LA SANGRE
PRECIOSA DE JESUCRISTO
Todas las citas bíblicas se encierran
entre comillas dobles ("") y han sido tomadas de la Versión
Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de
las comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales como:
RVA = Versión Reina-Valera 1909
Actualizada en 1989 (Publicada por Editorial Mundo Hispano)
RVR1909 = Versión
Reina-Valera Revisión 1909 (con permiso de Trinitarian Bible Society, London,
England).
LBLA = La Biblia de
las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation, Usada con
permiso.
VM = Versión Moderna, traducción de 1893
de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY,
Suiza).
Abreviaturas usadas en este escrito: cf.
= comparar; ss = sucesivos; Gr. = Griego
Contenido:
Prefacio
La Sangre y el Alma
Abstención de Sangre
Expiación
por el
Pecado mediante Sangre
"Vida por Vida"
El Rescate
Expiación
Ningún Universalismo
Perfecta Seguridad de Salvación
Sustitución
El Valor de
la
Sangre de Cristo
Redimidos para Dios
Los Efectos
de la
Sangre Derramada de Cristo
Aspersión de Sangre y Limpieza
Lavamiento
Paz a por medio de la Justificación
Acceso a Dios
"La Sangre
del Pacto"
El Antiguo y el Nuevo Pacto
¿Cuándo fue derramada la Sangre de Cristo?
"Sangre y
Agua"
"El que Come
mi Carne y Bebe mi Sangre"
Comer y Beber una vez
Comer y Beber Continuamente
No se trata de la Cena del Señor
Prefacio
En años recientes el así
llamado 'mundo Cristiano' ha visto un número en aumento de personas que dicen
que la sangre de un hombre crucificado es inaceptable para ellas. Esta
blasfemia, pronunciada por aquellos que pretenderían a pesar de todo ser
'Cristianos', es un ataque al fundamento de la fe Cristiana. Ello señala un
paso más en el camino a la apostasía final del Cristianismo profesante (cf 2ª.
Tesalonicenses 2:3), puesto que nada más que ¡" la sangre de Jesucristo… limpia
de todo pecado."! (1ª. Juan 7).
No es nuestra intención
ocuparnos de tales declaraciones o de su procedencia, sino examinar lo que la
Santa Escritura enseña acerca del significado de la sangre. La verdad
relacionada con ella encuentra su perfecta expresión, en realidad su
cumplimiento, en la cruz del Calvario. El Señor Jesús hizo allí " la paz
mediante la sangre de su cruz." (Colosenses 1:20).
La Sangre y el Alma
La sangre tiene su lugar
particular a través de toda la Biblia. Ya en Génesis 9: 4 al 6, Dios dice a
Noé, el patriarca de toda la humanidad, después del diluvio:
"Pero
carne con su vida, que es su sangre, no comeréis. Porque
ciertamente demandaré la sangre de vuestras vidas; de mano de todo animal la
demandaré, y de mano del hombre; de mano del varón su hermano demandaré la vida
del hombre. El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será
derramada; porque a imagen de Dios es hecho el hombre."
Nosotros encontramos otra
Escritura significativa en Levítico 17. Los versículos 11 y 12 afirman:
"porque la vida de la carne en la sangre está, la cual os he dado
para hacer expiación en el altar por vuestras almas; porque la sangre, en
virtud de ser la vida, es la que hace expiación. Por lo mismo he dicho a los
hijos de Israel:
Ninguna persona de entre vosotros ha de comer sangre; ni tampoco el extranjero
que mora en medio de vosotros ha de comer sangre." (VM). En
estos y otros pasajes (por ejemplo,
Deuteronomio 12:23: "la sangre es la vida"), el Antiguo Testamento
revela los pensamientos de Dios acerca de la sangre, y la primera cosa que nosotros
deducimos es que la sangre es "la vida o el alma" de todos los seres
vivientes.
Esto no significa, obviamente,
que la sangre es en sí misma idéntica de manera literal con el alma, aunque
ciertas denominaciones religiosas enseñan esto y como consecuencia rehúsan las transfusiones
de sangre las que, ellos creen, entremezclan las almas de diferentes personas.
La sangre es material; por
otra parte, el alma no lo es. ¿Qué tienen que ver dos cosas tan diferentes una
con otra? La sangre desempeña un papel importante en el metabolismo del cuerpo,
pero el alma es la sede de la individualidad, las emociones, y los deseos — en
resumen, la vida natural en sus variadas formas de expresión.
Por otra parte: Dios no hace
que la "sangre" sea equivalente al "alma", pero cuando se
trata de encontrar una forma clara y exacta mediante la cual visualizar el alma
invisible, difícilmente existe una forma mejor que la sangre. Después de todo,
es muy evidente que una criatura que se ha desangrado hasta la muerte no tiene
forma alguna de regresar a la vida. La vida, y el alma con ella, ha abandonado
el cuerpo, y la muerte ha tomado su lugar de manera irrevocable. Esa es la
manera en que nosotros debemos comprender la expresión bíblica. "La vida
(o el alma) de la carne en la sangre está." En la Palabra de Dios la
sangre es el símbolo visible de la vida y del alma.
No son asunto nuestro las
ideas de las personas acerca del significado de "la sangre" o los
descubrimientos científicos de los hombres acerca del tema, sino exclusivamente
los pensamientos de Dios tal como son revelados en la Sagrada Escritura. Él ha
hecho que ellos sean registrados para que podamos examinar y comprender lo que
Él desea comunicarnos mediante ellos. Y la forma en que nosotros hacemos esto
para otros asuntos en Su Palabra se aplica aquí: "no con las palabras
enseñadas por la sabiduría humana, sino con las enseñadas por el Espíritu,
interpretando lo espiritual por medios espirituales." (1ª. Corintios 2:13
– RVA). Si en nuestra consideración de este asunto trascendental nosotros
llevamos "cautivo todo pensamiento a la obediencia de Cristo" (2ª.
Corintios 10:5 – RVA), no solamente aprenderemos sino que experimentaremos
ricas bendiciones. Nosotros no deseamos 'diseccionar' este tema precioso, sino contemplarlo
en un espíritu de reverencia y adoración.
Abstención de Sangre
Los dos pasajes de la
Escritura arriba citados de Génesis y Levítico contienen dos lecciones adicionales.
Una es de naturaleza práctica y corresponde a nuestra vida cotidiana; la otra
tiene que ver con nuestra salvación y tiene consecuencias eternas.
Después del diluvio nuestro
Dios Creador autorizó a Noé y a toda la humanidad a comer carne y matar
animales para ese propósito. Comer carne debería atraer la atención del hombre
al hecho de que su vida terrenal es sostenida mediante la muerte de criaturas
inocentes. Sin embargo, él muestra su respeto por el Creador absteniéndose de
la sangre de ellos porque este es el símbolo del alma (o de la vida), la cual
tiene su origen con Dios (cf. Génesis 1:20; Génesis 2:7). [1]
[1]
El Creador prohibió a la vez el derramamiento de la sangre del hombre, es
decir, asesinar, estableciendo a partir de entonces la autoridad para castigar
con la muerte a quien diese muerte a otra persona (Génesis 9:6). Por el
contrario, Dios había reservado previamente para Sí mismo el castigo del
culpable, como en el caso del derramamiento de la sangre de Abel por parte de
Caín (compárese con Génesis 4: 8-15).
La prohibición en contra de
comer sangre fue renovada para el pueblo de Israel después que fueron redimidos
de Egipto. La humanidad, obviamente, había dejado de guardar el mandamiento que
Dios había dado a Noé y sus descendientes (cf. Levítico 17:10).
El Nuevo Testamento pone en
claro que ello es tan obligatorio para los Cristianos (cf. Hechos 15: 20 y 29) así
como lo era para Israel. Esto muestra que no se trata de un asunto específicamente
Judío o Cristiano, sino que obliga a toda la raza humana. Absteniéndose de
sangre el hombre reconoce la autoridad del Creador. Aun si las personas tienen
poco conocimiento o poca comprensión de la orden de Dios, no obstante se trata
de un hecho, tal como varios pasajes en la Palabra de Dios indican. Como
discípulos obedientes de nuestro Señor nosotros deberíamos considerar este
mandamiento como expresión de una parte de la voluntad de Dios para la manera
en que vivimos en la tierra.
Expiación
por el Pecado mediante Sangre
Antes
de que el pecado entrase en el mundo no había habido mención
alguna de la sangre. Es solamente después de la caída cuando nosotros leemos
acerca de dar muerte a animales y de traer sacrificios (cf. Génesis 3:21;
Génesis 4:4). Pero cuando a las personas se les permitió comer la carne de
animales después del Diluvio, no se les permitió consumir la sangre. Esto es porque
la sangre que fluye de un animal cuando se le da muerte muestra que hay pecado
en el mundo. Ella habla de muerte; la paga del pecado (cf. Génesis 2:17;
Romanos 6:23). Al mismo tiempo, ella nos recuerda también al Creador y
Sustentador de toda vida. Esto nos lleva a la segunda consecuencia del hecho de
que la sangre es el símbolo del alma: ella es el medio que Dios designó para la
expiación y el perdón de pecados. La implicación de esta verdad se extiende
¡directamente a la eternidad!
La
primera pareja humana fue vestida con "vestidos de
piel" después de la caída. Adán y Eva se habían hecho delantales de hojas
de higuera para ocultar su desnudez, pero estos fueron coberturas muy
imperfectas. Dios respondió a sus esfuerzos humanos insatisfactorios con algo
basado en la muerte de un animal inocente. La matanza no está mencionada de
manera expresa, pero la ropa que Dios proporcionó para la pareja caída la da
por supuesta (cf. Génesis 3: 7 y 21). La sangre de un animal inocente debe
fluir para que la desnudez del hombre pecador pueda ser cubierta. Esta es la
primera alusión en la Palabra de Dios a la obra de redención consumada por el
Señor Jesús.
Fue
el pueblo de Israel el que primero experimentó el poder salvador
de la sangre. Al pronunciar la última de las diez plagas sobre Egipto, Dios
advirtió que todo primogénito moriría. Pero Él había provisto un medio de
salvación para Su pueblo: el cordero Pascual, con cuya sangre tenían que ser untados
los dos postes y el dintel de sus casas. El destruidor pasó por todas las
puertas que exhibieron la sangre del cordero, porque Dios había dicho, "y
veré la sangre y pasaré de vosotros" (Éxodo 12:13). Fue solamente el
juicio de Dios — no el del hombre — lo que fue aquí decisivo. Del Nuevo
Testamento nosotros sabemos que el cordero Pascual, como tipo o retrato
espiritual, señalaba a Cristo: "porque nuestra pascua, que es Cristo, ya
fue sacrificada" (1ª. Corintios 5:7). Todos los que se han refugiado en Él
en fe están para siempre bajo Su maravillosa protección.
La
ley que Israel recibió después del Éxodo desde Egipto saca a
relucir especialmente el significado de la sangre de diferentes maneras. Los
sacerdotes fueron rociados con sangre en su consagración para el servicio
mientras en el Día de la Expiación la sangre era rociada y esparcida sobre el
propiciatorio del arca en el lugar santísimo (cf. Éxodo 29:21; Levítico 16: 14
y 15). El sacrificio prescrito tenía que ser traído para cada transgresión; la
sangre sacrificial del animal tenía que fluir cuando se le daba muerte y ser
rociada sobre el altar como una señal de expiación, puesta sobre sus cuernos o
derramada sobre su base (Levítico 4: 7 y 25; Levítico 5:9; Levítico 7:2). Todo
esto apunta a la verdad central en la Palabra de Dios de que "sin
derramamiento de sangre no se hace remisión." (Hebreos 9:22).
