Evangelio de Marcos
J. N.
Darby
Escritos
Compilados,
Volumen 24, Expositivo
Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("")
y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960
(RV60) excepto en los lugares en que además de las comillas dobles
("") se indican otras versiones mediante abreviaciones que pueden ser
consultadas al final del escrito.
Introducción
Si nosotros deseamos una mejor comprensión del pensamiento del Espíritu
Santo acerca del Evangelio de Marcos debemos examinar brevemente Su enseñanza
en los cuatro Evangelios. Estos nos presentan a Cristo pero a Cristo rechazado
y al mismo tiempo presentan al Salvador en cuatro aspectos diferentes. Hay
además una diferencia entre los tres primeros y el último. Los tres primeros
presentan a Cristo como Aquel a quien el mundo debiese recibir aunque como
resultado a Él se Le da muerte. En el cuarto evangelio encontramos al Señor
Jesús ya rechazado desde el primer capítulo y además encontramos también a los
judíos considerados como desechados: los que nacen de Dios son los únicos que
reciben al Señor: y consecuentemente encontramos en este Evangelio los
principios de la gracia más profundamente revelados, — "Ninguno puede
venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere" (Juan 6: 44); — y las
ovejas son diferenciadas del mundo antes de ser llamadas. Los tres primeros
Evangelios presentan a Cristo a los hombres para que Él pueda ser recibido;
luego nos presentan la historia de la creciente enemistad del hombre contra Él,
y finalmente Su rechazo y Su muerte.
En cuanto al carácter de cada Evangelio en Mateo el Señor es considerado
como Emanuel el Mesías prometido, Jehová que salva a Su pueblo de sus pecados.
"Jehová el Salvador" es el significado del nombre Jesús. Consecuentemente
la genealogía asciende desde Abraham y David, cabezas y recipientes de las
promesas desde los que iba a descender el Mesías. En este primer Evangelio
cuando Cristo es manifestado en Su verdadero carácter y en el espíritu de Su
misión Él es rechazado moralmente y los judíos son desechados como nación. El
Señor ya no busca frutos en Su viña sino que muestra que Él es realmente el
sembrador; revela el reino pero en misterio (es decir, en la forma en que dicho
reino existiría en Su ausencia); Él revela la iglesia que Él mismo edificaría y
revela el reino en su estado glorioso, cosas que deberían ser sustituidas por Su
presencia en la tierra y luego tenemos los últimos acontecimientos y discursos
de Su vida.
Marcos representa al Siervo-Profeta y por eso no tenemos la historia de Su
nacimiento y el Evangelio comienza con Su ministerio. Más adelante hablaremos
de su contenido. En el Evangelio de Lucas el Señor nos es presentado como el
Hijo del Hombre y en ello tenemos un retrato de la gracia y de la obra que está
siendo realizada ahora y la genealogía se remonta hasta Adán. Sin embargo los
dos primeros capítulos nos revelan el estado del pequeño aunque piadoso
remanente entre los judíos y es un retrato muy exquisito de la obra del
Espíritu de Dios en medio de la nación inicua y corrupta. Estas almas piadosas
se conocían bien unas a otras y ellas esperaban la redención de Israel; y la
anciana y piadosa Ana que había visto al Salvador presentado en el templo según
la ley anunció la venida del largamente esperado Mesías a todos los que Le
esperaban. En toda la parte restante de este Evangelio Cristo es el Hijo del Hombre
para los gentiles.
En el Evangelio de Juan no tenemos ninguna genealogía en absoluto. El
Verbo (la Palabra) de Dios, que es también Dios aparece en carne en la tierra,
— Él es el Creador, el Hijo de Dios. El mundo no Le conoce. Lo Suyo (los
judíos) no Le recibieron pero los que Le reciben tienen derecho a asumir el
lugar de hijos de Dios siendo realmente nacidos de Él. (Juan 1: 11, 12). Y
puesto que Cristo es presentado aquí como la manifestación de Dios es por esta
misma causa que inmediatamente Le hallamos rechazado. Este Evangelio nos Lo
presenta en Su persona; entonces Él saca a Sus ovejas y reúne a las de los
gentiles y les da a todas vida eterna y ellas no pueden perecer jamás. Al final
de este Evangelio se nos explica la venida del Espíritu Santo: pero comencemos
a considerar el Evangelio escrito por Marcos.
Marcos 1
Ya hemos dicho que este evangelio comienza con el ministerio del
Salvador. Sólo está precedido por el testimonio de Juan. Este último prepara el
camino del Señor, predica el bautismo de arrepentimiento para perdón de pecados
y anuncia un Siervo de Dios más glorioso cuya correa de Su calzado él no es
digno de desatar: Él bautizará con el Espíritu Santo. El bautismo de fuego no es
mencionado aquí porque el tema es el servicio del Señor en bendición y no el de
ejercer Su poder en juicio. El fuego siempre significa juicio.
El Señor se somete al bautismo de Juan y este es un hecho lleno de
importancia y bendición para el hombre. Él asume aquí el lugar de Su pueblo
ante Dios y yo no necesito decir que el Señor no podía tener necesidad alguna de
arrepentimiento pero Él desea acompañar
a Su pueblo en el primer buen paso que dicho pueblo da, es decir, en el primer
paso que da bajo la influencia de la Palabra. Para Él ello fue el cumplimiento
de toda justicia. Dondequiera que el pecado nos había llevado a nosotros, el
amor y la obediencia Le condujeron a Él para nuestra liberación. Sólo que Él viene
aquí con los Suyos: pero en la muerte Él asumió nuestro lugar, llevó la
maldición, Él fue hecho pecado. Él asume aquí Su lugar como un hombre
perfecto que está en relación con Dios, — en relación con el Padre; ese lugar
que Él adquirió para nosotros mediante la redención en la cual somos situados
como hijos de Dios.
Los cielos se abren: el Espíritu Santo desciende sobre el hombre. El
Padre nos reconoce como Sus hijos; Jesús fue ungido y sellado por el Espíritu
Santo igual que lo somos nosotros; Él porque fue personalmente digno de
ello; nosotros porque nos ha hecho dignos mediante Su obra y por medio de Su
sangre. Para nosotros el cielo está abierto, el velo se ha rasgado y clamamos:
"¡Abba, Padre!". ¡Gracia maravillosa! ¡Amor infinito! El Hijo de Dios
se ha hecho hombre para que nosotros también lleguemos a ser hijos de Dios tal
como Él mismo dijo después de Su resurrección: "Subo a mi Padre y a
vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios". (Juan 20: 17). Inefable propósito
glorioso de Dios de situarnos en la misma gloria, en la misma relación que Su
Hijo: en la gloria a la que Él tiene derecho por Su perfección como siendo el
propio Hijo de Dios. "Para mostrar en los siglos venideros las abundantes
riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús".
(Efesios 2: 7). Esto se cumplirá
plenamente cuando lo que el Señor Jesús ha dicho se cumpla, a saber, "La
gloria que me diste, yo les he dado… para que el mundo conozca que tú me
enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado".
(Juan 17: 22, 23). Oh, cuál debiese ser el amor de los cristianos por el
Salvador el cual por Sus padecimientos, incluso hasta la muerte, ha adquirido
tal posición para nosotros ¡y la bienaventurada seguridad de estar con Él y
como Él por toda la eternidad!
Es importante señalar también que la Trinidad es revelada aquí plenamente
por primera vez. En el Antiguo Testamento leemos acerca del Hijo y del Espíritu
Santo pero aquí donde tenemos la posición del segundo Hombre según la gracia la
Trinidad Santa es revelada. Al mismo tiempo la revelación es clara y las tres
personas aparecen juntas; el Hijo es revelado como un hombre, el Espíritu Santo
desciende como paloma, y la voz del Padre reconoce a Jesús en quien Él tiene
complacencia. Nosotros podemos mencionar aquí la diferencia entre la responsabilidad
del hombre y el propósito de la gracia. El propósito de Dios fue fijado antes
de la creación del mundo pero fue fijado en el postrer Adán, el Señor
Jesucristo. En el libro de los Proverbios (capítulo 8) se muestra que Cristo,
como la Sabiduría, estaba con Dios, que él era el objeto de la delicia de Dios
y que Su propia delicia se encontraba en los hijos de los hombres. Pero antes
de revelar Sus consejos o de realizar la obra que iba a producir todos los
efectos de este amor Dios creó al hombre responsable, — el primer Adán. Pero
Adán no logró cumplir su deber y todos los medios que Dios empleó sólo han
sacado a relucir la iniquidad del hombre hasta que el segundo Hombre vino. Así
se ha manifestado el deleite que Dios tenía en el hombre.
Sin embargo el hombre no ha estado dispuesto a recibirlo; sólo quedaba
el objeto personal de la perfecta satisfacción de Dios; y así en Su persona Él ha
asumido una posición que encontramos revelada en este pasaje, a saber, la posición
de Hijo de Dios con los cielos abiertos y siendo sellado por el Espíritu Santo.
Pero Él estaba solo. En la cruz Él hizo todo lo que fue necesario con respecto
a nuestra responsabilidad y ha hecho más, — Él ha glorificado plenamente a Dios
en Su amor, en Su majestad, en Su verdad, y ha adquirido para nosotros la
participación en Su posición como hombre en la gloria de Dios; no ciertamente
como el derecho de Dios, es decir, Su propio derecho como Hijo sino para estar
como Él está en la gloria para que Él pudiera ser el primogénito entre muchos
hermanos. Este es el propósito de Dios y cuando la obra de Cristo se cumplió
este propósito fue sacado a la luz. En cuanto a su cumplimiento en nosotros en
la tierra tenemos un ejemplo de ello en el pasaje que estamos considerando.
Compárese con 2ª Timoteo 1: 9; Tito 1: 2-3.
Pero esto no es todo. Tan pronto como Jesús hubo asumido Su lugar ante
Dios como hombre y cuando Él hubo sido manifestado como Hijo de Dios en
naturaleza humana Él es llevado por el poder del Espíritu Santo al desierto y
allí experimenta la lucha con el diablo en la que el primer Adán había sido
vencido. Fue necesario que Él venciera para hacernos libres y observen ustedes
también que Sus circunstancias fueron muy diferentes de aquellas en las que se
encontró el primer Adán. El primer Adán estuvo rodeado de las bendiciones de
Dios de las que él disfrutaba plenamente; ellas eran un testimonio circunstante
de Su favor. Cristo, por el contrario, estaba en el desierto siendo consciente
de que Satanás estaba reinando ahora sobre el hombre y todas las comodidades
externas faltaban; exteriormente no había ningún testimonio de la bondad de
Dios: de hecho todo era contrario a esto.
En Marcos no son presentados los detalles de la tentación ni las
respuestas del Señor sino que sólo está registrado el hecho (un hecho precioso
para nosotros) de que el Señor ha pasado a través de esta prueba. Él mismo se
presentó según la voluntad de Dios, llevado por el Espíritu Santo para
enfrentarse al poderoso enemigo de la humanidad; ¡Inmensa gracia! En primer
lugar Él mostró nuestro lugar ante Dios habiéndolo Él asumido en Su persona y
luego entró en conflicto con el diablo que nos tenía cautivos. El tercer hecho que
observamos es que los ángeles han llegado a ser siervos de aquellos que serán
herederos de la salvación. (Hebreos 1: 14). Entonces aquí están los tres
testimonios en relación con la manifestación de Jesús como hombre en la carne;
— a saber, nuestra posición como hijos de Dios, Satanás vencido, los ángeles
como nuestros servidores.
El Salvador (versículo 14), habiendo Él asumido Su lugar en el mundo
comienza el ejercicio de Su ministerio pero no antes del encarcelamiento de
Juan. Después de que este precursor del Mesías fue apresado y no antes el
Salvador comenzó a predicar el evangelio del reino. El testimonio de Juan fue
muy importante para atraer la atención del pueblo hacia el Señor pero no habría
sido correcto que Juan diese testimonio del Señor después de que el propio Señor
hubiera comenzado a dar testimonio de Sí. Leemos, "Yo no recibo testimonio
de hombre alguno", dice el Señor hablando de Juan el Bautista; Juan 5:34.
¡Él dio testimonio de Juan! Él era la Verdad en Su persona y Sus palabras y Sus
obras eran el testimonio de Dios en el mundo. "¿Qué señal nos muestras?"
(Juan 2: 18), dijo el pueblo; "Nuestros padres comieron el maná en el
desierto...." (Juan 6: 31). Y el Señor respondió: "Yo
soy el pan que
descendió del cielo". (Juan 6: 41).
La predicación de Jesús anunciaba el reino, mostraba que el tiempo se
había cumplido, que el reino de Dios estaba cerca, que las personas debían
arrepentirse y creer el evangelio, las buenas nuevas. Nosotros debemos
distinguir entre el evangelio del reino y el evangelio de nuestra salvación.
Cristo es el centro de ambos pero hay una gran diferencia entre la predicación
de un reino que se acerca y la de una redención eterna consumada en la cruz. Es
muy posible que las dos verdades sean anunciadas juntas. Y de hecho encontramos
que el apóstol Pablo predicaba el reino pero ciertamente también proclamaba una
redención eterna consumada para nosotros en la cruz. Cristo profetizó acerca de
Su muerte y anunció que el Hijo del hombre daría Su vida en rescate por muchos
(Marcos 10: 45); pero durante Su vida Él no podía anunciar una redención
consumada. Los hombres debiesen haberle recibido y no haberle dado muerte: por
eso Su testimonio era acerca del reino que se estaba acercando.
Este reino en su poder público ha sido postergado porque Cristo ha sido
rechazado (véase Apocalipsis 11: 17); y esta postergación dura todo el tiempo
que Cristo está sentado a la diestra de Dios hasta el momento en que Él se
levantará del trono de Su Padre para juzgar. Dios ha dicho: "Siéntate a mi
diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies". (Salmo
110). Sin embargo es cierto que el reino ya vino en misterio según Mateo 13 y esto
acontece durante el tiempo en que Jesús está sentado a la diestra de Dios. Pero
cuando llegue el momento determinado por Dios el Señor se levantará y
establecerá el reino y con Su poder juzgará a los vivos y paz y felicidad serán
establecidas en la tierra. Y nosotros que Le hemos recibido mientras el mundo Le
ha rechazado iremos al encuentro de Él en el aire, estaremos para siempre con
el Señor y vendremos con Él en gloria cuando Él aparecerá ante el mundo y
reinaremos con Él; y lo que es aún mucho mejor es que seremos semejantes a Él y
estaremos siempre con Él en los lugares celestiales en la casa del Padre.
El desarrollo de estas verdades y de estos acontecimientos sólo son
encontrados en la palabra de Dios después de la ascensión del Señor, después de
que el fundamento para el cumplimiento del propósito de Dios hubo sido puesto
en la muerte del Salvador. Él solamente anuncia aquí el acercamiento del reino
pues los hombres debían haberlo recibido. Pero aunque Jesús enseñaba en todas
las sinagogas no sólo había quienes le oían o creían en lo que Él enseñaba sino
que algunos también Le siguieron. Es de la mayor importancia mencionar esto
pues muchos en el día actual profesan haber recibido el evangelio pero, ¡qué
pequeño es el número de los que siguen al Señor en la senda de la fe, en esa
humildad y obediencia que caracterizaron los pasos del Señor en este mundo!
