la
justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía". (Apocalipsis
22: 11). Nuestro Señor habla de la culpa de un "pecado eterno"
(Marcos 3: 29), que es como las palabras deben ser traducidas. Leemos, "Pero
cualquiera que blasfeme contra el Espíritu Santo no tiene jamás perdón, sino
que es culpable de pecado eterno". (Marcos 3: 29 – LBLA, JND)}
Poco se dan cuenta los hombres
del horror de la impenitencia eterna — ese determinado estado moral en que el
alma es impotente para juzgar el mal o incluso de desear liberarse de él. Este
es evidentemente el carácter de Satanás, cuyo odio moral a Dios y a todo lo que
es bueno es eternamente fijo, lo que implica, por tanto, la necesidad de su
juicio eterno; lo cual también es cierto para todos los finalmente impenitentes.
Con nuestro bendito Señor, 'en
quien no hubo pecado', no hubo absolutamente nada más que la imposición externa
de la ira. Dios mismo se retira de Él, derramando sobre Él la indignación y la
ira que el pecado merece. Ello Le encuentra y Le deja, con un corazón tan
absolutamente fiel a Dios y a todo lo que es santo y bueno como cuando Él
estuvo disfrutando a la luz radiante de las glorias de la transfiguración. De
hecho, Su lugar y Sus circunstancias no tenían absolutamente nada que ver con
Su estado que era inmutablemente el mismo — un corazón lleno de deleite en la
voluntad de Dios, sin importar lo que esa voluntad pudiera ser. Por lo tanto,
la imposición de la pena fue absoluta; pero, permaneciendo perfecto a través de
toda ella, no existió ninguna necesidad divina para la continuación de la pena.
"Una vez para siempre" ella había sido puesta sobre Él, y eso
resolvió para siempre todas las demandas de la justicia divina.
Habiendo consumado la obra que
se Le había dado que hiciese, la resurrección es la respuesta de Dios al estado
moral de nuestro Señor. {"Cristo fue resucitado de entre los muertos, por
el glorioso poder del Padre" (Romanos 6: 4 – VM), y esto fue como
representante de Su pueblo cuyos pecados Él había quitado.}
Todo ha terminado ahora. Los
insultos, los golpes con la caña, los bofetones, los esputos, las imposiciones
de padecimiento por parte del hombre, la última hez de la copa de la ira y del
juicio divinos; la vida misma ha sido entregada, y el cuerpo precioso en el que
la joya de la gloria divina, y el espíritu y el afecto de la perfecta Humanidad
estaban contenidos, cuelga inerte ahora en la cruz. Sus enemigos han hecho lo
peor de ellos, y Él, bendito sea Su nombre para siempre, hizo lo mejor de lo
Suyo para la gloria eterna de Dios en nuestra bendición. Por lo tanto, Su
sepultura no está en manos de enemigos sino de los que Le amaban y Le adoraban.
De hecho, Su muerte parece haber sido la ocasión para que José se desprenda de
su timidez y venga valientemente anhelando el privilegio y el honor de cuidar
de Su cuerpo. También Nicodemo, ya no sigue de lejos sino que toma su lugar
públicamente como un discípulo. Manos amorosas Le bajan de ese terrible
'patíbulo', donde no se permitió que ningún hueso Suyo fuese quebrado, y cuyo
traspaso fue más como el cumplimiento de la Escritura que el acto gratuito de la
brutalidad.
Como ha sido sugerido, el
cuidado por la sepultura de nuestro Señor es el principio de la respuesta de
Dios: leemos, "en seguida le glorificará". (Juan 13: 32). De hecho,
la narración de la sepultura bien puede ser relacionada con la de la
resurrección. {Ver nota 3}. Las cenizas del sacrificio que había sido quemado
sobre el altar eran recogidas y llevadas fuera del campamento a un lugar
limpio. (Levítico 6: 8 a 11).
{Nota
3. Esto es hecho en la Biblia Numérica, Los Evangelios, página 628, etc.}
Pero volvemos ahora a la
narración como es presentada en cada uno de los evangelistas.
Mateo (Mateo 27: 57 a 66). Llega la noche. "El tribunal
humano" (o, "El día del hombre", ha terminado en cuanto a
nuestro bendito Señor, así como pronto terminará para nosotros (1ª. Corintios
4: 3, griego). Los detalles aquí son sugerentes: leemos, "Vino un hombre
rico de Arimatea, llamado José, el cual también era discípulo de Jesús". (Versículo
57).
Nuestro Señor no estuvo en
compañía de muchos ricos durante Su ministerio, sino que sintió más bien el
distanciamiento de ellos. Él fue el "amigo de publicanos y de
pecadores" (Lucas 7: 34). A los pobres se les predicó el evangelio; y no
muchos sabios, poderosos o nobles son llamados; pero hay una cierta aptitud en
un hombre rico, un discípulo verdadero, al acudir aquí. Un hombre pobre no
habría tenido un sepulcro nuevo propio; ¿y acaso no hay una sugerencia de los
tiempos mileniales cuando las riquezas y la honra serán vertidas a los pies de
nuestro Señor?
Como es presentado en nuestra
versión común de la Biblia, el sepulcro y la muerte de nuestro Señor no están
separados en Isaías 53: 9, y nosotros nos vemos obligados a separar los dos. El
Hebreo literal es, "Él (uno) designará Su sepulcro con los inicuos, pero
(Él estará) con un hombre rico en su muerte". Al entregar al Señor Jesús
para ser crucificado como un malhechor, Pilato estaba designando Su sepulcro
con los inicuos; y crucificado entre dos ladrones, era natural que Su cuerpo
también recibiera el mismo tratamiento que el de ellos — probablemente quemado
en el valle de Hinom (o, Gehena, ver Jeremías 7: 30 a 34). Ningún lugar así
pudo ser para Él; no se puede permitir la profanación del cuerpo del Santo de
Dios; y la designación de Pilato es desechada. De hecho, él mismo la revierte
entregando el cuerpo al hombre rico, José.
"José", 'Él
añadirá", nos recuerda el primer José, un tipo de nuestro Señor en
humillación y en gloria. Él es de Arimatea, aparentemente la forma griega de
Ramataim o 'dobles alturas'. ¿de exaltación terrenal y celestial? — que con el
añadido de Zofim fue la morada de Elcana y Ana, quienes también estaban
estrechamente relacionados con los dolores y gozos de la esperanza de Israel;
celebrando Ana en su cántico la venida del Rey de Dios. (1º. Samuel 1: 1, 2;
1º. Samuel 2).
¿Cuáles deben haber sido los
pensamientos de Pilato cuando él concedió la petición de José? Aquí estaba uno de
los grandes hombres de la nación del lado de Uno cuya sangre inocente Pilato
había causado que fuera derramada.
El cuerpo es envuelto en
aquello que es emblemático de la perfecta humanidad de nuestro Señor, "un
lienzo limpio de lino" (Mateo 27: 59 – LBLA); el lino blanco representando
la pureza y la justicia, ya que "el lino fino blanco es la perfecta
justicia de los santos" (Apocalipsis 19: 8 – VM). El cuerpo es colocado en
un sepulcro nuevo — no en la tierra en evidente cumplimiento de estas palabras,
"polvo eres, y al polvo volverás" (Génesis 3: 19) — sino en la roca
perdurable que no se desintegra, un adecuado receptáculo para Su cuerpo que no
vio corrupción y que no pudo ser retenido por la muerte. La piedra cierra la
puerta, dejando el mundo afuera, y, en el pensamiento incluso de los Suyos, cerrando
la puerta a todas las resplandecientes esperanzas que ellos habían albergado, leemos,
"nosotros esperábamos que él era", dijeron ellos, "el que había
de redimir a Israel". (Lucas 24: 21).
José se marcha, no en
indiferencia, podemos estar seguros, sino habiendo llevado a cabo su preciosa
tarea. Sin embargo, las mujeres no pueden apartarse del sitio. María Magdalena
y la otra María mantienen la vigilia del amor.
