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EL PASO DEL
JORDÁN
"The Bible
Treasury", Volumen
3, 2ª. Edición, Febrero 1861.-
Lectura
Bíblica: Josué 3.-
A menudo perdemos gran parte del valor
práctico de la enseñanza que nos es presentada en este libro, a causa de
pensamientos que, probablemente, hemos recibido desde los días de la niñez. De
este modo, a menudo se piensa que el paso del Jordán significa pasar la
frontera que nos separa de la tierra al cielo cuando morimos — que es entrar a la
Canaán celestial a través de la muerte. No dudo que se trata de pasar por sobre
la frontera de la muerte, y entrar en Canaán; pero ello no es cuando nosotros
dejamos este mundo, sino mientras estamos aún en el cuerpo. Esto es lo que Dios
nos ha presentado en la resurrección de Cristo, y Su actual toma de posesión de
los lugares celestiales para nosotros. Y lo que hará que esto sea claro para
todos es que cuando lleguemos al cielo, no tenemos que luchar con los Cananeos,
ni tampoco con nada que responda a ellos. Luchar no es la incumbencia del
cielo; pero fue la ocupación especial del pueblo que pasó el Jordán. Fue más su
ocupación que cualquier otra cosa. No fue tanto el trabajo ante ellos en el
desierto. Allí, la gran lección fue la dependencia del Dios vivo y, en
siguiente lugar, el aprendizaje acerca del 'yo'. Dios estuvo demostrando lo que
eran los corazones de Su pueblo; y, lo que fue infinitamente mejor, el pueblo
tuvo pruebas, o debiera haber probado, quién era el Dios vivo que había tomado
Su lugar en medio de ellos. Pero el conflicto con enemigos no fue el gran
pensamiento del desierto. Y, por tanto, sólo los encontramos enfrentándose con
los Amalecitas, en una ocasión, o con los Madianitas en otra. Las guerras que
ellos tuvieron en el desierto fueron comparativamente pocas; mientras que,
cuando pasaron el Jordán, por un tiempo no hubo
nada sino guerra. El paso del Jordán, por tanto, no significa la muerte
literal del cuerpo, sino la muerte de Cristo, y nuestra unión con Él; mediante
la cual estamos aun ahora sentados en lugares celestiales — y eso, también,
para el propósito de nuestra lucha, no con carne y sangre; porque, como el
apóstol Pablo nos dice, "no tenemos lucha contra sangre y carne, sino
contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas
de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.(Efesios
6:12).
Ahora bien, los hijos de Dios han
perdido una gran parte del significado y poder de esto, a partir de la idea de
que la parte principal de este conflicto es con nosotros mismos. Este no es el
caso, en absoluto. El juicio propio es una cosa diferente del conflicto. El
juicio propio diario es muy correcto y necesario — un examen constante de
nuestros modos de obrar y el juicio del 'yo', y de la carne. Pero existe un
enemigo incansable, infatigable, sutil, que hace que su ocupación principal sea
no sólo atraer a los Cristianos al pecado
a por medio de la carne, sino que, mediante el oscurecimiento de la verdad,
impide que las almas disfruten de la plenitud de las bendiciones de la gracia
de Dios y de la gloria de Dios en Su Hijo amado. Esa es la obra principal del
diablo, por lo que se refiere a la Iglesia, y esa es la cosa especial contra la
cual debemos velar. Podemos examinarnos y juzgarnos a nosotros mismos día a
día, y ello es una cosa muy correcta, pero si el alma es siempre muy celosa
acerca de eso, ello no es suficiente. Dicha alma puede, al mismo tiempo, verse
impedida del pleno disfrute del Señor Jesús. Una razón principal es esta: El
Señor ha colocado ante nosotros una herencia de bendición — "toda
bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo." (Efesios 1:3).
Pero somos lentos en obtener ventaja de ello. Pensamos, quizás, que ello es
vanagloria; o algunos pueden imaginar que, en vez de aventurarse en un tema
semejante, sería más práctico preocuparse de nuestros deberes ordinarios en la
vida. Pero esto no sería suficiente, porque no es Cristianismo. No es la medida
de aquello a lo que el Señor nos ha llamado ahora. Hay ciertas cosas en las
cuales todos los santos del mundo han andado desde el principio. Jamás fue
correcto para santo alguno el mentir, o ser deshonesto, o hacer algo inmoral. En
todas las épocas existen ciertos deberes morales que, necesariamente, son
inseparables de la vida en Dios. Pero esto no es Cristianismo. Un santo puede
hacer todo eso, y no obstante, no disfrutar de lo que yo llamo Cristianismo.
Ser completamente Cristiano es entrar en el llamamiento que ahora es nuestro
por la muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Eso es lo que está
representado por el paso del Jordán. Este paso presenta la misma muerte y la
misma resurrección que se nos había presentado previamente en el paso del Mar
Rojo, aunque en un punto de vista diferente. La muerte y resurrección de Cristo
tal, como es vista allí, es Cristo separándonos del mundo — Cristo sacándonos
de Egipto. Pero nosotros podemos ser todo eso, y podemos no tener el más mínimo
disfrute de nuestras bendiciones celestiales.
