La Última Voluntad y Testamento del
Señor
(Las Siete Expresiones en la Cruz)
Todas las citas bíblicas
se encierran entre comillas
dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en
1960 (RVR60) excepto en los lugares en que además de las comillas dobles
("") se indican otras versiones mediante abreviaciones que pueden ser
consultadas al final del escrito.
¡La última voluntad y
Testamento de nuestro Señor! ¿Podemos hablar así de las palabras de Jesús,
pronunciadas en medio de los dolores de Su cruz de sacrificio, y registradas
para nosotros por la pluma infalible del Espíritu Santo? Ciertamente creemos
que podemos hablar así de ellas. Las tres primeras de estas siete expresiones
declaran Su voluntad en cuanto a la humanidad; y las tres segundas, poniendo de
manifiesto, tal como lo hacen, con claridad absoluta lo que Dios es, y lo que
el hombre es, y lo que el propio Señor es, no podrían haber sido omitidas,
mientras la última expresión, la cual completa el todo, demuestra la confianza
absoluta de que el santo Sufriente descansó en Su Padre hasta el final. Pero
nosotros no hablamos de estas expresiones como Su última Voluntad y Testamento
como si ellas anularan algo que Él había expresado antes, sino como reuniendo
en la intensidad de estas horas solemnes todos Sus deseos en frases que no
podemos olvidar, ni ahora ni en la eternidad.
Todas Sus palabras permanecen,
pues Él no pronunció palabras inútiles, y nada que tuviese que ser retirado,
modificado o calificado. Sus palabras fueron como oro siete veces refinado; ninguna
escoria del fracaso humano jamás entró en ellas, pues Su humanidad era tan
perfecta como Su Deidad, y las palabras que Él pronunció en el lenguaje de un
hombre eran las palabras de Dios — palabras de luz y vida y salvación, palabras
imperecederas y eternas, y, consecuentemente, palabras que debemos atesorar así
como atesoramos a Aquel que las pronunció, porque ellas son la revelación del
corazón del Padre, y del Suyo. Sin embargo, ninguna nos puede afectar más
profundamente, si Le amamos, que estas que vamos a considerar ahora. Las
circunstancias en las cuales fueron pronunciadas, y la plenitud de su
significado, reivindican para ellas un lugar único en nuestros pensamientos.
Primera expresión. "Padre, perdónalos, porque no saben lo que
hacen". (Lucas 23: 34).
No fue al principio de Su obra
entre los hombres que el Señor oro esta oración sino al final de ella; no
cuando ellos se maravillaron de Sus palabras de gracia en la sinagoga de
Nazaret, y procedieron a despeñarle desde el borde escarpado de la colina sobre
la cual estaba edificada esa ciudad favorecida, sino cuando, después de haber visto
plenamente todas Sus obras y oído todas Sus palabras, ellos se burlaron de Sus
inefables agonías en el Calvario.
Desde el principio ellos
tuvieron la intención de matarlo, pero procedieron hasta lograr su objetivo con
un odio maligno en el que no entró ninguna influencia benigna. No hubo ningún
ingrediente de vergüenza y padecimiento que ellos pudieran añadir a la amarga
copa que Él tuvo que beber que no derramaran en ella. Le vendaron los ojos y
fue golpeado (Lucas 22: 64), fue desnudado (Mateo 27: 28) y fue azotado (Mateo
27: 26), fue escarnecido (Mateo 27: 29), burlado y escupido (Marcos 15: 19),
fue coronado con espinas y fue crucificado. Levantado en la cruz, Él los vio,
después de haber hecho ellos lo peor que pudieron hacer, reunirse alrededor
para gratificar aún más su odio insaciable al observarle allí, y Él abrió Sus
sufrientes labios para presentar la respuesta de Su corazón a ese odio en esta
oración que jamás va a ser olvidada.
Pero Él vio más que esa
multitud excitada guiada por los Sacerdotes y los Fariseos. Él vio todo el
mundo de los hombres que odiaban tanto a Él como a Su Padre representados allí.
