Seguridad mediante la Sangre;
o, Israel en Egipto
H. H. Snell
De la Revista 'Pasture for the Flock of God', 1875 ('Pastos para el
Rebaño de Dios')
Todas
las citas bíblicas se encierran entre
comillas dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera
Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las
comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales como:
JND = Una traducción literal del Antiguo
Testamento (1890) y del Nuevo Testamento (1884) por John Nelson Darby
(1800-82), traducido del Inglés al Español por: B.R.C.O.
LBLA = La Biblia de las Américas, Copyright
1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation, Usada con permiso.
RVA = Versión Reina-Valera 1909 Actualizada
en 1989 (Publicada por Editorial Mundo Hispano)
VM = Versión
Moderna, traducción de 1893 de
H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY,
Suiza).
"Pues yo pasaré aquella noche por la tierra de Egipto, y heriré a
todo primogénito en la tierra de Egipto, así de los hombres como de las
bestias; y ejecutaré mis juicios en todos los dioses de Egipto. Yo Jehová. Y la
sangre os será por señal en las casas donde vosotros estéis; y veré la sangre y
pasaré de vosotros, y no habrá en vosotros plaga de mortandad cuando hiera la
tierra de Egipto." (Éxodo 12: 12, 13).
La sentencia de Dios había sido emitida. La muerte fue declarada contra
el primogénito a través de toda la tierra de Egipto. Su testimonio por medio de
Moisés había sido rechazado una y otra vez; y ahora, la mano de Dios debe herir
y cortar. Su longanimidad había seguido su curso natural. Él había manifestado
repetidamente Su desagrado, pero había sido ignorado. Su paciencia no pudo
tolerar más. Él dijo, "Morirá todo primogénito en tierra de Egipto… Y
habrá gran clamor por toda la tierra de Egipto." (Éxodo 11: 5, 6). La
amenaza de muerte fue para toda la tierra de Egipto. Dios declaró que ello
debía ser. Eso fue suficiente. Su palabra debe permanecer firme. Nosotros
conocemos el resultado.
Y la palabra de Dios habla también ahora
acerca de ira y juicio venideros. El mensaje de Dios de gracia abundante en el
evangelio ha estado resonando por largo tiempo en los oídos de los hombres.
Muchos lo han rechazado. Pocos creen el informe que Dios ha presentado de Su
Hijo; y el juicio inevitable está pendiente. "La ira de Dios se revela
desde el cielo contra toda impiedad." (Romanos 1:18). El solemne veredicto
ha sido anunciado, "Ahora es el juicio de este mundo" (Juan 12:31) y
Aquel que lo ejecuta viene. "Esto sucederá cuando el Señor Jesús con sus
poderosos ángeles se manifieste desde el cielo en llama de fuego, para dar
retribución a los que no han conocido a Dios y a los que no obedecen el
evangelio de nuestro Señor Jesús. Ellos serán castigados con eterna perdición,
excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder." (1ª.
Tesalonicenses 1: 7-12) – RVA). Es cierto, entonces, que la ira de Dios viene,
y que es sólo una cuestión de tiempo en cuanto a su ejecución. Entonces habrá
destrucción repentina y no escaparán. (1ª. Tesalonicenses 5:3).
