LA SANGRE DE CRISTO
En varios aspectos
expresivos de su valor
Edward Dennett
Todas las citas bíblicas se
encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas de la Versión
Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de
las comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales como:
LBLA = La Biblia de las Américas,
Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation, Usada con permiso.
RVA = Versión Reina-Valera 1909 Actualizada en
1989 (Publicada por Editorial Mundo Hispano)
VM = Versión Moderna, traducción
de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166
PERROY, Suiza).
Es solamente Dios mismo el que
conoce plenamente el valor de la sangre preciosa de Cristo. Porque si bien Él
nos ha comunicado en gran parte Sus propios pensamientos acerca de ella,
tenemos que decir aún acerca de esto, así como de tantas otras cosas, que
nosotros ahora conocemos en parte (1ª. Corintios 13:12). Pero dos cosas están
relacionadas siempre —
una vida espiritual vigorosa, y una elevada estimación de su lugar y valor. Por
eso que en todas las épocas de hambre y esterilidad espirituales, la verdadera
doctrina de la sangre se pierde siempre de vista, si es que no es negada. Es
por esta causa que es más necesario que busquemos ser llenados con los
pensamientos de Dios acerca de ella — no solamente que podamos comprender lo
que ella ha efectuado para el creyente, sino también que nosotros podamos
comprender, en la medida que podamos hacerlo, nuestra deuda con Aquel que se
humilló a Sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz,
para redimirnos para Dios.
Nosotros proponemos, por
tanto, señalar algunos de sus aspectos tal como se encuentran en las Escrituras
— algunos de sus aspectos de eficacia que nos expresan su maravilloso valor.
Apenas es necesario decir que mediante la expresión 'la sangre de Cristo',
nosotros nos referimos a aquella sangre que fue derramada en Su muerte en la
cruz — la sangre como representando la vida (porque la vida en la sangre está –
Levítico 17:11, vida que Él puso cuando llevó nuestros pecados en Su cuerpo
sobre el madero (1ª. Pedro 2:24).
Uno de los aspectos
principales que se nos presenta en las Escrituras es, que la sangre de Cristo fue
nuestro rescate. Esto está expresado
muy claramente en varios pasajes en la Palabra de Dios. "Sabiendo que
fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de
vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la
sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin
contaminación." (1ª. Pedro 1: 18 y 19). También, "en quien tenemos
redención por su sangre." (Efesios 1:7). Los redimidos cantan también,
"con tu sangre nos has redimido para Dios." (Apocalipsis 5:9). El
propio Señor expresa la misma verdad cuando dice, "el Hijo del Hombre no
vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por
muchos." (Mateo 20:28). Ahora bien, el significado de la palabra
"rescate" es un precio pagado para redención; de 'redención', es
decir, para rescatar o sacar de un estado de cautividad o servidumbre. Por lo
tanto, si la sangre de Cristo fue nuestro rescate, ello implica varias cosas.
(1) Nosotros estábamos en
servidumbre o cautividad; o no había existido oportunidad alguna para un rescate,
ninguna ocasión para la redención. Y esto es precisamente lo que la Escritura
declara. "[vosotros] erais esclavos del pecado", dice el apóstol
Pablo (Romanos 6:17). Nosotros leemos también en la Epístola a los Hebreos
acerca de aquellos que "estaban durante toda la vida sujetos a
servidumbre" (Hebreos 2:15). Por eso que Egipto (puesto que los hijos de
Israel estuvieron allí en servidumbre) es siempre un tipo de nuestro estado y
condición naturales. Por consiguiente, cuando nosotros miramos al pasado,
tenemos que exclamar siempre con Esdras humillándose delante de Dios por causa
de los pecados de Su pueblo, "siervos somos" (Esdras 9:9). Esa era la
condición de todo creyente; y es la condición de todo aquel que no cree en el
Señor Jesucristo. "¿No sabéis", dice el apóstol escribiendo a los santos
en Roma, "que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos
de aquel a quien obedecéis,
sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?"
