MARCOS 15
Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han
sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las comillas
dobles (""), se indican otras versiones, tales como:
VM = Versión Moderna,
traducción de 1893 de H.B.Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza)
El Evangelio escrito por Marcos relata muy brevemente las circunstancias de la condena del Señor:
este es un hecho importante. Tan pronto como Él hubo sido rechazado por los Judíos, Marcos habla de lo que sucedió ante Pilato,
para relatar nuevamente lo que es necesario, y para mostrar que el Señor es condenado aquí también por el testimonio que Él
mismo rindió a la verdad (aunque fue realmente por la maldad de los principales de los Judíos); ya que, de hecho, Pilato trató
de ponerle en libertad, pero no teniendo fuerza moral, y despreciando a los Judíos y todo lo que les pertenecía, él entrega
sin conciencia al Señor a la voluntad de ellos. Cuando Pilato pregunta, "¿Eres tú el Rey de los judíos?", Jesús responde,
"Tú lo dices." Él no responde nada a las acusaciones de los principales sacerdotes: Su testimonio había sido dado.
El Señor Jesús iba a ser pronto una víctima. Todas las acusaciones eran nada, y Pilato lo sabía;
pero los Judíos deben manifestar el espíritu que les animaba. Pilato intentó deshacerse de Jesús y de la dificultad, mediante
una costumbre que parecía haber sido introducida en aquel tiempo, a saber, liberar un prisionero en la Pascua, para complacer
a los Judíos. Él procuró también, haciendo esta apelación al pueblo, protegerse con precaución del golpe de envidia y maldad
de los sacerdotes; pero ello fue en vano, ya que el Señor debe padecer y morir. Los sacerdotes incitaron al pueblo a pedir
que Barrabás fuese soltado, y el Señor crucificado. Pilato trata de salvarle nuevamente, pero para satisfacer al pueblo él
Le entrega.
En todo esto los Judíos son culpables; el gobernador Romano, obviamente, debía haber sido firme,
y haber actuado justamente, y no dejar al Señor expuesto al odio de los sacerdotes; él fue descuidado y sin conciencia, y
despreció a un pobre Judío que no tenía amigos; también era importante para él satisfacer al populacho turbulento. En el Evangelio
de Marcos, no obstante, todo el aborrecimiento y la animosidad contra el Señor se hallan en los sacerdotes; ellos son siempre,
y en todas partes, los enemigos de la verdad y de Aquel que es Él mismo personalmente la verdad. La resistencia de Pilato
no tuvo resultado; era la voluntad de Dios que Jesús había de padecer: Él había venido para esto, y era para esto que Él entregó
Su vida como rescate por muchos. En lo que sigue a continuación nosotros encontramos la historia de la brutalidad del corazón
del hombre que encuentra su placer ultrajando a aquellos que son entregados a su voluntad sin que ellos mismos puedan defenderse.
Además, el Señor debe ser despreciado y rechazado por los hombres, tanto por los Judíos como por los Gentiles. Esto demuestra
que el hombre no aceptaría a Dios en Su bondad.
Reitero, la nación Judía tenía que ser humillada - y los soldados se burlaban de toda la nación
al burlarse de su Rey. Al Señor le vistieron de púrpura como un rey, golpeado y escarnecido con honores fingidos, y después
fue llevado para ser crucificado. Sobre la cruz estaba escrito "El Rey de los Judíos"; el Señor fue contado también con los
inicuos. Lo que se saca especialmente a la luz aquí es la humillación del rey de Israel. "El Rey de Israel, descienda ahora
de la cruz" (Marcos 15:32 - VM), dicen los principales sacerdotes, "para que… creamos". Aquellos que fueron crucificados
con Él Le injuriaban: sabemos que uno de ellos se convirtió después, y que él confesó que Jesús es el Señor.
Hasta el versículo 33 de Marcos 15, nosotros vemos la humillación del Señor y el triunfo aparente
del mal. El hombre en general, e Israel como nación, muestran su alegría por el hecho de haber podido deshacerse del fiel
testigo de Dios, de Su presencia, y del verdadero Rey de Israel: pero ellos mismos se rebajaron al tratar de degradar al Señor,
cuyo amor continuó cumpliendo la obra que el Padre le había dado a Él para hacer, en medio de los ultrajes, la ceguera, la
insensatez, y la iniquidad de los hombres y de Su pueblo Israel, el cual ¡es lamentable! llenó la medida de su iniquidad.
El amor del Salvador fue más fuerte que el odio perverso del hombre - ¡bendito sea Su nombre por ello! Pero desde el versículo
33 encontramos una obra más profunda que los padecimientos externos del Señor, no obstante lo real y profundos que ellos eran
para Él. Él fue dejado solo; no hubo nadie que tuviera compasión de Él; nosotros no hallamos nada sino deserción y crueldad.
