LEY Y GRACIA EJEMPLIFICADAS
Deuteronomio
21: 18-21; Lucas 15: 11-32
Al examinar cuidadosamente las varias leyes
y ordenanzas del Antiguo Testamento, no podemos dejar de observar el intenso espíritu de santidad que ellas exhalan; la ordenanza
aparentemente más insignificante fue calculada para impresionar a Israel con un sentido de santidad. La presencia de Dios
en medio de ellos, había de ser siempre la fuente de santidad y separación para Su pueblo. Por eso es que leemos, en este
pasaje del libro de Deuteronomio, "así quitarás el mal de en medio de ti." (Deuteronomio 21:21). Y, una vez más, en la ordenanza
acerca del homicida, leemos, "No contaminéis, pues, la tierra donde habitáis, en medio de la cual yo habito; porque yo Jehová
habito en medio de los hijos de Israel." (Números 35:34). El lugar donde Dios habita
debe ser santo; y 'sin santidad, nadie verá al Señor'. (Hebreos 12:14). Esto no se puede alterar. Las dispensaciones pueden
cambiar, pero Dios, bendito sea Su nombre, jamás puede dejar de ser 'el santo, santo, santo Señor Dios de Israel'; tampoco
puede Él jamás cesar en Su esfuerzo por hacer que Su pueblo sea como Él mismo es. Sea que Él hable de entre los truenos del
monte Sinaí, o en toda la bondad y la gracia del propiciatorio rociado con sangre en los cielos, Su objetivo sigue siendo
el mismo, - es decir, hacer que Su pueblo sea santo y mantenerlo santo.
Sin embargo, es muy diferente el modo de actuar en la ley del que encontramos en el evangelio. En la ley, Dios
llamaba al hombre a ser lo que Él deseaba que fuese; Él coloca delante de él un estándar elevado y santo, sin duda, pero no
obstante, un estándar al cual el hombre no podía llegar. Si bien podría aspirar muy ardientemente a lo que la ley colocaba
ante él, aun así, a partir del hecho mismo de lo que él era, no podía lograrlo. Todos sus esfuerzos se basaban en la falta
de santidad de una naturaleza que era perfectamente irrecuperable. La ley era como un espejo, bajado del cielo, para mostrar
a todos los que mirarían honestamente en él, que ellos, tanto negativa como positivamente, eran la cosa misma que la ley condenaba
y desechaba. La ley decía, "Haz esto", y "No harás eso", y la única respuesta del hombre, pronunciada desde la profundidad
misma de su naturaleza, era, "¡Miserable hombre de mí!" (Romanos 7:24 - RVA). En resumen, la ley, como la cuerda de una plomada,
medía el carácter humano, y transparentaba toda su perversidad e imperfección. Su incumbencia no era, de ningún modo, mejorar
al pecador. No; su incumbencia era revelar sus pecados, y poner al pecador bajo maldición. "La ley se introdujo para que el
pecado abundase." (Romanos 5:20). Y nuevamente, "Porque todos los que se basan en las obras de la ley están bajo maldición,
pues está escrito: Maldito todo aquel que no permanece en todas las cosas escritas en el libro de la Ley para cumplirlas."