No
obstante, tal como leemos en la Epístola a los Hebreos, era
imposible que la sangre del animal sacrificado quitase pecados. En estos
sacrificios — sobre todo en el Día de la Expiación — todo lo expresado era
meramente un recordatorio constante del pecado y con él la pecaminosidad de la
humanidad (Hebreos 10: 3 y 4). La ley dada a Moisés en el Sinaí que estipulaba
estos sacrificios no pudo introducir perfección, puesto que por las obras de la
ley, incluyendo los sacrificios, nadie puede ser justificado delante de Dios. Lo
máximo que la ley consigue es conocimiento del pecado (Romanos 3:20; Gálatas
2:16; Hebreos 7:19).
David
dijo una vez, "Porque no quieres sacrificio, que yo lo
daría; No quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu
quebrantado; Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios."
(Salmo 51: 16 y 17). Por medio de la ley este hombre — un creyente — no sólo
había alcanzado el conocimiento del pecado, sino que, al igual que otros
creyentes del Antiguo Testamento, había reconocido que el hombre concebido en
pecado y gestado en iniquidad jamás podía obtener la verdadera expiación para
sus pecados sencillamente mediante el sacrificio de un animal. Sin embargo, por
medio de la fe él había reconocido también que el arrepentimiento, y la confesión
que esto implica, es la única condición para el perdón, si bien él no podía
haber conocido su fundamento — la obra de redención de Cristo — en aquel
tiempo. De esta manera, su fe trascendió la revelación divina de su día.
Si
el hecho de sacrificar animales no podía quitar el pecado, ¿por
qué fueron ellos necesarios? Por dos razones: ellos no sólo señalaban de manera
constante la pecaminosidad del hombre, sino que eran también tipos del futuro
sacrificio del Señor Jesucristo que Él iba a hacer en el "cumplimiento de
los tiempos" en la cruz del Calvario. Todos los pecados que el pueblo
cometió en tiempos del Antiguo Testamento eran perdonados por Dios en vista de
esa obra futura, si ellos los confesaban sinceramente. Él pudo pasarlos por
alto de manera justa antes de la obra de la cruz mientras que en el tiempo
actual, Él justifica a todos los que ponen su fe en el Señor Jesús y Su obra
consumada allí (Romanos 3:25 y ss.; 1ª. Juan 1:9).
El
pleno alcance de las palabras: "La vida de la carne en la
sangre está, la cual os he dado para hacer expiación en el altar por vuestras
almas; porque la sangre, en virtud de ser la vida, es la que hace
expiación" (Levítico 17:11 – VM), no podía volverse claro hasta que el
Señor Jesús hubiese muerto.
"Vida por Vida"
Cuando
Dios creó al hombre, Él lo situó en el ambiente más glorioso
que ningún ser humano ha habitado jamás. Adán tuvo aquí la tarea de cultivar y
cuidar el Huerto del Edén. Un mandamiento único le recordaba que había un Ser
al cual él era responsable. El mandamiento establecía: "De todo árbol del
huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás;
porque el día que de él comieres, ciertamente morirás." (Génesis 2: 16 y
17). Dios le dio al hombre una libertad casi ilimitada para tomar decisiones,
pero declaró a la vez que si él desobedecía perdería su vida porque la paga del
pecado es muerte (Romanos 6:23).
La
primera pareja humana abusó de su habilidad para tomar decisiones
desobedeciendo a Dios. Como resultado, el pecado entró en el mundo y la muerte
con él: muerte natural como la separación del alma y el cuerpo; muerte
espiritual como la separación del incrédulo de Dios; y muerte eterna, hasta
ahora aún en el futuro, la "muerte segunda" como aquella separación
aterradora del pecador de Dios en el lago de fuego (Romanos 5:12; Efesios 2:1;
Apocalipsis 20: 12 al 15). La primera pareja cayó en pecado y todos sus
descendientes han sido concebidos y han nacido a su imagen y semejanza (cf.
Génesis 5:3; Salmo 51:5). Por lo tanto, por naturaleza todos están bajo la
sentencia de muerte de Dios.
Nadie
puede librarse a sí mismo de esta condición de pecado contra
Dios y la muerte que dicha condición conlleva. No obstante, hay una manera de
salir de esta situación. Ello fue indicado ya en la ley dada en Sinaí: "Si
hubiere muerte, entonces pagarás vida por vida..." (Éxodo 21:23). Esto significa
en primer lugar, que quienquiera que había dado muerte a otro tenía que pagar
por ello con su propia vida. En su aplicación a nosotros, sin embargo, ello
significa que si alguno ha perdido su vida por el pecado, la única forma de
escapar es que otro sacrifique su vida por él. Pero nadie está en una posición
como para hacer esto; todos están padeciendo a causa de sus propios pecados y,
por tanto, ellos mismos están en la necesidad de redención tal como los hijos
de Coré comprendieron: "Ninguno de ellos podrá en manera alguna redimir al
hermano, Ni dar a Dios su rescate." (Salmo 49:7). Los discípulos del Señor
Jesús no pudieron darle una respuesta a Su pregunta: "¿qué recompensa dará
el hombre por su alma?" (Mateo 6:26). No hay nadie en toda la creación que
cuente con el medio de redimir al hombre pecador de su culpa con respecto a
Dios.
Debido
a Su amor, por tanto, Dios envió a Su Hijo a un mundo perdido.
Cuando el Señor Jesús asumió la paga del pecado sobre Sí mismo en la cruz, Él
ofreció Su propia vida a Dios como rescate, cumpliendo perfectamente el
principio de "vida por vida." Según la ley, quienquiera que quitaba
la vida a otro tenía que pagar por ello con su propia vida como la parte
culpable. Pero el Señor Jesús puso Su vida pura, preciosa, como una víctima
inocente por el culpable y pecador. Al hacerlo, Él pagó el único rescate
aceptable para Dios.
Isaías
dice, "[Él] derramó su alma hasta la muerte."
(Isaías 53:12 – VM). Algunas traducciones de la Biblia traducen la palabra
"alma" por "vida", porque el alma (la vida) en la sangre
está. Dado que la sangre es el símbolo de vida esto hace que la expresión
"derramó . . . hasta la muerte" se refiera al derramamiento de la
sangre de Cristo. El mismo verbo es usado en el Hebreo en el Salmo 141:8 para
"no desampares mi alma" y en Isaías 32:15 para "sea derramado el
Espíritu de lo alto."
El
Rescate [2]
[2] En las secciones siguientes será
de ayuda mencionar y, donde sea necesario, explicar las palabras Hebreas y
Griegas relevantes.
El
uso Bíblico de la palabra "rescate" no es lo mismo que
el dinero pagado para liberar un esclavo o un prisionero. Nosotros encontramos
el hecho de 'rescatar' algo o alguien en la Palabra de Dios y regresaremos a
ello (cf. Éxodo 21:8; Levítico 19:20; Levítico 25:47 y ss.), pero no es esto lo
que quiere dar a entender aquí. El rescate que el Señor Jesús pagó derramando
Su sangre y dando Su vida para nuestra redención nos liberó del juicio de Dios
y de eterna condenación.
Nosotros
encontramos muchos tipos de esto en el Antiguo Testamento.
Varias veces leemos acerca de un rescate o expiación por alguien que está bajo
el juicio de Dios o sobre quien Él tenía una reclamación. El primogénito en
Israel, por ejemplo, tenía que ser 'rescatado' a nombre de todos, por así
decirlo; alguien que merecía la muerte podía pagar un "rescate" como
"expiación" por su vida; y cuando el pueblo fue numerado, todo
Israelita tuvo que pagar medio siclo de plata como "rescate de su vida
(alma)" (Éxodo 13:13; Éxodo 21:30; Éxodo 30:12 – VM). Sin embargo, cuando
se trata de la eternidad, nadie puede pagar un rescate por él mismo o por
cualquier otra persona.
Solamente Uno estuvo en una posición de hacer eso: "el hombre
Cristo Jesús; que se dio a sí mismo en rescate por todos." (1ª. Timoteo
2:5 – VM). Aquel que era Dios el Hijo desde la eternidad, se hizo verdadero
Hombre, como para ser capaz de actuar de manera justa para ambas partes. Él
mismo se sacrificó dando Su vida preciosa, tal como Él profetizó en Mateo
20:28: "así como el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para
servir, y para dar su vida en rescate [Gr. lútron]
por muchos." (cf. Marcos 10:45). Nosotros nos referiremos más adelante a
la diferencia significativa entre estos pasajes que, a primera vista, parecen
tan similares.
El
rescate pagado por el Señor Jesús fue verdaderamente suficiente
para la redención de todos, pero beneficia solamente a aquellos que aceptan la
redención que proporciona por medio de la fe.
El
pago de este rescate tiene un efecto doble: para Dios y para el
hombre. Para Dios la sangre de Cristo trajo perfecta expiación; pero al mismo
tiempo Él llevó de manera vicaria, o como un sustituto, los pecados de todos los
que creen en Él. Nosotros debemos distinguir entre estos dos aspectos de Su
obra de redención y no confundirlos.
En
este sentido, el Día de la Expiación (Levítico 16) proporciona
una ilustración instructiva. Entre otras cosas, los machos cabríos tenían que
ser tomados "para expiación." Los dos animales eran necesarios para
ilustrar ambos aspectos de la obra de redención: expiación y sustitución.
Ahora bien, aunque vemos aquí de manera primordial la base de la redención
futura de Israel, hay asimismo información valiosa para nosotros. A un macho
cabrío se le daba muerte y su sangre era llevada al lugar santísimo, donde el
sumo sacerdote la rociaba una vez hacia el propiciatorio y siete veces delante
de él. Esto presenta el aspecto de la
expiación. El otro era enviado vivo
al desierto, después que los pecados del pueblo habían sido confesados sobre su
cabeza. Esto presenta el aspecto de la
sustitución.
Si bien los conceptos de expiación
[3 y
4] y sustitución [4] no
aparecen en estos términos simplificados en el Antiguo y en el Nuevo
Testamento, la enseñanza expresada en ellos está de acuerdo con la Palabra de
Dios. De hecho, es la doctrina de la Sagrada Escritura mediante la cual
enseñanzas falsas como la idea de que todos serán salvos, o que los creyentes
pueden perder su vida eterna después de creer, pueden ser expuestas no
solamente como falsas sino como engaños del diablo. La primera desorienta al
pecador para la eternidad; la segunda priva al creyente de la presente
seguridad de salvación. Estos temas importantes nos ocuparán en los párrafos
siguientes.
[3] Las palabras 'expiar' y
'expiación' tenían originalmente el significado de 'cubrir' y 'cubierta' en
Hebreo (kaphar, kipper, kopher) y 'hacer favorable' en Griego (hilaskomai,
hilasmos). En ambos idiomas ellas contienen el sentido de reconciliación, es
decir, el establecimiento de un acuerdo perfecto entre pecadores hostiles y un
Dios santo. El objeto de la expiación (es decir, la persona para la cual, o la
causa por la cual, se hace expiación) es por tanto presentada por lo general.
(cf. 1ª. Juan 2:2).
[4] El término 'sustitución' no
aparece como tal en la Biblia.
