JUAN EL
BAUTISTA – SOLAMENTE "UNA VOZ"
Preguntas
y cómo responderlas.
C. H. Mackintosh.
Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas
dobles ("") y han sido tomadas
de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares
en que, además de las comillas dobles (""), se indican otras
versiones, tales como:
RVA = Versión Reina-Valera 1909 Actualizada en
1989 (Publicada por Editorial Mundo Hispano)
Yo he estado muy
interesado, últimamente, en considerar la manera excelente en la que Juan el
Bautista respondió las varias preguntas que se le presentaron; ya que
¡lamentablemente! hubo preguntas en su día, tal como las hay en el nuestro.
A lo que me refiero
especialmente ahora, es a lo que nos es presentado en Juan 1 y Juan 3.
La primera pregunta
que este amado y distinguido siervo de Cristo fue llamado a responder, fue con
respecto a él mismo, y él trata con esto
rápidamente. Este es el registro de Juan, cuando los Judíos enviaron sacerdotes
y levitas desde Jerusalén para que le preguntasen, "¿Tú, quién eres?"
Es siempre
inoportuno, para cualquier persona de mente recta, que se le pida que hable de
sí misma. No dudo que Juan lo encontró así. Él les dijo sin reparos, que él no
era el Mesías (el Cristo), que él no era Elías; en efecto, les dijo que él no
era ni siquiera el profeta. Pero ellos recibirían una respuesta positiva.
"Le dijeron: ¿Pues quién eres? para que demos respuesta a los que nos
enviaron. ¿Qué dices de ti mismo?" Él, de hecho, tenía poco que decir de
sí mismo. El pronombre personal 'yo', tenía un lugar muy pequeño en los
pensamientos de Juan. 'Una voz'. ¿Fue esto todo? Sí, esto fue todo. El espíritu
del profeta había hablado; Juan cita las palabras, y allí se detiene. ¡Siervo
bendito! ¡Testigo distinguido! ¡Ojalá tuviésemos nosotros más de tu espíritu
excelente! — ¡más de tu método de responder preguntas!
Pero estos Fariseos
no estaban satisfechos. El espíritu de auto-ocultación de Juan los trascendía.
"Y le preguntaron, y le dijeron: ¿Por qué, pues, bautizas, si tú no eres
el Cristo, ni Elías, ni el profeta?"
Aquí, nuevamente,
Juan trata con esto rápidamente. "Juan les respondió diciendo: —Yo bautizo
en agua, pero en medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis. Él es
el que viene después de mí, de quien yo no soy digno de desatar la correa del
calzado." (Juan 1: 26 y 27 – RVA).
Así, en cuanto a él
mismo, él era meramente una voz. Y, en cuanto a su obra, él bautizaba en agua,
y él se contentaba mucho solamente con el hecho de retirarse detrás de Aquel
bendito Único, la correa de cuyo calzado él se sentía absolutamente indigno de
desatar.
Esto está
excepcionalmente bien. Yo me siento seguro de que el hermoso espíritu exhibido
por este muy ilustre siervo de Cristo, debe ser deseado fervientemente. Anhelo
conocer, más y más, acerca de este hecho de ocultarse a sí mismo — de este
hecho de perder de vista el 'yo' y sus obras — de este espíritu reservado.
Ciertamente se necesita mucho de este espíritu en este día de jactancia y
pretensión agnósticas.
Pero pasen conmigo,
por un momento, a Juan 3. Tenemos aquí otro tipo de pregunta. No se trata ahora
de él, o de su obra, sino acerca de la purificación. "Entonces hubo
discusión entre los discípulos de Juan y los judíos acerca de la purificación.
Y vinieron a Juan y le dijeron: Rabí, mira que el que estaba contigo al otro
lado del Jordán, de quien tú diste testimonio, bautiza, y todos vienen a él."
Ahora bien, esto era
un error, puesto que "Jesús no bautizaba, sino sus discípulos." (Juan
4:2). Pero este no es el punto aquí. Lo que me asombra es el modo que Juan
utiliza para solventar todos los interrogantes. Él encuentra una solución
perfecta para todo en la presencia de su Señor. "Respondió Juan y dijo: No
puede el hombre recibir nada, si no le fuere dado del cielo." (Juan 3:27).
¡Cuán cierto! ¡Cuán
sencillo! ¡Cuán perfectamente obvio! ¡Qué completa solución a toda pregunta! Si
un hombre tiene algo en absoluto, lo que tiene, ¿de dónde vino? ¿De dónde pudo
venir? Sólo del cielo, ciertamente. ¡Qué curación perfecta para la contienda,
la envidia, los celos, y la imitación! "Toda buena dádiva y todo don
perfecto proviene de lo alto y desciende
del Padre de las luces." (Santiago 1:17- RVA). ¡Lo que dice esto
acerca de la tierra y del hombre! ¡Qué testimonio rinde esta Escritura al Cielo
y a Dios! Ni un átomo de algo bueno en la tierra salvo lo que proviene de Dios.
Entonces, ¿por qué debiera cualquiera jactarse, o ser celoso, o envidioso? Si
toda bondad proviene de lo alto, que termine aquí toda contienda, y que todos
los corazones se alcen en alabanza al "Padre de las luces."
