LO QUE CARACTERIZA AL CRISTIANO
Y ASEGURA SU
BENDICIÓN
Todas
las citas bíblicas se encierran entre
comillas dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera
Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las
comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales como:
JND = Una traducción literal del Antiguo
Testamento (1890) y del Nuevo Testamento (1884) por John Nelson Darby
(1800-82), traducido del Inglés al Español por: B.R.C.O.
RVA = Versión Reina-Valera 1909 Actualizada
en 1989 (Publicada por Editorial Mundo Hispano)
VM = Versión
Moderna, traducción de 1893 de
H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY,
Suiza).
Romanos 8
J. N. Darby
{Un folleto publicado por
Morrish.}
No se puede dejar de remarcar
cómo, en este capítulo, la condición completa de un Cristiano es identificada
con el Espíritu Santo. Lo que a él lo constituye como un Cristiano es el sello
del Espíritu Santo — y esto lo caracteriza realmente como tal. La primera parte
del capítulo nos presenta el Espíritu en poder dador de vida; luego, en segundo
lugar, Dios en nosotros; y al concluir encontramos la seguridad de la bendición,
"Dios es por nosotros." Lo que nos da nuestro carácter es Dios en nosotros; lo
que nos asegura es Dios es por nosotros. Se trata de algo
enteramente individual, porque nosotros no tenemos aquí a la iglesia formada
por la presencia del Espíritu Santo. Los cuatro primeros versículos forman un
resumen de la primera parte de la epístola, a saber,
"Ahora pues, ninguna
condenación hay para los que están en Cristo Jesús, {*} porque la ley del
Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la
muerte. Porque Dios hizo lo que era imposible para la ley, por cuanto ella era
débil por la carne: Habiendo enviado a su propio Hijo en semejanza de carne de
pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justa
exigencia de la ley fuese cumplida en nosotros que no andamos conforme a la
carne, sino conforme al Espíritu." (Romanos 8: 1-4 – RVA).
{*}
N. del T.: En Romanos 8:1 la frase los que no andan conforme a la carne, sino conforme
al Espíritu no está
en los mejores manuscritos.
En el capítulo 5 de esta
epístola a los Romanos se nos muestra de qué manera Dios en gracia había hecho
que nosotros tengamos paz para con Él, nos justificó y nos trajo el perdón de pecados;
y entonces el amor de Dios es
derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo. Solamente allí se había
hablado de Él antes del capítulo 8. Esto responde al versículo 1.
En la parte subsiguiente
(Romanos capítulos 6, 7) nosotros tenemos la manera en que encontramos
liberación de nuestro estado como
hijos de Adán, "la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado
de la ley del pecado y de la muerte." (Romanos 8:2). Luego (versículo 3)
"el pecado en la carne" es condenado en la cruz. Por tanto, el perdón
y la justificación están fundamentados en que Cristo fue "entregado a
causa de nuestras transgresiones, y fué resucitado para nuestra
justificación" (Romanos 4:25 – VM); de este modo, con respecto a la
liberación de una naturaleza pecaminosa por haber sido dicha naturaleza
condenada en la cruz: "Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de
pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne." En lo que
respecta al poder, "la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha
librado de la ley del pecado y de la muerte. "Entonces, el resultado
práctico, en virtud de no estar bajo la ley, es que "la justicia de la ley"
se cumple en nosotros que andamos "conforme al Espíritu." Hay mucho
más en esto que en andar correctamente conforme a la ley. Nosotros tenemos a
Cristo como nuestra justicia, "el cual nos ha sido hecho por Dios
sabiduría, justificación" (1ª. Corintios 1:30), en contraste con la ley,
la cual sería nuestra propia justicia. Tenemos entonces el andar manifestando
la vida de Cristo, El Espíritu de Dios como el poder para esto, en contraste
con la ley. La ley no daba la justicia requerida, y no daba poder alguno sobre el
pecado. En contraste con la justicia de la ley, yo tengo a Cristo como mi
justicia; y por consecuencia, en contraste con el pecado morando en mí, y
obtengo el poder de vida de Cristo por medio del Espíritu Santo que mora en mí,
y ahora yo no he de andar "conforme a la carne." (Romanos 8:4).