Ni podría ser de otra manera; porque los hombres no sólo son inmundos
por naturaleza, sino transgresores, rebeldes prácticos, no aptos para la
presencia de Dios. Cada prueba ha demostrado solamente su condición inmunda e
insumisa. Dios probó en primer lugar al hombre en inocencia; después como
teniendo una conciencia y sin ley alguna; luego bajo la ley con muchos
privilegios, sacerdocio, profetas, reyes; después de esto por medio del
ministerio personal de Su Hijo amado; y ahora por el ministerio de la gracia
divina por medio del Espíritu Santo. Pero todas esas pruebas demostraron que el
hombre es malo e insumiso a la voluntad de Dios. Muy temprano en el curso del
hombre el testimonio de Dios fue, que "el intento del corazón del hombre
es malo desde su juventud", y
eso continuamente (Génesis 8:21); y además, la declaración divina es que "Los
designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley
de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a
Dios." (Romanos 8: 7, 8). Este es el veredicto de Dios, y la sentencia es
inapelable. Ya sea que los hombres estén de cuerdo con esto o no, ello es la
justa estimación de Dios del hombre caído. Y si los hombres en su estado
natural no agradan ni pueden agradar a Dios, ¿cómo pueden ser ellos aptos para
Su presencia santa? Los modos de obrar de los hombres demuestran
invariablemente el estado voluntarioso e insumiso de sus corazones: porque si
Dios manda, él desobedece; si Dios ama, el hombre aborrece. Si Dios envía a Su
Hijo a bendecir y a salvar, ellos Lo aborrecen sin causa; ellos Lo rechazan,
diciendo, "Este es el heredero; venid, matémosle, para que la heredad sea
nuestra." (Lucas 20:14). Si Dios predica paz y remisión de pecados, ellos
no creerán. Por lo tanto, así como el juicio sobre los Egipcios no pudo ser
retenido más tiempo debido a su odio a Dios y a Su pueblo, y a su rechazo de Su
palabra, del mimo modo la ira que viene es inevitable debido a la enemistad, y
obstinación, y continua insumisión del hombre a Dios y Su verdad.
Pero no dejemos de observar que antes que el juicio viniese realmente
sobre los primogénitos de Egipto, Dios, en Su gran amor y misericordia,
proclamó por medio de Su siervo el modo de seguridad. Él lo hace también ahora
mediante el evangelio, ¡bendito
sea Su nombre! Al pueblo de Israel se le dijo que buscara y tomara un cordero
sin defecto. Esta fue la cosa primera. Este cordero tenía que ser sin mancha,
para ser un tipo apto de Aquel al cual estaba destinado a representar, el cual
cientos de años después, se encontraría aquí como el santo, puro, y perfecto
Cordero de Dios. Entonces, observen, este cordero sin mancha, inofensivo, debía
ser muerto, porque nada podía cubrir nuestra necesidad excepto la muerte del
santo Hijo de Dios. Por muy pura y perfecta como fue Su vida, no obstante, si Él
se hubiese detenido antes de llegar a la muerte, cualesquiera hubiesen sido
otros padecimientos que Él hubiese soportado, nadie podría haber sido salvo.
Fue absolutamente, imperativamente necesario que Jesús muriese; porque la paga
del pecado es muerte (Romanos 6:23); y, bendito sea Dios, Jesús murió — Él
"murió por los impíos." (Romanos 5:6). Esta fue Su perfección, Él fue
"obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (Filipenses 2:8). Para
esto, también, Él descendió desde el cielo; porque Él fue "hecho un poco
menor que los ángeles… a causa del padecimiento de la muerte" (Hebreos
2:9). Luego, en la cruz llevando los pecados, y desamparado por Dios porque
nuestros pecados estaban sobre Él, Él padeció por los pecados, el justo por los
injustos, para llevarnos a Dios (1ª. Pedro 3:18). No obstante cuan preciosa fue
la vida de Jesús — y muy preciosa ella fue para Dios, y es para nosotros — aun
así Su muerte, el derramamiento de Su sangre, el hecho de haber Él puesto Su
vida, llegó a ser necesario para satisfacer las reivindicaciones santas y
justas de un Dios justo contra el pecado, para librarnos de su culpa y
condenación, para, asimismo, "que nosotros fuésemos hechos justicia de
Dios en él." (2ª. Corintios 5:21).
Pero todo esto lo vemos en el antitipo que Dios ha proporcionado. Él ha
hallado un Cordero sin mancha, y conforme a Su propio propósito y consejo a Él
se le ha quitado la vida. Él murió para que nosotros viviésemos —
'El Príncipe de vida en muerte ha yacido,
Para limpiarme de toda acusación de pecado,
Y, Señor, de la culpa de la mácula carmesí
Tu preciosa sangre me ha hecho limpio.'