Fue así como Juan el
Bautista respondió a las preguntas de su día. Él dejó que todos los
inquisidores supieran que sus preguntas tenían poco interés para él. Y más que
eso, les dio a conocer dónde estaban sus intereses. Este siervo bienaventurado
encontró todos sus manantiales en el Cordero de Dios, en Su obra preciosa — en
Su Persona gloriosa. La voz del esposo fue suficiente para él, y, habiendo oído
eso, su gozo fue completo. La pregunta acerca de la purificación pudo ser lo
suficientemente interesante en su lugar, y sin duda, al igual que todas las
otras preguntas, tenía su aspecto correcto y su aspecto incorrecto; pero para
Juan, la voz del Esposo fue suficiente. En Su presencia, él encontró una
respuesta divina a cada pregunta — una solución divina a cada dificultad. Él
alzó sus ojos al cielo, y vio toda cosa buena viniendo desde allí. Él miró la
faz del Esposo, y vio toda gloria moral centrada allí. Esto fue suficiente para
él. ¿Por qué perturbarse con preguntas de cualquier tipo — preguntas acerca de
él o de su obra, o sobre la purificación? Él vivió más allá del ámbito de las
preguntas; vivió en la presencia bendita de su Señor, y encontró allí todo lo
que su corazón pudo llegar a necesitar.
Ahora bien, me
parece que usted y yo haríamos bien en seguir el ejemplo del libro de Juan, en
cuanto a todo esto. No necesito recordarle que, en este nuestro día, hay preguntas
que agitan las mentes de los hombres. Efectivamente, y a algunos de nosotros se
nos pide explicar por qué no nos expresamos más decididamente acerca de, por lo
menos, algunas de estas preguntas. Pero, por mi parte, creo que el diablo está
haciendo todo lo posible por alejar nuestros corazones de Cristo y alejar unos
de otros por medio de preguntas. No debiéramos ignorar sus maquinaciones. Él no
viene a decir abiertamente, «Yo soy el diablo, y quiero dividirlos y
dispersarlos mediante preguntas.» No obstante, esto es precisamente lo que él
está tratando de hacer.
Pues bien, no
importa si la pregunta es correcta o incorrecta en sí misma; el diablo puede
hacer uso de una pregunta correcta tan efectivamente como de una incorrecta,
siempre que él pueda tener éxito en elevar esa pregunta a una prominencia
indebida, y en hacer que ella se interponga entre nuestras almas y Cristo, y
entre nosotros y nuestros hermanos. Yo puedo entender una diferencia en el
juicio acerca de varias cuestiones menores. Los Cristianos han disentido acerca
de tales cuestiones por muchos largos siglos, y continuarán disintiendo hasta
el fin del tiempo. Es la humana debilidad. Pero cuando se permite que cualquier
pregunta asuma una prominencia indebida, ello deja de ser humana debilidad, y
se convierte en una artimaña de Satanás. Yo puedo tener un juicio muy decidido
acerca de cualquier punto dado, y usted también. Pero lo que yo anhelo ahora es
acabar exhaustivamente con todas las preguntas, y regocijarnos juntos oyendo la
voz del Esposo, y continuar juntos en la luz de Su bendita faz. Esto confundirá
al enemigo. Nos librará eficazmente del prejuicio y la parcialidad, de
camarillas y de círculos. Nos mediremos, entonces, unos a otros, no por
nuestras opiniones acerca de cualquier asunto particular, sino por nuestra
apreciación de la Persona de Cristo, y nuestra consagración a Su causa.
En una palabra, mi
amado y valorado amigo, lo que yo anhelo es que usted y yo, y todos nuestros
hermanos queridos, a través de todo el mundo, nos podamos caracterizar por una
consagración intensa, completa, al Nombre y a la verdad, y a la causa de
Cristo. Anhelo cultivar amplias afinidades, que puedan acoger a todo el que ama
a Cristo verdaderamente, aunque no coincidamos en todas las cuestiones menores.
En el mejor de los casos, "en parte conocemos" (1ª. Corintios 13:9);
y nunca podemos esperar que las personas estén de acuerdo con nosotros acerca
de preguntas. Pero si Cristo es nuestro único objeto atrayente, todas las otras
cosas asumirán su lugar correcto, su valor relativo, sus correctas
proporciones. "Así que, todos los que somos perfectos [todos los que
tienen a Cristo como su único objeto], esto mismo sintamos; y si otra cosa sentís
[si pensáis
diferentemente, griego: jetéros] esto
también os lo revelará Dios. Pero [Sin
embargo] en aquello a que hemos llegado, sigamos una misma regla [Cristo],
sintamos una misma cosa [Cristo]. En el
momento que cualquier otra cosa aparte de Cristo es introducida como una regla
para andar, ello es simplemente la obra del diablo. Estoy tan seguro de esto,
como de que tengo esta pluma para escribir en mi mano.
¡Que el Señor pueda
mantenernos a todos cerca de Él, andando juntos, no en sectarismo, sino en
verdadero amor fraternal, procurando la bendición, y la prosperidad, de todos
los que pertenecen a Cristo, y promoviendo, por todos los medios posibles, Su
causa bendita, hasta que Él venga!
C. H. Mackintosh
Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Noviembre
2014.-