LIBERACIÓN; o, EL MAR ROJO
H. H. Snell
De la Revista 'Pasture for the Flock of God', 1875 ('Pastos para el
Rebaño de Dios')
Todas
las citas bíblicas se encierran entre
comillas dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera
Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las
comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales como:
LBLA = La Biblia de las Américas, Copyright
1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation, Usada con permiso.
VM = Versión
Moderna, traducción de 1893 de
H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY,
Suiza).
"Así salvó Jehová aquel día a Israel de mano de los egipcios; e
Israel vio a los egipcios muertos a la orilla del mar." (Éxodo 14:30).
Estar protegido de forma segura del juicio de Dios mediante la sangre
del cordero, fue la preciosa lección enseñada por la pascua. Pero muchas almas
tienen gran angustia, y llegan a estar sometidas a los asaltos del adversario,
incluso después de haber tomado refugio en la sangre de Jesús como el único
refugio de la ira venidera. Una cosa es estar confiando realmente en la obra
expiatoria de Cristo, como el solo fundamento de paz y seguridad, y otra cosa
es conocer la liberación del yo, y del mundo, y de Satanás. Por eso muchas
almas tienen un grave conflicto, y anhelan la liberación, tal como ellas dicen,
de la plaga de su propio corazón, porque ellas no ven de qué manera prodigiosa
Dios ha forjado esto para ellas en la obra de Jesús en la cruz, como su substituto.
Puede ser a través de mucho
conflicto y angustia de alma que alguna de ellas sea llevada a quitar tan
enteramente su mirada de ella misma como para fijar su corazón únicamente en el
Señor Jesús; pero esta
experiencia tan dolorosa se convierte usualmente en provechosa. Todos los que
son enseñados por Dios deben ser ciertamente instruidos según la palabra
divina, que "la carne para nada aprovecha" (Juan 6:63), y más
temprano o más tarde aprenden en su experiencia algo de la verdad, que "ninguna
carne se gloríe delante de Dios" (1ª. Corintios 1:29 – VM) y que "El
que se gloría, gloríese en el Señor." (1ª. Corintios 1:31).
Entonces, algunos que tienen refugio consciente de la ira venidera no
conocen el disfrute de la libertad con que Cristo los hizo libres (Gálatas
5:1). Éxodo 14 trae ante nosotros este último asunto, y es de la más
significativa importancia para nuestras almas aprender claramente de la
Escritura el pensamiento propio del Señor con respecto a esta gran liberación.
Es muy notable que el lugar en que ocurre esta escena sea Pi-hahirot, porque
significa 'la entrada en la libertad'; y el final de este capítulo, y el
cántico que siguió a continuación, nos hablan acerca de qué momento de
felicidad y regocijo sin precedentes fue aquel.
Ellos habían aprendido en un tiempo de la prueba más intensa la
seguridad proporcionada a ellos mediante la sangre del cordero, según la
palabra de Jehová. Él había pasado realmente de largo sobre ellos. Mientras la
muerte, con sus consiguientes miserias, por medio del mensajero del juicio de
Dios, estuvo en toda otra casa, no obstante, en virtud de la sangre del cordero
ellos habían sido preservados. Guardados así en seguridad mediante la sangre, y
sacados de Egipto por el poder de Dios, bajo Su guía peculiar, la columna de
nube de día, y la columna de fuego de noche, no fue sino hasta que ellos
llegaron a las orillas del Mar Rojo que sus temores y angustias parecieron
haber comenzado. Lo que dio origen a ello en lo inmediato fue que al alzar sus
ojos vieron los ejércitos de Faraón, sus hombres fuertes con sus carros y
caballos persiguiéndolos enardecidamente. Las olas del Mar Rojo rompiendo
delante de ellos, y el rey de Egipto con sus soldados armados inmediatamente
detrás de ellos, ellos mismos se hallaron en tales circunstancias de peligro y
angustias como jamás hubiesen esperado, y para las cuales ellos estuvieron
totalmente desprevenidos. Sus pensamientos se ocuparon de inmediato de ellos
mismos, de sus peligros, y de sus enemigos; de hecho, en sus circunstancias. La
miseria de ellos fue intensa. Desearon no haber salido nunca de Egipto. Ellos
murmuraron contra Moisés. Nosotros leemos, "Cuando Faraón se hubo
acercado, los hijos de Israel alzaron sus
ojos, y he aquí que los egipcios venían
tras ellos; por lo que los hijos de Israel temieron en gran manera, y clamaron
a Jehová. Y dijeron a Moisés: ¿No
había sepulcros en Egipto, que nos has sacado para que muramos en el desierto?