Si la enemistad ha hecho su
obra última, sin embargo la incredulidad y una conciencia intranquila instan a
los principales sacerdotes y fariseos. De manera inconsciente para ellos mismos
van a proporcionar una prueba nueva de la realidad de la resurrección de
nuestro Señor. Recordando Sus palabras de que Él resucitaría al tercer día,
ellos harían que el sepulcro estuviera custodiado para que Sus discípulos no
pudieran hurtarlo. Pilato ordena que esto sea hecho; y así, a pesar de ellos
mismos, Sus enemigos van a ser hechos testigos de Su resurrección y refutarán
así cualquier posible acusación de que Su cuerpo había sido hurtado.
Marcos (Marcos 15: 42 a 47). Marcos añade unos pocos detalles a
Mateo. De José se habla como un "miembro noble del concilio"; es
decir, un miembro del Sanedrín, que estaba esperando el reino de Dios. Él entró
osadamente ante Pilato, el cual se sorprendió de que el Señor ya hubiese
muerto, y primero pregunta al centurión, como sería natural para un romano, si
tal es el caso.
El lienzo de lino es
'comprado' (Marcos 15: 46 – LBLA), lo que nos recuerda que José era un hombre
rico. La "otra María", de la cual se habla en Mateo, es aquí la
"madre de José", que con
María Magdalena contemplaban el lugar donde había sido puesto el cuerpo.
Lucas (Lucas 23: 50 a 56). Lucas añade otros pocos detalles en
cuanto a José, muy adecuados a su evangelio. Él era "varón bueno y justo",
uno que, como consejero no había consentido la decisión y el acto de ellos. Su
ciudad, Arimatea, es una "ciudad de los judíos" (Lucas 23: 51 – VM),
es decir, está en Judea. Con Marcos, Lucas nos dice que él esperaba el reino de
Dios.
El "sepulcro nuevo"
en Mateo es descrito más plenamente como uno "en el cual aún no se había
puesto a nadie". Marcos no habla de este rasgo — la ofrenda por el pecado
era quemada fuera de la puerta.
En Lucas se habla más
ampliamente de la presencia de las mujeres que habían venido con Él desde
Galilea. Ellas vieron el sepulcro y la manera en que Su cuerpo fue puesto, y
entonces regresaron a preparar especias aromáticas y ungüentos, reposando en el
día de reposo conforme al mandamiento. Así, incluso en Su muerte, nuestro
bendito Señor estaba magnificando la ley. Él ciertamente había alcanzado el
reposo de Dios, y así, de manera típica, lo había hecho Su pueblo. Apropiadamente
así, ellas descansaron en el día santo.
Juan (Juan 19: 38 a 42). Aquí no se habla de José como un miembro
del concilio. Su anterior discipulado, de carácter tan tímido que no había sido
dado a conocer públicamente. A menudo, los más tímidos se convierten en los más
audaces en momentos críticos. También Nicodemo sale audazmente a la luz. ¡Qué
contraste con la primera vez que él vino a Jesús de noche, o incluso con esa
súplica por un trato justo que tenemos en Juan 7: 50 a 52! Estos dos varones
eran miembros del Sanedrín. Así, encontramos un remanente — aunque
probablemente no presente — incluso en el tribunal que había condenado a
nuestro Señor.
Nicodemo trae un compuesto de
mirra y de áloes, especies fragantes usadas en relación con la muerte, una gran
cantidad de ellas, alrededor de cien libras romanas de peso (aproximadamente 34
kilos). Esto está en completa concordancia con este evangelio. Ningún gasto de
especias preciosas podía exponer por completo la fragancia de la muerte del
Hijo de Dios.
Los lienzos de lino nos hablan
de una vida de justicia perfecta en que la fragancia subió siempre a Dios y por
lo tanto no podía faltar en Su muerte. Juan habla de un huerto como siendo el
lugar donde estaba el Señor, y en este huerto estaba el sepulcro nuevo del que tanto
Mateo como Lucas tienen el cuidado de decirnos que no había sido contaminado
por la presencia de la muerte. Dios separaría siempre la muerte de Su Hijo de
todas las demás, y Aquel que no vio corrupción iba a descansar en una tumba en
consonancia con esto. Es apropiado que esto deba ser en un huerto. La muerte
entró en un huerto, desde el cual nuestros primeros padres fueron expulsados; y
cuando las consecuencias del pecado habían sido eliminadas el huerto aparece de
nuevo. Hay otro huerto, el Paraíso de Dios; este se encuentra entre el primero
perdido y el prometido por venir. Podemos decir, ¡qué frutos para toda la
eternidad han crecido en este huerto donde estuvo la tumba! Allí fue sembrado
el Grano de trigo que ha producido una cosecha tal. Nosotros podemos pensar en
este huerto como una sugerencia de la fecundidad resultante de la muerte de
nuestro Señor incluso en este mundo actual. Tal como la cueva de Macpela estuvo
rodeada por un campo con árboles creciendo en él, siendo esto un emblema de la
resurrección, así el huerto alrededor de la tumba de nuestro Señor habla de
vida y de anticipación de Su resurrección. Ellos Le pusieron allí,
verdaderamente una preparación para el eterno Día de reposo de Dios, en
infinito contraste con el legal "día de la preparación de los
judíos". (Juan 19: 42 – LBLA).
3. La Resurrección
La resurrección es el
fundamento mismo de la fe cristiana tal como el apóstol declara, "si
Cristo no resucitó… aún estáis en vuestros pecados". En los agitados días
de Pentecostés, la gran verdad en la que se persistió en el testimonio de los
apóstoles no fue tanto la naturaleza de la muerte expiatoria de nuestro Señor, como
lo fue el gran hecho de Su resurrección, leemos, "Con gran poder los
apóstoles daban testimonio de la resurrección". (Hechos 4: 33).
Doctrinalmente, podemos
considerarla en relación con Dios, en relación con Cristo, en relación con Su
pueblo y con el mundo.
En relación con Dios, cada
atributo Suyo ha sido glorificado tan perfectamente por la muerte expiatoria de
nuestro bendito Señor, que se declara que la resurrección es "por la
gloria del Padre" (Romanos 6: 4), como si esa gloria, que el Hijo había
vindicado y manifestado tan perfectamente, esperó el primer momento mismo en el
sepulcro en el primer día de la semana para llamar de la muerte al Único obediente
perfecto.
En cuanto a Cristo, Su
resurrección fue Su vindicación completa. En la cruz, Él había estado colgado
en las tinieblas. El hombre Lo había aborrecido y se había burlado de Él, Dios
Lo había desamparado; la resurrección Le proclama completamente vindicado, justificado
en el sentido más elevado de
la palabra. Su lugar a la diestra de la Majestad en las alturas es el que Le ha
sido dado por la justicia divina como la medida de Su propia aceptación.
Y esa aceptación, bendito sea
Dios, es también la medida de la aceptación del creyente, pues Cristo no sólo
fue levantado de los muertos por la gloria del Padre y glorificado por el
Padre, sino que Él "fue resucitado para nuestra justificación".
(Romanos 4: 25).
Es realmente solemne el
pensamiento de que Su resurrección es también la promesa del juicio futuro
sobre el mundo que Le crucificó. El Espíritu de Dios convence de justicia,
"por cuanto voy al Padre". (Juan 16: 10). La justicia de Cristo ha
sido proclamada por Su ascensión al Padre, y ese mismo ascenso es la condena de
la culpa del mundo. La justicia en que Dios se complace es esa que el mundo ha
rechazado. No debemos sorprendernos, entonces, ante el hecho solemne de que
Dios "ha establecido un día en el cual juzgará al mundo en justicia, por
medio de un Hombre a quien ha designado, habiendo presentado pruebas a todos
los hombres al resucitarle de entre los muertos". (Hechos 17: 31 – LBLA).