Él miró hacia afuera y hacia adelante incluso hasta el día de hoy, y abrazó en
Su oración a la humanidad pecadora. Si Él no hubiese orado esta oración a Su
Padre ningún mensaje de misericordia de un Dios salvador hubiese podido llegar
jamás a un mundo rebelde. En dicha oración Él declaró Su voluntad para con los
hombres; Él no deseó que el juicio que requería este hecho culminante del
pecado del mundo contra Dios cayera sobre el mundo. Él no quería que
"ninguno perezca", sino quería que todos los hombres fueran salvos
(2ª. Pedro 3: 9), y vinieran al conocimiento de la verdad (1ª. Timoteo 2: 4), y
esta es la voluntad de Dios.
Si el amor y la piedad
infinitos no hubiesen llenado el corazón del Salvador, Él pudo haber orado una
oración diferente pues, ¿no dijo Él a Sus discípulos, reducidos a menos de doce hombres
débiles, por la deserción
del traidor cuando ellos intentaron rescatarle de Sus enemigos, que Él podía
haber orado en el acto a Su Padre y él le daría "más de doce legiones de ángeles"?
(Mateo 26: 53). Pero esa
habría sido una oración para juicio y no para misericordia, para destrucción y
no para salvación. Él pudo haber orado así y haberlo hecho de manera justa,
"¿Pero cómo entonces se cumplirían las Escrituras, de que es necesario que
así se haga?" (Mateo 26: 47 a 54).
Y los propósitos y promesas de
Dios dadas a conocer en las Escrituras se deben cumplir, de ahí la oración por
misericordia. El amor de Dios se elevó triunfalmente sobre todo el odio de los
hombres, y se expresó en Aquel que vino a dar a conocer a Dios. El odio y el
pecado habían hecho lo peor de ellos, y ahora el amor de Dios debe hacer lo
mejor de él, y esto es lo que hizo cuando la voz de Jesús clamó, "Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen". Estas fueron Sus últimas
palabras acerca del mundo de hombres pecadores, y ellas declararon Su voluntad
con respecto a ellos, y aseguraron la paciencia de Dios, que es la salvación
hasta el día de hoy.
Esa oración Le comprometió
irrevocablemente a todos los padecimientos que siguieron, pues, ¿cómo podía
ella ser respondida si Él no daba Su vida en rescate por todos? Ellos
comenzaron a decirle, "Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo"
(Lucas 23: 39), y, "desciende de la cruz". (Marcos 15: 30). Pero las
mofas de ellos llegaron demasiado tarde. Él había pronunciado Sus últimas
palabras en cuanto a los pecadores, y estas no fueron diferentes de Sus
primeras palabras; SU VOLUNTAD CON RESPECTO A LOS HOMBRES HABÍA SIDO DECLARADA,
había sido registrada en el cielo, no podía ser retirada ni cambiada; Él no
podía descender de esa cruz en respuesta al desafío de ellos. Él debió padecer
todo lo que iba a seguir a continuación para que "SE PREDICASE EN SU
NOMBRE EL ARREPENTIMIENTO Y EL PERDÓN DE PECADOS EN TODAS LAS NACIONES,
COMENZANDO DESDE JERUSALÉN". (Lucas 24: 47).
Segunda expresión. "De cierto te digo que hoy estarás conmigo en
el paraíso. (Lucas 23: 43).
Habiendo declarado Su voluntad
con respecto al amplio círculo del mundo, Él se vuelve ahora al pecador
individual y declara Su voluntad con respecto a todo aquel que corre hacia Él
para ser socorrido. El malhechor moribundo vio en Él lo que toda la multitud de
judíos no logró ver. Él no sólo vio la gloria de Su persona, y Le reconoció
como el Señor que debe dominar un reino universal, sino que se dio cuenta que
Su corazón era tan tierno como Su nombre sería glorioso; y captando estos dos
hechos con una fe bienaventurada, él clamó, "Señor, acuérdate de mí".