(Romanos 6:16). Todo hombre no convertido está, por tanto, en servidumbre;
"como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la
muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron"
(Romanos 5:12); y por eso también, el poder de la muerte — que es el justo
juicio de Dios contra el pecado — es ejercido por Satanás sobre todo incrédulo.
(2) La sangre de Cristo fue el
precio, o rescate pagado por nuestra liberación o redención de este estado de
servidumbre y cautividad. (Véase los pasajes ya citados, especialmente 1ª.
Pedro 1:18; Mateo 20:28). Porque Él murió en nuestro lugar, "el justo por
los injustos, para llevarnos a Dios" (1ª. Pedro 3:18). De esa manera Él cumplió
con todas las demandas que un Dios santo tenía contra nosotros, y las satisfizo:
Él aceptó la totalidad de nuestras responsabilidades: "llevó él mismo
nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero" (1ª. Pedro 2:24): en una
palabra, Él pagó la totalidad de nuestra deuda, y el precio fue Su propia sangre.
Y así, Su derramamiento de sangre — el ofrecimiento de Su propia vida por
nosotros — sirvió tanto para vindicar la santidad de Dios, para glorificarle
incluso acerca de nuestros pecados, como para asegurar para nosotros eterna
redención. Por consiguiente, ¡bien puede ser calificada como 'sangre preciosa'!
Tan preciosa como para exceder toda estimación finita. Dicha sangre es preciosa
conforme al juicio infinito de Dios; y no obstante nada menos podría haber
servido. Si hubiesen sido recolectadas toda la riqueza, las gemas, y las
piedras preciosas, todos los diamantes de África y Brasil — todas estas
riquezas habrían sido como polvo delante de Dios. Porque "Los que confían
en sus bienes, Y de la muchedumbre de sus riquezas se jactan, Ninguno de ellos
podrá en manera alguna redimir al hermano, Ni dar a Dios su rescate (Porque la
redención de su vida es de gran precio, Y no se logrará jamás), Para que viva
en adelante para siempre,
Y nunca vea corrupción. (Salmo
49: 6 al 9). Sólo Dios podía proporcionar el rescate. Él lo dio en el don de Su
Hijo; y el rescate fue pagado en el derramamiento de sangre en la Cruz.
¡Bendito sea Su Nombre!
(3) Los creyentes son, por lo
tanto, redimidos. Ellos son (no serán), redimidos ahora — llevados de regreso a
Dios desde la casa de la servidumbre de ellos. ¡De qué manera fortalece por
tanto nuestras almas mirar hacia atrás a nuestra redención como una cosa
completada! Y cuando se nos dice que el medio de nuestra redención fue la
sangre de Cristo, ¡de qué manera ello llena nuestros corazones con gratitud y
amor!
La sangre de Cristo nos es
presentada en otro aspecto, como limpiando
del pecado. "La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo
pecado." (1ª. Juan 1:7). "Al que nos amó, y nos lavó de nuestros
pecados con su sangre." (Apocalipsis 1:5). Así también el anciano,
hablando a Juan acerca de la gran multitud, dice que ellos han lavado sus ropas
y las han emblanquecido en la sangre del Cordero. (Apocalipsis 7:14). La misma
idea es transmitida cuando se habla del perdón, o remisión de pecados, como
obtenido por medio de la sangre de Cristo. Dos o tres declaraciones específicas
explicarán de qué manera este proceso de limpieza es efectuado.
(1) Dios ve a todo creyente
bajo la protección de la sangre de Cristo. Tan pronto como el ojo de la fe es
dirigido al Cordero de Dios que quita el pecado (singular) del mundo, el alma
está delante de Dios en toda la eficacia de Su sacrificio. Porque Dios, en Su
gracia, ha aceptado el derramamiento de la sangre de Cristo a favor de todos
los que creen; y la fe, por tanto, es el único vínculo de conexión entre el
alma y la sangre. El creyente está así completamente bajo su poder protector
tal como Israel estuvo bajo la protección de la sangre del Cordero Pascual en
la tierra de Egipto.
