EL
ORDEN DE DIOS
E. Dennett
Todas
las citas bíblicas se encierran entre
comillas dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera
Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que además de las
comillas dobles ("") se indican otras versiones mediante
abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.
De la revista: 'Christian Friend', vol.
9, 1882, p. 225.
En toda relación o posición en que el
creyente puede encontrarse, el secreto de la felicidad radica en el
mantenimiento del orden divino. Ya sea en la familia, en el hogar, o en la
Iglesia, si hay fracaso en mantener el orden de Dios, o si se lo sustituye por
aquello que es del hombre, por practicidad y conveniencia, el resultado
inevitable debe ser la confusión y la discordia. ¡Cuántas evidencias sorprendentes
de esto pueden ser extraídas de las Escrituras!
Tomen en primer lugar la familia. El valor que el propio Dios
asigna a la sujeción a Su orden es visto en ese familiar pasaje en que Él alaba
a Abraham, sobre la base de que él "mandará a sus hijos y a su casa
después de sí, que guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio".
(Génesis 18: 19). En las epístolas a los Efesios y a los Colosenses qué cuidado
también se tiene en imponer a cada miembro del hogar Cristiano el cumplimiento
de sus diversas responsabilidades relativas. Hijos y siervos, así como padres y
amos, maridos y mujeres casadas, son instruidos en cuanto a los deberes de sus
respectivas posiciones. Por otra parte, qué tristes ejemplos de mal gobierno
paterno y de desobediencia filial están preservados en las Escrituras para
nuestra amonestación y nuestra advertencia. La felicidad de las familias de
Elí, Samuel, David, y muchos otros, fue arruinada sencillamente porque los
padres en estos casos no establecieron y no mantuvieron el orden gubernamental
divino. Y no se trató solamente del caso de que la felicidad de la familia fue
destruida, sino que el pecado, ya sea por el fracaso de los padres, o por la
desobediencia de los hijos, trajo con él el juicio divino. (Lean, por ejemplo,
1º. Samuel 3: 11 al 14).
Entonces, ¿en qué consiste el mantenimiento del orden de Dios en
la familia? La respuesta a esta pregunta se encuentra tanto en Efesios como en
Colosenses. (Efesios 5: 22 al 33, Efesios 6: 1 al 9; Colosenses 3: 18 al 25,
Colosenses 4: 1). El marido es la cabeza, y como tal, tiene que actuar como el
delegado de Dios, no para gobernar según su voluntad, sino conforme a la
voluntad divina. La autoridad puesta en sus manos es de parte del Señor, y es
de él para que la ejerza para Él, y, por lo tanto, no puede ser delegada a
otro. La mujer casada está sujeta a su propio marido, así como la Iglesia está
sujeta a Cristo, y el marido, por su parte, tiene que amar a su mujer como
Cristo amó a la Iglesia, y se entregó a Sí mismo por ella. La responsabilidad
de los hijos es obedecer a sus padres en el Señor. La obediencia de ellos ha de
ser absoluta, requiriéndose sólo este requisito — en el Señor. Los siervos
también tienen que obedecer a sus amos, teniendo padres y amos, por su parte,
sus respectivas obligaciones.
Con estas enseñanzas ante nosotros, es fácil percibir que si la
mujer casada gobierna en lugar del marido, o si a los hijos se les permite
hacer las cosas a la manera de ellos, complacerse a sí mismos en lugar de vivir
en sujeción, o si, reitero, a los siervos se les permite gobernar el hogar,
ello no podrá producir bendición, ni armonía, ni felicidad. No; la senda de la
bendición es la senda de la obediencia en las diversas esferas que estamos
llamados ocupar. Y cuando esto es reconocido por los diversos miembros de una
familia, ese hogar llega a ser un testimonio para Dios en una escena donde
todos se han apartado de Él — un círculo resplandeciente de luz en medio de las
tinieblas circundantes, y una anticipación de la bendición milenial cuando la
autoridad del Señor será reconocida en todo el mundo.
No hay que olvidar que una gran parte de nuestras vidas se pasa en
nuestras casas, y que, por tanto, el hogar es la escena principal de nuestro
testimonio. En el incesante cuestionamiento acerca de qué es el testimonio,
estaría bien recordar que una parte de él debe ser ciertamente la expresión de
Cristo en el hogar — Cristo en todas las diversas relaciones del hogar. "Para
mí el vivir es Cristo". (Filipenses 1: 21). Este es verdaderamente el
testimonio, ya sea en casa, en la Iglesia, o en el mundo.