¿Por qué has hecho así con nosotros, que nos has sacado de Egipto? ¿No es esto
lo que te hablamos en Egipto, diciendo: Déjanos servir a los egipcios? Porque
mejor nos fuera servir a los egipcios, que morir nosotros en el desierto."
(Éxodo 14: 10-12). Tales fueron las expresiones de angustia y miseria que los hijos
de Israel emitieron ahora, y ello nos recuerda otra expresión de fecha
posterior, "¡Miserable de mí! ¿quién me librará…? (Romanos 7:24). Su caso
les pareció ser tan desesperado que contemplaron morir en el desierto, y lamentaron
haber abandonado Egipto; ellos dijeron que, en realidad, hubiesen preferido la
cruel esclavitud de servir a los Egipcios, a su actual temor y angustia ante la
perspectiva de ser exterminados completamente por Faraón y sus huestes.
Pero, ¿es posible que estas sean las mismas personas que poco tiempo
antes habían experimentado personalmente que fueron los objetos del favor
divino, y delante de las cuales fueron para guiarles, la columna de nubes de día,
y la columna de fuego de noche? Sí, ellas son las mismas personas y aunque clamaron
a Jehová, cuando ellos alzaron sus ojos
y vieron las vastas multitudes de soldados Egipcios marchando contra ellos,
ellos murmuraron contra Moisés, hablando con desaliento acerca de morir en el
desierto, y ellos mismos considerándose erróneamente peor que cuando se los
hacía servir a los Egipcios con rigor en el horno de ladrillos. En resumen,
ellos nunca habían sido tan miserables anteriormente. Ello es una ilustración gráfica
de aquello a través de lo cual muchas almas pasan ahora. El retrato no es
exagerado. Se trata de una descripción fiel a la realidad, porque es dibujado
por una mano divina, y abunda en lecciones muy instructivas.
El hecho es que, lo primero que usualmente lleva a un alma a darse
cuenta de su necesidad del Salvador, es la conciencia de la culpa a causa de
pecados cometidos. El peso de transgresiones cometidas y, por tanto, de juicio
merecido, es tan intolerable que el angustiado corazón clama, "¿qué debo
hacer para ser salvo?" (Hechos 16:30) y se regocija al hallar refugio en la
sangre de Jesús derramada para la remisión de los pecados. El gozo es a menudo
muy grande al hallar en la cruz de Cristo que Dios es ambas cosas, "Dios
justo y Salvador" (Isaías 45:21), y por tanto, la esperanza de una salvación
eterna ilumina la oscura escena donde anteriormente sólo obscuridad y
desaliento habían ocupado el alma. Al igual que los hijos de Israel, ellos
experimentan felizmente el valor protector de la sangre, y se halagan a sí
mismos con la idea de que jamás volverán a ser desventurados nuevamente. Así
avanzan ellos en su carrera Cristiana. Ellos caminan por una nueva senda. Se
dan cuenta, asimismo, que Dios está con ellos. Ellos dan sus espaldas a este
mundo Egipcio y sus rostros miran hacia el prometido descanso — la "
tierra que fluye leche y miel"
(Éxodo 3:8) — ellos siguen adelante, conforme a su conocimiento de la voluntad
y guía de Dios, sin sospechar de aquello que muy pronto y profundamente va a
ponerlos a prueba.
Una pregunta, desconocida hasta ahora para ellos, debe ejercitar más
temprano o más tarde sus conciencias delante de Dios. Hasta ahora, lo que los
había acongojado eran las transgresiones que ellos habían cometido a sabiendas
contra el Dios infinitamente santo, tal como hemos mencionado; y ellos sabían que
todo esto había sido afrontado para ellos, y sus almas eran felices al creer en
el poder limpiador de la sangre de Jesús. Pero la pregunta es ahora acerca de
la carne (prefigurada por los Egipcios, hombres carnales), la naturaleza de la
cual brotan todas las transgresiones; o, tal como la Escritura lo denomina,
nuestro "viejo hombre." (Romanos 6:6; Efesios 4:22; Colosenses 3:9).