Estos pocos pensamientos, con
muchos otros, servirán para mostrar la importancia inmensa del gran hecho de la
resurrección. Eso es lo que no debemos olvidar jamás. "Acuérdate de
Jesucristo, del linaje de David, resucitado de los muertos conforme a mi
evangelio". (2ª. Timoteo 2: 8). Esta es la historia que deseamos considerar
tal como es narrada por cada uno de los cuatro evangelistas, notando lo que es
peculiar a cada uno y la pertinencia de esa peculiaridad.
Mateo (Mateo 28). Así como las mujeres fueron los testigos de los
hechos finales relacionados con Su sepultura, también lo iban a ser de Su
resurrección. Qué significativas son las palabras, "Pasado el día de
reposo", como recordándonos el final de la antigua dispensación, de hecho,
el amanecer de un primer día nuevo en el que probablemente incluso la forma
antigua de señalar los días, desde la puesta del sol hasta la puesta del sol,
es cambiada, de modo que el día comienza ahora con la mañana.
Había ocurrido un terremoto cuando
Él murió. Hay otro en Su resurrección. El Monte Sinaí tembló ante la presencia
de Jehová, y el Jehová del Sinaí está aquí manifestado de un modo más
maravilloso, el modo de la gracia.
La presencia del ángel,
apropiada al gubernamental evangelio de Mateo, es mencionada aquí. La piedra es
removida de la puerta del sepulcro; los guardas se quedan como muertos en su
majestuosa presencia, mientras que él tranquiliza a las temblorosas mujeres. Ellas
estaban buscando a Jesús — no vigilando
como enemigas. A ellas les es proclamada la gloriosa verdad: "No está
aquí, pues ha resucitado"; "Venid, ved el lugar donde fue puesto el
Señor".
La tumba vacía confirma así
las palabras del ángel, y ellas son enviadas a decir a Sus discípulos y a precisar
el lugar de encuentro en Galilea. Abrumadas con alegría ellas salen para
hacerlo saber a los discípulos y les sale al encuentro el bendito Señor que
siempre es mejor que Sus promesas, y que las encuentra antes que vayan a
Galilea con Su palabra "Salve" (Lit. "¡Regocijaos!"). ¡Qué
momento! ¡Quién puede darse cuenta del gozo que llenaba el corazón de nuestro
Señor en esa sencilla y triunfante palabra "Salve"! (Lit.
"¡Regocijaos!"). No es de
extrañar que las mujeres abrazaran Sus pies y Le adorasen aquí sin reprensión,
porque la escena completa tiene que ver con el reino, y por lo tanto, la
ascensión de nuestro Señor no es mencionada en este evangelio.
Nuestro Señor repite la
instrucción del ángel de decir a Sus "hermanos" — el nuevo y precioso
título, presentado por vez primera, y para todos los Suyos. A estos, Él no se
avergüenza de llamarlos sus hermanos. (Hebreos 2: 11).
Aquí es contada la mentira de
los judíos, en el extremo de ellos, con un complot deliberado para negar la resurrección.
El concilio que había condenado al Señor a la muerte no tiene escrúpulos en
sobornar a la guardia romana para que diga que Sus discípulos vinieron y Lo
hurtaron. Era una ofensa de muerte para un soldado dormir durante la guardia,
pero el gobernador, que había entregado de manera injusta a Jesús a la voluntad
de ellos, no tendría escrúpulos para hacer un pequeño acto de perdón para los
soldados culpables, habiéndose ya puesto él mismo bajo el poder de los
principales sacerdotes por su hecho injusto. Esta falsedad, por lo tanto, es
relatada entre los judíos, incluso en nuestros tiempos.
Luego es mencionada la reunión
en Galilea. Galilea había sido la escena principal del ministerio de nuestro
Señor, donde también parece haber tenido la mayor audiencia. Hay tres grandes
montes mencionados en los evangelios: a saber, el sermón en el monte, la
transfiguración en el monte, y la reunión de resurrección en el monte; a los
que podemos añadir Su ascensión desde un monte. La montaña sugiere elevación y
separación moral. La primera montaña habla de la sublimidad de Su enseñanza; la
segunda, de la gloria de Su persona; la tercera, del hecho de Su resurrección.
Ellos Le adoran, pero algunos
parecen aún dudar. Esto puede no ser aplicable a los once discípulos con
quienes nuestro Señor se había encontrado antes, tal como Lucas nos dice;
mientras que en Juan nos enteramos que incluso las dudas de Tomás habían sido
disipadas. En la epístola a los Corintios el apóstol habla de que el Señor fue
visto por quinientos hermanos a la vez; así que si bien solamente los once son
mencionados en Mateo, como habiendo ido al monte como el Señor les señaló, es
más que probable que estos quinientos hermanos se hayan reunido al mismo
tiempo; algunos de estos pueden haber sido escépticos. (Véase 1ª. Corintios 5:
6).
En Galilea la gran comisión es
dada. Ella se encuentra, podemos decir, entre la aseguranza de la omnipotencia
de nuestro Señor y de Su especial omnipresencia. Nosotros podemos decir
'especial' porque no se trata meramente de Su presencia como Dios en todas
partes, sino, "he aquí que estoy yo con vosotros siempre, hasta la
consumación del siglo" — una presencia especial, para defender, sostener,
sustentar, empoderar a Sus discípulos (Mateo 28: 20 – VM). Por consiguiente,
ellos han de ir y enseñar a todas las naciones; es decir, hacer discípulos de entre
todas las naciones, obviamente mediante la predicación del evangelio, pero un
discipulado que parece, en los términos mismos en que es descrito, ser del
estilo de ese reino de los cielos cuyos misterios nuestro Señor había desvelado
previamente. {Ver nota 4}.
{Nota
4. La traducción exacta de este pasaje es: "Id pues y discipulad a todas
las naciones, bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo; enseñándoles a guardar todas las cosas que os he mandado".}
Esto es lo que explica el
motivo por el cual el bautismo tiene un lugar tan prominente aquí. Las dos
llaves del reino, bautizar — la externa o física, y enseñar, la llave interna o
mental. Los discípulos son así hechos mediante la predicación y la enseñanza de
la verdad, y bautizados en el reino en el nombre del Dios triuno que ha sido
revelado plenamente en la persona de Su Hijo.
Marcos (Marcos 16). La narración en Marcos, si bien se parece a la de
Mateo, no la sigue tan de cerca como hemos estado observando hasta ahora.
Las mujeres vienen por la
mañana con especias para embalsamar el cuerpo del Señor. Ellas hablan de la
imposibilidad que ellas tienen de hacer rodar la piedra de la puerta del sepulcro,
encontrando, como lo hacemos a menudo, que es inútil anticipar dificultades. La
piedra ya había sido hecha rodar, algo que ellas
no podían haber hecho. Ellas entran en el sepulcro, y el ángel es visto como un
joven sentado al lado derecho, vestido de una ropa larga blanca. Un joven había
huido cuando el Señor fue arrestado (Marcos 14: 51, 52); los más valerosos de
la tierra de Judea no pudieron mantenerse firme en aquel entonces (Juan 18: 4 a
6). Aquí, un testigo del cielo, vestido en pureza, nos habla de la victoria de
nuestro Señor. Ellas han de contar las buenas nuevas a los discípulos, y en
gracia conmovedora Pedro es mencionado por su nombre; se habla también del
lugar de reunión en Galilea. Se habla del temor de las mujeres más que de su
alegría. Ellas no hablan con nadie acerca de lo que habían visto.
La narración concluiría aquí
con aparente brusquedad si verdaderamente vamos a aceptar la opinión de una gran
cantidad de especialistas que afirman que los manuscritos más antiguos no
tienen el resto del capítulo 16. Este no es el lugar para entrar en la cuestión
de la autoridad de los manuscritos en detalle; diremos solamente que no hay
motivo suficiente para justificar nuestro rechazo de lo que sigue a
continuación. Esto podría haber sido omitido fácilmente en algunos de los
manuscritos más tempranos debido a la aparente diferencia entre ello y lo que
había sucedido antes; pero la dificultad es eliminada cuando vemos que estos
versículos restantes evidentemente nos dan un resumen de varias apariciones de
nuestro Señor, y no una narración continuada de lo que ocurrió después de la
resurrección.