Intentemos seguirle aunque quizá no podamos abandonar literalmente todo como
hicieron los primeros discípulos; pero podemos andar en el espíritu en el que
ellos anduvieron y considerar a Cristo como el todo para nuestras almas y que
todas las demás cosas no son más que basura para que podamos ganar a Cristo en
la gloria. El Señor llama aquí a los hombres para hacerlos pescadores de otros;
busquemos también nosotros a otros para que ellos también puedan disfrutar de
la inefable y gloriosa felicidad que da el Espíritu Santo. Quizás nosotros no seamos
apóstoles pero quienquiera que esté lleno de Cristo dará testimonio de Cristo; "porque
de la abundancia del corazón habla la
boca". (Lucas 6: 45). Ríos de agua viva fluirán del interior de aquel que
viene a Cristo y bebe. (Juan 7).
El Evangelio de Marcos no presenta la persona de Emanuel y después la
gracia de Su misión como el de Mateo sino que expone rápidamente Su ministerio
en su aplicación a los hombres. El ministerio es necesariamente el mismo pero
el desarrollo es diferente. Su palabra y Sus obras testifican igualmente acerca
de la autoridad con que Él enseñaba al pueblo. Mientras Él hablaba la audiencia
de la sinagoga se admiraba pues Su discurso no era como el de los escribas que
insistían acerca de las opiniones sino que Él anunciaba la verdad como Uno que
la conocía y podía presentarla desde Su fundamento mismo. Incluso los espíritus
malos temían Su presencia y rogaban para que no fuesen destruidos. Sin embargo
se los obligó a dejar al miserable varón que ellos tenían como presa bajo su
poder de modo que el pueblo dijo: "¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es
esta?" Un testimonio fue levantado de que Dios había intervenido para dejar
libre al hombre y para comunicarle Su perfecta verdad. La gracia y la verdad habían
venido por medio de Jesucristo. (Juan 1: 17).
Su fama se difundió por toda Galilea. Saliendo de la sinagoga Él viene a
casa de Simón y Andrés: el apóstol Pedro tenía una esposa y su suegra estaba postrada
en cama con fiebre. El Señor la toma de la mano; la fiebre desaparece y la
mujer comienza a servirles en perfecto estado de salud. Tan pronto como el día
de reposo termina toda la ciudad se amontona a la puerta de la casa y el Señor sana
los enfermos y echa fuera los demonios y los demonios Le reconocen aunque los
hombres no lo hacen. Sin embargo Él sigue siendo el Siervo de Dios y se levanta
antes de la salida del sol para ir a un lugar solitario a orar. Pedro Le busca
y habiéndole encontrado dice: "Todos te buscan": pero Jesús, siempre el
Siervo, no busca cantidades de personas y fama para Sí mismo sino que se marcha
a predicar a otro lugar y a traer liberación del yugo de Satanás.
Es importante comentar aquí que los milagros del Señor no son
simplemente una señal y una demostración de poder sino que ellos también lo son
de la bondad que estaba actuando en divino poder. Esto es lo que da el
verdadero carácter divino a los milagros de Jesús. Todas Sus obras son el fruto
del amor y dan testimonio del Dios de amor en la tierra. Sólo hay una excepción
evidente que al fin y al cabo es una demostración de la verdad que estamos
comentando. Esta excepción es la maldición de la higuera pero ésta era una
figura del pueblo de Israel y puede ser dicho que era una figura de la
naturaleza humana bajo el cultivo de Dios que no producía fruto, — sólo había
hojas, es decir, hipocresía. Por eso ella fue juzgada y condenada y jamás
volverá a dar fruto; el jardinero cavó a su alrededor y la abonó pero todo fue
inútil (Lucas 13: 8); y entonces fue abandonada por Dios. El hombre debe nacer
de nuevo, — debe ser creado de nuevo en Cristo Jesús.
Del amor manifestado en las obras del Señor Jesús tenemos una hermosa
demostración en lo que sigue a continuación. Un leproso viene a Jesús bien
persuadido de Su poder habiendo visto Sus milagros o habiendo oído hablar de
estas poderosas obras pero no estaba seguro que encontraría en Él la voluntad
de sanarlo. Le dice: "Si quieres, puedes". No satisfecho el Señor con
la disposición y con el hacer Él toca al leproso. Ahora bien, la lepra, — ¡terrible
enfermedad! — era una figura del pecado y aquel que se enfermaba de ella era echado
del campamento como inmundo (Números 5: 1, 2); e incluso un hombre que pudiera
haberlo tocado era echado también porque él era contaminado por ella. No se
podía emplear ningún medio para sanar al leproso pues sólo Jehová podía sanarlo
y entonces una vez sanado por Jehová el sacerdote lo declaraba limpio y después
de ciertas ceremonias él podía participar en la adoración divina. El Señor
entra aquí con este poder divino y con el amor de Dios. "Quiero, sé
limpio". La disposición y el poder de Dios estaban allí y fueron ejercidos
en favor del pobre hombre excomulgado. Pero hay algo más, — Él toca al enfermo.
Dios está presente; Jesús no puede ser contaminado; pero Él se ha acercado
tanto al hombre inmundo como para poder tocarlo, — verdadero Hombre entre los
hombres, Dios manifestado en carne. Dios, pero Dios en un hombre, el amor
mismo, el poder que puede hacer todo lo necesario para liberar al hombre del
efecto del poder de Satanás. La pureza incapaz de ser contaminada se encuentra
en la tierra, — pero también el amor, es decir, Dios está aquí, pero también el
Hombre, — y obra para la bendición del hombre. El leproso es sanado
inmediatamente y la lepra desaparece.
Pero aunque Dios se manifiesta en Su obra de poder y amor Él no deja el
lugar de siervo ahora que lo ha asumido; Él despide al hombre sanado diciendo:
"Mira, no digas a nadie nada, sino vé, muéstrate al sacerdote, y ofrece
por tu purificación lo que Moisés mandó". Nosotros podemos comentar otra
circunstancia en esta historia, — a saber, que el Señor fue movido a compasión al
ver al leproso. Dios en Su amor es hombre conmovido con piedad en Su corazón
por el estado miserable en que encuentra al hombre: y a menudo encontramos esto
en los Evangelios. Ahora bien, el leproso purificado difunde la fama de Jesús
por todas partes de modo que el testimonio del poder de Dios presente con Su
pueblo se hace sentir en la mente de los hombres. Jesús no buscaba la gloria
humana sino cumplir la voluntad de Dios y la obra que Él Le había dado para hacer.
Rodeado de todos Él no puede entrar en la ciudad donde la multitud asombrada se
habría reunido a Su alrededor.
Marcos 2
Pero después de algunos días cuando la expectación hubo disminuido un
poco el Señor entra de nuevo en la ciudad. Pronto se divulgó que Él estaba en
casa y se juntaron tantos que no hubo sitio alguno para recibirlos ni siquiera en
derredor de la puerta. Jesús predicaba la palabra a ellos porque este servicio fue
siempre Su primer objetivo. Él era la Palabra (el Verbo), él era la Verdad, Él
mismo era lo que Su palabra anunciaba, aquel de quien el hombre tenía
necesidad. Su palabra era confirmada también por Sus obras y la gente sabía que
Él poseía el poder que podía librarlos de todo mal.
Ellos traen un paralítico que era cargado por cuatro pero no pudiendo
ellos llegar hasta donde estaba Jesús, obstaculizados como estaban por la
multitud abren un boquete en el techo, — algo fácilmente hecho en el Oriente, —
y bajan al paralítico hasta el lugar donde estaba Jesús. Esta fue una demostración
evidente de la fe de ellos; fue el profundo sentimiento de necesidad y la
confianza en Jesús, en Su amor, en Su poder. Sin un deseo urgente de ser sanados y sin una confianza plena
en el poder y en el
amor de Jesús ellos se habrían desanimado por la dificultad
presentada
por la multitud y se habrían retirado diciendo tal vez,
«Volveremos, y quizás podamos llegar a Él en otro momento.» Pero para la fe no hay dificultades; sus
principios son estos, — la necesidad de encontrar al Salvador, de sentir
nuestra miseria y de sentir que sólo Jesús puede sanarnos, que Su amor es lo
suficientemente fuerte como para atendernos en nuestra desdicha. Es la obra del
Espíritu la que nos revela a Jesús, obviamente; pero Él produce en nosotros tal
sentido de nuestra desdicha que nos vemos impulsados a ir a buscar al Señor y
las dificultades no nos hacen retroceder porque sabemos que sólo Jesús puede
sanarnos, que Su amor es suficiente; pero de hecho no es que estemos ya seguros
de ser sanados pero sí lo suficiente como para atraernos hacia Él con la confianza
de que Él lo hará. Y si ya hemos acudido a Él la fe produce siempre necesidad
en el alma y produce la confianza de que el Salvador responderá a nuestra
necesidad. Y Cristo nunca deja de responder a ella; él puede permitir que las
dificultades prueben la fe pero la fe que persevera encuentra la respuesta; y es
que si nosotros conocemos la suficiencia del Señor lo que produce esta
perseverancia es el sentido de nuestra necesidad. La fuente de todo es la
operación del Espíritu Santo en nuestro corazón.
El Señor
aprovecha la
ocasión brindada por el miserable estado del paralítico para señalar la
verdadera raíz de todos los males, — a saber, el pecado. Él había venido porque
el pecado estaba en el mundo y entonces, ¿con qué objetivo sino para que el
pecado pudiese ser perdonado? Es cierto que puesto que Dios es justo es
necesario que una expiación perfecta sea hecha por los pecados para que estos sean
perdonados. Pero Jehová que lo sabía todo podía administrar el perdón por medio
del Hijo del Hombre de esa manera que ahora hace que todos los creyentes
participen en un perdón perfecto por medio del evangelio. En cuanto a Su gobierno
Él podía también perdonar o dejar bajo los efectos de Su castigo tanto a
individuos como a toda la nación. Ahora Él que estaba presente tenía el derecho
y el poder de perdonar pecados en la tierra y Él dio la prueba de ello. En el
Salmo 103 Él es celebrado como Aquel que perdonaría todas las iniquidades de
Israel y sanaría todas sus enfermedades, "¡Bendice, oh alma mía, a Jehová,
y no te olvides jamás de todos sus beneficios! — los beneficios de Aquel que
perdona todas tus iniquidades; que sana todas tus enfermedades". (Salmo
103: 2, 3 – VM).
La gran
necesidad
de Israel culpable era este perdón y Cristo lo anuncia. En cuanto al gobierno
de Dios mismo Israel no podía ser restablecido en la bendición si no poseía el
perdón de Dios. "Tus pecados te son perdonados", dijo el Señor pero los
escribas claman contra la blasfemia. Pero Dios, el Jehová del Salmo 103 estaba
allí presente en la persona del Hijo del Hombre y Él presenta la prueba de que
este derecho le pertenecía a Él mediante el cumplimiento de lo que es dicho en
ese mismo Salmo, "que sana todas tus enfermedades". "Pues para
que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar
pecados (dijo al paralítico): A ti te digo: Levántate, toma tu lecho, y vete a
tu casa". El hombre se levanta, toma su lecho y se marcha. El perdón y el
poder para sanar vinieron a la tierra en la persona del Hijo del Hombre, de
Aquel que teniendo derechos y poder divinos estaba aquí abajo en humillación en
la tierra para llevar el amor y el poder de Dios a la miseria del hombre, a las
miserias fatales del alma, dando una prueba de ello al libertar el cuerpo de
los padecimientos que el pecado había introducido.
Dios estaba
presente en amor. El poder para sanar estaba allí pero la verdad importante fue
que el perdón había llegado a la tierra. Esta es la primera gran verdad del
evangelio. Lo que aquí es anunciado por Cristo es proclamado ahora en el
evangelio que es el medio de reconciliar la justicia de Dios con perdón
gratuito con el pleno perdón duradero de los pecados claramente expuesto ante
los hombres en las palabras del Señor. El perdón de pecados fundamentado en la
obra del Salvador es anunciado. Pero si éste es el espíritu del Evangelio, si
ésta es la obra de Jesús, Él debe venir a llamar a pecadores, Él mismo debe
hacerse amigo de ellos para que tengan ellos confianza y puedan creer en esta
gracia y para que el mundo pueda conocer el verdadero carácter del Salvador.
Lo que sigue
a
continuación en nuestra historia nos hace comprender claramente la misión y el
ministerio de Jesús. Él llama a Mateo el cual estaba sentado al banco de los
tributos. El tributo era aborrecible para los judíos no sólo porque tenían que
pagarlo contra su voluntad sino mucho más porque era la demostración de que ellos
eran esclavos de los gentiles. Ellos habían perdido sus privilegios como pueblo
libre de Dios; y cuando sus compatriotas asumían este cargo como solían hacerlo
bajo los militares romanos la amargura de ellos era muy grande y el varón que
asumía tal situación llegaba a ser aborrecido como un pérfido traidor de la
religión y de la nación. Por tanto estos recaudadores de impuestos eran despreciados
y detestados. Ahora bien, Mateo invita al Señor y muchos otros publicanos
estaban a la mesa con Jesús y con Sus discípulos.
Los escribas
y
fariseos plantean la pregunta en cuanto a cómo podía ser posible que un maestro
justo se sentase a comer con hombres inmundos y pecadores. Jesús oye esto y
responde con sabiduría divina. La sencillez de la respuesta se equipara a su
fuerza. "Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he
venido a llamar a justos, sino a pecadores". Aquí es la gracia la que está
actuando y la obra de Jesús presenta un completo contraste con la ley. La ley
exigía al hombre justicia humana; Cristo y el evangelio anuncian la gracia
divina que reina y revela la justicia de Dios. Nosotros tenemos aquí gracia y en
cuanto a la justicia divina ella sería revelada plenamente cuando Cristo consumara
Su obra en la cruz: ¡una verdad tan importante como preciosa!
Cristo el
Salvador
vino a buscar pecadores y no busca personas justas; e incluso si existiese
alguna de tales personas no habría necesidad de buscarlas, pero en Su gracia
soberana y en Su perfecta bondad Él vino a buscar pecadores; Él no los despide
sino que los busca y puede sentarse y comer con ellos siendo Él mismo completamente
santo. Esta es la manifestación de Dios en amor en medio de pecadores para
ganar los corazones de los hombres y para producir confianza hacia Dios en
estos corazones y para ligar todas las facultades del alma con el poder de un
objeto perfecto, y para formarla según la imagen de aquello que la conduce y
que ella contempla; y ¿de donde inspirar esta confianza ya que el bien había
venido en medio del mal y había participado en la miseria en que yacía el
hombre caído? — de una benignidad que no alejaba al pecador a causa de sus
pecados sino que lo invitaba a venir.
