LA PALABRA Y EL ESPÍRITU
H. H. Snell
De la revista "Christian Friend", vol. 13,
1886, p. 159.
Todas las citas
bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas
de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en
que además de las comillas dobles ("") se indican otras versiones
mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.
Uno de los mayores errores del
día actual es la separación práctica de la palabra escrita de Dios de la
enseñanza del Espíritu de Dios. Que el lector cristiano lo reflexione bien,
porque es un error común y tan serio como para ser fatal para la verdadera
mente espiritual, y requiere nuestros constantes cuidado y vigilancia. La
insumisión de la mente del hombre a Dios, y la confianza en su propia
competencia para tratar con la verdad, han desechado en su mayor parte el
hábito de la dependencia en el poder divinamente dado del Espíritu Santo, de
tal manera que "los postreros días", conforme a las Escrituras, están
ahora claramente caracterizados por tener
una apariencia de piedad, y por negar la eficacia de ella. (2ª. Timoteo 3:
1 a 5). No hay duda alguna acerca de que el hombre tiene una habilidad natural
para entender las cosas de la tierra, y para adaptarlas para su propio
beneficio; pero se nos dice que, "el hombre natural no recibe las cosas
del Espíritu de Dios… ni las puede conocer, por cuanto se disciernen
espiritualmente". "Pero a nosotros nos las ha revelado Dios por medio
de su Espíritu; porque el Espíritu escudriña todas las cosas, y aun las cosas
profundas de Dios". (1ª. Corintios 2 – VM). Nada puede mostrar más
claramente nuestra completa dependencia del Espíritu de Dios, ya sea para
conocer, para recibir, para discernir, o, podemos añadir también, para comunicar,
"las cosas de Dios".
Es fácil entender que Satanás
siempre procurará desechar, si es posible, cualquier cosa que sea la obra
actual de Dios en la tierra. Cuando el asunto fue reconocer al único verdadero
Dios como Jehová, entonces él introdujo la idolatría, por la cual Dios tuvo que
enviar a Su pueblo a la cautividad. Ahora que el Espíritu Santo ha venido a dar
testimonio de Cristo y de Su obra consumada, durante Su ausencia en la gloria,
la competencia del hombre es vanamente afirmada como que él es capaz de
discernir, recibir, y ministrar las cosas de Dios. El descenso desde el cielo
del Espíritu Santo para estar con nosotros para siempre, como consecuencia de
la glorificación de Jesús, lo cual es la gran característica del Cristianismo,
no es, por tanto, en Sus actividades actuales, reconocido, sino desechado de
manera práctica. No se trata de que la doctrina del Espíritu Santo no sea sostenida
en alguna manera, sino que Sus actuales funciones son tan poco consideradas que
Él es a la vez contristado y apagado. Nosotros nos referimos ahora a este
conocimiento práctico de Él, como el Maestro y Guía a toda la verdad, el
Glorificador y el que da testimonio del Hijo de Dios a través de la Palabra
escrita. Tampoco tenemos duda alguna acerca de que el motivo principal por el
cual Su poder no es más conocido pública y colectivamente, es debido a que Él
no es mejor conocido por nosotros personal y privadamente.
Algunos, sin embargo, han ido al
otro extremo, a profesar que tienen la guía del Espíritu aparte de la Palabra,
y por tanto, han caído en las formas de insensatez
y error más extravagantes. Pero tener oídos para oír lo que Dios dice en Su
palabra, dependiendo conscientemente de la enseñanza y la guía de Su Espíritu,
es claramente lo que la Escritura ordena. Por consiguiente, separar la Palabra
y el Espíritu Santo debe ser fatal para una verdadera y feliz comprensión del
pensamiento y la voluntad de Dios. A través de toda la Escritura, no solamente
en tipo, sino en la enseñanza más sencilla posible, encontramos a los dos tan
unidos que oímos "lo que el Espíritu dice" cuando escuchamos "la
palabra de Dios".
Al comienzo mismo de los escritos
sagrados tenemos la Palabra y el Espíritu. Dios habló, y el Espíritu de Dios se
movió. Luego, por muchas generaciones la palabra de Jehová, por medio de Moisés
y los profetas, fue tanto escrita como hablada por el Espíritu; pues, "los
santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo".
(2ª. Pedro 1: 21). El tabernáculo y sus muebles, utensilios, cubiertas, y las
vestiduras sacerdotales, con sus piedras preciosas, todas tipificando a Cristo,
fueron hechos por Bezaleel cuando Jehová lo llenó con el Espíritu Santo"
(Éxodo 31), según la palabra de Moisés, la cual él había recibido de Jehová,
quien le mostró el modelo en el monte. Éxodo 25). En la travesía del desierto
el maná por la mañana los alimentó, mientras el agua que brotó de la roca que
había sido golpeada satisfizo la sed de ellos. (Éxodo 16; Éxodo 17; Números
20). Durante toda la travesía Dios habitó entre ellos y les ministró Su
palabra, y el hecho de descuidar el oír Su palabra pronto fue seguido por el
hecho de olvidar a Dios. Estando Israel en la tierra, si la gloria de Dios
llenaba la casa, el ministerio de Su palabra por medio de los profetas era
presentado de vez en cuando. Como la vasija de aceite y la tinaja con harina de
la viuda, ambas cosas continuaron, y pudieron literalmente sustentar al profeta
en su ministración de la palabra por medio del Espíritu. (1º. Reyes 17).
