LA
GRACIA DEL SEÑOR Y LAS MUJERES
J. T. Mawson
Todas
las citas bíblicas se encierran entre
comillas dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera
Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las
comillas dobles (""), se indican otras versiones mediante
abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito:
La gracia del Señor estuvo
activa hacia todos los que vinieron a Él cuando habitó aquí entre los hombres,
pero pareció haber tenido Él la mayor consideración con respecto a las mujeres.
Ellas son 'vasos más frágiles' (1ª. Pedro 3: 7) y no eran muy tomadas en cuenta
en la estimación de los hombres. Ellos tenían un proverbio en aquellos días, «Es
mejor quemar las palabras de la Ley que enseñarlas a una mujer», e incluso
hasta el día de hoy, en la liturgia Judía, los hombres dan gracias a Dios por
no haber nacido siendo mujeres. Pero, en contraste con el espíritu soberbio del
hombre, el Señor mostró preferencia por los débiles, los despreciados, y los
desatendidos, y mientras mayor era la necesidad de ellos, mayor fue Su
compasión por ellos.
Cuando Él vio a la llorosa
viuda que seguía el cadáver de su único hijo a su entierro, Él se conmovió con
compasión, y nunca antes un dolor tan grande como el de ella había sido
mitigado tan rápidamente, cuando Él le dijo, "No llores." Pero el
poder y la autoridad estaban en Él así como la compasión, y Él vino y tocó el
féretro, y la procesión funeraria se detuvo, frenada en su marcha hacia el
sepulcro. Él dijo entonces al joven, "A ti te digo, LEVÁNTATE. Entonces se
incorporó el que había muerto, y comenzó a hablar. Y lo dio a su madre." Él pudo
haber reclamado la vida que
había restaurado; pudo haber dicho al joven, "Sígueme", pero Él no lo
hizo. Él sabía que el muchacho era el único apoyo y esperanza de su madre, y se
lo devolvió. (Lucas 7: 11-15).-- ¡Así
era Jesús!
La mujer de la ciudad podía
haber esperado nada más que desprecio y burla por parte del Fariseo y sus invitados;
entonces, ¿por qué se aventuró a cruzar su umbral? Jesús estaba allí y la
gracia que estaba en Él la atrajo a Sus pies, y esa misma gracia quebrantó su
corazón, y la movió al arrepentimiento, y la salvó de ella misma y de sus
pecados. Con qué asombro ella debió haber oído cuando Él habló acerca de ella,
y aprobó su conducta, y la mostró como un ejemplo al hombre orgulloso que
estaba al otro lado de la mesa. Ella había sido una gran pecadora, pero Él le
habló incluso a ella, porque no iba a dejar que ella se marchara sin el
consuelo y la seguridad que sólo Su voz podía dar; y la música de esas palabras
maravillosas que ella oyó, nunca dejaría de sonar en su alma. "Tus pecados
te son perdonados… Tu fe te ha salvado, vé en paz." No es de extrañar que
haya amado mucho, porque de todas las personas que estuvieron presentes en esa
cena, y de todos los demás que se agolparon alrededor de la puerta de esa casa,
ella, la más despreciada y pecadora, fue el objeto más señalado de Su amable
consideración en aquel día. (Lucas 7: 36-50). — ¡Así era Jesús!
La mujer que había estado
padeciendo flujo de sangre por largo tiempo, no tenía esperanza de cura y
estaba en bancarrota de todos sus recursos. ¿Quién se ocuparía de ella, la
victima de una enfermedad detestable, despojada de todo su encanto y riqueza, y
una carga para sus parientes? Pero Jesús vino a la ciudad donde ella vivía su
infeliz vida, y al verla a Él, la fe se despertó y dijo, '¡Si solamente pudiera
tocarle!' ella sabía que podía tocarle, y su corazón le decía que Él no lo
resentiría, y Él sabía lo que había en el corazón de ella, y en respuesta a su
mano extendida Él la sanó de su plaga.