La ruina
del hombre
comenzó cuando él perdió su confianza en Dios pues el demonio había tenido
éxito en persuadir a Eva de que Dios no había permitido al hombre comer del
árbol de la ciencia del bien y del mal porque Él sabía que si el hombre lo
hacía este sería como Dios, conociendo el bien y el mal; de que Dios le había
prohibido tocar el árbol por celos y que si Él no deseaba que fuéramos felices
debíamos hacernos felices nosotros mismos. Y esto es lo que Eva buscó y esto es
lo que buscan todos los hombres que hacen su propia voluntad. Así cayó el
hombre y así permanece el hombre en toda la miseria que es el fruto del pecado
esperando el juicio de Dios sobre el pecado mismo. Ahora bien, antes de
ejecutar el juicio Dios vino en amor como Salvador para mostrar que Su amor es
mayor que el pecado y que el peor pecador puede tener confianza en este amor
que busca pecadores y se adapta a sus necesidades, amor que no demanda justicia
de parte del hombre y le trae salvación y gracia para presentarlo mediante
ellas finalmente a Dios como Su justicia por medio de la obra de Cristo: pero Él
viene en amor a los hombres pecadores para reconciliarlos con Él mismo. En
lugar de castigarlos por sus pecados Él encuentra la ocasión de manifestar la
inmensidad de Su amor al venir a los que yacían en pecado y al darse a Sí mismo
como sacrificio para quitarlo.
Cristo presenta
este amor de Dios en Su vida siendo Él Dios mismo manifestado en amor al
hombre; en Su muerte Él es como hombre ante Dios hecho por nosotros pecado para
que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él y para que el Dios justo,
el Dios de amor, nunca recuerde nuestros pecados. En la historia que estamos
considerando Él manifiesta el amor de Dios hacia el hombre. La ley era la norma
perfecta de lo que el hombre debía ser como hijo de Adán; ella exigía del
hombre que fuera así y pronunciaba una maldición sobre el hombre que no hacía
lo que ella requería. La ley añadió la autoridad de Dios a lo que era apropiado
para las relaciones en las que el hombre se encuentra y dio una norma perfecta
para la conducta del hombre en estas relaciones; una norma fácilmente olvidada
o quebrantada en el estado caído del hombre. Ella no dio vida, ni fuerza, ni
objetos para atraer y gobernar el corazón; pero estableció la relación del
hombre con Dios y con sus prójimos y maldijo a todos los que no la habían
guardado, es decir, a todos los que estaban bajo ella.
La carne
no se
somete ni puede someterse a la ley de Dios: entonces, mientras la gracia
establece la autoridad de la ley y la propia maldición puesto que Cristo el
bendito Salvador la ha soportado, ella tiene que cambiar necesariamente todo en
los modos de obrar de Dios. El perdón no es lo mismo que la maldición y pagar
una deuda es muy diferente a exigir el dinero. Es muy justo exigir el pago pero
si el deudor no tiene nada con que pagar él está arruinado; mientras que si él paga
es puesto en libertad. Cristo ha hecho más; Él no sólo paga la deuda sino que
ha adquirido gloria para los que creen. Él no sólo ha liberado al deudor de sus
deudas sino que le ha dado una inmensa fortuna en la presencia de Dios.
Pero
entonces el
cambio es completo y perfecto y las palabras del Señor que siguen nos muestran
esto. Los discípulos de Juan y los fariseos solían ayunar y el Señor presenta
motivos por los que los Suyos no podían hacerlo. El Esposo estaba presente y
por lo tanto no era el momento de ayunar pero pronto llegaría el momento en que
el Esposo sería quitado y entonces ellos deberían ayunar. El gozo de Su
presencia se volvería en pesar por Su ausencia por la necesidad que esta
ausencia crearía en el corazón. El otro motivo es este, a saber: era imposible
mezclar los dos sistemas; el vino nuevo (la verdad y el poder espiritual del
cristianismo) no podía ser echado en odres viejos, en las antiguas
instituciones y ceremonias del judaísmo. Si se hacía esto el vino nuevo rompería
los odres y ambos se estropearían, el vino se perdería y los odres se romperían.
De la misma manera un remiendo de paño nuevo no se ajusta a un vestido viejo
pues la prenda se rasgaría y la rotura sólo sería mayor. De hecho, no es
posible unir el poder espiritual del cristianismo a las ceremonias carnales que
la naturaleza humana ama porque dicho poder puede hacer de ellas una religión
sin una vida nueva y sin que la conciencia sea tocada. Se oye decir, «Si el
inconverso quiere él puede hacer así tanto
bien como el convertido.» No, el vino nuevo debe ser guardado en odres nuevos y es importante
que lo recordemos. La dispensación fue cambiada, un nuevo orden estaba entrando
y todo fue alterado; la naturaleza de las cosas era diferente, — ellas no
podían existir al mismo tiempo; las ceremonias carnales y el poder del Espíritu
Santo nunca podrían ir juntos. Cristianos, ¡piensen ustedes en ello! El
cristianismo ha tratado de acicalarse con estas ceremonias y a menudo incluso
bajo formas paganas; y, ¿en qué se ha convertido? Se ha adaptado al mundo del cual
estas formas eran los rudimentos y se ha vuelto realmente pagano y su verdadera
espiritualidad difícilmente puede ser encontrada en lo más mínimo.
Pero había
una
institución fundada por Dios, es decir, la señal de Su pacto con Israel, — el
día de reposo, — y ello era también la señal del reposo de Dios en la primera
creación. Ahora bien, en Israel el hombre fue puesto a prueba para ver si con
una norma perfecta y con los medios ofrecidos por la ley (estando Dios mismo
presente en el tabernáculo o en el templo), él podía servir a Dios y cumplir
justicia como un hijo de Adán en la carne. El día de reposo no era
"un" séptimo día sino "el" séptimo día en el cual al final
de la creación Dios terminó de crear y reposó. Entonces surgió la pregunta de
si acaso el hombre podía compartir el reposo de Dios: y la respuesta es que él
ha pecado y por lo tanto nunca puede tener parte alguna en este reposo. Bajo la
ley él fue puesto nuevamente a prueba y entonces hizo el becerro de oro antes
de que Moisés bajara del monte. Entonces Dios ejerció paciencia con el pueblo
hasta que ellos rechazaron a Cristo. Pero fue imposible establecer un pacto
entre Dios y el hombre según la carne y
el hombre no pudo disfrutar el reposo de Dios. Más aún; el día de reposo de la
primera creación había sido hecho por causa del hombre y Aquel que disfrutaba de
todos los derechos del hombre según los consejos de Dios era Señor del día de reposo:
así son expuestos estos dos principios.
En primer lugar como cuando David el ungido
del Señor había sido rechazado todo era común y profano; así cuando Cristo
quien era la última prueba ofrecida al hombre en la carne fue rechazado, nada
era santo para el hombre; el sello del primer pacto había perdido todo su
significado. Entonces, cuando Cristo renuncia por un tiempo a Su posición en
Israel como Mesías Él llega a ser el Hijo del Hombre (como vemos a menudo en
los Evangelios, Lucas 9: 21, 22, etcétera). Por lo tanto Él es Señor del día de
reposo que fue hecho por causa del hombre; de este modo la señal del antiguo
pacto desaparece por medio del pecado del hombre y su rechazo de Cristo.
La resurrección de Cristo es el comienzo de
la nueva creación, el fundamento del nuevo pacto fundamentado en Su sangre. Esta
es la señal del reposo de Dios para nosotros. Satisfecho, glorificado por la
muerte de Jesús, Dios Le ha levantado de los muertos y ha encontrado un lugar
de reposo para Su amor y Su justicia; y nosotros, objetos de este amor, somos
hechos justicia de Dios en Cristo.
Por tanto el día del Señor es un don
preciosísimo de parte de Él y el cristiano
verdadero lo disfruta con todo su corazón; y si es fiel él se encuentra en el
Espíritu para disfrutar de Dios feliz de haber sido liberado del trabajo
material para adorar a Dios como su Padre y para disfrutar de la comunión con
el Señor. Siempre es una mala señal cuando un cristiano habla de su libertad y
hace uso de ella para descuidar al Señor para entregarse al trabajo material
del mundo. Con independencia de cuán libre es un cristiano él está libre del
mundo y de la ley para servir al Señor. ¡Cuánto bien él puede hacer en el día
del Señor! Y este es un tercer principio que es encontrado en el capítulo 3 de
este Evangelio.
Marcos 3
La gracia había venido (Juan 1: 17), Dios
mismo estaba presente en gracia y esta gracia estaba libre para hacer el bien
en el día de reposo. El verdadero reposo del Señor es el ejercicio de Su amor
en medio del mal. Los fariseos no pensaban en hacer el mal siempre que sus
tradiciones fueran observadas. Dios se mantuvo en libertad de hacer el bien y
por este motivo el Señor sana la mano seca llamando formalmente la atención del
judío acerca de este gran principio.
Los fariseos consultan con los herodianos (los
cuales eran sus enemigos) para averiguar cómo podrían dar muerte a Jesús; y el
Señor se marcha. La dispensación de la ley es dejada así a un lado por el
cristianismo el cual no puede ser introducido en las antiguas formas judías; y
al mismo tiempo los derechos del amor divino, es decir, los derechos de Dios
mismo son mantenidos. De este modo el verdadero carácter del servicio del Señor
es expuesto claramente. El desarrollo directo del ministerio del Señor acaba
aquí. Lo que sigue a continuación consiste en parábolas y hechos que lo
desarrollan y muestran claramente las relaciones en las que el Señor se
encontraba con los judíos. Él se aparta del aborrecimiento de los gobernantes
del pueblo para proseguir con Su servicio de amor.
Una gran multitud de todas partes del país Le
sigue habiendo ellos oído hablar de las cosas maravillosas que Él hacía; y nosotros
tenemos aquí un retrato vivo del efecto de Su ministerio. El Señor se ve
obligado a tener una pequeña barca en el lago pues la multitud era tan grande que
Le oprimían deseando tocarle para ser sanados. También los espíritus malos al
verle se postraban delante de Él diciendo: "Tú eres el Hijo de Dios".
Observen ustedes aquí lo que encontramos a menudo en los Evangelios, a saber, que
los espíritus malos poseían a las personas tan completamente que sus actos eran
atribuidos a los espíritus; y los endemoniados decían lo que los espíritus les
hacían decir como si fuera de la propia voluntad de ellos. La mente y el cuerpo
estaban tan completamente poseídos por el espíritu que la persona poseída
pensaba que lo que el espíritu le inspiraba eran sus propios pensamientos. La
posesión era completa. "¿Has venido acá para atormentarnos antes de
tiempo?" (Mateo 8: 29)… "Sé quién eres, el Santo de Dios"
(Marcos 1: 24), — ello es a menudo así. Pero el Señor no quiso recibir el
testimonio de los demonios ni permitió que ellos Le dieran a conocer.
Él sube a un monte para alejarse un poco de
la multitud y para estar solo y llama a Sí a los que quiere, los cuales vienen
a Él. En el Evangelio de Lucas leemos que Él pasó toda la noche en oración
antes de nombrar a los apóstoles. En Lucas encontramos mucho más de la
humanidad del Señor lo cual es algo muy importante en su lugar. Él oró cuando el
cielo Le fue abierto; oró cuando se transfiguró; y cuando estaba en agonía en
el huerto oró más fervientemente. Nosotros tenemos más bien aquí el progreso de
Su ministerio pues vemos que Él asocia con él a otros siervos para continuar y
extender Su obra. Ellos debían estar con Él y luego son enviados a predicar el
evangelio con poder, a sanar enfermedades y a echar fuera demonios. Observen
ustedes aquí que Cristo no sólo hace milagros Él mismo sino que Él puede dar a
otros el poder de realizarlos. Los apóstoles podían poner sus manos sobre un
hombre para que recibiera el Espíritu Santo pero nunca podían dar a otros el
poder de realizar milagros y de echar fuera demonios. Esto es algo mucho más
que realizar milagros; pues es el poder y la autoridad de Dios. También Él da
nombres a algunos de Sus discípulos, — señal de autoridad suprema, — y de
acuerdo con el conocimiento que Él tenía del carácter de ellos antes de que Él
hubiese tenido alguna experiencia de ello.
Vemos al mismo tiempo cómo es recibido el
testimonio del Señor: vemos que Sus propios amigos piensan que Él está fuera de
Sí y los dirigentes del pueblo atribuyen Sus maravillosas obras al poder de
Satanás. ¡Oh, en qué mundo vivimos! El hombre no puede ver en la actividad de
la bondad divina nada más que la insania y la obra del diablo. Pero ciertamente
Satanás no echa fuera a Satanás: esta es la verdadera locura. Si a un hombre
fuerte le quitan sus bienes es evidente que ha venido uno más fuerte y lo ha
atado. ¡Sea Dios alabado! Pero este pecado, — la blasfemia contra el Espíritu
Santo, — no puede ser perdonado. Mientras ellos decían: «Nosotros no creemos:
este hombre no guarda el día de reposo, él nos engaña», aunque ello era
bastante malo era perdonable; pero los escribas reconocieron el poder, — un
poder mayor que el de los demonios, y en vez de reconocer allí el dedo de Dios
lo atribuyeron al príncipe de los demonios, — llamaron demonio al Espíritu
Santo. Ello fue el fin de toda esperanza para Israel en cuanto a su
responsabilidad. La gracia podría perdonar a la nación y lo hará cuando el
Señor regrese en gloria; pero la historia de ellos como pueblo responsable ha
terminado ahora.
Es por este motivo que el Señor renuncia a
toda relación con el pueblo según la carne. Su madre y Sus hermanos vienen a
llamarle pero el Señor no los reconoce. Él introduce la palabra para formar
nuevos vínculos con las almas pero todo vínculo con Israel se rompe. Su madre
no tiene ningún derecho sobre Él y Él se niega a aceptar su llamamiento: "¿Quién
es mi madre y mis hermanos?" dice Él, "y mirando a los que estaban
sentados alrededor de él, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Porque todo
aquel que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre".
Nosotros encontramos aquí la ruptura entre el Señor y el pueblo. La paciencia
del Señor continuó mostrando la bondad de Dios hasta la última Pascua pero todo
había terminado realmente para el pueblo; su condena no podía dejar de ser
pronunciada; Él ya no busca frutos en Su viña.
Marcos 4
Sentado en una barca a la orilla del lago el
Señor presenta la parábola del sembrador que salió a sembrar aquello que si era
recibido en el corazón iba a producir por gracia el fruto deseado por Dios. El
fruto no iba a ser encontrado en la viña donde el hombre debía ser probado tal
como él estaba en la carne bajo el antiguo pacto, estando la ley escrita en
tablas de piedra. Es por este motivo que el Señor maldijo la higuera que no
daba fruto sino sólo hojas; Él había cavado en torno a ella y la había abonado
pero en vano; por eso ella debía ser cortada. ¡Solemne verdad! La gracia nos
eleva por encima del pecado pero el hombre en sí mismo está perdido en cuanto a
su responsabilidad. El Señor comienza a enseñar a la multitud en parábolas
diciendo, "el sembrador salió a sembrar". Como hemos dicho Él ya no
busca fruto de parte del hombre en la tierra ni en Su pueblo sino que siembra
lo que debía dar fruto.
Mientras el sembrador siembra una parte cae junto
al camino, otra en pedregales, otra entre espinos y otra en buena tierra. No se
trata aquí de un asunto de doctrina sino que son presentados los hechos que
siguen a continuación de la siembra de la palabra del reino; se trata de hechos
externos. Tres partes no dan fruto. Cuando la palabra es sembrada en el corazón
como en el primer caso ella queda sobre la superficie de la tierra, es decir, no
penetra en el corazón; el diablo se lleva la palabra y no queda ningún fruto.