Por lo tanto, los versículos 9
al 20 nos presentan un resumen de diversas apariciones de nuestro Señor a
diferentes personas después de Su resurrección: a saber, en primer lugar, a
María Magdalena, de quien había echado siete demonios (versículos 9 a 11). Cuán
hermoso es que una que ha estado absolutamente bajo el poder de Satanás sea la
primera en presenciar el triunfo de nuestro Señor sobre él. Ella acude a
decírselo a los otros y ellos no le creen. Esta narración coincide con la del
evangelio de Juan.
A continuación, los versículos
12 y 13 mencionan lo que parece ser idéntico al camino a Emaús presentado de
manera más completa por Lucas. Puede haber alguna dificultad acerca del
versículo 13, leemos, "Ellos fueron y lo hicieron saber a los otros; y ni
aun a ellos creyeron"; aunque sabemos por Lucas que cuando ellos
regresaron de Emaús encontraron a los once reunidos, diciendo, "Ha
resucitado el Señor verdaderamente, y ha aparecido a Simón" (Lucas 24:
34), y mientras ellos estaban hablando de estas cosas, el propio Señor aparece
entre ellos. No obstante, nosotros consideraremos esto en una conexión adicional.
La siguiente aparición fue a
los once mientras estaban sentados a la mesa (versículo 14), cuando Él censuró
la incredulidad y la dureza de corazón de ellos. Posiblemente esto puede ser en
Galilea. Es manifiestamente difícil armonizar esto con las narraciones en los
otros evangelios, pues allí, la fe es enfatizada; aquí es enfatizada la
incredulidad. Una solución posible puede ser que en Marcos, en cada una de
estas apariciones, la incredulidad es prominente en la narración y puede haber
ido junto a la fe. Nosotros sabemos que ambas están en nuestros propios
corazones, y quizás cada una tenía un lugar en los corazones de los discípulos que
podían creer y sin embargo no creer del todo; podían alegrarse y sin embargo no
estar totalmente persuadidos.
La gran comisión es presentada
(versículos 15 a 18), con ciertos rasgos característicos propios de Marcos. Es
el evangelio que es predicado por todo el mundo, "a toda criatura".
La salvación, nuestra propia pertenencia al reino, ha de ser el resultado de la
fe. No es necesario decir que el bautismo como unido con el creer no tiene el
propósito de ser puesto en igualdad con la fe, sino más bien como la plena
confesión de esa fe. La salvación es proclamada en el acto ya que está
asegurada por la fe.
Después, las señales que
siguen a los poderes milagrosos son peculiares de Marcos. El apóstol Pablo
ilustró estas al naufragar en su viaje a Roma.
Los dos últimos versículos del
evangelio (versículos 19 y 20) registran la ascensión de nuestro Señor, no en
detalle, sino la gran verdad de que Él fue recibido arriba en el cielo y se
sentó a la diestra de Dios. Los discípulos salen como Él los envió, y el
bendito Maestro, aún con un corazón de servicio inalterado, obra con ellos,
dondequiera que estén.
Lucas (Lucas 24). Lucas y Juan presentan los detalles más completos
de la historia de la resurrección. El elemento personal predomina en Lucas
desde el aspecto humano, y en Juan desde el divino, contrastando así con el
aspecto oficial en los dos primeros evangelios. Es encantador notar la
similitud entre los dos primeros capítulos de Lucas y el último. En ambos la
narración fluye así sencilla y naturalmente, deteniéndose con amoroso detalle
en puntos pasados por alto o sólo mencionados un poco en otros evangelios. El
interés humano es aquí primordial. Nosotros salimos de la lectura minuciosa con
la convicción de que aquí tenemos el registro de un Hombre, con independencia
de lo demás que Él puede haber sido. Un corazón humano de tierno interés en la
vida cotidiana, las dificultades, las pruebas, las necesidades y los dolores de
los hombres se manifiesta a lo largo de toda la historia. En la resurrección
esto no cambia. Nosotros seguimos viendo a "Jesucristo hombre", al
igual que antes de la cruz, con independencia del cambio que puede haber tenido
lugar en Sus circunstancias y en Su propia relación con Sus discípulos y con el
mundo; y aunque teniendo ahora un cuerpo de resurrección, no obstante sentimos
que está el corazón inmutable, tierno, amoroso, bondadoso y santo de Aquel a quien
habían aprendido a conocer y a amar mientras Él estaba todavía con ellos.
El relato de las mujeres en el
sepulcro (versículos 1 a 11) es una ligera ampliación del que está en Mateo y
en Marcos, con algunas adiciones. En lugar del ángel en su majestad, un
apropiado asistente real, como en Mateo, o como un joven vestido de una ropa
larga blanca, como en Marcos, nosotros tenemos a dos varones, sugiriendo ambos
el tema general del evangelio del Hijo del Hombre, y suficiente testimonio de
Su resurrección. Ellos no están, como el de Marcos, sentados, sino parados
junto a ellas con vestiduras resplandecientes. La pregunta de ellos es
apropiada para nuestro evangelio: a saber, "¿Por qué buscáis entre los
muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado", y luego
recordándoles Sus palabras cuando Él estaba en Galilea. Esta parte es peculiar
de Lucas y muy instructiva. Al regresar a los once y al resto de los
discípulos, se encuentran con la misma incredulidad que es mencionada en
Marcos.
La visita de Pedro al sepulcro
(versículo 12), de la cual tenemos un relato más completo en el evangelio de Juan,
es presentada aquí y muestra de qué manera el amado apóstol había regresado en
su alma de su vergonzosa negación. Ella ilustra también de qué manera un
evangelista puede registrar un rasgo en una narración excluyendo otros sin
contradecirlos en lo más mínimo. Por ejemplo, de esta narración nosotros no
supondríamos que Juan hubiese estado con Pedro en el sepulcro, pero a medida
que la examinamos no encontramos nada que contradiga eso. Una vez que esta
verdad sea plenamente comprendida tendremos una clave que explicará la gran
mayoría de las dificultades en las diversas narraciones.
Llegamos a continuación a eso
que es la belleza especial de Lucas, a lo que, sin embargo, se hace una
referencia en Marcos, como hemos visto. Se trata de la narración del camino a
Emaús (versículos 13 a 35). Emaús estaba a una distancia considerable de Jerusalén,
y el recorrido de los dos discípulos hacia allá (solamente es presentado el
nombre de uno, Cleofas) sugiere un alejamiento de Jerusalén como si no se
hubiese podido esperar nada más allí. La crucifixión y sepultura habían sido
como un entierro de todas sus esperanzas; no obstante, ello no fue por falta de
interés, sino más bien por falta de fe, pues aún estaban absortos con todo lo
que había tenido lugar y mostraban su dolor en sus propios rostros de manera
evidente. Estos dos bien pueden representar a todos los discípulos después de
la resurrección de nuestro Señor, mostrando un completo fracaso para captar su enorme
importancia. De hecho, aunque el hecho de la resurrección se estableció pronto
de manera incontrovertible en sus almas, sólo Pentecostés sacó a relucir su
verdadero significado para ellos; pero hasta que el Espíritu Santo los condujo
en el corazón a la verdad más amplia (incluso entonces no con plena
inteligencia al principio) sus pensamientos tendieron a regresar a las
esperanzas nacionales y expectativas terrenales judías. Pero la cruz había dado
término a todas estas, y la resurrección por sí misma no podía restaurarlas a
la forma en que habían sido sostenidas antes.
La actitud de estos dos
discípulos en su camino a Emaús sugiere una aplicación personal a nosotros
mismos donde no se logra aprehender en su realidad lo que significa la
resurrección de nuestro Señor. Esto puede ser por la ignorancia acerca de lo
que está involucrado en ella, o por el olvido a través de la frialdad y la
indiferencia. En ambos casos el efecto es el mismo: a saber, ello acabará en
distancia y extravío. El corazón de estos discípulos estaba ocupado con la
pérdida de ellos; y aunque estaban de espaldas a Jerusalén, sus corazones aún
estaban allí, o más bien en la tumba — ocupados con todo lo que había tenido
lugar y en la pena por lo que les pareció ser el final de sus más brillantes
expectativas.