(2) Dios no ve ninguna culpa
donde Él ve la sangre de Cristo. La sangre ha hecho expiación por el pecado, lo
cubrió incluso a los ojos de Dios. Esto fue tipificado por el Propiciatorio. En
el Arca del Pacto estaban las tablas de piedra que contenían la ley que Israel
había prometido obedecer como condición de la bendición. Pero la historia
completa de ellos fue una historia de trasgresión; y por eso, si Dios hubiese
mirado la ley quebrantada, Él debía haber intervenido en justo juicio. Estaba,
por tanto, sobre el arca, y cubriendo de la vista la ley quebrantada, el
propiciatorio rociado con la sangre de la expiación. De este modo, Dios veía,
en lugar de los pecados del pueblo, la sangre expiatoria, y solo así Él podía
mantener aún con ellos relaciones de misericordia y gracia. Del mismo modo
Cristo es nuestra propiciación (o sacrificio expiatorio) por medio de la fe en
Su sangre (Romanos 3:25): y por consiguiente, Dios no ve nuestros pecados, sino
la sangre, y donde Él ve la sangre — y Él la ve sobre todo creyente — Él no ve
pecado alguno.
(3) Por lo tanto, los
creyentes son limpiados por la sangre de Cristo. El efecto de su aplicación por
medio de la fe es que ellos están del todo limpios (Juan 13:10 – VM). Nosotros
cantamos así acerca de ser
'Blancos en Su muy preciosa sangre,
Hasta que no queda ni una sola mancha.' [*]
[*] N. del
T.: Traducción libre de versos del himno: 'I lay my sins on Jesus'.
Autor:
Horatius Bonar (1843)
¡Es lamentable que nuestra fe no
logra algunas veces ser igual a nuestras expresiones! Puesto que nosotros
tenemos el testimonio seguro de la Palabra de Dios de que toda traza de culpa
ha sido eliminada por la sangre preciosa. "Porque si la sangre de machos
de cabrío y de toros, y la ceniza de la novilla, rociada sobre los que han
llegado a ser inmundos, los santifica, para purificación de la carne; ¿cuánto
más la sangre de Cristo (el cual
por medio del Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mácula a Dios) limpiará
vuestra conciencia de las obras
muertas, para servir al Dios vivo?" (Hebreos 9: 13 y 14 – VM).
(4) Se puede añadir con beneficio
en el tiempo actual, que la Escritura no conoce nada acerca de 'volver a
aplicar' la sangre de Cristo al creyente. Una vez limpiado, él está limpio para
siempre delante de Dios. De este modo, el fondo completo del argumento en
Hebreos 10: 1 al 14, es la eficacia perdurable del sacrificio de Cristo, en
contraste con la necesidad de sacrificios repetidos bajo la ley. "Porque
con una sola ofrenda hizo perfectos para
siempre a los santificados" (Hebreos 10:14; véase también Hebreos 9:
24 al 26). La sangre, derramada una vez y presentada delante de Dios, está
siempre allí en todo su valor para nuestras almas, de modo que la cuestión de
la culpa nunca más puede ser planteada contra nosotros. De otro modo nosotros
no podríamos estar, tal como estamos, en una posición de perdurable aceptación
en el Amado (Efesios 1: 6 y 7). Nosotros contraemos contaminaciones en nuestro
andar diario, indudablemente; pero Dios ha hecho una provisión de gracia para
estas en el lavamiento del agua por la Palabra, ministrado a través de la
abogacía de Jesucristo el Justo (Efesios 5:26; 1ª. Juan 2:1; Salmo 119: 9 y
11). Pero nosotros permanecemos delante de Dios sin mancha en virtud de la
sangre; porque "el que está lavado, no necesita sino lavarse los pies,
pues está todo limpio." (Juan 13:10).