Expiación
En
primer lugar, las santas exigencias de Dios requerían
satisfacción en lo que concierne al hombre que había caído en pecado. Este
último era totalmente incapaz de cumplirlas, tal como el versículo del salmo 49
citado anteriormente expresa de manera tan sucinta: "Ninguno de ellos
podrá en manera alguna redimir al hermano,
Ni dar a Dios su rescate [o expiar; Hebreo kopher] (Porque la redención de su vida
[alma] es de gran precio,
Y no se logrará jamás)." (Salmo 49:7). Pero, ¡gracias sean
dadas a Dios! ¡Él mismo sentó la base para la redención del pecador! Lo que el
hombre encontró imposible, Él lo hizo dando a Su Hijo como propiciación [Gr. hilasmos] por
nuestros pecados (1ª. Juan 2:2; cf. 1ª. Juan 4:10). Mediante Su propio
sacrificio en la cruz, el Señor Jesús pagó el precio mediante el cual las exigencias
del santo y justo Dios con respecto al pecado fueron satisfechas perfectamente
y sobre cuya base Él puede ofrecer redención a todos. "¡Gracias a Dios por
su don inefable!" (2ª. Corintios 9:15).
Una vez al año, en el Día de la Expiación, el sumo sacerdote entraba
en el lugar santísimo con la sangre de uno de los machos cabríos para hacer
expiación por el santuario. Para hacer esto él rociaba la sangre del sacrificio
por el pecado una vez sobre el propiciatorio del arca, el trono de Dios, y
siete veces delante de él. La sangre del sacrificio por el pecado sobre y
delante del trono de Dios efectuaba la expiación y daba testimonio de la
expiación hecha. (Levítico 16:15 al 17; cf. Éxodo 25: 17 al 22; 1o.
Samuel 4:4; Romanos 3:25).
El cumplimiento de este tipo del Antiguo Testamento es descrito en
Hebreos 9: 11 y 12: "Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de
los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de
manos, es decir, no de esta creación, y no por sangre de machos cabríos ni de
becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar
Santísimo, habiendo obtenido eterna redención [Gr. lutrosis]." La eficacia de la sangre de Cristo que efectuó
la redención es perfecta y eterna. Habiendo cumplido todas las santas exigencias
de Dios en cuanto al pecado mediante Su sacrificio en la cruz y Su sangre, Él
pudo entrar en el santuario celestial "una vez para siempre", y
"se ha sentado a la diestra de Dios" a perpetuidad. (Hebreos 10: 10 y
12).
Nada
pudo o necesitó ser añadido a la obra de expiación, la cual es
válida por la eternidad. Cuando Cristo padeció por los pecados, "el justo
por los injustos", en la cruz en las tres horas de tinieblas, y "por nosotros
lo hizo pecado", la santidad y la justicia de Dios fueron satisfechas (2ª.
Corintios 5:21; 1ª. Pedro 3:18). El resultado — perfecta expiación — es mostrado
como tipo por la simple aspersión del propiciatorio con la sangre del primer
macho cabrío en el Día de la Expiación.
Un
aspecto adicional relacionado de manera íntima con esto es que
Dios fue glorificado perfectamente mediante la obra de Cristo, incluso aquí en
la tierra donde reina el pecado. Su amor y Su gracia hallan su máxima expresión
cuando Él dio a Su Hijo amado por Sus enemigos (Romanos 5:8; 1ª. Juan 4: 8 al
10). Y para el Señor Jesús el pecado llegó a ser la oportunidad para glorificar
a Su Dios y Padre yendo a la cruz en perfecta obediencia y ofreciéndose Él
mismo como un sacrificio en olor fragante (Efesios 5:2; Filipenses 2:8). En la
cruz del Calvario toda la naturaleza de Dios y del Señor Jesús fue revelada a
la perfección (cf. Juan 13:31 y 32; Juan 14:4). Y cuando Dios es revelado, Él
es glorificado, porque todo lo que tiene que ver con Él es glorioso. Este aspecto
de la obra de Cristo es ilustrado eminentemente por el holocausto (Levítico 1).
Ningún Universalismo
Todas las cosas proceden de Dios, el cual "estaba en Cristo reconciliando
[Gr. katallasso] consigo al mundo, no
tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados" (2ª. Corintios 5:19). Sin
embargo, es erróneo deducir a partir de esto que Dios un día reconciliará a
todos con Él. La primera venida de Cristo reveló la disposición de Dios en
gracia para reconciliar personas con Él. En Su sacrificio en la cruz Cristo
cumplió perfectamente con todas las santas y justas exigencias de Dios sobre
ellos. Es así "que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo."
Si realmente todos han de ser reconciliados, las palabras del apóstol que
siguen a continuación serían superfluas: "os rogamos en nombre de Cristo:
Reconciliaos con Dios." (2ª. Corintios 5:20).
El
pasaje siguiente, el cual es propuesto a menudo como una 'demostración'
de universalismo, tampoco ofrece algún fundamento para esta falsa doctrina:
"Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los
nuestros, sino también por los de todo el mundo." (1ª. Juan 2:2). La
primera parte de este versículo confirma la salvación plena de los creyentes;
sus palabras finales, sin embargo, declaran nada más que el hecho de que la
obra de redención de Cristo fue consumada con una perspectiva del mundo entero
y es suficiente para todos. Uno no puede inferir de estas palabras finales que
todo el mundo será eventualmente redimido. No hay redención alguna sin
arrepentimiento y fe (cf. Marcos; Hebreos 11:6).
Lo mismo es aplicable a las bien conocidas palabras de Juan el
Bautista: "He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del
mundo." (Juan 1:29). Es correcto decir que ellas contienen la verdad de
que el Señor Jesús hizo expiación para todo el mundo y señala también a la
futura nueva creación en la cual no habrá más pecado. Pero es significativo que
ellas no dicen que 'los pecados (plural) del mundo' (es decir, los
pensamientos, palabras y hechos pecaminosos de todos) serán quitados, sino
"el pecado (singular) del mundo" (es decir, el principio del pecado,
el pecado en sí mismo). Hay un pensamiento similar en Colosenses 1: 19 y 20:
"por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud, y por medio
de él reconciliar [Gr. apokatallasso] consigo
todas las cosas." Aquí, asimismo, no se trata evidentemente de un asunto
de la reconciliación de 'todas las personas' sino de "todas las
cosas." El hecho de que el sustantivo "cosas" no está presente
en el texto original no hace ninguna diferencia debido a que en el idioma
Griego el pronombre "todas" no es ni masculino ni femenino sino
neutro y, por tanto, no puede referirse a personas. Esto está puesto de relieve
incluso por el hecho de que Pablo añade: "Y a vosotros… ahora os ha
reconciliado [Gr. Apokatallasso]." Si bien la reconciliación de todas las cosas — ¡no de todas
las personas! — está aún en el futuro, todos aquellos que están sobre el
fundamento firme de la fe pueden saber que han sido ya reconciliados con Dios
porque Cristo ha hecho "la paz mediante la sangre de su cruz."
(Colosenses 1: 20 al 22).
Perfecta Seguridad
de Salvación
Otra doctrina falsa, a saber, la posibilidad de perder uno la
salvación, está basada en un pasaje, entre otros, que habla también del poder
expiatorio de la obra de Cristo. Debido a que Pedro advierte contra "falsos
maestros, que…negarán al Señor que los rescató [Gr. agorazo], atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina"
(2ª. Pedro 2:1), se afirma que esto demuestra que alguien que ha sido redimido
por Cristo se puede perder. Pues bien, ¡la Sagrada Escritura no se contradice a
sí misma! La palabra "rescató" (o compró) usada ciertamente en otros
pasajes para la salvación de pecadores perdidos (cf. 1ª. Corintios 6:20;
Apocalipsis 5:9), se refiere aquí, así como en el pasaje recién mencionado, a
la expiación consumada por el Señor Jesús mediante la cual Él ha adquirido el
derecho a toda la creación, incluyendo la humanidad. Esto no significa, sin
embargo, que todos serán redimidos. De modo que Él no es designado
"Señor" de ellos sino "Amo" de ellos, lo cual señala a Su
autoridad absoluta y no una relación personal con Él basada en la fe. Un buen
ejemplo del significado de "compró" en este sentido se encuentra en
la parábola del tesoro escondido en el campo en Mateo 13:44. Para poseer el
"tesoro", representando a los redimidos verdaderamente, el
comerciante compra [Gr. agorazo] el "campo", una ilustración del mundo entero (cf.
Mateo 13:38).
Los
dos pasajes en Hebreos 6: 4 al 8 y Hebreos 10: 26 al 31, que
tantos creyentes han entendido mal para gran angustia de ellos, tampoco se
refieren a los verdaderos hijos de Dios, sino a Judíos Cristianos nominales los
cuales meramente profesaban tener fe en el Señor Jesús y la aceptación de Su
sacrificio, pero que sólo habían sido "iluminados" y no eran "luz
en el Señor" (Efesios 5:89. Es cierto que ellos habían 'gustado' los dones
celestiales, pero no habían 'comido y bebido' y habían abandonado después su
profesión para regresar al Judaísmo. Ellos habían pisoteado al Hijo de Dios
(Hebreos 10:29) y habían considerado de poca importancia la sangre del pacto,
mediante la cual ellos habían sido santificados, es decir, habían sido
separados para Dios en apariencia pero habían hecho afrenta al Espíritu de
gracia. Para los tales no quedaba ningún sacrificio adicional porque habían
rechazado el único sacrificio válido — el de Cristo. En ambos pasajes el escritor
continúa dirigiéndose a los creyentes verdaderos, ¡con otras palabras muy
alentadoras (Hebreos 6:9; Hebreos 10: 32 al 39)!
Sustitución
Sobre
el terreno de la obra que Cristo ha consumado, Dios ofrece
ahora redención a todos. De modo que nosotros, los redimidos, podemos proclamar
las buenas nuevas de salvación en Cristo ¡al mundo entero! Antes de Su
ascensión el Señor Jesús dijo a Sus discípulos: "Id por todo el mundo y
predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será
salvo; mas el que no creyere, será condenado." (Marcos 16: 15 y 16; 2ª.
Corintios 5:20).
Esto nos lleva al aspecto sustitutorio de la obra de redención. El
Día de la Expiación nos presenta nuevamente aquí una ilustración apropiada, esta
vez en relación con el segundo macho cabrío, llamado en Hebreo Azazel, (que significa: quitar, conducir hacia un lugar desierto, macho
cabrío expiatorio). Este macho cabrío era traído ante el sumo sacerdote el cual
ponía sus dos manos sobre su cabeza, confesando todas las injusticias, ofensas
y pecados de los hijos de Israel. Él enviaba después el macho cabrío cargado
con esos pecados al desierto conducido por un hombre preparado para eso,
"Y aquel macho cabrío llevará sobre sí todas las iniquidades de ellos a
tierra inhabitada." (Levítico 16: 20 al 22; cf. Salmo 103:12; Jeremías
31:34; Miqueas 7:14).
En
su aplicación a nosotros esto significa que cualquiera que reconoce ser un
pecador culpable delante de Dios y confiesa sus pecados en verdadero arrepentimiento,
creyendo en el Señor Jesús, puede saber que Él tomó su lugar en la cruz y murió
en su lugar. La expiación efectuada delante de Dios es eficaz a causa de
la sustitución. Todo creyente es justificado "gratuitamente por su
gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como
propiciación por medio de la fe en su sangre." (Romanos 3: 24 y 25).