En el segundo caso la palabra es recibida con gozo; los oidores se alegran de
oír el sonido de la gracia, del perdón, del reino; pero cuando esto trae
consigo aflicción o persecución, la dejan. El oyente la había recibido con gozo;
él la deja cuando llega la aflicción: la conciencia no es llevada a la
presencia de Dios; la necesidad de una conciencia turbada no es sentida. La
palabra de Dios fija sus raíces en la conciencia porque la presencia de Dios es
revelada y despierta la conciencia. Dios mismo es revelado al corazón y uno se
encuentra en Su presencia con la conciencia de estar allí. El juicio propio
sigue a continuación de esto, las tinieblas desaparecen y la luz de Dios resplandece
en el corazón. Cuando la conciencia ya ha sido ejercitada entonces el Evangelio
trae de inmediato gozo y trae la respuesta de Dios a la necesidad del alma. Con
independencia de cuales son la gracia y el amor de Dios, cuando son revelados por
primera vez no producen gozo porque la conciencia es alcanzada; la luz penetra
porque Dios es luz. El amor (porque Dios es amor) inspira confianza, el corazón
es atraído y confía como la mujer pecadora que regó los pies del Señor con sus
lágrimas (Lucas 7: 36-38); pero la conciencia no tiene gozo al no estar aún
purificada. Si el anuncio del perdón da gozo hay motivo para temer que la
conciencia no haya sido despertada. El entendimiento (tal vez también los
afectos naturales) ha comprendido la hermosa historia de amor y de perdón
contada en el evangelio pero la obra es sólo superficial y desaparece.
Otra parte de la semilla cayó entre espinos y
los espinos al crecer la ahogaron y no dio ningún fruto. Por último la que cayó
en buena tierra dio fruto en diferentes proporciones. El objetivo de este
discurso no es mostrar la manera en que esto ocurre; el discurso sólo habla del
efecto manifestado. Sin duda es la gracia pero sólo se cuenta el hecho. Nosotros
vemos la actividad de la gracia en el corazón en este último caso porque crece
y da fruto y sigue creciendo. Aquel que ha recibido verdaderamente la palabra
en el corazón es apto para comunicarla a otros. Puede que él no tenga el don de
la predicación pero ama la verdad, ama las almas y la gloria del Salvador; y la
luz que ha sido encendida en su corazón va a iluminar todo lo que le rodea. Él siembra
también según sus fuerzas y es responsable de hacerlo. Todo será manifestado,
la fidelidad y la infidelidad con respecto a esto así como en todo lo demás.
Dios envía la luz al corazón para darla a los demás y no para ocultarla. Nosotros
recibiremos más si somos fieles en comunicar lo que poseemos y si hay amor en
nosotros esto no puede fracasar. La verdad y el amor vinieron en Cristo y a menos
que el corazón esté lleno de Cristo la verdad no será manifestada pues si el
corazón está lleno de otras cosas o está lleno de sí mismo Cristo no puede ser
manifestado. Si Cristo, — la verdad y el amor, — está en el corazón la verdad resplandecerá
para bendición de los demás y nosotros mismos seremos bendecidos y se nos dará
más y habrá libertad y gozo en el alma. Aquello que él ya posee le será quitado
al hombre que no permite que otros se beneficien de la luz que él tiene.
Nuevamente vemos aquí que el ministerio del
Señor entre los judíos había terminado. Él dice a los discípulos, "A
vosotros os es dado saber el misterio del reino de Dios; mas a los que están
fuera, por parábolas todas las cosas; para que viendo, vean y no perciban;
y oyendo, oigan y no entiendan; para que no se conviertan, y les sean
perdonados los pecados". (Marcos 4: 11, 12). Los que están afuera
están bajo el juicio de Dios. El Señor no quiere decir aquí que un alma no pueda
creer en Jesús individualmente y ser así perdonada sino que habiendo rechazado la
nación el testimonio de Jesús la nación estaba ahora abandonada por Dios,
dejada fuera y expuesta a Su juicio. Él Reprende a los discípulos porque ellos
tampoco pudieron entender la parábola y sin embargo Él se las explica en Su
gracia.
Después de esta explicación y de las
respectivas advertencias de las que hemos hablado el Señor pronuncia otra
parábola que presenta Sus modos de obrar muy claramente. El reino es semejante
a un hombre que echa semilla en la tierra y que levantándose y durmiendo día y
noche la deja crecer sin reparar en ella. La tierra produce así fruto por sí
misma, primero hierba, luego espiga, y después grano lleno en la espiga. Ahora
bien, cuando el fruto está maduro enseguida se mete la hoz porque ha llegado la
siega. Así trabajó el Señor personalmente sembrando la palabra de Dios en la
tierra y al final Él volverá y trabajará de nuevo en persona cuando habrá
llegado el tiempo para el juicio de este mundo; pero ahora Él permanece mientras
tanto sentado a la diestra de Dios como si no se ocupara de Su campo aunque Él
trabaja en secreto por medio de Su gracia y produce todo. Pero ello no es
manifiesto. Sin ser visto Él trabaja para hacer que la semilla crezca de manera
divina por medio de Su gracia mientras que aparentemente Él permite que el
evangelio crezca sin tener nada que ver con ello hasta la siega. Entonces Él mismo
aparecerá y obrará públicamente.
Él enseña nuevamente al pueblo con otra
parábola. Nosotros no encontramos aquí toda la historia del reino como en el
capítulo trece de Mateo sino sólo sus grandes principios y la obra del Señor en
contraste con Su manifestación y el establecimiento del reino mediante Su
presencia. El reino crece durante Su ausencia y nadie sabe cómo, al menos en lo
que respecta al conocimiento humano. Entonces el reino es como un grano de
mostaza, la más pequeña de todas las semillas; pero tan pronto como es sembrada
ella crece y se convierte en una gran planta, incluso en un árbol lo
suficientemente grande como para que las aves del cielo se posen sobre sus
ramas. Así el cristianismo, una pequeña semilla, la semilla de un hombre
despreciado por el mundo se ha convertido en un gran poder sobre la tierra y
extiende sus ramas por todas partes. El evangelista repite aquí que el Señor
hablaba a las multitudes en parábolas y que Él no se dirigía a ellas sin
parábolas; luego explicaba todo a Sus discípulos cuando estaban a solas con Él.
Yo creo que en lo que sigue a continuación tenemos
un retrato de la partida de Jesús y de Su poder; tenemos la seguridad de los Suyos
incluso cuando parecía que Él era indiferente a sus dificultades; tenemos luego
la relación en la que Él se encontraba para con los judíos. Después de despedir
a la multitud Jesús sube a una barca y se va a dormir mientras se levanta una
tempestad en el lago de modo que las olas llenan la barca. Los discípulos
llenos de temor se acercan a Jesús para despertarle y Jesús se levanta,
reprende al viento y dice al mar: "¡Cálmate, sosiégate!", y todo se
calma. (Marcos 4: 39 – LBA). Pero luego Él
reprende el temor incrédulo de los discípulos y de hecho, lector, ¿crees tú
que el poder del Hijo de
Dios, los consejos de Dios, podían haber fallado debido a una tempestad
inesperada en el lago de Genesaret? Imposible, los discípulos estaban en la
misma barca con Jesús. Hay aquí una lección para nosotros, a saber, en todas
las dificultades y peligros de la vida cristiana, durante todo el viaje sobre
las olas a menudo agitados por el mar tempestuoso de la vida y del servicio
cristiano nosotros estamos siempre en la misma barca con Jesús si estamos
haciendo Su voluntad. Puede parecernos que Él está durmiendo; sin embargo si Él
permite que se levante la tempestad para probar nuestra fe no pereceremos ya
que estamos con Él en la tormenta; y evidentemente ni Él ni nosotros
podemos perecer. A veces puede parecer que a Él le es indiferente nuestra
suerte pero yo repito que estamos con Él; su seguridad es la nuestra.
Marcos 5
Si el hecho de calmar los vientos y el mar muestra el poder del Señor
sobre la creación lo que sigue a continuación muestra Su poder sobre los
demonios pues Él echa fuera una legión mediante Su palabra. Pero ahora
encontramos el efecto de la manifestación de Su poder sobre el mundo incluso
donde Él obró para la liberación de los hombres. Ellos suplican a Jesús que se vaya
y Él se va. ¡Pobre mundo! la influencia silenciosa de Satanás en el corazón es
más desastrosa que su poder exterior y visible y esto es bastante triste pero
el poder del Señor es absolutamente suficiente para ahuyentarlo; mientras que
por otra parte la influencia silenciosa de Satanás en el corazón del hombre hace
que Jesús mismo se aleje. Y observen ustedes que cuando la presencia de Dios es
sentida ella es más terrible que la de Satanás y el hombre desearía librarse de
esta última pero él no puede; pero la presencia de Dios es insoportable
cuando se hace sentir y de hecho el hombre ha expulsado a Dios de este mundo
(en la persona de Cristo). Es cierto que Jesús se entregó a Sí mismo por
nosotros pero en cuanto a la responsabilidad del hombre éste ha expulsado al
Señor. Yo no dudo que toda esta escena es la representación del final de la
historia del Señor y que los cerdos nos presentan el final de los judíos, los
cuales fueron apresurados a la perdición como poseídos por el diablo al final
de la historia de ellos. El mundo no quiso recibir a Jesús; los judíos son abatidos
a la ruina sin esperanza.
El hombre sanado está tranquilo; él desea estar con
Jesús que se marchaba pero no se le permite. Él debe ir a anunciar a los demás
lo que Dios ha hecho por él. Aquí está la posición de los discípulos y de todos
los cristianos después de la partida del Señor de este mundo. Ellos desean ir y
estar con Él pero son enviados de nuevo al mundo para declarar la bienaventurada
obra que el Señor ha hecho en sus propias personas y mediante su propia
experiencia ellos pueden decir cuál es la gracia y el poder de Jesús. Pero ¡cuán
deplorable es el estado del mundo y del hombre! La presencia del diablo es más tolerable
para él que la de Dios. El hombre desearía frenar las violentas manifestaciones
del poder de Satanás pero no puede, — las cadenas son rotas y el hombre es tan
malo como siempre. Dios no es un tirano como Satanás; él es bueno, lleno de gracia,
y libera a los hombres en Cristo del poder de Satanás; pero siendo ésta la
prueba de la presencia y el poder de Dios el hombre muestra que Su presencia le
es insoportable incluso cuando Dios se manifiesta como el liberador de todos
los males que el pecado y el poder de Satanás han introducido.
La historia que sigue a continuación revela las
verdaderas relaciones entre Jesús e Israel. Jesús vino a sanar a Israel pero
Israel estaba en realidad muerto hablando espiritualmente; y cuando Jesús llegó
era necesario resucitarlos si la voluntad de Dios era que vivieran y el Señor
podía hacerlo y lo hará por esta nación en los postreros días. Pero estando después
de camino con la gente la multitud de Israel Le rodeó y si la fe individual Le
tocaba la persona era sanada, y esto es lo que sucedió con la pobre mujer
afligida.
Notemos algunos detalles del relato: — el Señor
distingue entre la fe verdadera y el afán de la multitud que era atraída por Sus
milagros y por los beneficios que había recibido. La sinceridad no escaseaba en
la multitud pues la gente veía los milagros y disfrutaba de sus resultados pero
ellos no tenían fe en la persona de Jesús. Pero en la mujer estaba lo bueno,
por gracia, aquello que se encuentra siempre en la fe, a saber, una sentida necesidad
y la percepción de la excelencia de Su persona y del poder divino que había en
Jesús acompañada de una verdadera humildad con respecto a ella misma. La pobre
mujer está segura de que si sólo toca el borde de Su manto ella será sanada y
de hecho esto es lo que tiene lugar. Tan pronto como la mujer es sanada Jesús
percibe que el poder que está en Él y que ha salido de Él hacia la mujer ha
obrado con eficacia. Y siempre es así: y muchos pueden oír el evangelio y
deleitarse en oírlo pero la fe es otra cosa y la fe siempre recibe la respuesta
del Señor a la necesidad que ella le presenta.
Si a Él le parece bien ejercitar la fe Él puede hacer
que uno espere pero siempre responde con amor y la mujer queda perfectamente sanada.
La fe hace que el creyente se humille ante su desdicha y la mujer deseó
permanecer oculta pero el Señor anima a la creyente diciendo en este caso: "Ten
ánimo, hija; tu fe te ha salvado". (véase Mateo 9: 22; Marcos 5: 34). Con
independencia de cuán tímida y temerosa sea el alma en la presencia del Señor
en las cosas espirituales y sin importar lo mucho que ella sienta su desdicha,
cuando el llamamiento es verdadero el alma se abre y confiesa Su gracia y no la
miseria que había hecho necesaria esta gracia. Es entonces cuando el Señor
anima y habla de paz al corazón. La fe personal es plenamente diferenciada aquí
del afán de la multitud que Le seguía ya sea por curiosidad o por los
beneficios que Jesús le confería. Pero el poder de la resurrección se encontraba
en Él y por medio de Él. Aunque Israel estaba muerto sólo estaba durmiendo y la
voz del Señor llamará a la vida al remanente de la nación a Su tiempo. (Véase Marcos
5: 35-43).
Marcos 6
Pero con independencia de cuan grande era Su poder divino Él se
manifestó en una forma que no podía aportar nada a la soberbia y la vanidad de
la naturaleza humana. El hombre era responsable de recibirle porque Él manifestaba
el carácter de la Deidad y Él no quiso halagar ni dar apoyo a las pasiones
humanas ni a las de los judíos como nación. Si el hombre ha de recibir a Dios él
debe recibir lo que Dios es pero esto es exactamente lo que su naturaleza caída
no hará. El carácter divino fue manifestado mucho más plenamente en la
humillación de Jesús que si Él hubiese venido como un Rey glorioso, pero Él no fue
lo que el corazón del hombre deseaba. Él Era el hijo del carpintero y eso fue
suficiente para provocar Su rechazo. Ellos juzgaron según la carne y la familia
de Jesús estaba en su medio y ellos no miraron más allá. Asombrado ante la
incredulidad de ellos Él los deja después de haber hecho lo que requerían las
necesidades de algunos de ellos pues Su gracia nunca falló. No hay profeta sin
honra sino en su tierra pues es allí donde Él es conocido según la carne. Así
fue con Jesús no sólo en Nazaret sino también en Israel. Observen ustedes qué
obstáculo es la incredulidad para el ejercicio del poder de Dios. La fe de la
mujer enferma que toca Su manto hace que salga Su poder pero la incredulidad de
los habitantes de Su tierra impide el ejercicio de dicho poder. Nosotros encontramos,
"No pudo hacer allí ningún hecho poderoso", etcétera. (Marcos 6: 5 –
RVA). Que Dios nos conceda no poner ningún obstáculo a la actividad de Su
gracia la cual siempre está dispuesta a actuar sino que por el contrario
sepamos lo que es beneficiarnos por Su poder haciendo que ella actúe hacia
nosotros por medio de la fe. (Véase Marcos 6: 1-6).
Ahora bien, el Señor envía a Sus discípulos a predicar y tenemos una
prueba de Su poder más notable que la de Sus milagros. Él les da el poder para
que ellos mismos realicen milagros, poder para echar fuera todos los demonios.
