LA INTERCESIÓN DE CRISTO
J. N. Darby
Collected
Writings, Doctrinal, vol. 10, p. 304 (Original vol. p. 478)
Todas las citas
bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas
de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares
en que, además de las comillas dobles (""), se indican otras
versiones, tales como:
JND = Una traducción
literal del Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo Testamento (1884) por John
Nelson Darby (1800-82), traducido del Inglés al Español por: B.R.C.O.
VM = Versión Moderna,
traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones
Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).
Alguna obscuridad acerca de la doctrina de la intercesión de Cristo
parece envolver la mente de algunos santos, oscuridad que creo que sería
provechoso procurar disipar.
Algunos (y es un caso común) la sitúan en el lugar equivocado,
concretamente, como un medio de obtener justicia y paz, y debilitan así (y eso
debido a que ignoran) el verdadero carácter de la redención; otros, viendo que
esta redención es perfecta y completa, dejan a un lado la intercesión como
siendo ella incompatible con esa perfección, como si ella la debilitara o la
negara.
Ambos pensamientos son erróneos, y los dos confunden la naturaleza de la
intercesión de Cristo. La intercesión de Cristo no es el medio de obtener
justicia y paz. Usarla para ese fin produce daño; e impide, usada así, la
comprensión de que nosotros somos hechos justicia de Dios en Cristo (2ª. Corintios
5:21). También es dañoso negar su uso cuando nosotros conocemos a Cristo como
nuestra perfecta justicia. Hacer eso hace que esa justicia sea una seguridad
fría y sin corazón, destruyendo el sentido profundo y moderador de Su constante
amor para con nosotros, y nuestra dependencia del ejercicio diario de ese amor.
La primera clase de personas, no estando seguras del amor perfecto de
Dios en justicia, van a Cristo para que Él se encargue de la causa de ellos y
vaya a Dios en lugar de ellos, y, por así decirlo, resolver los asuntos. Ellos
ven realmente (aunque no lo dirían) amor en Cristo y juicio en Dios; y van a
Cristo para mover a Dios a compasión, misericordia, y perdón. Es muy natural
que nosotros pasemos por este estado, particularmente con la enseñanza actual;
pero ello no es realmente un terreno cristiano. El amor de Dios es la fuente de
todas nuestras bendiciones, y de las esperanzas de nuestra salvación; y ese
amor es ejercido plenamente en justicia debido a la obra de Cristo y a la
glorificación de Dios. La gracia reina por medio de la justicia (Romanos 5:21 –
VM): nosotros somos la justicia de Dios en Cristo (2ª. Corintios 5:21 - JND);
no tenemos que buscarla. Cristo es nuestra justicia siempre y constantemente.
Ella es tan perfecta como es constante y perpetua; y tan constante y perpetua
como es perfecta. Dios ha sido — es — glorificado perfectamente en este
respecto; y Su amor emana libremente y de manera justa sobre el Cristiano como
sobre el propio Cristo. Se trata de una posición establecida delante de Dios,
un estatus y una relación que no cambia. La intercesión de Cristo se fundamente
en ello. Hasta qué punto el acto que completó este terreno de nuestro lugar
delante de Dios era el acto del sacerdote, yo lo consideraré cuando hable de la
Epístola a los Hebreos.
Pero además, es igualmente cierto que nosotros somos pobres, débiles, y
a menudo criaturas fracasadas en la tierra; nuestro lugar, nuestro único lugar
con Dios, es en la luz, como
Él está en la luz (1ª. Juan 1:7 – VM), por medio de la justicia divina de la
cual yo he hablado, y la aceptación en ella allí. Nuestro lugar real está en un
mundo de tentación, en un cuerpo sin redimir, un ser débil y dependiente,
fracasando también, en un mundo donde la gracia es necesitada, misericordia y
gracia para socorro en tiempo de necesidad (Hebreos 4:16). Y los mejores
afectos son suscitados por las necesidades diarias, la confianza diaria, y el
diario sentido de la fidelidad del Señor; no por el sentido de que estamos a
salvo, aunque eso sea la base de lo otro, necesario para ello y suscitando por
sí mismo acción de gracias y alabanza. Pero es una dependencia manifiesta, y
todo lo relacionado con ella no es suscitado por el hecho de ser perfecta, y
siempre infaliblemente así. Si yo pierdo esto último, mis temores son serviles;
el hecho de que yo acuda a Cristo es solamente para estar a salvo, cuando Dios
es un juez justo. Si yo pierdo lo otro, yo estoy satisfecho con el hecho de
estar a salvo. Ello es mi máximo logro, y yo no lo poseo nunca después de todo,
y los mejores afectos y las mejores gracias permanecen latentes, es decir,
ocultos, escondidos o aparentemente inactivos.