Esto
resuelve la aparente contradicción entre 1ª. Timoteo 2:6 y Mateo 20:28. El primero
de estos versículos habla de un "rescate por todos"; el otro declara que
el Hijo del Hombre dio Su vida " en rescate por muchos. "Como hemos
visto ya, el "rescate por todos" efectuó una expiación plena delante
de Dios. Esto es puesto de relieve mediante el uso de la preposición
"por" [Gr. hyper], la cual tiene el
sentido general de 'para beneficio de'. El "rescate por muchos" en el
segundo caso se refiere a la sustitución de Cristo para aquellos que Le reciben
por medio de la fe. El "por" que leemos aquí es expresado mediante
una preposición diferente [Gr. anti] con el significado básico de 'en lugar de' para indicar la sustitución.
Entonces los versículos no se contradicen el uno al otro sino que presentan
ambos aspectos de la redención: la expiación que es suficiente 'para todos' y
Cristo como el sustituto "por muchos" — por los que creen en Él.
El Valor
de la Sangre de
Cristo
El hecho de que Dios ha aceptado
la sangre de Cristo como un rescate muestra cuán preciosa ella debe ser para
Dios. Entonces cuánto deberían los beneficiados por ella apreciar también su
preciosidad y dar gracias por ella. Pedro escribe a los creyentes Judíos de la
Diáspora (dispersión) que ellos habían sido redimidos [Gr. Lutromai] de su vana manera de vivir, que sus padres les
legaron, "no con cosas corruptibles, como plata y oro, sino con preciosa
sangre, la de Cristo, como de un cordero sin defecto e inmaculado" (1ª.
Pedro 1: 18 y 19 – VM). El rescate pagado a nuestro favor es la sangre del
Cordero de Dios el cual tuvo que morir por nosotros. ¿Y quién es este Cordero
de Dios? — el eterno Hijo de Dios que vino a este mundo a revelar a Dios
perfectamente y también a glorificarle plenamente por medio de Su sacrificio en
la cruz. Él fue el Único en la tierra de quien Dios pudo decir "sin mancha
y sin contaminación" (1ª. Pedro 1:19). ¿Quién más podía apreciar el valor del
sacrificio de Su vida única? Adorémosle por haber sido hechos "aceptos [o
nos agració, nos hizo merced] en el Amado, en quien tenemos redención [Gr. apolutrosis] por su
sangre, el perdón de pecados" (Efesios 1: 6 y 7; cf. 1ª. Corintios 1:30;
Colosenses 1:14).
Cada vez que nos reunimos para
recordar al Señor Jesús en Su muerte, vemos ante nosotros el pan y la "copa
de bendición que bendecimos", la cual es la expresión de " la
comunión de la sangre de Cristo" (1ª. Corintios 10:16). Del mismo modo que
la sangre de los sacrificios del Antiguo Testamento era rociada en primer lugar
sobre el altar, igualmente aquí, la copa es mencionada también antes del pan, a
diferencia del orden que el Señor siguió cuando Él instituyó la cena [5].
[5] No
debemos pensar aquí en la copa que, según el Evangelio de Lucas, el Señor Jesús
dio a sus discípulos con las palabras: "Tomad esto, y repartidlo entre
vosotros" (Lucas 22:17). Esa copa no tiene nada que ver con la Cena que Él
instituyó, sino que fue parte de la comida de Pascua y simbolizó el fin de la
dispensación de la ley. Los discípulos tuvieron que vaciar por completo esta
copa, cosa que no se dice acerca de la copa de la Cena.
En lugar de la copa de
padecimiento que Él vació en la cruz, nosotros recibimos la "copa de
bendición" de Su mano. Ella es un recordatorio constante para nosotros de
que todas nuestras bendiciones tienen su fundamento en ¡Su sangre preciosa! El
máximo precio que pudo ser pagado nos ha traído una conciencia limpia,
redención, justificación y paz, y ha abierto el camino para entrar al santuario
de Dios (1ª. Pedro 1:19; Hebreos 10:19; Romanos 5:9; Efesios 1:7; Colosenses
1:20; Hebreos 9:14). Todo creyente ha sido traído a "la comunión de la
sangre de Cristo" para siempre: él tiene una parte en esa sangre derramada
por nosotros y todas las bendiciones que resultan de ello. Esto es lo que
nosotros expresamos con júbilo y con agradecimiento al beber de la copa.
¿No debería ser esto
suficiente para llevarnos a adorar al Hijo y al Padre, el cual Lo dio por
nosotros, cuando reunidos nosotros, como los redimidos, recordamos el
sacrificio de nuestro Señor y el derramamiento de Su sangre y anunciamos Su
muerte? Cuando Él dijo, "La hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos
adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre
tales adoradores busca que le adoren" (Juan 4:23), el Señor Jesús dejó
abierto (o no resuelto) el asunto en cuanto a cuándo y dónde debería suceder
esto. En realidad, nosotros tenemos acceso a nuestro Padre en todo momento,
pero ¿podría haber una oportunidad más idónea en la tierra para la expresión
máxima de los sentimientos de aquellos redimidos por la sangre de Jesús que la
Cena? Nosotros participamos allí del pan y la copa — los símbolos que Él mismo
nos ha legado de Su amor al dar Su cuerpo y Su sangre — de acuerdo con Su deseo
de que Le recordemos.
Redimidos para Dios
Nosotros regresamos al tema
insinuado ya referente a la distinción entre las varias palabras Griegas que en
Inglés son traducidas como 'redimir' [Gr. lutromai, agorazo, o exagorazo]. Aunque
todas involucran el pago de un precio, hay una cierta similitud entre los
conceptos que ellas transmiten.
Tanto 'comprar' [Gr. agorazo] como
'redimir' [Gr. lutromai] se refieren al alto precio pagado por el
señor Jesús, pero a una adquisición o compra en puntos particulares de manera
esencial para el cambio de propiedad que resulta. Todos los que han sido
'comprados' para Dios están ahora en Su posesión porque Él es el legítimo
propietario de ellos. Es por esto que los 24 ancianos en Apocalipsis 5:9 cantan
su nuevo cántico: "Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos;
porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido (nota a pie de página en la versión de
la Biblia de
J. N. Darby: comprado)
para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y
nación…" El Señor Jesús pagó el precio de compra para ¡todos los que creen
en Él! Donde Pablo escribe dos veces en la primera epístola a los Corintios;
"habéis sido comprados [Gr. agorazo] por precio" (1a. Corintios
6:20; 1a. Corintios 7:23), él no explica detalladamente el precio
pero no puede ser otra cosa sino la sangre de Cristo. Nosotros hemos visto ya
que Él compró para Sí mismo el derecho a todo, de hecho, a toda la creación,
cuando consideramos 2ª. Pedro 2:1.
Por otra parte, donde el verbo
exagorazo es usado,
se refiere a liberar a alguien de una condición anterior. En el caso de los
Judíos fue de la ley: "Cristo nos redimió [Gr. exagorazo] de la
maldición de la ley, hecho por nosotros maldición" (Gálatas 3:13). Con las
naciones fue de la iniquidad: "quien se dio a sí mismo por nosotros para
redimirnos [Gr. lutromai] de toda iniquidad" (Tito 2:14). Además,
nosotros hemos sido libertados de la potestad de las tinieblas y librados de la
servidumbre del temor de la muerte (o a la muerte) (cf. Colosenses 1:13;
Hebreos 2:15).
De qué manera nuestros
corazones se conmueven por la despedida del Apóstol Pablo a los ancianos de
Éfeso: "… la iglesia (asamblea) de Dios, la cual El compró [Gr. peripoieo] con su
propia sangre" (Hechos 20:28 – LBLA). Estas palabras muestran el amor de
Pablo por la iglesia y su apreciación de su valor, pero también su aprecio por
Dios y por el precio que Él pagó por ella. Este es el único pasaje en la
Escritura donde Dios es descrito como el 'comprador', pero incluso aquí el
precio es la sangre preciosa de Aquel de quien se dice 'con Su propia sangre'.
¡Oh, que nosotros pudiésemos aumentar nuestra apreciación y amor por la iglesia
que es tan preciosa para Dios! Y que podamos también amarle aún más por dar a
Su propio Hijo por ella, y al propio Hijo que de tal manera amó la iglesia, esa
"perla de gran valor" (Mateo 13:46 - LBLA), que no dio solamente Su
sangre y Su vida por ella, ¡sino que se dio incluso a Sí mismo en toda la
grandeza y gloria de Su Persona!
Los Efectos de la Sangre Derramada
de Cristo
La
sangre preciosa del Cordero de Dios no es solamente el rescate y
el precio pagado para liberarnos: ella tiene un efecto que incluso va más lejos.
Esto no significa que la redención como tal es incompleta; simplemente ese es
un resultado particular de la obra de Cristo en la cruz. En esa obra, la cual será
la base de nuestra adoración en toda la eternidad, ¡hay mucho más para desentrañar!
Cuando nosotros lo comprendemos no sólo nuestro gozo aumentará sino también
nuestra gratitud a Aquel que nos ha bendecido infinita y ricamente sacrificando
Su vida por nosotros.
Aspersión de Sangre y
Limpieza
Tanto
el Antiguo como el Nuevo Testamento hablan frecuentemente de
la aspersión de la sangre. El pensamiento primordial en esto es que la sangre
de Cristo cumple plenamente las exigencias de un Dios santo. Pensemos en el Día
de la Expiación y la aspersión de sangre sobre el propiciatorio. Dios veía allí
el valor de la sangre derramada para Su gloria. Cada vez que alguien era
rociado con la sangre de un sacrificio en otras ocasiones, el resultado era que
él estaba bajo la protección de lo que había cumplido con las exigencias de
Dios. Este era el caso cuando un sacerdote de Israel era dedicado al servicio o
un leproso era limpiado (Éxodo 29:21; Levítico 14:7).
Al
igual que en el caso del rescate, nosotros vemos nuevamente en
estos dos ejemplos de aspersión los diversos aspectos de la obra de Cristo:
expiación y sustitución. La sangre del primer macho cabrío simboliza la
eficacia de la sangre que Cristo derramó casi 2.000 años atrás cuando la obra
de expiación fue consumada en la cruz. Se trata de "la sangre rociada que
habla mejor que la de Abel." (Hebreos 12:24).
La
sangre de Abel derramada por Caín, clamó a Dios desde la tierra
por venganza (Génesis 4: 8 al 11), mientras que la sangre de Cristo, derramada
delante del rostro de Dios, por así decirlo, habla de la expiación perfecta por
el pecado, y por tanto, de gracia y perdón.
En
contraste, el hecho de rociar a un individuo simboliza el
resultado de la fe en el poder y eficacia de la sangre, tal como la Epístola a
los Hebreos explica: "Porque si la sangre de los toros y de los machos
cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para
la purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante
el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras
conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?" (Hebreos 9:
13 y 14). Dios conduce al hombre a ser 'rociado con la sangre de Jesucristo'.
(1ª. Pedro 1:2). Aquí en la tierra este es el último eslabón en una cadena, por
así decirlo, que comienza con nuestra elección según "la presciencia de
Dios Padre " (1ª. Pedro 1:2). La primera actividad del Espíritu de Dios en
nuestra alma es la santificación del Espíritu, mediante la cual el alma es
apartada para Dios y sólo entonces es habilitada para creer (1ª. Corintios
1:30; 2ª. Tesalonicenses 2:13); el primer fruto de la vida nueva es la
'obediencia de Jesucristo' (2ª. Corintios 10:5 – LBLA). Nosotros tenemos
finalmente el hecho de "ser rociados con la sangre de Jesucristo."