Ahora bien, si el mantenimiento del orden divino es de suma
importancia en la familia, ciertamente no lo es menos en las cosas divinas — en
la Iglesia. En todas partes de la Escritura se insiste sobre esto; y hay varias
secciones (por así decirlo) con respecto a las cuales una advertencia o una
enseñanza es concedida, es decir, la adoración, la enseñanza, y el gobierno.
Nosotros tenemos más de un ejemplo notable de las consecuencias del descuido
del orden de Dios en la adoración. Después que David fue establecido en
Jerusalén como rey tanto de Judá como de Israel, él deseó traer "el arca
de nuestro Dios a nosotros, porque", dijo él, "desde el tiempo de
Saúl no hemos hecho caso de ella". (1º. Crónicas 13: 3). El deseo fue
correcto, siendo ello el brote de una piedad verdadera, uno que procedió de
Dios mismo. Pero incluso los deseos que son producidos por el Espíritu de Dios
en nosotros deben ser expresados en canales divinos, en obediencia a la
Palabra. David no había aprendido aún esta lección, e hizo sus propios arreglos
para el transporte del arca al monte de Sion. Un carro nuevo fue proporcionado,
hombres de confianza iban a ocuparse de él, y todo Israel subió a Quiriat-jearim
"para pasar de allí el arca de Jehová Dios, que mora entre los querubines,
sobre la cual su nombre es invocado". Se trató de una ocasión de gran
alegría, y mientras "David y todo Israel se regocijaban delante de Dios
con todas sus fuerzas, con cánticos, arpas, salterios, tamboriles, címbalos y
trompetas", poco previeron que el soleado resplandor de su alegría iba a
ser escurecido tan pronto por el juicio de Dios. Traer el arca al monte de Sion
fue una cosa encomiable; pero si va a ser traída, ello debe ser hecho de la
manera de Dios. Él había dado instrucciones especiales en Su palabra en cuanto
a de qué manera el arca debe ser transportada (Números 4); pero David y su
pueblo actuaron como si estas enseñanzas nunca hubiesen sido escritas; y
verdaderamente estuvieron en una clara transgresión. La consecuencia fue que
Dios entró y los juzgó; porque cuando Uza extendió su mano para sostener el
arca (la cual nadie más que los sacerdotes o los Levitas debían siempre tocar),
"el furor de Jehová se encendió contra Uza, y lo hirió, porque había
extendido su mano al arca; y murió allí delante de Dios". La lección no se
le escapó al rey, pues aunque estuvo disgustado en aquel momento, confesó
después, cuando ordenó a los Levitas que se santificaran, para que subieran al
arca: "Jehová nuestro Dios estalló en ira contra nosotros; porque no le buscábamos
conforme al orden prescrito".
(1º. Crónicas 15: 13 – VM).
Otros ejemplos pueden ser fácilmente
recordados (tales como Nadab y Abiú ofreciendo su fuego extraño (Levítico 10); Coré,
Datán, y Abiram, inmiscuyéndose ellos mismos en el sacerdocio (Números 16); y
el rey Uzías ofreciendo incienso (2º. Crónicas 26), etc.), pero esto bastará
para mostrar que Dios no es indiferente al mantenimiento de Su orden en todo lo
relacionado con Su adoración. Se trata de una lección que bien podemos guardar
en el corazón, y una que debe proporcionarnos la base para mucho escudriñamiento
de corazón con respecto a la Iglesia de Dios; porque nunca es demasiado a
menudo para recordarnos que no debemos "subir por gradas" al altar de
Dios. (Éxodo 20: 26). Nada debe ser adoptado por practicidad, conveniencia, o
adorno en Su adoración. Los verdaderos adoradores deben adorarle en espíritu y
en verdad — este es el único "orden prescrito" de esta época de la
gracia.
El orden de Dios en la enseñanza no
está menos claramente indicado. "La mujer aprenda en silencio, con toda
sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el
hombre, sino estar en silencio. Porque Adán fue formado primero, después Eva".
(1ª. Timoteo 2: 11 al 13). Y no es sin significancia que la enseñanza en cuanto
a la Cena del Señor y la asamblea (1ª. Corintios capítulos 11 al 14), esté
precedida por una declaración de la posición relativa del hombre con respecto a
Cristo, y de la mujer con respecto al hombre. Hay muchos grandes y
bienaventurados campos de servicio que invitan la actividad de las mujeres Cristianas
— campos que sólo ellas pueden ocupar, y en los que hay abundante espacio para
la suma consagración de ellas para la gloria de su Señor; pero hay una
prohibición absoluta a que ellas asuman la enseñanza. La acusación que el Señor
trajo contra el ángel de la Iglesia de Tiatira es, "toleras que esa mujer
(o, tu esposa) Jezabel, que se dice profetisa, enseñe y seduzca a mis siervos".