(Lucas 23: 42 – VM). ¡Qué "mi" fue el que él situó delante del Señor!
El suyo era un pasado vergonzoso, y un futuro sin esperanza; era un miserable
moribundo, llevado al borde mismo del infierno por sus crímenes; pero se coloca
tal como es ante el Señor que lo conoce cabalmente, y dice: "Señor,
acuérdate de MI" (Lucas 23: 42 – VM). ¿Tomará el Señor en cuenta a uno tal
como él era? Sí, Él lo toma tal como él es, respondiendo a su fe mediante una
gracia que debe haber hecho que el moribundo jadease con sorpresa. Pues Sus
palabras significaban sencillamente, «Quiero tu compañía, pues tú eres Mío.»
Nosotros no sabemos a cuál
admirar más, la gracia que podía abrazar a un mundo de enemigos en un gran
deseo, o la gracia que pudo concentrarse en un pobre pecador para levantarlo
del muladar ¡y hacer que él sea Su feliz compañero para siempre! Pero la manera
en que él trató al ladrón es la manera en que Él trata a todo los que claman a
Él. Sus tratos son individuales,
personales. El pecador en su miseria puede decir, «Él piensa en mi.» Así fue
con todos nosotros. Él prestó atención al caso particular de cada uno de
nosotros, y nos pareció como que encontramos refugio y descanso sobre Su pecho,
que Le teníamos enteramente para nosotros. Él llama a Sus ovejas por su nombre,
es un modo de obrar que Él siempre ha asumido, Su propio modo de obrar
bienaventurado en el cual son revelados Su ternura y Su amor. PERO EN ESTAS
PALABRAS AL LADRÓN MORIBUNDO ÉL DECLARÓ SU VOLUNTAD PARA TODOS LOS QUE LE
BUSCAN: ELLOS DEBEN SER SUS COMPAÑEROS PARA SIEMPRE.
Tercera expresión. "Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a
quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo.
Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo
la recibió en su casa". (Juan 19: 26 y 27).
No fue necesario decir nada
más con respecto al destino de aquellos que ponen su confianza en Él, ya que en
una frase Él declaró Su voluntad para con ellos, y esa frase fue suficiente
para el ladrón; es suficiente para nosotros.
Él se vuelve ahora a otro
círculo. No al mundo que Le aborrecía, no al pobre pecador cuya desesperada
necesidad clamó por Su atención, sino a un grupo pequeño que Le amaba. ¿Quién
puede decir con qué ternura Él los consideraba? ¿Quién puede decir que significaban
para Él sus empáticas miradas? Distinguiendo a Su madre y al discípulo a quien
Él amaba, Él declara Su voluntad en cuanto a ellos. Leemos, "Mujer, he ahí
tu hijo". "He ahí tu madre". Y los dos habitaron juntos en una
casa desde aquel entonces. No tenemos duda alguna de que hay un aspecto
dispensacional en la voluntad del Señor así expresada. María representaba a los
santos de la dispensación que se estaba desvaneciendo, que habían esperado que
su Mesías trajera redención para Israel. Juan, el cual fue el primero que se
enteró que Él es el Cordero de Dios, representaba a los santos del orden nuevo
y celestial bajo cuyas esperanzas y gozos iban a estar afuera del mundo en el
conocimiento del Padre y del Hijo. ¿Abandonaría el Señor a esos santos que habían
esperado con ojos ansiosos Su llegada a una irremediable desesperación, ahora
que la fe de ellos estaba siendo puesta a prueba tan terriblemente mediante una
evolución de acontecimientos que nunca esperaron? No, ellos iban a encontrar su
refugio y compensación en la nueva compañía con sus más resplandecientes y
mejores esperanzas, desde aquel entonces la casa de ellos iba a ser la asamblea
de Dios. Por tanto, aunque leemos acerca de María en el primer capítulo del
libro de los Hechos, antes de la venida del Espíritu Santo, es la última vez
que leemos acerca de ella, pues el remanente piadoso de Israel que ella
representaba llega a fusionarse en la asamblea en el segundo capítulo, para
permanecer de allí en adelante en esta nueva y bienaventurada relación conforme
a la voluntad del Señor. Nosotros creemos que esto, indudablemente, es
establecido en el hecho de que Juan llevó a María a su propia casa.
