LA
CASA DE DIOS
descrita a través de las Escrituras.
E. Dennett.
Reimpreso de la revista "'The Christian Friend
and Instructor", Broom.
Todas las citas bíblicas
se encierran entre comillas
dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en
1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las comillas dobles
(""), se indican otras versiones, tales como:
JND = Una traducción literal del Antiguo Testamento
(1890) y del Nuevo Testamento (1884) por John Nelson Darby (1800-82), traducido
del Inglés al Español por: B.R.C.O.
KJV1769 = King James 1769 Version of the Holy Bible
(conocida también como la "Authorized Version").
LBLA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995,
1997 by The Lockman Foundation, Usada con permiso.
NC = Biblia Nacar-Colunga (1944) Traducido de las lenguas
originales por:Eloíno Nacar y Alberto Colunga. Ediciones B.A.C.
RVA = Versión Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989
(Publicada por Editorial Mundo Hispano) RVR1865 = Versión Reina-Valera Revisión
1865 (Publicada por: Local Church Bible Publishers, P.O. Box 26024, Lansing, MI
48909 USA).
VM = Versión Moderna,
traducción de 1893 de H. B. Pratt,
Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).
CONTENIDO
El Tabernáculo en el Desierto
El Templo de Salomón
El Templo después del Regreso de
Babilonia
La Iglesia: Hechos 2
La Iglesia como edificada por el
Hombre: 1ª. Corintios 3
El Aspecto Final de la Iglesia: Efesios
2: 19-22; Apocalipsis 21: 2, 3
1.
El Tabernáculo en el Desierto
Habiéndosenos sido dirigidas muchas preguntas concernientes a la
formación, los límites, etc. de la casa de Dios, proponemos, si el Señor quiere,
trazar el tema en varios artículos sucesivos, desde la palabra de Dios. No
existe realmente dificultad alguna si nuestras mentes están sometidas solamente
a las Escrituras, y nuestra esperanza es que a lo menos algunos puedan ser
ayudados a tener una comprensión más clara de la cuestión mediante una
presentación imparcial de la enseñanza del Espíritu de Dios.
Es evidente para todo lector de la Biblia que Dios, en ningún sentido,
habitó en la tierra antes que Israel fuera redimido de Egipto. Él visitó a Adán
en el paraíso, y se paseó en el huerto al fresco del día (Génesis 3:8); Él
apareció a Abraham, Isaac, y Jacob, y se comunicó con liberalidad con ellos. De
la misma manera Él se reveló a Moisés en el desierto, en el monte de Dios,
cuando Él lo comisionó para regresar a Egipto como el libertador de Su pueblo;
pero escudriñe usted el registro tan cerca como pueda, y verá que hasta ahora
no se encuentra rastro alguno de que Él tuviera una morada en la tierra. Pero
después de la redención de Egipto Jehová dice a Moisés, "Habla a los hijos
de Israel para que me traigan una ofrenda; de todo hombre cuyo corazón le mueva
a liberalidad, tomaréis mi ofrenda… Y me harán un Santuario, para que yo habite
en medio de ellos." (Éxodo 25: 2, 8 - VM). {*}
{*} Esta es realmente la primera mención de una
morada para Dios en la tierra. Las palabras en Éxodo 15, "Le prepararé una
habitación" que aparecen en la Biblia Inglesa King James Version, son
citadas a menudo, pero la interpretación es muy dudosa. La Septuaginta, la
Vulgata Latina, Lutero, y la versión Francesa, (N. del T.: y las versiones en
Español de la Biblia), todas están de acuerdo en traducirlo — "El es mi
Dios, y yo le alabaré; es el Dios de mi padre, yo le exaltaré." (Éxodo
15:2 – NC).
El pensamiento de morar en medio de Su pueblo vino así primero de Dios
mismo. Y esto está en armonía con Sus propios propósitos de gracia en la
redención. Nosotros leemos que el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo,
"nos ha escogido en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos
santos e irreprensibles delante de él en amor." (Efesios 1: 3, 4 – JND).
En esa eternidad pasada Dios moraba en la perfección de Su propia dicha; pero
en la plenitud de Su gracia y amor Él se propuso rodearse de un pueblo redimido
que fuese para Su propio gozo, y para la gloria de Su Hijo Amado — un pueblo
que encontrase su gozo en la presencia de Aquel que los había redimido, y los
había redimido al costo infinito de la muerte de Su Unigénito Hijo. Este
propósito fue declarado primero, al menos en su germen, en Edén, con ocasión
del fracaso de Adán como el hombre responsable (Génesis 3:15). Resultante de su
pecado y juicio, Dios anunció el Hombre de Sus consejos, Uno en quien y por
quien todos los propósitos de Su corazón habían de cumplirse, en la redención
de aquellos que habían de ser conformados a la imagen de Su Hijo; para que él
fuese el primogénito entre muchos hermanos (Romanos 8: 29, 30 – VM). Sus
propósitos fueron revelados gradualmente en tipos y sombras, en Sus modos de
obrar con Abel, Enoc, Noé, y los patriarcas, y finalmente en la liberación de
los hijos de Israel de la esclavitud de Egipto, en el terreno de la sangre
asperjada del cordero Pascual, y de las reivindicaciones y del poder de
Satanás, así como de la muerte y el juicio, tal como está presentado en el paso
de ellos por el Mar Rojo. De aquí en adelante ellos fueron un pueblo redimido.
Jehová había llegado a ser la fortaleza y el cántico, y la salvación de ellos. En
Su misericordia Él había conducido al pueblo que Él había redimido; Él los había
guiado con Su poder a Su santa morada. (Véase Éxodo 15).
Habiendo escogido y redimido ahora un pueblo para Sí mismo, Jehová
anuncia, como hemos mostrado, Su deseo de venir y morar entre ellos. Y a su
debido tiempo se verá que Él hecho de que Él asume Su morada en medio de
Israel, si bien indicaba toda la verdad de la redención, era sólo una sombra
del cumplimiento de todos Sus consejos de gracia en la eternidad; en una palabra:
que el campamento en el desierto era sólo una anticipación del tiempo cuando,
después de la aparición del cielo nuevo y la tierra nueva, el tabernáculo de
Dios (la Iglesia, la santa ciudad, la nueva Jerusalén, dispuesta como una
esposa ataviada para su marido — la esposa del Cordero) estará con los hombres,
y Él morará con ellos, como su Dios (Apocalipsis 21). El hecho de que el
tabernáculo fuese erigido en el desierto fue la respuesta al mandato de Jehová
a Moisés. El pueblo ofreció voluntariamente; porque Jehová había estimulado sus
corazones, y el tabernáculo fue hecho en todas las cosas conforme al modelo que
había sido mostrado a Moisés en el monte, tal como Jehová le había mandado.
(Véase Éxodo 40).
Hay dos cosas que han de ser consideradas especialmente. La primera es
el terreno en el cual Dios asumió Su habitación en medio de Su pueblo. Éxodo 29
lo hace muy evidente. Después que las
instrucciones hubieron sido dadas para la construcción de los utensilios y el
mobiliario sagrados que presentan en tipo y figura alguna exhibición o
manifestación de Dios, y después de la consagración de los sacerdotes que iban
a actuar para Dios ministrando a favor del pueblo, y antes que fuesen dadas las
instrucciones para los utensilios de acercamiento
— esos utensilios que eran necesarios para acercarse a Dios — hay una pausa, un
paréntesis. Y este paréntesis está ocupado por instrucciones concernientes al
holocausto continuo. Acto seguido se añade, el tabernáculo "será
santificado por mi gloria. Santificaré el tabernáculo de reunión y el altar.
Asimismo, santificaré a Aarón y a sus hijos para que me sirvan como sacerdotes.
Yo habitaré en medio de los hijos de
Israel, y seré su Dios. Y conocerán que yo soy Jehovah su Dios, que los
saqué de la tierra de Egipto para habitar en medio de ellos. Yo, Jehovah, su
Dios." (Éxodo 29: 38-46 – RVA).
Este relato muestra tres cosas muy claramente. En primer lugar, que el
terreno en que Jehová podía morar con Su pueblo era la ascensión perpetua de la
fragancia de Cristo como holocausto. De manera típica, los hijos de Israel
habían sido redimidos, y ahora, en virtud del holocausto continuo, ellos
estaban delante de Dios en toda la aceptación de Cristo. Por eso Jehová podía
morar en medio de ellos. En segundo lugar, como una consecuencia adicional, el
tabernáculo fue santificado por Su gloria — el tabernáculo, el altar, y los
sacerdotes fueron reclamados por igual en virtud del mismo sacrificio, y
puestos apartes para Dios conforme a todo lo que Él era como había sido
revelado — habiendo sido cumplidas las demandas de Su gloria, esa gloria también
llegó a ser desde aquel momento, el estándar para todo lo consagrado a Su
servicio. En tercer lugar, el pueblo debe conocer a Aquel que mora en medio de
ellos como Aquel que los había sacado de Egipto, como, de hecho, el Dios de la
redención. Si estos tres puntos son entendidos, toda la verdad de la habitación
de Dios en la tierra, en cualquier época o dispensación, será entendida. Se
verá que, si bien se trata de una consecuencia de la redención, ello depende de
lo que Cristo es en la eficacia de Su muerte, y de lo que Dios es, tal como ha
sido revelado.
La segunda cosa a mencionar es la toma real de posesión del tabernáculo
cuando estuvo terminado. "Acabó Moisés la obra" (Éxodo 40:33), y ocho
veces en este capítulo se registra que todo fue hecho como Jehová le había
mandado. La aprobación de Jehová fue expresada ahora de otra forma; porque,
junto con la afirmación de que Moisés acabó la obra, se añade, "Entonces
una nube cubrió el tabernáculo de reunión, y la gloria de Jehová llenó el
tabernáculo. Y no podía Moisés entrar en el tabernáculo de reunión, porque la
nube estaba sobre él, y la gloria de Jehová lo llenaba." (Éxodo 40: 34,
35). Dios tomó así posesión de la casa que había sido construida según Su
palabra, y en lo sucesivo Él habita en medio de Su pueblo, y era conocido como
morando entre los querubines (1º. Samuel 4:4; Salmo 80:1, etc.; es decir, entre
los querubines que cubren el propiciatorio. El propiciatorio era Su trono, el
trono sobre el cual Él se sentaba, desde donde gobernaba a Su pueblo, y desde
donde Él dispensaba misericordia conforme a la eficacia del incienso y la
sangre de los sacrificios que eran presentados delante de Él en el gran día de
la expiación. (Véase Levítico 16).
Debe observarse muy claramente que el tabernáculo, y no la congregación
de Israel, formaba la casa de Dios en el desierto. Perder esta distinción sería
confundir la enseñanza típica de todo el campamento de Israel, tal como ya ha
sido señalado en relación con Apocalipsis 21. Al pueblo, como tal, no se le
permitía entrar en el tabernáculo; Dios se encontraba con ellos en su entrada.