En la Epístola a los Romanos
se dice que nosotros estamos ahora
justificados por su sangre (Romanos 5:9 - LBLA) — es decir, en la virtud de
Su sangre. La sangre de Cristo fue tan preciosa a los ojos de Dios, porque en
Su muerte Él bebió la copa de la ira hasta los sedimentos mismos (heces) que
eran debido a nuestros pecados (porque Él herido fue por nuestras rebeliones,
molido por nuestros pecados); y de ese modo, Él hizo una tan adecuada y tan
completa expiación para Dios, para que sobre este fundamento Dios pudiese salir
de Su lugar, encontrarse con el pecador y traerlo de regreso a Él, perdonar sus
pecados, y justificar de manera justa a todo el que cree en Cristo.
Por consiguiente, nuestra
justificación es la respuesta de Dios al valor de la sangre; sí, en efecto,
nosotros podemos añadir, a las reivindicaciones que ella estableció sobre Él.
Porque, ¿qué dijo el Señor cuando estuvo en la tierra, y a punto de partir e ir
al Padre? "Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me
diste que hiciese. Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella
gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese." (Juan 17: 4 y 5). Dios
ha oído esa oración; Él ha glorificado a Cristo; y Él le ha situado allí en la
gloria a Su diestra, debido al valor infinito ante Su vista de la sangre de
Cristo derramada en el Calvario; pues fue por ese derramamiento de sangre que
Él glorificó a Dios de manera preeminente; en que Él se humilló a Sí mismo en
aquel entonces, y se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. "Por
eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar."
(Juan 10:17).
Y por cuanto Él ha glorificado
a Cristo, Él nos glorificará también a nosotros, porque "a los que
justificó, a éstos también glorificó." (Romanos 8:30). Por lo tanto,
nuestra justificación no es más que, en un aspecto, el comienzo del
reconocimiento de Dios del valor de la sangre, por cuanto Su estimación plena
de su eficacia a nuestro favor será expresada solamente cuando estemos
glorificados junto con Cristo — cuando seremos semejantes a Él, porque Le veremos
tal como Él es. (1ª. Juan 3:2).
Además, se nos enseña que los
creyentes son santificados mediante la
sangre de Cristo. Nosotros leemos así, "Por lo cual también Jesús,
para santificar al pueblo mediante su
propia sangre, padeció fuera de la puerta." (Hebreos 13:12). "En esa
voluntad somos santificados mediante
la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre." (Hebreos
10:10).
Ahora bien, nosotros
comprenderemos mejor la naturaleza de la santificación significada aquí
mediante una referencia a Levítico (libro del cual se puede decir, de paso, que
la Epístola a los Hebreos es la exposición propia del Espíritu Santo). Nosotros
leemos allí, en el relato de la consagración de Aarón y sus hijos, que tomó
Moisés de la sangre del carnero de las consagraciones, "y la puso sobre el
lóbulo de la oreja derecha de Aarón, sobre el dedo pulgar de su mano derecha, y
sobre el dedo pulgar de su pie derecho., etc.; que él hizo la misma cosa a los
hijos de Aarón; y, finalmente, que "tomó Moisés del aceite de la unción, y
de la sangre que estaba sobre el
altar, y roció sobre Aarón, y sobre sus vestiduras, sobre sus hijos, y sobre
las vestiduras de sus hijos con él; y santificó
a Aarón y sus vestiduras, y a sus hijos y las vestiduras de sus hijos con él."
(Levítico 8: 23 al 30). El capítulo 9 de la Epístola a los Hebreos puede ser
leído también en relación con este punto.
