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EL
SECRETO DE LA BIENAVENTURANZA
Todas las citas bíblicas se encierran
entre comillas dobles ("") y
han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960
(RVR60) excepto en los lugares en que, además de las comillas dobles (""),
se indican otras versiones, tales como:
LBLA = La Biblia de las Américas,
Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation, Usada con permiso.
VM = Versión Moderna, traducción de 1893
de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY,
Suiza).
Salmo 1.
W. Trotter
La tesis de este Salmo es la bienaventuranza
del hombre piadoso, en contraste con la segura condenación del pecador, cuando
llegue el momento en que el juicio sea ejecutado. Bienaventuranza es una
palabra preferible a la palabra felicidad, ya que la primera atribuye a Dios,
que es quien bendice, lo que la última palabra, tal como la usa el hombre, adscribe
a la fortuna o al azar. No obstante, la palabra 'bienaventurado' se ha de
entender como significando lo que se implica usualmente cuando se usa la
palabra 'feliz'. El Salmo es, de este modo, una respuesta a la indagación casi
universal acerca de la felicidad. Nos muestra dónde se va a encontrar únicamente
a verdadera felicidad — la bienaventuranza real.
La felicidad es un estado positivo de
existencia; pero este mundo es tan verdaderamente un 'valle de lágrimas', que
la idea de la felicidad más familiar a las mentes de los hombres es una idea
negativa, y la mente del hombre la ve como dependiendo de la ausencia de dolor,
de hastío, de desilusión, de pena. La
Escritura misma condesciende a nuestra debilidad en este respecto, y representa
la felicidad futura de los santos como parcialmente consistente en la entera
exención de toda clase de padecimiento. "Ya no tendrán hambre ni sed, y el
sol no caerá más sobre ellos, ni calor alguno." (Apocalipsis 7:16). "Enjugará
Dios toda lágrima de los ojos de ellos." Nuevamente, "y ya no habrá
muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas
pasaron." (Apocalipsis 21:4).
Pero hay fuentes más profundas y más seguras de
infelicidad que cualesquiera de los padecimientos así enumerados; las fuentes,
de hecho, de las que emanan todas estos padecimientos. De no ser por el pecado,
ni una sola sensación de dolor corporal, ni un momento de angustia mental, habrían
sido experimentados por un solo miembro de la familia humana. No es que la
exención actual de estos resultados pueda estar asegurada por la liberación
moral y espiritual del pecado, el cual es la causa. El piadoso sufre al igual
que los demás, y en muchos aspectos, más que los demás; pero no evita la bienaventuranza
de ellos. Esto puede obstaculizar su perfección, y lo hace; pero no puede
obstaculizar su realidad. En este mundo de maldad, un hombre sin pecado sería
el mayor sufridor en la tierra. De esto no tenemos otra demostración que la del
Hombre de Dolores, el cual era "experimentado en quebranto". (Isaías
53:3). Pero, ¿quién duda acerca de Su bienaventuranza? Es en Él en quien
tenemos, en efecto, el único ejemplo perfecto
del carácter descrito aquí. Este carácter no es presentado como una descripción
de Él, sino de cualquier hombre piadoso, y, principalmente, de cualquier
Israelita piadoso. Puesto que, en realidad, todos los hombres piadosos son
partícipes del carácter de Cristo, aunque sólo en Él ha sido ejemplificado
perfectamente.
En la descripción del hombre piadoso presentada
aquí, su carácter es visto, en primer lugar, negativamente y después
positivamente. El primer versículo le muestra exento de esas fuentes más
profundas de infelicidad de la cual todas las aflicciones han brotado
realmente; mientras el segundo revela el secreto positivo de su
bienaventuranza. En cuanto al primer versículo — no es, «Bienaventurado
el varón que no siente ningún dolor, no derrama ninguna lágrima, ni sufre
ninguna pérdida o desilusión.» ¡No! Leemos, "¡Cuán bienaventurado es
el hombre que no anda
en el consejo de los impíos, ni se detiene en el camino de los pecadores, ni se
sienta en la silla de los escarnecedores…!" (Salmo 1:1 – LBLA). Tenemos
aquí un doble clímax. Primero, en cuanto a los caracteres nombrados; en segundo
lugar, en cuanto a las actitudes descritas. Los impíos — los pecadores — los
escarnecedores. Andar — detenerse — sentarse.