"Este será el holocausto perpetuo durante vuestras generaciones, el cual
será ofrecido a la entrada del Tabernáculo de Reunión, en presencia de Jehová;
donde a tiempos señalados tendré entrevistas con vosotros, para hablar contigo
allí. Porque allí me reuniré yo por cita con los hijos de Israel: y ese lugar
será santificado con mi gloria. Por lo cual santificaré el Tabernáculo de
Reunión y el altar; también a Aarón y a sus hijos los santificaré para que sean
mis sacerdotes." (Éxodo 29: 42-44 –
VM).). Sólo Moisés tenía acceso todo el tiempo (el sumo sacerdote sólo una vez
al año) al propiciatorio (Éxodo 25:22), y esto en su rol como mediador, y como
tal, un tipo de Cristo. Es muy importante tener en cuenta estas distinciones.
Al mismo tiempo, es igualmente de importancia recalcar que todo el pueblo —
todo el pueblo con sus familias; en una palabra, todos los que estaban en el
terreno de la redención (de manera típica) — estaban agrupados alrededor del
tabernáculo. Dios estaba en medio de ellos, y todo el pueblo había sido llevado
a una relación conocida con Él como su Redentor, todos por igual podían
disfrutar los privilegios del sacerdocio que había sido instituido a favor de
ellos, y todos podían acercarse al altar de bronce de la manera designada, y
con los sacrificios señalados. Era el único sitio en la tierra donde Jehová
tenía Su santuario; y cuando recordamos todo lo que esto implicaba, nosotros
podemos comprender un poco acerca de este lugar de bendición al cual los hijos
de Israel habían sido llevados. La cuestión no es si ellos lo entendieron o lo
disfrutaron. Hubo, tal como sabemos, almas obstinadas e impías entre ellos; aun
así, el carácter del lugar permaneció inalterado. Dios estaba en medio de
ellos, y por este motivo, a causa de lo que Él era en Sí mismo, y porque Él
había abierto un camino a Su propia presencia, el campamento de Israel fue un
lugar de bendición como no se encontró en ningún otro lugar en la faz de la
tierra. Por lo tanto, no fue ningún privilegio de poca importancia el hecho de
ser hallado contado con aquellos que rodeaban el tabernáculo.
Pero si por una parte se trató de un lugar de bendición, por la otra, fue
muy ciertamente un lugar de responsabilidad. "Y JEHOVÁ habló a Moisés,
diciendo: Manda a los hijos de Israel que echen fuera del campamento a todo
leproso, y a todo aquel que padece flujo, así como a todo contaminado por causa
de muerto; echadlos, tanto a hombres como a mujeres; a las afueras del
campamento los echaréis; para que no contaminen los campamentos de aquellos en medio
de quienes yo habito." (Números
5: 1-3 – VM). Por otra parte, "Yo soy Jehová vuestro Dios; vosotros por
tanto os santificaréis, y seréis santos, porque yo soy santo." (Levítico
11:44). En una palabra, tal como estas Escrituras muestran, la santidad, y la
santidad según la naturaleza de Aquel que moraba entre ellos, era responsabilidad
de todo Israelita que rodeaba el tabernáculo. Jehová, como revelado, era el
estándar para todo el campamento (compárese con 1ª. Juan 2:6), para todo
individuo, cualquiera que fuese su estado, que formaba parte de él. Por lo
tanto, ser contado con el pueblo de Dios era ser llevado a un lugar tanto de
bendición como de responsabilidad.
No es nuestro propósito abordar la significancia típica del santuario en
medio de Israel {*}. Bastará con señalar aquí que como su idea primaria era la
habitación de Dios, así que cada parte de él, junto con todos sus utensilios y
mobiliario sagrados, estaba llena con alguna manifestación de Dios y de Sus
glorias, mostradas más adelante en Cristo. Esto fue así, de hecho, en dos
terrenos: primero, porque fue un modelo de las cosas mostradas a Moisés en el
monte, y por tanto, una revelación de escenas celestiales; y porque también
hablaba en cada parte — tablas, cortinas, decorados, y utensilios — de las
glorias, en vista de que Él mismo tomó, en un día postrero, el lugar del Templo
de Dios (Véase Juan 2: 19-21). Pero se puede añadir que mientras más sean
entendidos los pensamientos de Dios concernientes a Su habitación en medio de
Israel, más plenamente será entendido el carácter de la Iglesia como la casa de
Dios.
{*} Nota del autor: Aquellos que deseen hacerlo, pueden consultar LAS ENSEÑANZAS
TÍPICAS DEL LIBRO DEL ÉXODO.
Véase: https://www.graciayverdad.net/dennetexodo/
2.
El Templo de Salomón
El Tabernáculo, el cual había sido la
casa de Dios en el desierto, junto con su mobiliario sagrado, fue llevado por
los hijos de Israel a Canaán, y fue erigido en Silo (Josué 18:1). Fue, por
consiguiente, a este lugar que los hijos de Israel acudían con sus sacrificios
anuales (1º. Samuel 1:3), y aún era llamado "el tabernáculo de
reunión" (1º. Samuel 2:22), pero también "el templo de Jehová",
y "la casa de Jehová" (1º. Samuel 3: 3, 15). Estos últimos nombres
sólo presagiaban la casa que se edificaría en el futuro en Jerusalén. Mientras
los hijos de Israel eran peregrinos en el desierto, y habitaban en tiendas,
Dios mismo habitó en una tienda (2º. Samuel 7:6), adaptándose Él mismo, como Él
ha hecho siempre en Su preciosa gracia, a la condición de Su pueblo; pero
cuando Él hubo establecido a Sus escogidos en la gloria del reino, una casa fue
erigida — "magnífica por excelencia" (1º. Crónicas 22:5) — la cual,
en cierta medida, debía ser la expresión de Su majestad, la majestad de quien
se dignó hacerla Su morada en medio de Israel (2º. Crónicas 2:4-6).
No está dentro del propósito actual
llamar a poner la atención a las diferencias características entre el
tabernáculo y el templo, sino más bien señalar su semejanza tanto con respecto
a su origen como a su objetivo. Como en el caso del primero, así en el segundo,
el plan fue comunicado divinamente. Fue David quien tuvo el honor de
convertirse en el depositario de este diseño; y en vista de que no se le
permitió, según el deseo de su propio corazón, edificar él mismo el templo, él
lo comunicó a Salomón. "Dió entonces David a Salomón su hijo el diseño del
Pórtico del Templo, y de sus edificios, y de sus tesorerías, y de sus
cámaras altas, y de sus cámaras interiores, y [del lugar] de la Casa del
Propiciatorio; asimismo el diseño de todo lo que tenía ideado, por el
Espíritu, respecto de los atrios de la Casa de Jehová, y de todas las cámaras
al rededor, y de las tesorerías de la Casa de Dios", etc. (1º. Crónicas
28: 11, 12 – VM). Todo lo que Salomón hizo y preparó, en relación con la obra a
la cual había sido llamado, fue de acuerdo con las instrucciones que había
recibido. El sitio mismo había sido indicado divinamente, así como el diseño y
la forma del edificio. (1º. Reyes 6:38; 2º. Crónicas 3:3). Aunque el encargo de
erigir fue dado a manos humanas, el edificio era divino; porque los
pensamientos humanos y las ideas humanas no deben inmiscuirse en las cosas de Dios.
La relación entre el tabernáculo y el
templo, como siendo ambos por igual la morada de Dios, puede ser vista de dos
maneras. Cuando Salomón hubo completado la casa, él reunió a los ancianos de
Israel, a todos los jefes de las tribus y a los principales de las casas
paternas de los hijos de Israel; y leemos que, "se
congregaron con el rey todos los varones de Israel, para la fiesta solemne del
mes séptimo" (2º. Crónicas 5: 2, 3) (es decir, la fiesta al son de
trompetas, una figura de la restauración de Israel en los últimos días — Números
29:1). "Vinieron, pues, todos los ancianos de Israel, y los levitas
tomaron el arca; y llevaron el arca, y el tabernáculo de reunión, y todos los
utensilios del santuario que estaban en el tabernáculo; los sacerdotes y los
levitas los llevaron." Y entonces, después que ellos hubieron sacrificado tantas
ovejas y bueyes que no se podían contar ni numerar, "los sacerdotes
metieron el arca del pacto de Jehová en su lugar, en el santuario de la casa,
en el lugar santísimo, bajo las alas de los querubines" (2º. Crónicas 5: 1-7).
Fue el arca lo que dio su carácter a la casa; porque era el trono de Dios en
medio de Israel, desde donde Él gobernaba a Su pueblo sobre la base de Su ley santa,
tal como es mencionado aquí mediante la declaración de que "en el arca no
había más que las dos tablas que Moisés había puesto en Horeb, con las cuales
Jehová había hecho pacto con los hijos de Israel, cuando salieron de Egipto."
(2º. Crónicas 5:10).
Y ahora, en segundo lugar, Jehová
aprobó la obra de Sus siervos tomando posesión de la nueva casa, tal como Él lo
había hecho anteriormente con el tabernáculo. "Y cuando los sacerdotes
salieron del santuario (porque todos los sacerdotes que se hallaron habían sido
santificados, y no guardaban sus turnos; y los levitas cantores, todos los de
Asaf, los de Hemán y los de Jedutún, juntamente con sus hijos y sus hermanos,
vestidos de lino fino, estaban con címbalos y salterios y arpas al oriente del
altar; y con ellos ciento veinte sacerdotes que tocaban trompetas), cuando
sonaban, pues, las trompetas, y cantaban todos a una, para alabar y dar gracias
a Jehová, y a medida que alzaban la voz con trompetas y címbalos y otros
instrumentos de música, y alababan a Jehová, diciendo: Porque él es bueno,
porque su misericordia es para siempre; entonces la casa se llenó de una nube,
la casa de Jehová. Y no podían los sacerdotes estar allí para ministrar, por
causa de la nube; porque la gloria de Jehová había llenado la casa de Dios."
(2º. Crónicas 5: 11-14). A continuación de esta descripción, nosotros
encontramos a Salomón relatando las circunstancias mediante las cuales él había
llegado a ser el instrumento divinamente designado para edificar una "Casa
de habitación" y "una morada estable" para Jehová, por los
siglos venideros [lit. para siempre] (2º. Crónicas 6:2 – VM); y entonces él se
arrodilló sobre un estrado de bronce (que él había preparado) delante de toda
la congregación de Israel, y extendió sus manos al cielo, y oró con respecto a
la casa que él había edificado, y él concluyó sus intercesiones con palabras
citadas del Salmo 132: "Oh Jehová Dios, levántate ahora para habitar en tu
reposo, tú y el arca de tu poder; oh Jehová Dios, sean vestidos de salvación
tus sacerdotes, y tus santos se regocijen en tu bondad. Jehová Dios (2º.