Y es a la muerte de Jesús a lo que el apóstol Pablo llama a prestar la atención
en primer lugar cuando habla del evangelio que él predicaba —
"Primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por
nuestros pecados, conforme a las Escrituras" (1ª. Corintios 15:3).
Pero, por verdadero y bienaventurado es que Cristo ha sido entregado por
nuestras transgresiones, murió por nuestros pecados, y derramó Su sangre por
muchos, se puede preguntar ahora, ¿de qué beneficio ello ha sido para nosotros?
Muchos les dirán que ellos saben que Cristo murió, y derramó Su sangre; pero si
ustedes los apremian en cuanto a lo que ello ha hecho para ellos, tal vez no puedan
decirlo. ¿Por qué sucede esto? Porque
ellos conocen solamente estos asuntos como hechos históricos, y nunca se han
valido de esa sangre preciosa para la seguridad de su propia alma. Por eso se
nos dice adicionalmente que los Israelitas usaron la sangre. Esta fue la fe de
ellos. Dios les dijo que tomaran un manojo de hisopo, y lo mojaran en la sangre,
y untaran el dintel y los dos postes de sus casas con la sangre, y luego entrar
y descansar en perfecta paz. Este es el punto
decisivo de esta narración muy hermosa. Nosotros no deberíamos dejar de
notar los lugares donde la sangre había de ser untada — el dintel y los dos
postes de las puertas. Ella debía ser ensalzada por ellos, admirada como es
ahora ciertamente el caso con todos los que valoran realmente la sangre de
Cristo. Nosotros sabemos que los meros profesantes la pondrían en el umbral,
porque, con toda su profesión de la cual se jactan, ellos pisotean bajo sus
pies de manera práctica al Hijo de
Dios, y consideran Su sangre preciosa como no santificadora. El Israelita tuvo
que situarla, por así decirlo, entre él y Dios, y conocer su poder protector
también, tanto a mano derecha como a la izquierda. ¿Y qué puede ser ahora más
asegurador para el creyente verdadero, que saber que él cuenta con la sangre de
Cristo como estando ella entre él y Dios, y que Dios lo contempla como estando
bajo su seguridad limpiadora de pecado y justificadora?
Pero supongan que ellos hubiesen dicho, «La sangre no es suficiente», o,
«No se puede esperar que ellos vayan a estar protegidos solamente por ella», ¿no
habría ello delatado una absoluta
incredulidad? Pero ellos creyeron a Dios. Ellos mismos se valieron de la
sangre. Ellos asumieron con agradecimiento el modo de protección de Dios. La
seguridad de ellos estuvo en la sangre. Ellos untaron el dintel y los dos
postes de sus casas, y estuvieron seguros — incuestionablemente, perfectamente
seguros. No obstante ser pecaminosos, ignorantes, e indignos, aun así, estando
bajo el refugio de la sangre ellos estuvieron seguros. Con independencia de
cuán piadosos ellos pudieron haber sido, la seguridad de ellos no estuvo en su
piedad, sino en la sangre. Hechos amables y benevolentes y formas de auto
sacrificio, no obstante ser encomiables en su lugar, no ayudaron en lo más
mínimo a su seguridad; porque ello fue sólo por medio de la sangre. Porque Dios
había dicho, ""Y la sangre os
será por señal en las casas donde estéis; y cuando yo vea la sangre pasaré
sobre vosotros, y ninguna plaga vendrá
sobre vosotros para destruiros cuando yo hiera la tierra de Egipto."
(Éxodo 12:13 – LBLA). Por consiguiente, la seguridad de ellos estuvo
completamente en la sangre; para ellos había de serles "por señal." Y
Dios declaró que cuando Él viera la sangre Él preservaría a todo aquel que
estuviera bajo su bienaventurado refugio. ¡Cuán encantador y qué sencillo es
esto! Dios no dijo, «cuando Yo vea sus obras, o sentimientos, u oiga sus
oraciones» — no, sino "cuando yo vea la sangre." Ninguna tranca o
cerradura, por muy numerosas o poderosas que hubiesen sido, podrían haber
dejado afuera al mensajero del juicio de Dios; pero la sangre sobre el dintel y
los dos postes fue suficiente. Las personas pudieron haber sido jóvenes o
ancianas, morales o inmorales, instruidas o ignorantes, pero, habiéndose
refugiado bajo el dintel untado con sangre, ellos estuvieron perfectamente seguros.