Pero hay más que eso en este
conmovedor incidente. No hay dos personas que hayan amado más al Señor que María
y Juan. Observen de qué manera son aquí descritos, a saber, "su
madre" y, el "discípulo a quien él amaba". Nadie Le extrañaría
más que estos, no habría dos corazones más profundamente afligidos; y ellos
iban a estar afligidos, aunque Le iban a ver en resurrección, iba a ser sólo
por unos pocos días. Pues Él estaba saliendo del mundo al Padre, y estos iban a
ser dejados atrás en él. Ellos Le extrañarían, y en eso representaban a todos
los que Le aman durante el período de Su ausencia. Uno de los rasgos mayores de
este período actual es que Él no está aquí, pues "entre tanto que estamos
en el cuerpo, estamos ausentes del Señor". (2ª. Corintios 5). ¿Ha pensado
Él en esto? Sí. Él pensaba en esto mientras colgaba de la cruz del Calvario, y Él
declaró Su voluntad allí mismo con respecto a ello, e indicó lo que Él deseaba que
todos los que Le amaban hicieran durante Su ausencia. Ellos debían unirse los unos
con los otros. Él señaló en estas palabras a esos dos que Él amaba tanto una
relación nueva. Un vínculo de amor en el cual todos Sus amados iban a estar;
ellos debían habitar juntos, y amarse mutuamente como si fueran una sola
familia. ESTA FUE LA ÚLTIMA DECLARACIÓN DE SU VOLUNTAD CON RESPECTO A AQUELLOS QUE
ÉL LLAMA "LOS SUYOS".
Nosotros no preguntamos hasta
qué punto hemos estado sometidos a Su voluntad en este aspecto en estos días;
mucho se ha escrito y podría escribirse todavía en cuanto al pequeño lugar que
la voluntad del Señor para nosotros ha tenido en nuestros corazones y en
nuestras vidas, y cuán poco de esta unicidad y esta unión en amor han sido
vistas. No nos detendremos en esto aquí, pero deseamos que nos afecte tanto
profunda como eficazmente llevándonos hacia Él, y los unos hacia los otros,
cuando consideramos esta expresión en Su última voluntad y testamento.
Entonces, Él había pensado en
tres círculos hasta ahora.
a. El mundo de los hombres
impíos.
b. Cada pecador individual que
por ello debería invocarle.
c. El círculo de los que Él
ama, que primero estuvieron en el mundo y luego fueron atraídos fuera de él a
Él mismo para encontrar todas sus necesidades satisfechas en Él, y fueron
finalmente llevados a una relación entre sí porque Le amaban.
No había otro círculo de
hombres en el que pensar, y habiendo declarado Su voluntad en cuanto a éstos,
se aparta ahora de ellos para sellar este testamento por medio de Su sangre.
Cuarta expresión. "Y desde la hora sexta hubo tinieblas sobre toda
la tierra hasta la hora novena. Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran
voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué
me has desamparado?" (Mateo 27: 45 y 46).