Tampoco podemos dejar de mencionar que cuando el benevolente avivamiento de
fidelidad a Jehová ocurrió en aquellos que regresaron de la cautividad, qué
cuidadoso regreso hubo para actuar conforme a la palabra, "como está
escrito"; mientras los profetas les aseguraban que Dios sería fiel a Su
palabra, y que Su Espíritu estaba con ellos, como cuando salieron de Egipto.
(Hageo 2: 5).
Es interesante observar, también,
que el remanente fiel, en Jerusalén y alrededores, antes que nuestro Señor
viniese, los cuales esperaban la redención, estaban claramente ocupados con la
palabra de Dios, y bajo un gran poder del Espíritu Santo. Las fervientes
expresiones de ellos, conforme a la Escritura muestran esto; y aquí, como en
todo momento, encontramos a aquellos que estaban ocupados con la Palabra, y en
la senda del Espíritu se ocupaban de Aquel de quien la Palabra y el Espíritu
testifican tan abundantemente. En el caso de Simeón él no sólo esperaba al
Redentor, conforme al testimonio de los profetas, sino que le fue revelado por
el Espíritu que él no vería la muerte antes que viese al Cristo del Señor. Leemos,
"he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; y este hombre
era justo y piadoso, que esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo
estaba sobre él. Y le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no vería
la muerte, antes que viese al Cristo del Señor". (Lucas 2: 25, 26 – VM).
Por consiguiente, vemos que "movido por el Espíritu, él vino al templo donde
estaba el Salvador, a quien reconoció de inmediato, Le tomó en sus brazos, y se
inclinó en adoración a Jehová. Por tanto, la expresión del corazón de este
siervo de Jehová guiado por el Espíritu fue, "Ahora, Señor, despides a tu
siervo en paz, Conforme a tu palabra"
(Lucas 2). No podemos contemplar tal escena, y considerar también las
declaraciones registradas de Zacarías, Elisabet, María, y Ana, sin notar cuán
frecuentemente lo que está escrito estaba en sus labios; mientras se nos dice
una y otra vez que fue el poder del Espíritu Santo que estaba sobre ellos el
que produjo tales fervientes expresiones. No podemos dejar de señalar cuán
constantemente la Escritura presenta la Palabra y el Espíritu en esta cercana
conexión. Cuando el Espíritu Santo descendió, como está registrado en el
segundo capítulo del libro de los Hechos, leemos que los que fueron llenados
con el Espíritu Santo no solamente declararon con intenso fervor a aquellos que
estaban alrededor las obras maravillosas de Dios, sino que ellos estuvieron tan
ocupados con la palabra de Dios que se añade que "se dedicaban
continuamente a las enseñanzas de los apóstoles" (Hechos 2: 42 – LBLA).
Además, en Hechos 4 se nos dice, "todos fueron llenos del Espíritu Santo,
y hablaban con denuedo la palabra de Dios"; y a menudo después de esto se
dice que fueron guiados por el Espíritu, y la
palabra del Señor fue proclamada por ellos.
Casi no necesitamos recordar al
lector cristiano que en nuestro Señor mismo tenemos el perfecto Modelo de Uno siendo
siempre guiado por el Espíritu, y en toda ocasión andando en la verdad, y
contendiendo por la autoridad divina de la Palabra escrita. Aquel a quien Dios
el Padre selló, sobre quien el Espíritu descendió y en quien Él asumió Su
morada, solía decir, "Escrito está", y silenciaba a Sus adversarios
mediante una frase de la Escritura Santa. También cuando habló del nuevo
nacimiento, Él relacionó de tal manera la Palabra y el Espíritu que dijo,
"A menos que el hombre naciere de agua [la Palabra, véase 1ª. Pedro 1: 23]
y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios". (Juan 3: 5 – VM).
Como hemos visto, el testimonio
de los apóstoles, tanto en su ministerio oral tal como está registrado en los
Hechos, como en su ministerio escrito en las epístolas, fue siempre el
testimonio rendido a la certeza divina de la Palabra. A menudo ellos se
refirieron a las acciones personales, la morada, la unción y las operaciones
del Espíritu Santo, a la vez que ellos mismos eran enseñados, guiados y llenos
del Espíritu, y citaban constantemente la Palabra escrita.
En Apocalipsis se dice que
Juan
"estaba en el Espíritu", para entrar en las líneas de verdad dadas
divinamente que le fueron comunicadas. Y en la última página del volumen
inspirado tenemos al Espíritu y a la Esposa diciendo, "Ven",
al Señor Jesús;
a la vez que las advertencias más solemnes son añadidas en contra de añadir o
quitar de "las palabras del libro de esta profecía".