Nuestro Señor había observado
esta condición, y aún la observa dondequiera que ella exista. Cuando el corazón
es afectado así, incluso aunque sólo esté afligido por la pérdida de lo que le
era preciado, Él entrará y atenderá su necesidad.
Sin embargo, Él se les
aparece, como dice en Marcos, "en otra forma" (Marcos 16: 12), o como
aquí, "Pero sus ojos estaban velados para que no le reconocieran"
(Lucas 24: 16 – LBLA). En Su poder divino nuestro Señor puede en cualquier
momento manifestarse en diversas maneras y formas, pues la Omnipotencia puede
hacer todas las cosas; pero una evidente diferencia parece existir aquí.
Ciertamente Él podía aparecer a ellos de manera idéntica a como Él había sido
antes de Su muerte; pero la sugerencia es que en resurrección Él no estaba en
el mismo plano que estuvo antes, sino en uno más elevado en que, en aquel
entonces y ahora, sólo la fe Le puede percibir. Nuestros pensamientos pobres,
prosaicos, son lentos en captar la trascendente y magnífica realidad de la
resurrección. ¡De qué manera ella introduce a una esfera de existencia cuya
amplitud y cuyas actividades exceden inconmensurablemente las circunscritas
condiciones en las que vivimos ahora! De esta manera, el Señor pudo estar junto
a Pablo una y otra vez, fortaleciéndolo y alentándolo; y, ¿acaso no es Su
propia promesa dada en Mateo, "he aquí que estoy yo con vosotros siempre"
(Mateo 28: 20 – VM), una garantía de que incluso si nuestros ojos están velados
como para no reconocerle, Él está personalmente con Su pueblo, nuestro bendito
y resucitado Señor?
No obstante, esta aparente
distancia no hace más que brindar una mayor libertad de acceso a los discípulos
de una manera muy eficaz. Ellos tenían una lección que aprender la cual, sea
dicho reverentemente, era incluso más necesaria que cualquiera que Su
manifestación visible pudiera impartir. Muchos pensamientos interesantes incitan
aquí, los cuales debemos dejar para el estudio individual. Pero, ¡cuán extremadamente
natural es todo ello! El Señor no hace uso de Su conocimiento divino de lo que
está en los corazones de ellos, sino que procura extraerlos, como Dios al
principio preguntara a nuestro padre Adán, "¿Dónde estás tú?", aunque
sabiendo ciertamente dónde él estaba (Génesis 3).
La conciencia y el corazón
deben ser despertados e inducidos al ejercicio; así que el Señor pregunta de la
manera más sencilla la naturaleza de la conversación de ellos debido a su
tristeza. Cuando ellos, en evidente sorpresa, preguntan si acaso Él no es más
que un forastero en Jerusalén y si no está al corriente de los conmovedores y
solemnes acontecimientos que habían estado teniendo lugar, Él ni siquiera
entonces cesa Su interrogatorio. Él debe conseguir, de sus propios labios, su
relato de estas cosas. Ellos presentan estos mostrando de inmediato su fe y de
qué manera sus almas enteras se ocupaban del Señor. Debe haber refrescado Su
bendito corazón haberlos hecho expresarlo así; a pesar de la ignorancia y la
desilusión, a pesar de la debilidad de su fe, el amor a Él estaba allí: la
Escritura, "nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a
Israel" no habla de una esperanza simplemente muerta, sino de una
esperanza dormida. Ellos también se refirieron a lo que habían dicho las
mujeres y al hecho de que era el tercer día. Evidentemente, sus corazones
habían sido conmovidos profundamente por esto, y había un anhelo que no se
había cumplido. Ellos no podían comprender el significado de lo que había
acaecido.
Habiendo abierto ahora sus
corazones a Él, nuestro Señor puede hablarles libremente, ministrando justo lo
que se necesitaba. Este fue un testimonio de la palabra de Dios misma, aparte
de todos los acontecimientos corroborativos que pudieron llegar a estar bajo la
mirada de ellos, aparte, de hecho, de Su manifestación personal de Él mismo a
ellos — que la resurrección era una necesidad a partir de la palabra de Dios.
Ellos son reprochados por su insensatez y tardanza de corazón — las dos todavía
van juntas — una tardanza manifestada al no creer todo lo que había sido
escrito en la palabra de Dios. Por tanto, Él los lleva de regreso a esa
Palabra. Su tesis general es, "¿No era necesario que el Cristo padeciera
estas cosas, y que entrara en su gloria?"
Este es en realidad el tema de
toda la Escritura del Antiguo Testamento — los padecimientos de Cristo y la
gloria que habría de seguir. Así que, pacientemente, comenzando por el
principio — ¿diremos que comenzando en Abel y el Huerto de Edén? — en Moisés y
en todos los Profetas, les explica lo que ilustrará y confirmará Sus palabras a
ellos. Todo esto nos muestra de inmediato, en primer lugar, lo que hay en el
corazón del Señor para Su pueblo, un deseo que tengan una convicción absoluta
de la verdad de Su palabra aparte de sus sentimientos y experiencias personales;
y ello nos muestra que las Escrituras del Antiguo Testamento anuncian la resurrección
así como los padecimientos
de nuestro Señor.
Quizás en nuestro conocimiento
actual del hecho de Su resurrección hemos pasado un poco por alto este aspecto
de tipo del Antiguo Testamento y no le hemos dado un lugar tan completo como el
que le pertenece. El arca reposando sobre el Ararat sugiere la resurrección.
Isaac es recibido de los muertos en figura. José es exaltado al trono. Al
cordero pascual le sigue la apertura del Mar Rojo. El ave viva es soltada con
la sangre sobre ella de la que había sido sacrificada (Levítico 14); y otros
tipos nos muestran que la resurrección ocupa un lugar tan distintivo y
prominente, a su manera, como la cruz misma. Por consiguiente, "las cosas
referentes a él mismo" (Lucas 24: 27 – VM) incluyen Su resurrección así
como Su vida perfecta y Sus padecimientos expiatorios.
Tal ministerio tiene su efecto
sobre sus corazones haciéndoles anhelar más, y aunque ellos ni siquiera
reconocen a Aquel que les ha abierto las Escrituras, sus corazones arden y Le
constriñen a entrar y quedarse con ellos. Dondequiera que este efecto está
presente, podemos estar seguros que el Señor se manifestará. Leemos, "Si
alguno me ama, guardará mi palabra; y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y
haremos con él morada". (Juan 14: 23 – LBLA). Esta es la razón por la que
nuestro Señor se manifiesta a nosotros y no al mundo. Guardar Su palabra,
aunque incluye el asunto de la obediencia y el sometimiento a ella, no es su
limite. Implica también un amor por ella y ocuparse de ella lo cual hace que la
retengamos, y valorar todo lo que la abre a nuestro entendimiento.
El camino está preparado ahora
para lo que sigue a continuación. Donde el corazón está abierto y sometido a la
verdad expuesta en la palabra de Dios, hay un reconocimiento de Cristo — Él es
manifestado al corazón. Aparte de la Palabra ello sería esporádico y transitorio.
Esto es lo que sella las fábulas de Roma con la falsedad de ellas. Visiones y
revelaciones, supuestamente recibidas, no sólo no están respaldadas por la
palabra de Dios, sino que son contrarias a ella, y por tanto no tienen valor
alguno donde la fe verdadera está en ejercicio. Si esto es cierto acerca de los
falsos milagros de Roma en el sentido más pleno, también es cierto acerca de
los verdaderos milagros registrados en las Escrituras. No tienen valor aparte
de la fe. Esto está ampliamente demostrado en la vida de nuestro Señor, y su
confirmación está aquí ante nosotros.