El hecho es que, la antigua naturaleza, esa que es nacida de la carne, es
totalmente inepta para la presencia de Dios o Su servicio; y aprender esto de
forma experimental no puede ser sino muy angustiante. Aceptar la doctrina
porque nosotros la vemos en la Escritura es bastante sencillo; pero entenderla
a la vista de Dios, que "en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien", es muy
humillante. (Romanos 7).
Muchos de nosotros no sospechábamos esto en absoluto cuando aceptamos gustosamente
por vez primera el refugio que la sangre preciosa de la cruz dio a nuestras
almas heridas por el pecado. No obstante, se tiene que aprender que la
naturaleza que hacía los pecados, el viejo hombre, es tan total e
irremediablemente malo — no se sujeta a Dios, ni, de hecho, tampoco puede
(Romanos 8: 5-8) — que la única forma en que Dios pudo tratar con ella fue
juzgarla, y quitarla de Su vista. La angustia relacionada con esta segunda
lección es a menudo mucho mayor que la congoja de la primera. Aun así, se trata
del modo de adquirir liberación, y el único modo, como yo considero, de entrada
a la libertad con que Cristo nos hizo libres. (Gálatas 5:1).
Cuando el alma que ha conocido la remisión de pecados a través de la
sangre de Jesús encuentra dentro de sí,
de cuando en cuando, una multitud de pasiones, y orgullo, y murmuraciones, y
quejas surgiendo, e incluso si no prorrumpen,
están listos para hacerlo en cualquier momento, el corazón está dispuesto a
decir, «¿Soy yo un Cristiano? ¿No estoy yo engañado? Yo creí que el
Cristianismo me haría siempre feliz, y no obstante, ¡soy tan miserable! Yo
nunca supuse que un Cristiano verdadero podía haber conocido tales procesos
abominables e inmundos en el interior, tal como yo los tengo. Ciertamente Yo
estoy peor ahora que cuando yo era esclavo del pecado, y de Satanás, y del
mundo. Además, las resoluciones no eliminan estas cosas. Las ordenanzas tampoco
las erradican. Ellas retroceden después de las más severas mortificaciones
corporales y sacrificio. Ellas se entrometen enérgicamente en mis oraciones y
en mis más santos ejercicios. De vez en cuando permanecen adormecidas, pero
brotan de nuevo en las menores ocasiones. Nadie sabe esto excepto yo mismo y
Dios; porque estoy hablando de procesos en el interior. Yo no puedo vencerlos.
Así que, angustiado y casi dispuesto a renunciar a mi profesión del nombre de
Cristo, yo clamo, "¡Miserable de mí!
¿quién me librará de este cuerpo de muerte?" (Romanos 7:24)» Ahora bien,
observen que aquí no es, «¡Oh, que pecados malvados he cometido!» sino, «"¡Miserable
de mí! » se trata de "la carne
con sus pasiones y deseos" (Gálatas 5:24) — la naturaleza que cometió los
pecados. Y cuando nuestras almas se dan cuenta de estos males obrando en el
interior, dirigidos por el poder de Satanás, amenazando tener dominio sobre
nosotros, ello se convierte para nosotros en una multitud tan formidable, como
Faraón y sus jinetes y ejército lo eran para los tímidos y angustiados hijos de
Israel. Y así como nada pudo darles paz excepto la liberación de este gran poder
que estuvo contra ellos, y que era contrario
a Dios, del mismo modo nada menor al hecho de desechar en juicio estas huestes
del mal en el interior podía afrontar las demandas de nuestras conciencias,
porque nosotros sabemos que nada menor podía satisfacer a un Dios infinitamente
santo. Y esto, como veremos, es lo que la Escritura nos enseña que ha sido
hecho. ¡Bendito sea el Dios de toda gracia!