En cuanto a la santificación
significada, es evidente que no se trata de la santidad obrada en el creyente
por el Espíritu de Dios. Se trata sencillamente de una calificación para el
acceso, en el caso de Aarón y sus hijos, a la presencia inmediata de Dios: una
separación de las cosas profanas, y una consagración a usos santos, o una
santificación para dichos usos — el servicio de Dios. Se trata, de hecho, de
una calificación para adorar; puesto que solamente adoradores limpios pueden
acercarse al trono de la gracia. Esta santificación
es efectuada para el creyente mediante la sangre de Cristo. Puesto que tan
pronto como alguna vez venimos a estar por medio de la fe bajo el valor de la
sangre de Cristo, Dios nos reclama para Él mismo; Él nos recuerda que no somos
nuestros, y la sangre sobre nosotros es la señal de que somos Suyos —
santificados, consagrados, santificados para Su servicio (adoración) — siendo
el don del Espíritu Santo que mora en nosotros el sello de nuestra consagración
(puesto que había también el aceite de la unción).
Nosotros somos, por tanto,
adoradores comprados a precio de sangre, lavados por la sangre, y santificados
por la sangre — un "real sacerdocio", un "sacerdocio santo, para
ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo."
(1ª. Pedro 2: 5 al 9). Nosotros tenemos "libertad para entrar en el Lugar
Santísimo por la sangre de Jesucristo,
por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su
carne," etc. (Hebreos 10: 19 y 20). Dos solemnes deducciones emanan de
esta verdad. La primera es nuestra obligación de guardar nuestras vestiduras
sin mancha. Las vestiduras que visten los instrumentos del Señor deben estar
limpias. La segunda es que nuestro único lugar de adoración es en el Lugar Santísimo
— dentro del velo. Nosotros no necesitamos señalar de qué manera esta verdad se
ha perdido de vista por todos; porque, ¿acaso no abundan los 'lugares de
adoración'? Seamos más cuidadosos para mantener que, como santificados por la
sangre, nosotros tenemos acceso a la presencia misma de Dios; y no sólo para
mantener nuestro privilegio personal, sino para ocuparnos que cuando nos
congregamos al Nombre de Cristo, nosotros entramos por la sangre de Jesús a
través del velo rasgado en el Lugar Santísimo, el más santo de todos los
lugares.
Se nos enseña asimismo que la reconciliación es efectuada por la sangre de
Cristo. "Por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud,
y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la
tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de
su cruz. Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en
vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado en su cuerpo de
carne, por medio de la muerte, etc." (Colosenses 1: 19 al 22). Así también
en la Epístola a los Efesios, "Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en
otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo."
(Efesios 2:13); véase asimismo Romanos 5: 10 y 11.
En el primero de estos pasajes
nosotros obtenemos, como se observará, una doble reconciliación. De los creyentes
Colosenses se dice que han sido reconciliados; y además, se dice que todas las
cosas han de ser reconciliadas. Una o
dos palabras pueden ser presentadas para cada uno de estos aspectos.
Los santos son reconciliados,
entonces, mediante la sangre de Cristo. Esto está implícito, obviamente, en el
otro aspecto tratado; pero el pensamiento es aquí diferente. Los hombres no son
considerados como estando en cautividad, necesitando redención, no como
culpables, necesitando limpieza — si bien ambas cosas son ciertas — sino como
en enemistad con Dios — a distancia de Él — "extraños y enemigos" en
su modo de pensar.
Ahora bien, es de suma
importancia ver claramente que no era Dios el que necesitaba ser reconciliado
con nosotros; éramos nosotros los que necesitábamos ser reconciliados con Él.