Este es un poder evidentemente divino con el que Dios hace al hombre capaz de
realizar señales y prodigios pero, ¿qué hombre puede dar este poder a otro?
Cristo lo dio y Sus discípulos echaron fuera demonios capacitados en realidad por
Su don pues Cristo era Dios manifestado en gracia en la tierra. Ya hemos
llamado a prestar atención al hecho de que todos los milagros del Señor y los
de Sus discípulos no son sólo los resultados del poder como los milagros de
Moisés, de Elías, etcétera, sino que son los frutos de la bondad divina. Uno
puede exceptuar la maldición de la higuera pero después de todo es una demostración
de lo mismo. El testimonio del Señor marcado como está por el amor y confirmado
por Sus obras milagrosas había sido rechazado; — e Israel, — el corazón del
hombre, — bajo la influencia de esta bondad, de la manifestación de Dios y de
todo el cuidado que Dios le había prodigado no había dado ningún fruto. Por lo
tanto el árbol malo es juzgado para siempre de modo que nunca puede volver a
dar fruto. Habiendo mostrado el propio hombre de este modo que él es nada más
que culpable y tan culpable que se ha encontrado que todos los medios empleados
por Dios, incluso el don de Su Hijo unigénito son incapaces de despertar un
solo sentimiento bueno hacia Dios en cuanto a su estado en la carne, él es
finalmente rechazado por Dios. Dios puede salvarlo dándole una nueva naturaleza
por medio del Espíritu Santo pero en sí mismo él está sin esperanza. ¿Quién
hará más de lo que Dios ha hecho?
Más que esto, el Señor no sólo tiene poder para dar a Sus discípulos
autoridad sobre espíritus malos sino que Él también puede predisponer los
corazones humanos. Los discípulos debían partir sin tomar nada para su recorrido
y sin embargo, como leemos en Lucas, en respuesta al Señor los discípulos
dieron testimonio de que nada les había faltado. Sostenidos por el poder de
Emanuel cuyo poder se extendía por todas partes y armados con Su autoridad
ellos debían permanecer en la casa en la que habían entrado hasta que se
marchasen de cada lugar. Así debían ellos cumplir con esta misión poseyendo la
autoridad del Señor para el mensaje de ellos y debían actuar consecuentemente.
Y dondequiera que el mensaje de ellos no fuera recibido ellos debían sacudir el
polvo de sus pies como testimonio contra esa ciudad cuyo destino iba a ser peor
que el de Sodoma y Gomorra. Es cierto que el Señor lleno de bondad y paciencia
envió de nuevo a setenta discípulos delante de Él cuando subió a Jerusalén al final
de Su carrera en la tierra y éstos debían predicar el evangelio. Pero en lo que
respecta al principio de la misión lo que encontramos en Marcos fue el último
testimonio presentado a Israel antes del juicio de la nación. Esto iba a ser un
último llamamiento a la conciencia y al corazón del pueblo para que pudiera recibir
al Salvador y arrepentirse y volverse a Dios y escapar del terrible juicio que
le esperaba; y para que pudiese haber al menos un remanente que movido por la
poderosa palabra de Dios pudiese volver a Dios para disfrutar de Su bondad en
el Salvador y de una esperanza mejor que la que el judaísmo les había podido
dar.
Los discípulos salieron a predicar que los hombres debían arrepentirse.
¡Qué gracia hay en el envío del evangelio! No sólo Dios nos concede disfrutar
de la salvación y de Su amor sino que emplea hombres como instrumentos de la
actividad de Su amor. ¡Oh, cómo debemos bendecir a Dios por condescender Él a hacer
uso de nosotros para llevar el testimonio de Su amor inefable y de Su verdad a
los corazones de los hombres, — al menos a sus oídos para que Él mismo los haga
alcanzar sus corazones en Su gracia! Que sepamos al menos lo que es tener
nuestros corazones llenos de amor ya sea que prediquemos o no para que ellos
puedan ser una verdadera expresión de esa gracia que busca a los hombres. De
este modo el poder de Dios acompañó a los discípulos; ellos echaron demonios y sanaron
enfermos.
El informe de las obras y el poder del Señor llegó ahora a oídos del rey
y su conciencia se vio perturbada por ello porque él había dado muerte a Juan
el Bautista. Comienza aquí la historia de los hechos que muestran la oposición
del corazón del hombre al testimonio de Dios de manera práctica. La enemistad
contra la verdad y la luz que se cumplió en la muerte de Jesús se manifestó ya
en la muerte de Su predecesor. La conciencia natural de Herodes le había
inducido a oír a Juan pero el temor que él tenía del santo varón que había sido
fiel en reprenderle hizo que él tuviese cierta consideración y lo guardara de la
enemistad de Herodías pero lo que es natural no es suficiente para formar una
barrera a la carne. El entusiasmo de un banquete y la soberbia reales son
suficientes para causar la muerte del profeta. Doloroso ejemplo de la manera en
que el hombre se engaña a sí mismo y cuando se imagina ser lo suficientemente
fuerte como para mostrar Su poder todo lo que puede hacer es revelar su
debilidad y su esclavitud a sus pasiones. Todo esto no hace más que cumplir la
voluntad de Dios y esta enemistad del corazón del hombre debe mostrarse a sí
misma y debe introducir mediante el rechazo de Juan el Bautista y del propio
Jesús cosas infinitamente mejores por la gracia soberana de Dios.
Los discípulos vuelven y relatan a Jesús todo lo que han hecho y
enseñado y fue natural que estuvieran llenos de ello. Pero el Salvador no dice
nada al respecto pues para Él el poder era algo natural y Él desea que los
discípulos se aparten a un lugar desierto para descansar un poco en soledad.
Siempre es algo bueno e incluso necesario para nosotros, sea cual sea la
bendición, — tanto más cuanto mayor ella sea, — para nosotros pobres criaturas
que somos tan incapaces de soportar el efecto del poder cuando la obra es por
nuestro medio, para nosotros que estamos tan dispuestos a atribuírnoslo sin
percibirlo; yo digo que es necesario retirarse a la presencia de Dios y allí en
Su presencia descubrir lo que en verdad somos y disfrutar en seguridad de Su
perfecto amor, pero estar ocupados en Él y no en nosotros mismos. Esto es lo
que hacía el Señor en Su tierna consideración por los Suyos.
Pero el amor de Dios no encuentra reposo en este mundo y al encontrar el
hombre poco amor en los corazones humanos él teme cansar al Señor cuando Él está
presente allí; pero el amor divino nunca rehúsa atender las necesidades del
hombre. La gente reconoció a Jesús y juntos se apresuraron desde todas las
ciudades saliendo de la soledad de ellos para ver a Jesús; y al ver Él esta
gran multitud tuvo compasión porque ellos eran como ovejas sin pastor. Él comienza
a enseñarles pues ésta es la primera y verdadera necesidad del pueblo
abandonado por sus pastores humanos; pero el Señor piensa aún en todas las
necesidades de Su pueblo hambriento. Los discípulos hubiesen deseado despedir a
la multitud pero Jesús desea alimentarla. Este milagro tiene un gran
significado en sí mismo por el lugar que ocupa en este Evangelio. Jehová era el
verdadero Pastor de Israel y Él estaba presente allí en la persona de Cristo el
cual en realidad fue rechazado. Sin embargo Su compasión y Su amor no se
debilitaron por la ingratitud del pueblo.
Para mostrar que Él es realmente Jehová Él actúa de acuerdo con el Salmo
132: 15: "A sus pobres saciaré de pan". Este es un salmo que predice
el tiempo del Mesías que se cumplirá plenamente en los postreros días; pero Aquel
que lo cumplirá estaba allí presente y aunque sea rechazado Él presenta la
prueba de que Jehová ha visitado a Su pueblo, — Él sacia los pobres de pan. Su
amor era muy superior a la malicia de Su pueblo. Él ya había dicho que al Hijo
del Hombre le darían muerte y que el pueblo no recibiría a su Dios-Salvador. Aun
con todo esto Jehová no abandona Su amor; si el pueblo no quiere a Jehová,
Jehová quiere al pueblo. Él presenta el precioso testimonio de que el amor de
Jehová no se cansa sino que sigue siendo superior a toda la locura del hombre. ¡Sea
Su nombre alabado y adorado por ello! Nosotros podemos contar aún más con Su
bondad infalible que no nos permite caer en la negligencia sino que nos sostiene
en nuestra debilidad porque Su amor es mayor que todos nuestros defectos de
modo que podemos adorar Su paciencia.
Pero hay otra verdad importante que encontramos aquí. El Señor no dice: «Yo les daré
de comer», sino: "Dadles vosotros de comer".
El Señor desea que los discípulos sepan lo que es usar Su poder para el bien de
los demás y que sepan cómo usarlo por medio de la fe. ¡Oh, qué pensamiento es
que la fe verdadera
emplea el poder de Jehová y en circunstancias que muestran que Su amor está por
encima de nuestra infidelidad y de nuestro fracaso! Qué importante verdad para nosotros
es que Cristo es la expresión de este amor, de la superioridad de la gracia de
Dios sobre todos nuestros pecados porque, "Dios muestra su amor para con
nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros".
(Romanos 5: 8). Esto fue la prueba de ello pero lo que se manifestó en Su
muerte es siempre cierto para nosotros en Su vida. "Mucho más", dice
el apóstol, "estando reconciliados, seremos salvos por su vida".
(Romanos 5: 10). Por lo tanto la fe cuenta con la fidelidad indefectible de
este amor y utiliza la fuerza que es perfeccionada en la debilidad. La carne en
los discípulos no ve más que medios carnales y no considera el amor y el poder
de Dios sino lo que se ve. Pero el Señor da comida en abundancia a la multitud
hambrienta y Él mismo se muestra como el Dios y el Salvador de Israel.
El relato que sigue a continuación nos presenta el retrato de la
separación causada por el rechazo del Señor y la bienvenida que a Él se dará al
final de la historia de este mundo que Le ha rechazado. Él no habla del juicio
de Sus adversarios sino del cambio del
mundo mismo. El Señor obliga a Sus discípulos a marcharse solos mientras Él
despide a la multitud y cuando ellos se han marchado Él se va al monte a orar.
Esto es exactamente lo que el Señor ha hecho ahora, a saber, los discípulos son
sacudidos sobre el mar tempestuoso del mundo; Jesús ha despedido a Israel y Él ha
ascendido al cielo para interceder por nosotros. Entre tanto el viento es
contrario y nos fatigamos al remar con dificultad y turbación estando
exteriormente dejados al Señor; pero Él intercede por nosotros siempre y
obtiene misericordia y gracia para nosotros en el momento de la necesidad.
Israel había sido despedido.
Más exactamente los discípulos sobre el mar representan el remanente
judío que de hecho ha llegado a ser la iglesia pero ello es considerado aquí en
su carácter de remanente judío. Jesús se adelanta a la nave andando sobre el
mar pues Él puede andar tranquilamente sobre circunstancias que nos causan gran
turbación. Los discípulos temen pero Jesús los consuela asegurándoles que es Él
mismo, su conocido amigo y Salvador. Así será al final de los tiempos: Jesús aparecerá
siendo superior a todas las circunstancias por las que los de Su pueblo son
atribulados y Él será el mismo compañero manso y humilde que anduvo sobre la
tierra con Sus discípulos "en los días de su carne".
"Y subió a ellos en la barca, y se calmó el viento". Yo repito
que el juicio de Sus adversarios no es
mencionado aquí sino lo que sucederá a Su pueblo entre los judíos cuando Él
regresará. Entonces el mundo volverá a estar lleno de gozo. La tierra de
Genesaret que había echado al Salvador después de haber sanado Él al
endemoniado Le recibe ahora y Le reconoce y todo el pueblo en todas partes
disfruta de Su presencia con deleite.
¿Están nuestros corazones preparados para recibir esta enseñanza? ¿Hemos
aprendido que llevar uno la cruz es la verdadera posición del cristiano, la
senda a la que el Señor nos ha conducido? Para andar así tenemos necesidad de
un objeto que pueda gobernar el corazón, que pueda poseer sus afectos y que
pueda fijarlos en lo que está delante y conducirlos hacia adelante; a saber, un
objeto al que también está unida la cruz, — es decir, Cristo que nos ha
amado y que se entregó a Sí mismo en la cruz por nosotros; Cristo que está
ahora en la gloria a la que Él nos conduce y que nos muestra cuál es la senda
de la cruz para que podamos estar con Él y como Él, siguiendo la senda que el Señor
ha recorrido por nosotros en Su amor. "Si alguno me sirve, sígame; y donde
yo estuviere, allí también estará mi servidor". (Juan 12: 26).
Marcos 7
Este séptimo capítulo está lleno de la más interesante enseñanza. En
primer lugar el juicio del Señor sobre la piedad exterior de los dirigentes del
judaísmo, piedad que era totalmente externa y nada más y nada menos que
hipocresía y que dejaba a un lado la ley de Dios. Todos estos lavamientos son
despreciados por Dios pues los fariseos habían dejado a un lado el mandamiento
de Dios para guardar la tradición de ellos. En segundo lugar el Señor muestra
que lo que contamina al hombre es lo que sale de la boca del hombre porque ello
surge del corazón y no lo que entra en el hombre. Después de haber juzgado así
a Israel y al hombre Él muestra de la manera más conmovedora la gracia soberana
de Dios que ignora toda barrera para alcanzar la necesidad del hombre, y esto
fuera de todo derecho fundamentado en las promesas exigiendo sólo que el
corazón la reconozca para que sea enteramente la gracia pura de Dios en amor la
que hace el bien; revelándose ella misma como amor cuando el hombre es malo y no
tiene esperanza alguna fuera de esta gracia soberana.
Las cosas exteriores son fáciles de hacer y al hombre le gusta hacer de
ellas su religión pues no necesitan un corazón puro; al hombre le gusta
hacerlas y exaltarse y distinguirse de los demás haciéndolas. Mediante ellas el
hombre se jacta de una gran piedad ante los demás hombres y adquiere una gran
reputación por ello; pero él puede ser malo al mismo tiempo y estos actos
exteriores no lo llevan a la presencia de Dios el cual escudriña el corazón. Mediante
estos actos el hombre es religioso sin
poseer santidad y él encuentra que esto es justo lo que le conviene. Uno no
sólo encuentra fariseos en la época de nuestro Señor ya que a ellos se los va a
encontrar en todos los tiempos. Este sistema siempre se une a la influencia que
un hombre ejerce sobre otro por medio de una posición exteriormente santa; y en
este caso no es la fe que posee la verdad y la gracia por sí misma (verdad y
gracia que vinieron por medio de Jesucristo y que producen la santidad y
comunión con Dios el cual se revela a Sí mismo en ellas), sino la influencia
oficial que un hombre utiliza en su propio beneficio dejando descuidadamente a
un lado la voluntad y los mandamientos de Dios. Así era entre los judíos pues
ellos se lavaban sus manos pero no sus corazones; eran muy escrupulosos acerca
de lo que entraba en su boca y descuidados acerca de lo que salía de su
corazón.