"Y Moisés dijo al pueblo: No temáis; estad firmes, y ved la
salvación que Jehová hará hoy con vosotros; porque los egipcios que hoy habéis
visto, nunca más para siempre los veréis. Jehová peleará por vosotros, y
vosotros estaréis tranquilos." (Éxodo 14: 13, 14). Nosotros vemos aquí que
Dios mismo los libraría de este poderoso ejército carnal, y de Faraón su líder,
y eso mediante Su propio poder, sin absolutamente ninguna ayuda, o lucha, o
interferencia del hombre, Él lo haría todo completamente, y para siempre. Debía
ser también el consuelo y la bendición de ellos mirar y ver lo que Dios hacía;
y es así cuando un alma se ha enterado de su completa impotencia para vencer a
la carne y a Satanás, y para dominar el yo con sus diez mil formas de engaño y
iniquidad desesperada, y que al final se rinde completamente, y clama, "¡Miserable
de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?" Esta alma es enseñada
por el Espíritu Santo acerca de que Dios la ha librado por medio de Jesucristo
nuestro Señor. Y volviendo la mirada al pasado y viéndole a Él cuando estuvo
colgado en la cruz, y viéndole a Él resucitado ahora de entre los muertos, dicha
alma es llevada a responder su propia pregunta de manera triunfante, "Gracias
doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro" (Romanos 7:25). Ella sabe
realmente lo que es estar tranquila, y ver, por medio de la fe, un Salvador
resucitado, que fue crucificado, y rinde alabanza a Dios.
Es bueno ver cuán plenamente Dios ha satisfecho nuestra necesidad en la
obra consumada de nuestro Señor Jesucristo. No solamente Jesús padeció una sola
vez por los pecados, el justo por los injustos
(1ª. Pedro 3:18), sino que Él, el Santo, por
nosotros fue hecho pecado (2ª. Corintios 5:21); y se nos dice que Dios
condenó, en Él, "al pecado en la
carne." (Romanos 8:3). De modo que no sólo se ha padecido por los
pecados, el fruto para muerte de una mala naturaleza, en que Jesús derramó Su
sangre por muchos para "remisión de
los pecados" (Mateo 26:28); sino que el "pecado en la
carne", la naturaleza que cometió los pecados, ha sido tan condenada
judicialmente por Dios (Romanos 8:3), y desechada como para no tener ya un
lugar delante de Él, que el Espíritu Santo declara que nuestro "viejo
hombre" (observen que aquí no se trata de los viejos pecados, sino del
viejo hombre) "fue crucificado juntamente con él" (Romanos 6:6). Y
esto es reconocido en la Escritura tan completamente, que de los creyentes se
dice ahora que no están "en la carne", sino "en Cristo
Jesús." (Romanos 8:1). Pero a lo que yo deseo seguir el rastro ahora en la
Escritura es al hecho de que Dios no solamente ha juzgado los pecados en Jesús
en la cruz, el cual los limpió mediante Su sangre, sino que Él ha desechado
judicialmente, como siendo apto sólo para juicio, a nuestro "viejo
hombre" en Jesús nuestro sustituto, tan verdaderamente como Él acabó, en
juicio, con Faraón y todos sus ejércitos, de modo que los hijos de Israel
pudiesen verlos muertos, y considerarlos muertos para siempre, y ya no más vivos.