¡Cuán ansioso todo Israelita creyente debe haber estado para hacer que su
familia entrase en la casa señalada con la sangre! ¿Acaso usted no se puede
imaginar a alguno de ellos preguntando por qué ellos no podían salir de la
puerta? Y los amorosos padres diciendo, «Porque el terrible juicio de Dios
viene, y Él ha prometido seguridad sólo a los que están en casas que han sido
señaladas con la sangre del cordero.»
Además, usted puede concebir fácilmente que hubiera algunos adentro de
los postes untados con sangre que fuesen objeto de dudas y temores, y si no,
careciendo de consuelo. ¿Por qué? Porque ellos olvidaron que toda su seguridad
estaba en la sangre.
Si estaban inmersos en ellos mismos, en sus propias obras, sentimientos,
idoneidad, y cosas parecidas, ciertamente serían infelices; pero si sus mentes
y corazones descansaban en las dos cosas que Dios les había dado — la sangre
por señal, y Su palabra para certeza
— ellos encontrarían un remedio eficaz para todas las dudas y temores. Confiar,
entonces, plenamente en la sangre, y contando solamente con lo que Dios dijo
acerca de ella, sería suficiente para mantenerlos en perfecta paz. Y es así
ahora. Dios declara que Jesús ha hecho la
paz mediante la sangre de Su cruz (Colosenses 1:20), y Él proclama ahora paz para todo aquel que cree. Y los que creen, confiando solamente
en la sangre de Cristo, y contando con lo que Dios dice, a saber, que "de
tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo
aquel que en él cree, no se pierda (no perezca)" (Juan 3:16), ellos tienen paz
con Dios. Oh, sí, el
testimonio de Dios rendido a la virtud purificadora de la sangre de Jesús es el
remedio para todas las dudas y temores. Esa sangre preciosa apaga toda
confianza carnal, y silencia a todo acusador de la conciencia; porque ella
habla de pecados juzgados y limpiados. La sangre nos habla del perfecto amor de
Dios, aun cuando nosotros estábamos muertos en pecados (Efesios 2:1); ella nos
habla de paz hecha, de redención cumplida, de un camino nuevo y vivo para
entrar al Lugar Santísimo, de derecho a la gloria eterna.
Estar protegido por la sangre es la cuestión
vital. Muchos tropiezan aquí, y el error es fatal. Ellos están perdidos,
perdidos para siempre, porque han rechazado la sangre de Jesús como el único
terreno de paz y seguridad; porque
'Nada puede el pecado expiar,
Sólo de Jesús la sangre.'
Ellos dicen que son pecadores,
y que Cristo es el Salvador; pero ellos mismos no hacen uso del valor de Su
muerte. Ellos no se protegen en Su sangre como la única forma de seguridad.
Esto es incredulidad. Ello es rechazar oír a Aquel que habla desde el cielo.
Dios ha declarado que "sin derramamiento de sangre no se hace
remisión" (Hebreos 9:22); que "la sangre de los toros y de los machos
cabríos no puede quitar los pecados (Hebreos 10:4); que en Cristo "tenemos
redención por su sangre" (Efesios 1:7; Colosenses 1:14); y que "la
sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo
pecado." (1ª. Juan 1:7). Por consiguiente, es evidente que ningún
pecado es excesivamente oscuro como para que esa sangre no lo lave. Oh, no;
"Porque la sangre, en virtud de ser la vida, es la que hace expiación"
(Levítico 17:11 – VM), y son verdaderamente felices los que, refugiándose
delante de Dios en la sangre de Jesús, confían tanto en Su testimonio de su
perfecta eficacia como para estar incuestionablemente seguros de se perfecta
seguridad. ¡Oh la bienaventuranza de Dios diciéndonos, ustedes están ahora
JUSTIFICADOS POR SU SANGRE! (Romanos 5:9 – LBLA, RVA, VM), o, ¡EN EL PODER DE
SU SANGRE! (Romanos 5:9 – JND).