El acto de partir el pan en la
cena sencilla de ellos es exquisitamente humano y sencillo; ello pudo haber
sido visto, sin duda, en muchos hogares humildes — unos pocos reunidos
alrededor de una mesa con su humilde comida delante de ellos, pasando por un
momento a agradecer a Dios por Sus misericordias. Esta comida sencilla es
transformada aquí; Aquel que parte el pan es Uno que les recuerda en este acto
una escena anterior. En un instante, sus pensamientos son llevados de regreso a
ese aposento alto después de la cena pascual; sus ojos son abiertos y ellos Le
reconocen.
En la aplicación personal
de
esto, podemos decir que dondequiera que existe esa preparación de corazón por
medio de la fe en la palabra de Dios y el sometimiento a ella, en muchos actos
sencillos, no necesariamente en el "partimiento del pan", sino de
innumerables pequeñas maneras, el Señor nos recordará Su gracia pasada, y el
corazón no sólo puede arder, sino que hay un destello de reconocimiento de Él
mismo, y el alma es restaurada a sus gozos anteriores.
El efecto de todo esto es
inmediato y notable. La fatiga, la distancia, la noche, todas son ignoradas.
Ellos deben volver con la gozosa, imperiosa noticia al resto de los discípulos.
Ellos son testigos, no meramente
creyentes ortodoxos en la Escritura, sino los que habían visto al Señor. Tal
visión abre los labios. Ellos deben, no pueden sino hablar. Nosotros sabemos
que incluso entonces ellos debían esperar la promesa del Padre, pero el hecho
mismo de la resurrección les es conocido ahora como una realidad, cuya fe nunca
podría ser sacudida de sus almas. Regresan a Jerusalén con su noticia, para
encontrar que una noticia similar los encuentra — "Ha resucitado el Señor
verdaderamente, y ha aparecido a Simón". Y juntos así pueden mezclar
gozosas experiencias.
Pero esto no es suficiente.
Nuestro Señor no se satisface con manifestarse a unos pocos. Él confirmaría a todos
en este gran gozo. Por lo tanto, Él mismo viene a estar en medio de ellos.
Versículos 36 a 49. Esta es,
evidentemente, la primera de Sus apariciones que está registrada en el
evangelio de Juan. "Paz a vosotros" la identifica. ¡Qué comentario es
el terror de ellos, y de qué manera ello muestra que aquellos que sólo un
momento antes estaban declarando que el Señor había resucitado en verdad están abrumados
por Su presencia! Así, una y otra vez Dios nos recordaría que la incredulidad y
la fe encuentran un alojamiento en el mismo corazón. Demasiado bien lo sabemos.
Nuestro Señor los tranquiliza
de la manera más natural. Ellos piensan que Él es un espíritu; surgen
pensamientos en sus corazones. Por lo tanto, que ellos Le toquen, como más
tarde Él ofreció a Tomás Sus manos y Su costado. Leemos, "Un espíritu no
tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo". Que se trata de Jesús
mismo es todavía demasiado maravilloso y demasiado bueno para ser verdad. Se
necesita un poco más de confirmación; y Él anticipa y facilita al pedir y
participar de algunos de sus alimentos comunes que podían estar a mano. Por lo
tanto, las últimas dudas de ellos son eliminadas y ahora pueden aprender el
significado de todo este hecho maravilloso.
Por otra parte, Él habla de la
confirmación de todo lo que fue escrito en el Antiguo Testamento, en todas las
divisiones del volumen sagrado — la Ley de Moisés, los Profetas, y los Salmos o
escritos sagrados; todos ellos hablaron de Él y dieron testimonio de Su muerte
y resurrección. Él abre el entendimiento de ellos, no meramente permitiéndoles
recibir, sino, indudablemente, presentándoles una bienaventurada ilustración de
lo que las Escrituras enseñaban. Así, Él estaba anticipando esa obra
bienaventurada del Espíritu Santo que continúa a lo largo de la época actual. Tenemos
la ampliación de estos pocos versículos en los escritos inspirados del Nuevo
Testamento — el ministerio constante del Espíritu Santo usándolos para aclarar
el significado del Antiguo Testamento. Bendito sea Dios, Él aún continúa con
esto.
Los grandes temas son los
padecimientos de Cristo, Su resurrección, y sus bienaventurados resultados en
la predicación del arrepentimiento y el perdón de los pecados, en todo el
mundo, comenzando con Jerusalén, donde Él había sido crucificado. Ellos son
testigos de todas estas cosas; y como el poder para permitirles testificar
inteligentemente, así como para todo el servicio de ellos al aclarar y declarar
la gracia de Dios y Sus consejos en cuanto a Cristo, Él les da la promesa del
Espíritu Santo cuya venida ellos debían esperar en Jerusalén. Entonces ellos
serían dotados del poder del cual Él habla. Todo esto, gracias a Dios, es
familiar para nosotros en buena medida; sin embargo, cuán delicioso es
detenernos en ello, y encontrarnos llevados más allá de nuestro trema más
inmediato, quizás a notar los diversos pasos que la gracia y el amor divinos
han dado para satisfacer todas nuestras necesidades. Así, adecuadamente, Lucas
anticipa la narración del libro de los Hechos, del cual también él es el autor.
La ascensión sigue ahora a
continuación (versículos 50 a 53). Él los conduce fuera de Jerusalén hasta
Betania, 'la casa de la humillación, o de la aflicción'. Él les otorga Su
bendición de despedida, en cuyo acto Él se separa de ellos y asciende a una
escena donde Él es perdido de vista, pero no para la fe. El gozo de todo esto
llena de tal manera sus corazones que sólo puede ser expresado en adoración.
Juan (Juan capítulos 20 y 21). Según el modo que ya hemos
mencionado, Juan destaca a María Magdalena (Juan 20: 1 a 18) de la compañía de
mujeres. Lo que ocurre aquí evidentemente precede en buena medida a la
narración en los otros evangelios donde varias mujeres son vistas en el
sepulcro. María, por lo menos, está tan absorta que pierde de vista a las
demás. Es ella la que primero habla de que la piedra había sido removida; y Pedro,
en compañía de Juan, corre al sepulcro y lo encuentra vacío.
En el versículo 2 hay en realidad
una alusión a las otras mujeres que eran compañeras de María, leemos, "no sabemos
dónde le han puesto", lo
cual muestra que probablemente estaban con ella. Juan y Pedro vienen al
sepulcro, adelantándolo Juan, tal como el amor siempre lo hará. Él ve primero
la tumba vacía. Pedro a su modo es más audaz y entra en el sepulcro y ve todo puesto
allí con la evidencia de que no había ocurrido ningún forcejeo. Las envolturas
de lino están solas y el sudario en su lugar aparte, sugiriendo que todo había
sido dejado de manera tan natural como uno dejaría el diván en el que uno hubiese
dormido durante la noche. No era como si a Él le hubieran quitado la ropa, sino
como si Él se hubiese salido de ellas. Si pudiéramos usar una ilustración en tal
conexión (aunque nos abstenemos de añadir el más mínimo pensamiento humano),
estas ropas, con el sudario puesto en lugar aparte, mostrando el perfil de la
forma del Señor cuando yacía allí, nos recuerdan la crisálida de la cual la
mariposa se retira dejando una forma que ya no ocupa más.
Todo habla aquí de poder y
majestad divinos, la propuesta para considerar lo que es tan irresistible que
ninguna oposición es encontrada jamás en absoluto. Juan, con el instinto del
amor, sabe lo que todo ello significa. Él vio y creyó. Pero ellos no habían
entendido aún la Escritura, y por tanto incluso este conocimiento maravilloso
no tuvo todo su lugar en sus corazones y vidas. Los discípulos regresan a su
casa, posiblemente para esperar más acontecimientos, pero evidentemente, como
ha sido dicho, no totalmente bajo el poder de lo que había ocurrido.
A María todo esto parece no
ser agradable. Un solo pensamiento llena su corazón. Su Señor no está allí.