Al seguir la narrativa en nuestro capítulo, nosotros veremos que todo es
logrado mediante el poder de Dios. Es redención mediante poder. En Egipto fue
redención mediante sangre. En Cristo crucificado, resucitado, y ascendido, nosotros
tenemos ambas. "En quien tenemos
redención por su sangre, el perdón de
pecados según las riquezas de su gracia." (Efesios 1:7). La sangre debe
ser la base de toda nuestra bendición. "Sin derramamiento de sangre no se
hace remisión." (Hebreos 9:22). Pero nosotros queremos más que remisión de
pecados; nosotros necesitamos ser llevados a la gloria, y es la obra de Jesús
"llevar muchos hijos a la gloria (Hebreos 2:10). Se necesitó el poder de
Dios para llevar a los que habían sido protegidos por la sangre, no solo para
sacarlos de Egipto, sino para librarlos de Faraón y de los Egipcios, por medio
de llevarlos a través de la muerte y el juicio a estar en un terreno
completamente nuevo. Tal como nosotros estamos ahora, en Cristo resucitado, no
solamente rescatados de este presente siglo malo, sino liberados del dominio
del pecado y de Satanás, y colocados en un terreno enteramente nuevo, al otro
lado de la muerte. Mirando hacia atrás a la cruz, vemos que todo ello ha sido
consumado mediante muerte y juicio; de modo que la muerte y el juicio están
ahora detrás de nosotros; en Cristo nosotros poseemos la vida resucitada,
porque hemos resucitado con Cristo; y nos regocijamos en la esperanza de la
gloria de Dios. De nosotros, que éramos del mundo, en nuestros pecados, y puede
ser, bajo la ley, se habla ahora en
la Escritura como "no son del mundo" (Juan 17: 14, 16), "nos
lavó de nuestros pecados" (Apocalipsis 1:5), "no estáis en la carne"
(Romanos 8:9 – VM), "no estáis bajo la ley" (Romanos 6:14), sino
"en Cristo" (Romanos 8:2). Todo esto puede ser expuesto en esta
escena del Mar Rojo, las aguas de la muerte, formando a la vista del hombre una
barrera insuperable para su entrada a la tierra. Pero por el poder de Dios las
aguas del Mar Rojo fueron divididas como para formar una senda seca, con una
pared líquida en cada lado. A los hijos de Israel se les ordenó que se pusieran
en marcha (Éxodo 14:15). Todo lo que se
necesitó en aquel momento fue fe, para que ellos se beneficiaran del valor de
esta obra de Dios, para pasar conforme a Su palabra. Ellos hicieron esto.
"Por la fe pasaron el Mar Rojo como por tierra seca; e intentando los
egipcios hacer lo mismo, fueron ahogados." (Hebreos 11:29). Ellos
aceptaron gustosamente el modo de liberación de Dios. "Los hijos de Israel
entraron por en medio del mar, en seco, teniendo las aguas como muro a su
derecha y a su izquierda." (Éxodo 14:22). Así cruzaron el Mar Rojo. Pero,
¿qué sucedió a sus enemigos que ellos tanto temían? La misma obra de Dios que
fue para Su pueblo liberación y salvación, fue la obra misma que quitó para
siempre a sus enemigos de la vista de ellos mediante muerte y destrucción, para
que ellos no los viesen vivos después. ¿Y no nos trae todo esto forzosamente a
la memoria de nuestra alma la obra consumada de Jesús? Cuando nosotros pensamos
acerca de la liberación del pecado y de Satanás, de la muerte y del juicio,
¿adónde miramos? ¿No destruyó Él "por medio de la muerte al que tenía el
imperio de la muerte, esto es, al diablo"? (Hebreos 2:14). ¿No fue nuestro
"viejo hombre" — la carne con su poderosa multitud de afectos y
pasiones — crucificado con Él? Y teniendo ahora vida en Él, vida que está fuera
de la muerte, habiendo resucitado con Cristo, ¿acaso no podemos ver a la muerte
y el juicio detrás de nosotros, tan ciertamente como Israel vio las tumultuosas
olas del Mar Rojo rompiendo detrás de ellos en vez de romper delante de ellos?
Pero no olvidemos jamás que Dios juzgó a Faraón y a los Egipcios, los
hombres de la carne. Con corazones llenos de amarga enemistad para con las
cosas y el pueblo de Dios (porque la carne es eso — véase Romanos 8), los
Egipcios persiguieron a Israel enardecidamente. Al igual que el hombre carnal hasta
ahora, ellos se precipitaron alocadamente y de manera inconsciente en las
fauces mismas del devorador juicio de Dios. Tan fatalmente ignorante y lóbrego
es el hombre. Parecía que ellos tenían éxito por un momento. La falsificación
de la fe en esos hombres carnales pareció,
asimismo, prosperar por un tiempo. Pero, ¡ay de ellos! ¡ay de ellos! Dios
estaba contra ellos, y no a favor de ellos. Ellos no habían creído a Dios. No
tuvieron el refugio de la carne. Dios
señaló sus modos malvados, y, como es habitual, Él prendió "a los sabios
en la astucia de ellos" (Job 5:13; 1ª. Corintios 3:19); porque Dios
salvará a los Suyos, y Él debe juzgar a los malos. ¡Cuán terriblemente solemne
esto es! Nosotros leemos, "Jehová miró el campamento de los egipcios";
Jehová "trastornó el campamento de los egipcios, y quitó las ruedas de sus
carros", hasta que ellos dijeron "Huyamos de delante de Israel,
porque Jehová pelea por ellos contra los egipcios." (Éxodo 14: 24, 25).