Recuerden, entonces, lo que
Dios dijo a los que creyeron a Su palabra, y confiaron en el poder protector de
la sangre del cordero. Él les dijo dos cosas. En primer lugar, que la sangre
(preste atención, no sus sentimientos, ni sus opiniones, ni siquiera sus
oraciones, sino la sangre), y sólo la sangre, iba a serles por señal de su perfecta
seguridad. Pasara lo que pasara, ellos debían pensar en la sangre, y estar en
paz, porque ellos estaban protegidos por ella. "La sangre os será por señal en
las casas donde vosotros
estéis." (Éxodo 12:13). Esto es muy bienaventurado. Es el remedio perfecto
para toda duda, o interrogante, o sugerencia del enemigo. La divina aseguranza
fue de seguridad perfecta, debida a la sangre. En segundo lugar, Dios dijo,
"Cuando yo vea la sangre pasaré sobre vosotros, y ninguna plaga vendrá
sobre vosotros para destruiros cuando yo hiera la tierra de Egipto" (Éxodo
12:13 – LBLA). Dios actuó así en virtud de la sangre. Él no dijo, «cuando yo
vea sus sentimientos o sus obras.» Oh, no; sino "cuando yo vea la sangre
pasaré sobre vosotros." Vemos, por tanto, que la sangre responde a toda
reivindicación de Dios, así como cubre toda necesidad de nuestras almas. Ellos
no sólo estuvieron en sus casas perfectamente seguros, sino que se les dio el
derecho de conocerlo, y a estar en perfecta paz acerca de ello.
¿Y después, qué? ¿Dejó Dios que Su pueblo, estando seguro así,
hiciera su propia voluntad, siguieran sus opiniones propias, y viviesen como
quisieran? ¿O prescribió Él una ocupación para ellos como estando así seguros y
separados para Él por la sangre? Muy ciertamente Él lo hizo. Él puso tres cosas
delante de ellos, todas las cuales tienen una voz de enseñanza solemne para
nosotros.
En primer lugar, ellos debían
quitar toda levadura de sus casas. Ahora bien, se encontrará siempre que la
levadura en la Escritura representa lo que es malo. Por lo tanto, ellos debían
separarse de todo mal. No debían aferrarse a nada que fuera inadecuado para
Dios. Su palabra es, "Sed santos, porque yo soy santo." (1ª. Pedro
1:16). Entonces ahora, habiendo sido comprados por la sangre de Jesús, nosotros
somos de Dios; para ser Suyos para siempre; para anunciar las virtudes de Aquel
que nos llamó de las tinieblas a Su luz admirable (1ª. Pedro 2:9). Nosotros
hemos de separarnos de la iniquidad; "limpiarnos de toda inmundicia de la
carne y del espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios."
(2ª. Corintios 7:1 – VM). Ya sea que comamos o bebamos, o cualquier cosa que
hagamos, hagamos todo para la gloria de Dios. (1ª. Corintios 10:31).