Él nunca tuvo enemistad en su mente hacia la más culpable de Sus criaturas,
porque Él es amor. Pero el pecado del hombre había levantado una barrera que
detuvo la efusión de Su amor; porque Él es un Dios santo, y no podía, y no
puede, pasar por alto el pecado. No obstante, "de tal manera amó Dios al
mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no
se pierda, mas tenga vida eterna." (Juan 3:16); y en cuanto la 'obra
consumada' de Cristo se hubo llevado a cabo, el mensaje del Evangelio fue
dirigido a los pecadores en todas partes, "Reconciliaos con Dios" (2ª. Corintios
5:20); y todo aquel que
oyó y creyó fue reconciliado mediante la sangre; porque toda cuestión acerca
del pecado había sido resuelta en la cruz, y Dios pudo, por tanto, abrazar de
manera justa a todo aquel que creyó en Cristo. Su amor había derribado toda
barrera, y Él pudo traer así al pecador a la reconciliación eterna con Él. Por
eso, habiendo sido reconciliados mediante la sangre, nuestra porción es el
disfrute en paz de Su amor. Porque nosotros somos presentados en Cristo "santos
y sin mancha e irreprensibles delante de él" (Colosenses 1:22); estamos en
un estado de perfecta aceptación, y, por lo tanto, Dios puede descansar sobre
nosotros en Su amor, porque todo lo que Él es, está satisfecho con nosotros en
Cristo.
El segundo carácter de la
reconciliación es universal, abarcando todas las cosas — cosas en la tierra y
cosas en el cielo. Por lo tanto, Cristo no murió sólo por los hombres, sino
también por cosas; y de este modo la
virtud de Su sangre preciosa se extenderá a toda la creación; porque la
creación misma será liberada también de la esclavitud de la corrupción, a la
libertad gloriosa de los hijos de Dios (Romanos 8:21). ¡Eficacia maravillosa de
la sangre preciosa! Puesto que la bienaventuranza de la dispensación del
cumplimiento de los tiempos, cuando todas las cosas sean reunidas en Cristo, así
las que están en los cielos, como las que están en la tierra, ¡todo emanará de
la virtud y poder de esa sangre preciosa!
El Nuevo Pacto está ratificado o fundamentado en la sangre de
Cristo. "Esto es mi sangre, la sangre del Nuevo Pacto",
dijo nuestro Señor a Sus discípulos mientras les daba la copa cuando estuvo
sentado con ellos en la mesa Pascual (Mateo 26:28 – VM). Nosotros leemos
también en la Epístola a los Hebreos acerca de "la sangre del pacto eterno"
(Hebreos 13:20). La fuerza de estas expresiones será comprendida mejor mediante
una referencia al Pacto Mosaico. Se nos dice que Moisés "tomó la mitad de
la sangre (la sangre del holocausto recién sacrificado) y la puso en tazones, y
esparció la otra mitad de la sangre sobre el altar. Asimismo, tomó el libro del
pacto y lo leyó a oídos del pueblo, el cual dijo: —Haremos todas las cosas que
Jehovah ha dicho, y obedeceremos. Entonces Moisés tomó la sangre y roció con
ella al pueblo, diciendo: —He aquí la
sangre del pacto que Jehovah ha hecho con vosotros referente a todas estas
palabras" (Éxodo 24: 6 al 8 – RVA); véase asimismo el mismo pasaje
citado en Hebreos 9: 18 al 20).
Dios confirmó así Su pacto con
Israel delante del Sinaí mediante sangre — la sangre de animales; pero Él ha
ratificado el Nuevo Pacto mediante la sangre de Cristo. Por lo tanto, mediante
mucho más, puesto que la sangre de Cristo es más preciosa que la sangre de
becerros, el Nuevo Pacto es de más valor que el antiguo. En otras palabras, al confirmar
el Nuevo Pacto con la sangre de Su Hijo, Dios había manifestado no solamente el
carácter eterno e inmutable de este pacto, sino también la naturaleza
inestimable de las bendiciones que Él había asegurado de este modo a Su pueblo.