(Gálatas 3:10 - RVA). Esto es muy claro. Tenga usted cualquier cosa que tenga que ver con la ley, y ella le demostrará que
es usted un pobre pecador desvalido, y le pondrá bajo maldición. Ella no puede hacer realmente ninguna otra cosa, mientras
Dios y el hombre, la santidad y el pecado, continúen siendo lo que son. Podemos procurar confundir la ley y la gracia, en
nuestra ignorancia de la verdadera genialidad de cada una; pero ello demostrará, al final, ser completamente vano. El hecho
de que procurásemos que la gracia y la ley se combinen sería equivalente a procurar mezclar la luz y las tinieblas. No; ellas
son tan distintas como dos cosas pueden ser. La ley sólo puede señalar al hombre el error de sus modos de obrar - el mal de
su naturaleza. No lo hace recto, sino que sólo le dice que él es un perverso; no le hace limpio, sino que sólo le dice que
él está contaminado. Tampoco la ley fue diseñada, como a menudo se imagina, para llevar a los pecadores a Cristo. La idea
se fundamente en una cita errónea de Gálatas 3:24. No se dice allí, "la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo" (como traducen
la mayoría de las versiones de la Biblia a varios idiomas), sino "la Ley ha sido nuestro tutor hasta Cristo" (BTX) o, "la ley ha sido nuestro guía hacia el Cristo"
(NTPESH). Las palabras "para llevarnos a" están escritas en itálica, y no aparecen en el original. Esto es importante, ya
que ayuda a mi lector a comprender la naturaleza, el objetivo, y el alcance de la ley. ¿Cómo podría la ley llevar a un hombre
a Cristo? Todo lo que hacía para él era encerrarle bajo maldición; el hecho de que hallase su camino hacia Cristo fue el resultado
de un ministerio absolutamente otro. La ley actuó como tutor desde el tiempo que fue dada hasta que Cristo vino, manteniendo
las almas bajo una restricción de la que nada podía librar, salvo el espíritu de libertad impartido a través del evangelio
(buenas nuevas) de Cristo.
No obstante, mediante una sencilla comparación de las
dos Escrituras que están en el encabezamiento de este artículo, tendremos una sorprendente demostración de la diferencia entre
la ley y el evangelio. El caso presentado en cada una de ellas es el de un hijo que estaba dispuesto a hacer su propia voluntad
y disfrutar a su manera. Este no es un caso poco común. El hijo pródigo deseó tener su porción, y alejarse de estar bajo de
la mirada de su padre. Pero, ¡ah, cuán pronto él fue llamado a conocer su locura! "Cuando lo había gastado todo, sobrevino
una gran hambre en aquel país, y él comenzó a pasar necesidad." (Lucas 15:14 - BTX). Ni más, ni menos; ¿de qué otra manera
podía ser? Él había dejado su único lugar en que toda su necesidad podía ser suplida, la casa paternal. Había hecho que su
porción y la de su padre fuesen dos cosas separadas, y de ahí que se viera obligado a aprender que la primera se podía agotar.
Nosotros podemos llegar al fondo de todas las circunstancias y recursos humanos. Jamás hubo una copa de felicidad humana o
terrenal - por muy profunda que haya sido - siempre tan abundante en ingredientes deseables - que no pudiera haber sido vaciada
hasta el fondo. Nunca hubo un pozo de refrigerio humano o terrenal del que no se pudiera decir, "Cualquiera que bebiere de
esta agua, volverá a tener sed." (Juan 4:13). No es así, no obstante, con la copa que el amor redentor pone en nuestras manos
- no es así con respecto a las cisternas de salvación desde los cuales el Evangelio nos invita a sacar. Estas son inagotables,
eternas, divinas. Así como transcurren las edades incontables de la eternidad, la copa de Dios estará llena, y sus cisternas
enviarán sus corrientes en frescura y pureza inmortales. Mi lector, ¡cuán dulce - cuán inefablemente dulce - participar de
estas!
Pero el hijo pródigo "comenzó a pasar necesidad." Y entonces,
¿qué? ¿Pensó en el padre? No. Mientras él tuviese cualquier otro recurso, él no pensaría en volver al hogar. "Y fue y se arrimó
a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos." (Lucas 15:15). Esto
fue terrible. Así aplasta Satanás los espíritus de sus fieles seguidores. Todo aquel que no está caminando en comunión con
Dios, y en sujeción al Evangelio de Cristo, está así involucrado en el servicio de Satanás. No existe el terreno neutral.