Consideremos ahora lo que la intercesión realmente es, qué lugar ella
ocupa en el sistema cristiano. Hay dos caracteres que la intercesión de nuestro
Señor Jesús toma — sacerdocio para con Dios, y abogacía para con el Padre. En
ambos Él aparece delante de Dios o del Padre por nosotros para que podamos
recibir la necesitada bendición; pero el primer aspecto es el más general. Él
está delante de Dios, para que nos acerquemos y podamos hacerlo. Él hace con
ello intercesión por nuestra necesidad. Como Abogado para con el Padre, es más
restauración de la comunión.
Pero hay algunas dificultades preliminares que han de ser abordadas.
Están aquellos que niegan la fuerza de la palabra intercesión como implicando
intercesión activa o intervención por nosotros; ellos dicen que ἐντυγχάνω
significa meramente Su presencia personal o Su aparición allí
por nosotros. Pero esto no es así. La palabra ἐντυγχάνω
es usada para una intervención activa o intercesión. Así que, en
la Escritura, Él vive siempre para hacerlo. Ciertamente Él no vive siempre para
estar simplemente entre Dios y nosotros. Así pues en Romanos 8:34, "el que
además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros."
Y en el mismo capítulo, lo que se dice del Espíritu Santo muestra claramente
que esta palabra es usada en el simple sentido normal de súplica intercesora
por nosotros. Él hace intercesión por nosotros con gemidos que no pueden
explicarse con palabras (Romanos
8:26 – VM). El Espíritu Santo no aparece (ἐντυγάνω)
en la presencia de Dios por
nosotros en absoluto, pero Él intercede, suplica en nosotros, con gemidos que no
pueden explicarse con palabras. Este uso de ἐντυγάνω no puede ser controvertido.
Tampoco ha faltado la osadía,
extraño como ello pueda parecer, osadía que quita la Epístola de los Hebreos a
los Cristianos y la aplica al remanente Judío. Ahora bien, en dicha epístola
hay declaraciones que pueden alcanzarlos para beneficio y bendición de ellos,
las ramas de un árbol fructífero que se extienden por encima del muro. Pero la
epístola está dirigida a Cristianos. Permítanme preguntar (un argumento en sí
mismo suficiente; porque es un discurso, no una profecía), ¿a quiénes estaba la
epístola dirigida en ese momento — quiero decir, cuando ella fue escrita — a
Cristianos o no? Nadie puede dudar ni por un momento. Fue a Cristianos. No
había ningún remanente Judío en aquel entonces, excepto Cristianos a quienes
dirigirla. Este error garrafal ha surgido del hecho de que la epístola no toma
el terreno eclesiástico (es decir, la
unión de los santos con Cristo). Ella no hace eso. La epístola a los Hebreos
considera a los santos en la tierra, y a Cristo en el cielo por ellos, aparte
de ellos, en la presencia de Dios por ellos individualmente; no como estando
ellos sentados en los lugares celestiales, sino como puestos a prueba,
ejercitados, probados en el desierto. Pero ella fue dirigida a los santos
hermanos de entonces, participantes del llamamiento celestial en aquel
entonces, siendo Cristo el Apóstol y Sumo Sacerdote de la profesión de ellos
Hebreos 3:1). Esto sólo era aplicable a Cristianos de ese momento, ni en verdad
jamás directamente a otros. Dios
estaba llevando muchos hijos a la gloria, y Cristo es el Autor o líder de la
salvación de ellos (Hebreos 2:10). Nosotros podemos ver esto claramente a
través de la epístola.