La ley condenaba lo que era
malo, pero me dejaba andando en ello. Pero yo ando ahora conforme a otra cosa,
"al Espíritu." Y lo que es de suprema importancia para nosotros es
que tenemos un Objeto para nuestros corazones. La ley no da vida alguna,
ninguna fuerza, ningún objeto. Ella me dice que yo debo amar a Dios. Y si yo
pregunto ¿Qué es Él? ¡Yo obtengo un silencio perfecto! Ella no me dice nada
acerca del Dios que yo he de amar. Ella es Su demanda de obediencia perfecta,
justa. Eso es todo lo que la ley puede decirme acerca de Dios — que Él demanda
obediencia. Se trataba de una obediencia obligada, y una maldición en caso de
fracaso. Ella me juzga si no obedezco, pero no me da objeto alguno. El corazón
debe tener algún objeto — sea este objeto un objeto bueno o un objeto malo. Yo
tengo ahora el Objeto del Espíritu — Cristo. Él toma las cosas de Cristo y me
las muestra. "Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, Ni han subido en
corazón de hombre,
Son las que Dios ha
preparado para los que le aman." (1ª. Corintios 2:9). Generalmente las
personas se detienen allí. Es una referencia a Isaías 64, y lo que el apóstol
está afirmando es que ello no es
verdad ahora: "Pero a nosotros nos las ha revelado Dios por medio de su
Espíritu." (1ª. Corintios 2:10 – VM). Eso es exactamente lo contrario;
porque, "nosotros hemos recibido, no el espíritu del mundo, sino el
Espíritu que es de Dios; para que conozcamos las cosas que nos han sido dadas
gratuitamente por Dios." (1ª. Corintios 2:12 – VM). No solamente yo tengo
vida, como nacido de Dios, sino que tengo a Uno que (a través de esta Palabra
bienaventurada como el medio) revela cosas idóneas para esta vida. Es el
Espíritu Santo el que toma estas cosas y me las presenta como los objetos para que
la nueva naturaleza viva y se alimente. Dios nos las ha revelado por medio de
Su Espíritu, porque el Espíritu escudriña todas las cosas.
Obviamente, la vida debe estar allí en primer lugar. Esto
se supone, pero es más. Supongan que yo nazco de Dios, eso no me revela nada.
Pero toda naturaleza se alimenta de aquello que le pertenece, y es idóneo para
ella: tal como la naturaleza animal, por ejemplo. Yo no encuentro aquí una ley
para mí como hombre en la carne, sino una naturaleza nueva y una vida nueva, la
vida de Cristo en nosotros, la cual tiene ciertos deseos, afectos, y
esperanzas. Pero, ¿dónde están las cosas que responden a ellas?
Por lo tanto, el Espíritu Santo
es dado como el revelador de las cosas que pertenecen a la nueva naturaleza.
Todo lo que un padre tiene pertenece, en cierto sentido, a su hijo; el hijo
habla de manera natural de 'nuestro' hogar, 'nuestro' coche, y cosas por el
estilo, y aun así, no tiene nada que sea suyo. Todo esto está muy bien.
Nosotros hemos sido llevados
así al Padre como hijos, y tenemos el Espíritu Santo morando en nosotros, para
que podamos disfrutar las cosas que pertenecen a la relación.
Decir esto es una cosa
maravillosa, y es una cosa diferente de haber nacido de Dios; es más que la
posesión de vida. Cada cosa tiene su lugar, y una manera diferente en la que
obra. El Espíritu es el manantial y la fuente de vida, y entonces mora en
nosotros. De la Escritura yo obtengo la verdad misma: todos nosotros somos los
hijos de Dios, como nacidos de Dios, por medio de la fe en Cristo Jesús: por lo
tanto, habiendo creído, fuimos sellados con el Espíritu Santo. (Efesios 1:13).
