AMOR
H. H. Snell
Todas las
citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido
tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los
lugares en que, además de las comillas dobles (""), se indican otras
versiones mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del
escrito:
"Amados,
amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido
de Dios, y conoce a Dios. El que no ama,
no ha conocido a Dios; porque Dios es amor. En esto se mostró el amor de Dios
para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que
vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a
Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por
nuestros pecados. Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros
amarnos unos a otros. Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros,
Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros. En esto
conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros, en que nos ha dado de su
Espíritu. Y nosotros hemos visto y testificamos que el Padre ha enviado al
Hijo, el Salvador del mundo. Todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo de
Dios, Dios permanece en él, y él en Dios. Y nosotros hemos conocido y creído el
amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en
amor, permanece en Dios, y Dios en él. En esto se ha perfeccionado el amor en
nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio; pues como él es,
así somos nosotros en este mundo. En el amor no hay temor, sino que el perfecto
amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que
teme, no ha sido perfeccionado en el amor. Nosotros le amamos a él, porque él
nos amó primero. Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es
mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a
Dios a quien no ha visto? Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama
a Dios, ame también a su hermano". (1ª. Juan 4: 7 al 21).
"Mirad cuál
amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el
mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. Amados, ahora somos hijos de
Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando
él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él
es". (1ª. Juan 3: 1, 2).
Es notable que el
mismo apóstol que fue inspirado para escribir tan severamente en cuanto a la verdad
sea el instrumento empleado también
para escribir tan elaboradamente acerca del amor.
El hecho es que nosotros no podemos tener realmente verdad sin amor, o amor sin
verdad. Ambos estaban perfectamente combinados en Cristo. Él estaba "lleno
de gracia y de verdad". (Juan 1: 14). Mantener juntos tanto el amor como
la verdad, según Dios, es nuestra dificultad práctica. Poco nos decimos los
unos a los otros acerca del amor, porque somos conscientes de cuán poco lo manifestamos.
Y si es verdad, como yo creo que lo es, que nosotros nunca conocemos realmente
ninguna parte de la verdad de Dios hasta que la aceptamos, y andamos en ella,
esto puede explicar el hecho de que conozcamos tan poco, y digamos tan poco,
acerca del amor. Además, a menudo nos cuesta muy poco estar interesados en la
verdad; pero andar en amor, aunque siempre relacionado con la bendición para
nuestras almas, también es contrario al egoísmo natural del corazón. Aun así
debemos recordar que el asunto del amor ocupa un lugar amplio y prominente en
las epístolas inspiradas, y parece ser mejor y más sabio reconocer nuestras
deficiencias al practicarlo que ignorarlo en nuestra enseñanza.
El amor es
inherente al Cristianismo. Donde hay carencia de este no hay Cristianismo
verdadero. El asunto es, por tanto, vital, y su requerimiento sobre nuestra
atención, primordial. Un don perfecto es algunas veces muy atractivo; una mente
inteligente, en cuanto a los misterios de la Escritura, a menudo es altamente
valorada; una persona abnegada es encomiada en gran medida; y sin embargo todas
estas cosas, si falta el amor, son solamente como tantas nubes sin lluvia, o
pozos sin agua. La lengua cautivadora y la elocuencia fascinante de algunos
hombres encantan a multitudes de oyentes ansiosos, los cuales penden de los
labios de ellos, preguntándose cuál puede ser el próximo arranque, y ensalzan
al orador a los cielos; mientras que el santo silente, modesto, dedicado
diligentemente a ministrar amorosamente a las almas o cuerpos de los hijos de
Dios necesitados, es una obra demasiado pequeña para que muchos se dignen
notarla; pero a los ojos de Dios, ¡cuán diferente! Lo uno puede ser sólo un
ruido vacío, que tan pronto es oído desaparece para siempre; y lo otro es el
fruto del Espíritu, teniendo el valor de la eternidad divinamente impreso en
él. El apóstol dice, "Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no
tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si
tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese
toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy.
Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase
mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve". (1ª. Corintios
13: 1 al 3). Vemos así que el amor es inherente al Cristianismo, es el vigor
del Cristianismo. Y al final del mismo capítulo encontramos que, importante y
preciosa como es la fe, y también la esperanza, aun así el amor está allí
nuevamente expuesto en su importancia superlativa como la piedra angular del
arco, y comprendiendo la fe y la esperanza mediante su poderoso alcance en
realidad y poder actuales. "Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el
amor, estos tres; pero el mayor de ellos
es el amor".