Siempre es así con el amor. Nada lo satisfará excepto tener su objeto. Se ha
dicho que la otra María, la hermana de Lázaro, había entrado tan plenamente en
la muerte y resurrección de nuestro Señor que ella ni siquiera se une a las otras
en su infructuoso dolor en la tumba. Nosotros no negamos esto, pero al menos en
María Magdalena vemos la intensidad de un amor que, aunque tiene poco
entendimiento, es verdadero y no puede ser desviado de su anhelo. Ni siquiera
la visión de los ángeles que ahora ve en el lugar de la cabeza y de los pies
puede satisfacerla. La pregunta de ellos, "¿Por qué lloras?" habla de
la tristeza de su corazón.
Entonces se aparta de ellos
para encontrarse, a la manera de los discípulos camino a Emaús, podemos decir,
con un Extraño desconocido de quien ella supone que es el hortelano, y en respuesta
a esas preguntas, "¿Por qué lloras? ¿A quién buscas?", ella dice, en
el olvido de uno mismo producido por el amor, que si él le dice que dondequiera
Le hubiese puesto, ella se hará cargo de Él. Su amor es realmente hermoso, pero
el amor por sí solo no puede elevarse más allá de la muerte. Sin embargo, todo
su corazón está absorto en su objeto, y por tanto el Señor ya no se encubre de
un amor como este. La palabra del Señor, "María", expresa Su pleno
conocimiento de ella. "¡Raboni!" es su arrebato de alegría. Ella Le
reconoce y gustosamente Le retendría como si Le hubiera sido devuelto a ella;
pero nuestro Señor tiene que llevarla a la verdad de la cual su corazón sueña
poco — la verdad que es el tema de Juan. Él va a ascender a Su Padre, y la
llevaría a ella y a todos Sus "hermanos" a una relación que nunca
podrían haber disfrutado si Él hubiese permanecido en la tierra: a saber, se
trata de una relación de la que Él les había hablado, y para la cual se
necesitaba el don del Espíritu Santo para guiarlos al conocimiento pleno de
ella — el Espíritu de adopción. Mientras tanto Él lo dice a María, y hace que
ella sea la mensajera de las buenas nuevas para el resto.
Tenemos a continuación la
reunión con los discípulos al atardecer del primer día (versículos 19 a 23). Él
entra a través de las puertas cerradas — pues las puertas que dejan fuera el
mundo y el formalismo no son barreras para Su entrada — y Él se les revela en
el saludo, "Paz a vosotros", que adquirió un significado nuevo al
salir de Sus labios mientras les mostraba, en Sus manos y en Su costado, el terreno
sobre el cual esa paz descansaba. Nuevamente, Él les declara "Paz", y
los envía con el soplo anticipativo del espíritu Santo en cuyo poder ellos
serían Sus mensajeros y representantes de Su autoridad. Tal como ha sido
señalado, tenemos aquí una sugerencia de la Iglesia o cuerpo celestial de
santos.
La siguiente aparición sugiere
una compañía terrenal (versículos 24 a 29). Podemos considerar a Tomás
individualmente como un tipo de esta compañía terrenal. En este último sentido,
él representa a los judíos que no entran en la bendición hasta que miren a
Aquel a quien traspasaron. (Juan 19: 37). En aquel entonces, con Tomás, la fe
dirá, "¡Señor mío, y Dios mío!" Esto, obviamente, aguarda el momento
que sucede a la época actual. No obstante, nosotros no debemos pasar por alto
las lecciones espirituales a ser obtenidas de Tomás. Aunque fiel de corazón al
Señor, él duda, y exige pruebas del tipo más material e inflexible. El Señor,
el cual conoce su corazón, sabe también de qué manera silenciar toda su
incredulidad y el propio Tomás sería entonces el último en pedir las pruebas
que él exigía. Lo que necesitamos no es tanto 'evidencias', sino un estado de
corazón que juzgue lo que no es conforme a Dios, y lo que no tiene más que el
único objetivo, conocer a Cristo. Los tales no tienen dudas, y no pierden las
preciosas oportunidades cuando el Señor mismo se manifiesta a nosotros como no
lo hace al mundo.
Los dos versículos que cierran
este capítulo (versículos 30 y 31) son una especie de conclusión de la
narración del evangelio. El evangelista ha presentado sólo una parte de aquello
que llenó la vida de nuestro Señor. Él ha escrito con un objetivo especial. El
tema de este evangelio, como hemos visto, es, "que creáis que Jesús es el
Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre.
Juan 21 no es una posdata,
pues su continuidad con todo lo anterior es evidente. Sin embargo, es
suplementario en el sentido que tanto históricamente como dispensacionalmente
la escena es cambiada. Todo ocurre en el Mar de Galilea, llamado según el uso
del evangelista por su nombre gentil, a saber, el Mar de Tiberias.
Dispensacionalmente, ello apunta a la reunión de los gentiles, habiendo sido
sugerida en Tomás la recuperación del remanente judío.
Hay mucho de profundo interés
personal aquí. Como en todas las narraciones de la historia de la resurrección,
los discípulos, aunque llenos de gozo por la resurrección del Señor, no
lograron entrar en las gloriosas verdades espirituales que ella implicaba; de
hecho, es evidente que ellos deben esperar hasta que el Señor los adecúe
especialmente, por medio del Espíritu viniendo sobre ellos, para el nuevo lugar
al que Su resurrección los había llevado.
Puede haber un significado en
el hecho de que ellos hayan ido a Galilea, como para reanudar su común vocación.
A sugerencia de Pedro esto es llevado a cabo, y en este punto el propio Señor
se revela a ellos. Aquel que había llamado a Pedro y al resto de sus redes y
barcas para convertirlos en pescadores de hombres no había cambiado Su propósito.
No decimos que los discípulos fracasaron en esta acción, pero si ellos tuvieron
algún pensamiento acerca de continuar como meros pescadores, nuestro Señor controlaría
todo esto. La lección espiritual es lo importante. Los detalles, en sí mismos
enteramente naturales y correctos, tienen una insinuación espiritual que hemos
procurado señalar insinuando que hubo un claro decaimiento en los corazones de
los discípulos.
La escena con Pedro en la
playa es una ilustración completa, podemos decir, del lavamiento de los pies de
los discípulos, presentada de manera típica en el capítulo 13. Individualmente,
la restauración de Pedro había comenzado en cuanto su pecado había sido cometido;
pero es aquí más plena y públicamente completada. Los detalles son sugestivos.
Toda la escena bien podía recordarle a Pedro el pasado — el fuego de las brasas
recordando ese otro fuego ante el cual él mismo se había sentado y calentado junto
a los enemigos de Cristo; la triple pregunta: "¿me amas?" tocando muy
de cerca su orgulloso alarde de lealtad y fidelidad. La expresión, "Más
que estos", no hace falta decir que se refiere a los otros discípulos, y
no a los peces, como algunos han pensado. Ello fue recordarle indulgentemente a
Pedro su jactancia: ""Aunque todos se escandalicen, yo no".
(Marcos 14: 29).
Como ha sido señalado a
menudo, nuestro Señor y Pedro usan dos palabras diferentes para 'amor'. La del
Señor es más sólida, más espiritual, usada casi siempre cuando se trata del
amor de Dios. La respuesta de Pedro es la palabra más usada en la interrelación
humana y la amistad. Podemos decir que esta palabra no sugiere un amor más
débil sino un plano diferente. Pedro no calificaría la intensidad de su amor,
sino que se abstendría de darle la dignidad implicada en la otra palabra.
Nuestro Señor por fin, en la pregunta final, se ciñe a la propia palabra de
Pedro como para sondear hasta el fondo mismo ese corazón una vez seguro de sí
mismo pero que ahora desconfía de sí mismo. Durante todo esto, Pedro se somete
al conocimiento del Señor más que a su propia afirmación. "Tú sabes que te
amo". Preciosa es la gracia que ni siquiera nombra el pecado, excepto en
esta santa implicación, y sin embargo sondea tan eficazmente hasta el fondo que
deja su santo aroma donde una vez habían estado las raíces de la soberbia; al
mismo tiempo, con ninguna amargura de humillación conectada con el
escudriñamiento de la gracia divina.