Ella se refiere a los que
fueron en ese momento hechos
partícipes del Espíritu Santo, y gustaron del don celestial; ellos habían
ministrado en aquel entonces a los
santos — en aquel entonces habían
tomado con gozo el despojo de sus bienes, sabiendo que tenían una mejor y perdurable
herencia en los cielos (Hebreos 10:34). Yo supongo que aquellos de los cuales
esto era verdad en aquel entonces
eran los Cristianos. Es decir, a Cristianos, y sólo a ellos, fue dirigida
directamente la epístola. La esperanza de ellos estaba detrás del velo; a
Cristo se le hizo entrar allí, como un precursor del escritor, y de aquellos a
los que la epístola fue dirigida. El
escritor, ¿no era un Cristiano? Ellos se acercaban en aquel entonces a Dios, yo
supongo, como creyentes, es decir,
Cristianos; y un Sumo Sacerdote hecho más sublime que los cielos les convenía
porque ellos iban allí en espíritu (Hechos 7: 24-26).
Todo el capítulo 9 de Hebreos
supone una redención eterna en aquel
entonces, una herencia eterna, las cosas celestiales mismas, y la aparición
entonces de Cristo en el cielo, cuando
la epístola fue escrita, para
aquellos a los cuales fue dirigida en aquel entonces. Sus conciencias fueron
limpiadas; el remanente Judío no estará hasta que vean a Cristo aparecer de
nuevo. Cristo está sentado continuamente a la diestra de Dios, y el camino al
Lugar Santísimo estaba abierto para ellos en aquel entonces por un camino nuevo
y vivo (Hebreos 10:18 y ss.) Ellos debían retener el comienzo de su profesión
sin vacilar. Ellos eran creyentes; es decir, los que tenían acceso al Lugar
Santísimo.
Toda la epístola prosigue
después en el terreno de que aquellos a los que ella se dirigía eran creyentes en
ese momento — tenían una parte
conocida en los lugares celestiales; que eso era el llamamiento de ellos. No
era el caso de que algunos podrían llegar allí, habiéndoseles dado muerte, sino
que el cielo es la vocación de todos
aquellos a los que la epístola
estaba dirigida. Es decir, ellos eran Cristianos, Cristianos Judíos sin duda,
pero Cristianos. Y sólo a ellos se les escribía, aun si ella alcanza en su lenguaje
a los que son librados en la tierra; porque queda un reposo para ellos.
Es realmente una cosa
increíble que alguno pueda leer la epístola y no vea que está dirigida a
Cristianos. Yo no quiero decir que ellos pueden beneficiarse mediante lo que se
escribió a otros, así como nosotros podemos por el Antiguo Testamento, sino que
lo que yo digo es que ella fue dirigida a Cristianos, y solamente a Cristianos;
sólo a personas llamadas en aquel
entonces al cielo, y que tenían por su profesión serlo. Yo admito
libremente que no se trata de la Iglesia, como
tal: nosotros perderíamos todo su valor y el de la Iglesia, si ello fuese
así; porque la Iglesia está unida a Cristo en el cielo, y aquí los Cristianos
no son vistos así; y la epístola no tendría ningún lugar, porque ella enseña
que Cristo está por nosotros en el cielo mientras nosotros estamos andando en
conflicto en la tierra. Nuestra condición terrenal llega a ser aquí la ocasión
de la gracia celestial. Se trata de nuestro llamamiento celestial, no del hecho
de que estamos allí en unión con Cristo. Pero la gracia celestial para nosotros
en una condición terrenal, si bien somos llamados al cielo, lleva al
conocimiento del amor, la ternura, la compasión, la fidelidad, el interés en
todo nuestro estado y en todas nuestras circunstancias, que se encuentran en
Cristo (lo que nuestra perfección en Cristo no hace). Ello conduce a la
dependencia de Él, a la confianza en Él, contando con Su fidelidad, comprensión
del interés que Él toma en nosotros en todo momento, y una mirada al momento
cuando Le veremos tal como Él es, lo cual el estar nosotros en Él en el cielo
no hace.