Lector, ¿a quién está usted sirviendo? ¿Está sirviendo a Cristo o a Satanás? Si está sirviendo al último, ¡oh, recuerde el final! Recuerde, asimismo, el amor del Padre - la casa del Padre. Recuerde que 'Dios no quiere
la muerte del pecador, sino más bien que se vuelva de sus malos caminos y viva'. (Ezequiel 18: 23 y 32). Esto lo puede usted
aprender del hijo pródigo. En el momento que sus necesidades le llevaron a pensar en volver al hogar, aquel hogar estuvo enteramente
abierto para recibirle. Y, observe, fue sencillamente su necesidad lo que le hizo
decir, "Me levantaré e iré a mi padre." (Lucas 15:18). No se trató de un anhelante deseo de contar con la compañía del padre,
sino fue meramente por el pan del padre (Lucas 15:17). Muchos buscan en su interior un aumento emocional de deseo afectuoso
por Dios, no conociendo que nuestras mismísimas necesidades - nuestras mismísimas miserias - nuestros mismísimos pecados hacen
que seamos objetos adecuados para el ejercicio de la gracia Divina. La gracia conviene al
miserable, porque el miserable puede magnificar la gracia. Y hemos llegado aquí a un punto en que podemos apreciar el
contraste entre nuestras Escrituras. ¿Cómo habría tratado la ley a nuestro hijo pródigo? La respuesta es sencilla. "Entonces
lo tomarán su padre y su madre, y lo sacarán ante los ancianos de su ciudad, y a la puerta del lugar donde viva; y dirán a
los ancianos de la ciudad: Este nuestro hijo es contumaz y rebelde, no obedece a nuestra voz; es glotón y borracho. Entonces
todos los hombres de su ciudad lo apedrearán, y morirá; así quitarás el mal de en medio de ti, y todo Israel oirá, y temerá."
(Deuteronomio 21: 19-21). La ley no podía hablar de nada más que juicio y muerte. La misericordia no estaba dentro de su ámbito,
tampoco estaba en absoluto de acuerdo con su espíritu. "El alma que pecare, esa morirá" (Ezequiel 18:4), era su severo lenguaje.
Y, nuevamente, "Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas."
(Gálatas 3:10).
Pero, ¿de qué modo trata la gracia con su objeto? ¡Oh,
para que los corazones adoren a nuestro Dios, el cual es la fuente de gracia!
"Y estando todavía lejos, le vió su padre; y conmoviéronsele
las entrañas; y corrió, y le echó los brazos al cuello, y le besó fervorosamente." (Lucas 15:20 - VM). En resumen, el modo
de tratar es muy opuesto. La ley decía, 'echen mano de él' o 'tómenlo' (Deuteronomio
21:19) - el Evangelio dijo, 'échale los brazos al cuello' (Lucas 15:20 - VM); la ley decía, 'apedréalo' - el Evangelio dijo,
'bésale'; y aun así, recuérdese, encontramos al mismo Dios en ambos. El Dios de Israel habla tanto en Deuteronomio como en
Lucas; y, además, debemos recordar lo que ya se ha declarado, a saber, que seguimos el rastro del mismo objetivo en ambas
Escrituras, el cual es dar plena liberación del poder del mal. La piedra del juicio y el abrazo del amor fueron ambos diseñados
para quitar el mal; pero, ¡ah! ¡cuánto más estaba el último a tono con el pensamiento Divino que el primero! El juicio es
verdaderamente la extraña obra de Dios. Era mucho más congenial para Él echarse al cuello del pobre hijo pródigo que regresaba
que estar dentro del recinto del monte Sinaí. Es cierto que el hijo pródigo no tenía nada para encomiarle - él había sido
"glotón y borracho" - los harapos de la provincia apartada estaban sobre él, y, si la ley hubiera tomado su curso, en vez
del abrazo afectuoso de amor, él habría tenido que enfrentar el brazo severo de justicia; y en vez del beso paternal, él habría
tenido que enfrentarse con la piedra del juicio de parte de los hombres de su ciudad, en presencia de los ancianos. Vemos,
por lo tanto, el contraste entre la ley y la gracia - es muy sorprendente.