Crónicas 6:41, 42a), "no rechaces el rostro de tu ungido; acuérdate de tus
misericordias para con tu siervo David." ((2º. Crónicas 6:42b – LBLA).) Y
acto seguido leemos, "Cuando Salomón acabó de orar, descendió fuego de los
cielos, y consumió el holocausto y las víctimas; y la gloria de Jehová llenó la
casa. Y no podían entrar los sacerdotes en la casa de Jehová, porque la gloria
de Jehová había llenado la casa de Jehová." (2º. Crónicas 6: 41, 42; 2º. Crónicas
7: 1, 2).
De esta manera, y bajo tales
circunstancias, Jehová asumió Su morada en el templo — toda la escena, los
sacerdotes vestidos de lino fino blanco, su unánime glorificación de Dios
siendo una tenue sombra de la gloria de un día posterior, cuando el verdadero Salomón
vendrá a Su templo y Él mismo se rodeará de un pueblo justo y de corazón
dispuesto. Pero el único punto que ha de ser observado aquí es que encontramos
una vez más a Dios morando en Su casa en medio del pueblo que Él había
escogido. La diferencia entre el templo y el tabernáculo, tal como se recalcó
anteriormente, es mostrada mediante el contraste entre el desierto y la tierra;
por el carácter peregrino del paso de Israel a través del primero, diferenciado
de su morada estable en la última. Pero en ambos por igual Dios tuvo Su
habitación, Su casa. Dios moró en medio de todo Israel, y, como se ve
nuevamente del hecho de que el fuego descendió en respuesta a la oración de
Salomón, y consumió el holocausto y los sacrificios, Él lo hizo en el terreno
de la redención — en el terreno de la redención a través de todo el valor de
todo lo que Cristo fue en Su obra sacrificial. No habría sido posible en ningún
otro terreno; pero debido a que ello fue sobre el fundamento de todo el olor
grato de Cristo en Su muerte, él pudo, a pesar de lo que el pueblo era de
manera práctica, morar en medio de ellos, y todo el pueblo, por su parte, pudo
venir con los sacrificios señalados, de la manera designada, y los tiempos
señalados.
Desde entonces Jerusalén fue el único
lugar santo en la tierra, el único sitio, por tanto, al cual el corazón de todo
verdadero Israelita se volvía con pensamientos de adoración y alabanza. "¡CUÁN
amables son tus moradas, oh Jehová de los Ejércitos! ¡Mi alma suspira y aun
desfallece por los atrios de Jehová; mi corazón y mi carne claman por el Dios
vivo!... ¡Bienaventurados los que habitan en tu Casa! de continuo te alabarán."
(Salmo 84 – VM). Y allí se reunía el pueblo en la frecuencia de las fiestas.
"Jerusalén, que estás edificada compactamente, como ciudad que está bien
unida consigo misma: a donde suben las tribus, las tribus de Jehová, como
testimonio a Israel, para dar gracias al nombre de Jehová." (Salmo 122: 3,
4 – VM). Allí eran llevados y presentados al Señor todos los hijos primogénitos
(Lucas 2: 22-24), y allí también las familias de Su pueblo se reunían tres
veces al año. (Véase Deuteronomio 16). Por lo tanto, Jerusalén — debido a la
casa de Jehová — era el único lugar de bendición en todo el mundo, y no era un
privilegio menor tener permiso para formar parte de la asamblea que se reunía
allí de tiempo en tiempo, en obediencia a la Palabra. "Y te regocijarás
delante de Jehová tu Dios, tú, y tu hijo, y tu hija, y tu siervo, y tu sierva,
y el levita que reside dentro de tus puertas, juntamente con el
extranjero y el huérfano y la viuda que habitan en medio de ti, en el
lugar que escogiere Jehová tu Dios, para hacer que habite allí su nombre."
(Deuteronomio 16:11 – VM).
3.
El Templo después del Regreso de
Babilonia
El Templo de Salomón duró hasta que
Nabucodonosor lo destruyó (2º. Crónicas 36); y Ezequiel describe la salida de
la gloria de Jehová de él, a causa de las abominaciones de Su pueblo, antes de
que fuese consumido por fuego por los Caldeos. (Véase Ezequiel capítulos 8 al 10).
Durante setenta años Jerusalén estuvo desolada (2º. Crónicas 36:21; Daniel
9:2), y entonces, "para que se cumpliese la palabra de Jehová por boca de
Jeremías, despertó Jehová el espíritu de Ciro rey de Persia, el cual hizo
pregonar de palabra y también por escrito por todo su reino, diciendo: Así ha
dicho Ciro rey de Persia: Jehová el Dios de los cielos me ha dado todos los
reinos de la tierra, y me ha mandado que le edifique casa en Jerusalén, que
está en Judá." (Esdras 1: 1, 2, etc.). El gobierno, debido al pecado de
Judá e Israel, había sido transferido ahora a los Gentiles, y por tanto Dios,
en primera instancia, obró a través de Ciro como instrumento. El lector
encontrará todos los detalles del regreso de un remanente de las dos tribus,
Judá y Benjamín, con sacerdotes y Levitas, en respuesta a la proclamación del
rey, registrados en el libro de Esdras. No fue sino hasta el año segundo de su
regreso que ellos activaron "la obra de la casa de Jehová." (Esdras
3:8). "Y cuando los albañiles del templo de Jehová echaban los cimientos,
pusieron a los sacerdotes vestidos de sus ropas y con trompetas, y a los
levitas hijos de Asaf con címbalos, para que alabasen a Jehová, según la
ordenanza de David rey de Israel. Y cantaban, alabando y dando gracias a
Jehová, y diciendo: Porque él es bueno, porque para siempre es su misericordia
sobre Israel. Y todo el pueblo aclamaba con gran júbilo, alabando a Jehová
porque se echaban los cimientos de la casa de Jehová. Y muchos de los
sacerdotes, de los levitas y de los jefes de casas paternas, ancianos que
habían visto la casa primera, viendo echar los cimientos de esta casa, lloraban
en alta voz, mientras muchos otros daban grandes gritos de alegría. Y no podía
distinguir el pueblo el clamor de los gritos de alegría, de la voz del lloro;
porque clamaba el pueblo con gran júbilo, y se oía el ruido hasta de lejos."
(Esdras 3: 10-13).
Cuando se echaban los cimientos, ellos alabaron
a Dios con címbalos, mientras los sacerdotes tocaron sus trompetas, y cantaron
el mismo cántico que había sido cantado en la dedicación del Templo de Salomón.
Pero muchos lloraron — los ancianos que habían sido testigos presenciales del
esplendor de la casa primera (o, el primer templo). El contraste era realmente
grande. La casa primera fue edificada en medio de las glorias del reino, y en
una época cuando ese reino era preeminente — también una época de paz,
prosperidad, y bendición, un período que tipificaba el reino del Mesías, cuando
todos los reyes se postrarán delante de Él, y todas las naciones Le servirán (Véase
Salmo 72). Esto fue comenzado por un débil remanente en medio de las
desolaciones de la otrora ciudad gloriosa, a la que los hombres llamaban
"la perfección de hermosura", "el regocijo de toda la tierra"
(Lamentaciones 2:15 – VM), estando ellos mismos sometidos a un monarca Gentil,
dependiendo de él, por la voluntad de Dios, para el permiso de edificar, y
rodeados por todos lados por adversarios. Aun así, ellos edificaron; y
finalmente, después de mucha infidelidad por parte de ellos, la casa fue
terminada, y ellos "celebraron la dedicación de esta Casa de Dios con
gozo." (Esdras 6: 15-22 – VM).
Esta casa tomó el lugar de la que
Salomón había edificado. Sin embargo, hubo diferencias importantes.
No hubo nube alguna, ninguna gloria de
Jehová llenó la casa, como en el caso del tabernáculo y el primer templo; y
ningún fuego descendió del cielo para consumir sus sacrificios, como sucedió
con Moisés (Levítico 9:24) y con Salomón (2º. Crónicas 7:1). Es este hecho el que
hace que el paralelismo entre este remanente y la Iglesia sea tan interesante.
Tomás creyó cuando vio; pero el Señor anunció la bienaventuranza de los que
creerían sin ver (Juan 20). Esta fue la posición de este débil remanente así
como la de nosotros. El hecho de que Dios aceptara sus sacrificios y morase en
Su casa fue, en el caso de ellos, un asunto enteramente de fe — fe basada en la
palabra de Dios, de la misma forma, por ejemplo, como la presencia del Señor
Jesucristo en medio de los congregados a Su nombre es comprendida sólo por
medio de la fe, fe engendrada y sustentada por Su propia palabra (Mateo 18).
Pero Jehová consideró tan completamente esta casa como Su casa, que Él incluso
la identificó con aquella que esta había sustituido. Hablando por medio de
Hageo, uno de los profetas que Él había usado para estimular al pueblo y
animarlos en su obra de edificar, Él dice, "La gloria postrera de esta
casa será mayor que la primera." (Hageo 2:9). La casa era solamente una —
cualesquiera que fuesen sus circunstancias exteriores — en el pensamiento
divino, y por tanto, era la habitación de Dios en igualdad con el templo de
Salomón.
Esta casa existió hasta la época de Herodes el Grande, el cual la
reconstruyó (aunque no tenemos ningún informe de esto en las Escrituras) en una
escala de grandeza y magnificencia superiores, y fue a este templo al cual José
y María llevaron al niño Salvador cuando ellos lo presentaron delante del
Señor. Y es un hecho muy digno de mencionar que, edificado como lo fue este
templo por un rey extranjero — ya que si bien él profesaba la fe Judía él era
probablemente de descendencia Idumea — el propio Señor lo reconoció como la
casa de Su Padre. Rodeado, e incluso lleno, como lo estaba con corrupciones,
aun así Él lo reconoció (Mateo 21: 12, 13; Juan 2: 13-16, etc.); y Él no lo
abandonó sino hasta que Su rechazo por parte de Su pueblo se hubo hecho
evidente. Entonces Él pronunció la sentencia, "He aquí vuestra casa os es
dejada desierta" (Mateo 23:38); e inmediatamente Él se fue y salió del
templo. En paciencia y longanimidad Dios soportó a Su pueblo, y las
corrupciones de Su casa, hasta que no hubo remedio, y entonces la abandonó, tal
como Él lo había hecho antes con el templo de Salomón. Por Su parte había
habido juicio mezclado con gracia y misericordia expresado una y otra vez; por
parte de Su pueblo había habido pecado y corrupción, que alcanzaron su clímax
en el rechazo y crucifixión de su verdaderamente Jehová-Mesías, el cual había
condescendido a través de tantos siglos a tener Su morada en medio de ellos.
Esto concluye el período de la casa terrenal de Dios hasta los
días mileniales; pero aun así, ello fue solamente preparatorio para el
cumplimiento de Su propósito de morar en la tierra de una manera más excelente.
4.