Nosotros leemos también que "Jehová derribó a los egipcios en medio del
mar." (Éxodo 14:27). Así obró Dios.
Cuán extremadamente bienaventurada es la contemplación de este doble
aspecto de la obra de Cristo: ejecutar juicio sobre todos nuestros enemigos, y
sacarnos, mediante Su gran poder, resucitando Cristo de entre los muertos, y darnos
vida y libertad para siempre en Él. ¡Triunfo glorioso! Todo es de Dios; ¡A Él
sea toda la gloria!
Fue verdaderamente la salvación de Jehová (Éxodo 14:13). Esta es la
primera vez, si no me equivoco, que la palabra "salvación" aparece en
la Escritura santa. Fue una salvación de la muerte y del juicio, salvados de
Faraón y de todos los Egipcios. Ellos vieron
la salvación de Jehová. Y nosotros leemos "Así salvó Jehová aquel día a Israel
de mano de los egipcios; e Israel vio a los egipcios muertos a la orilla
del mar." (Éxodo 14:30). Ellos estuvieron considerando ahora a estos
grandes enemigos de sus almas como muertos a la orilla del mar, desechados para
siempre por la mano judicial del Dios viviente. Y entonces, creyendo lo que
Dios dice, "que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él
(Cristo)" (Romanos 6:6), se nos ordena que nos consideremos muertos
verdaderamente para el pecado, y vivos para Dios en nuestro Señor Cristo Jesús.
(Romanos 6:11 – LBLA). Mientras consideremos a nuestro viejo hombre como
estando vivo, y luchemos contra él y sus acciones, nosotros le damos
importancia, pero cuando, en virtud de la obra sustitutoria de Jesús, a la
carne no le damos lugar alguno, ninguna importancia, no la reconocemos, no
tenemos confianza en ella, de tal modo que nuestros ojos se quitan del yo
totalmente, y se fijan en un Cristo resucitado; o, si nosotros pensamos en la
vieja naturaleza y sus actos, nosotros sólo la vemos muerta, consideramos que
ella ha muerto en la cruz de Cristo, como habiendo estado bajo el juicio
divino. Mientras un creyente esté pensando en el viejo yo y sus pasiones,
velando contra él y lidiando contra él, dicho creyente está reconociendo al
viejo hombre como estando vivo, y no muerto, y temor, angustia, y debilidad, y
fracaso de varias clases emergen en consecuencia. Nosotros leemos que "los
que son de Cristo han crucificado la
carne con sus pasiones y deseos." (Gálatas 5:24). Y, ¿cuándo? ¿Acaso no
fue cuando ellos aceptaron el juicio de Dios de ella en la cruz? Por
consiguiente, en las epístolas jamás se nos dice que crucifiquemos la carne, o
que mortifiquemos la carne, y por esta razón: porque Dios en Su gracia
abundante, la ha condenado ya — ella ha sido crucificada con Cristo. Pero a
nosotros se nos dice que mortifiquemos, o hagamos morir, los miembros de nuestro cuerpo
— los actos impuros de esa vieja
naturaleza que está aún en nosotros, a la que hemos de considerar que ha muerto
(Colosenses 3). Se nos enseña también a mortificar, o a hacer morir, por el
Espíritu, no la carne que está aún en nosotros, sino sus actos, "las obras (las prácticas)
de la carne (o, del
cuerpo)" (Romanos 8:13). Todo esto es conocido sólo por medio de la fe. La
fe ve que Dios lo ha hecho, y le cree a Dios cuando Él dice que Él lo ha hecho.
Esto es bastante sencillo. Para el apóstol ello fue una realidad tal que dijo,
"estoy… crucificado" " (Gálatas 2:20). Y si ustedes preguntan, «¿Cuándo?»