Los "impíos" (o, los malos) son los
menos culpables en este clímax del mal. Su culpa es negativa. No conocen, no
aman, no temen a Dios. Él no está en todos sus pensamientos. No desean
recordarle a Él, o conocer Su voluntad, u obedecer Sus mandamientos. "Sin
Dios en el mundo" (Efesios 2:12) es el retrato solemne del estado de
ellos. Tales personas tienen su consejo — sus hábitos de pensamiento — sus
terrenos de juicio — sus principios de conducta. En todas estas personas, Dios no tiene lugar alguno: son impíos (malos).
Bienaventurado el varón
que no presta atención al consejo de ellos, que no los sigue. Ello incluye a
todas las normas o designios de la parte de la sociedad decente, de reputación,
pero impía; personas que están libres de vicios groseros, pero con las cuales
el yo es el resorte maestro — el
objeto principal. Aun estando libres de vicios groseros, este es el caso. Ellos
no frecuentarían, para su propio crédito, una taberna de mala reputación; pero
tampoco asistirían, y por la misma razón, a una reunión de oración en una
cabaña. Es respetable ir a la iglesia, o una capilla de moda muy bien
protegida, y ellos van allí; pero es igualmente respetable asistir al teatro o
a una sala de concierto, y ya que es aún más agradable, ello se practica con
más disposición. Para estos y para cientos de otros hábitos y hechos, se alega
que tales normas o designios son porque, «Debemos hacer lo que hacen los
demás.» «¿Qué tiene de bueno el hecho de ser excepcional?» «Debemos actuar
según nuestro estatus.» «Esto o aquello es lo que se espera de nosotros.» «¿Qué
hay de malo en ello.» Estas no son más que una pequeña muestra de lo que se
denomina aquí "el consejo de los impíos." (Salmo 1:1 – LBLA).
"Pecadores"
añade, a la
impiedad de la clase anterior de personas, maneras positivas de mal, malos
hábitos y malos pasatiempos. Estos difieren según la formación, la educación
temprana o la falta de ella, y junto a varias influencias. "Cada cual
se apartó por su camino,"
(Isaías 53:6). Uno puede ser un camino de violencia, otro de fraude, y otro de
intemperancia. Bienaventurado el varón que se abstiene igualmente de todo —
"que no se detiene en el camino de los pecadores." (Salmo 1:1 –
LBLA).
"Ni
se sienta en la
silla de los escarnecedores." (Salmo 1:1 – LBLA). "La silla de los
escarnecedores" es ocupada por la persona que se ha endurecido tanto
contra Dios que se mofa del pecado, se burla de la piedad de los demás, y
bromea con las cosas sagradas.
Luego, como
segundo clímax, el hecho de estar en movimiento, andando, ofrece claramente más esperanza de dar un giro en la
dirección correcta, que allí donde el mal ha sido escogido deliberadamente, y
una persona se detiene en el camino
de los pecadores. Pero estar sentado,
y hacerlo en la silla de los escarnecedores — estar a gusto — allí donde Dios,
y Cristo, y el cielo, son nombrados solamente para señalar un chiste o para
hacer surgir una risa; esto es, más allá de toda duda, el logro supremo de los
que a lo malo llaman bueno, y a lo bueno malo. (Isaías 5:20). No obstante, la
persona que es el sujeto del Salmo no sólo se abstiene de esta madurez final
del vicio desvergonzado, sino de todos los pasos que conducen a ella. Él rehúsa
'sentarse' en la silla de los escarnecedores; no se 'detendrá' en el camino de
pecadores; y él rechaza 'andar' en el consejo de los impíos.
¿Dónde encuentra,
entonces, el secreto positivo de esta felicidad? El Salmo nos informa, "en
la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche."
(Salmo 1:2). El hombre debe tener un objeto positivo, o no puede satisfacerse. Él
posee entendimiento y afectos, para los que debe hallarse un empleo. La
felicidad del hombre depende de la naturaleza de este empleo más que de
cualquier otra cosa. Dejen que el entendimiento esté desocupado o mal ocupado;
que los pensamientos vaguen al azar, o se fijen en objetos corrompidos en sí
mismos, y degradantes en sus tendencias; permitan que los afectos se aferren a
objetos en sí mismos insatisfactorios, y que separan de Dios; o que los
afectos, dirigidos hacia objetos correctos, sean despojados de esos objetos:
¿cómo, en cualesquiera de los casos supuestos, puede el alma ser feliz? Y si el
alma es infeliz, el mero confort corporal y la sola comodidad del cuerpo no sirven
sino como un escarnio de su infortunio. Por otra parte, permitan que los
pensamientos sean dirigidos correctamente y empleados diligentemente; dejen que
los afectos estén en el ejercicio habitual sobre sus objetos correctos, adecuados,
y las circunstancias tienen poco poder para obstaculizar la felicidad en tal
caso. Semejante ocupación, tanto para el entendimiento como para los afectos,
se encuentra en la Palabra de Dios, y se la denomina aquí, "la ley de
Jehová." No debemos restringir la expresión a las 'diez palabras', o 'diez
mandamientos', habladas en Sinaí, o incluso a la ley completa dada por Moisés.