En segundo lugar, ellos debían
comer la carne del cordero "asada al fuego." (Éxodo 12:8). Esta fue
la feliz ocupación de ellos, y ello nos exhorta en voz alta en cuanto a la
necesidad de comunión con Aquel que "nos amó, y se entregó a sí mismo por
nosotros." (Efesios 5:2). En nada nos puede ir bien si la comunión es
descuidada. Nosotros estamos llamados a la comunión de Su Hijo Jesucristo
nuestro Señor. Ellos podían haber recordado los padecimientos, la muerte, el
derramamiento de la sangre del cordero, podían haberse regocijado en la
seguridad presente en aquel momento, pero debían ocuparse del cordero que había
sido sacrificado, y alimentarse de él. Determinadas partes del cordero fueron
destacadas como proporcionadas para ellos — "su cabeza con sus pies y sus
entrañas." (Éxodo 12:9. Y nosotros no podemos dejar de observar en estas
palabras del Espíritu Santo, que es nuestro privilegio tener comunión con nuestro
bendito Señor en cuanto a Su mente, tal como entendemos que la
"cabeza" nos enseña. Por consiguiente, no deberíamos ser ignorantes,
sino entendedores de cuál es la voluntad del Señor. Uno de nuestros más
elevados privilegios actuales es involucrarnos inteligentemente en Sus
consejos, propósitos, y pensamientos, tal como nos son revelados en la Palabra
y por el Espíritu Santo. Poder decir, sin temor a la contradicción, que "nosotros
tenemos la mente de Cristo" (1ª. Corintios 2:16), y que conocemos "las
cosas que nos han sido dadas gratuitamente por Dios" (1ª. Corintios 2:12 –
VM), "porque el Espíritu escudriña todas las cosas, y aun las cosas
profundas de Dios" (1ª. Corintios 2:10 – VM), fue lo que un apóstol
acostumbraba pronunciar sin titubear como caracterizando a los santos de Dios.
¡Oh la bienaventuranza de tener así comunión con el Señor en cuanto a Su mente
y Su voluntad!
Por "sus pies"
nosotros entendemos Su andar. En esto también nos conviene involucrarnos, por
el Espíritu, mediante la Palabra: porque Él nos ha dejado un ejemplo, que
sigamos Sus pisadas (1ª. Pedro 2:21) — andar como Él anduvo (1ª. Juan 2:6). Y
yo pregunto, ¿Puede ejercicio alguno exceder la bienaventuranza del hecho de seguir
las pisadas del bendito Hijo mientras estuvo aquí? En un momento Le vemos en un
lugar solitario, o dedicando toda una noche a la oración; en otro Le vemos
predicando temprano en el templo. Algunas veces Le contemplamos hablando con
doctores de la ley, o en controversia con fariseos racionalistas, o Saduceos
incrédulos. Además, a Él se le encuentra a orillas del lago de Genesaret, o
caminando por las calles de Jerusalén, expuesto a las tentaciones de Satanás o
al aborrecimiento de hombres perversos; Él se sienta a comer en casa de un
Fariseo, o habla a una multitud de miles; o se sienta solo junto al pozo de
Samaria con una pecadora inquisidora, o navega a lo largo del mar de Galilea en
un bote. En público o en privado, toda pisada fue obediencia a la voluntad del
Padre; toda palabra que salió de Sus labios santos el Padre se la dio para que
Él la pronunciara; todo acto fue una manifestación tal del Padre que Él pudo
decir, "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre." (Juan 14:9). Ah,
esto fue verdadero y perfecto; todo fue fruto en su tiempo; pero involucrarse
en ello, disfrutarlo, y cosechar consuelo y fortaleza de la contemplación
creyente de ello, ¡es realmente un privilegio!
Pero ellos debían alimentarse
también de las "entrañas" — las partes interiores. (Éxodo 12.9). Y
por tanto, los afectos de Cristo son puestos al descubierto para nosotros en la
preciosa Palabra de Dios, y el
Espíritu se complace en tomar
las cosas de Cristo y en dárnoslas a conocer. (Juan 16:14). Nosotros sabemos
que Él amó verdaderamente; que, "habiendo amado a los suyos que estaban en
el mundo, los amó hasta el fin" (Juan 13:1 – VM); que Él "amó a la
iglesia, y se entregó a sí mismo por ella" (Efesios 5:25); y que fue
cuando éramos enemigos, impíos, pecadores, que Él nos amó de tal manera como
para morir voluntariamente por nosotros. Nosotros sabemos que Su corazón está
tan fijo en nosotros que Él está siempre en espíritu con nosotros, y no nos dejará
ni nos abandonará jamás; que el mismo amante corazón, aunque late ahora en el
trono de Dios, está ocupado siempre e incesantemente en ministrarnos y
cuidarnos. Y tan fervientemente Él anhela tenernos en la gloria con Él, que Él
no sólo ha prometido volver para tomarnos y llevarnos con Él, para que donde Él
está, estemos también nosotros, sino que Su corazón dice aún, "Padre,
aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén
conmigo, para que vean mi gloria" (Juan 17:24). Es entrando así en los
afectos de Cristo, y gozando de Su amor, que nuestros corazones se elevan en
ferviente adoración, y se elevan por encima de todas las angustiosas
circunstancias que pueden cruzar nuestra senda. No dejemos de ver, entonces,
que durante el momento actual, antes de la venida de nuestro Señor, es nuestro
feliz privilegio ocuparnos de los pensamientos, del andar, y del amor de ese Cordero
que está ahora en medio del trono, como inmolado (Apocalipsis 5:6).