La Iglesia
Hechos 2.
Ya hemos trazado la historia de la casa
de Dios desde Éxodo hasta la conclusión de la dispensación Mosaica. Sin
embargo, durante la vida de nuestro Señor en la tierra hubo premoniciones del
cambio que venía. Hablando a los Judíos Él dijo, "Destruid este templo, y
en tres días lo levantaré…Mas", el evangelista nos dice, "él hablaba
del templo de su cuerpo." (Juan 2: 19, 21). Además, Él dijo a Pedro,
cuando él confesó que Jesús era el Cristo, el Hijo del Dios viviente, "Bienaventurado
eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi
Padre que está en los cielos. Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre
esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra
ella." (Mateo 16: 16-18). Si pasamos ahora al día de Pentecostés, veremos
que Dios comenzó en aquel entonces a morar en la tierra de una manera nueva y
doble: "Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos.
Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual
llenó toda la casa donde estaban
sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego,
asentándose sobre cada uno de ellos. Y
fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras
lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen." (Hechos 2: 1-4).
Ahora bien, esto tuvo lugar según la
expresa promesa del Señor a Sus discípulos: "He aquí, yo enviaré la
promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de
Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto." (Lucas
24:49). Y además, Él "les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que
esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. Porque Juan
ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu
Santo dentro de no muchos días." (Hechos 1: 4, 5). Entonces el Espíritu
Santo descendió en Pentecostés conforme a la palabra del Señor, y el resultado
fue que Dios hizo Su templo por el Espíritu en el creyente individual (véase
asimismo 1ª. corintios 6:19); y que Él hizo Su habitación con los creyentes de
manera colectiva, tal como Pablo escribe a los Efesios, "vosotros también
sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu." (Efesios
2:22). Por lo tanto, los creyentes eran ahora, tal como su Señor había sido
mientras estuvo en la tierra, el templo de Dios, y la casa de Dios, la cual es
la iglesia del Dios viviente, fue ahora formada. Es esta última verdad la que
va a ocupar nuestra atención, y con este objetivo nos proponemos examinar más
detenidamente la enseñanza de este capítulo (Hechos 2).
Hablando de manera general, nosotros
tenemos tres cosas en esta Escritura — la edificación de la casa de Dios, el
modo de ingreso, y las ocupaciones de aquellos que están adentro, o, para ser
más precisos, de aquellos que la forman.
1. La
edificación de la casa. Nosotros leemos con respecto al templo de Salomón
que, "la casa, mientras se edificaba, se construía de piedras preparadas
en la cantera; y no se oyó ni martillo ni hacha ni ningún instrumento de hierro
en la casa mientras la construían." (1º. Reyes 6:7 – LBLA). Lo mismo se ve
con respecto a la casa de Dios cuando fue edificada en Pentecostés. Los
discípulos estaban todos juntos en un mismo lugar; ¿y quiénes eran ellos? Ellos
eran los ciento veinte mencionados en el capítulo anterior, todos los cuales
(porque Judas ya no formaba parte de la compañía, habiéndose desviado para irse
al lugar que le correspondía), eran piedras vivas que por la gracia de Dios habían
sido llevadas a estar en contacto salvador con Cristo, y hechos así partícipes
de la vida eterna. Y el mismo poder divino que los había salvado por medio de
la fe en el Señor Jesús, los reunió en este día, y los colocó silenciosamente
en sus lugares designados sobre la única piedra fundamental para formar la
habitación de Dios en la tierra por el Espíritu. El edificio fue erigido así. Cristo,
según Su palabra, había edificado Su iglesia, y la había preparado para su
Habitante divino.
Por eso, como cuando Moisés hubo
completado el tabernáculo, y también como cuando Salomón hubo terminado el
templo, la gloria de Jehová llenó la casa de Dios (Éxodo 40; 2º. Crónicas 5),
así también aquí, "de repente vino un estruendo del cielo, como si soplara
un viento violento, y llenó toda la casa donde estaban sentados." (Hechos
2:2 – RVA). Dios tomó, de manera manifiesta, posesión de la casa que había sido
erigida aquel día. Otros podrían entrar y de hecho serían introducidos, para
formar parte de la casa ("Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que
habían de ser salvos." (Hechos 2:47)); pero aun así la casa fue edificada.
Por lo tanto, el apóstol pudo decir a los Efesios, "vosotros también sois
juntamente edificados, para morada de Dios por el Espíritu" (Efesios 2:2 –
RVR1865); y a los Corintios, "vosotros sois el templo del Dios
viviente." (2ª. Corintios 6:16). En este aspecto la casa de Dios es
contemplada siempre como estando completa, y sin embargo otros creyentes son
continuamente introducidos para ocupar sus lugares designados en el edificio.
Esto será entendido de inmediato si por un minuto nosotros cambiamos el término
y usamos "iglesia" en lugar de "casa."
Y el hecho de que el propio Señor contempló
la casa como estando ahora edificada se ve de la conexión entre el segundo y el
tercer capítulo de Hechos. Al principio de Hechos 3 nosotros leemos acerca de
Pedro y Juan subiendo juntos al templo a la hora de la oración; pero el Señor
tenía para ellos una lección, así como para nosotros, en lo que les ocurrió por
el camino. Había un hombre cojo de nacimiento, el cual llevaban y ponían
diariamente, no adentro, sino a la puerta del templo, para pedir limosna a los
que entraban para orar y adorar. Él pidió limosna a Pedro y Juan, los cuales
estaban, al igual que muchos otros, a punto de entrar en el templo. El Espíritu
de Dios usó la circunstancia guiando a Pedro a sanar al hombre cojo, como un
testimonio rendido al poder del Cristo resucitado, para enseñanza del apóstol y
nuestra. El hombre, repítase, está afuera del templo, y fue allí — afuera —
donde él recibió la bendición. La nueva casa de Dios había sido formada recién,
y el Espíritu Santo testifica ahora que la bendición está afuera de la casa
vieja y en relación con la nueva, una lección que Pedro y Juan podían no haber
logrado aprender en el momento, pero una que ha sido escrita para la
edificación de todos aquellos cuyos ojos han sido abiertos por el Espíritu de
Dios. Sí, en efecto, allí en Jerusalén, y en el día de la fiesta, sin sonido
alguno de martillo o hacha o ningún otro instrumento de hierro, en medio de una
generación incrédula, y mientras el templo de Herodes estaba allí delante de
sus ojos, y era el objeto de la veneración de los corazones carnales de ellos,
el verdadero Salomón había edificado Su Iglesia de piedras preciosas, cuyos
lustre y hermosura sólo podían ser apreciada por Aquel que las había colocado
en su lugar designado sobre la principal piedra del ángulo.
Se ha de recalcar también que aquí
solamente había piedras vivas, en consideración que la casa en este capítulo es
edificada por el propio Señor (versículo 47). Hasta aquí, por tanto, el cuerpo
de Cristo, aunque la revelación de esta verdad estuvo reservada hasta otro día
— hasta que su ministro designado hubiese sido llamado y calificado— y la casa
de Dios son coincidentes. Es decir, cada piedra de este edificio era también un
miembro del cuerpo de Cristo, aunque esto aún no se entendía; porque en este
día, incluyendo las tres mil almas que se arrepintieron bajo la poderosa
operación del Espíritu Santo a través de la predicación de Pedro, ni una sola de
ellas fue introducida que no estuviese realmente convertida. Todos eran
creyentes genuinos. Fueron los que recibieron
la Palabra los que fueron bautizados, y fueron los del mismo carácter a quienes
el Señor añadió después diariamente. Este hecho debe ser claramente puesto de
manifiesto, y firmemente mantenido.
2. Habiendo sido edificada la casa de
Dios, nosotros encontramos muy claramente indicado el modo mediante el cual las
almas habían de ser introducidas en ella. Un sencillo comentario puede quizás
despejar una dificultad para algunos antes que abordemos esta parte de nuestro
tema. A menudo se asume apresuradamente que Dios introduce almas secretamente,
por así decirlo, a Su
casa; es decir, que si Él convierte un alma, esa alma es introducida de ese
modo a Su habitación en la tierra. Cambiemos entonces por un momento el término
"casa" por una 'compañía de creyentes', porque recuerden que es la
compañía de creyentes que tiene una existencia muy clara y separada en Hechos 2
la que forma la casa de Dios, y podemos preguntar entonces, ¿un alma que ha
nacido de nuevo es introducida de ese modo en la compañía de creyentes? NO,
dicha alma puede ser desconocida para ellos, y en ese caso no podría decirse
que sea uno de ellos. Otra cosa es que Dios conozca a un tal como siendo un
creyente; pero el asunto es, como hemos visto, con respecto a la habitación de
Dios en la tierra. Y en vista de que
ella está en la tierra, hay, como veremos también, un modo designado de incorporación
a la compañía que compone esta habitación.
Consideremos en primer lugar las
diferentes clases de personas que nos son presentadas. Están los ciento veinte
que en este día han constituido la Iglesia — la asamblea de Dios. Están los
Judíos que estaban cerca — los "judíos, varones piadosos, de todas las
naciones bajo el cielo" (Hechos 2:5), a quienes Pedro predicó después.
Luego, por último, estaban aquellos a quienes Pedro se refiere en su discurso —
"todos los que están lejos", un bien conocido término Escritural para
referirse a los Gentiles. Tenemos, entonces, esta triple división que el
Espíritu de Dios hace en otra parte — la Iglesia, los Judíos, y los Gentiles
(1ª. Corintios 10:32), una representación, por tanto, del mundo entero.
Ahora bien, fue en relación con este
círculo más cercano, esta compañía central, la iglesia de Dios, que Pedro,
poniéndose de pie con los once, rindió este testimonio a Cristo. Las
manifiestas operaciones del Espíritu — manifiestas incluso para los Judíos incrédulos
— habían producido perplejidad en las mentes de algunos, y para otros llegó a
ser una ocasión para el escarnio y la burla. Pedro entonces, guiado por el
Espíritu Santo, se dirigió a la multitud que se reunió. En primer lugar, él
explicó, a partir de las Escrituras, el carácter de las manifestaciones que
ellos habían presenciado (Hechos 2: 16-21); luego, él testificó de "Jesús
nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios
y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él, como vosotros mismos
sabéis." Les habló del consejo de Dios en cuanto a Su muerte, y la
iniquidad de ellos en Su crucifixión; de Su resurrección, que había sido
predicha en sus propias Escrituras, y de lo cual Pedro y los que estaban con él
eran testigos (Hechos 2: 22-32). Entonces él concluyó con estas palabras
notables: "Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido
del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y
oís. Porque David no subió a los cielos; pero él mismo dice:
Dijo el Señor a mi Señor:
Siéntate a mi diestra,
Hasta que ponga a tus enemigos por
estrado de tus pies.
Sepa, pues, ciertísimamente toda la
casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha
hecho Señor y Cristo." (Hechos 2: 33-36).