Ella se habría marchado satisfecha
con eso, pero Él no lo permitiría. Él tuvo la intención de que ella llevara a
su futuro más brillante, no solamente el efecto de Su poder en su cuerpo, sino
el conocimiento de Su profundo interés personal en ella, lo cual sería un
vínculo eterno entre su alma y Él. Así que ella vio Su rostro y oyó Su voz
diciéndole, "Ten buen ánimo, hija; tu fe te ha sanado; ve en paz.
"Lucas 8: 43-48 – JND) — ¡Así era
Jesús!
No es difícil entender la
agonía de Jairo y su mujer cuando su pequeña hija, su hija única, yacía a punto
de morir. El Señor Jesús era la única esperanza de ellos, y el padre Le buscó y
Le rogó que fuese a sanarla. Mientras Él tardaba de camino, llegó el fin y ella
murió. Pero al fin Él llegó a la casa de dolor y muerte, y tomándola de la mano
dijo, "Muchacha, levántate", y ella se levantó inmediatamente. No es
de extrañar que sus padres quedaran atónitos ante esa palabra de poder, y tan
desconcertados que parecieron ser incapaces de actuar, ¿o fue que en su gozo al
recibir nuevamente viva a su hija única ellos olvidaron todo lo demás? Él no
olvidó, Él conocía las necesidades de ella y se ocupó de ellas, ¡y ella sólo
era una niña! ¿Usó Él alguna vez Su poder sin revelar Su corazón? "Él
mandó que se le diese de comer." Incluso la madre no se dio cuenta, en su
asombro y su gozo, que la niña necesitaba comida, pero Él lo hizo, Él fue más
considerado con respecto a ella que la madre. (Lucas 8: 41, 42, 49-56). — ¡Así
era Jesús!
Oiga usted las palabras
indignadas del principal de la sinagoga cuando clama desde su púlpito, "Seis
días hay en que se debe trabajar; en éstos, pues, venid y sed sanados, y no en
día de reposo." ¿Qué había despertado la ira del hombre? Una pobre
criatura encorvada a causa de una dolorosa enfermedad había ido con gran
esfuerzo a la sinagoga ese día de reposo, porque Jesús estaba allí. Ella había
padecido durante diez y ocho años, atada por Satanás, y ni una sola vez durante
esos agotadores años había podido enderezarse para mirar los cielos que estaban
sobre ella. ¿Qué importancia tenía ella para el importante hombre del púlpito?
Ella era sólo una mujer, sin atractivo, deformada, una lisiada. Pero para el
Señor ella era una hija de Abraham, una mujer necesitada atrapada por el poder
de Satanás, un objeto de misericordia con anhelos de ser libertada de los
grilletes que la ataban. Él interrumpió el servicio religioso por ella, interrumpió
la miserable formalidad de dicho servicio y la llamó. Él la destacó y se
dirigió a ella personalmente en esa atestada congregación, diciendo, "Mujer,
eres libre de tu enfermedad." Y Él hizo más, pues puso Sus manos sobre
ella, no una mano sino las dos, y al instante ella se enderezó y glorificaba a
Dios. (Lucas 13: 11-17). — ¡Así era
Jesús!
Se ha pensado y se ha dicho
que Él amenazó a la mujer de Canaán con una extraña dureza cuando pareció que Él
no había oído su clamor por misericordia, pero no fue así. Ella clamó a Él como
el Hijo de David, siendo ella de una raza maldita. "Maldito sea Canaán"
(Génesis 9: 25), había sido dicho antaño, y la corrupción y la iniquidad de esa
raza fue tal, que Israel fue enviado a la tierra para exterminarla. Si Él
hubiera actuado hacia ella como Hijo de David, Él debió haber rechazado su
súplica, ella no tenía ningún derecho a reclamar algo de Él bajo ese título.