Cualquiera que es rociado no está ya más bajo el juicio de Dios; él es limpiado
de la mancha del pecado (cf. Romanos 3:25; Hebreos 10:22).
Dios
considera la sangre, mediante la cual Él fue tan glorificado,
como rociada sobre nosotros, por así decirlo, y ya no ve ninguna injusticia en
nosotros. La sangre la ha cubierto. De modo que ser rociados con sangre no
produce un cambio interior como el nuevo nacimiento; ello termina más bien con
nuestra situación anterior y nos sitúa en una posición de pureza en contraste
con nuestro anterior andar pecaminoso y en el mundo. Si alguien pierde de vista
este hecho en su vida de fe práctica, él deshonra a Dios en su vida y vive en
conformidad con el mundo para su propio detrimento, "habiendo olvidado la
purificación de sus antiguos pecados." (2ª. Pedro 1:9).
La
limpieza que es producida por el hecho de ser rociados con la
sangre de Jesucristo es un único acontecimiento para nosotros; ello no se
repite (Hebreos 1:3). Los sacerdotes del Antiguo Testamento eran rociados en su
consagración, pero en ninguna otra ocasión. La Sagrada Escritura no dice nada
acerca de la aplicación repetida de la sangre de Cristo al creyente. Las
palabras "la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado"
(1ª. Juan 1:7) no contradicen esto. Ese versículo no aborda la práctica de
nuestra fe, sino un principio: sólo la sangre de Jesús puede limpiar de todo
pecado. Esto sucede solamente una vez y es válido para toda la eternidad.
Lavamiento
Aunque
puede parecer similar a la aspersión, el lavamiento es un
concepto bíblico diferente. En el Antiguo Testamento nunca se llevó a cabo con
sangre, sino siempre con agua. La ley dada en el Sinaí prescribía el lavamiento
por muchas razones. Cada vez que un Israelita se contaminaba, el tenía que
lavar sus ropas con agua. Para los sacerdotes, sin embargo, había dos formas de
lavamiento: una vez en su consagración cuando ellos eran lavados completamente
antes de ser rociados con sangre y aceite; y repetidamente a partir de entonces
debido a que ellos tenían que lavar sus manos y pies en la fuente de bronce del
tabernáculo cada vez antes de entrar en el lugar santo (Éxodo 29:4; Levítico
11: 25 y 40).
Estas
dos formas de lavamiento son muy diferentes tal como el Nuevo
Testamento aclara de manera eminente. Recordemos el momento cuando el Señor
Jesús lavó los pies de los discípulos en el aposento alto antes de instituir la
fiesta de conmemoración. Cuando Pedro Le pidió que lavase no sólo sus pies,
sino también sus manos y su cabeza, se le dio la respuesta: "El que está
lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio; y vosotros
limpios estáis, aunque no todos." (Juan 13:10). Estar lavado, al igual que
bañado, se refiere a la limpieza de corazón y alma en el nuevo nacimiento, cosa
que sucede sólo una vez en nuestras vidas (cf. Hechos 15:9; 1ª. Pedro 1:22). No
se trata del nuevo nacimiento en sí mismo, es decir, la recepción de una vida
nueva, eterna, sino de purificación de la contaminación moral (cf. 1ª.
Corintios 6:11; Tito 3:5). Esta única ocasión de lavamiento con agua elimina
toda la impureza de nuestra vida anterior sin Dios. El bautismo, que es
importante para nuestra posición como Cristianos en la tierra, es una
ilustración de esta verdad. Ananías exhortó al recién convertido Saulo de
Tarso, "Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre."
(Hechos 22:16; cf. 1ª. Pedro 3:21). Sin embargo, es importante comprender que
el bautismo no es en sí mismo un lavamiento espiritual. Por otra parte,
hablando espiritualmente, nuestros pies necesitan ser lavados constantemente,
en particular cuando hemos sido contaminados en nuestras vidas cotidianas en la
senda de fe por medio del mundo malo, pecador, y el lavamiento repetido no es
llevado a cabo con sangre sino con agua, es decir, por la Palabra de Dios, tal
como Efesios 5:26 indica con respecto a Cristo y la iglesia: "…habiéndola
purificado en el lavamiento del agua por la palabra." (cf. Juan 15:3).
Si bien el
significado típico del lavamiento no fue revelado hasta que la obra de
redención de Cristo había sido consumada, nosotros encontramos una comprensión
notable de su significado más profundo entre los creyentes del Antiguo
Testamento. La fe de ellos trascendió el grado de revelación divina del momento
— en contraste con nosotros mismos quienes estamos a menudo ¡muy por detrás de
los pensamientos de Dios que nos han sido revelados! David oró una vez a Dios
en angustia de alma: "Lávame más y más de mi maldad, Y límpiame de mi
pecado… Purifícame con hisopo, y seré limpio; Lávame, y seré más blanco que la
nieve." (Salmo 51: 2 y 7; cf. Levítico 14: 4 y 6; Números 19: 6 y 9). Él
había reconocido que el lavamiento exterior impuesto en la ley no podía
eliminar un solo pecado; ello sólo podía ser un símbolo del verdadero
lavamiento de corazón y conciencia que viene de Dios mismo (cf. Salmo 51: 16 y
17; Hebreos 9: 9 y 10).
Llegados a este
punto
sería bueno analizar hasta dónde hemos llegado hasta ahora. En nuestras
consideraciones hemos visto que necesitamos limpieza al comienzo de nuestra
vida de fe: una mediante la sangre de Cristo y la otra mediante el agua de la
Palabra de Dios. La sangre es rociada, el agua es aplicada como un medio de
lavar. La aspersión de sangre logra la limpieza judicial de nuestra culpa sobre
el terreno de la expiación conforme
al juicio de Dios del mal. El lavamiento con agua, por otra parte, produce
nuestra limpieza moral de la
contaminación del pecado. ¡Cuán variado y perfecto es el efecto de la obra de
Cristo y de Dios en cada uno que confía en ella!
La aspersión
y el
lavamiento son traídos en conjunto delante de nosotros en el bien conocido
pasaje en la Epístola a los Hebreos en que somos exhortados a aprovechar la
libertad concedida a nosotros para entrar en el Lugar Santísimo "en plena
certidumbre de fe, teniendo los corazones rociados, para limpiarnos de
una mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura." (Hebreos 10:22
- VM). En contraste a la consagración de los sacerdotes en el Antiguo
Testamento, los cuales primeramente eran lavados y luego rociados con sangre y
aceite, este versículo menciona antes de todo la aspersión del corazón. Esto es
porque Dios da aquí el lugar primordial a nuestra relación con Él por medio de
la fe en la obra de Cristo y sólo después se refiere a nuestra limpieza moral. [6] Aquí,
tanto la aspersión como el lavamiento se relacionan con la fe en la obra de
Cristo, no con nuestro cotidiano andar práctico de fe.
[6]
En contraste, 1ª. Corintios 6:11 presenta el orden
de cosas real: primero nuestra limpieza moral (lavados), después la obra del
Espíritu Santo (santificados) y finalmente nuestra justificación delante de
Dios.
En el bien
conocido
versículo en Apocalipsis 1:5 nosotros tenemos una característica única:
lavamiento con la sangre de Cristo: "Al que nos amó, y nos lavó de
nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su
Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén. "Apocalipsis
1: 5 y 6). Este es el único lugar en la Palabra de Dios que habla acerca de
nosotros siendo lavados con la sangre de Cristo. Nosotros podemos asumir
solamente que esta es la razón del por qué, al omitir una letra, los tempranos
copistas usaron "libertó" [Gr. lusanti] en lugar
de "lavó" [Gr. lousanti],
tal como se lee en varios buenos manuscritos. Lo anterior es preferido en
varias traducciones modernas, algunas de las cuales sugieren que puede ser
traducido 'salvado' aunque la palabra nunca tiene este sentido en otra parte
sino siempre significa 'resolver', 'eliminar', 'aflojar', etc.
Hay un aspecto
en
que el "lavamiento" en este versículo se relaciona con el Antiguo
Testamento. En Éxodo 19:6, Dios había dicho a Su pueblo redimido, Israel, "vosotros
seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa." (LBLA) (cf. 1ª
Pedro 2:5 y 9). Los sacerdotes del Antiguo Testamento eran consagrados para
servir mediante un lavamiento exterior con agua, pero en la dispensación actual
este único lavamiento con la sangre de Cristo habilita a todos los creyentes no
sólo para el servicio sacerdotal sino también para ser súbditos del reino.
Nosotros
encontramos
un pensamiento similar en Apocalipsis 7:14, donde vemos creyentes de todas las
naciones que han salido de la futura gran tribulación y "han lavado
sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero." (cf.
Apocalipsis 22:14). La ropa en la Biblia es a menudo un retrato de nuestro
andar práctico pero las "ropas" que visten estos creyentes simbolizan
la posición de ellos como redimidos (cf. Isaías 61:10; Lucas 15:22). El hecho
de que ellos han lavado sus ropas en la sangre del Cordero es una figura de la
fe de ellos en el Señor Jesús. El profeta Jeremías había llamado mucho antes al
pueblo de Dios diciendo, "Lava tu corazón de maldad, oh Jerusalén, para
que seas salva." (Jeremías 4:14). Ello fue un llamamiento al
arrepentimiento y a la confesión de su culpa delante de Dios, el cual es el
único que puede conceder el perdón. Aun en el Antiguo Testamento se conocía que
nadie se puede salvar o limpiar a sí mismo (Salmos 49 y 51).
Un efecto adicional de la sangre de Cristo derramada
es
la santificación. Según Hebreos 13:12, Jesús santificó al pueblo mediante Su
propia sangre padeciendo fuera de la puerta de Jerusalén. La santificación
mediante Su sangre va más allá del lavamiento. Este último nos liberta del mal,
pero la santificación nos lleva a Dios. El hecho de que este es también un
resultado del derramamiento de la sangre de Jesús es otra demostración de su
poder y efecto.
Paz por medio
de
la Justificación
Ha sido mencionado varias veces el hecho de que el señor
Jesús ha hecho "la paz mediante la sangre de su cruz." (Colosenses
1:20). No solamente todos los hombres son pecadores por naturaleza, sino que
ellos, adicionalmente, han llegado a ser culpables delante de un Dios santo
debido a su conducta. Dado que ellos detestan el pensamiento de un Dios ante
Quien son responsables, ellos se han convertido en Sus enemigos (Romanos 5:10).
Sin embargo, esto no significa que Dios fue siempre nuestro enemigo. Por el
contrario, Él nos amó aunque nosotros no logramos amarle y Él envió a Su Hijo
como propiciación por nuestros pecados (Romanos 5:8; 1ª. Juan 4:10). El Señor
Jesús en la cruz puso el fundamento para la perfecta paz. Del mismo modo que la
enemistad no procedía de Dios sino del hombre debido al pecado, así también el
resultado de la obra de Cristo no es paz con los hombres por parte de Dios sino
"paz para con Dios" para los hombres, la cual es predicada ahora a
todos — a los que están lejos o a los que están cerca — por medio del evangelio
(Efesios 2:17). ¿Y cómo obtenemos paz para con Dios? Por medio de la fe en la
obra consumada de redención de Cristo. Quienquiera que cree esto es justificado
por Dios, lo que significa que él es considerado como justo. Ser justificado
significa ser declarado libre de toda culpa. La base de nuestra justificación
es la sangre de Cristo; y nos es concedida por medio de la fe, pero tiene su
origen en la gracia de Dios (Romanos 3:24; Romanos 5: 1 y 9; cf. Tito 3:7).