Este fue un testimonio muy claro. Jesús
de Nazaret, rechazado y crucificado por el hombre, había sido resucitado de los
muertos, exaltado a la diestra de Dios, y hecho Señor y Cristo. ¡Qué contraste
entre el pensamiento de Dios y el pensamiento del hombre! ¿Y qué podía
demostrar más claramente la culpabilidad y la condición del hombre?
Verdaderamente la cruz de Cristo lo puso todo a prueba, y no solamente expresó
lo que había en el corazón de Dios, sino también lo que había en el corazón del
hombre. Este testimonio de Pedro tocó profundamente las conciencias de los que
oían, y, compungidos de corazón, dijeron a Pedro y a los otros apóstoles,
"Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese
cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y
recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y
para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor
nuestro Dios llamare." (Hechos 2: 37-39). Ahora bien, es la respuesta a
estos Judíos arrepentidos lo que requiere nuestra cuidadosa atención. Había que
hacer dos cosas en aquel entonces, y como consecuencia de ello dos bendiciones
iban a ser recibidas. Ellos debían arrepentirse, y ser bautizados en el nombre
del Señor Jesús. Supongamos por un minuto que estos Judíos se habían
arrepentido verdaderamente, y aun así rechazaran ser bautizados en el nombre
del Señor Jesús. ¿No es evidente, en vista de esta Escritura misma, que en un
caso tal, cualquiera que hubiese sido el estado de corazón de ellos delante de
Dios, y a pesar de que ellos pudiesen haber nacido de nuevo verdaderamente,
ellos no podían haber sido recibidos a la compañía de creyentes que estaba ante
ellos — no es evidente que, en otras palabras, ellos no podían haber sido
introducidos en la casa de Dios en la tierra? Porque, ¿qué implicaba su
bautismo en el nombre de Jesucristo? "¿O no sabéis", dice el apóstol
Pablo, "que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos
sido bautizados en su muerte?" (Romanos 6:3).
Ello sería, por lo tanto, no solamente
creer el testimonio concerniente a Su muerte, resurrección, y lugar actual a la
diestra de Dios, sino que sería también la identificación de ellos con Él en Su
muerte; de modo que, aceptando la muerte para ellos mismos, se disociarían así,
en figura, del hombre, y serían llevados al terreno de asociación con la muerte
de Cristo, para que de aquel momento en adelante ellos mismos aceptarían el
lugar de estar muertos — muertos con Cristo — en este mundo. Por consiguiente,
el apóstol pudo escribir a los Colosenses — "si habéis muerto con Cristo… ¿por
qué, como si vivieseis en el mundo?"
etc. (Colosenses 2:20). Y esta muerte con Cristo es el terreno Cristiano, y en
vista de que el bautismo es el modo de ingreso divinamente designado de entrar
en él, no hay, por lo tanto, ninguna otra manera de entrar en la casa de Dios
en la tierra. Por consiguiente, era necesario que estos Judíos se arrepintiesen
y fuesen bautizados en el nombre del Señor Jesús. Lo primero sería producido
por el Espíritu de Dios obrando a través del testimonio que ellos habían oído; mediante
lo segundo ellos serían separados públicamente de la nación que había
crucificado al Señor Jesús — desde ese momento dejarían de ser Judíos, y serían
llevados a formar parte del número de aquellos que eran sus seguidores en la
tierra; y estos, como hemos visto, componían la casa de Dios.
Tras el arrepentimiento y el bautismo
de ellos se prometían dos bendiciones. La primera era el perdón de los pecados,
y la segunda era la recepción del Espíritu Santo. Estas dos cosas están
relacionadas, tal como una o dos palabras mostrarán. Nosotros entendemos que el
perdón de los pecados es aquello que los apóstoles fueron facultados para
administrar ante el arrepentimiento para con Dios y la fe en nuestro señor
Jesucristo. Ante la profesión de esto, y siendo bautizados en el nombre de
Jesucristo, no solamente se accedía al perdón de los pecados como estando
delante de Dios, relacionado por Él con el arrepentimiento y la fe, sino que ello
era también anunciado con autoridad por sus siervos. (Véase Juan 20:23; Hechos
22:16). Además, estaba el don del Espíritu Santo. Tal como ya hemos dicho,
estas dos cosas estaban relacionadas. En todas partes en las Escrituras el don
del Espíritu Santo es consecutivo al perdón de los pecados. Limpiados por la
sangre preciosa de Cristo (como se ve también en figura en la consagración de
los sacerdotes y la limpieza del leproso (Éxodo 29; Levítico 14), Dios sella
(unge) a los así limpiados con el Espíritu Santo. (Véase Hechos 10; Romanos 5;
2ª. Corintios 1; Efesios 1, etc.).
Recordemos el orden divino presentado
aquí. Tras el arrepentimiento para con Dios estaba el bautismo en el nombre de
Jesucristo, por medio del cual los así bautizados eran sacados de entre los
Judíos que habían rechazado a su Mesías, y eran introducidos en el número de
aquellos que formaban la casa de Dios. El perdón de los pecados les fue
anunciado por parte de Dios, y ahora, en la esfera donde Dios mora por el
Espíritu, ellos mismos recibieron el Espíritu Santo; y entonces ellos no sólo
eran una parte de la casa de Dios, sino también, tal como vemos acerca de los
discípulos al principio del capítulo (Hechos 2:4), el Espíritu Santo moró en
ellos. Las palabras del Señor a Sus discípulos se cumplieron de esta manera:
"Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con
vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede
recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con
vosotros, y estará en vosotros.
(Juan 14: 16, 17).
Había aún más en la gracia abundante de
Dios, "porque", Pedro dijo, "para vosotros (vosotros Judíos) es
la promesa (la promesa de estas bendiciones que han sido consideradas), y para
vuestros hijos (estos no iban a ser excluidos), y para todos los que están
lejos (los Gentiles — véase Efesios 2: 11-13); para cuantos el Señor nuestro
Dios llamare." (Hechos 2:39). La Iglesia — la habitación de Dios —
habiendo sido edificada, el don de gracia es anunciado tanto a Judíos como a
Gentiles, y fue anunciado el modo mediante el cual el Judío y el Gentil, en la
gracia soberana de Dios, podían salir de los dos círculos exteriores — círculos
que estaban ambos en el reino de las tinieblas, donde Satanás reinaba — a la
nueva esfera que había sido formada aquel día, donde el Espíritu de Dios
actuaba y moraba.
3. Llamamos ahora a prestar atención,
más brevemente, a las ocupaciones de aquellos que forman la casa de Dios, y
están adentro de ella. Para este propósito podemos añadir un pasaje de 1ª.
Pedro. El apóstol dice, "vosotros también, como piedras vivas, sois
edificados en un templo espiritual, para que seáis un sacerdocio santo;
a fin de ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios, por medio de
Jesucristo." (1ª. Pedro 2:5 – VM). En vista de que Pedro trata acerca del
sacerdocio de los creyentes — el nuevo orden de sacerdotes, el cual toma el
lugar de la familia de Aarón en la tierra — una dignidad que se aplica ahora a
todos los santos sin excepción, él es guiado a señalar la ocupación de ellos
con el sacrificio de alabanza. Ya no se trata de sacrificios de toros o machos
cabríos, sino de sacrificios aptos para la casa espiritual de la cual ellos
formaban parte, así como para los que adoraban a Dios en espíritu y en verdad.
De hecho, ellos debían ofrecer el sacrificio de alabanza a Dios continuamente;
es decir, el fruto de sus labios, dando gracias a Su nombre. La alabanza y la
adoración perpetuas debían ser oídas en esta nueva y espiritual habitación de
Dios. (Compárese con 1º. Crónicas 9:33).
Volviendo al libro de los Hechos,
nosotros tenemos otro aspecto de la ocupación de los santos. La Escritura dice,
"Y continuaban perseverando todos en la enseñanza de los apóstoles,
y en la comunión unos con otros, en el partir el pan, y en las
oraciones." Hechos 2:42 – VM). Ellos perseveraban en conocer el
pensamiento y la voluntad de Dios tal como era comunicada por Sus siervos
(porque en aquel momento no existía ninguna de las Escrituras del Nuevo
Testamento), y por tanto ellos eran llevados al disfrute de la comunión con los
apóstoles (compárese con 1ª. Juan 1:3), en la cual los recién convertidos se
deleitaban en el hecho de encontrarse. Además, ellos se reunían alrededor del
Señor a Su mesa para conmemorar Su muerte, esa muerte que era el fundamento de
todas las bendiciones a las cuales ellos habían sido introducidos; y juntos
perseveraban también en reunirse para derramar sus corazones en oración a Dios.
Al contemplar este hermoso retrato de
la casa de Dios, de la energía del Espíritu Santo produciendo oración y
alabanza constantes, así como obediencia a la Palabra, podemos decir
ciertamente, en el lenguaje del salmista, pero con otro significado, "¡Cuán
amables son tus moradas, oh Jehová de los ejércitos!... Bienaventurados los que
habitan en tu casa; Perpetuamente te alabarán." (Salmo 84).
5.
La Iglesia edificada por el hombre
1ª. Corintios 3.
Esta Escritura exige la más cuidadosa
consideración, ya que ocupa un importante lugar con respecto a la verdad de la
Iglesia de Dios. Como ocurre tan a menudo en las epístolas, el Espíritu Santo
usa la condición de los santos como ocasión para la revelación de un nuevo
aspecto de la Iglesia. Los santos Corintios eran carnales (sarkikós), y por este
motivo el apóstol no pudo ministrar la verdad
que él habría deseado, sino que, debido al estado de ellos, se vio obligado a
hablarles como "a niños en Cristo", a alimentarlos con leche, y no
con manjar sólido (1ª. Corintios 3: 1, 2 – VM). La evidencia de la 'carnalidad'
de ellos, era la formación de escuelas de opinión en la asamblea, la existencia
de "disensiones", los santos alineándose alrededor de sus maestros
favoritos escogidos por ellos mismos; algunos escogiendo a Pablo, algunos a
Pedro, algunos a Apolos, y algunos incluso aventurándose a usar el nombre de
Cristo para rechazar a los siervos que Él había enviado. El apóstol aprovecha
la oportunidad para revelar la verdadera posición, tanto de los siervos como de
los santos, y de ambos por igual en relación con el Señor. "¿Qué, pues,"
él exclama, "es Pablo, y qué es Apolos? Servidores por medio de los cuales
habéis creído; y eso según lo que a cada uno concedió el Señor. Yo planté,
Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así que ni el que planta es
algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento." Fue intolerable
para Pablo — un dolor desgarrador, podríamos decir, que el nombre de un siervo,
por eminente que fuese, se interpusiera entre el Señor y Su pueblo. Porque, ¿qué
eran los que trabajaban? Obreros de Dios — trabajando sin discrepancia y en
comunión, pero todos perteneciendo a Dios. {*} ¿Y qué eran los santos? El apóstol
dice, "nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de
Dios, edificio de Dios. (1ª. Corintios 3:9).
