Jesús en compañía
de un religioso y una pecadora
J. H. Snell
Todas las citas
bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas
de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60).
"Uno de los fariseos rogó a
Jesús que comiese con él. Y habiendo entrado en casa del fariseo, se sentó a la
mesa…" (Lucas 7: 36 a 50).
En esta breve narración tenemos
registrados los modos de obrar de Jesús cuando estuvo en compañía de una
pecadora, un hombre religioso (Simón el fariseo), y otros que se sentaron a la
mesa con Él.
Las circunstancias fueron muy
simples. El fariseo, como las personas religiosas en nuestro día, tenía un
cierto respeto por uno que tenía la reputación de ser un profeta, o uno que ha
venido de Dios como maestro. Por consiguiente, Jesús era un objeto de interés
para él, aunque no Le conocía como el Hijo de Dios, el Salvador de pecadores.
Es lamentable ver cuántas personas parecen hacer del Señor, o incluso de la
Biblia, un asunto de interés, en
lugar de un asunto de salvación. El
fariseo había invitado al Señor a comer con él, y ya que Él no vino a juzgar al
mundo, sino a salvar, consecuentemente Él fue. Mientras estaba allí, una mujer
notoriamente inicua entró en la casa, y, entre todos los invitados, su corazón
destacó al Señor como el único que podía satisfacer su necesidad; ella se puso
detrás de Él a Sus pies, y fue evidente que su angustia de alma era muy
considerable. Este hecho fue suficiente para apelar de manera llamativa a la conciencia
del fariseo religioso. Él se
sorprendió de que su invitado permitiera que una mujer de ese carácter Le
tocara, así que él realmente comenzó a sospechar si acaso no Le había estado
estimando demasiado al pensar que Él era un profeta. Esto abrió el camino para
que el Señor de gloria difundiera en presencia de todos ellos el testimonio
bienaventurado de la gracia divina — la
gracia de Dios que trae salvación — y
manifestar el hecho que Él no vino a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento.
(Lucas 5: 32).
Poco pensó Simón en que su
invitado era el Hijo de Dios. Poco también sospechó que su corazón y su
conciencia estaban al descubierto ante los ojos de Aquel con quien él había
deseado comer. El fariseo temió expresar sus pensamientos; pero él "dijo para sí:
Este, si fuera profeta,
conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora".
(Lucas 7: 39). Efectivamente, él dijo
para sí; pero el Señor escudriña el corazón. Él puede leer el pensamiento
más secreto. Todo está al descubierto ante Sus ojos; y Él declara que toda intención
de los pensamientos del
corazón del hombre es sólo hacer siempre el mal. (Génesis 6: 5). Tal es el
hombre ante los ojos de Dios — hacer sólo y continuamente el mal. Pero Simón,
como muchos otros, se creía justo, y por tanto despreciaba a esta mujer
pecadora; evidentemente él estaba disgustado por el hecho de verla en su casa,
estaba asombrado por el hecho de que su invitado hubiera permitido que una
persona semejante Le tocara. Él
estaba sorprendido por la manera en que Jesús podía acoger a semejante
pecadora; y ello es todavía una extrañeza para los corazones incrédulos, porque
ellos piensan que son las personas religiosas o buenas las que Cristo acoge; y
no creen en el hecho bienaventurado de que Cristo murió por el impío, y que Él
salva a los pecadores — pecadores culpables, pecadores que merecen el infierno.
¿Cómo aborda el Señor estos
pensamientos incrédulos y llenos de justicia propia del fariseo ciego? En
sabiduría y bondad perfectas, Él dice, "Simón, una cosa tengo que decirte.