Así es siempre la religión del hombre pues él puede observar una
religión tal como ésta y adornarse con ella como con una gloria. Pero él no
puede obtener santidad verdadera de esta manera y esto es evidente a los ojos
de Dios el cual ve todo lo que sucede en el corazón. La santidad verdadera se
manifiesta a sí misma en el andar práctico; uno puede fracasar pero el alma
sostenida por la gracia sólo busca la aprobación de Dios, es consciente del
fracaso y se regocija en Dios porque es Él quien mora en el alma y la mantiene
humilde. Pero los fariseos y saduceos entre los judíos se aprovechaban de su
reputación y posición para inducir a los piadosos a dar muchas ofrendas a Dios,
a quien ellos representaban. De este modo los deberes para con los padres eran desatendidos
y la ley de Dios era revocada. Ellos honraban a Dios con los labios pero su
corazón estaba lejos de él. Se acercaban a Él con su boca pero no con su
corazón pues este estaba lleno de codicia e iniquidad. Dios rechaza por
completo esta clase de honra. "En vano me honran" dice el profeta
Isaías y el Señor lo repite. Dios quiere un corazón puro santificado por el
Espíritu y por la verdad y quiere una adoración que ha de ser rendida en
espíritu y en verdad pues a tales adoradores busca el Padre para que Le adoren.
Él quiere gracia pero se requiere la verdad para poder acercarse a Dios, se
requiere un corazón donde existe vida divina. Toda esta religión humana
exterior, farisaica, sacerdotal, es juzgada por el Señor de una vez y para
siempre. Dios demanda un corazón puro y una obediencia verdadera. Los hombres
se revisten de este tipo de religión dando honra en ella a la antigüedad y a
las tradiciones de sus antepasados las cuales son cosas a las que la imaginación
del hombre atribuye gran valor. Todo lo que se ve a través de las sombras de la
antigüedad es bastante imponente pero con Dios es una asunto del corazón y era
lo mismo en aquel entonces que ahora con nosotros pues estamos ante Dios y Él
nos ve tal como somos. El asunto es el real estado del hombre.
Pero, ¿qué son estos pobres corazones en su estado natural? Este es el
segundo asunto que el Señor aborda. Él ha rasgado ya el velo de la hipocresía
con la que los fariseos y los sacerdotes trataban de ocultar la impureza de sus
corazones y de volver a favor de ellos la piedad exterior que enseñaban; los
motivos de sus corazones son manifestados y aparecen los esfuerzos que ellos hacen
para cubrir la impureza y la avaricia de su corazón; su hipocresía es
manifiesta. El Señor no sólo rasga el velo de la hipocresía sino que exterioriza
también lo que el corazón produce. Esto es lo que Dios hace, a saber, Él escudriña
nuestros corazones y los manifiesta y luego revela el Suyo. Esto no sólo es
desvelar los corazones de los fariseos sino los corazones de todos los hombres;
pues lo que sale de la boca contamina al hombre porque procede del corazón.
¡Qué retrato! El producto del corazón humano consiste en malicia, corrupción,
envidia, ... en una palabra, en nada más que vicios.
¿Carecía el Señor de benevolencia o de amor hacia el hombre? Su venida
es la demostración del amor de Dios. ¿Deseó Él ocultar el bien que podía ser
encontrado en el hombre? ¿Era Él el único capaz de revelar el mal? ¿Podía Él
desear calumniar al ser que Él había venido a bendecir y a salvar y al que
daría un lugar junto a Él? Imposible: esto no podía ser. Pero conociendo más
bien el corazón del hombre Él se limitó a decir la verdad. Se trató del amor que
reveló la absoluta perversidad del corazón humano para que el hombre no pudiese
permanecer en ese estado. Es en efecto mejor que ello sea mostrado ahora en
presencia de la gracia que en el día del juicio cuando todo lo que sea
manifestado será castigado y el hombre será condenado.
Observen ustedes también que cuando la santidad y la obediencia prácticas
ya no son encontradas en la vida de los dirigentes una religión fundada por
Dios se convierte en el poder del pecado y de la hipocresía y tiende siempre a
pervertir la mente, a destruir la conciencia y la rectitud en todos porque lo
que es considerado como autoridad de Dios fomenta la hipocresía y la iniquidad
y también tiende a producir incredulidad porque los hombres ven que la religión
se adhiere a lo que incluso la conciencia natural condena. ¡Oh, qué triste
historia es la del corazón humano y de la iglesia de Dios tal como la han hecho
los hombres! Observen también la influencia de la autoridad religiosa corrupta
para cegar a los hombres y destruir el entendimiento espiritual. Pues, ¿qué
puede ser más claro que lo que dice el Señor? Pero la conciencia natural no
reconoce la verdad de que no es lo que entra en la boca del hombre lo que lo
contamina sino lo que sale de ella pues ello procede del corazón. La cosa es
bastante sencilla.
Los discípulos no entienden y piden una explicación acerca de ello pues la
comprensión natural de ellos había sido cegada por la tradición de los
ancianos. La manera de razonar adquirida por la autoridad de estos últimos
había estropeado el entendimiento de ellos. Y en efecto, ¿acaso no encontramos nosotros
a muchos que creen que lo que entra en la boca del hombre lo contamina? Y sin
embargo son almas sinceras; y no sólo eso sino que ellos creen también que
comer cierta clase de alimentos un día contamina y que otro día no, y esto debido
a la tradición de los ancianos. Esto es realmente lo que los discípulos hicieron
sustancialmente y el Señor los reprende, diciendo: "¿También vosotros
estáis así sin entendimiento?" Vemos aquí el juicio del Señor contra
muchas cosas que mantienen a muchas almas en esclavitud e incluso a almas
sinceras como las de los discípulos.
Pero volvamos a la preciosa exhibición del amor de Dios en las palabras
del Señor a la pobre mujer. Encontramos en primer lugar que todos los
privilegios de los judíos son reconocidos pero encontramos también la verdad de
Dios que se eleva muy por encima de tales privilegios para manifestar gracia y
amor dondequiera que una necesidad es encontrada; no realmente donde hay un derecho
a las promesas sino hacia una raza maldita, hacia una mujer de un país tristemente
célebre por su estado endurecido. Dios mismo se manifestó elevándose por encima
de todas las barreras que la iniquidad del hombre y el exclusivo sistema del
judaísmo habían instalado, el sistema que Él mismo había establecido y que fue
mostrado como abolido por el rechazo de Cristo.
El Señor se va a la región de Tiro y de Sidón; Él quiere estar tranquilo
pero la bondad unida con el poder son demasiado raros en el mundo como para que
pasen desapercibidos y la sentida necesidad despierta el alma y la hace lúcida.
Una pobre mujer tenía una hija sometida al poder de un espíritu inmundo y sintiendo
ella su miseria y creyendo en el poder de Jesús va a buscarle. El peso de la
miseria que la oprimía la hizo esperar en Su bondad. El Señor cumple las
promesas hechas por Dios a los judíos y en Su respuesta plantea los derechos
del pueblo de Dios; Él no podía tomar el pan de los hijos y darlo a los perrillos.
Observen ustedes que la mujer era de la raza maldita y si nosotros consideramos
los modos de obrar de Dios en medio de Israel no había en ellos ni una sola
promesa para ella y ella no tenía derecho alguno en común con el pueblo de Dios
que le perteneciera. Según los judíos y según la economía legal ella no era más
que un perrillo pero las necesidades inmediatas estaban allí y el poder de Dios
empleado siempre como lo es para Sus buenos propósitos también estaba allí y
esto inspira su confianza.
Siempre es así, a saber, la necesidad y la fe en la bondad y en el poder
del Señor dan perseverancia como en el caso de los que llevaban al paralítico
cuando la multitud se agolpaba alrededor de Jesús. Pero hay algo en el corazón
de la mujer además de la confianza que la gracia había producido allí. Ella reconoce
los derechos de los judíos como pueblo de Dios y admite que ella no es más que
un perrillo con respecto a ellos pero insiste en su petición porque siente que
aunque ella no es más que un perrillo la gracia de Dios es suficiente para los
que no tenían derechos. "Pero aun los perrillos", ella
dice,
"comen de las migajas de los hijos"; ella reconoce lo que ella es
pero reconoce también lo que Dios es. Ella cree en Su amor hacia los que no
tienen derechos ni promesas y cree en la manifestación de Dios en Jesús fuera
de todas las dispensaciones y sobre todas ellas. Dios es bueno y el hecho de
estar en la miseria es una reivindicación para con Él: pues, ¿podía Cristo
decir: «No, Dios no es bueno como
tú supones»? Él No podía decir esto
porque no habría sido la verdad.
Esta es una gran fe, una fe que reconoce nuestra propia miseria, que reconoce
que no tenemos derecho a nada; pero es la fe que cree en el amor de Dios
claramente revelado en Jesús, sin promesa alguna, y sin embargo amor plenamente
revelado. Dios no puede negarse a Sí mismo y decir: «Yo no
soy amor». Nosotros no tenemos derecho alguno a esperar
el ejercicio de este amor hacia nosotros pero podemos estar seguros de que
viniendo a Cristo impulsados por nuestras necesidades encontraremos bondad
perfecta, el amor que nos sana y la sanación misma. Recordemos que la verdadera
necesidad persevera porque no puede prescindir del auxilio del poder que fue manifestado en Cristo
ni de la salvación que Él ha traído; ni hay
salvación sin la ayuda que ha de ser encontrada en Él para nuestra debilidad. Y
lo que hay en Dios es la fuente de nuestra esperanza y de nuestra fe; y si se
nos pregunta cómo sabemos lo que hay en el corazón de Dios podemos responder: «Ello
ha sido revelado perfectamente en Cristo.» Porque, ¿quién puso en el corazón de
Dios enviar a Su Hijo para salvarnos? ¿Quién puso en el corazón del Hijo venir
y padecer todo por nosotros? No fue el hombre. El corazón de Dios es su fuente.
Nosotros creemos en este amor y en el valor de lo que Cristo ha hecho y ha
consumado en la cruz para quitar el pecado mediante el sacrificio de Sí mismo.
Además Él todo lo hace bien, Él hace que los sordos oigan y que los mudos
hablen.
La gracia
de Dios fue
manifestada plenamente hacia la pobre mujer que no tenía derecho alguno a
ninguna bendición ni a ninguna promesa pues ella era hija de la Canaán maldita;
pero la fe llega incluso hasta el corazón de Dios manifestado en Jesús y del
mismo modo el ojo de Dios llega hasta el fondo del corazón del hombre. De este
modo el corazón de Dios y el del hombre se encuentran en la conciencia de que
el hombre es totalmente malo y que no tiene ni un solo derecho; en efecto, él
reconoce verdaderamente este estado y en dicho estado él se entrega a la
perfecta bondad de Dios. Pero el pueblo judío que pretendía poseer la justicia
y el derecho a las promesas es puesto a un lado; y en cuanto al antiguo pacto
ellos han sido excluidos del favor de Dios. Sólo Jesús abre los ojos y los
oídos del remanente llevado a Él en fe. Y no fue sólo el pueblo judío el que
iba a ser puesto a un lado (y para siempre en cuanto al primer pacto), sino que
el hombre también fue puesto a un lado en el terreno de la justicia, la cual es
el principio del primer pacto.
Luego el
Señor vuelve
a salir de la región de Tiro y de Sidón y regresa a la tierra de Galilea donde
se encontró en medio del pueblo de Israel. Pero como hemos dicho Él fue
rechazado por el pueblo de manera práctica. Jesús es consciente de que el
pueblo amado está perdido y todo lo que él hace es esperar su ruina. Ellos Le
traen a un sordo con un impedimento en su habla y Le suplican que le ponga Su
mano encima para sanarlo. Entonces Jesús toma al hombre y lo aparta de la
multitud y luego mete Sus dedos en las orejas y tras escupir Él toca su lengua.
Luego Él levanta los ojos al cielo. El poder está siempre presente en Él pero la
tristeza oprime Su corazón porque las personas estaban realmente sordas a la
voz del Buen Pastor; la lengua de ellos estaba atada y era incapaz de alabar a
Dios. Los gemidos del Señor son la expresión de este sentimiento puesto que el
estado del pobre hombre representaba el estado del pueblo amado. Sin embargo
ellos estaban contentos porque el amor de Aquel cuyos consejos nunca cambian recaía
sobre ellos a pesar de todo. Y en efecto el Señor estaba allí y obraba según
este amor y estos gemidos; Él levantó los ojos al cielo, la fuente de amor y poder
y nunca se cansó hasta que el pueblo a favor del cual él ejercía este poder no toleró
más Su presencia. Es cierto que ellos no habrían podido darle muerte si Él no
se hubiese entregado de Su propia voluntad pero llegaría el momento en que Él se
entregaría para consumar la redención y hasta que llegue ese momento Él se
muestra siempre como el Dios de bondad hacia los afligidos y para toda
necesidad de las personas.
En el versículo
33
vemos que Él se aparta de la masa del pueblo al sanar al sordo.
En el capítulo
8
versículo 23 tenemos lo mismo; Él saca al ciego fuera de la aldea pero lo sana;
sólo que allí el estado de Sus discípulos es mostrado. Es conmovedor ver esta
mirada que el Señor dirige al cielo y el gemido de Su corazón al ver al pueblo
sordo a la voz de Dios e incapaz de bendecir Su nombre; y ver el corazón del
Señor por los hombres endurecidos y cómo este corazón estaba en armonía con el
cielo lo cual Él siempre manifestaba. Él encontraba allí la certeza de este
amor que el hombre rechazaba y Él reposaba en los mismos sentimientos que
reinan en el cielo y de los cuales Él era la expresión en esta tierra ingrata.
El poder del Señor se mostró en el momento mismo pues los oídos fueron abiertos
y la lengua fue soltada. El pueblo no pudo callar sino que ellos divulgaban por
todas partes lo que Jesús había hecho diciendo: "Bien lo ha hecho todo;
hace a los sordos oír, y a los mudos hablar". La obra del Señor abre los
oídos y da motivo a los corazones humildes para alabar a Dios y reconocer Su
amor. Pero, ¡lamentablemente! ¡cuántos permanecen sordos a la voz del amor de
Dios! "Son como el áspid sordo que cierra su oído, que no oye la voz de
los que encantan, por más hábil que el encantador sea". (Salmo 58: 4, 5).
Marcos 8
El Señor sigue manifestando bondad divina. Es lo principal que hay que
notar en esta parte del Evangelio. Él ya había dado de comer al pueblo
hambriento siendo esto una señal evidente de la presencia de Jehová tal como
hemos señalado antes, señal que debía acompañar Su presencia. Aquí se trata más
sencillamente del poder divino sin aludir al reino que iba a venir. El número
siete es la expresión de la perfección en las cosas espirituales. La compasión
del Señor le hace pensar en las necesidades de los pobres mientras que los
discípulos sólo piensan en los medios humanos y visibles para satisfacerse.
Esto es lo que ocurre demasiado a menudo con creyentes verdaderos.