Con respecto al pasaje en la
Epístola de Juan, y al que está en Romanos, ello es aplicable a Cristianos más
allá de todo reparo o duda. La comunión con el Padre y el Hijo es ciertamente
la parte de los Cristianos (1ª. Juan 1:3); y Romanos 8 no necesita ningún
comentario o discusión acerca del tema. Si 1ª. Juan 2:2 fuese aplicado a
cualquiera excepto a Cristianos, se aplicaría a incrédulos, lo cual es una
perspectiva falsa de la intercesión por completo. La abogacía está fundamentada
en Jesucristo el Justo siendo el Abogado, y en el hecho de que Él es la
propiciación por nuestros pecados. Esta es una justicia divina, perfecta, y la
perfecta propiciación por nuestros pecados, nos ha colocado en la luz, como
Dios lo está, para andar allí; y cuando nosotros fracasamos, si alguno peca —
esa justicia y esa propiciación estando siempre delante de Dios, no hay — no
puede haber — ningún pensamiento de imputación (ello es imposible, los pecados
han sido llevados y la justicia subsiste); aun así, los pecados no han de ser
tolerados en los que Dios ama; y por eso, en virtud de Su obra y siendo nuestra
justicia delante de Dios, Cristo intercede por nosotros y el alma es
restaurada.
Este terreno de abogacía me
lleva a hablar del análogo, o realmente el mismo, fundamento del sacerdocio. Él
(Cristo) no podía ser un sacerdote en la tierra: pero había un trabajo que el
sumo sacerdote hacía, no en el ejercicio de su sacerdocio, correctamente
hablando, que era en el santuario, pero que ponía el fundamento para él, en el
cual él era sustituto y representante del pueblo, el fundamento de su servicio
sacerdotal apropiado durante el año. Este era el sacrificio del gran día de
expiación (Levítico 16): la sangre colocada sobre el propiciatorio; y los
pecados del pueblo eran confesados sobre la cabeza del macho cabrío expiatorio
(Levítico 16:21). La reconciliación o propiciación era hecha por los pecados
del pueblo. Todo el ejercicio del sacerdocio estaba fundamentado en esto, y la
Epístola a los Hebreos se refiere a esto, así como al sacerdocio. Su vida
terrenal hizo a Cristo apto para la compasión, aunque Él está ahora en el
cielo, y el sacrificio consumado en la tierra (al quitar para siempre en cuanto
a la culpa los pecados que Él había llevado) formó la base de la intercesión
para la bendición y el acceso a Dios diarios por medio de Él. Por eso, mientras
asevero que si Él estuviese en la tierra, Él no sería un sacerdote, nosotros
leemos en Hebreos, "convenía que en todo fuese semejado a sus hermanos, a
fin de que les fuese un sumo sacerdote misericordioso y fiel, en lo
perteneciente a Dios, para hacer propiciación por los pecados del pueblo."
(Hebreos 2:17 – VM). Sobre esto está fundamentado Su clemente y constante
sacerdocio e intercesión. La imputación de pecado a nosotros se ha vuelto
imposible debido al sacrificio de Cristo; y Su padecimiento y vida tentada Le
permiten, en gracia, conociendo el dolor y la prueba, socorrer a los que son
tentados. Por eso en Hebreos 4 nosotros los Cristianos somos llamados a retener
nuestra profesión [*], "porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda
compadecerse de nuestras flaquezas, sino uno que fue tentado en todo según
nuestra semejanza, pero sin pecado."
[*]
Y noten aquí, tal como muestra toda la epístola, esto está en contraste con
regresar al Judaísmo; ello está muy lejos de ser aplicable directamente al
remanente.
Nosotros tenemos entonces un
Sacerdote para con Dios, y un Abogado para con el Padre: allí en virtud de un
sacrificio en el cual una vez para siempre Él llevó nuestros pecados y ha sido
manifestado para efectuar la destrucción del pecado, por medio del sacrificio
de Sí mismo (Hebreos 9:26 – VM); allí en perfecta aceptación en la cual
nosotros tenemos parte — Jesucristo el Justo, la propiciación por nuestros
pecados; competente para salvar hasta el fin a los que por Él se acercan a
Dios, viendo que Él vive siempre para hacer intercesión por ellos; el que
incluso está a la diestra de Dios, que se sentó cuando Él hubo limpiado
nuestros pecados, un gran Sumo Sacerdote sentado a la diestra de la Majestad en
los cielos.