Nosotros llegamos a ser hijos por el hecho de creer, y luego, después de creer,
somos sellados. Dios no puede sellar a un incrédulo. ¡Sellar el pecado y la
iniquidad! No puede ser. Él sella a un creyente. "El que cree en mí… de
adentro de él fluirán ríos de agua viva. Esto empero lo dijo respecto del
Espíritu, que los que creían en él habían de recibir; pues el Espíritu Santo no
había sido dado todavía, por cuanto Jesús no había sido aún glorificado."
(Juan 7: 38, 39 – VM). Nosotros encontramos aquí el secreto de cómo y por qué
nosotros recibimos el Espíritu Santo, y por qué Él da también libertad y gozo. "Si
no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo
enviaré." (Juan 16:7). La venida del Espíritu Santo en el día de
Pentecostés es una cosa distintiva y definida, y no debe ser confundida con Su
obrar de una manera divina previamente. El Hijo creó el mundo, pero no vino al
mundo hasta la encarnación. El
Espíritu Santo obró pero no vino a
tomar un lugar en el mundo hasta Pentecostés. Esto dependía de que el Señor se
fuera y fuese glorificado. ¿Qué cosa fue que Él fuese glorificado? ¡Fue algo
inmenso! Fue Dios llevando al hombre, el ser que mereció ser expulsado de la
presencia de Dios, a la gloria de Dios, en Cristo mismo, y a los que creen en
Él. Después de la consumación de la obra perfecta de redención, entonces Él
puede enviar el Espíritu Santo como un testimonio de que la obra está hecha. En
el momento que Cristo ascendió y hubo tomado Su lugar, en justicia, en la
presencia del Padre, el Espíritu Santo desciende aquí como la consecuencia de
que el Hombre está en la gloria de Dios. ¿Por qué está Él allí? Porque la obra
de quitar el pecado fue consumada de manera perfecta, y habiendo Él efectuado
la purificación de nuestros pecados por medio de
Sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las Alturas. (Hebreos 1:3).
Ahora el Espíritu Santo puede descender para asegurarnos de ello. El lugar al
que Él conduce es evidentemente la gloria, porque Cristo está allí. Cristo y
los santos reciben su porción de la misma manera, uno tras otro. Aquel a quien
el mundo rechazó, Dios lo ha establecido allí; y Él dice, "Padre, aquellos
que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo."
(Juan 17:24). "Todos [vosotros] sois hijos de Dios por medio de la fe en
Cristo Jesús" (Gálatas 3:26 – RVA), " Y por cuanto sois hijos, Dios
envió a vuestros corazones el Espíritu
de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!" (Gálatas 4:6).
En el tipo del Antiguo Testamento el hombre era lavado con agua en
primer lugar, luego era rociado con sangre y después era ungido con aceite.
Este es el modo en que nosotros recibimos el Espíritu Santo. El Consolador desciende
cuando todo está consumado; habiendo Cristo ascendido, cuando Él hubo efectuado
la purificación de nuestros pecados. El Espíritu es el sello de esto, siendo en
nosotros la garantía (las arras) y el revelador de todo aquello en lo que
Cristo ha entrado. Cuando yo he encontrado la obra de Cristo como una obra
eficaz de liberación, siendo hecho blanco como la nieve, yo soy sellado por el
Espíritu Santo el cual me ha dado testimonio de la sangre de Cristo, y Él es
entonces el poder de vida en Cristo que mora en mí, para libertad y gozo.
Por lo tanto, el Espíritu es el poder de vida, a causa de la justicia.