Podemos dar gracias a Dios por haber
sido libertados — porque no seremos echados en el infierno. Pero, ¿es eso
suficiente? No lo es. Si nos detenemos allí, si no nos adentramos más allá en
nuestras bendiciones, Satanás estará seguro de que, en uno u otro momento,
obtendrá una victoria completa sobre nosotros, tal como lo hizo sobre los
Israelitas. Porque en vez de conquistar y expulsar ellos a sus enemigos, leemos
acerca de los Cananeos, los Ferezeos, los Jebuseos, etc., los cuales
mantuvieron sus posesiones en paz, a pesar de Israel. Y así es con muchos hijos
de Dios. Son mantenidos en el mal que no parece ser tal, y que no se considera
así debido a que nos es un mal moral. Ya que incluso un simple hombre está
obligado a no pecar moralmente. Pero un Cristiano es una persona que tiene sus
ojos puestos en el Señor. Cualquiera puede juzgar una cosa exteriormente
inmoral, pero muy pocos saben que, lo que incluso personas piadosas están
haciendo, es enteramente contrario al Espíritu Santo y a Dios mismo. Existen
muchas (así llamadas) prácticas religiosas que son pecados, y estas son aquellas
ante las que el Cristiano debiera
tener los ojos abiertos. El Señor obra esto en nosotros dándonos a conocer que
tenemos una herencia celestial. El Señor Jesús, por Su muerte y resurrección,
no sólo nos ha sacado de Egipto y llevado al desierto, sino al cielo mismo en
espíritu. Aun ahora estamos sentados en lugares celestiales en Cristo Jesús.
Tenemos ahora el sello del cielo sobre nosotros, y Dios está procurando que
andemos en la conciencia de este gran privilegio, haciendo adelantos, ganando
victorias, y forzando de las manos del enemigo lo que Cristo nos ha dado.
Supongamos a una persona convertida
verdaderamente a Dios, y hecha feliz en el conocimiento de que sus pecados han
sido quitados para siempre; lo que sigue es — que ella no sabe qué hacer para
agradar a Dios, o de qué manera adorar a Dios. Si sencillamente continua como
era antes, asumiendo que lo que hizo cuando no era convertida en cuanto a estas
cosas es lo que tiene que hacer ahora (salvo solamente que, por supuesto, con
un nuevo objetivo y poder), dicha persona no puede hacer progreso alguno; y es
así como el diablo mantiene posesión del lugar de bendición, y aísla al
heredero de gloria de su llamamiento y herencia. Yo hablo, obviamente, del
asunto del disfrute práctico. Los enemigos están aún tranquilos en la tierra.
Pero nosotros debiéramos estar viendo cuál es la herencia que el Señor nos ha
asignado, y si acaso nuestra adoración y nuestro andar son realmente conforme a
Dios, y adecuados al lugar en que Él nos ha situado. Si usted hace que la
moralidad sea su estándar, estará seguro de caer bajo aquello que usted se
propone. Cualquiera que sea lo que ponemos ante nosotros como siendo nuestro
criterio, existirá siempre el hecho de no alcanzarlo. Si tenemos a Cristo
resucitado y a Cristo en el cielo como nuestro objeto, probaremos el poder de
Su resurrección, no sólo al levantarnos Él cuando somos conscientes de nuestra
excesiva deficiencia, sino al fortalecernos para proseguir "a la meta, al
premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús." (Filipenses
3:14).
En la hermosa escena que tenemos ante
nosotros, encontramos que el pueblo pasó el Jordán en seco. Y lo que hizo que
esto fuera tan notable, fue que sucedió en el momento mismo cuando el río se
desbordaba por sus orillas; estaba más lleno en aquel entonces que en cualquier
otra estación del año. Del mismo modo, en la muerte de Cristo hubo el
derramamiento más pleno posible de la ira de Dios; y sobre Su Hijo amado, el
pecado — nuestro pecado ha sido juzgado hasta el extremo. Y, tal como en el
tipo, ellos pasaron como si no hubiese existido absolutamente ningún Jordán, así
también, en la realidad para nosotros, no queda ningún juicio, sino la plenitud
de bendición. Nosotros pasamos de muerte a vida y somos bendecidos con toda
bendición espiritual en lugares celestiales en Cristo.
Y ahora, cuando ellos han entrado a la
tierra, ¿qué encontramos? El maná cesa — ellos deben comer del fruto de la
tierra. (Josué 5:12). La comida que los había sustentado en el desierto ya no
fue suficiente. ¿Y cuál es el fruto de la tierra? Es Cristo, así como también
era el maná; pero Cristo en otra manera: es la comida de la resurrección. El
fruto de la tierra era el fruto de la semilla que había sido sembrada en la
tierra, y que había muerto y brotado nuevamente. Era Cristo en resurrección.
¡Que el Señor conceda que nuestras almas puedan alimentarse así de Él! Decir
que Cristo conocido de este modo es demasiado elevado para nosotros — estar
satisfecho sin disfrutar así de Él, es tanto como decir estar satisfecho sin
Cristo.
Traducido
del Inglés por: B.R.C.O. – Mayo
2014.-
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