Pues bien, esto nos lleva a
otro punto. Nosotros no vamos al Sumo Sacerdote; nosotros nos acercamos a Dios
por Él, a un trono de gracia. Yo no dudo que la clemente bondad de Dios puede
haber soportado la fe endeble que en veracidad de corazón ha ido a Cristo como
sacerdote; pero esta no es la enseñanza de la Palabra de Dios. Él aparece en la
presencia de Dios por nosotros, nosotros vamos a Dios por Él. No hay ninguna
incertidumbre o excepción en la Escritura en cuanto a esto. Tampoco es a
consecuencia de nuestro regreso o de nuestro arrepentimiento que Él intercede,
sino que Él intercede por nuestras flaquezas, nuestra necesidad, y nuestros
pecados. La actividad es la de Su gracia, teniendo esa gracia — Su amor y Su
gracia sacerdotal hacia nosotros, como su fuente — Su obra y posición con Dios
en justicia, como hemos visto, como su base.
El hecho de que nosotros
vayamos a Cristo así es una señal que nunca hemos conocido aún el amor de Dios,
ni nuestro lugar y nuestra relación con Dios en la luz, como Él está en ella,
por hablar según Juan; o la libertad para entrar en el Lugar Santísimo a través
del velo rasgado, por hablar según la epístola a los Hebreos. (Hebreos 10: 19,
20). No hemos aprendido aún la "ninguna condenación", ni separación,
para los que están en Cristo de Romanos 8.
El sacerdocio, la intercesión,
y la abogacía suponen esto. Nosotros tenemos nuestro lugar en el cielo;
nosotros hemos estado, o estamos, en peligro de ser inconsistentes con ello en
la tierra. Ahora bien, Dios puede, por una parte, no permitir pecado alguno en
los que están en relación con Él, sin importar cuán aceptados ellos puedan
estar. Él debe tener los pies y los corazones de ellos limpios, porque ellos lo
están; y por otra parte, Él los ejercita aquí abajo. Y Cristo entra
especialmente en los dolores, las flaquezas de ellos, buscando el progreso de
ellos, ministrando para la debilidad de ellos y obteniendo misericordia,
limpieza, y restauración en sus faltas. Esto no tiene nada que ver con la
aceptación, sino con la consistencia del disfrute real de la comunión con Dios
en esa relación, o la restauración a ella. La seguridad no es el final, es el
principio, del Cristianismo. Cristianismo es relación y comunión con Dios como
Él es, y con nuestro Padre, y con Su Hijo Jesucristo nuestro Señor. El
sacerdocio y la abogacía mantienen, ayudan, restauran esto, cuando nuestra
relación, según la justicia divina, ya subsiste, pero cuando nosotros estamos
en una escena de tentación y prueba, que tiende a interrumpir la comunión a
través de nuestra flaqueza y por nuestros ejercicios, en los que hemos de
crecer en ella.
Pero no somos nosotros los que
conseguimos que el Sumo Sacerdote se mueva por nosotros. Él es el que lo hace
por Su propia gracia. Por lo tanto, en un caso anticipativo, sin duda, de Su
sacerdocio, pero en el cual ella es exhibida en sus principios — en la caída de
Pedro, nosotros tenemos a Cristo rogando por él antes que él hubiese siquiera
cometido el pecado (Lucas 22: 31, 32), rogando exactamente según lo que Pedro
necesitaba, no para que él no fuera zarandeado, sino para que su fe no fallara
y él cayera en la desesperación. En el momento preciso, mediante la gracia y
acción propias de Cristo, el corazón de Pedro es tocado, y él llora amargamente
a causa de su falta (Lucas 22: 54-62). Pero esto es el resultado, no la causa
de la acción de Cristo. Después, Él restaura plenamente su alma (Juan 21:
15-19). Por eso en Su abogacía en 1ª. Juan 2, leemos, "si alguno hubiere pecado
(no dice, 'si alguno se
arrepiente'), abogado tenemos para con el Padre." Así que en Juan 13,
donde la aplicación es enseñada (donde Cristo, ya reconocido como Hijo de Dios,
Hijo de David, Hijo del Hombre, toma ahora Su lugar en lo alto, y muestra que
Él es aún nuestro siervo para limpiarnos, para tener parte con Él allí, ya que
Él no podía permanecer con nosotros aquí), es Su acción, no lo que los
discípulos buscan. Limpios, como lavados por la Palabra, Él limpia sus pies
(movido por Su propia gracia) de la suciedad acumulada en el andar.