Usted obtiene la revelación de esto hasta que llegamos al versículo 11 de este
capítulo 8 de Romanos, donde Él es también el poder de nuestra liberación final
— siendo el cuerpo renovado para la gloria. Usted tiene primero el Espíritu
como presentando los objetos de esta vida. La ley me dice lo que es correcto,
dentro de sus límites, pero el Espíritu Santo me presenta objetos que satisfacen
y llenan al nuevo hombre. Él produce justicia, porque "el fruto del
Espíritu es amor, gozo, paz, etc." (Gálatas 5:22). Él lo hace tomando de
las cosas de Cristo y mostrándomelas, dándome así un objeto divino, para que yo
viva en la fe del Hijo de Dios, "el cual me amó y se entregó a sí mismo
por mí." (Gálatas 2:20). "Por ellos yo me santifico a mí mismo, para
que también ellos sean santificados en la verdad." (Juan 17:19). Todas las
cosas que son verdaderas yo las obtengo en la persona que amo, y yo estoy
apegado a ellas. Hay cualidades que yo puedo admirar. Cuando yo las encuentro
en mi padre o en mi madre, ¿las estimo yo con frialdad? No, yo me deleito en
ellas, porque están en mi padre o en mi madre. Así pues con las cosas de
Cristo. Yo encuentro las cualidades en la Persona que amo. El Espíritu toma de
ellas y me las muestra, y yo soy transformado en la misma imagen, creciendo en
todo en Él, a quien el Espíritu mantiene ante mí. El apóstol trabajaba así a
fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre (Colosenses 1:28) —
tomando de lo que hay en Cristo y plantándolo en mi corazón, a fin de que
Cristo sea formado en mí — para hacerme crecer en todos los aspectos en Él.
¿Cuáles son "las cosas del Espíritu? ¿Podría el Espíritu Santo
tomar las cosas del mundo y hacer que ellas sean objetos para usted? Decir eso
sería blasfemia. "El hecho de ser de ánimo carnal no es un estado de la
mente, sino la naturaleza. El hecho de ser de ánimo espiritual es vida y paz.
("Porque el ánimo carnal es muerte; mas el ánimo espiritual es vida y
paz." – Romanos 8:6 – VM). Hay gozo y deleite en estas cosas del Espíritu;
la conciencia no tiene nada que decir contra ellas, y el corazón se deleita en
ellas; y el carácter del Cristiano es formado por ellas. Todos estos rasgos en
Cristo se convierten en objetos en los que el corazón vive, llegan a ser así
característicos del Cristiano.
Esto es lo que Santiago denomina la ley de la libertad. Suponiendo que
mi hijo quisiera ir a la ciudad, y yo le digo que se quede y haga más bien sus
deberes escolares. Él obedece; pero esta no es la ley de la libertad: eso sería
decirle que vaya a la ciudad. La ley dice, Haz tus deberes escolares, en lugar
de lo que a usted le agrada. La gracia dice, ¡Ve al cielo, y me da el poder
para ir! El corazón y el mandamiento van por el mismo camino. Esto es el
Cristiano en su senda. En la medida que él es gobernado y guiado por el
Espíritu de Cristo, él tiene esta perfecta ley de la libertad en la cual
caminar: sus deseos no son conforme a la carne.
Hay tres maneras en que el Espíritu es presentado en relación con el
Cristiano. Aunque nacido de Dios, hasta que yo conozca la completitud {*} de la
redención yo albergo el pensamiento acerca de cumplir requerimientos y
considerar cuál será mi estado. Esto no es libertad, sino esclavitud.
{*}
N. del T.: Completitud = f. Cualidad de completo. (Fuente: Diccionario RAE.
Pero Cristo me ha redimido de
esa condición, y por medio de la gracia he entrado en este lugar de libertad. Yo
he aprendido que no vivo según la carne en absoluto, si es que el Espíritu de
Dios mora en mí. Yo estoy en Cristo, y en el Espíritu, y ninguna condenación
hay para los que están en Cristo Jesús. Usted está en lo que es perfectamente
contrario a la carne en su posición delante de Dios — en el Espíritu, no en la
carne en absoluto. Lo que es de Dios está en contraste con la carne; por eso la
Escritura dice "el Espíritu de Dios."
(Romanos 8:9).
La segunda manera en la cual
se habla de Él es como el Espíritu de Cristo. "Y si alguno no tiene el
Espíritu de Cristo, no es de él." (Romanos 8:9). Esto no es propósito o
elección, sino carácter. Nosotros somos llevados a estar en Cristo. Usted no puede
decir que una persona es Cristiana hasta
que Cristo more en ella. El hijo pródigo no tuvo el mejor vestido hasta que él
vino al padre — no pertenecía a la casa, sino que estaba de camino hacia ella.
Así fue en Egipto; cuando la sangre estuvo en los postes de la puerta ellos
tuvieron seguridad para salir, pero no estaban afuera, ¡y temían por sus vidas!