Pero, preguntemos aquí, ¿cómo pudo ser todo esto? ¿Cómo
podemos reconciliar la maravillosa diferencia en los principios de actuar expuestos aquí ante nosotros? ¿A dónde debemos acudir
para una solución de esta aparente contradicción? ¿Cómo puede Dios abrazar a un pobre pecador? ¿Cómo puede Él escudar a un
tal de la acción plena de la justicia y la ley? Expresándolo de otro modo, ¿cómo puede Él ser "el justo y el que justifica"
(Romanos 3:26)? ¿Cómo puede Él perdonar al pecador hundido hasta los labios en iniquidad, y aun así no tener "por inocente
al malvado" (Éxodo 34:7)? ¿Cómo puede Él, quien 'no puede ver el pecado' y de quien la Escritura nos dice que "ni aun los
cielos son limpios delante de sus ojos" (Job 15:15), sentarse a la mesa con un pobre hijo pródigo miserable? ¿Dónde, mi lector,
hallaremos una respuesta a estas preguntas? En la cruz del Calvario. Sí: allí tenemos
una preciosa, divina, respuesta a todas. El Hombre clavado al madero zanja todas las cosas. Jesús llevó la tremenda maldición
del pecado en la cruz - Él expuso Su propio seno al golpe de la justicia - Él bebió el cáliz de la justa ira de Jehová hasta
los sedimentos - "Él mismo llevó nuestros pecados en su propio cuerpo sobre el madero" (1 Pedro 2:24 - BTX) - "por nosotros
lo hizo pecado, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en Él" (2 Corintios 5:21 - BTX). ¿Acaso no fue esto una
vindicación de la ley? ¿Cayeron alguna vez en el oído las palabras "quitarás el mal de en medio de ti" (Deuteronomio 21:21)
con tal impresionante solemnidad como cuando el bendito Hijo de Dios clamó, de entre los horrores del Gólgota, "Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Mateo 27:46)? ¡Oh!, jamás, jamás. Todas las piedras que fueron alguna vez lanzadas
a pecadores ofensores - todas las penas que alguna vez fueron infligidas - sí, e iremos más allá y diremos que incluso el
castigo eterno de los impíos en el lago de fuego, no podían proporcionar semejante prueba tan solemne del aborrecimiento de
Dios hacia el pecado, como la escena en la cruz. Fue allí que hombres y ángeles pudieron contemplar los pensamientos de Dios
acerca del pecado, y los pensamientos de Dios acerca de los pecadores. Su aborrecimiento del primero, y Su amor por los segundos.
El mismísimo acto que transparenta la condenación del pecado, transparenta la salvación del pecador. De ahí que la Cruz, a
la vez que vindica muy plenamente la santidad y la justicia de Dios, abre un canal a través del cual las corrientes copiosas
del amor redentor pueden fluir hacia el pecador culpable. "La misericordia y la verdad se encontraron; La justicia y la paz
se besaron" (Salmo 85:10), cuando el Hijo de Dios se ofreció a Sí mismo como sacrificio por el pecado.
Y, si se pregunta, ¿Qué prueba tenemos de esto? ¿Qué
base sólida de seguridad tenemos del perdón pleno y de la aceptación perfecta del creyente? La respuesta es, la Resurrección. Jesús está ahora a la diestra de la majestad en los cielos; y allí, además, a favor del creyente.
Él "fue entregado por nuestras transgresiones" y, si no pudiésemos ir más allá de esto, podríamos desesperar; pero se añade
que Él fue "resucitado para nuestra justificación." (Romanos 4:25). Tenemos aquí paz plena - emancipación plena - victoria
plena. Cuando Dios resucitó a Jesús de los muertos, Él se declaró a Sí mismo como "el Dios de paz." (Hebreos 13:20). La justicia
fue satisfecha, y el Garante (Fiador) del pecador fue sentado a la diestra de Dios; y todos quienes, por la operación del
Espíritu Santo, creen en Su muerte y resurrección, son considerados como estando en Él, y se los ve como siendo tan libres
de toda acusación de pecado así como Él lo es. ¡Gracia muy maravillosa! ¿Quién podría haber concebido una cosa así? ¿Quién
podría haber pensado que Él, que es 'el resplandor de la gloria de Dios y la imagen misma de Su persona' (Hebreos 1:3), bajaría
y se pondría Él mismo en el lugar del pecador, y soportaría toda la ira, la maldición, y el juicio debido al pecado, para
que el pecador pudiera ser colocado en la presencia misma de la santidad de Dios, "sin que tenga mancha ni arruga, ni cosa
semejante" (Efesios 5:27 - BTX), de modo que Dios le pueda decir, 'todo tú eres hermoso; en ti no hay mancha' (Cantares 4:7)?