Y noten, además, Su
intercesión es por ellos en relación con Él: "no ruego por el mundo, sino
por los que me diste" (Juan 17:9; así también por otros que iban a creer
través de la palabra de ellos. En la Epístola a los Hebreos es igualmente claro
que Cristo es Sacerdote para los que están en relación con Dios: sólo que ello se
basa más en la profesión o en el pueblo, que en Romanos o Juan; aun así, ello
habla de nosotros. Con referencia a la actividad de Cristo por nosotros, hay
menos en cuanto al fracaso que en Juan. El gran tema es la naturaleza y el
carácter distintivos del sacerdocio contrastado con aquel con el cual la ley
estaba relacionada, la expiración del sacerdocio terrenal, y el establecimiento
del celestial. Aun así, no hay ningún pensamiento acerca de acudir al
sacerdote. Nosotros nos acercamos a Dios por Él (Hebreos 7: 24, 25); entramos
confiadamente al trono de la gracia, en virtud de que Él está allí; pero no hay
pensamiento alguno acerca de acudir a Él, sino de acercarnos confiadamente a
Dios mismo (Hebreos 4:16). Tampoco hay allí un pensamiento acerca de obtener
justicia mediante ello, ni alguna incertidumbre en cuanto a eso. Con una sola
ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que son santificados (Hebreos 10:14
– VM) y ellos son santificados también por la ofrenda. Él se ofreció a Sí mismo
una vez para siempre. Su sacerdocio es para los que son tentados. Él puede
socorrerlos, viviendo siempre para hacer intercesión por ellos; Él se compadece
de los sentimientos de nuestras flaquezas, habiendo sido tentado como nosotros,
pero sin pecado (Hebreos 4:15). Se trata de socorro para los santificados
(perfeccionados una vez para siempre por la ofrenda de Cristo) al pasar por el
desierto, y de Aquel por el cual ellos se acercan a Dios. Entonces, Su
sacerdocio es ejercido para que nosotros podamos hallar misericordia y socorro
en el trono de la gracia.
Esta necesidad de misericordia
para individuos es mostrada de manera notable en el bien conocido hecho de que
las epístolas dirigidas a individuos hablan de ella; las epístolas dirigidas a
iglesias no lo hacen.
Esto hace que el carácter de
la intercesión, del sacerdocio, o de la abogacía, todos sean muy sencillos para
nosotros. Ellos son ejercidos a favor de aquellos que están en relación con
Dios, no para situarlos en ella. Son ejercidos para los que ya son justicia de
Dios en Cristo, sentados en los lugares celestiales en Él. La abogacía es para
aquellos que andan en la luz, como Dios está en la luz. La intercesión es para
aquellos para los cuales Dios es — a cargo del cual nadie puede poner nada.
Ella es usada para el fracaso o debilidad de ellos en su senda aquí, no para
obtener un lugar en los lugares celestiales, sino cuando nosotros estamos allí
para encontrar toda inconsistencia en nuestro andar en el desierto, socorrer nuestras
flaquezas allí, y habilitarnos, pobres y mezclados como de hechos somos, para
acercarnos confiadamente a un trono de gracia para hallar misericordia y gracia
en tiempo de necesidad. Y es así como se mantiene vivo el sentido de dependencia
y de entera confianza al mismo tiempo. Si Cristo no estuviese allí, nosotros no
tendríamos esa confianza al acercarnos. Si el asunto fuese obtener justicia,
sería un asunto de culpa y aceptación, no de socorro. Si se tratase de acudir a
Cristo, ello sería asumir que nosotros no podríamos acercarnos a Dios — lo
contrario mismo de lo que el Cristianismo enseña. Pero no es ninguno de estos.