Y él le dijo: Dí, Maestro". Y entonces, si no me equivoco, Él dibuja un
retrato tanto de la pecadora como del fariseo como una apelación a esta
conciencia farisaica. Leemos, "Un acreedor tenía dos deudores: el uno le
debía quinientos denarios, y el otro cincuenta; y no teniendo ellos con qué
pagar, perdonó a ambos". Tanto como decir, «Supongamos, entonces, que es
cierto que esta mujer es una transgresora pública de las leyes de Dios, y que
sus pecados flagrantes son manifiestos, de tal manera que ella es considerada
diez veces más violadora de los principios correctos que los demás, y la llama
una deudora de quinientos denarios; y luego supongan que poco puede ser dicho
de Simón en cuanto a su conducta impropia externa; incluso supongan que sus
transgresiones contra la moralidad externa son pocas, y rara vez se repiten, de
tal manera que él es solamente un deudor de cincuenta denarios. No obstante, el
hecho es que ya sea que la deuda sea poca o mucha, ambos están tan
completamente en bancarrota que no tienen nada en absoluto con qué pagar la
reclamación de su acreedor.» Esto es muy importante, porque no se trata de que
una persona sea un gran pecador o un pequeño pecador. La pregunta es, ¿están perdonados
tus pecados? ¿Cómo puedes encontrarte con Dios en el juicio de tus pecados, porque
estás en deuda y no puedes pagar? La respuesta es que Dios es el Dios de toda
gracia, y, francamente, sin que se lo pidan, proclama el perdón en piedad y
misericordia, porque tú mismo no puedes saldar ninguna porción de la deuda.
Esto es gracia — Dios en rica misericordia perdonando pecados, y de manera
justa también, en el terreno de la muerte expiatoria de Su Hijo amado.
"Cristo murió por los impíos". (Romanos 5: 6). Él "padeció una
sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a
Dios". (1ª. Pedro 3: 18).
Luego el Señor consulta a Simón
con
respecto a cuál amaría más al acreedor perdonador; porque la mujer postrada
estaba prodigando, por así decirlo, su agradecido corazón sobre los sagrados
pies de su recién encontrado Salvador. A esta pregunta él respondió, "Pienso
que aquel a quien perdonó más". Esto es bastante claro: por eso el
Salvador dijo, "Rectamente has juzgado".
Una vez establecidos así los
principios de la gracia y la verdad divinas, la aplicación sigue a continuación
y el Señor, habiendo dibujado un retrato, llevando a cada uno de los culpables
y perdidos delante de Dios, igualmente necesitados, igualmente dependientes de
la misericordia gratuita de Dios, muestra ahora la diferencia entre un alma que
Le conoce como el Salvador de pecadores, y uno, no obstante lo religioso que
sea, que no Le conoce. Qué maravillosamente hábil era este Predicador perfecto
al usar la verdad; porque Simón necesitaba ser despertado a un sentido de su
culpabilidad y de la vacuidad de sus pretensiones religiosas; la mujer necesitaba
ser consolada, y ser llenada de ese gozo y paz que el Salvador traía para los
quebrantados de corazón y para las persona convictas de pecado.
Él se vuelve después hacia la
mujer, pero aún se dirige al fariseo. Dirigiendo la atención de Simón hacia la
mujer, Él dice, "Entré en tu casa, y no me diste agua para mis pies";
es decir, tú ni siquiera me has mostrado una señal común de respeto y atención,
"mas ésta ha regado mis pies con lágrimas, y los ha enjugado con sus
cabellos. No me diste beso" — no me saludaste con una habitual señal de
afecto, "mas ésta, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. No
ungiste mi cabeza con aceite; mas
ésta ha ungido con perfume mis pies". El bendito Señor muestra así a Simón
cuánto más había en los modos de obrar de esta mujer despreciada y pecadora que
era superior a él mismo, y, tal como Él enseña después, el manantial de todo es
el amor — el fruto de un corazón movido por la gratitud al Señor. Debido a una
profunda y sentida necesidad, ella se aferró a Él como el único Salvador, y
supo que sólo Él podía hacer que sus pecados que eran carmesí fueran blancos
como la lana. (Isaías 1: 18). Ella Le había hallado. Su alma había estado
anhelando un trato personal con este Amigo de los pecadores, y ahora que Le
había hallado, Le consideraba digno del servicio más costoso. El frasco de
alabastro fue quebrado, Sus pies fueron ungidos, después de haber sido regados
con lágrimas de agradecido amor, y secados con los cabellos de su cabeza. Su
amor era el fruto del perdón de sus muchos
pecados. Por tanto, ella amó mucho. Por eso Jesús añade, "Por lo cual te
digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien
se le perdona poco, poco ama".