{*} La versión
de la Biblia Inglesa (KJV1769) apenas presenta el pensamiento correcto. El
apóstol no quiere decir que los siervos eran colaboradores de Dios los unos
para con los otros, sino que ellos pertenecían a Dios, y eran colaboradores
como tales.
Los siervos eran obreros de Dios, los
santos eran edificio de Dios — Dios en Su gracia era así todo, siervos y santos
por igual le debían todo a Él. Todas las cosas eran de Él, y por tanto, sólo Él
debía ser magnificado, ya sea por santos o por siervos.
Avanzando, el apóstol muestra cuál es
la responsabilidad de los obreros de Dios en la obra confiada a su cuidado. Él
dice, "Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como perito
arquitecto puse el fundamento, y otro edifica encima; pero cada uno mire cómo
sobreedifica. Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto,
el cual es Jesucristo." (versículos 10, 11). Dos cosas impactarán de
inmediato al lector en contraste con lo que ha sido considerado en un artículo
anterior. En primer lugar, el apóstol habla de sí mismo como poniendo el
fundamento, y también de él mismo y de otros edificando sobre él. Esto es algo
muy diferente de aquello contenido en las palabras del Señor a Pedro, "sobre
esta roca [Yo] edificaré mi iglesia." (Mateo 16:18). Y esta diferencia es
la que explica los dos aspectos de la casa de Dios. La obra de Cristo al
construir Su Iglesia debe ser necesariamente perfecta. Siendo Él mismo en Su
muerte y resurrección, el Hijo del Dios viviente (que fue declarado Hijo de
Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los
muertos – Romanos 1:4), el fundamento, cada piedra que Él pone sobre él, como
el propio Pedro, debe ser una piedra viva. Pero, tal como esta Escritura en 1ª.
Corintios enseña, Él también encarga la obra de edificar a Sus siervos, y los
hace responsables del carácter de la obra de ellos. Pablo puede decir así, "puse
el fundamento" — porque él fue el primero en proclamar el evangelio en
Corinto, y fue así el medio usado para formar la asamblea de Dios en esa ciudad
(Véase Hechos 18). Él había puesto el fundamento como un perito arquitecto (o,
arquitecto sabio), y advierte a otros en cuanto a la manera en la cual ellos
podrían edificar sobre él, recordándoles de este modo la responsabilidad de ellos
para con el Señor por el carácter de la obra de ellos.
Y analizando más detenidamente los
detalles de esta Escritura, nosotros encontramos que hay, o puede haber, tres
clases de edificadores, y que la prueba de su obra tendrá lugar en un día
futuro. El apóstol dice, "si sobre este fundamento alguno edificare oro,
plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, la obra de cada uno se hará
manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la
obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará. Si permaneciere la obra de
alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quemare,
él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego. ¿No
sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si
alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo
de Dios, el cual sois vosotros, santo es." (versículos 12-17). Existen,
entonces, como se ha observado a menudo, el buen obrero y su obra buena, el
cual recibe una recompensa; el obrero que él mismo será salvo pero cuya obra es
mala y, por consiguiente, es quemada, y, por tanto, él sufre pérdida; y por
último, el obrero malo y su mala obra, y ambos por igual son destruidos.
Lo que se quiere decir por las palabras
'obras' o 'edificación' es manifiesto a partir del contexto. Es poner madera,
heno, hojarasca sobre el fundamento, en lugar de oro, plata, o piedras preciosas;
es decir, traer almas a la asamblea de Dios que están sin vida divina. Esto
puede ser llevado a cabo de dos formas; mediante la proclamación de doctrinas
falsas — doctrinas que subvierten las verdades del Cristianismo, desechando,
por ejemplo, la necesidad del nuevo nacimiento, o la necesidad de limpieza
mediante la sangre preciosa de Cristo, para que hombres naturales, hombres que
no tienen el Espíritu de Dios, sean introducidos en la Iglesia como resultado
de tal enseñanza; o ello puede ser hecho trayendo pública y manifiestamente a
la asamblea a aquellos que no son salvos por medio de la fe en el Señor Jesús, incluyéndolos
en la Iglesia de Dios al margen de aquellos que tienen el derecho de estar
adentro. Un tercer caso es posible; a saber, que el obrero se engañe en cuanto
al carácter verdadero de aquellos a quienes él puede introducir. En una o en
todas estas formas el obrero puede fracasar en responsabilidad para con Cristo
en cuanto al carácter de su edificación. Él puede, aparentemente, exteriormente
ante los ojos de los hombres, ser un edificador muy próspero y exitoso,
mientras que en realidad él puede estar apilando sobre el fundamento, madera,
heno, u hojarasca, para una futura y cierta destrucción. Ciertamente todos
deberían percibir cuán solemne es estar comprometido en edificar en relación
con la Iglesia de Dios, y al mismo tiempo saber que el carácter de la obra
realizada es de mucha más importancia que su alcance. Incluso en la parábola de
los talentos, la fidelidad y no el éxito es lo que suscita el elogio del Señor,
así también aquí es la naturaleza de la obra lo que hallara recompensa, no la
cantidad.
Una vez señalados los diferentes
caracteres de la edificación, lo siguiente que hay que observar es que la
revelación del carácter de la obra es dejada para un día futuro — de hecho, a
"el día", un término, entendemos, que significa la aparición del
Señor. Cualquiera que sea el tipo de edificación, que Sus siervos puedan
continuar mientras tanto, todo permanece hasta que el fuego — el fuego, como
siempre, siendo un símbolo de la santidad de Dios aplicada en juicio — prueba
la obra de cada hombre de la clase que ella sea. Nosotros podemos pensar o
juzgar que ciertos edificadores están haciendo mal su trabajo; pero, ¿quienes
somos nosotros para juzgar a los siervos de otro? Para su propio amo ellos están
en pie o caen. Además del hecho que nosotros no somos los jueces, no podemos
detectar la verdadera naturaleza de ninguna obra. Podemos poner a prueba los
métodos empleados mediante la palabra de Dios, pero en cuanto a la obra misma,
hay solamente Uno que tiene el discernimiento necesario, el conocimiento
infalible, y el estándar inerrante para evitar toda posibilidad de error; y Él
es Aquel a quien Juan vio en Apocalipsis, el cual estaba "vestido de una
ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro. Su
cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como
llama de fuego; y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un
horno; y su voz como estruendo de muchas aguas. Tenía en su diestra siete
estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro era como
el sol cuando resplandece en su fuerza." (Apocalipsis 1). Por
consiguiente, la obra de cada uno debe ser dejada hasta "el día" que
por el fuego será revelada, dejada para que sea manifestada después que el
perfecto estándar de fuego haya sido aplicado a ella por el propio Señor.
Sabiendo esto, en el próximo capítulo mismo Pablo dice a los Corintios que era
una cosa de poquísima importancia que él fuese juzgado por ellos, o por
tribunal o juicio humano, y les recuerda que él ni siquiera podía presentar un
juicio verdadero acerca de sí mismo, que el Señor es el juez, y por tanto nada
podía ser estimado verdaderamente hasta que el Señor viniera, "el cual
aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de
los corazones", etc. (1ª. Corintios 4).
En relación con la verdad de que toda
la obra de los siervos del Señor será dejada para juicio hasta que Él venga,
hay otro principio importante que hay que recordar. El principio es que
mientras tanto el Señor es paciente con la obra de Sus siervos. No queremos
decir que Él la aprueba, sólo que como el tiempo del juicio no ha llegado aún,
Él permite que la obra permanezca, y no se pronuncia acerca de su carácter. Por
lo tanto, si almas son llevadas equivocadamente a entrar en la casa de Dios, Él
trata con ellas conforme a su profesión, y las considera responsables por el
terreno en que están. Las epístolas confirman esta afirmación en todas partes. Tomen
por ejemplo 1ª. Corintios 10. Pablo recuerda a los santos "que nuestros
padres todos estuvieron bajo la nube, y todos pasaron el mar; y todos en Moisés
fueron bautizados en la nube y en el mar, y todos comieron el mismo alimento
espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la
roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo. Pero de los más de ellos
no se agradó Dios; por lo cual quedaron postrados en el desierto." (Versículos
1-5). Pues bien, ¿qué finalidad tuvo el apóstol al citar estos hechos de la
historia de Israel? Fue para aplicar a la iglesia de Dios en Corinto la
enseñanza que ellas presentaban, y a todos los que en cualquier lugar invocan
el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro. (1ª. Corintios
1:2). Él dice de manera expresa que estas cosas sucedieron a Israel como tipos
— tipos (o, ejemplos) para creyentes en todas las épocas; y por eso él advierte
a los santos acerca del peligro al que ellos estaban expuestos — el peligro de
codiciar cosas malas, y tentar a Cristo, de murmurar, etc. Los "si"
de las epístolas, como se les llama, enseñan la misma lección. Leemos así en
Colosenses 1: "Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y
enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado… si
en verdad permanecéis fundados y firmes
en la fe." Esto no significa que la reconciliación depende de nuestra
perseverancia en la fe, sino más bien que si nosotros continuamos en la fe ello
muestra (no a Dios, el cual conoce los secretos de todos los corazones) que
somos creyentes verdaderos, y si somos creyentes genuinos y no meramente
profesantes, que nosotros estamos reconciliados. Estos y otros pasajes del
mismo tipo demuestran de manera abundante que Dios acepta a todos según el
terreno que ellos asumen. Si ellos son traídos en el terreno del Cristianismo,
asociados con Cristo en Su muerte de manera profesada, se les habla como
Cristianos, ellos han venido bajo la responsabilidad de andar como tales, y se
les advierte de las consecuencias del pecado, de apartarse del Dios vivo, como
los hijos de Israel hicieron en el desierto.
(Véase Hebreos capítulos 3 y 4). Dios no les dice, «Vosotros sois
solamente profesantes, engañándoos a vosotros mismos y a los demás», sino que
Él se encuentra con ellos donde están, en Su palabra les proporciona pruebas
mediante las cuales los tales pueden descubrir fácilmente la verdad de la
condición de ellos, les advierte acerca de las obligaciones en que ellos han
incurrido por ser contados entre Su pueblo; pero la exposición y el juicio Él
los aplaza hasta "el día." No es que Él en Su gobierno los juzgue
ahora. Él lo hace, porque el juicio comienza por la casa de Dios, pero el
juicio público delante de todos es dejado hasta la aparición del Señor.