En tercer lugar, hay también
otro punto de profunda importancia práctica. Los Israelitas debían comerlo
apresuradamente; no como aquellos que se estuvieran estableciendo en Egipto.
Por el contrario, ellos debían estar preparados para moverse al mandato de Jehová.
La posición de ellos debía ser de completa subordinación a la voluntad de Dios,
dispuestos para marchar a Su orden. Nosotros leemos: "Lo comeréis así:
ceñidos vuestros lomos, vuestro calzado en vuestros pies, y vuestro bordón en
vuestra mano; y lo comeréis apresuradamente; es la Pascua de Jehová."
(Éxodo 12:11). Ellos tuvieron que alimentarse del cordero con sus lomos
ceñidos, báculo en mano, y pies calzados. Ellos eran un pueblo distinto y un
pueblo separado de los Egipcios de manera práctica — conscientemente pueblo de Jehová,
y en una posición dispuesta para cualquier cosa que a Él le agradase. Es cierto
que no hubo cántico alguno en Egipto
tal como lo hubo después al otro lado del Mar Rojo, ni tampoco hubo batalla como
cuando estuvieron más allá
del Jordán; pero hubo paz consciente, protección del juicio, separación del
mal, alimentarse del cordero, y la expectativa de dejar Egipto para siempre y
habitar en la tierra que fluye leche y miel.
¿Y cómo es ello, querido
compañero Cristiano, con respecto a nuestras almas? ¿Estamos nosotros
disfrutando de la protección de la sangre, y descansando en la preciosa
aseguranza de la inerrante Palabra de Dios? Y en el dulce consuelo de esto, ¿es
Cristo todo para nuestros corazones — nuestra fortaleza, nuestro gozo, nuestro
recurso inquebrantable? ¿Estamos nosotros comprendiendo que, debido a que somos
los redimidos del Señor nosotros estamos dispuesto a andar, a detenernos, a
servir, a ser totalmente y sin reserva Suyos? ¡Oh la bienaventuranza de este
descanso de alma! No, aún más, ¡bienaventurado es el disfrute de los
pensamientos, el amor, los modos de obrar de Cristo mismo! Y aunque todos
nuestros gozos aquí, a pesar de ser puros y espirituales, están mezclados con
elementos humanos de amargura — hierbas amargas — aun así, debemos encontrar
que Él es el manantial de gozo, fortaleza de vida, la verdadera fuente
inagotable de todo lo que es puro y dichoso. ¡Gracias sean dadas a Dios por
"la sangre preciosa de Cristo."!
La justicia
perfecta de Dios
Está testificada
en la sangre del Salvador;
Es en la cruz de
Cristo que encontramos
Su justa, y no
obstante maravillosa gracia.
Dios no pudo
ignorar al pecador;
Su pecado requería
que él muriese:
Pero en la cruz de
Cristo vemos
Cómo Dios puede
salvar, y además ser justo.
El pecado es
puesto sobre la cabeza de Jesús;
La deuda del
pecado es pagada en Su sangre;
La severa justicia
no puede requerir más,
¡Y misericordia
puede dispensar su depósito!
El pecador que
cree es libre,
Puede decir, el
Salvador murió por mí
Puede señalar la
sangre expiatoria,
Y decir, 'esta
hizo mi paz con Dios.'
H. H.
Snell
Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Noviembre
2017.-