(Lucas 7: 47).
Pero hay más. El Señor se ha
dirigido hasta ahora solamente a Simón. La mujer parece estar todo el tiempo a
Sus pies. Ella debe ser consolada y se entera, por el propio Señor, que su inmundicia
es limpiada, su iniquidad perdonada. Por consiguiente, Jesús le dijo, "Tus
pecados te son perdonados". Y esto
no es todo; Él se dirige nuevamente a ella — "Tu fe te ha salvado, vé en
paz".
Tenemos aquí tres bendiciones
inmediatas de importancia eterna. Inmediato perdón de pecados, salvación
inmediata, paz inmediata. Si nos hubiéramos encontrado con esta mujer al día
siguiente, y le hubiéramos dicho, «¿Han sido perdonados tus pecados? ¿Eres
salva?» ¿Cuál hubiese sido su respuesta? «Sí, yo tengo el perdón; soy salva.» Y
luego, si se le preguntara, «¿Estás muy segura de que tus pecados han sido
perdonados?» ¿No habría dicho ella? «Si muy segura, ¡porque el Salvador me lo
dijo; y Su palabra jamás puede
fallar!»
Se trata de la paz inmediata, el
perdón inmediato, la salvación inmediata, que muchos niegan en nuestro día.
Ellos dicen que no podemos saber estas cosas hasta que lleguemos a morir. Pero
hemos visto lo que el Señor enseñó; y hay muchos más testimonios Escriturales
al mismo efecto; y la Escritura no puede ser quebrantada. Ciertamente el Señor
dio a esta mujer la más plena autorización para tomar su posición como una
mujer salva. Y eso, también, en la
senda de la fe. Leemos, "Tu fe te
ha salvado, vé en paz". Lo
que la salvó no fueron las lágrimas, el ungüento, o cualquiera otra cosa,
bienaventurados frutos como lo fueron; sino que sólo Jesús es el Salvador, y
los que Le aceptan están perfectamente seguros. Ella no se había aferrado a las
doctrinas acerca de Cristo, o a los deberes religiosos, o a las oraciones, o a
cualquier otra cosa, sino a Cristo mismo, y Le había conocido como su propio
Salvador. Fue en Él mismo, el Hijo que salió del Padre, en quien ella se había
refugiado, y en quien solo descansaba su confianza. ¡Bienaventurada muestra de
la fe sencilla! Bienaventurado testimonio, asimismo, de la realidad del perdón
de pecados inmediato, de la salvación inmediata, y de la paz inmediata, no
dejando espacio alguno para el temor o la duda, o para un momento de recelo,
con respecto a la seguridad para esa alma cuya sencilla confianza está en el
Señor Jesús, el Salvador de pecadores perdidos y culpables.
Pero los que estaban sentados a
la mesa ya no pudieron permanecer en silencio. El hombre aborrece la gracia. No
puede soportar el amor de Dios gratuito e inmerecido. Ellos dijeron, "¿Quién
es éste, que también perdona pecados? En efecto, ¿Quién es éste? Esta siempre
ha sido la pregunta, y todavía lo es. "¿Quién es éste?" Él "En
el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció".
(Juan 1: 10). "Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y
vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de
verdad". (Juan 1: 14). Él dijo, "Salí del Padre, y he venido al
mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre". (Juan 16: 28). Él murió en
la cruz para salvar a pecadores, y habiendo terminado la obra, Dios Le levantó
de los muertos, y Le exaltó a Su propia diestra en el cielo. Pero Él,
"habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los
pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, de ahí en adelante esperando hasta
que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies". Hebreos 10: 12,
13).
H. H. Snell
Traducido del Inglés por:
B.R.C.O. – Noviembre 2019.-
Título original en inglés: Jesus in Company with a Religious Man and a Sinner, by H. H.
Snell
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