Luego el Señor se aleja de la muchedumbre y viene a la región de
Dalmanuta. Los fariseos piden allí una señal del cielo aunque ya habían visto
suficiente; pero la incredulidad nunca queda satisfecha. Pero ahora el tiempo
de la prueba había pasado y era demasiado tarde y el Señor los deja. Pero
observen ustedes el espíritu del Señor hacia la generación perversa pues Él
gimió profundamente en Su espíritu, diciendo: "¿Por qué pide señal esta
generación? De cierto os digo que no se dará señal a esta generación". El
fin había llegado moralmente y era inútil dar pruebas a los corazones que
habían resuelto no creer. La perfecta paciencia, el amor, la piedad y la tristeza
profundas al pensar en la incredulidad de los dirigentes del pueblo estaban en Él
y se manifestaban tanto más claramente cuanto más se endurecían sus corazones;
y las señales eran inútiles para corazones que no querían creer y además no
convenía a la majestad de Dios dar ninguna señal a hombres que no querían
recibirle. Ello sería echar perlas a los cerdos.
Nosotros encontramos ahora que los propios discípulos no estaban
realmente ciegos voluntariamente sino de hecho. El Señor advierte a los
discípulos que se cuiden de la levadura de los fariseos y de la de Herodes. Los
discípulos habían olvidado llevar pan y, ¡es lamentable! ellos habían olvidado también
el poder de Jesús manifestado en los milagros con los que Él había alimentado a
miles de personas con unos pocos panes. El Señor los reprende diciendo: "¿No
entendéis ni comprendéis? ¿Aún tenéis endurecido vuestro corazón?" Ellos estaban,
por así decirlo, endurecidos al ver tantos milagros y no habían entendido nada
de los milagros de Jesús en la multiplicación de los panes.
Pero el hecho que sigue a continuación muestra el estado de los
discípulos en contraste con la gente. Estos últimos no veían nada en absoluto y
no querían recibir la luz; los discípulos veían vagamente; ellos veían los
hombres como árboles que andan. Ellos amaban al Señor realmente pero las
costumbres judías les impedían captar plenamente Su gloria. Creían ciertamente
que Él era el Mesías pero el Mesías para sus corazones era algo más que el
Cristo de Dios, el Salvador del mundo. Ellos se habían ligado por gracia a la
persona del Señor pero no comprendían esa gloria divina que estaba, por así
decirlo, escondida en esa Persona y que se revelaba en Sus palabras y obras. Ellos
habían dejado todo para seguir al Señor y les faltaba entendimiento pero no fe
por pequeña que ella fuera. El espíritu estaba dispuesto pero la carne era
débil tal como ya hemos recalcado. El Señor saca al ciego fuera de la aldea
separándolo de Israel. En primer lugar el hombre sólo ve parcialmente pues los
hombres le parecían árboles que andan. Pero la paciencia del Señor que es tan
grande como Su poder presenta un retrato del estado de corazón de los
discípulos y también un retrato de Su incansable benignidad que no deja
al ciego hasta que él ve claramente. Él hizo así con los discípulos sólo que Él
no habla aquí de los medios: pero cuando Jesús hubo subido al cielo y se sentó
a la diestra de Dios él envió el Espíritu Santo que los llevó a toda verdad.
Entonces ellos vieron claramente.
Pero el Señor prohíbe al ciego que entre en la aldea o que se lo diga a
nadie en la aldea no sólo porque Él no buscaba la vanagloria de los hombres
sino también porque Él deseaba evitar una gran concurrencia de curiosos que no
eran más que un obstáculo para Su verdadera obra en las conciencias y en los
corazones y también porque Él deseaba mostrar que el tiempo del testimonio en
Israel había llegado a su fin. Una vez rechazado por el mundo Él ordena al
hombre que ha sido liberado del poder de los demonios que regrese a su casa y que
proclame allí lo que Dios había hecho por él. (Véase Marcos 5: 1-20). Los
discípulos harían eso, — ellos proclamarían Su obra, — cuando Cristo hubiera
dejado este mundo; pero aquí se trataba de Israel que había rechazado al Señor
y de que el testimonio de Dios ya no tenía lugar en medio de ellos.
El discurso del Señor que sigue a continuación menciona esto en la
pregunta que Él hace a Sus discípulos: "¿Quién dicen los hombres que soy
yo?" "Ellos respondieron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y
otros, alguno de los profetas", opiniones diferentes pero ninguna fe.
Entonces Él les pregunta: "Y vosotros, ¿quién decís que soy?" Pedro
responde: "Tú eres el Cristo"; y el Señor prohíbe de la manera más
positiva a los discípulos que lo digan a cualquier hombre. Esta es la prueba
más clara de que el testimonio en medio del pueblo había llegado completamente
a su fin. No obstante Él era el Cristo pero fue rechazado por el pueblo que se
mostró como enemigo de ellos mismos al rechazar la maravillosa gracia de Dios. Ahora
Él comienza a enseñar abiertamente a Sus discípulos que era necesario que Él deba
padecer como Hijo del Hombre lo cual es una posición y un título mucho más
grandes tanto en lo que se refiere al límite de Su poder como a la grandeza del
dominio que Le pertenecía porque todas las cosas estarán sometidas al dominio
del Hijo del Hombre. Pero para que el Hijo del Hombre pudiera asumir Su lugar
en la gloria primero Él debía padecer, ser muerto y resucitar; puesto que era
necesario que la redención fuera consumada y que el hombre entrara en una nueva
posición, en un estado completamente nuevo en el que él nunca había estado ni
siquiera cuando era inocente. La posición de Cristo como Mesías fue puesta
ahora a un lado para este momento y Él entra en una posición mayor donde las
cosas viejas son dejadas atrás más allá de la muerte y todo lo que está fundamentado
en la obra de Cristo, en Su muerte, — entra en un estado completamente nuevo y
eterno.
El tema es tratado aquí más con respecto a Sus padecimientos pues Él
coloca la cruz delante de los discípulos pero habla siempre de la muerte y la
resurrección. "Esto les decía claramente". Esto fue una piedra de
tropiezo para Pedro el cual no quería que su Maestro fuera despreciado a ojos
de la multitud pero la cruz es la porción de los que quieren seguir al
Salvador. Al decir esto Pedro puso una piedra de tropiezo en la senda de los
discípulos; el Señor piensa en esto y volviéndose y mirando a Sus discípulos
reprende a Pedro el cual Le había
confesado hacía un momento por la gracia de Dios y le dice: "¡Quítate de
delante de mí, Satanás! porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en
las de los hombres". Nosotros tenemos aquí una lección importante, en
realidad más de una lección. En primer lugar el cristiano necesita entender
bien que la senda de la salvación, la senda que conduce a la gloria y al cielo,
la senda por la cual Cristo mismo anduvo y en la que Él desea que Le sigamos es
una senda en la que debemos negarnos a nosotros mismos, padecer y vencer. En
segundo lugar aprendamos que un cristiano puede tener una fe verdadera y ser
enseñado por Dios como en el caso de Pedro aquí sin juzgar la carne que tiene en
él como para hacerlo capaz de andar en la senda a la que esta verdad lo lleva.
Es importante recordar esto, a saber, que la sinceridad puede existir sin que uno se conozca a sí
mismo. La nueva posición de Cristo como Hijo del Hombre que abarcaba la gloria celestial del hombre en
Él y la supremacía sobre todas las cosas hacía absolutamente
necesaria la cruz. Pero el
corazón de Pedro no estaba preparado para la cruz pues cuando el Señor le
anuncia su efecto práctico él no puede soportarlo.
¡Cuántos corazones hay en este estado! Corazones sinceros, sin duda;
pero no tienen el coraje espiritual para aceptar las consecuencias de la verdad
que ellos creen. Vean ustedes la diferencia en Pablo el cual fortalecido por la
presencia del Espíritu Santo y por la fe dice en presencia de la muerte: "A
fin de conocerle [a Cristo], y el poder de su resurrección, y la participación
de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte", Filipenses
3: 10. Pero en él estaba el poder del Espíritu Santo y él llevaba siempre en su
cuerpo la muerte de Jesús para que la vida de Jesús se manifestara en su
cuerpo. (2ª Corintios 4: 10). ¡Hombre feliz! es aquel siempre dispuesto a padecerlo
todo antes que no seguir plenamente al Señor Jesús y confesar Su nombre
cualesquiera que puedan ser las consecuencias; y que habiendo andado fielmente obtiene
al fin y por gracia la recompensa de su llamamiento celestial.
Pero el Señor no oculta la consecuencia ni desea hacerlo. Él advierte a
la multitud y nos advierte también a nosotros que si queremos estar con Él y si
queremos seguirle debemos negarnos a nosotros mismos y tomar nuestra cruz.
Recibamos las palabras del Señor pues si queremos estar con Él para siempre
debemos seguirle y si Le seguimos encontraremos en el camino lo que Él
encontró. Obviamente no se trata de padecimientos expiatorios, no se trata de
lo que Él padeció de la mano de Dios por el pecado sino de Sus padecimientos
por parte de los hombres, la contradicción (hostilidad) de los pecadores, la
oposición de los hombres, el abuso e incluso la muerte. Poco sabemos nosotros lo
que es padecer por el nombre de Jesús pero recuerden ustedes cristianos lo que
dice el Señor en primer lugar: "Niéguese a sí mismo";
y ustedes siempre pueden hacer
esto por medio de la gracia. Es haciendo esto como aprendemos a padecer con Él
si Dios nos llama a ello. ¿Y qué recompensa daremos nosotros por nuestra alma?
Esto nos lleva a una tercera lección que requiere un poco más de desarrollo.
Lo que alimenta la carne y el amor propio es el gran sistema que se
llama mundo. El hombre desea ser algo a sus propios ojos; él querría olvidarse
de Dios y hacerse feliz si es posible sin Él. De este modo Caín cuando fue
expulsado de la presencia de Dios después de la muerte de Abel se alejó de
delante de Su rostro juzgado de tal manera por Dios que él no podía esperar ser
admitido de nuevo en Su presencia para disfrutar de la comunión con Él porque
Dios le había hecho ser un errante y extranjero en la tierra (un tipo sorprendente
de los judíos en este momento después de haber dado muerte al Señor Jesús el
cual se había convertido, por así decirlo, en hermano de ellos). Pero Caín no
estaba dispuesto a seguir siendo un pobre errante; en todo caso él no deseaba dejar
a su familia en un estado tal y él deseó que ellos escaparan de su propia
suerte y con este fin edificó una ciudad en la tierra de Nod ("Nod"
es la palabra hebrea traducida como "errante" en el primer caso); él
deseó que su familia se estableciera en la zona donde Dios lo había convertido
en errante. Él nombró la ciudad con el nombre de su hijo tal como hacen las
personas importantes de este mundo. Allí se va a encontrar al padre (es decir,
el inventor) de la música, el padre de los que trabajan el bronce y el hierro;
allí fueron acumuladas las riquezas de esta época, mucho ganado. ¡Esto es el
mundo!
El corazón del hombre apartado de Dios trata de hacer que la tierra en
que fue establecido a distancia de Dios sea para él tan agradable como sea
posible, y para lograrlo él se sirve de los dones y de las criaturas de Dios para
poder prescindir de Él. Se dice que no hay ningún mal en estas cosas, — esto es
cierto pero este no es el asunto. Dichas cosas son buenas por ser cosas creadas
y se dice (como figura) que también habrá música en el cielo; pero en el cielo
no será empleada para distraer la mente sin Dios. Se trata del uso que hagamos
de estas cosas. Por ejemplo, no hay daño alguno en la fuerza sino en la manera
de emplearla pues con ella uno hace daño al prójimo. Y nos podemos preguntar, ¿acaso
no es cierto que el mundo que no conoce a Dios utiliza toda clase de placeres
para disfrutar sin Él? El corazón que no tiene a Dios en él se esfuerza para entretenerse
y para ello emplea todas las cosas que se ven, se oyen y se inventan como por
ejemplo, el teatro, la música y toda clase de cosas porque dicho corazón está
vacío y triste y no puede satisfacerse a sí mismo; y después de algunos años
durante los cuales ha mantenido sus estados de ánimo naturales el corazón se
encuentra cansado y fatigado incluso de probarlo todo y dice junto con Salomón
después de haber experimentado todo: "Todo ello es vanidad y aflicción de
espíritu". (Eclesiastés 1: 14). Dios es descuidado y el alma se pierde.
También las
diversiones sólo alejan a los cristianos de Dios y destruyen su comunión con
Él. "Todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de
los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y
el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece
para siempre". (1ª. Juan 2: 16, 17). El príncipe de este mundo es Satanás
el cual sedujo a Eva con estas cosas habiendo destruido en primer lugar la
confianza de ella en Dios; y con estas cosas él intentó seducir también al
Señor aunque, gracias a Dios, en vano. Pero con poca dificultad él tiene éxito
en seducir demasiado a menudo los corazones de los hombres y de los cristianos
y tiene éxito en hacer que los placeres del mundo tengan más poder sobre el
alma que el propio Cristo, más poder que el amor de un Salvador muriente.
¡Fue así con el pobre
Pedro! Es cierto que él aún no había recibido el Espíritu Santo pero esto no
cambia la naturaleza de sus deseos. Él deseó la gloria de este mundo y eso bajo
la apariencia de amor por el Señor. Observen ustedes aquí también el amor del
Señor por Sus discípulos y cuán grande es Su tierno cuidado por ellos pues Él
se vuelve y ve el gran tropiezo que las palabras de Pedro pueden suponer para
los demás discípulos y lo reprende tan severamente como sus palabras merecían. (Marcos
8: 33). Entonces el Señor expresa dos principios ante los discípulos. En primer
lugar el alma vale más que todo y nada debe ser dado a cambio de ella; y en
segundo lugar el Señor está a punto de venir en gloria y "el que se
avergonzare de Él en este mundo corrupto donde Él es rechazado, de éste se
avergonzará el Hijo del Hombre cuando venga en su gloria, y en la del Padre, y
de los santos ángeles".
Marcos 9
El Señor encuentra la ocasión de manifestar esta gloria personal Suya
para establecer la fe de los discípulos y también para mostrar que Su presencia
en gracia como Mesías en medio de Israel pronto iba a llegar a su fin; y que la
nueva gloria del Hijo del Hombre con los suyos pronto iba a ser inaugurada
aunque sería necesario esperar el momento en que todos los coherederos fuesen
reunidos. "De cierto os digo", dice el Señor, "que hay algunos
de los que están aquí, que no gustarán la muerte hasta que hayan visto el reino
de Dios venido con poder". (Marcos 9: 1). Seis días después el Señor subió
a un monte con Pedro, Jacobo y Juan y Él se transfiguró ante ellos; Sus vestidos
se volvieron resplandecientes, muy blancos, como la nieve y Elías y Moisés
aparecieron con Él glorificados de igual manera hablando con Él. Nosotros sabemos
que esta aparición fue la manifestación del glorioso reinado de Cristo sobre la
tierra.
En 2ª Pedro 1: 16 nosotros leemos, "Porque no os hemos dado a
conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas
artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad.
Pues cuando él recibió de Dios Padre honra y gloria, le fue enviada desde la
magnífica gloria una voz que decía: Este es mi Hijo amado, en el cual tengo
complacencia. Y nosotros oímos esta voz enviada del cielo, cuando estábamos con
él en el monte santo". Estas son las palabras del apóstol Pedro cuando
relata lo que le sucedió cuando vio la maravillosa visión del monte de la
transfiguración. De la lectura de esto nos enteramos lo que es el reino en
cuanto a su manifestación en la tierra pues ellos estaban en la tierra. La nube
de luz que los cubrió era la morada del Padre desde donde procedió la voz y en
la que según Lucas ellos habían entrado. (Véase Lucas 9: 28-36).