Como el Hijo de David Él fue enviado solamente a las ovejas perdidas de la casa
de Israel. Pero ella no se marcharía sin la gracia que buscaba, y Él no la
despediría vacía tal como los discípulos le pedían. Ella sabía que Él tenía lo
que había por largo tiempo anhelado, y Él mantuvo en reserva la bendición para
ella hasta que ella asumió su verdadero lugar ante Él. Una migaja caída de Su
mesa la haría feliz, la haría una mujer bienaventurada, y Él tuvo para ella
todo lo que ella deseaba, y mucho más de lo que ella pudo pedir o pensar. Debe
haber sido uno de esos momentos de gran gozo para Él cuando le dijo, "Oh
mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres."; y su hija, poseída
por el diablo y profundamente afligida fue sanada en esa misma hora. (Mateo 15:
21-28). — ¡Así era Jesús!
La suegra de Simón estaba
acostada con fiebre, y no es de extrañar, con un yerno tan testarudo e
impetuoso. "Y en seguida le hablaron de ella. Entonces Él se acercó, y la
tomó de la mano y la levantó." Cuando Él entró a ese aposento interior,
los gemidos de la mujer enferma cesaron, y cuando Él tomó su mano su pulso se
estabilizó, su temperatura bajó a la normalidad; ella se calmó al instante. Un
toque de la mano compasiva pero poderosa había cambiado todo; el contacto con
Jesús mitigó la fiebre, "y la
levantó." Él no la dejó en un estado de indefensión, y no hubo un
período de convalecencia. Su toque y Su mirada fueron suficientes; lo que la
había molestado e inducido la fiebre, ya no la molestaba más con Él a su lado.
Ella se levantó, desaparecida la fiebre, y "les servía." (Marcos 1: 29-31). — ¡Así era Jesús!
De todas las mujeres de los Evangelios que aparecen y pasan siendo
mencionadas una sola vez, ninguna de ellas suscita nuestra atención como lo
hace la mujer de Sicar, porque el modo de obrar del Señor con ella nos muestra
de qué manera Él prepara un alma para la bendición; y Él le hizo revelaciones,
aunque ella era una Samaritana ignorante y degradada, que Él no hizo a
Nicodemo, un líder de los Judíos. (Juan 4).
Qué día fue para ella cuando vino al pozo, tal como solía venir
diariamente a sacar agua, y se encontró con el Pastor de su alma. Él estuvo
allí antes que ella, esperándola bajo el calor del mediodía, y estando Él cansado
a causa del camino, se sentó así
junto al pozo — ¡un hombre cansado y hambriento y sediento en verdad! Pero Su
necesidad fue la oportunidad y la manera de abordarla. No fue meramente para
abrir la conversación que Él le dijo, "Dame de beber." Él necesitaba
el agua fresca del pozo de Jacob, Él, ¡que había creado el poderoso río
Amazonas y todos los ríos de la tierra! Pero esta mujer no tuvo la gracia que
mostró Rebeca, la cual ante una petición similar del siervo de Abraham dijo, "Bebe,
señor mío." (Génesis 24). Su vida pecadora había destruido su compasión
femenina, y su prejuicio racial había endurecido su corazón, y prefirió una argumentación
en lugar de una acción amable. Solamente la paciencia del Señor y la gracia —
¡maravillosa gracia! — que estaban en Él pudieron tratar con un caso como el de
ella.
Él le habló de Dios, y del don de Dios del agua viva, que satisface
para siempre la sed de los que la beben. Él estuvo revelándole lo que Dios es,
pero esa revelación no iluminó, ni pudo iluminar, su alma oscura hasta que Él
hubo expuesto lo que ella era. Él tuvo que escudriñar su vida pecadora; la luz no
resplandeció hasta que todas las cosas que ella alguna vez hizo fueron puestas en
evidencia ante sus ojos, y sin embargo, Su gracia fue tal que ella no huyó de
Su presencia. Él le habló del Padre, y por último, Él mismo se reveló a ella, y
esa revelación la agitó, ella fue transformada, una mujer convertida desde esa
hora, y un testigo del Cristo que la había bendecido.
Vinieron los discípulos, y
quedaron admirados de que Él estuviese hablando con una mujer, y bien pudieron,
porque la gracia que hizo que Él lo hiciera era admirable. Esa gracia no busca
mérito alguno en sus objetos, sino que los bendice por lo que es en ella misma.