Mi lector, ¿hubo alguna vez amor como este? Tenemos aquí, verdaderamente, el amor en su fuente - el amor en su cauce - y el
amor en su aplicación. El Padre es la fuente eterna, el Hijo es el cauce o el canal, y el Espíritu Santo es el poder de aplicación.
¡Que integridad divina! ¡Qué paz perfecta! ¡Qué sólido lugar de reposo para el pecador! ¿Quién puede plantear una pregunta?
Dios ha recibido a Su hijo pródigo - le ha vestido y le ha adornado - ha matado el becerro gordo para él - y, sobre todo,
ha dado expresión a las palabras, "era necesario alegrarnos y regocijarnos" (Lucas 15:32 - RVA) - palabras que debiesen disipar
del corazón toda sombra de temor y duda. Si Dios puede decir, en virtud de la obra acabada de Cristo, "era necesario", ¿quién
puede decir que no es necesario? Satanás puede acusar, pero la respuesta de Dios es, "¿no es éste un tizón arrebatado de en
medio del fuego?" (Zacarías 3:2 - VM). En resumen, el alma que cree en Jesús es levantada a una región perfectamente despejada,
sin nubes, donde, se puede decir verdaderamente, "no hay adversario ni calamidad" (1 Reyes 5:4 - BTX); y en esa región no
podemos ver a nadie más tan exquisitamente feliz en los resultados divinos de la redención como al propio Dios bendito. Si
el hijo pródigo hubiese retenido, quizás, un sentimiento de duda o reserva, ¿qué podría haber desterrado dicho sentimiento
tan eficazmente como el gozo del padre al tenerlo de regreso? Ni la duda, ni el temor, pueden vivir en la luz de la faz de
nuestro Padre. Si creemos que Dios se regocija en recibir de regreso a un pecador, no podemos albergar sospecha o vacilación.
No se trata meramente que Dios nos puede recibir, sino que es Su gozo hacerlo.
De ahí que no sólo conocemos que 'la gracia reina por medio de la justicia' (Romanos 5:21 - LBLA), sino que todo el cielo
se regocija por un pecador arrepentido. ¡Gracias a Dios por Su don inefable!