Antiguamente, Él los animó a menudo a descansar en la certeza de Su palabra y
Su promesa. Él dijo, "Si pudiereis invalidar mi pacto con el día y mi
pacto con la noche, de tal manera que no haya día ni noche a su tiempo, podrá
también invalidarse mi pacto con mi siervo David, etc. (Jeremías 33: 20 y 21).
Pero Él pone el fundamento para la fe de Su pueblo (si es que podemos hablar
así) en la sangre de Su Hijo. Puesto que haber dado a Su Hijo para morir es
ciertamente la prueba más irrefutable que pudo ser ofrecida a un corazón
dubitativo. Es por eso que el Apóstol razona, "El que no escatimó ni a su
propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también
con él todas las cosas?" (Romanos 8:32).
Las esperanzas de Israel
acerca de bendiciones futuras reposan con seguridad en el cumplimiento del
Nuevo Pacto, sellado así con la sangre de Cristo (Hebreos 8: 6 al 13). Ellos
entraron de manera apresurada en el compromiso de obediencia como condición de
cumplimiento bajo el primer pacto. Pero, habiendo fracasado, Dios actúa ahora
en gracia, y en la revelación de Sus propósitos Él asegurará la herencia
designada para ellos; pero ellos, tal como nosotros, lo deberán todo a la
sangre preciosa de Cristo.
La sangre del Cordero es
señalada en el libro del Apocalipsis como el
medio de victoria sobre Satanás. Él es representado como procurando,
acusando delante de Dios, llevar a cabo la condenación de los santos que
estarán en aquel entonces en la tierra, y se añade que ellos "le han
vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de
ellos" (Apocalipsis 12:11). Debería ser así con respecto a nosotros ahora.
Satanás, como sabemos de la lectura de varias Escrituras, está acusando
constantemente al pueblo de Dios; y nuestros propios corazones confesarán que,
si algunas de sus acusaciones son falsas, otras son ciertas. Pero, ¿y si ellas
son ciertas? "La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo
pecado" (1ª. Juan 1:7). Puede haber en nosotros mucha necesidad de
humillación y juicio propio, pero Satanás, con toda su enemistad, no puede
plantear nuevamente la cuestión de nuestra culpa, porque la sangre nos ha hecho
delante de Dios 'más blancos que la nieve.' (Salmo 51:7). Y "abogado
tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. (1ª. Juan 2:1), el cual
afronta todas las acusaciones de nuestro adversario con la eficacia perdurable
y eterna de la sangre. Podemos, por tanto, descansar tranquilamente; porque si
bien nosotros somos débiles y fracasados, nuestro Abogado es fuerte, y jamás
fracasa: Él conoce todas las sutilezas del acusador, y ama refutar todas sus
acusaciones, y absolvernos de todas sus calumnias.
'Aunque el inquieto enemigo acusa,
relatando pecados como una inundación;
toda acusación nuestro Dios rechaza:
Cristo ha contestado con Su sangre.' [*]
[*]
N. del T.: Traducción libre de versos del himno: 'Many sons to glory bringing'.
Autora:
Mary Bowley (Mrs Peters) (1813-1856)
En el pasaje citado
(Apocalipsis 12:11), la palabra del testimonio de ellos es aunada con la sangre
del Cordero como el medio de victoria. La palabra del testimonio es la espada
del Espíritu, con la cual, al igual que nuestro bendito Señor, podemos repeler
los asaltos de Satanás sobre nosotros. Pero sólo en proporción a nuestro
conocimiento del valor de la sangre, como afrontando sus acusaciones, será
nuestra fuerza al empuñar la espada del Espíritu en nuestros conflictos
personales con el enemigo. Que nosotros podamos ser enseñados cada vez más
acerca del valor de la sangre, y del uso de la espada; y seremos así "más
que vencedores por medio de aquel que nos amó" (Romanos 8:37).