En casi todos los
escritos de los apóstoles al amor le es dado el mismo lugar preeminente. En el
fruto del Espíritu, en toda la preciosa variedad que presenta su conjunto, el
amor se encuentra en la parte superior de la lista — "Mas el fruto del
Espíritu es amor, gozo, paz",
etc. (Gálatas 5: 22). O bien, si el misterio prodigioso de la Iglesia es
revelado a los creyentes Efesios, ese asunto maravilloso que ha sido sacado a
relucir en estos días postreros con tanta claridad para gozo y consuelo de
nuestros corazones, no obstante, precioso como ello es, todos los intentos para
su conocimiento práctico serían vanos a menos que el amor estuviese dando vigor
a nuestras almas. Por eso leemos, "con toda humildad y mansedumbre,
soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar
la unidad del Espíritu en el vínculo de
la paz". (Efesios 4: 2, 3). Y para asegurar la edificación, el amor es el
sustento, la fuente principal de todo; porque, hablando la verdad con amor, el
cuerpo se edifica a sí mismo en
amor. (Efesios 4). Y así, en Colosenses, después que el apóstol ha enumerado
una variedad de fervientes exhortaciones en cuanto al andar práctico, él vuelve
a poner el amor en el lugar más alto de la eminencia. Él dice, "sobre
TODAS estas cosas". Presten mucha atención, "sobre (o, por encima de)
TODAS estas cosas revestíos de amor, que es el vínculo de la perfección"
(Colosenses 3: 14 – VM); es decir, ningún vínculo que no haya sido forjado por
el potente poder del amor puede mantener perfectamente unidas las cosas.
Entonces, valiente como fue Pablo por la verdad, el instrumento usado también
por el Señor para comunicarnos el misterio de la Iglesia, y otras grandes
verdades de la Cristiandad, sin embargo yo pregunto, ¿puede el lenguaje
transmitir a nuestros corazones más plenamente el aspecto vital y prominente en
el cual él pone el amor ante nosotros?
Y oigamos ahora
la
enseñanza de otro apóstol inspirado. Pedro reconoce el amor de los hermanos
como el fruto de la obediencia a la verdad en el poder del Espíritu, y los
anima a amarse fervientemente unos a otros, de corazón puro. Y de la misma
manera que otro inspirado por el mismo Espíritu, después de muchas
exhortaciones prácticas, él da al amor una importancia más allá de todo lo
demás que él había dicho. "Ante TODO" — presten atención de nuevo
aquí, "ANTE (o, sobre) todo,
tened entre vosotros ferviente amor"; no meramente amor, sino un amor
cordial, sincero, ardiente, el uno al otro; "porque el amor cubrirá
multitud de pecados". (1ª. Pedro 1: 22; 1ª. Pedro 4: 8).
Y oigan también
la
inspirada declaración del tercer apóstol acerca de la suma importancia y el inestimable
valor del amor, que nos conduce de inmediato al mismo apogeo asegurando a
nuestros corazones que "el amor es de Dios" (1ª. Juan 4: 7), y que
"Dios es amor" (1ª. Juan 4: 8, 16); y después de informarnos de
manera solemne que aquel que es de Dios, nos oye; el que no es de Dios, no nos
oye (vean 1ª. Juan 4: 6), él presenta el amor como la prueba vital del
Cristianismo: leemos, "Todo aquel que AMA, es nacido de Dios, y conoce a
Dios. El que NO AMA, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor". (1ª.
Juan 4: 7, 8). Por lo tanto, los apóstoles están ante nosotros con una voz,
escribiendo en varias ocasiones y a diferentes personas, para afirmar el carácter
vital del amor, y que el amor es el elemento esencial y supremo del
Cristianismo verdadero, la prueba sublime, distintiva, e inequívoca, en cuanto
a quién conoce realmente a Dios, y quién no conoce a Dios.
1. En primer lugar, no dejemos
de notar que leemos aquí que "Dios es amor". Esto no es meramente que
Dios ama, lo que es muy preciosamente cierto, sino que Su naturaleza es amor.