Quienquiera que ha sido justificado por Dios puede
disfrutar la paz con Dios (Romanos 3: 24 al 26; Romanos 5:1). Esta paz no es
una emoción o sólo un sentimiento; ella reposa sobre la sangre de la cruz de
Cristo, la cual habla del sacrificio de Su vida bajo el juicio de Dios. Esta
paz no solamente pone fin a nuestra hostilidad hacia Dios, sino que somos
llevados a una armonía permanente, profunda, interior, con Él. "También
tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos
gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios." (Romanos 5:2).
Acceso a Dios
A través de la sangre de Cristo se nos ha concedido
también acceso a Dios y la libertad de acercarnos a Él. En Efesios 2:13 el
Apóstol Pablo escribe, " Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro
tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo."
Nosotros, como creyentes, no estamos ya lejos de Dios sino que sabemos en
cambio que el camino a Él ha sido abierto por la sangre de Cristo y que tenemos
derecho a acercarnos a Él. Ambos privilegios contrastan con el Día de la
Expiación en el Antiguo Testamento cuando solamente al Sumo Sacerdote se le
permitía entrar en el lugar santísimo, y eso sólo una vez al año para hacer
expiación con la sangre de la ofrenda por el pecado, porque todo el resto del
año el velo delante del lugar santísimo permanecía cerrado. En aquel tiempo no
había una entrada libre a la presencia de Dios.
El Señor Jesús ha abierto ahora el camino de entrada
al
santuario celestial mediante Su propia sangre satisfaciendo las santas
exigencias de Dios perfectamente. La demostración de esto fue que el velo que
separaba el lugar santísimo del lugar santo "se rasgó en dos, de arriba
abajo" (Mateo 27:51). Esto sucedió en el templo en Jerusalén en el momento
de Su muerte en la cruz, expresando de manera gráfica el hecho de que el acceso
a Dios, obstruido hasta entonces, estaba ahora abierto para siempre (cf.
Hebreos 9:8; Hebreos 10:20). Así se nos exhorta ahora: "Así que, hermanos,
teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de
Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto
es, de su carne, y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios,
acerquémonos…" (Hebreos 10: 19 al 22).
No es sólo el camino de entrada al santuario, es decir,
a
la presencia inmediata de Dios, lo que está abierto ahora para nosotros en un
sentido espiritual, sino que a nosotros se nos ha dado el derecho de entrar. Por
la voluntad de Dios "somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de
Jesucristo hecha una vez para siempre." (Hebreos 10:10). Como santificados
nosotros podemos 'acercarnos' con toda libertad, ya como sacerdotes para adorar
a Dios, como en Hebreos 10, ya como aquellos haciendo peticiones delante del
trono de la gracia, como en Hebreos 4, para recibir misericordia y hallar
gracia para la ayuda oportuna (Hebreos 4: 14 al 16).
A un pecador no reconciliado, por otra parte, le es
imposible tener "libertad y acceso a Dios con confianza"
(Efesios 3:12 – LBLA), es decir, acceso a Dios como Padre, porque Él "muy
limpio eres de ojos para ver el mal" (Habacuc 1:13). Pero debido a que el
Señor Jesús ha hecho expiación por el pecado, Dios no tiene nada más contra
nosotros, Él "es por nosotros" (Romanos 8:31), y nosotros no estamos
en enemistad con Él sino que somos justificados por la fe y tenemos paz con Él.
El Señor Jesús nos ha concedido esta paz, de hecho "Él es nuestra
paz." Como resultado de que Él predicó la paz, nosotros tenemos "
entrada por un mismo Espíritu al Padre." (Efesios 2:18).
Este libre acceso a Dios como nuestro Padre en adoración,
acción de gracias, oración y súplica, es uno de los especiales privilegios de
nuestra fe Cristiana en la actualidad. ¡Que nosotros podamos hacer uso de ello
plena y gozosamente!
La
Sangre del Pacto
Dos preguntas son formuladas con frecuencia: ¿Por qué
el
Señor Jesús habla de la "sangre del nuevo pacto" cuando instituye la
Cena del señor? y, ¿Estamos nosotros como Cristianos bajo el nuevo pacto? Estas
consultas son aún más comprensibles porque la expresión no ocurre solamente en
el evangelio de Mateo, donde el Señor Jesús es presentado como el Mesías y Rey
de Israel, sino dondequiera que este importante acontecimiento es descrito. La
redacción en Mateo es: "porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por
muchos es derramada para remisión de los pecados." (Mateo 26:28; cf.
Marcos 14:24). Lucas escribe: "Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre,
que por vosotros se derrama." (Lucas 22:20), y Pablo de manera similar:
"Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que
la bebiereis, en memoria de mí." (1ª. Corintios 11:25). Aunque hay otros
pasajes en el Nuevo Testamento que hablan también del nuevo pacto, nosotros
deberíamos considerar este tema de manera breve.
El Antiguo y
el
Nuevo Pacto
Tal como el término sugiere, el nuevo pacto reemplaza
el
antiguo pacto anterior en el que Dios entró con Israel Su pueblo terrenal. En
aquella época Él había dado a Israel la ley y había prometido bendición si
ellos la guardaban (Éxodo 15:5; Éxodo 34: 27 y 28). Pero la nación invalidó el
pacto mediante su desobediencia. Como consecuencia Dios les prometió un nuevo
pacto por medio del profeta Jeremías: "He aquí que vienen días, dice
Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de
Judá. No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para
sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui
yo un marido para ellos, dice Jehová. Pero este es el pacto que haré con la
casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente,
y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por
pueblo. Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano,
diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de
ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y
no me acordaré más de su pecado." (Jeremías 31: 31 al 34).
Este anuncio profético tiene tres características
importantes:
1. Al igual que el antiguo pacto, Dios entrará en el
nuevo con las casas de Israel y Judá. Esto significa que este pacto no es
aplicable a Cristianos como tales.
2. Una diferencia con el antiguo pacto es la condición
de
que Él habrá perdonado sus pecados.
3. Otra diferencia es que aquellos con los cuales se
hace
el pacto tendrán la característica inherente de obediencia a Dios.
El primer punto deja claro que el nuevo pacto no se hace
con nosotros como Cristianos sino con el pueblo terrenal de Dios. Esto plantea
la pregunta de por qué el nuevo pacto es mencionado en conexión con creyentes
de la dispensación actual de la gracia.
Los dos últimos puntos, los cuales son contrastes
significativos con el antiguo pacto, indican que una alteración fundamental ha
tenido lugar, lo cual ha resultado en perdón de pecados y obediencia por parte
de las personas afectadas. El Antiguo Testamento nos presenta las primeras
señales de esto. Isaías menciona un pacto futuro personificado como el Mesías,
del cual JEHOVÁ dice, "Yo…te pondré por pacto al pueblo" (Isaías
42:6; Isaías 49:8). En la Epístola a los Hebreos, nosotros leemos que el Señor
Jesús es llamado el "fiador" y "mediador" de un nuevo, de
hecho un "mejor" pacto" (Hebreos 7:22; Hebreos 8:6; Hebreos
9:15; Hebreos 12:24). Este será un "pacto eterno", es decir, nunca será
sustituido por ningún otro. (Isaías 55:3; Isaías 61:8; Jeremías 32:40; Jeremías
50:5; Ezequiel 16:60; Ezequiel 37:26; Hebreos 13:20).
En Hebreos 8: 8 al 12 la profecía de Jeremías arriba
citada es repetida en toda su extensión, pero con una importante modificación. No
dice aquí que el nuevo pacto será hecho "con" Israel y con Judá sino
"para con" ellos ("Y consumaré para con la casa de Israel y para
con la casa de Judá un nuevo pacto." Hebreos 8:8 – RVR1909).
Las bendiciones del nuevo pacto no dependerán de la
obediencia del pueblo de Dios, como lo hacían las antiguas, porque eso demostró
ser imposible. Este nuevo pacto está basado exclusivamente sobre la obra
consumada de Cristo llevada a cabo en obediencia perfecta. Él cumplió con todas
las demandas de Dios en la cruz. Por Su obra de expiación Él puso el fundamento
para el perdón de Dios de los pecados de Su pueblo terrenal y Su don a ellos de
vida nueva y el espíritu Santo, tal como Ezequiel había profetizado para un
tiempo futuro (Ezequiel 36: 24 al 29).
Cuando el Señor dio a Sus discípulos el pan y la copa,
Él
estaba a punto de dar Su cuerpo y Su sangre. En la cruz Él iba a establecer el
fundamento para el cumplimiento de todas las profecías del Antiguo Testamento,
incluyendo la del nuevo pacto con Israel. Por lo tanto, Él dijo en la
institución de la Cena, "esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos
es derramada para remisión de los pecados." (Mateo 26:28). Sus palabras
nos son presentadas en forma detallada solamente por Mateo, el cual describe al
Señor Jesús como el Mesías y Rey de Israel el cual cumplió todas las profecías
y promesas de Dios del Antiguo Testamento. El antiguo pacto fue consagrado con
sangre de sacrificios de animales; el nuevo pacto fue santificado con la sangre
de Cristo (cf. Éxodo 24:8; Hebreos 9: 18 al 20; Hebreos 10:29; Hebreos 13:20).
Tal como la profecía de Jeremías muestra, el perdón de pecados es la
característica de quienes tienen una parte en el nuevo pacto.
El "misterio" de que, en Su consejo Eterno,
Dios concedería a todos los creyentes de esta dispensación actual de la gracia
no sólo el perdón de pecados sino, adicionalmente, los uniría en un cuerpo, la
iglesia de Dios, con el Señor Jesús glorificado como su Cabeza en el cielo, por
el Espíritu Santo, no había sido revelado en el Antiguo Testamento. La base
para esto es la muerte de nuestro Señor. En este respecto no sólo será Israel
el que disfrute las bendiciones de la sangre de Cristo bajo el nuevo pacto. Los
creyentes de la época actual tienen asimismo participación en dichas bendiciones,
y en mucha mayor medida, aunque no según la letra, sino en espíritu, conforme a
los principios espirituales que salen a luz mediante ella. Por esta razón Pablo
y sus colaboradores pudieron designarse a sí mismos como "ministros
competentes de un nuevo pacto, no de la letra, sino del espíritu; porque la
letra mata, mas el espíritu vivifica." (2ª. Corintios 3:6).
Las palabras "letra" y "espíritu" han
adquirido un significado más profundo. "Letra" significa la letra de
la ley dada en el Sinaí (cf. 2ª. Corintios 3:7). Guardar los mandamientos
formulados por Dios habría traído vida y justicia (Levítico 18:5; Deuteronomio
6:25), pero el pueblo de Israel fracasó: "El mismo mandamiento que era
para vida, a mí me resultó para muerte" (Romanos 7:10). Ese es el significado
de la expresión "la letra mata" (2ª. Corintios 3:6). La idea que a
veces se oye de que ello significa que atenerse firmemente a la Palabra de Dios
mata la vida espiritual es, por decir lo menos, un grave error de
interpretación, si es que nada peor se oculta detrás de ella. ¡Nunca podemos
ser demasiado puntillosos con la Palabra de Dios! El espíritu en cuestión aquí
no es sólo el principio espiritual, divino, del evangelio, sino la persona del
espíritu Santo. Él es el que nos hace aptos para el verdadero servicio
Cristiano.
¿Cuándo fue
derramada la Sangre de Cristo?