Dicha expresión se usa acerca de la entera revelación que Dios se había dignado
dar al hombre; y como esta revelación había sido dada en la nación de Israel y
a ella, el nombre de Dios usado aquí es el de Su relación de pacto con Israel —
"Jehová." "En la ley de Jehová está su delicia." Un gran
número de pensamientos se sugieren mediante esta declaración. Tenemos la idea
de autoridad, ya que se trata de una ley, independientemente de lo extenso que
sean el significado y el uso de la palabra. Pero se trata de una autoridad
reconocida alegremente. En la ley está su delicia, y cuán evidente es que el
Señor mismo — Jehová — debe ser conocido y amado a la vez, para que el corazón
encuentre su delicia en Su ley — en Su palabra. Para nosotros, obviamente, la
revelación divina es ahora mucho más extensa aún: comprende la revelación de
Dios en la persona y en la obra de Cristo, el cual ya vino. Dios se ha dado a
conocer así de una manera mucho más claramente manifiesta, y el amor ocupa el
lugar de la ley. Yo hablo ahora acerca de los términos mediante los cuales la
revelación completa, tal como es conocida por nosotros, puede ser designada, y
de la diferencia entre estos y el término que es usado aquí — "la ley de
Jehová." Pero aun en la época del Salmista ¡qué cómodo era el yugo de la
ley en la cual se hallaba su delicia! Su delicia estaba en ella. Ciertamente no
hay nada inferior para nuestra delicia ahora que Dios se ha revelado
plenamente, y se ha revelado como Amor.
Pero tan hermoso
como es este retrato de un hombre cuya delicia está en la ley de Jehová, esto
no es el todo de lo que se presenta aquí. "En su ley medita de día y de
noche." Este es el resultado natural de deleitarse en ella; y mediante una
feliz reacción, el resultado llega a ser, a su vez, una causa de deleite creciente
y cada vez mayor. Mientras más nos deleitamos en la palabra de Dios, más habitualmente
meditaremos en ella; y mientras más meditamos acerca de la palabra de Dios, más
nos deleitaremos en ella.
Tal como el
discurso o los escritos de un hombre es el medio, o instrumento, mediante el
cual comunica sus pensamientos, y da a conocer sus sentimientos, así la palabra
de Dios es el instrumento, o el medio, mediante el cual Él se da conocer a Sí
mismo. La meditación es el medio mediante el cual nosotros, por nuestra parte,
llegamos a estar poseídos por aquello que se da a conocer. En el caso de un
semejante, supongan que yo hallo mi felicidad manteniéndome en su compañía,
escuchando su discurso; o, suponiendo que esté ausente, leyendo sus cartas o
escritos, estudiando minuciosamente sus contenidos, repitiéndolos a mí mismo y
siguiendo las líneas de pensamiento que ellos hicieron surgir — en un caso
semejante, claramente, mi delicia está en el orador o escritor, mi admiración
por su carácter o sus habilidades, mi simpatía por sus pensamientos y
principios y propósitos, mi apego a él, son la causa del deleite que obtengo en
sus escritos y discursos. Entonces, si mi delicia está en la palabra de Dios, y
si en esa Palabra medito de día y de noche — mis pensamientos, cuando son
liberados de la presión, el hecho de que regresen a la Palabra de Dios y emanen
espontáneamente en aquella vía, es porque Dios mismo es conocido, amado, y uno
se deleita en Él. Entonces, si lo que nos es desplegado aquí es el secreto de
la felicidad verdadera, ¿qué es sino que sólo
Dios mismo es suficiente para la felicidad de su criatura inteligente, el
hombre? "Deléitate asimismo en Jehová, y él te concederá las
peticiones de tu corazón." (Salmo 37:4). "Mi porción es Jehová, dijo
mi alma." (Lamentaciones 3:24). "¿A quién tengo yo en los cielos sino
a ti? Y fuera de ti nada deseo en la tierra." (Salmo 73:25). "Jehová
es la porción de mi herencia y de mi copa." (Salmo 16:5). Semejantes
anhelos como estos son la expresión del consejo de los piadosos. Incluso otras
Escrituras no escasean en cuanto a los medios de gozar de Él como nuestra
porción. "Por heredad he tomado tus testimonios para siempre, Porque son
el gozo de mi corazón." (Salmo 119:111). "Fueron halladas tus
palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi
corazón." (Jeremías 15:16). Véase, también, Salmo 19: 7-11; y todo el
Salmo 119.