Igualmente cierto es que "Él es luz". (1ª. Juan 1: 5). Su naturaleza
esencial es luz, por lo tanto, no puede dejar de manifestar todas las cosas
ocultas; pero también es bienaventuradamente cierto que las actividades de Su
naturaleza son amar; porque Él es amor. Nosotros conocemos también que Dios es
justo en todos Sus caminos, y misericordioso en todas Sus obras; y, como la
cruz de Cristo expone muy cabalmente que Él no sacrifica Su santidad en aras
del amor, o Su amor en aras de la santidad, sino que Su naturaleza es amor.
"Dios es amor". La fe recibe esto y se goza porque es la revelación de
Dios de Sí mismo. Pero el hecho se convierte aquí en una explicación práctica;
porque si la naturaleza de Dios es amor, y nosotros hemos nacido de Dios, es
evidente que las cualidades morales de un hijo deben estar de acuerdo con las
del Padre. Por consiguiente, el apóstol dice, "Amados, amémonos unos a
otros; porque el amor es de Dios.
Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha
conocido a Dios; porque Dios es amor". (1ª. Juan 4: 7, 8). Entonces, la
exhortación de que debemos amarnos "unos a otros" está fundamentada en
el hecho de que hemos nacido de Dios, y por tanto tenemos una naturaleza que
ama; porque Dios es amor. También se afirma el hecho de que la persona que ama
según Dios debe ser nacida de Dios. Por lo tanto, es imposible que uno que ha
nacido de Dios pueda ser uno que no ama.
Puede ser que esta persona se encuentra en mal estado de alma, y que la obra
divina en él está muy oscurecida por sus modos de obrar y asociaciones
carnales, pero amar es tan natural para la nueva naturaleza que tenemos, como
una nueva creación en Cristo, como para la vieja naturaleza Adánica lo era ser
egoísta y odiar. Por eso ustedes encuentran al apóstol Pablo, al escribir a los
Tesalonicenses, declarando que ellos han sido enseñados por Dios a amarse unos
a otros. Leemos, "Mas en cuanto al amor fraternal, no tenéis necesidad de
que nadie os escriba, porque vosotros mismos habéis sido enseñados por Dios a
amaros unos a otros". (1ª. Tesalonicenses 4: 9 – LBLA). Y cuantas almas,
antes que estuvieran establecidas en Cristo, han hallado consuelo al leer este
texto que sigue a continuación, el cual les aseguraba que eran hijos de Dios — a
saber, ¡"Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos
a los hermanos". (1ª. Juan 3: 14)! Dichas almas saben que ello es cierto
con respecto a ellas. Saben bien que el hombre más pobre a la orilla del camino,
el cual muestra claramente que él es del Señor, capta Sus afectos y Sus
intereses más que todos los príncipes de este mundo que son enemigos del Señor
de la gloria. Por lo tanto, todo aquel que es nacido de Dios ama, y ama a los
hermanos, — ellos son los objetos de su más tierna consideración, porque ellos
son de Dios; y él también sabe que los asuntos de uno de Sus hijos más débiles
son de más importancia para Dios que los movimientos políticos de toda Europa. Oh
la bienaventuranza de haber pasado de muerte a vida, de haber nacido de Dios, y
de conocer a Dios; porque ¡Dios es amor!
Siendo amor la naturaleza
de Dios, Él mismo es el manantial de él; porque, "En esto consiste el
amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios"; es decir, que ese amor no
se originó en nosotros, sino que "él nos amó a nosotros" (1ª. Juan 4:
10); por consiguiente, "el que permanece en amor, permanece en Dios, y
Dios en él". (1ª. Juan 4: 16). Por eso la palabra del evangelio no es
acerca de nuestro amor, sino acerca de Su amor; y aquellos que tienen vida
eterna pueden decir, "nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para
con nosotros".
(1ª. Juan 4: 16).
2. En segundo lugar, esto nos
lleva a mencionar que Dios ha manifestado Su amor. No se trata solamente de una
revelación divina de que "Dios es amor", sino que Él ama, y nos ama, y
que esto ha sido manifestado a nosotros de manera muy bienaventurada y adecuada
en el don de Jesús. "En esto se mostró (fue manifestado) el amor de Dios
para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que
vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a
Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por
nuestros pecados". (1ª. Juan 4: 9, 10). Entonces, el amor de Dios para con
nosotros ha sido manifestado, tanto en su riqueza como en su liberalidad,
brotando sólo de Dios (no de nosotros), descendiendo a nosotros en toda nuestra
inmundicia y ruina, quitando nuestros pecados, y dándonos vida — vida eterna.