Qué lengua humana o angélica, o pluma de escribiente
muy ligero puede decir realmente el profundo misterio que aquí nos confronta. Sólo
Dios lo entiende plenamente. Las densas tinieblas que cubrieron la tierra veló
esa cruz central de los ojos de los curiosos e irreverentes, y allí el humilde
Sufriente estuvo solo, solo con nuestros pecados, como el Sustituto del
pecador, y el juicio que dichos pecados exigían de manera justa. Pero aunque
ninguna criatura en el cielo o en la
tierra puede comprender lo que esto significó para el Señor, sin embargo Su
clamor desde las tinieblas está registrado para nosotros, y cada palabra que Él
habló es necesaria para la revelación plena de Dios a nosotros. De modo que
consideramos estas palabras. "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
desamparado?" ¿Quién puede responder esa pregunta? El propio Señor, y hace
esto en el Salmo 22 donde Él dice, "Pero
tú eres santo". La santidad de Dios exigía que Jesús fuera abandonado
en estas horas solemnes. Pero, ¿acaso no era Jesús santo? Sí, Él era. A María,
Su madre, Gabriel anunció, "El
Espíritu Santo vendrá sobre tí, y la virtud del Altísimo te hará sombra; por lo
cual también LO SANTO que de tí nacerá, será llamado HIJO DE DIOS". (Lucas
1: 35 - RVR1865). Los demonios mismos confesaron Su santidad, diciendo, "Sé quién
eres, EL SANTO DE DIOS".
(Marcos 1: 24). Y mientras Él colgaba de la cruz Él era tan santo personalmente
como cuando salió de Su Padre. (Juan 16: 28). "SANTO, INOCENTE,
INMACULADO" (Hebreos 7: 26 – VM), Él había vivido Su vida entre los
hombres; en Él no hubo pecado, Él no conoció pecado, no hizo ningún pecado.
Entonces, si Dios es santo, y Jesús es santo, como Dios lo es, ¿por qué Dios Le
abandonó cuando los hombres y los demonios estuvieron todos contra Él? Leamos,
"Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros
fuésemos hechos justicia de Dios en él". (2ª. Corintios 5: 21). Esta es la
respuesta.
Dios es revelado en este
clamor del Señor, en primer lugar en Su gran AMOR, "Porque de tal manera
amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito" (Juan 3: 16); luego,
Su SANTIDAD que debió poner lejos de Él incluso a Su Amado en esa hora solemne
cuando Él por nosotros fue hecho pecado; después en Su justicia eterna que infligió
en medida completa el juicio de
nuestros pecados, para que pudieran ser eliminados de manera justa para
siempre. Cada atributo de Dios fue armonizado en esa hora solemne, y Su
naturaleza fue plenamente revelada. Y esto fue necesario, no solamente para Su
gloria, sino también para que Su voluntad pudiera ser llevada a cabo en
bendición para los hombres. Un testamento no tiene validez hasta después de la
muerte del testador, y Jesús debía morir si Su última voluntad y testamento iba
a ser válido, y esta fue la muerte que Él murió. Es porque Él dio Su vida en
rescate por todos, que nadie puede desafiar Su derecho de llevar a cabo Su
santa voluntad; sobre la justa base de Sus padecimientos por el pecado está
establecida cada palabra de ella.
Quinta expresión. "Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo
estaba consumado, dijo, para que la Escritura se cumpliese: Tengo sed".
(Juan 19: 28).
Por primera vez el Señor habla
de Sus padecimientos físicos, y Sus palabras, "Tengo sed", parecen
como un desafío para los que estaban alrededor. ¿Había derretido el corazón de
ellos la visión de Su dolor? ¿Comenzaron las lágrimas que discurrían por las
mejillas de las hijas de Sion a discurrir por otras mejillas? ¿Hubo algún
aplacamiento por parte de Sus homicidas? Oigan ustedes la propia respuesta del
Señor a estas preguntas. "¡La afrenta me ha quebrantado el corazón, y
estoy lleno de pesadumbre; y esperaba quien se compadeciera de mí, mas no lo
hubo; y consoladores, mas no los hallé! Antes me dieron hiel por mi alimento; y
EN MI SED ME DIERON A BEBER VINAGRE". (Salmo 69: 20 y 21 – VM). Aquí se
sacó a relucir lo que los hombres son; completamente, totalmente pecaminosos.