Ellos no tuvieron salvación hasta que se limpiaron de Egipto. Ellos temían a la
muerte y el juicio, precisamente las cosas que los sacaron. Pero cuando
atravesaron el Mar Rojo para estar en una nueva condición, libertados por Dios,
ellos cantaron el cántico de la "salvación" de Jehová. Esto es una
liberación completa y yo he hallado este lugar nuevo; yo estoy en Cristo, o más
bien, yo 'soy de' Cristo. Y si Cristo está en mí, al cuerpo no se le permite
vivir (Romanos 8:10). Yo digo a la carne, «no tengo nada que decirte; el cuerpo
está muerto.» Si él se mueve, es pecado. Entonces, ¿qué vida hay allí? El
Espíritu es vida ("Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto
a causa del pecado, mas el Espíritu es vida a causa de justicia." Romanos 8:10
– JND), así como lo que Él
producirá es justicia — el poder formativo de ella.
Después, en tercer lugar,
"el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús." (Romanos
8:11). Es el mismo Espíritu siempre, pero con resultados diferentes. Mi
resurrección es aquí la consecuencia de que el Espíritu Santo mora en mí: el cuerpo
propiamente dicho es libertado. Nosotros hemos tenido, en primer lugar, la
naturaleza de Dios en contraste con la carne. En segundo lugar, el Espíritu formando
a Cristo en mí. En tercer lugar, el Espíritu para la liberación final — no
antes de que el cuerpo sea glorificado. El clamor, "¿quién me librará de
este cuerpo de muerte?" (Romanos 7:24) es respondido completamente; libertado
en poder espiritual; entonces se nos dan objetos que pertenecen y son adecuados
a ello; y, por último, completa y finalmente en cuerpo de gloria.
Viene ahora otra cosa, la
segunda parte del capítulo. Se trata de mi condición personal; pero en esa
condición en que la relación personal es tratada ahora, fundamentada aún en el
Espíritu. "Pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud para estar
con temor, sino que habéis recibido un espíritu de adopción como hijos, en
virtud del cual nosotros clamamos: Abba, Padre." (Romanos 8:15 – JND). No
es que ustedes tengan que ver si acaso
son ustedes hijos por medio del Espíritu; sino que todos nosotros somos "hijos
de Dios por la fe en Cristo Jesús." (Gálatas 3:26). Los santos del Antiguo
Testamento no tuvieron esto, si bien fueron tan fieles como nosotros lo somos.
"Entre tanto que el heredero es niño, en nada difiere del esclavo, aunque
es señor de todo;… hasta el tiempo señalado por el padre… Pero cuando vino el
cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la
ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que
recibiésemos la adopción de hijos." (Gálatas 4: 1-5). Así que aquí somos
hijos de Dios, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios; y si somos
hijos, somos también herederos. ¿De quién? De Dios, y coherederos con Cristo.
Nosotros no hemos recibido un espíritu de esclavitud para estar con temor — como
los santos del Antiguo Testamento que temían la muerte. Nosotros somos hijos, y
conocemos nuestro lugar como tales, conforme a la palabra del Señor, "mi
Padre y vuestro Padre,… mi Dios y vuestro Dios" (Juan 20:17 – VM) — y el
Espíritu Santo llega a ser ahora la garantía (las arras) de la herencia.
¿Cuál es la consecuencia de
esto? Nosotros "padecemos juntamente con
él." No podemos tener el Espíritu de Cristo sin padecer. Yo debo tener, en
mi medida, los pensamientos y sentimientos de Cristo. Él no pudo estar en el
mundo y ver el pecado y la miseria, y no padecer. Nosotros no podemos sino
padecer. No se trata de padecer por
Cristo, ese es un privilegio dado a nosotros; porque "a vosotros os es
concedido a causa de Cristo, no sólo que creáis en él, sino también que
padezcáis por él." (Filipenses 1:29). Se trata de padecer con Él (Romanos 8:17).