Entonces, cuán exactamente ha venido este amor a nosotros donde estábamos, y
satisfizo nuestra necesidad; y es esto ciertamente lo que el evangelio declara,
"Dios muestra su amor para con
nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros".
(Romanos 5: 8). Por tanto, la profundidad de este amor se extendió a nosotros
cuando estábamos en nuestros pecados, y, por así decirlo, al borde del
infierno; dicho amor nos encontró por medio de Cristo haciendo Él expiación por
nuestros pecados, cuando aún estábamos muertos en pecados; y Dios, habiendo
levantado a Jesús de entre los muertos, y habiéndonos dado vida, justicia, y
aceptación en Él, habiéndole ahora exaltado a Su diestra, el objetivo de la
gracia de Dios ha sido alcanzado hasta aquí; el cual es que nosotros vivamos por
Él. El círculo del amor
divino está así completo. Es del cielo al cielo. El amor emana del trono del
cielo hasta abajo donde estábamos como muertos en pecados y éramos culpables
delante de Dios; y habiendo consumado la expiación por nosotros por medio de la
muerte de la cruz, nos lleva arriba en vida de resurrección para estar en Él,
en Aquel que ha regresado al cielo a la diestra de la majestad en las alturas.
Ciertamente esto es
'Amor que ninguna
lengua puede enseñar,
Amor que ningún
pensamiento puede alcanzar;
No hay amor como
el
Suyo.
Dios es su fuente
bendita;
La muerte nunca
puede detener su curso;
Nada puede resistir
su fuerza;
Inigualable es.'
Por tanto, el
propósito de Dios al manifestar así Su amor, fue que nosotros seamos aptos y estemos
calificados, en el poder de una nueva vida — vida eterna — para entrar y
disfrutar de Su propia presencia bienaventurada para siempre. Cristo padeció
por nuestros pecados, para llevarnos a
Dios; y el amor divino no descansará en sus actividades hacia nosotros
hasta que seamos llevados allí corporalmente en la venida de nuestro Señor. Mientras
tanto, somos objetos de Su amor y cuidado; pero tales son algunas de las
características de este amor manifestado.
Sin embargo, aquí
nuevamente el Espíritu Santo, por medio del anciano apóstol, insiste en esto
como otro motivo para que nos amemos unos a otros. Él dice, "Amados, si
Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros".
(1ª. Juan 4: 11). Y si se nos pregunta cuál debe ser la medida de nuestro amor
de los unos a los otros, se nos dice en otra parte, "En esto hemos
conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos
poner nuestras vidas por los hermanos". (1ª. Juan 3: 16). Cuando el
estándar es establecido divinamente, este estándar no podría ser menos de lo que
caracterizó al Perfecto, el cual "amó a la iglesia, y se entregó a sí
mismo por ella". (Efesios 5: 25).
Pero nosotros podemos estar seguros que cuanto más entramos en el amor
de Dios y lo disfrutamos en su profundidad, y altura, e idoneidad para con
nosotros, tanto más emanarán los afectos, las compasiones, y las ministraciones
hacia nuestros hermanos. Entendemos así que no amamos solamente porque hemos
nacido de Dios, el cual es amor, sino que encontramos que al estar ocupados en
corazón y conciencia con Su amor que ha sido manifestado, para nosotros amar es
algo natural. Además, encontraremos que la práctica de los modos de obrar del
amor es la senda de bendición y seguridad para nuestras propias almas. "Y
en esto (es decir, amando en hecho y verdad) conocemos que somos de la verdad,
y aseguraremos nuestros corazones delante
de él". (1ª. Juan 3: 19). Cuán alentadora es también la asombrosa
declaración: "el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él".
(1ª. Juan 4: 16). Entonces, ¿quién es de la verdad? El que ama. ¿Quién
permanece en Dios, y Dios en él? El que permanece en amor. ¿Quién ha nacido de
Dios y conoce a Dios? Todo aquel que ama. ¿Quiénes han pasado de muerte a vida?