Este es siempre el modo de
obrar de nuestro Señor; y en lugar de apartar a uno del servicio, a la pobre
oveja errante traída ahora de regreso se le confía el cuidado de los corderos y
las ovejas del Señor. Dos palabras diferentes también son usadas aquí. Es,
"Apacienta mis corderos" y
"Pastorea mis ovejas". Los
corderos no necesitan tanta corrección y control como necesitan la nutrición
que asegurará su crecimiento. Esto también es necesario para las ovejas y por
tanto la última palabra es "apacienta" además de "pastorea"
Mis ovejas. (Juan 21: 16 y 17).
Podemos decir que Pedro es
restaurado así a su lugar de prominencia entre los apóstoles, y su posición en
Pentecostés, y posteriormente ilustra cuán completa había sido su restauración.
Sin embargo nuestro Señor continúa
a predecir la muerte de Pedro de la misma manera en que una vez él se creyó
listo para demostrar su dedicación. Pero esa dedicación debe descansar, como
todo lo demás, en la gracia; y cuando hace esto, el deseo y el propósito
originales del corazón se cumplirán. Así que él debe seguir a su Señor y
despojarse de su tabernáculo a su debido tiempo de una manera que glorificaría
a Dios; ello muestra que una caída desde la confianza propia es una caída en el
amor divino, lo cual hace posible el cumplimiento de las más nobles
aspiraciones del corazón.
4. El Tema General
en Armonía con esta Presentación de Cristo
Hemos procurado ahora
recopilar de los cuatro evangelios la manera característica en que nuestro
Señor es presentado en cada uno, en Su vida, Su muerte y Su resurrección. Nos queda
ahora reunir el resultado de esto, y formar, en la medida de lo posible, una
idea del tema especial de cada evangelista.
Cristo es el centro, como
hemos estado viendo, pero se encontrará que toda la verdad presentada en
conexión con Él en cada evangelista tiene un carácter que está en armonía con
el aspecto en que Él es presentado a nosotros.
En Mateo, nuestro Señor es visto en Su vida como el Rey de los
judíos, Aquel en quien la profecía del Antiguo Testamento se cumplía y quien
"A lo suyo vino". El evangelio completo está moldeado en un molde
judío. La enseñanza, los milagros, la oposición, todas estas cosas están
teñidas del tema manifiesto del evangelista. Su muerte está de acuerdo con
esto, como también Su resurrección. Es el evangelio del reino de principio a
fin; e incluso cuando el Rey ha sido rechazado y el evangelio sale a los
gentiles, aún se trata del reino, aunque ahora en forma de misterio. Por tanto,
este pensamiento del reino predomina en Mateo. El hecho de que Mateo fue un
judío y escribió este evangelio con especial referencia a los judíos se
manifiesta a partir de su tema.
En Marcos observamos una cercana similitud con Mateo, más cercana
que entre cualquiera de los otros evangelios. Nuestro Señor es presentado como
el Profeta de Dios y el Siervo de la necesidad del hombre, en Su vida, en Su
muerte y en Su resurrección. El profeta es también una figura del Antiguo
Testamento, igual que el rey, cercanamente conectado con él, y esto explicará
la similitud entre estos dos evangelistas, aunque cada uno tiene eso que es
distintivo.
Hay una plenitud de actividad
de servicio en Marcos, tanto en curación como en enseñanza, que es muy
apropiada a Aquel que se humilló a Sí mismo, y asumió el lugar de un siervo.
Mas tarde daremos una mirada a algunas de las peculiaridades verbales de este
evangelista, las cuales indican la incansable energía y la obediencia implícita
de nuestro bendito Señor. La condensación de la narración (el más breve de
todos los cuatro evangelistas) apunta en la misma dirección, de modo que
podemos tener pocas dudas en cuanto al tema general — los trabajos y el
testimonio del verdadero Siervo de Dios y Profeta de Israel, el Señor
Jesucristo.
El hecho de que este registro
del Siervo perfecto haya sido confiado a uno que fracasó tan conspicuamente en
el servicio, pero que más tarde fue útil para el ministerio, es solamente una
ilustración de cómo la gracia se deleita en restaurar y usar — leemos, "Toma
a Marcos y tráele contigo, porque me es útil para el ministerio". (2ª.
Timoteo 4: 11).
Se ha pensado que la
concisión, la brevedad y otras características de este evangelio indican que
estaba destinado originalmente para los romanos que estarían más ocupados con
los resultados logrados que con el relato de la profecía cumplida. Nosotros no
podemos hablar con certeza de esto, y lo dejamos como un asunto de importancia
muy menor.
En Lucas el Señor es visto en su título más amplio como Hijo del
Hombre, y en relación, por tanto, no sólo con Israel, donde Su ministerio fue
ejercido y Su sacrificio expiatorio fue ofrecido, sino con toda la familia
humana. Por consiguiente, hay una actitud hacia los gentiles, y si recordamos
que Lucas fue el compañero de Pablo y el narrador de su ministerio entre los
gentiles en el libro de los Hechos, no debemos sorprendernos al encontrar
ciertos rasgos en su Evangelio que nos recuerdan en cierta medida el carácter Paulino
del ministerio en las Epístolas.
Hay un interés inmensamente
humano en todo el evangelio de Lucas, y resplandece en él un pensamiento muy
benigno y tierno para los que están a distancia, especialmente el pecador y el
errante, lo que da un encanto propio a esta preciosa narración de la vida,
muerte, y resurrección de nuestro Señor. Por lo tanto, el tema general del
evangelio puede ser presentado como el ministerio del Hijo del Hombre entre los
hombres, abordando la necesidad de ellos, tocando sus corazones y llevándolos
al conocimiento de Dios y de Él mismo. Lucas es un gentil, probablemente un
griego y un hombre culto, tal como lo indica su estilo. Se ha sugerido que él
escribió para los griegos. Lo que hemos dicho en cuanto a Marcos es aplicable
aquí también.
Juan. Si Lucas es en un cierto sentido una introducción a las
epístolas de Pablo, el evangelio de Juan es de manera más marcada introductorio
a sus propias epístolas. Su individualidad propia — que consiste en presentar
sólo a Cristo ante los ojos — está impresa sobre todos sus escritos, aunque en
un grado menos marcado en el Apocalipsis debido a su carácter especial. Nuestro
Señor es visto de principio a fin de este evangelio como el eterno Hijo de
Dios, hecho carne, manifestando, como el Unigénito del Padre, el carácter, el
amor, la santidad y la justicia de Aquel al cual conocer es la vida eterna.
El tema del evangelista es un
tema doble: a saber, "aquella Vida eterna, que estaba con el Padre, y fue
manifestada a nosotros". (1ª. Juan 1: 2 – VM). En el evangelio él la
presenta en la persona de nuestro Señor y la manera en que es comunicada por
Él, con la oposición que ella encuentra en el mundo, la base sólida sobre la
que descansa, y la esfera de su eterna exhibición. En las epístolas, es la
revelación de esa vida en el creyente dejado aquí por una temporada para que
ande como Él anduvo.
Juan, aunque es judío, escribe
enteramente desde el punto de vista cristiano, refiriéndose a costumbres judías
como ajenas a él. Él es de manera distintiva el evangelista para la Iglesia. Es
significativo que él nunca habla de sí mismo por nombre, sino como "el
discípulo a quien amaba Jesús". (Juan 21: 20).
Samuel Ridout
Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Mayo/Junio
2020
Otras
versiones de La Biblia usadas en esta
traducción:
BTX3 = Biblia Textual 3ª. Edición (Sociedad
Bíblica Iberoamericana, Inc.)
JND
= Una traducción del Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo Testamento (1884)
por John Nelson Darby, versículos traducidos del Inglés al Español por:
B.R.C.O.
LBLA
= La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman
Foundation, Usada con permiso.
VM
= Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada
por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).