Otra pregunta que es formulada frecuentemente es, ¿Cuándo
fue el momento exacto en que la sangre de Cristo fue derramada? No es ciertamente
sin un gran significado que el propio Señor Jesús habla de ella solamente
cuando instituye la Cena tal como hemos considerado ya. En Mateo Él declara:
"por muchos es derramada para remisión de los pecados"; en Marcos: "por
muchos es derramada"; en Lucas: "que por vosotros se derrama"
(Mateo 26:28; Marcos 14:24; Lucas 22:20). Además de estos versículos, la
declaración efectiva, general: "sin derramamiento de sangre no se hace
remisión" aparece sólo una vez (Hebreos 9:22), refiriéndose a los
sacrificios del Antiguo Testamento que son declarados tipos de el perfecto
sacrificio único de Cristo.
La sangre preciosa de Cristo, el Cordero sin mancha y
sin
contaminación (1ª. Pedro 1:19) fue derramada verdaderamente, pero esto sucedió
de Su propia y libre voluntad. Nadie podía quitar Su vida: "Nadie me la quita,
sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para
volverla a tomar." (Juan 10:18). Su sangre no fue derramada por los golpes
del látigo, la corona de espinas o los clavos que traspasaron Sus manos y pies.
No obstante lo terrible que debe haber sido toda la agonía para nuestro
Salvador, estas heridas fueron causadas por hombres malvados, pecadores, y
¡fueron evidencia de pecado, no de perdón! Además, la sagrada Escritura no dice
una palabra acerca de sangre fluyendo de estas heridas.
El derramamiento de la sangre de nuestro Salvador fue
Su
propio acto divino. Nadie más tuvo algo que ver con ello. Si bien no sería
adecuado que nosotros deseáramos desvelar todos los misterios de las tres horas
de tinieblas, los padecimientos y la muerte del Señor Jesús, lo que nosotros
podemos decir es que la sangre del Señor, hablando simbólicamente del alma y la
vida, fue derramada en el momento de Su muerte en la cruz — invisible para
seres humanos. El bien conocido maestro Cristiano J. N. Darby explicó esto de
esta manera: «Ahora bien, dado que la sangre es la vida, la cual Él dio y
derramó por ellos, el hecho de haber entregado Su vida natural en la energía y
perfección de la vida divina en obediencia, el derramamiento de la sangre es el
término y la expresión característicos de esto.» (Collected Writings, Stow Hill
Ed., vol. 3, page 69). La sangre y el agua saliendo del costado abierto de Cristo
después de Su muerte fueron el testimonio y la confirmación visibles de este hecho
bienaventurado, tal como los testimonios del inspirado apóstol Juan estando
junto a la cruz muestran claramente (Juan 19: 34 y 35; véase la sección
siguiente "Sangre y Agua").
Isaías tuvo en perspectiva este fundamental
acontecimiento en toda la historia del mundo cuando describió de qué manera el
Siervo de JEHOVÁ "derramó su vida hasta la muerte" y puso "su
vida en expiación por el pecado." Su sangre apareció, hablando de manera
figurativa, sobre el propiciatorio celestial en el Lugar Santísimo, es decir,
ante el rostro de nuestro Dios santo en el momento mismo que Él encomendó Su
espíritu en manos de Su Padre después de pronunciar ese clamor glorioso,
"Consumado es" (Isaías 53: 10 y 12; Lucas 23:46; Juan 19:30).
Nosotros deberíamos señalar aquí que Hebreos 9: 11 y
12
no significan que Cristo entró en el santuario celestial con Su propia sangre
como una sustancia física sino que " estando ya presente Cristo… por (es
decir, en virtud de o en el poder de) su propia sangre, entró una vez para
siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención." (cf.
1ª. Juan 5:6). Este es el significado en cuanto a que la obra de redención con
todas sus consecuencias gloriosas, eternas, fue consumada en el momento de la
muerte del Señor en la cruz. Ello fue sellado por la resurrección al tercer día
(cf. Romanos 4:25; 1ª. Corintios 15: 3, 4 y 17); y Él entró en el cielo
cuarenta días después para sentarse a la diestra de Dios (cf. Marcos 16:19;
Hebreos 9:24).
"SANGRE
Y AGUA"
Después que el Señor había muerto, y Su obra sacrificial
fue consumada y la expiación hecha, Dios permitió a los hombres abrir Su
costado con una lanza. Lo que ellos hicieron a Su cuerpo santo en aquel acto es
de gran significado. Según las palabras del evangelista Juan, ello le habilitó ser
testigo del hecho de que la obra en la cruz se llevó a cabo: "Mas cuando
llegaron a Jesús, como le vieron ya muerto, no le quebraron las piernas. Pero
uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió
sangre y agua. Y el que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero; y
él sabe que dice verdad, para que vosotros también creáis." (Juan 19: 33
al 35).
En vista de la naturaleza extraordinaria de este
acontecimiento nosotros nos abstendremos de cualquier explicación humana o así
llamada "fáctica". Todo lo que es necesario decir es que tenemos aquí
uno de los pocos pasajes en la Palabra de Dios que habla de la sangre del Señor
como una sustancia física en lugar de hacerlo en términos simbólicos. El Hijo
de Dios era verdaderamente hombre y murió realmente; "Así que, por cuanto
los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo,
para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto
es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban
durante toda la vida sujetos a servidumbre." Hebreos 2: 14 y 15). La
sangre y el agua que fluyeron del costado del Salvador muerto fueron
principalmente el testimonio de Su muerte.
Sin embargo, esto no es todo. En Su amor divino Él, quien
es la vida eterna en Persona, como hombre se sometió voluntariamente a la
muerte, la paga del pecado, para dar vida eterna a los perdidos (cf. Juan 1:4;
Juan 11:25; Juan 14:6; Romanos 6:23). Debido a que esto se puede lograr
solamente a través de la expiación por el pecado y el lavamiento del pecador,
la sangre y el agua que salieron de Su costado testifican simbólicamente de que
Su muerte ha sentado el fundamento para ello "para que vosotros también
creáis." (Juan 19:35). La sangre de Cristo ha expiado el pecado delante de
Dios, y mediante el agua de la Palabra de Dios nosotros hemos sido limpiados
para siempre por medio de la fe, tal como ya hemos considerado.
Juan se refiere a este testimonio divino en su primera
epístola cuando él escribe acerca de Jesús, el Hijo de Dios: "Este es
Jesucristo, que vino mediante agua y sangre; no mediante agua solamente, sino
mediante agua y sangre. Y el Espíritu es el que da testimonio; porque el
Espíritu es la verdad. Porque tres son los que dan testimonio:… el Espíritu, el
agua y la sangre; y estos tres concuerdan." (1ª. Juan 5: 6 al 8).
En contraste con el Evangelio de Juan, donde tenemos
el
testimonio de la obra consumada y sus resultados bienaventurados, aquí en esta
epístola se nos muestra en el lenguaje ilustrativo más profundo la forma en que
Jesús vino a nosotros: "mediante agua y sangre." Estas palabras no se
refieren a Su encarnación ni a Su vida de servicio incomparable, sino a al
hecho de asumir la causa de los perdidos sobre la base de su obra de redención.
En la cruz Él tuvo que encontrarse con Dios en toda Su
justicia como Juez, como para poder revelarse a nosotros como el Salvador (Tito
2: 13 y 14). Él vino a nosotros "mediante agua y sangre."
El agua es una ilustración del poder limpiador d la Palabra
de Dios. Dios habla mediante Su Palabra a nuestras conciencias, revelando
nuestra culpa. Sin embargo, la Palabra nos indica también la manera de limpieza
por medio de la fe en el Señor que murió. El agua en relación con el Espíritu
Santo produce el nuevo nacimiento. Ella nos purifica moralmente, mientras que
el Espíritu imparte vida nueva, divina (Juan 3: 3 al 8; cf. Juan 13:10; Juan
15:3; Tito 3:5), lo cual sería imposible sin la consumación de la obra de
expiación.
Esto explica por qué Cristo tuvo que venir a nosotros
"mediante sangre", lo cual habla de expiación por nuestros pecados de
acuerdo con el pensamiento de Dios. Él satisfizo plenamente las santas
exigencias de Dios sobre el hombre. Aplicada a nosotros, Su sangre preciosa
produce limpieza perfecta conformándose al juicio de Dios sobre el mal. Los dos
elementos de agua y sangre van de la mano. Ese es el motivo por el cual Juan continúa:
"no mediante agua solamente, sino mediante agua y sangre." [7]
[7] El primer
"mediante" en el versículo 6 traduce la preposición Griega diá y se refiere al
medio mediante el
cual Cristo vino: mediante agua y sangre. En el resto del pasaje "mediante"
es la traducción de la preposición griega en,
que significa 'en', y significa el poder inherente en el agua y la sangre.
Como un testigo divino, el Espíritu Santo es llamado
el
Espíritu de verdad. Él vino aquí no sólo para morar en nosotros y ser nuestro
Guía y Paracleto (Consolador, Abogado), sino para ser también el testimonio de
la verdad entera de Dios. Esta es una característica esencial de Su servicio
(cf. Juan 15:26; Romanos 8:16; Hebreos 10:15).
El testimonio del Espíritu Santo es perfecto en sí mismo,
pero Dios añade dos testigos adicionales que han sido ya mencionados como medio
de salvación: el agua y la sangre. El Espíritu Santo testifica como una Persona
divina, pero el agua y la sangre son llamados también testigos en un sentido
figurativo. El testimonio de los tres es unánime: "que Dios nos ha dado
vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida;
el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida." (1ª. Juan 5: 11 y 12).
¡Que maravilloso resultado de la obra de expiación de Cristo! Por medio de Su
muerte como está descrita en la Palabra de Dios — de la cual la sangre y el
agua que fluyeron de Su costado testifican — Él ha abierto el camino a Él mismo
y de este modo a la vida eterna para los que están bajo la justa condenación de
la muerte por parte de Dios.
Esto nos recuerda la consagración de los hijos de Aarón
para el sacerdocio. En primer lugar, ellos tenían que ser lavados con agua a la
entrada del tabernáculo. A continuación, después de haber sido vestidos, la
sangre del carnero de las consagraciones era puesta sobre el lóbulo de la oreja
derecha de ellos, sobre el dedo pulgar de la mano derecha de ellos y sobre el
dedo pulgar de los pies derechos de ellos así como sobre el altar alrededor.
Finalmente, ellos eran rociados con sangre del altar y el aceite de la unción
santa (Éxodo 29: 5, 20 y 21; Levítico 8: 6, 24 y 30). Cuán precisamente el tipo
del Antiguo Testamento corresponde a la enseñanza del Nuevo Testamento acerca
del lavamiento, la expiación, y el sellado con el Espíritu Santo, mediante el
cual se hace somos hechos un sacerdocio santo y se nos habilita para ofrecer
sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo. (1ª. Pedro
2:5).
"El
que Come mi Carne y Bebe mi Sangre"
Una Escritura que habla de la sangre preciosa de
Jesucristo queda por considerar. Ella no es comprendida correctamente en muchos
círculos Cristianos, lo que conduce a una enseñanza completamente errónea
acerca de la Cena del Señor. La Escritura en cuestión contiene las palabras del
Señor acerca de comer Su carne y beber Su sangre en Juan 6: 53 al 58.
La alimentación de los 5.000, descrita en Juan 6, es
el
único acontecimiento en la vida del Señor en la tierra registrada en todos los
cuatro evangelios aparte de Su entrada en Jerusalén y sus padecimientos. Pero
al registrarla, Juan presenta también la conversación que el Señor tuvo con los
Judíos que Le habían seguido sólo porque habían comido los panes (Juan 6:26).