La felicidad
concomitante con el carácter y el curso del hombre piadoso es descrita en el
versículo 3; primero, bajo la figura de un árbol, y luego, en términos
literales. ¡Qué retrato presenta la primera parte! Un "árbol" — uno
de los más bellos objetos en la creación — un ejemplo de hermosura viviente.
"Plantado"
— no se refiere a una planta silvestre, creciendo de semillas esparcidas al
azar por el viento, y que se posan en cualquier lugar — sino plantado: se trata de algún ojo hábil
discerniendo la situación adecuada, y alguna mano removiendo todas las
obstrucciones al futuro crecimiento del árbol así plantado en un suelo
generoso, con cada ventaja de un cultivo vigilante que se le pudiese conceder.
"Junto a corrientes de aguas"; y no dependiente, por tanto, de la lluvia
irregular, aunque aprovechándola cada vez que cae. Con un río en las raíces,
este árbol está a salvo de la sequía. ¡Qué vivaz representación del hombre que
no depende de las provisiones de alguna criatura para la felicidad o la
utilidad, el cual no se apoya en brazo de carne, sino que confía en el Dios
vivo, y encuentra todas sus fuentes en Él. "Da su fruto", y también
"a su tiempo." No como los "higos, no maduros aún"
(Apocalipsis 6:13 – VM), que el árbol deja caer, inmaduros y no aptos para el
uso; sino a su tiempo, el tiempo
cuando se espera que este fruto se dé, habiendo alcanzado madurez, y siendo
apto para todo fin al cual se adapte. Así es con el hombre piadoso — activo
cuando tiene salud y vigor, paciente y resignado cuando la enfermedad obliga al
retiro, firme cuando se requiere firmeza, sometiéndose y siendo sumiso cuando
debe hacerlo para la gloria de Dios — "[él] da su fruto en su tiempo." "Su hoja no se marchita."
(Salmo 1:3 – LBLA). En vez de algún deterioro en su profesión — aquello con lo
que el ojo del hombre se encuentra, como la hoja en el árbol, esa profesión es
sostenida en vigor y consistencia siempre fresca e inmutable, por la vida de la
cual brota. "Y todo lo que hace, prosperará." Tal es la declaración
literal acerca de la bendición de parte de Dios que espera al hombre piadoso.
Pero esto demanda algo más de atención.
Como resultado actual, a juicio de cualquier
estándar humano o terrenal, esta declaración pareciera no poder ser verificada.
Cuando oímos al propio salmista exclamando, "Rompiste el pacto de tu
siervo; . . . Aportillaste todos sus vallados; Has destruido sus fortalezas. .
. Has exaltado la diestra de sus enemigos; Has alegrado a todos sus
adversarios": cuando le oímos peguntando, "¿Por qué habrás creado en
vano a todo hijo de hombre?" (Salmo 89: 39-47); y cuando oímos al propio
Cristo diciendo, "¡En balde me he fatigado, y para nada y en vano he
gastado mis fuerzas!" (Isaías 49:4 – VM; véase también Mateo 23:37) — es
evidente que la Escritura "todo lo que hace, prosperará" no debe ser
tomada como una promesa absoluta que se va a cumplir en todo sentido, y en cada
caso, y en todos los tiempos. "Todo lo que la ley dice, lo dice a los que
están bajo la ley" (Romanos 3:19). Esto se basa en varias citas del libro
de los Salmos; de modo que este libro parecería estar incluido en el término
"la ley." La ley fue dada a Israel, sea en su sentido más estrecho o en
el más amplio; y nosotros hemos visto que el nombre de la relación de pacto con
Israel es el nombre usado aquí. Ahora bien, era parte del pacto de Jehová con
Israel que la obediencia fuese acompañada con prosperidad. "Bendito serás
tú en la ciudad, y bendito tú en el campo. Bendito el fruto de tu vientre, el
fruto de tu tierra, el fruto de tus bestias, la cría de tus vacas y los rebaños
de tus ovejas." (Deuteronomio 28: 3, 4). De hecho, los trece primeros versículos
pueden ser leídos como una exposición de las palabras que tenemos ante
nosotros, "todo lo que hace, prosperará."