Ellos le rogaron que comiese, porque sabían cuán cansado y hambriento Él estaba
cuando ellos lo dejaron para ir a comprar comida, hacía sólo una hora; pero Él
les dijo, "Yo tengo una comida que comer, que vosotros no sabéis."
"Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra."
Al bendecir a aquella mujer que todos los hombres despreciaban, Él había
encontrado descanso y refrigerio. El Pastor había encontrado a Su oveja; el Padre
había encontrado uno de esos adoradores que lo adorarían en espíritu y en
verdad, y el Padre y el Hijo se regocijaron juntos. — ¡Así era Jesús!
¿Cómo reaccionaron las mujeres
a la gracia que estaba en Él? No está registrado el hecho de que alguna vez una
mujer haya dicho una palabra dura acerca de Él; incluso la mujer del pagano
Pilato habría salvado a su marido de la culpa de condenarlo a Él, si él la
hubiera escuchado; y lágrimas bañaron los rostros de las hijas de Jerusalén
cuando Él fue llevado a Su crucifixión. Pero, ¿qué de esas a quienes Él unió a
Sí mismo por Su gracia y las hizo discípulas Suyas? Algunas de ellas "habían
sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades." Entre ellas estuvo
María llamada Magdalena, de quien habían salido siete demonios — ella no era
una mujer de la calle, tal como se supone popularmente, la situación de ella era
peor que esa — un poder Satánico siete veces maligno la había esclavizado y Jesús
la había liberado — y con ella estaba Juana, la mujer de Chuza, mayordomo de
Herodes, y Susana, y otras muchas otras — pero no se nos dice de qué demonios
en particular ellas habían sido liberadas, pero juntas se unieron en el feliz y
agradecido servicio de servirle a Él de sus bienes. Ellas tuvieron algo para
dar y lo dieron a Él gustosa y gozosamente. Vinieron hombres ricos y Le
sirvieron en Su muerte, pero estas mujeres pudientes Le atendieron en Su vida.
(Lucas 8: 2, 3).
Nosotros leemos, " Cada
uno se fue a su casa; y Jesús se fue al monte de los Olivos." (Juan 7: 53;
8: 1). No hubo un solo hombre en toda
la ciudad de Jerusalén que Le dijera al caer la noche, «señor, usted es un
forastero en la ciudad y se ve cansado a causa de las labores del día, venga a
casa conmigo y descanse por la noche.» La cueva del monte fue Su refugio y la
fría tierra Su lecho. Los hombres no le mostraron hospitalidad alguna, pero
hubo una cierta mujer llamada Marta que tenía una casa a pocos kilómetros de
distancia, quien cuando llegó a conocerle, Le recibió en su casa, y ¡Le sirvió
con fervoroso amor!
Las mujeres estuvieron junto a
la cruz cuando todos los hombres que habían protestado por la dedicación de
ellas a Él habían huido lejos, excepto Juan. Las mujeres fueron las últimas en
dejar Su sepulcro en la noche de Su muerte, y las primeras en estar allí en la
mañana de Su resurrección, y a ellas Él se revela vivo, antes que alguno de los
hombre supiesen de Su resurrección. Y María Magdalena fue la más insigne entre
esas mujeres y la primera en verle.
Pero hubo una mujer de quien
se debe hacer una mención especial, y
eso porque el Señor lo mandó. Él dijo de ella, "buena obra ha hecho ella
conmigo… Ella ha hecho cuanto podía: adelantóse a ungir mi cuerpo para la
sepultura. En verdad os digo que
dondequiera que se predicare el evangelio en todo el mundo, eso también que
ésta ha hecho, será contado para memoria de ella. (Marcos 14: 8, 9 – VM).
Ella se había sentado a Sus pies, y había oído Su voz, ella había traído su
dolor a esos mismos pies, y Él había llorado con ella. Sí, ¡María había visto
Sus lágrimas! Cuán hermoso debe haber parecido a Él aquel día cuando ella miró
Su rostro y supo que Su compasión era mayor de lo que el mayor dolor podía ser.