Él responde "Con Cristo." Y para que no supongamos que ello es
meramente un cambio de la vieja naturaleza, él añade, "y ya no vivo yo (no
la vieja naturaleza mejorada), mas vive Cristo en mí." Es una nueva
naturaleza la que vive; es Cristo, el cual es su vida, viviendo en él
(Colosenses 3:4); porque él es una nueva creación (una nueva criatura) en
Cristo Jesús (Gálatas 6:15).
Nosotros hacemos bien al recordar, entonces, el amplio contraste en la
experiencia de Israel cuando ellos consideraban a los Egipcios como estando
vivos y cuando los consideraron como muertos. De modo que podemos estar seguros
que si analizamos el funcionamiento de la carne en nosotros, y estamos ocupados
de ella como si viviera, nosotros no debemos esperar ser sino muy miserables.
Las personas más miserables en la tierra son, quizás, los Cristianos que se han
entregados a ocuparse del yo, y más aún porque ellos son temerosos de Dios y
meticulosos; porque, habiéndose enterado del desatino de los recursos del
mundo, no hay nada que los saque de la actitud de ocuparse de él; y
ciertamente, las personas más felices en la tierra son las que se glorían en
Cristo Jesús, adoran a Dios en espíritu, y no ponen confianza alguna en la
carne ("Porque nosotros somos la circuncisión, los que en espíritu
servimos a Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la
carne." Filipenses 3:3 – VM). Bienaventurados los que, sabiendo que tienen
vida de resurrección en un Cristo resucitado, se consideran a sí mismos
realmente muertos para el pecado, y vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro.
(Romanos 6:11). Ellos adoran a Dios como su Dios y Padre, y Le alaban por toda
Su maravillosa gracia para con ellos en
Cristo Jesús, y por medio de Su sangre
preciosa.
Nosotros descubrimos, por lo tanto, cuán felices ellos estuvieron cuando
Israel hubo llegado al otro lado del Mar Rojo. Fue un momento feliz; porque
ellos se ocuparon enteramente de Dios, y de lo que Él había hecho. No
estuvieron ocupándose del yo, ni tampoco de las circunstancias, sino, repito,
de Dios. "ENTONCES Moisés y los hijos de Israel rompieron a cantar este
cántico a Jehová: y hablaron,
diciendo: ¡Cantaré a Jehová, porque (Él)
se ha ensalzado soberanamente; al caballo y a su jinete (Él) ha arrojado en la
mar! Mi fuerza y mi canción es Yah (Jehová),
y él ha sido mi salvación: éste (Él)
es mi Dios, y le celebraré; Dios de mi padre, y le ensalzaré. ¡Jehová es Varón
de
guerra; Jehová es su nombre! ¡los carros de Faraón y su ejército él ha arrojado
en la mar: y sus
escogidos capitanes fueron hundidos en el Mar Rojo!... ¡Tu diestra, oh Jehová,
se ha hecho gloriosa en potencia; tu diestra, oh Jehová, ha destrozado al enemigo!"
(Éxodo 15: 1-6 – VM). ¡Qué irrupción triunfal es esta! ¡Y qué cambio con
respecto a la dolorosa angustia en que ellos estuvieron tan poco tiempo antes!
Pero ellos habían visto ahora la salvación
de Dios, y su gran liberación de la formidable multitud de Egipcios, la
cual amenazaba consumirlos en su ira. Ellos estuvieron así en libertad y en un
terreno nuevo. Dios los había libertado, Dios les había dado la victoria; y
ellos están ahora dedicados a Él, alabándole, y dando la debida gloria a Su
nombre, adjudicando todo el poder y
la gloria de la liberación de ellos a
Él. ¡Cuán sencillo, y sin embargo cuán bienaventurado esto es! ¡Qué secretos
nos son revelados, qué recursos nos son descubiertos, en la contemplación de un
Salvador crucificado y resucitado!
¿Y dónde, queridos amigos
Cristianos, tomamos nosotros nuestro lugar delante de Dios? ¿Lo tomamos en el
lado Egipcio del Mar Rojo, o en el otro? Ustedes no pueden ser felices en la
primera posición. No hubo cántico alguno en Egipto, si bien hubo perfecta
seguridad; porque ellos estuvieron protegidos por la sangre del cordero. Pero
después de eso, cuando ellos llegaron a Pi-hahirot, quizás nunca ellos tuvieron
tal temor y angustia de alma. Y sin embargo, si ustedes les hubieran
preguntado,
«¿Acaso no han estado ustedes al abrigo de la sangre?»,
ellos hubiesen respondido, «Sí.»