Pero entonces, estas promesas son a la nación en caso de su obediencia. El
gobierno de Jehová aseguraría toda esta bienaventuranza y prosperidad a Su
nación, si ella era obediente. Pero el Salmo 1 trata acerca de un hombre
piadoso, no de una nación obediente; ¡no!, de un hombre piadoso en contraste
con el impío. En cuanto a carácter, esto que hemos visto en los dos primeros
versículos, vamos a verlo en breve en resultados. Pero la presencia misma de
impíos, y aun de escarnecedores, implica un tiempo de prueba para el fiel; y,
como se despliega ampliamente en otros Salmos, la gran prueba es la suspensión de esta palabra en cuanto a cualquier
cumplimiento actual, de modo que en lugar de que el hombre piadoso prospere
en todo lo que hace, parece como si el impío estuviera en prosperidad y el
piadoso perseguido y abandonado. Pero ello no es sacado a la luz aquí, y donde
lo es, es sólo para el presente. Hay un juicio pendiente, cuyo efecto será
quitar a los impíos, y dejar sólo a los que como congregación justa, en presencia
de los impíos, y de la prueba inseparable resultante de ello, han sustentado el
carácter del hombre aquí descrito. En otras palabras, un remanente, distinguido de la parte impía de la nación de Israel
por el carácter aquí presentado como el de un hombre piadoso individual, llegará a ser la nación, cuando el
juicio haya arrollado a los impíos; y luego, de cada una de tales personas será
efectivamente cierto que "todo lo que hace, prosperará."
"No así los impíos" (Salmo 1:4 –
LBLA): contrastados enteramente en carácter, cualquiera sea la prosperidad que
ellos puedan tener por ahora, ella es de corta vida, y ellos mismos son "como
paja que se lleva el viento." (Salmo 1:4 – LBLA). ¡Piensen en la
diferencia entre el "árbol firmemente plantado junto a corrientes de
agua" (Salmo 1:3 – LBLA), y la paja que se lleva el viento! Es solamente
hasta el juicio que los impíos pueden suponer que prosperan; pero ese juicio es
seguro, y "no se sostendrán los impíos en el juicio, ni los pecadores en
la congregación de los justos." (Salmo 1:5 – LBLA). Ellos están mezclados
ahora, no obstante que son diferentes en carácter; habitando en la misma
ciudad, quizás bajo el mismo techo, sentándose a la misma mesa, o durmiendo en
el mismo lecho. Pero el juicio distinguirá acuciosamente entre el uno y el
otro. Y, pongan mucha atención, no hay aquí ningún indicio acerca del traslado
de los santos al cielo, tal como se nos enseña ahora a esperar al regreso del
Señor Jesucristo. Esto fue un misterio jamás revelado hasta los tiempos apostólicos
— hasta que la redención fuese consumada, el Espíritu Santo hubo descendido, y
el pueblo terrenal no sólo hubiera rechazado y crucificado a su Mesías, sino
que hubiese rechazado las últimas ofertas de misericordia por medio de Su
muerte, presentadas por el Espíritu Santo descendido del cielo. (N. del T.: Véase Hechos capítulos 1 al 7).
Entonces, cuando a la gracia soberana no le quedó nada sino sacar de cada
nación un pueblo salvado para ser asociado con un Cristo rechazado en la tierra
en Su lugar y gloria celestiales, entonces se reveló que Él perfeccionará Su
obra de gracia descendiendo a resucitar a los Suyos que duermen, y transformar
a Sus santos que estén despiertos — tomándolos a todos juntos para encontrarle
a Él en el aire, y estar así para siempre con Él: un traslado del cuerpo
completo de santos de la tierra al cielo, que no depende de juicio alguno que
caiga sobre los impíos.
Esta es nuestra esperanza como Cristianos;
mientras, por la otra parte, el juicio tratado en el Salmo 1, y a través de
todos los Salmos, es un juicio por el cual los impíos son quitados, y los
justos dejados como la congregación de Jehová en la tierra. Se trata del juicio
de Lucas 17: 24-37, Mateo 24: 37-41, y de otras numerosas Escrituras, en las
que leemos acerca de los impíos siendo tomados (N. del T.: para juicio y perdición), y los justos dejados (N.
del T.: para habitar la tierra en el
milenio). En el intertanto, "Jehová conoce" (discierne a la vez
que aprueba) "el camino de los justos"; "Mas la senda de los
malos (independientemente de lo aparentemente exitosos que son ahora) "perecerá",
en el tiempo del juicio, ciertamente "perecerá."
William
Trotter
Traducido
del Inglés por: B.R.C.O. – Mayo 2013.-
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