Aquellos que aman a los hermanos. ¿Cuánto debiésemos amar a los hermanos? Hasta
poner nuestra vida por ellos, porque Él puso Su vida por nosotros. Y si
nosotros buscamos en la Escritura el gran testimonio que debemos dar a los que
nos rodean, por medio de nuestro adorable Señor se nos dice, "En esto
conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los
otros". Y la medida de este mandamiento nuevo es, "como yo os he
amado, que también os améis unos a otros". (Juan 13: 34, 35). Pero el amor
divino que obra en nosotros nunca puede llevarnos en contra de la verdad;
porque la verdad también es divina. Por eso está escrito: Este es el amor, que
guardemos sus mandamientos; y por medio de esto conocemos que amamos a los hijos
de Dios, cuando amamos a Dios, y
guardamos sus mandamientos. {Véase 1ª. Juan 5: 2, 3}. Por lo tanto, el amor
verdadero tiene que tener que ver con Dios como su fuente, el cual es amor, y
fluye en el canal de la verdad divina. Por eso el amor en actividad en nosotros
y la obediencia son inseparables; porque, "esto es amor, si andamos según Sus mandamientos.
{Véase
2ª. Juan 6}. Como nuestro bendito Señor también enseñó, el que me ama guarda
Mis mandamientos. {Véase Juan 14: 21}. Por tanto, sería erróneo poner el amor
en oposición a la verdad, o la verdad en oposición al amor. Se nos enseña a
andar "en la verdad" {3ª. Juan 4}, "y andar "en amor"
{Efesios 5: 2}; y se nos dice que el acto final de la impiedad del hombre será
no recibir el amor de la verdad. Entonces, es un engaño hablar de sostener la
verdad con un corazón sin amor. Es la mayor locura exaltar el don cuando el
amor está ausente. Y podemos estar seguros que es un lazo de Satanás el hecho
de persuadir a las personas de que tienen la verdad cuando la verdad ha
alcanzado solamente el intelecto, y una de sus principales asechanzas es hacer
que los hombres sostengan la verdad en injusticia. Cualesquiera que sean las
pretensiones, es cierto que no puede haber piedad sin amor, pues Dios es amor.
¡Y qué maravillosamente Su amor ha sido manifestado a nosotros! Tengan la
seguridad, amados hermanos, que lo que necesitamos en estos últimos días
finales es permanecer de tal manera en la presencia de Dios, el cual es amor,
beber tanto de Su amor manifestado a nosotros en Cristo, practicar tanto el
amor en hecho y verdad, y permanecer en amor, y permanecer así en Dios, hasta
que cada frío escondrijo de nuestros corazones haya adquirido tanto calor que
no sea fácil que se enfríe; pues, "Las muchas aguas no podrán apagar el
amor". Motivados así con amor divino, los afectos fluirán hacia Dios,
hacia adelante en la verdad, y hacia afuera a nuestros hermanos, y con corazón
misericordioso a los impíos. El amor es siempre inteligible para casi la forma más
inferior de la mente humana, y puede alcanzar al corazón más frío, mientras la
verdad que pronunciamos puede pasar junto a ellos como si no la oyeran. ¡Cuán sabia
es, entonces, la instrucción inspirada para hablar la verdad en amor! {Sino que
hablando la verdad en amor…" Efesios 4: 15 – "LBLA}. El evangelio,
aunque es el mensaje del amor de Dios, también es la verdad de Dios. Por eso
leemos acerca de "la verdad del evangelio". (Gálatas 2: 5, 14;
Colosenses 1: 5), y de personas que obedecen la verdad, mediante el Espíritu,
para el amor fraternal no fingido. {1ª. Pedro 1: 22}. Es el amor divino el que
envía la verdad; y por medio de la verdad
nosotros tenemos que ver con Dios, el cual es amor, y por tanto, nosotros
amamos. Entonces, ¡cuán verdaderamente el evangelio es el ministerio de la
gracia y la verdad, porque se trata de Aquel que está "lleno de gracia y
de verdad! (Juan 1: 14). Y, ¡cuán ruinosa es la separación de esas dos cosas
que Dios ha unido!
3. Yo mencionaría un tercer
punto al considerar este tema muy precioso, y es la forma o manera de amor que
Dios nos ha concedido. Al principio de 1ª. Juan capítulo 3 leemos, "¡MIRAD,
qué manera de amor nos ha dado el
Padre, para que seamos nosotros llamados hijos de Dios!" (1ª. Juan 3: 1 –
VM). Tenemos aquí la relación a la
que el amor divino nos ha llevado. Hubiese sido una gran misericordia
simplemente salvarnos del infierno, sin llevarnos a ninguna relación con Dios.