«Acaso no han sido ustedes sacados de Egipto al desierto, por el poder
directo de Dios?»
Respuesta, «Sí.»
«No está el símbolo del cuidado
y
de la presencia de Dios en la columna de nubes de día, y la columna de fuego de
noche, continuamente con ustedes?»
«Sí.»
«¿Porqué, entonces, esta amarga congoja?»
Al indagador se le haría desviar su atención hacia el Faraón y a todas
sus huestes, los cuales estuvieron persiguiéndolos tan de cerca, encerrados tal
como estaban por el Mar Rojo. Ellos
dirían, «Necesitamos liberación»; y nada más que un poder más imponente que
cualquiera que ellos hubiesen conocido alguna vez podía efectuarlo. ¡Oh, la
miseria del hecho de ocuparse de uno mismo, la falta de gozo y alegría de
aquellos que toman su lugar, aunque sin lugar a dudas seguro, en el lado
Egipcio del Mar Rojo!
Y, ¡oh cuán rica es la bendición, cuando estamos asegurados por la
infalible Palabra de Dios, y vemos la consumación en la terminada y triunfante
obra de Cristo a través de la muerte, de ser libertados judicialmente del
"viejo hombre", del mundo, de Satanás, y tenemos ahora la posesión
actual de vida eterna en Cristo resucitado! Nosotros alabamos y damos gracias.
Nos gozamos en Cristo Jesús el cual es nuestra vida. Miramos hacia atrás al
mundo Egipcio como estando muy lejos, y como sabiendo que las aguas de la
muerte y juicio, las cuales engulleron todo lo que estaba contra nosotros, baten
entre nosotros y ello. Nosotros tenemos, por tanto, paz para con Dios por medio
de nuestro Señor Jesucristo (Romanos 5:1); somos objetos del favor divino de
manera consciente, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios
(Romanos 5:2). Si cuando estábamos en Egipto fuimos encontrados por medio de la
gracia de Dios, mediante la sangre del Cordero, es en el Mar Rojo donde tenemos
que ver con Cristo resucitado de la muerte, el cual es nuestra vida. Y en esto
radica toda la diferencia. Bienaventurado como es conocer el abrigo de la
sangre, es más bienaventurado saber que tenemos vida de resurrección — una vida
que vive al otro lado de la muerte y del juicio. Una vida imperecedera, una
vida que brota de manera natural hacia lo alto y adelante, una vida que tiene
gustos, sentimientos, alegrías, y costumbres aptas para Dios, y que no puede
hallar descanso para la planta de su pie en la región del pecado y de Satanás.
De los tales está escrito también, "Cuando Cristo, el cual es nuestra
vida, sea manifestado, entonces vosotros también seréis manifestados juntamente
con él en gloria." (Colosenses 3:4 – VM). Nosotros podemos cantar
gozosamente —
¡'Oh Señor,
has
resucitado ahora!
-Tu trabajo
está
terminado ahora;
Una sola vez
has
padecido por los pecados —
¡Tú vives
para
nunca más morir!
El pecado, la muerte, y el
infierno están vencidos
Por Ti, que
eres
ahora nuestra Cabeza;
Y ¡he aquí!
Compartimos
Tus triunfos,
Tú, primogénito
de los muertos.
'En Tu muerte
bautizados,
Reconocemos
que contigo morimos;
Contigo, que eres nuestra vida, hemos
resucitado,
Y seremos
glorificados.
Del pecado, del mundo, y de Satanás,
Somos rescatados mediante Tu sangre;
Y caminaremos
aquí como extranjeros
Vivos contigo para Dios. [*]
H. H.
Snell
[*] N. del T.: Traducción libre de la tercera y
cuarta estrofa del Himno "LORD Jesus, we remember". Autor: James
George Deck (1802-1884), cuyas letra y melodía se pueden leer y oír en el
siguiente vínculo: http://www.stempublishing.com/hymns/ss/149
Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Diciembre
2017.-
Publicado
originalmente en Inglés bajo el título: DELIVERANCE; OR, THE READ SEA, by H. H. SNELL
Versión Inglesa |
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