Otra prueba del principio arriba
mencionado se encuentra en la actitud del Señor, durante Su vida, hacia el
templo en Jerusalén. Los Judíos lo habían profanado de muchas formas — lo
habían hecho una casa de mercado (Juan 2) y una cueva de ladrones (Mateo 21),
pero Él aun así lo llamó la casa de Su Padre; y Él continuó reconociéndolo como
tal; hasta que juzgándolo finalmente dijo, "He aquí vuestra casa os es
dejada desierta. Porque os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digáis:
Bendito el que viene en el nombre del Señor." Mateo 23: 38, 39). E
inmediatamente leemos que, "Jesús salió y se fue del templo" (Mateo
24:1- JND). Hasta aquel momento, a pesar de los abusos y corrupciones que
habían crecido a su alrededor, Él había sido paciente con Su pueblo, y había
considerado el templo como la casa de Su Padre; pero ahora, una vez juzgados el
templo y ellos, la casa es dejada desierta al marcharse Él de ella. De la misma
forma — no obstante la infidelidad de Sus siervos, y con independencia de que
ellos pueden corromper realmente el templo de Dios — Él espera en Su paciencia
y gracia antes de pronunciar el juicio sobre él; y, como también en el caso del
templo Judío, Él todavía lo trata como la casa de Dios en la tierra.
Por consiguiente, nosotros llegamos a
la conclusión, sobre la base de esta enseñanza Escritural, que la casa de Dios
incluye, en este aspecto más amplio, a todos los que han sido traídos al
terreno del Cristianismo, no solamente las piedras vivas como en 2ª. Pedro,
sino también todos aquellos que los siervos del Señor, en su responsabilidad
individual como edificadores, han introducido, sean ellos creyente o solamente
profesantes. Con la palabra de Dios en nuestras manos, podemos ser tentados a
rechazar la obra de este o aquel siervo, considerándola inútil; pero todos
deben recordar, añadimos nuevamente, que nosotros no somos los jueces, que el Señor
a Su propio tiempo manifestará de qué tipo es la obra de cada uno, y que
mientras tanto no debemos rechazar lo que el Señor no ha rechazado; es decir,
debemos reconocer igualmente este aspecto de la casa de Dios en la tierra. La
salvación no está asegurada, tal como muestra esta Escritura, por estar en la
casa de Dios. Madera, heno, y hojarasca están de igual manera que el oro, la plata,
y las piedras preciosas. Y además, jamás se ha de olvidar que el fuego probará
cada parte de ello. Por lo tanto, es algo solemne — solemne tanto desde el
punto de vista de la responsabilidad actual como del juicio futuro — estar
adentro. Es también un privilegio precioso estar dentro de la esfera de la habitación
y la acción del Espíritu Santo; este mismo privilegio, descuidado y
menospreciado, llega a ser el terreno del juicio en un día futuro. La
Cristiandad — porque para todos los propósitos prácticos la Cristiandad expresa
la extensión de la casa de Dios — será, por este mismo motivo, la escena de
juicios sin parangón. La medida de luz es la medida de responsabilidad, y la
historia de Babilonia en el Apocalipsis revela el carácter de los horribles
juicios que caerán sobre una iglesia sin Cristo, sobre aquello que todavía pretende
ser la iglesia, pero de lo cual el Espíritu Santo se ha marchado desde hace
mucho tiempo, y que Cristo desde hace mucho tiempo vomitó de Su boca
(Apocalipsis 3).
Sin embargo, el juicio del que aquí se
habla es más especialmente el de los edificadores. Aquel cuya obra permanece recibe
una recompensa. Llamado y cualificado por la gracia para Su servicio, y
verdaderamente sostenido en él por el poder divino y la gracia divina, la misma
gracia le recompensa por su fiel labor. El principio se puede ver en Mateo
25:14, etc.; Lucas 19:12, etc.; Efesios 2:10). Aquel cuya obra no logrará
resistir la prueba del fuego santo, y ella sea consumida como madera, heno, u
hojarasca, él mismo es salvo, como quien pasa a través del fuego, pero sufre
pérdida. Él había sido descaminado, aunque era un creyente verdadero —
descaminado por pensamientos y razonamientos humanos, y, trabajando según los
métodos del hombre, él había perdido de vista el verdadero carácter de la casa
de Dios, y por tanto, todo su servicio fue en vano, y no solamente es
considerado sin valor, sino que atrae sobre sí mismo (sobre dicho servicio) el
fuego consumidor del juicio. Por lo tanto, el siervo sufre pérdida; él no
solamente no recibe recompensa alguna, sino que también tiene que ver que todas
las energías de su profesada vida de trabajo para el Señor han estado mal
encaminadas y en total oposición al pensamiento de su Señor. El tercer caso es
aún más triste; es el caso de un siervo malo que destruye (o, corrompe) el
templo de Dios. Él había asumido el lugar de un edificador, y había trabajado,
puede ser con tesón, según sus propios pensamientos; pero mediante su
predicación él ha corrompido el Cristianismo, negando sus doctrinas
fundamentales, y adaptándola a las preferencias del hombre natural. Siendo él
mismo una persona no convertida, él podría haber sido un maestro sabio, un
hombre de progreso e intelectualidad, uno que se había librado de las
tradiciones y supersticiones de épocas pasadas (como hablan los hombres), y
había conocido cómo armonizar las enseñanzas de la Biblia con las
especulaciones de la ciencia y la filosofía; por consiguiente, un hombre de
espíritu amplio y católico (o, universal), que consideraría a todos los
hombres, en una tierra como esta (Gran Bretaña), como siendo ellos Cristianos,
negando la diferencia entre salvos y no salvos, trayendo a todos por igual bajo
el marco de la Iglesia. Pero el tiempo del juicio finalmente ha llegado, cuando
su obra es examinada, no por la luz de la razón y de las ideas del hombre, sino
en la del fuego de la santidad de Dios; ¿y cuál es el resultado? No solamente
son consumidos la madera, el heno, y la hojarasca que un obrero tal había
puesto sobre el fundamento de la casa de Dios, sino que también él mismo es
destruido (phtheiro) porque él ha corrompido (phtheiro) el templo
de Dios. ¡Qué advertencia para los maestros de la Cristiandad, así como, de
hecho, para todos los que asumen el lugar del servicio en relación con la
Iglesia de Dios! Que todos puedan interiorizarlo y, en anticipación al momento
cuando la obra de cada uno será hecha manifiesta, puedan procurar formar una estimación
verdadera de su servicio en la luz de la presencia de Dios, y de Su palabra.
Quedan por hacer aún dos observaciones;
la primera como precaución, y la segunda como guía. El error fundamental del
catolicismo romano, como de hecho también lo es el de la elevada adherencia a
los principios de una iglesia establecida y al 'sacerdotalismo' (la creencia de
que los sacerdotes actúan como mediadores entre Dios y los hombres), si no es
inherente en el principio de todas las iglesias Estatales, radica en la
atribución a la casa de Dios como edificación del hombre de lo que pertenece
solamente a la Iglesia que Cristo mismo edifica. La Iglesia que Cristo edifica
es indestructible; las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. No es así
con el catolicismo romano (o la iglesia edificada por el hombre en cualquier
parte), sino que "en un solo día vendrán sus plagas; muerte, llanto y
hambre, y será quemada con fuego; porque poderoso es Dios el Señor, que la
juzga." (Apocalipsis 18:8). Por lo tanto, es siempre necesario, cuando se
habla de la Iglesia de Dios, y de lo que se dice de ella en Su palabra (si
queremos ser preservados del error, o de un concepto erróneo en cuanto a sus
privilegios y sus reivindicaciones) distinguir cuidadosamente entre los dos
aspectos que son presentados en las Escrituras. En segundo lugar, encontramos
en 2ª. Timoteo toda la instrucción necesaria para nuestra senda y nuestra
conducta en medio de todas las corrupciones que el hombre ha introducido en la
casa de Dios. "Sin embargo," Pablo dice, "el fundamento de Dios
se mantiene firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y:
Apártese de la iniquidad todo aquel que nombra el nombre del Señor. Pero en una
casa grande, hay no solamente vasos de oro y de plata, sino también de madera y
de barro: y algunos son para honra, y otros para deshonra. Si pues alguno se
habrá limpiado de éstos, separándose él
mismo de ellos, será un vaso para honra, santificado, útil al dueño, y
preparado para toda obra buena. Mas huye de las pasiones juveniles, y sigue
tras la justicia, la fe, el amor, la paz, con los que invocan al Señor con
corazón puro." (2ª. Timoteo 2: 19-22 – JND). El hombre puede poner malos
materiales sobre el fundamento, pero no puede alterar el fundamento mismo; él
puede confundir la diferencia entre los salvados y los no salvados, pero el
Señor no es engañado, Él conoce a los que son Suyos; y la responsabilidad que
recae sobre todo aquel que nombra el nombre del Señor, mientras espera el día
que manifestará todo, es apartarse de la iniquidad. Luego el apóstol nos
recuerda que a través de la actividad de maestros de malas doctrinas (véase 2ª.
Timoteo 2: 16-18, etc.), la Iglesia en su presentación exterior al mundo, se ha
convertido como en una casa grande que contiene tanto vasos buenos como vasos
malos. Los siervos del Señor deben limpiarse de los vasos de deshonra si
quieren estar calificados para la aprobación y el servicio del Dueño. Además,
ellos deben huir de las pasiones juveniles. En otras palabras, ellos deben separarse
tanto del mal eclesiástico como del mal moral; y han de ser hallados
practicando toda la gracia y la virtud Cristianas, junto con los que invocan el
nombre del Señor con corazón puro. Tal es la senda para el santo en medio de la
abundante y creciente corrupción de este día malo. Que el Señor dé cada vez más
a Su amado pueblo sabiduría para discernirla, y fortaleza para andar en ella
para alabanza de Su santo nombre.
6.
Aspecto final de la Iglesia
Efesios 2: 19-22; Apocalipsis 21: 2, 3
El aspecto final de la Iglesia como la
casa de Dios en la tierra es el presentado en esta Escritura; — a saber, el del
templo. De 1ª. Corintios capítulo 6 nosotros sabemos que el cuerpo de los
creyentes es el templo del Espíritu Santo, y de 2ª. Corintios capítulo 6 que
los creyentes, en su conjunto, son el templo del Dios viviente; pero el templo
en Efesios capítulo 2 difiere de estos en que no está aún completo. El apóstol
dice que los santos son "edificados sobre el fundamento de los apóstoles y
profetas (del Nuevo Testamento, obviamente), siendo la principal piedra del
ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo
para ser un templo santo en
el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios
en el Espíritu." (Efesios 2: 19-22). Ellos eran edificados así juntamente
como la morada de Dios, pero el templo
estaba en el proceso de
edificación — estaba creciendo.
Esto muestra muy claramente que el templo,
en este aspecto, incluye a todos
los santos de Dios de esta época de la gracia, desde el día de Pentecostés
hasta el regreso del Señor; mientras que la
casa o la morada de Dios, tal como ha sido explicado anteriormente, es
considerada como completa en cualquier momento dado. Así es también, de hecho,
con respecto a la Iglesia como el cuerpo de Cristo. En Efesios 1: 22, 23,
nosotros leemos que Dios ha puesto todas las cosas bajo los pies del Cristo
resucitado, y Le ha constituido cabeza sobre todas las cosas, con respecto a Su
Iglesia, la cual es Su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.