Pero hay una gran diferencia entre la crueldad del hombre, y la pena del pecado ejecutada por Dios.
A la misma hora, todo el país (o quizás la tierra) se cubre de tinieblas. Cristo está solo con Dios,
oculto de las cosas visibles, para estar enteramente con Dios. Él carga la pena de nuestro pecado, Él bebe la copa de maldición
por nosotros; Aquel que no conoció pecado, por nosotros fue hecho pecado. En el Salmo 22 vemos que el Señor, sintiendo plenamente
la presión del aborrecimiento y la maldad del hombre, se vuelve a Dios; Él ha previsto lo que iba a pasar, y Su sudor había
llegado a ser, por decirlo así, gotas de sangre al pensar en ello. Él se vuelve a Dios y dice, ¡"No te alejes de mí"! (Salmo
22:11) pero para angustia de Su alma, Él es desamparado por Dios. Y nunca fue Él más precioso para Dios - Él que era eternamente
precioso para Él - ¡que en Su perfecta obediencia! Pero esta obediencia se cumplió en el hecho de haber sido Él hecho pecado
por nosotros. Él jamás había glorificado tanto a Su Padre en Su justicia y amor; pero siendo hecho una ofrenda por el pecado,
y sintiendo en la profundidad de Su alma aquello que Dios es contra el pecado, Él cargó con la pena de ello.
Así, Dios tuvo que ocultar Su rostro de Aquel que por nosotros fue hecho pecado. Esto fue necesario
para la gloria y majestad de Dios, así también como para nuestra salvación. Pero, ¿quién puede sondear las profundidades del
padecimiento del Salvador? ¡Aquel que había sido siempre el objeto del deleite del Padre es desamparado ahora por Él! [1] ¡Aquel que era la santidad misma se encuentra a Sí mismo hecho pecado delante de Dios! [2] Pero todo ha finalizado, toda la voluntad de Dios acerca de la obra que Él había dado a Jesús
para hacer ha sido cumplida. ¡Pensamiento bendito! mientras más Él ha padecido, más precioso es Él para nosotros: y nosotros
Le amamos mientras pensamos en Su amor perfecto, y en la perfección de Su persona. Todo padecimiento terminó para Él en Su
muerte; y en Su resurrección ¡todo es nuevo para nosotros! todos nuestros pecados perdonados, y nosotros estamos con Él en
la presencia de Dios, y cuando Él venga nosotros seremos semejantes a Él en gloria. Pero aunque Él murió, ello no fue debido
a que Su fuerza vital se agotase. Él clamó a gran voz y entregó el espíritu. [3] Todo había
terminado, y Él entregó Su espíritu [3] en las manos del Padre; Él realmente murió por nosotros.
Él se ofreció a Sí mismo sin mancha a Dios, y Dios cargó sobre Él el pecado de muchos. Él debía morir, pero nadie Le quitó
Su vida; ¡Él tenía poder para ponerla, y para tomarla de nuevo! Él mismo se entregó cuando todo había sido cumplido.
[1] Nota del Traductor: Habiendo J. N. Darby
mencionado hasta ahora, y especialmente en el párrafo anterior, solamente el desamparo por parte de Dios, se violentaría el
texto del autor, y su inamovible certeza al respecto según se puede leer en otras de sus muchas obras sobre este solemne asunto,
si se quisiera atribuir el desamparo al Padre, queriendo dar a entender forzadamente que "Él" se refiere al Padre y no a Dios
de quien se viene hablando únicamente hasta ahora con referencia a la pena del pecado y al desamparo en el comentario de este
capítulo.
[2] Nota del Traductor:
volvemos a las menciones de Dios en cuanto al padecimiento y el desamparo.
[3] Nota del traductor:
"espíritu" con minúscula ya que se refiere a Su espíritu humano.
Entonces el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y vemos aquí el camino al Lugar Santísimo
abierto a todos los creyentes que estaban bajo la ley. La cortina entre el Lugar Santo y el Lugar Santísimo significaba que
el hombre no podía entrar a la presencia de Dios (Hebreos 9); la muerte de Cristo ha abierto un camino de entrada al Lugar
Santísimo por Su sangre; Hebreos 10: 19, 20. ¡Diferencia inmensa y privilegio precioso! Por Su sangre nosotros podemos entrar
a la presencia de Dios sin temor, blancos como la nieve, a regocijarnos en el amor que nos ha llevado a ese lugar. Cristo
ha hecho la paz mediante la sangre de Su cruz, y nos ha llevado a Dios mismo - Él, el Justo, que murió por nosotros los injustos.