Y ahora, una palabra, para concluir, en cuanto al modo
de obrar en que Dios asegura santidad a través de la gracia. ¿Se le quita importancia al pecado? ¿Se lo tolera? ¿Acaso el
Dios bendito, cuando Él recibe a un hijo pródigo que regresa a Su seno, en gracia soberana, sin una mirada o expresión de
reproche, nos lleva a suponer que el pecado se ha vuelto un ápice menos detestable o abominable? De ningún modo. Ya hemos
visto de qué manera la Cruz ha añadido fuerza y solemnidad a cada uno de los estatutos divinos contra el pecado. Dios ha demostrado,
quebrantando a Su Hijo amado, que Su aborrecimiento del pecado sólo debía ser igualado por Su amor por el pecador. Un Cristo crucificado, declara el aborrecimiento de Dios por el pecado; un Cristo
resucitado, declara el triunfo de Su amor por el pecador. La muerte de Cristo vindica la ley; Su resurrección emancipa
el alma del creyente, mientras que ambas en conjunto forman la base de toda santidad práctica, tal como aprendemos en Romanos
6. "Nosotros, que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?" (Romanos 6:2 - LBLA). "Hemos sido sepultados con El
por medio del bautismo para muerte, a fin de que como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también
nosotros andemos en novedad de vida." (Romanos 6:4 - LBLA). "Para que el cuerpo de pecado sea inutilizado para que ya no sirvamos
al pecado." (Romanos 6:6 - NTPESH). Cuando el padre recibió al hijo pródigo, lo hizo de un modo completamente digno de él
mismo, y de la honra de su casa. No lo podía recibir de otro modo. No podía permitirle continuar en los harapos de la provincia
apartada, ni tampoco en las costumbres de ella. Todas las algarrobas y glotonerías debían ser desechadas. Su vestido y sus
costumbres debían corresponder ahora a su nueva posición. La comunión con el padre
llegó a ser, a partir de aquel momento, su gran característica. Él no fue colocado bajo un árido código de normas como un
jornalero, que era como él mismo había procurado estar. No; la forma de su recepción, el principio sobre el cual él debía
ser tratado, y la posición que se le debía asignar, estaban todas en poder de su padre, y, estando en su poder, podemos ver
fácilmente cuál fue su voluntad. Él había de ser recibido con un beso, o no ser
recibido en absoluto; había de sentarse a la mesa, o no entrar en la casa en absoluto; había de obtener el lugar de un hijo
o nada. En resumen, fue la gracia de su padre la que arregló todo para el hijo pródigo, y fue bienaventurado para él tenerla
de este modo.
Pero, ¡oh! ¿cómo podía el hijo pródigo pensar livianamente
acerca del pecado en la luz de tan extraordinaria gracia? Imposible. Él fue liberado muy eficazmente del poder del pecado
por la gracia que imperó en su recepción, y en su posición. La gracia fue verdaderamente tal como para poner el pecado ante
él en los aspectos más temibles. "¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? En ninguna manera." (Romanos
6:15). Sí, en ninguna manera. No puede ser, no debe ser, mi lector. La gracia nos ha hecho libres - libres no sólo del castigo
del pecado, sino libres de su poder - libres de su dominio actual. ¡Bienaventurada libertad! La ley dio al pecado poder sobre
el pecador; la gracia le da poder sobre él. La ley revelaba al pecador su debilidad; la gracia hace que conozca el poder de
Cristo; la ley colocaba al pecador bajo maldición, sin importar qué o quién él fuese; la gracia le introduce en toda la inefable
bienaventuranza de la casa del Padre - el seno del Padre. La ley producía como respuesta el clamor, "¡Miserable hombre de
mí!" (Romanos 7:24 - RVA); la gracia le capacita para cantar triunfalmente, "Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria."
(1 Corintios 15:57). Estas son diferencias importantes, y son tales como para conducirnos bien a una profunda gratitud por
la verdad de que "no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia." (Romanos 6:15).
Si algo fuera necesario para demostrar que nada sino
la gracia puede formar la base del servicio santo, el espíritu y el comportamiento del hermano mayor en nuestra hermosa parábola
lo demostrarían muy plenamente (Lucas 15: 11-32). Él pensaba que había sido siempre un siervo muy fiel. y su corazón se rebeló
contra la posición elevada asignada a su hermano menor. Pero, ¡es lamentable! él no entendía el corazón del padre. No era
el frio servicio del formalismo o del legalismo lo que se necesitaba, sino el servicio de amor - el servicio de uno que sentía
que se le había perdonado mucho - o más bien, esos afectos profundos que emanan de la conciencia del amor redentor. Todo el
Cristianismo práctico está comprendido en esa palabra del apóstol, a saber, "Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero."
(1 Juan 4:19). ¡Que Dios nos conceda a todos entrar en el sagrado poder de estas sencillas, pero muy preciosas verdades!
Charles Henry Mackintosh
Traducido
del Inglés por: B.R.C.O. - Agosto 2011.-
Título original en inglés: "LAW AND GRACE EXEMPLIFIED",
by C. H. Mackintosh
Versión Inglesa |
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