En otras Escrituras, donde el cuerpo de Cristo es mencionado, este está
compuesto de todos los creyentes que existen en cualquier momento dado; pero en
este lugar el cuerpo de Cristo es visto como compuesto de todos los santos de
esta época de la gracia — la Iglesia en su totalidad y compleción (cualidad de
completa). Por consiguiente, el templo "creciendo" nos recuerda que
Cristo está edificando aún Su Iglesia, y que Él continuará edificando hasta que
el tiempo de Su paciencia finalice al levantarse Él de Su asiento, cuando Él,
habiendo ahora terminado Su obra como edificador, traerá a Su esposa, y se la
presentará a Sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tiene mancha ni arruga ni
cosa semejante, sino que ha de ser santa y sin mancha.
Si volvemos ahora una vez más a
Apocalipsis 21 encontraremos los mismos dos aspectos — la Iglesia como la
esposa de Cristo, y como el tabernáculo (no aquí el templo de Dios). "Y yo
Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios,
dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo
que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con
ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios."
(Apocalipsis 21: 2, 3). El primer cielo y la primera tierra no existían ahora,
y un cielo nuevo y una tierra nueva asumen existencia por la palabra de Dios;
una escena en la que la justicia podía morar eternamente. En una palabra, la
nueva creación, tanto interior como exterior, había sido consumada. La Iglesia,
la Esposa, la esposa del Cordero, que había estado asociada con Él en los
cielos en el perfecto disfrute de la intimidad de Su amor, desciende ahora sobre
la tierra nueva, y en relación con esto es que es hecha la proclamación, "He
aquí el tabernáculo de Dios con los hombres." En la tierra ella había sido
Su morada en el Espíritu, y ahora, completada como el templo, ella ha llegado a
ser Su tabernáculo por la eternidad, un privilegio especial que a los santos de
otras épocas — es decir, los "hombres" de esta Escritura, bendecidos
al máximo y de manera perfecta como ellos lo serán — no se les permite
compartir. Ellos rodean el tabernáculo, y Dios morará así con ellos, y los
traerá al disfrute de la relación con Él como Su pueblo, y Él estará con ellos
de manera manifiesta, y será su Dios.
La pregunta puede ser planteada en
cuanto a la significancia de los diferentes apelativos que hemos mencionado —
casa, templo, y tabernáculo. El término "casa", como será evidente
para el lector más sencillo, lleva siempre con él la idea de una morada, una
habitación. La Iglesia como la casa de Dios es, por tanto, Su morada — Su morada
en la tierra, como no se puede dejar de recordar muy frecuentemente. El
pensamiento conectado con "templo" en los tres lugares en los que se
encuentra (1ª. Corintios capítulos 3 y 6; 2ª. Corintios capítulo 6), es el
pensamiento de santidad; como por ejemplo, "el templo de Dios, el cual
sois vosotros, santo es." Pero lo que constituye la santidad del templo es
el hecho de la presencia divina, y por otra parte, juntamente con eso, quizás
puede ser asociado el pensamiento adicional de lo que es debido a Aquel de
quien es el templo. Dios, el cual reside en el templo, es santo, y aquellos que
lo forman deben ser santos, tal como, de hecho, leemos en los Salmos, "La
santidad conviene a tu casa, Oh Jehová, por los siglos y para siempre."
(Salmo 93:5). Y además, "Adorad a Jehová en la hermosura de la santidad."
(Salmos 29:2; 96:9). Por tanto, hay sin duda un motivo muy especial para el uso
de la palabra tabernáculo en Apocalipsis 21. El lenguaje usado proporciona la clave.
Retrocediendo al libro de Levítico leemos, "Y pondré mi morada en medio de
vosotros, y mi alma no os abominará; y andaré entre vosotros, y yo seré vuestro
Dios, y vosotros seréis mi pueblo." (Levítico 26: 11, 12). Este fue el
deseo del corazón de Dios — un deseo frustrado por el pecado y la iniquidad de
Su pueblo. Él "dejó, por tanto, el tabernáculo de Silo (véase Josué 18:1),
La tienda en que habitó entre los hombres, Y entregó a cautiverio su poderío, Y
su gloria en mano del enemigo." (Salmo 78: 60, 61). Y después que el
templo de Salomón había sido edificado, Jehová habló por medio de Jeremías con
respecto a él, "(Yo) pondré esta casa como Silo, y esta ciudad la pondré
por maldición para todas las naciones de la tierra.” (Jeremías 26:6 – LBLA).
Jehová fue fiel a Su palabra, porque Su pueblo se mofaba "de los
mensajeros de Dios, y despreciaban las palabras de él, y hacían escarnio de sus
profetas, en grado que subió de punto la ardiente indignación de Jehová contra
su pueblo, hasta no haber remedio. Por lo cual él trajo contra ellos al rey de
los Caldeos, que mató a espada sus guerreros escogidos en la Casa de su
Santuario;… Y todos los vasos de la Casa de Dios, así grandes como pequeños,
con los tesoros de la Casa de Jehová, y los tesoros del rey y de sus príncipes,
lo hizo llevar todo a Babilonia. Incendiaron también la Casa de Dios,"
etc. (2º. Crónicas 36: 16-19 – VM). Después de setenta años el remanente que
regresó de Babilonia edificó de nuevo la casa de Jehová; pero cuando Él vino
súbitamente a Su templo (Malaquías 3:1), Su pueblo Le rechazó y Le crucificó, y
finalmente este templo, juntamente con Jerusalén, fue destruido por los
Romanos.
Por lo tanto, Dios no pudo morar en
medio de Su pueblo, tal como Él deseó. En consecuencia, encontramos al profeta
Ezequiel hablando de una época futura, cuando Israel habrá sido restaurado en
su propia tierra, y cuando el David verdadero será rey sobre ellos, entregando
este mensaje, "Estará en medio de ellos mi tabernáculo, y seré a ellos por
Dios, y ellos me serán por pueblo" (Exequiel 37:27); y esta promesa no fue
más que parcialmente cumplida. Por lo tanto, es evidente que el término
tabernáculo en Apocalipsis 21 se refiere a estas Escrituras; es evidente que,
de hecho, la primera expresión externa del propósito de Dios de tener Su eterna
morada en medio de Su pueblo es vista en el campamento de Israel; que Su tabernáculo
en el desierto, rodeado por las doce tribus, fue tanto un tipo como una
profecía, y que una vez más la morada más perfecta del milenio llega a ser
también una figura de Su perfeccionado tabernáculo en la eternidad.
Por consiguiente, la escena en
Apocalipsis 21 es la consumación de los eternos propósitos de gracia de Dios, y
por tanto, el resultado pleno de la eficacia de la sangre preciosa de Cristo.
Juan el Bautista había anunciado a nuestro Señor como el Cordero de Dios que
quita el pecado del mundo; y aquí encontramos que la obra esta hecha. Por eso
leemos, "Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá
muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas
pasaron." (Apocalipsis 21:4). Una vez quitado el pecado, su amargo fruto,
con todos sus dolores, ha desaparecido también; y así Dios ha enjugado para
siempre las lágrimas de Su pueblo. Además, una consecuencia adicional es que Él
puede morar ahora de esta manera perfecta en medio de los redimidos. Él es ahora
todo en todo; Él mismo en todo lo que Él es, como Padre, Hijo, y Espíritu
Santo, llena la escena, la fuente eterna de la felicidad eterna de sus santos
glorificados.
Esta es la revelación final de la
Iglesia como la morada de Dios. Pero durante los mil años, después que la
Iglesia ha sido arrebatada a las nubes, al encuentro del Señor, en el aire,
Jehová morará una vez más en la tierra. Primero el templo será reconstruido en
incredulidad, y no será reconocido por Jehová (véase Isaías 66: 1-6); pero este
será sustituido por uno edificado por medio de instrucciones divinas, y según
medidas divinas. (Véase Ezequiel capítulos 40 a 42). A este templo Dios
regresa, como es visto
en visión por el profeta: "y
he aquí la gloria del Dios de Israel, que venía del oriente; y su sonido era
como el sonido de muchas aguas, y la tierra resplandecía a causa de su gloria. Y el aspecto de lo que vi era como una visión, como aquella
visión que
vi cuando vine para destruir la ciudad; y las visiones eran como la visión que
vi junto al río Quebar; y me postré sobre mi rostro. Y la gloria de Jehová entró en la casa por la vía de la puerta que daba
al oriente. Y
me alzó el Espíritu y me llevó al atrio
interior; y he aquí que la gloria de Jehová llenó la casa." (compárese
con Éxodo 40:35;
2º. Crónicas 5:14; Hechos 2:2). "Y oí uno que me hablaba desde la casa;
y un varón estaba junto a mí, y me dijo: Hijo de hombre, este es el lugar de mi trono, el lugar donde
posaré las plantas de mis pies, en el cual habitaré entre los hijos de Israel
para siempre; y nunca más profanará la casa de Israel mi santo nombre,"
etc. (Ezequiel 43: 2-7;
véase asimismo Ezequiel capítulos 44 y 45).
Vemos por tanto que Dios ha tenido, y tendrá, Su morada en la
tierra en cada época o dispensación sobre la base de la redención. Habiendo
sacado a Su pueblo de Egipto, Él habló a Moisés, diciendo, "que hagan un
santuario para mí, para que yo habite entre ellos." (Éxodo 25:8 – LBLA).
De allí en adelante, tal como hemos trazado de la lectura de las Escrituras, Él
continuó morando en la tierra. El templo tomó el lugar del tabernáculo, la
Iglesia sustituyó al templo, el templo será reedificado una vez más en el
milenio; y al final de todo, cuando las primeras cosas hayan pasado, y todos
los propósitos de Dios en gracia y redención hayan sido cumplidos, la Iglesia es
vista en la tierra nueva como el tabernáculo de Dios. En un aspecto, el mismo
pensamiento es expresado por la casa en cada época o dispensación; a saber, el
gozo de Dios rodeándose Él mismo de Su pueblo redimido, y el deleite de Dios
por ser Él la fuente del objeto del gozo de ellos y el objeto de la adoración y
alabanza de ellos. Sin embargo, Sus moradas en la tierra no son más que las
anticipaciones de Su casa perfeccionada en el estado eterno — de ese templo que
está creciendo silenciosamente incluso ahora, cuando piedra tras piedra es
colocada en su lugar señalado sobre el Fundamento viviente, y que, cuando dicho
templo sea completado, después de la finalización de todas las dispensaciones
terrenales, llegará a ser Su tabernáculo por toda la eternidad.
E. Dennett
Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Diciembre/2018.-
Título original en inglés: THE HOUSE OF GOD, by Edward Dennett
Versión Inglesa |
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