Y, nuevamente, por una sola ofrenda Él ha purificado para siempre a los santificados; Él no puede
ofrecerse a Sí mismo otra vez: si todos nuestros pecados no han sido cancelados por esta sola ofrenda, ellos jamás podrán
serlo, ya que Cristo no puede morir otra vez. No se trata de un asunto de aspersión - "sin derramamiento de sangre no se hace
remisión." (Hebreos 9:22). El apóstol demuestra esta solemne verdad, diciendo, "De otra manera le hubiera sido necesario padecer
muchas veces desde el principio del mundo; pero ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por
el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado." (Hebreos 9:26). Cuando un hombre cree, él entra en la posesión
de esta bendición, y es perfeccionado para siempre en Cristo delante de Dios: el pecado no puede ser imputado a él, porque
Cristo, quien lo ha cargado y lo ha expiado, está siempre en la presencia de Dios por él, un testigo de que sus pecados ya
han sido quitados; y de que aquel que viene a Dios por medio del Salvador es aceptado en Él.
Las personas dicen, «Entonces nosotros podemos vivir en pecado.» Esta fue la objeción que se hizo
al evangelio que el apóstol Pablo predicaba: la respuesta a ello se encuentra en Romanos 6. Si nosotros realmente tenemos
fe en Cristo, nosotros hemos nacido de nuevo, tenemos una nueva naturaleza, nos hemos despojado del viejo hombre y nos hemos
revestido del nuevo, hemos muerto al pecado, muertos con Cristo por medio de la fe; crucificados con Él, de modo que ya no
vivimos más nosotros, sino que Cristo vive en nosotros. Somos nuevas criaturas: hay una obra divina en nosotros, así como
también una obra por nosotros. Si Cristo es nuestra justicia, Él es también nuestra vida, y entonces el Espíritu Santo nos
es dado, y nosotros somos responsables de andar como Cristo anduvo; pero esto no interfiere con la obra de Cristo por nosotros
- una obra perfecta, aceptada por Dios, a consecuencia de la cual Él está sentado a la diestra de Dios como un hombre en esa
gloria que Él tenía como Hijo con el Padre antes de que el mundo existiera. Antes de que Cristo viniese, Dios no se mostró
a Sí mismo, y el hombre no podía entrar a Su presencia. Dios ha salido ahora y ha venido a nosotros en amor, y el hombre ha
entrado en Su presencia conforme a la justicia en Cristo.
Entonces, la conciencia del centurión habla, mientras todos permanecen lejos (versículo 39); todos,
excepto los discípulos que han huido, son enemigos. Pero la gran voz del Señor sin la menor señal de debilidad, y el hecho
de que Él entrega inmediatamente el espíritu al Padre, actúan poderosamente sobre el alma de este hombre, y él reconoce en
el Jesús moribundo al Hijo de Dios. Ahora la obra está cumplida, y Dios cuida de que si Su muerte ha sido entre los inicuos,
Él había de estar entre los ricos en Su sepultura, honrado y tratado con toda reverencia. Las mujeres que Le siguieron se
ocuparon de Él, mirándole desde lejos cuando Él era crucificado: y algunas de ellas, María Magdalena y la otra María, la madre
de José, vieron el lugar donde Su cuerpo fue puesto en el sepulcro. Porque José de Arimatea había ido a ver a Pilato para
pedir el cuerpo de Jesús: siendo más valiente ante Su muerte de lo que había sido durante Su vida. Esto sucede a menudo; la
grandeza de las fuerzas del mal fuerza a la fe a mostrarse a sí misma.
Pero las mujeres, adviértanlo bien, tienen una aún más bienaventurada posición; ellas Le habían
seguido desde Galilea, y Le habían suministrado de sus bienes; y nosotros las encontramos cerca del Señor cuando Sus discípulos
Le habían dejado. Ellas no habían sido enviadas a predicar: pero la devoción de ellas al Señor, la fidelidad el constante
amor de ellas por Él cuando el peligro se les presenta, resplandecen en la historia del Señor. Nosotros encontramos otra demostración
de que el Señor entregó Su vida, y que ella no Le fue quitada, en que Pilato se sorprendiera de que Él ya estuviese muerto,
y que él hiciera venir al centurión para que le proporcionara la seguridad del hecho. Cuando él lo supo, entregó el cuerpo
a José, quien lo puso en su propia tumba nueva hasta que el día de reposo hubo pasado.
J. N. Darby
Traducido
del Inglés por: B.R.C.O. - Abril 2011.-