No podemos dejar
de dolernos, si hay corazón alguno, como consecuencia de la conciencia de la
filiación. Sin embargo, nosotros estimamos "que los padecimientos del
tiempo presente no son dignos de comparar con la gloria venidera que nos ha de
ser revelada." (Romanos 8:18 – JND). Este es el tiempo del " anhelo
ardiente de la creación", no aún de "la manifestación de los hijos de
Dios." (Romanos 8:19).
Vean ahora cuáles son las
consecuencias. En primer lugar, la relación con Dios está cimentada; es segundo
lugar, yo soy un heredero en quien la gloria ha de ser revelada; soy un hijo,
soy un heredero, yo voy a tener todo lo que Cristo tiene; no solamente la casa
del Padre, sino el reino, la herencia en el cielo de todas las cosas.
Ellas son reveladas a mi
corazón ahora, y ellas son de Él; allí está la cosa grande y bienaventurada.
Tomen el Monte de la
Transfiguración, la Nueva Jerusalén, la casa del Padre; todas estas cosas me
hablan acerca de lo que yo tengo, y mi corazón avanza en el poder del Espíritu
Santo, regocijándose en el Señor siempre. El Espíritu de adopción me muestra
todas las cosas bienaventuradas a las que Cristo me lleva: ellas no han sido
manifestadas aún. Yo pertenezco al cielo, y estoy aún en un cuerpo que
pertenece a la tierra, de modo que yo debo y debiese sentir las cosas aquí.
¿Qué llevó a la creación a la esclavitud de la corrupción? ¿Cómo entró en ella?
A través de nosotros. ¿Y cómo saldrá ella? A través de nosotros, ¡cuando venga
la gloria! ¡Es un pensamiento hermoso! El efecto de la gloria de la nueva
creación es hacerme sentir lo que la vieja creación es. Nosotros la llevamos a
ello y la sacaremos de ello (Romanos 8: 20-22). "Sabemos que la creación
entera gime juntamente con nosotros, y a una está en dolores de parto hasta
ahora" (Romanos 8:22 – VM), aguardando la libertad de la gloria de los
hijos de Dios. Ella no puede entrar en la libertad de la gracia — el cuerpo no
puede; yo tengo que reprimirlo. Pero cuando venga la liberación de la gloria,
todo esto ha terminado. Nosotros obtenemos la gloria, pero la creación obtiene
la liberación. Este cuerpo me relaciona.
Con todos los dolores de este
mundo (Romanos 8:23); "nosotros mismos, que tenemos las primicias del
Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la
adopción, la redención de nuestro cuerpo." Nosotros no estamos deseando
que el alma sea salva, sino que el cuerpo sea liberado.
Mientras tanto, ¿qué hace el
Espíritu? "Él nos ayuda en nuestra debilidad." Nosotros gemimos
dentro de nosotros mismos. Ello no es egoísmo: es el Espíritu Santo quien nos
pone en ello. Es el Espíritu Santo de amor, de Dios, que siente el mal en la
senda del amor. ¿Es meramente egoísmo sentir qué es estar en un mundo como
este? Para nada. Cristo se dolió en amor. En virtud del gozo mismo y de la
gloria misma como las primicias del Espíritu, yo gimo. ¿Qué es ese gemido? Es
el Espíritu de Dios. Nuestros corazones se convierten en la voz de una creación
cuyo gemido sube a Dios. Pero el que escudriña los corazones sabe cuál es la
intención del Espíritu. ¡Qué palabra es esta! ¿Qué encuentra Él? ¿Encuentra Él
pecado en ello? No; sino la mente de Cristo: que es como Cristo. Él viene y
escudriña mi corazón, y Él encuentra allí la intención de Dios — ¡"lo que
es conforme a la voluntad de Dios"! Es el Espíritu de Dios en mí sintiendo
cosas en amor divino como en Cristo, y Él lleva a lo alto el gemido a Dios. ¿De
dónde viene eso? Del Espíritu de Dios. Mientras yo estoy esperando la
redención, he obtenido la condición relativa de hijo y heredero, lo cual me
convierte en el vaso de las compasiones de Dios, teniendo un vínculo que me
conecta con todo ello. La conciencia y el conocimiento mismos de toda esta
bienaventuranza hacen que yo sea consciente del estado de la creación que gime
hasta que el poder de Dios la libere. Yo no se qué pedir, o cómo pedirlo, pero
yo se esto: que todas las cosas cooperan juntas para el bien de los que aman a
Dios, los que son llamados según Su propósito. (Romanos 8:28 – VM). Yo no puedo
perforar las mallas del mal en el mundo, pero Dios sostiene la trama. Yo tengo
al Amo de toda la escena, aunque tengo el corazón que no puede entrar en todo,
y Él hace que todas las cosas cooperen juntas para el bien.