El Señor Jesucristo ejerce Su sacerdocio a favor de Su pueblo en virtud
de la sangre. "Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los
bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de
manos, es decir, no de esta creación, y no por sangre de machos cabríos ni de
becerros, sino por su propia sangre,
entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención"
(Hebreos 9: 11 y 12); véase asimismo Hebreos 9: 24 al 26). Si, por
consiguiente, nuestros nombres son llevados sobre el pectoral y sobre las
hombreras de nuestro Sumo Sacerdote en la presencia de Dios — sostenidos así
delante de Él mediante poder y amor; si nosotros estamos recibiendo
continuamente misericordia y gracia, socorro en nuestras tentaciones, compasión
en nuestras pruebas, fortaleza en nuestras debilidades, consolación en nuestros
dolores; sí, en efecto, si todas nuestras necesidades en el desierto son
cubiertas constantemente y satisfechas por medio de la ministración de nuestro
Sumo sacerdote, ello es debido a la eficacia infinita de Su sangre preciosa.
Pero este espacio con que
contamos no logra referir los múltiples aspectos de la sangre de Cristo; porque
todo lo que Dios, en Su gracia, ha hecho que seamos, y todo lo que seremos
cuando estaremos "siempre con el Señor", todas las glorias del propio
Cristo, todo lo que compartiremos con Él, así como la perfección de la nueva
creación, la cual encontrará su expresión externa más completa en los cielos
nuevos y tierra nueva en donde morará la justicia (2ª. Pedro 3:113) — donde
todo será perfecto, conforme a la estimación de Dios — todas estas cosas serán
resultado de la sangre de Cristo. Dios mismo es la fuente eterna de todo; pero
la sangre de Cristo tiene su propio modo designado de asegurar el cumplimiento
de Sus pensamientos y propósitos de amor.
Ciertamente, entonces, cuando
meditamos acerca de estas cosas, nuestros corazones se inclinarán nuevamente
delante de Dios en adoración por el don de Su Hijo Amado. Y así como la sangre
de Cristo despierta siempre nuestra alabanza más elevada, de igual modo
encontramos que el Cordero "como inmolado" (Apocalipsis 5), será el
Objeto central de alabanza en el cielo. "Y cantaban un nuevo cántico,
diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado,
y con tu sangre nos has
redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación"
(Apocalipsis 5:9). Y cuando la nueva Jerusalén descenderá de Dios desde el
cielo, la gloria de Dios la iluminará, y el
Cordero será su lumbrera. (Apocalipsis 21: 9 al 27).
Bien podríamos nosotros clamar,
entonces, junto con el Apóstol amado, "Al que nos ama y nos libró de
nuestros pecados con su sangre, y nos constituyó en un reino, sacerdotes para
Dios su Padre; a él sea la gloria y el dominio para siempre jamás. Amén."
(Apocalipsis 1: 5 y 6 – RVA).
Pero, ¿y qué es de usted,
amado lector? Profesando creer en el Señor Jesucristo, ¿está usted realmente
bajo la protección de Su sangre preciosa? Que no exista incertidumbre alguna
con usted acerca de este punto. "Si no coméis la carne del Hijo del
Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis
vida en vosotros. (Juan 6:53). "Bienaventurados los que lavan sus ropas,
para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas en la
ciudad." (Apocalipsis 22:14). "El que da testimonio de estas cosas
dice: Ciertamente vengo en breve." (Apocalipsis 22:20). Que Dios pueda, en
Su infinita gracia, conceder que todo aquel que lee estas páginas pueda estar
limpio en la sangre preciosa, de modo que él pueda responder, "Amén; sí,
ven, Señor Jesús." (Apocalipsis 22:20).
'Bendito Cordero de Dios, Tu sangre preciosa
Nunca perderá su poder,
Hasta que todo santo de Dios rescatado
Sea salvo para no pecar más.' [*]
[*]
N. del T.: Traducción libre de versos del himno: 'There is a stream of precious
blood'.
Autor:
William Cowper (1731-1800)
Edward Dennett
Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Agosto 2016.-