(Apocalipsis 2: 20). En cualquiera de estos casos ello es una violación del
orden de Dios, y realmente el utensilio no está adaptado a la obra. En su
esfera propia, y en los servicios que le son adecuados, la mujer no tiene
rival. Sus afectos activos y absorbentes, la rapidez de sus instintos
espirituales, y, podemos añadir, su discernimiento y tacto espirituales, la distinguen
para labores para las cuales el hombre tiene escasas aptitudes, si es que las
tiene. Pero si ella es tentada a abandonar su propia esfera, y sin tener en cuenta
la Escritura ella asume la responsabilidad de enseñar, la confusión de la
verdad, si no los errores positivos en doctrina y práctica, serán pronto el
veloz resultado. Las hijas de Felipe, las cuales profetizaban antes de que los
evangelios o las epístolas fueron escritos, y, como parecería, en casa del
padre de ellas, no son ningún ejemplo para las mujeres Cristianas ahora,
excepto en la medida en que muestran que en la privacidad del hogar el Señor a
menudo puede usar a la mujer como el canal para la comunicación de Su pensamiento
a la familia.
En el gobierno de la Iglesia también
debe existir la más cuidadosa adherencia al orden de Dios. Por consiguiente, en
las epístolas de Pablo a Timoteo y a Tito tenemos los más minuciosos detalles
de las aptitudes de los que pueden tomar el lugar de gobierno (ancianos u
obispos), o el lugar de un servicio especial (diáconos). Y si ahora no hay
ningún poder apostólico actual para designar a uno u otro, más cuidadosos
bebiésemos ser para insistir acerca de la posesión de las aptitudes. Los propios
creyentes, así como los que asumen responsabilidad en la asamblea, deberían
tener más conciencia acerca de este asunto en su deseo unido de que solamente
la autoridad del Señor debe ser mantenida tal como está expresada en Su
palabra. Incluso en los días apostólicos la voluntad propia encontraba su
expresión, como por ejemplo, en el caso de Diótrefes. Él era una persona que
procuraba gobernar según su propia voluntad, en lugar de hacerlo según la
palabra de Dios. De ahí que incluso impidió la entrada de un apóstol para estar
con los santos, considerándolos como su propiedad, en lugar de considerarlos
como la propiedad del Señor. Pero si el Señor enviaba a cualquiera de Sus
siervos, era algo solemne que Diótrefes los excluyera, y expulsara incluso a
los que los recibían, sobre la base de su propio sentimiento y sus propias
inclinaciones, y de ahí la solemne condenación pronunciada sobre él por el
apóstol. (3ª. Juan).
En el Antiguo Testamento hay dos casos
notables de abuso de gobierno. Pareció que tanto los hijos de Elí y los hijos
de Samuel habían usado su lugar para sus propios fines, y para corromper al
pueblo. Hablando más exactamente, ellos adujeron que su influencia provenía de
su relación con Elí y con Samuel. El sacerdocio era hereditario, el oficio de
juez o magistrado no lo era; pero la falta de Elí fue que el abandonó su
autoridad a sus hijos, y no los refrenó cuando se hicieron viles. Leemos,
"Pues yo le he dicho que castigaré a su casa perpetuamente, con motivo de
la iniquidad de que él tenía conocimiento, cuando sus hijos iban atrayendo
sobre sí maldición, y él no los refrenó". (1º. Samuel 3: 13 – VM). Y cuán
a menudo se da el caso de que a los parientes se les permite usurpar el lugar y
la autoridad de aquel con quien ellos están relacionados, y que él mismo puede
estar ocupando una posición de gobierno debidamente. El hecho de actuar sería
para él conforme a Dios; pero él no puede delegar su responsabilidad, y si su
pariente actúa en su lugar, ello no sólo viola el orden de Dios, sino que, como
consecuencia, introducirá también confusión y desorden.
Nuestros lectores pueden seguir el tema
por sí mismos, y mientras más ellos lo investiguen, más se convencerán de que
la honra del Señor y nuestra bendición están íntimamente vinculadas con el
mantenimiento del orden de Dios en todos los aspectos, tanto en la familia,
como en la Iglesia.
Edward Dennett (1831-1914)
Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Julio 2019.-
Otras versiones de La Biblia
usadas en esta traducción:
VM = Versión Moderna,
traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones
Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).
Título original en inglés: GOD'S ORDER, by Edward Dennett
Versión Inglesa |
|
|