En relación con esto, Él los exhorta a trabajar por la comida que permanece
para vida eterna y que Él solo, el Hijo del Hombre, puede proporcionar. Ellos,
si bien habían sido testigos de la alimentación de la multitud, demandaron
ahora una señal adicional y se refirieron al maná en el desierto, el "pan
del cielo." El Señor Jesús aprovechó la oportunidad para explicarles que
todos los que habían comido el maná habían muerto, mientras que Él era el
verdadero pan del cielo que el Padre les estaba dando. El que venía a Él, el
Hijo de Dios que se había hecho hombre, creyendo en Él, nunca tendría hambre o
sed nuevamente, sino que viviría para siempre, porque Él es el "pan de
vida" (Juan 6: 25 y 48). Él es el pan que desciende del cielo " para
que el que de él come, no muera." (Juan 6:50).
Tenemos aquí ante nosotros, sin duda alguna, una
expresión figurativa. En contraste con el maná del Antiguo Testamento el Señor
Jesús es "el pan vivo que descendió del cielo" (Juan 6:51). Por
consiguiente, 'comer' (y 'beber' mencionado más adelante) son metáforas para la
fe en Él. En la vida natural nosotros digerimos lo que comemos y bebemos, y eventualmente
ello se convierte en parte de nosotros. Esto puede ser aplicado fácilmente a la
fe y a la vida espiritual.
Comer y Beber
una
vez
Para poder comer el "pan de vida", no es
suficiente creer en el Hijo de Dios simplemente como un hombre viviendo en la
tierra. La fe en Su muerte expiatoria es esencial. Él se hizo hombre por amor
para morir y sacrificarse por todo el mundo. Esta es la razón por la que Él
añade: "el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del
mundo." (Juan 6:51).
Aunque los Judíos se ofendieron por la manera en que
Él
habló, Él dio un paso más allá para clarificar lo que había dicho: "De
cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis
su sangre, no tenéis vida en vosotros." (Juan 6:53). Él había venido a la
tierra como "el pan de vida", pero Su carne como un hombre vivo no
podía dar vida eterna; ¡Él tuvo que morir para poder darla! Con el fin de hacer
absolutamente claro que nada más que la fe en él como Aquel que moriría por los
pecadores conduce a la vida eterna, Él añade Su "sangre" a Su
"carne." La sangre y la carne juntas hablan de Él como Aquel que
murió por los perdidos. Por nosotros Él padeció en la carne y sacrificó Su vida
una vez para siempre (Hebreos 10:10; 1ª. Pedro 4:1). Él derramó Su sangre
preciosa para el perdón de los pecados (Mateo 26:28). En Su muerte Él anuló y
sacó a luz la vida y la inmortalidad (2ª. Timoteo 1:10). De hecho, el Hijo del
Hombre tuvo que ser levantado en la cruz, como Moisés levantó la serpiente en
el desierto, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida
eterna (Juan 3: 14 al 16). Su muerte nos trae así vida eterna. ¡Que eternas
gracias puedan ser dadas a Dios por ello!
Comer Su carne y beber Su sangre significa, antes que
nada, creer en Su obra y Su muerte en la cruz, haciendo que el hecho de que Él
murió por nuestros pecados sea nuestro en fe. Esto tiene lugar una sola vez en
nuestras vidas. El aoristo, tiempo verbal Griego usado para el verbo 'comer' en
Juan 6: 51 y 53 y el verbo 'beber' en el versículo 53, tiene el sentido de un
único hecho en un determinado momento. Nosotros recibimos vida eterna al creer
en Aquel que murió por nosotros en la cruz. Esta vida, que permanece
eternamente en el Hijo de Dios, ha llegado a ser nuestra vida; como resultado
nosotros la tenemos en nosotros mismos. Cuán seria es la posición de todos los
que no creen: ellos no pueden poseer esta vida (Juan 6:53; cf. 1ª. Juan 5: 11,
12 y 20).
Comer y Beber
continuamente
Quienquiera que una vez ha comido la carne del Hijo del
Hombre y ha bebido Su sangre de la manera arriba descrita, recibiendo así vida
eterna, necesita alimento para esta vida nueva. Este alimento es el tema
efectivo de todo el capítulo. Se trata de Cristo, el Hijo de Dios encarnado que
se humilló a Sí mismo más allá de nuestro entendimiento y murió por nosotros,
el "Hijo del Hombre." Él es el maná verdadero, "el verdadero pan
del cielo." (Juan 6:32).
El alimento espiritual continuo, regular, y sus beneficios
son el tema de Juan 6: 54 al 58. Aquí los verbos 'comer' y 'beber' están en la
forma verbal del participio presente en el original Griego ("come" y
"bebe"). Esto indica lo que el creyente hace generalmente, un asunto
de práctica continua. Tal como los Israelitas recogían maná diariamente para su
alimento durante su viaje de 40 años a través del desierto, así también
nosotros podemos y debemos ocuparnos cada día con Cristo, quien murió por
nosotros, si deseamos crecer y prosperar espiritualmente. Para el Apóstol Pablo
Cristo era el contentamiento, el ejemplo, la meta y la fortaleza de su vida. ¿Podría
existir un objeto más elevado, más glorioso para el corazón del creyente que
Él? Él es el Hijo del amor y de la complacencia del Padre en quien toda la plenitud
de la Deidad reside corporalmente. Él nos ha amado y se ha entregado por
nosotros, y después de Su muerte y resurrección Él está sentado ahora a la
diestra de Dios en gloria, desde donde Le esperamos para llevar a todos los
redimidos al hogar. Él es el alimento adecuado para el alma; " el
verdadero pan del cielo." Mediante el hecho de alimentarnos espiritual y
constantemente de Él nosotros permanecemos en Él de manera práctica y Él en
nosotros en esa dependencia y confianza que Él mismo mostró hacia Su Padre
durante Su vida aquí en la tierra (Juan 6: 56 y 57).
Cuando el Señor Jesús nos dice "aprended de mí, que
soy manso y humilde de corazón", Él nos está exhortando a alimentarnos de
Él espiritualmente como el verdadero maná (Mateo 11:29). Cuando Pablo animó a
los Filipenses a adoptar la actitud de Cristo, el cual se humilló a Sí mismo,
haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz, ellos sólo pudieron
recibir Su actitud o sentir comiendo la carne y bebiendo la sangre del Hijo del
Hombre (Filipenses 2: 5 al 8). Cuando se trata de nuestro andar, Pedro coloca
el ejemplo de Cristo delante de nuestros ojos: "el cual no hizo pecado, ni
se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con
maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga
justamente" para que sigamos Sus pisadas (2ª. Pedro 2: 21 al 23). ¡Su
carne y Su sangre son verdaderamente comida y bebida para el alma de todo aquel
que Le ha recibido como su vida!
No se trata
de la
Cena del Señor
Es una creencia común en la Cristiandad que la fiesta
de
recordación es comer y beber la sangre del Hijo del Hombre. Dejemos que una
única cita represente a muchas: «La imaginería de comer y beber prepara el
camino para la posterior institución de la Cena (del Alemán; Brockhaus –
Comentario acerca de la Biblia, vol. 4. P.177).» Para muchas iglesias los
versículos que hemos considerado sirven como una base para establecer la Cena del
Señor como un 'sacramento', es decir, un misterio religioso, un medio de gracia.
De acuerdo con eso, se dice que el pan y la copa son muestras exteriores, necesarias
para la salvación, las cuales, si son administradas en la manera solemne y
prescrita, imparten 'la salvación de Cristo' en fe.
Si este fuese el caso, significaría que participar en
la
Cena del Señor es la condición para recibir vida eterna (Juan 6: 51, 54, 57,
58). En cambio, alguno que no participa en ella no tendría vida eterna en él
(Juan 6:53).
El argumento de que, tomando el pan y la copa, la carne
y
la sangre de Cristo son recibidas simbólicamente como el alimento espiritual,
yerra en cuanto al propósito y el carácter de la Cena. Si nosotros examinamos
los pasajes de la Escritura que hablan de ella y de su significado, encontramos
las siguientes características distintivas:
1. Nosotros participamos para recordar a nuestro Señor
en
Su muerte (Lucas 22:19; 1ª. Corintios 11: 24 y 25).
2. Al participar del pan y la copa nosotros expresamos
la
comunión de la sangre y del cuerpo de Cristo (1ª. Corintios 10:16; cf. la
palabra "todos" en Mateo 26:27).
3. Al comer el un pan todos juntos nosotros damos
expresión visible a la unidad del cuerpo de Cristo (1ª. Corintios 10:17).
4. Nosotros anunciamos la muerte del Señor en el mundo
que Le rechazó hasta que Él venga nuevamente (1ª. Corintios 11:26).
No existe el menor fundamento en la Palabra de Dios para
la idea de que nosotros obtenemos salvación mediante nuestra participación en
la Cena. Esta es una doctrina falsa y engañosa.
Nuestra reunión como creyentes para partir el pan
realza
la honra y la gloria de nuestro Redentor en este mundo. No es para recibir
alimento espiritual. Cuando estamos congregados para adorar no nos reunimos
para recibir sino para dar. [8] El pan y
la copa que recibimos de Su mano, por así decirlo, dirigen nuestros
pensamientos y sentimientos a Aquel que murió. Meditando en silencio acerca de
Su amor y Su sometimiento a la muerte, nosotros, como sacerdotes, ocupados con
Su sacrificio ofrecido una vez para siempre, y con Su preciosa sangre, podemos
entrar en el santuario con libertad y persistimos en Su presencia y en la de
Dios en adoración y alabanza.
[8] El hecho de participar del pan y la copa es, sin
embargo, una ilustración del hecho de que los participantes han comido y bebido
verdaderamente la "carne y sangre" del señor Jesús espiritualmente
por medio de la fe. Es también correcto reconocer que, cuando estamos ocupados
con Él, ¡nosotros siempre recibiremos una bendición!
Adorarle a Él y al Padre en espíritu y en verdad es un
privilegio grande y sublime. En contraste con todas las otras actividades
espirituales, nosotros la continuaremos en la gloria del cielo por la
eternidad.
Hace mucho tiempo al vidente Juan se le permitió mirar
en
el cielo, donde inmediatamente después de la referencia al arrebatamiento, los
24 ancianos, como símbolos de los creyentes del Antiguo y Nuevo Testamentos
llevados al hogar, se reunirán alrededor del trono para ofrecer alabanza y
adoración con perfecto gozo (Apocalipsis 5). Mientras las oraciones de los
santos que están aún en la tierra se elevan delante de Dios como incienso desde
incensarios de oro, las bocas de estos adoradores proclaman, acompañados por
los acordes de sus arpas, un nuevo cántico: "Digno eres de tomar el libro
y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has
redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; y nos has hecho
para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra."
(Apocalipsis 5: 9 y 10).
Cuando las innumerables compañías de ángeles, en realidad
toda la creación, se unen después en adoración al Cordero, y los cuatro seres
vivientes la sellan con su Amén, los 24 ancianos, los cuales tienen
conocimiento del misterio profundo de la redención, se postran y Le rinden
homenaje. La adoración de ellos trasciende la adoración de la creación y el
Amén de los cuatro seres vivientes; se trata de la expresión de sentimientos
que sólo la reconciliación puede engendrar.
Arend Remmers
Traducido del Inglés por: Benito Rodolfo Carnio Ortiz
– Agosto/Septiembre
2016.-