Ahora bien, Dios está por mí
(Romanos 8:31 – VM). Esto no es una obra en mí, sino por mí: no Dios en mí,
sino Dios por mí. ¿Qué diremos nosotros a estas cosas? Cuando Pablo ha
considerado todo el caso, sintió el gozo y sintió el mal, bueno, él dice, «Yo
se por medio del Espíritu Santo que Él ha dado a Su Hijo por mí cuando yo era
un pecador; y la conclusión es, Dios está por mí. Puede haber muchos adversarios
pero, ¿qué importa eso? Dios está por mí.»
Una palabra para la parte
final, para señalar que lo que obtenemos en ello es bueno para nosotros, y no decir
nada acerca de la obra en nosotros. Es el don del bendito Hijo de Dios. "¿Cómo
no nos dará gratuitamente también con él todas las cosas?" (Romanos 8:32 –
RVA). En el don de Su Hijo, Dios ya dio lo mejor en el cielo y, obviamente, Él
me dará todo lo demás que sea bueno para mí. ¿Quiero yo una prueba de que Él me
ama en algo menos? Él me da gratuitamente todas las cosas. Todo eso está muy
bien; pero ¿qué pasa con el pecado? Aquí Dios no está dando, sino que Dios es
el que justifica; ¿quién condenará? Así lo he aprendido todo. Hay un final para
esa pregunta. Todo está bien. Pero la muerte está en el camino, y la vida es
terriblemente peligrosa. ¿La muerte? Cristo murió; la muerte es entonces lo
mejor para mí. ¿La vida? Él es mi vida. ¿Lo alto? Cristo está a la diestra de
Dios, el lugar mismo donde yo aprendo toda la bendición. ¿Lo profundo? Él ha
descendido a lo profundo por mí. ¿Qué me separará del amor de Cristo? "De
Cristo", porque Él es un hombre. En el momento que yo digo Cristo, yo lo tomo
desde el trono de Dios
a las profundidades de la tierra, y desde la tierra nuevamente al trono de Dios,
¡y no encuentro nada más que a Cristo!
Además, nada me puede separar
del amor de Dios. Todo lo demás es una creación, y Dios es necesariamente más
poderoso que aquello que Él ha creado. Es amor divino. Aunque Cristo como
hombre estuvo en todas mis circunstancias pasando a través del poder del mal —
todo lo que yo podría pensar me separaría de Su amor. Él ha entrado en todo y
ha triunfado sobre todo lo que podía estar contra mí.
Hemos tenido así al Espíritu
como el poder de vida para andar en justicia; luego participando conmigo en
todas las penas de la senda aquí; y, finalmente, hemos sido llevados a
"Dios está por nosotros." Lo que yo deseo especialmente es que
nuestros corazones comprendan lo que es tener el Espíritu Santo morando en
nosotros, porque hemos sido lavados por la sangre de Cristo. ¿Va a usar usted
su cuerpo para el pecado, si él es el templo del Espíritu Santo? Hay miles de
cosas emanando de ello. Incluso la resurrección del cuerpo es porque Él mora en
mí. Esto es lo que caracteriza al Cristianismo. "Si alguno no tiene el
Espíritu de Cristo, el tal no es de él." (Romanos 8:9 – VM). Que nosotros
podamos permanecer siendo conscientes de esto, sabiendo que Cristo mora en
nosotros, y nosotros en Él.
"Y cantaban un nuevo
cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque…
con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y
nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos
sobre la tierra." (Apocalipsis 5: 9, 10).
J. N. Darby
Traducido
del
Inglés por: B.R.C.O. – Noviembre 2018.-