Y ella se inclina nuevamente a sus pies, y derramó sobre ellos el costoso
contenido de su vaso de alabastro. Esa "libra de perfume de nardo puro"
la habría distinguido entre sus conocidos (Juan 12: 1-3). Era el tipo de cosas
que esas mujeres orientales guardaban para el día más importante de sus vidas.
Ella podía haberlo derramado sobre su hermano Lázaro en su muerte, pero no lo
hizo, no obstante lo mucho que lo amaba. Ella lo había guardado para los pies
de Jesús, sabiendo bien que Él iba a la muerte. Ella no lo había usado para su
propia distinción. Un elocuente escritor ha dicho, «Ella amó más a su Señor que
a su propia hermosura», Le amó más de lo que ella se amaba a sí misma. El
derramamiento de la vida del Señor por nosotros fue el sacrificio supremo, y
junto a eso viene aquello que hizo María. Su acto de fervor adorador está unido
con la historia de Su gran sacrificio por mandato del propio Señor, y ha de ser
mencionado dondequiera que esa historia sea contada.
A los ojos de los discípulos se
trató de un desperdicio, a los ojos del Espíritu Santo que registró la acción,
fue "de mucho precio." Lo que ella hizo muestra lo que el amor del
Señor puede hacer en el corazón de una que conoce este amor. Este amor hizo que
María se olvidara de sí misma, y se arriesgara a la crítica y a la burla y el
desprecio de sus amigos que no entendieron. El mundo no tuvo nada para Él
excepto una cruz de vergüenza y darle muerte como malhechor, y, de entre todos
Sus discípulos, sólo ella se dio cuenta de esto. De allí en adelante, para ella
María fue nada, y Cristo fue todo; no buscaría ninguna distinción donde Él fue
deshonrado. Ella no quiso ningún lugar en un mundo que no quiso a su Señor.
. . . . .
Nosotros nos asombramos ante
esa devoción que entendemos sólo débilmente. ¿Pero por qué deberíamos
asombrarnos? Si nosotros vemos a Jesús como María lo vio, y Le conocemos como
ella Le conoció, dejaríamos de asombrarnos; su acción de amorosa devoción no
nos parecerá extraordinario, sino que nos inclinaremos con ella a Sus sagrados
pies, y derramaremos la adoración de nuestros corazones, y nos entregaremos
allí. Y los ceños fruncidos y la crítica de los hermanos que se consideran más
prácticos y más sabios que nosotros, no nos molestarán en absoluto.
¡Qué triunfo para nuestro
Señor sobre toda la sutileza y las asechanzas del diablo fue esto! Él había
tenido éxito en Edén seduciendo a la mujer a dejar su lealtad a Dios, pero
¡cuán completa fue ahora su derrota! El Señor encontró en las mujeres de Su
día, los vasos más idóneos para Su misericordia, y la devoción más verdadera
para con Él mismo. ¿Y por qué no debería ser así en la actualidad?
La primera persona en Europa
que se inclinó en total entrega a Jesús fue una mujer (Hechos 16: 11-15). Su
corazón fue abierto para prestar atención a las cosas que Pablo hablaba acerca
de Él, y estas cosas incluían los grandes hechos de que "[Él] murió por
nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que
resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras." (1ª. Corintios 15: 4,
4). Que "Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los
impíos… Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún
pecadores, Cristo murió por nosotros." (Romanos 5: 6, 8).
A María de Betania, María
Magdalena, y muchas otras Marías desde el día de ellas, Cristo es el todo, y en
todos. ¡Cristo y Su cruz! (Colosenses 3: 11).
'Cristo es el fin, porque Cristo era el principio,
Cristo
el
principio, y el fin es Cristo.'
John
Thomas Mawson (1871-1943)
Traducido del Inglés por: B.R.C.O. –
Febrero 2019.-
Otras
versiones de La Biblia usadas en esta traducción:
JND = Una
traducción literal del Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo Testamento (1884)
por John Nelson Darby (1800-82), traducido del Inglés al Español por: B.R.C.O.
VM =
Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada
por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).