Tampoco debemos pasar por alto el
hecho precioso y conmovedor que casi siempre hay una tercera verdad presentada
a nosotros con estos testimonios de las acciones conjuntas de la Palabra y el
Espíritu; a saber, sus ministraciones de Cristo. ¿Quién es el que no ve en el
primer hombre una figura de Aquel que iba a venir — Su muerte, resurrección, y
la presentación de Su esposa que siguieron? ¿Y por qué la creación del tercer
día fue declarada dos veces como "buena" (Génesis 1: 9 a 13), cuando
los seres vivos surgieron donde antes había habido esterilidad, sino para
hablarnos de la bondad de Dios en la creación, y también de la resurrección al
tercer día en referencia a la redención? En la vasta variedad de tipos y
sombras que Dios nos ha presentado por medio de Moisés, la mayoría está
familiarizada con las preciosas enseñanzas en cuanto a la Persona, sacrificio,
y cargos de nuestro Señor Jesucristo. Tampoco los profetas y escritores de los
Salmos dejaron de testificar acerca de Cristo, tal como nuestro Señor nos
informó; pues luego de Su resurrección de entre los muertos Él dijo, "era
necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés,
en los profetas y en los salmos". (Lucas 24: 44).
También en el libro de los Hechos,
de los que fueron llenos del Espíritu no sólo se dice que "hablaban con
denuedo la palabra de Dios", sino que se añade, "con gran poder los
apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús". (Hechos 4:
31, 33). También Esteban, lleno del Espíritu Santo, repasó gran parte de la
Escritura al dirigirse a los airados oyentes, y murió bajo sus impías manos
testificando que estaba tan ocupado con Cristo en la gloria que, como Él cuando
padeció en la cruz, pudo orar por sus homicidas; a la vez que en todos los
escritos de los apóstoles los encontramos incapaces de escribir muchos
versículos, cualquiera que sea el tema, sin recurrir a las oficiales glorias
personales, morales, de Cristo, o a la gloria de Su senda de humillación, a
Sus perfecciones, ya sea hacia Dios o para con nosotros — de una u otra manera
Cristo nos es presentado en la Palabra por el Espíritu. Este es ciertamente un
"cordón de tres dobleces" que no se rompe fácilmente. (Eclesiastés 4:
12). Que podamos prestar buena atención a ello, y retenerlo.
Pues bien, ¿qué debemos deducir
de lo que la Escritura nos enseña en cuanto a la Palabra y al Espíritu? Entre
otras lecciones, debemos deducir que, habiendo sido la Palabra compuesta por el
Espíritu, necesitamos Su poder para hacerla patente en nuestros corazones, y
revelarnos y ministrarnos las cosas profundas de Dios. Leemos, "El
Espíritu escudriña todas las cosas, y aun las cosas profundas de Dios". (1ª.
Corintios 2: 10 – VM). ¿Podemos dejar de percibir que cuando el Espíritu actúa
por medio de la Palabra en nosotros, ello estará relacionado con el ministerio
de Cristo, y que producirá en nosotros una conducta conforme a Él? Entonces si
nosotros, en autosuficiencia, permitimos que el intelecto sin el Espíritu obre
según la palabra de Dios, podemos ensoberbecernos con el conocimiento, y
manifestar un andar inferior a la vez que profesamos sostener las más elevadas
doctrinas. Pero cuando estamos ocupados con la Palabra, como sometidos a su
autoridad divina, en dependencia de la enseñanza del Espíritu Santo, entonces
nos interesaremos no solamente por una o dos líneas particulares de la verdad, sino
por todo lo que ella enseña. Habrá consistencia en cada senda en que seamos
llamados a andar. Prestaremos atención al pensamiento del Señor en cuanto a
nuestra relación con Él en la asamblea, en cuanto a nuestra conducta personal y
a nuestro andar privado, y también seremos conscientes en cuanto a honrar a
Dios en nuestras relaciones y deberes familiares. Cuando un creyente no es
consistente en cuanto a conducta general, creemos que ello debe ser rastreado a
la separación práctica de la palabra de Dios y el Espíritu de Dios. Si nuestro
hábito es orar acerca de las Escrituras, ponderarlas en dependencia del
Espíritu Santo, y ellas llegan a ser así el alimento para nuestras almas, ¿cómo
es posible que nuestra manera de vivir y nuestras comunicaciones escritas
puedan ser sin el ministerio de Cristo? Que las Escrituras que hemos
considerado en cuanto a la Palabra de Dios y al Espíritu de Dios, relacionados,
como hemos visto, con el ministerio de Cristo, ejerciten de tal manera nuestros
corazones y conciencias como para que nos den un nuevo deleite al volvernos con
oración y humildemente a la Palabra escrita, y al buscar la enseñanza del
Espíritu Santo.
H. H. Snell
Traducido del
Inglés
por: B.R.C.O. – Diciembre 2019.-
Otras versiones de La
Biblia usadas en esta traducción:
LBLA = La Biblia de las
Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation, Usada con
permiso.
VM = Versión Moderna,
traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones
Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).
Título original en inglés: The Word and Spirit, by H. H. Snell
Versión Inglesa |
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