O, hubiese sido una gracia abundante habernos llevado a la gloria y habernos
hecho siervos. Pero esto no complacería al Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo. Su propósito era tenernos como hijos delante de Él en amor. Por eso
somos hijos por llamamiento — no meramente se nos ha dado el nombre de hijos,
sino que hemos sido "llamados" a esta más cercana y muy
bienaventurada relación con Dios. Y esto, también para ser conocido y
disfrutado ahora. "Amados, ahora somos
hijos de Dios". (1ª.
Juan 3: 1, 2). Así pues, la forma en que Dios nos ha hecho ver Su inefable
amor, es tenernos en esta elevada y muy entrañable relación con Él mismo, tanto
por haber nacido de Dios como por ser llamados hijos. Por eso, en otra parte se
nos dice, que no hemos recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez
en temor, "sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual
clamamos: ¡Abba, Padre!" (Romanos 8: 15). Y tan verdaderamente esta
relación es reconocida, que Jesús el Señor no se avergüenza de llamarnos
hermanos. {Hebreos 2: 11}. Reitero, no se trata de un llamamiento y una bendición
a ser conocidos sólo en el futuro, sino para ser conocidos ahora. "Amados, ahora
somos hijos de Dios" (1ª. Juan 3: 2); y la contemplación de este hecho
glorioso animó tanto el corazón del querido apóstol, que de inmediato él se
eleva en espíritu directo a la gloria, y añade, "aún no se ha manifestado
lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes
a él, porque le veremos tal como él es".
(1ª. Juan 3: 2). Nuestro destino es, por lo tanto, ser semejantes a Cristo, para
ser hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que Él sea el primogénito
entre muchos hermanos. {Romanos 8: 29}. Esta relación actual con Dios como Sus
hijos necesariamente nos vincula con la gloria, y hace que seamos extranjeros
aquí y desconocidos por el mundo; pues, "si hijos, también herederos;
herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con
él, para que juntamente con él seamos glorificados". (Romanos 8: 17).
¡Cuán bienaventurada es esta relación! ¡Qué maravillosa la manera del amor que
nos ha llevado a ella! ¡Y cuán precioso es el pensamiento de que en breve el
mundo conocerá que el Padre nos ha amado como él ha amado a Su Hijo!
'Muy
querido, muy querido para Dios,
Más
querido no puedo ser;
El
amor con que Él ama a su Hijo,
Tal
es Su amor por mí'.
Pero más que esto.
Debido a que somos "hijos", somos "hermanos", y lo somos
como una relación real formada por el amor divino. Y encontraremos, yo creo, que
toda conducta correcta emana de la relación. Los modos de obrar de la mujer
para con su marido, la conducta de los hijos para con sus padres, el trato de
unos hermanos con otros, y la conducta del empleado para con su patrón, son
todas cosas diferentes, teniendo sentimientos y actividades diferentes, y
cuanto más se entra en la realidad de la relación, más consistente será el
mantenimiento del deber que emana de ella.
Y, en primer
lugar,
preguntémonos solemnemente, ¿estamos nosotros en el disfrute de esta relación
preciosa, formada por la gracia soberana, como "hijos de Dios"
(Romanos 8: 14)? Esto es lo que el Espíritu de Dios nos da a conocer, y nos da
para que lo realicemos; pues es por el Espíritu de su Hijo enviado a nuestros
corazones que clamamos: ¡Abba, Padre!
{Véase Gálatas 4: 6}. Si no estamos tratando habitualmente con Dios como nuestro
Padre, el estado de nuestras almas será muy seriamente deficiente. Nosotros
conocemos al Padre, cuyos modos de obrar son siempre perfectos como Padre hacia
nosotros. Si el lugar de un Padre es cuidar, proveer, consolar, librar, y
bendecir a Sus hijos, Él hace esto perfectamente por nosotros; como nuestro
bendito Señor dijo, "si vosotros", (con todo vuestro amor, previsión,
diligencia y cuidado), siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros
hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los
que le pidan?" (Mateo 7: 11). Yo pregunto, ¿conocemos nosotros el hábito
de tomar todas las cosas de nuestro Padre, y consultar todo con Él, estando
seguros de que,
'La mano de un
padre nunca será la causa
De que Su hijo derrame
una lágrima innecesaria'?