Ningún sentimiento de piedad conmovió sus malvados corazones cuando estuvieron
en la presencia de la bondad absoluta en extremo padecimiento. Fue tal como
ellos querían, a saber, la bondad clavada en una cruz, y el mal entronizado.
Jesús execrado, y Barrabás aclamado.
'Y fue por tales como estos
Que Jesús murió.'
Sexta expresión. "Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo:
Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu". (Juan
19: 30).
El final había llegado. Él
pudo hablar de que todo estaba cumplido, completado. ""HE AQUÍ, YO HE
VENIDO", Él había dicho", "(EN EL ROLLO DEL LIBRO ESTA ESCRITO
DE MI) PARA HACER, OH DIOS, TU VOLUNTAD." (Hebreos 10: 7 – LBLA). Esa
voluntad de Dios fue hecha. Él no había retrocedido ni un paso de aquello que
en los consejos de Dios estaba decretado que era necesario para la gloria de
Dios en la bendición del hombre; y ni una sola palabra de la Escritura Santa en
cuanto a Sus padecimientos permaneció sin que se cumpliera. Él había revelado
los pensamientos de todos los corazones. Dios fue dado a conocer en Su santidad
y amor; el hombre fue revelado en su dureza de corazón y pecado, Cristo mismo
se manifestó plenamente como Aquel completamente consagrado a la voluntad de
Dios, el absolutamente Perfecto. Entonces, de labios triunfantes Él declara que
Su obra está completada, una obra que se extenderá a todas las generaciones por
los siglos de los siglos, y afectará a cada esfera en la amplia creación, y a
cada criatura en cada esfera, desde la que permanece más cerca del trono de
Dios, hasta los últimos rincones de las tinieblas exteriores. Y cuando Él hubo
clamado así: "He aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba
abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron". (Mateo 27: 51).
Séptima expresión. "Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo:
Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró".
(Lucas 23: 46).
Sólo esto quedaba, para que Él
declarara Su inquebrantable confianza en Su Padre. Él deja todo en Sus manos.
Es solamente en el Evangelio de Lucas donde encontramos registradas para
nosotros esta última palabra, el mismo Evangelio que registra las primeras
palabras Suyas que están registradas. Leemos, "¿No sabíais que en los
negocios de mi Padre me es necesario estar?" (Lucas 2: 49). El Padre había
encomendado toda Su obra en las manos santas, confiables, obedientes del Hombre,
Cristo Jesús, pues Él nos es presentado así en el Evangelio de Lucas. Y ahora,
cuando todo está hecho, Él encomienda Su espíritu en las manos de Su Padre, encomienda
a Él la obra que ha hecho y el resultado de ella, y entonces entrega el
espíritu.
"Pero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al
instante salió sangre y agua. Y el que lo vio da testimonio, y su testimonio es
verdadero; y él sabe que dice verdad, para que vosotros también creáis".
Juan 19: 34 y 35).
La muerte del Testador había
tenido lugar, y el testamento había sido depositado en las manos del Padre, y
Él ha respondido a la confianza perfecta de Su Hijo amado resucitándole de los
muertos, y haciéndole Fiduciario y Administrador de la voluntad de Dios.
Contemplar esto es algo muy bienaventurado y maravilloso, pues significa que el
Testamento será llevado a cabo no meramente de acuerdo a esto último, sino
también según el espíritu del mismo, y que ni una jota ni una tilde de él
caerán.
"A ÉL SEA GLORIA E IMPERIO POR LOS SIGLOS DE LOS
SIGLOS. AMÉN".
Traducido del
Inglés por: B.R.C.O. – Diciembre 2019.-
Otras versiones de La
Biblia usadas en esta traducción:
LBLA = La Biblia de las
Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation, Usada con
permiso.
RVR1865 = Versión
Reina-Valera Revisión 1865 (Publicada por: Local Church Bible Publishers, P.O.
Box 26024, Lansing, MI 48909 USA).
VM = Versión Moderna,
traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones
Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).