Nosotros nos acercamos
confiadamente a Dios porque Cristo está allí como nuestro sumo Sacerdote. No
tenemos ningún pensamiento de imputación; pero el hecho de ser nosotros
justicia de Dios en Él no hace que tengamos en poco nuestras inconsistencias en
la senda en que andamos. Él toma nota de ellas, y es nuestro Abogado en virtud
de ser el Justo y una propiciación por nosotros. Por lo tanto, el sentido
personal de la falta es mantenido, realzando, no debilitando, el sentido de la
gracia; y sin embargo nuestra aceptación en justicia nunca es tocada como para
volver a ponernos bajo la ley o poner alguna vez en duda la justicia divina, o
causar que nuestra relación consciente con Dios alguna vez se debilite en
absoluto. Todo pasa en el terreno
de estas. Aun así, la
santidad de Dios es plenamente guardada en lo que respecta a nuestra conducta,
y un espíritu pleno de confesión es mantenido cuando nosotros fracasamos;
nuestra estimación interior del bien y el mal es mantenido vivo y en
crecimiento sin una partícula de temor servil, y la bienaventurada confianza es
mantenida en este aspecto mismo.
Yo ya he mencionado la
diferencia entre la abogacía con respecto a la restauración y a la comunión con
el Padre, y el acercamiento a Dios, y el socorro en nuestras flaquezas como hombres.
Pero en el terreno y naturaleza del ejercicio de ellos son lo mismo,
fundamentados sobre una asumida relación en justicia y aplicable a nuestro
andar en debilidad aquí, cuando estamos en eso. Si Juan muestra el Abogado para
con el Padre cuando hemos pecado, la epístola a los Hebreos nos presenta a Uno
que puede compadecerse de todas nuestras flaquezas, puede compadecerse de los
sentimientos de ellas, aunque toda potestad es ahora de Él en el cielo y en la
tierra. Él se ocupa continuamente de nuestro caso y estado. Por tanto, no
solamente el santo juicio del pecado es mantenido (sin embargo el sentido de la
gracia está intacto), sino también la confianza en el incansable amor que se ha
hecho semejante a sus hermanos en todo para ser un Sumo Sacerdote
misericordioso y fiel Hebreos 2: 17, 18). Por lo tanto, los clementes afectos
de dependencia y confianza son mantenidos y cultivados; y eso, no como si nos
acercásemos al sacerdote en una dificultad, correr a buscar socorro, sino en la
libre y bienaventurada actividad de cuidado de Su propio amor. No se trata de
que Él se aplaca cuando nosotros nos volvemos en la debida humillación; los
sentimientos correctos es el fruto de
Su bienaventurada actividad en gracia.
No se si necesito añadir más.
Mi objetivo no fue explayarme acerca de esta gracia y los frutos de ella en nosotros,
sino presentar el lugar Escritural del sacerdocio y la abogacía, como estando
fundamentados sobre el establecimiento de la justicia divina y la consumación
de la propiciación, y el lugar que nosotros tenemos delante de Dios por medio
de ello — no empañando esto, sino fundamentado sobre ello, y aplicándose a sí
mismo para reconciliar nuestra flaqueza y fracaso actuales aquí abajo con ese
lugar; de modo que nada sea incierto en la gracia, ni se produzca ninguna
inconsistencia con ella, aunque nada pueda ser imputado; y en vez de una fría y
despiadada certidumbre de estar a salvo, haya dependencia, confianza, y afecto,
unidos a la seguridad en Él que es el objeto de ellos, hasta que lleguemos
donde ella ya no se necesita.
J. N. Darby
Traducido del Inglés por: B.R.C.O – Agosto 2018.-
Versión Inglesa |
|
Título original en inglés: THE INTERCESSION OF CHRIST, by J. N. Darby
|