Ciertamente el amor
divino que nos ha llamado así a esta relación cercana querría que entrásemos en
ella y la disfrutásemos de manera práctica; pues, qué puede animar tanto
nuestros corazones en tiempo de dificultad, consolarnos en el dolor, o
permitirnos descansar en el día de la adversidad, como la conciencia de que el
amoroso y verdadero Dios es nuestro Padre. Esto también garantizará siempre
nuestra espera en Él; porque, "El que no escatimó ni a su propio Hijo,
sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas
las cosas?" (Romanos 8: 32).
Como hemos
observado anteriormente, esto también está conectado con otra relación, la de
hermanos, pues todos los que han sido engendrados por Dios son hermanos; y también,
a medida que la realidad de esta relación es reconocida, nuestra práctica será
regulada; porque siendo todos participantes de la misma naturaleza divina, y
estando todos 'habitados' por el mismo Espíritu, no podemos dejar de amarnos
los unos a los otros. "El que no ama,
no conoce a Dios" (1ª. Juan 4: 8 – VM). El mundo, sin duda alguna, nos
aborrecerá por esto, porque ellos no conocen a Dios, no nos conocen. Ellos no
tienen esta nueva naturaleza; y, por muy refinados y afables que puedan
parecer, no tienen amor por Dios o por Su pueblo. Amar a los hermanos — a todos
aquellos a quienes Cristo no se avergüenza de llamarlos Sus hermanos, es la
demostración del Cristianismo vital. Yo reitero, ¿cuántas queridas almas han
sido animadas por estas palabras preciosas, cuando estaban profundamente
ansiosas, "Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que
amamos a los hermanos"? (Juan 3: 14). Entonces, esta es una relación nueva,
y celestial, y eterna, y llega a ser otro y un muy poderoso motivo para el amor.
Porque cuando consideramos a nuestros hermanos en Cristo, ¿acaso no se nos pasa
a menudo por nuestra mente el pensamiento, «yo estaré con esos amados para siempre»?
Y si es así, ¿cómo
podemos dejar de ministrarles, cuidarlos, o consolarlos ahora? ¿Cómo puede el
corazón así ejercitado dudar en llorar con
los que lloran, y en regocijarse con los que se regocijan? Si José usó el hecho
de la relación como un motivo para la unanimidad y la paz cuando sus hermanos partieron
de Egipto, diciendo, "No riñáis por el camino" (Génesis 45: 24),
cuánto más debería emanar nuestro corazón en variadas formas de apropiado amor
de unos para con otros, como fruto en su tiempo, porque hemos nacido de arriba,
y hemos sido llevados a una relación eterna con Dios, ¡y de unos con otros! Si
nosotros como santos descendemos del estrado sobre el cual la gracia de Dios
nos ha colocado, para volvernos carnales, y andar como hombres, comenzaremos a
considerarnos unos a otros con sentimientos humanos en lugar de hacerlo con sentimientos
divinos, y así, el flujo de afecto fraternal, cuidado fraternal, y compasión
fraternal, serán dejados muy de lado. El amor no puede ser quitado
completamente del corazón; porque "todo aquel que ama al que engendró, ama
también al que ha sido engendrado por él". (1ª. Juan 5: 1), y, "El
que no ama a su hermano, permanece en muerte". (1ª. Juan 3: 14).
La pregunta que
se
puede hacer es, ¿no es posible amar a Dios sin amar a los hermanos? La
respuesta inequívoca del Espíritu Santo es, "Si alguno dice: Yo amo a Dios, y
aborrece a su
hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo
puede amar a Dios a quien no ha visto?" (1ª. Juan 4: 20). Sin embargo, la
fuente del amor está siempre señalada cuidadosamente como Dios mismo. "Nosotros
le amamos a él, porque él nos amó primero". (1ª. Juan 4: 19). Su amor es
primero, no el nuestro.
Hemos visto así
que
el Espíritu Santo, por medio de la Palabra eterna de verdad, coloca ante
nosotros tres motivos para la efusión del amor desde nuestros corazones; en
primer lugar, habiendo nacido de Dios, el cual es amor, nosotros tenemos una
nueva naturaleza que no puede dejar de amar, y eso, en todo conforme a Dios; en
segundo lugar, que habiendo Dios manifestado Su amor tan maravillosamente a
nosotros cuando éramos pecadores al enviar a Su Hijo al mundo, para que podamos
vivir por medio de Él, también debemos amarnos unos a otros; y en tercer lugar,
habiendo sido ahora traídos a una nueva y eterna relación con Dios y los unos
con los otros, el amor a los hermanos se convierte en la prueba del
Cristianismo vital. Y cuánto más estos motivos son ponderados en la consciente
presencia de Dios, más nuestros corazones permanecerán en amor, y nuestros pies
andarán en amor.
4. Hay otro aspecto del amor que
debemos mencionar en esta Escritura — a saber, la calidad del amor de Dios.
Nosotros hemos visto que Dios es amor; que Él ha manifestado Su amor; nos ha
mostrado la manera más excelsa de amor; y se nos enseña adicionalmente que Su
amor es perfecto. "el amor perfecto echa fuera el temor". (1ª. Juan
4: 18 – VM). Por lo tanto, el amor perfecto ha dado un don perfecto; también la
obra que Él consumó es perfecta — haciendo paz perfecta, y perfeccionando al
creyente para siempre. El amor siendo perfecto, no pudo hacer nada menos. Nada
puede ser añadido a este amor. Es perfecto en calidad, perfecto en sus actos,
perfecto en su profundidad y altura, perfecto en su idoneidad para con nosotros,
y perfecto en su paciencia. Nos encontró en la profundidad más ruin de
degradación y pecado, y nos elevó al lugar más alto de bendición en Aquel que
es Cabeza sobre todo principado y toda potestad. Su amor nos rodea por todos
lados con constantes cuidado y bendición. Siendo todas las cosas de Aquel que
nos ama, todas las cosas son nuestras, todas las cosas a nuestro favor, todas
las cosas cooperan juntas para nuestro bien. ¿Podría el amor ser más perfecto?
Imposible. ¿Se le podría añadir algo? ¿Hay algo más que pudiésemos pedir? ¿Hay
un deseo que no haya sido cumplido por Aquel que nos ha bendecido con toda
bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo? ¡Qué quietud y
seguridad para siempre nos da esto! Sí, más bien, ¡en qué alabanza y acción de
gracias se ocupan nuestros corazones mientras permanecen así en este círculo
sin límites del amor divino y perfecto!
Es el amor perfecto
de Dios el que echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo.
Nosotros hemos oído que Martín Lutero dijo que él «correría a los brazos del
Señor Jesús, incluso si Él tuviese una espada en Su mano, porque conocía Su
corazón.» Y ciertamente el efecto del amor es siempre inspirar confianza y
desterrar el temor. Vean cuán ansiosamente un niño corre a los brazos de su
madre, y, ¿por qué? Porque él conoce el corazón de su madre. Por eso mientras
que por una parte el amor siempre disipa la desconfianza, por la otra, cuando
el temor está en cualquier corazón, ello es porque no tiene conciencia del
infinito, inmutable, y perfecto amor de Dios. "El que teme, no ha sido
perfeccionado en el amor". (1ª. Juan 4: 18).
¡Qué denuedo
también nos da esto en el día del juicio! Pues, ¿nos ama el Padre? ¡Oh, sí,
como Él ama a Su propio Hijo! ¿Está el Señor Jesús cerca de Dios? Así estamos
nosotros; porque estamos en Él. ¿Está Él vivo de nuevo, y eso, para siempre?
Entonces tenemos vida eterna en Él. ¿Es Él justo? También nosotros, hemos sido
hechos justicia de Dios en Él. Por lo tanto, no es de extrañar que se añada,
"pues como él es, así somos nosotros en este mundo". (1ª. Juan 4:
17). Entonces, no es nada extraño que alabemos y adoremos al Padre ahora, y
también que adoremos a Aquel que nos ha lavado de nuestros pecados en Su propia
sangre, y nos ha hecho reyes y sacerdotes para Dios, Su Padre. Lo prodigioso es
que nuestras alabanzas nunca cesan. Pero ahora conocemos algo del motivo por el
que cuando estemos en la gloria veremos siempre a ese Cordero precioso, y
cantaremos —
"Digno eres".
H.
H.
Snell
Traducido del
Inglés por: B.R.C.O. – Agosto de 2019.-
Otras
versiones de La Biblia usadas en esta traducción:
LBLA = La
Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation,
Usada con permiso.
VM = Versión
Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones
Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).
Título original en inglés: Love, by H. H. Snell
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