Qué privilegio fue para pobres mortales, para pecadores, haber podido
contemplar al Hijo de Dios en gloria y haber sido manifestados con Él en la
misma gloria en la tierra; ser Sus compañeros, conversar con Él; poseer el
testimonio de que ellos han sido amados como Él ha sido amado (Juan 17: 23);
estar con Él y como Él en todo como Hombre para Su propia gloria; ¡maravillosa demostración
del valor de la redención que Él ha consumado! Y cuanto más cerca estaremos de
Él más Le adoraremos estando con Él cuando estaremos en la casa del
Padre. Pero nuestro evangelista no habla aquí de la entrada de ellos en la nube
y sin embargo comparando esto con Lucas 9 encontramos que aun así es cierto que
ellos entraron en la nube de la que salió la voz del Padre.
Fue según el consejo de Dios que estemos con Cristo, el segundo Hombre,
el postrer Adán, y en la misma gloria con Él. Nosotros hemos sido predestinados
a ser hechos conforme a la imagen de Su Hijo para que Él sea el primogénito
entre muchos hermanos. (Romanos 8: 29). Para ello Él se hizo hombre: pues tanto
el que santifica y los que son santificados de uno son todos; por este motivo
Él no se avergüenza de llamarnos hermanos. (Hebreos 2: 11). Porque, ¿qué sería
un Redentor sin Sus redimidos? Muy ciertamente es algo mucho mejor ser un compañero
del Señor Jesús en la casa del Padre que ser coheredero de Su gloria ante el
mundo; y sin embargo tanto lo uno como lo otro son maravillosos para pobres
criaturas como nosotros. Elías y Moisés están en la misma gloria y nosotros
seremos semejantes a Él cuando Él sea manifestado. (1ª. Juan 3: 2).
Pero la gloria personal del Señor es mantenida siempre; Pedro quiere
hacer tres enramadas situando a Cristo en igualdad de condiciones con Moisés y
Elías, — como tres grandes personajes de la historia de Israel. Pero Moisés y
Elías desaparecen inmediatamente y la voz del Padre reconoce a Jesús como Su
Hijo amado; y es el testimonio de Jesús el que debemos oír. Todo lo que dijeron
Moisés y Elías es la verdad, la palabra de Dios, y por medio de ellos nosotros
nos enteramos de los pensamientos de Dios; pero ellos dan testimonio de Cristo
en sus escritos, no lo dan juntamente con Él. Es sólo de Él que nosotros nos
enteramos plenamente de la voluntad de Dios y de Su verdad plenamente revelada.
Jesús es la verdad y la gracia y la verdad vinieron por medio de Él. La muerte
de Cristo, Su resurrección y la consumada redención han puesto todo sobre un
nuevo fundamento para los hombres.
Los creyentes que vivieron antes de la venida del Señor creyeron en las
promesas y profecías que anunciaban Su llegada y fueron aceptados por la fe; y
los pecados cometidos por ellos durante el tiempo de la paciencia de Dios y que
Él soportó porque sabía lo que Él haría más adelante son perdonados y la
justicia de Dios al perdonarlos es manifestada ahora que Cristo ha muerto. Pero
ahora la justicia de Dios ha sido manifestada y el poder de la vida divina es
proclamada en la resurrección de Jesucristo. Todo es nuevo en nuestra relación
con Dios ya que el velo se ha rasgado y nosotros entramos libremente en el Lugar
Santísimo. "Ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de
Dios, testificada por la ley y por los profetas". (Romanos 3: 21).
Contemplen ustedes a Moisés y a Elías pero la gloria en la que aparecieron
tanto Moisés como Elías no es el fruto de la ley ni de los profetas sino de la
obra de Jesucristo y uno puede poseerla solamente en el estado de resurrección.
La resurrección del Señor fue también absolutamente necesaria como siendo el
poder de vida más allá de la muerte y como prueba de que Dios había aceptado la
muerte de Cristo como respuesta a la cuestión del pecado. La gloria pertenecía
a otro mundo y fue obtenida para los que creen por medio del sacrificio de
Cristo el Hijo de Dios aunque esto debía ser consumado en este mundo. Por lo
tanto ella pertenece al estado en que Cristo, el segundo Adán, ha entrado por
la resurrección y se basa en la redención consumada.
Por consiguiente, aunque esto fue muy adecuado para fortalecer la fe y
aumentar el entendimiento de estos tres que serían columnas de la futura
iglesia, no se debía hablar de ello antes de la resurrección del Señor y Jesús
prohibió a los discípulos contar las cosas que habían visto hasta que el Hijo
del Hombre resucitara de los muertos. Observen ustedes la actitud de los
discípulos, "Y guardaron la
palabra entre sí, discutiendo qué sería aquello de resucitar de los muertos".
(Marcos 9: 10). Verdaderamente esto arroja una nueva luz sobre la resurrección.
Cristo resucitó solo de entre los muertos y dejó a todos los demás en la tumba
y Su resurrección es una demostración de que el Dios de justicia ha aceptado Su
obra, —Su sacrificio, — como una satisfacción plena y cabal dada a Su justicia
y a Su santidad y el hombre que cree en Él es aceptado conforme al valor del
sacrificio de Cristo.
La resurrección de los fieles también tiene lugar porque Dios está
plenamente satisfecho en cuanto a ellos debido a la obra de Cristo. Sólo éstos
serán resucitados cuando venga el Señor para estar ellos eternamente con Él.
Todos los discípulos creían en la resurrección de los muertos habiendo sido
enseñados así por los fariseos y ellos no eran como los saduceos sino que
creían que todos los judíos serían resucitados a la vez y no entendían el
significado de una resurrección que separaría a los buenos de los malos y dejaría
a estos últimos por un tiempo determinado. Cristo es las primicias de la
resurrección de los santos, no de la resurrección de los inicuos. Los que son
de Cristo resucitarán en su venida y el cuerpo del estado de humillación de
ellos será transformado y hecho semejante a Su cuerpo glorioso. (Filipenses 3:
21). Hay muchos cristianos que al igual que los discípulos no entienden las palabras
del Señor. Uno encuentra muchos cristianos que tienen una fe como la de los
fariseos pues ellos creen ciertamente que habrá una resurrección y como Marta
creen que todos resucitarán en el día postrero. (Juan 11: 23, 24). La única
diferencia es que Marta y los judíos creían en la resurrección de los judíos
solamente y estos cristianos creen en una resurrección en que buenos y malos serán
resucitados juntos.
Es muy cierto que todos resucitarán pero la verdadera fe en Cristo (tome
nota querido lector), la fe verdadera hace ya la distinción. El incrédulo
permanece en sus pecados y resucitará para juicio y el creyente verdadero
resucitará para la resurrección de vida; él resucitará (como encontramos en 1ª Corintios
15) en gloria. (1ª Corintios 15: 43). Cuando el Señor venga transformará el
cuerpo de nuestra humillación y lo hará semejante a Su cuerpo glorioso. Cristo
es las primicias de la resurrección pero ciertamente no de la resurrección de los
malos pues en ninguna parte de la Palabra encontramos una resurrección común de
buenos y malos: sino que encontramos en Lucas 14: 14, una resurrección de los
justos y además leemos (Lucas 20: 35) "los que fueren tenidos por dignos
de alcanzar aquel siglo y la resurrección de entre los muertos". Por tanto
nosotros encontramos expresamente en 1ª Corintios 15, "Cada uno en su
debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida".
Así también en 1ª Tesalonicenses 4 leemos, "Los muertos en Cristo
resucitarán primero": siempre es así. Las personas citan Mateo 25 pero lo
que está escrito en ese capítulo no se trata de la resurrección ni de cuerpos
resucitados; no se trata de un juicio universal sino de un juicio de los
gentiles que están en la tierra, de aquellos a quienes el evangelio eterno de
Apocalipsis 14 había sido enviado al final de la era. No hay en Mateo 25 dos
clases solamente sino tres: las ovejas, los
cabritos y los hermanos del Juez. El principio sobre el que se ejecuta juicio aquí
no es el principio de un juicio universal. Es sólo según la manera en que ellos
han recibido y estimado a los hermanos del Juez, es decir, a los mensajeros del
evangelio eterno llamado en Mateo 24: 14, "este evangelio del reino".
Los principios del juicio general de las naciones son explicados en
Romanos capítulos 1 y 2 y estos son muy diferentes. Yo hablo de Mateo 25 porque
es el único pasaje que es citado como respuesta al testimonio uniforme de las
Escrituras Santas en cuanto a una resurrección distinta de los creyentes según
la declaración de Juan 5: 24: "De cierto, de cierto os digo: El que oye mi
palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna, y no viene a juicio, mas ha
pasado de muerte a vida". (Juan 5: 24 – NTVHA). Todos nosotros compareceremos
ante el tribunal de Cristo, ciertamente, y cada uno dará cuenta de sí mismo a
Dios. Pero cuando los creyentes estén ante el tribunal de Cristo ya habrán sido
glorificados, habrán resucitados en gloria, y habrán sido hechos semejantes a
la gloria de Cristo como hombre. "Cuando [Él] aparezca seremos semejantes
a Él" (1a. Juan 3: 2 – NC), — y es por esto que "todo aquel que tiene
esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro". (1ª.
Juan 3: 3).
La primera venida de Cristo quitó el pecado en lo que respecta al
juicio; y para los creyentes aparecerá la segunda vez para perfecta salvación,
para tomarlos a Sí mismo, para glorificarlos. (Juan 14: 1-3). Sus espíritus
están con Él en el cielo mientras ellos esperan esta hora pues la resurrección
de sus cuerpos tendrá lugar cuando Él regrese y entonces todos estaremos para
siempre con el Señor. Sin embargo cuando seamos glorificados daremos cuenta de
todo y sabremos como hemos sido conocidos. Por consiguiente hay una
resurrección de los muertos.
La dificultad de la que hablaban los escribas (que Elías debía venir
antes que el Mesías) se presenta a los discípulos. Ahora bien, los escribas todavía
ejercían una gran influencia sobre los discípulos. Y en verdad esto va a ser
encontrado en la profecía de Malaquías y ciertamente se cumplirá antes de la
venida del Señor en gloria con independencia de cuál sea la manera de
cumplimiento. Pero Él vino primero en humillación y oculto, por así decirlo, en
cuanto a su gloria externa; Él entró por la puerta como el pastor de las ovejas
a fin de que viendo la fe a través de la oscuridad de Su posición y de Su vida
diaria ella pudiera discernir no meramente a un Mesías venido a Israel según
las promesas sino el amor y el poder de Dios mismo, — y pudiera dicha fe encontrarse
en la presencia de Su santidad.
Los judíos habrían recibido con gozo a un Mesías que los liberara del
yugo romano pero la presencia de Dios es insoportable para los hombres incluso
cuando Él aparece entre ellos con bondad. El Señor alude a la venida que es aún
futura cuando dice en Mateo 10: 23: "De cierto os digo, que no acabaréis
de recorrer todas las ciudades de Israel, antes que venga el Hijo del Hombre".
Pero Él aparece ahora en humildad, hecho un poco menor que los ángeles para el padecimiento
de la muerte, es decir, para poder padecer. Así también Juan el Bautista viene
con el espíritu y el poder de Elías según Isaías 11 y Malaquías 3 para preparar
el camino del Señor. Así responde el Señor, a saber, Juan debe venir, los
escribas tienen razón; Juan vendrá y restaurará todas las cosas. Pero también
era necesario que el Hijo del Hombre padeciera y que fuera totalmente
despreciado. "Pero os digo que Elías ya vino, y le hicieron todo lo que
quisieron".
Pero si el Señor se manifestó en Su gloria ante los ojos de los
discípulos en la transfiguración Él se ocupa ahora de la miseria de la tierra y
lo que aconteció es muy notable por la exhibición de Su paciencia y de los modos
de obrar de Dios. Cuando Él desciende del monte encontró una gran multitud y a
los escribas discutiendo con Sus discípulos. Es bienaventurado notar que si el
Señor es reconocido como Hijo de Dios y que Él será manifestado en gloria y
nosotros con Él, sin embargo Él desciende a este mundo, — tal como lo hace
todavía por medio de Su Espíritu, — y afronta la multitud y el poder de Satanás
por nosotros y además (es bueno que lo notemos) Él habla tan íntimamente con Sus
discípulos como lo hace con Moisés y Elías. ¡Oh cuán grande es Su gracia! Pero
el ejercicio de esta gracia desarrolla la posición y el estado del hombre y de
los discípulos.
Un pobre padre ha recurrido al Señor por su sufriente hijo que está
poseído por un espíritu malo y no puede hablar. Él dice al Señor que lo había
llevado a los discípulos y que ellos no pudieron echar fuera el espíritu
inmundo. Esta es la posición de ellos; no sólo el Señor encuentra incredulidad
sino que aunque el poder divino está en la tierra los creyentes ni siquiera
saben cómo utilizarlo; entonces era en vano que el Señor estuviera presente en
el mundo. Él podía obrar milagros pero el hombre no sabía cómo beneficiarse
mediante esto o cómo utilizarlos por medio de la fe. Era una generación sin fe
y Él no podía quedarse aquí abajo. No fue la presencia o el poder de los
demonios lo que Le alejó pues en realidad fue esto lo que Le trajo aquí abajo;
pero cuando los Suyos no saben cómo beneficiarse mediante el poder y la
bendición que Él ha traído al mundo y que ha puesto en medio de ellos, la época
caracterizada por estos dones debía estar llegando a su fin. Y esto no porque
hay incredulidad en el mundo sino porque los Suyos no pueden darse cuenta del
poder puesto a disposición de ellos; y en consecuencia el testimonio de Dios se
arruina destruido en lugar de ser establecido ya que los seguidores de este
testimonio afrontan el poder del enemigo y no pueden hacer nada, — el enemigo
es demasiado fuerte para ellos.
"¡Oh generación incrédula!", dice el Señor, "Hasta cuándo
he de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os he de soportar?" Su servicio en
la tierra había terminado. Pero vean ustedes la paciencia y la bondad del
Señor; Él no puede negarse a Sí mismo. Todo el tiempo que está aquí abajo en la
tierra Él obra según Su poder y Su gracia y eso no obstante la incredulidad de
los Suyos. Él termina la frase en la que reprende la incredulidad de ellos de
esta manera, — "Traédmelo". Por pequeña que sea la fe nunca es dejada
sin respuesta por parte del Señor. ¡Qué consuelo! con independencia de cuál sea
la incredulidad no sólo del mundo sino de los cristianos, — si sólo una
solitaria persona quedara en el mundo que tuviera fe en la bondad y en el poder
del Señor Jesús ella no podría acudir a Él con una necesidad real y una
creencia sencilla sin encontrar Su corazón dispuesto y Su poder suficiente.
La iglesia puede estar en ruinas como lo estaba Israel pero su Cabeza es
suficiente para todo pues conoce el estado de los Suyos y no dejará de suplir
sus necesidades. El estado del niño era muy peligroso y el diablo lo había
poseído desde su infancia. La fe del padre era débil pero sincera y le dice al
Señor: "Si puedes hacer algo, ten misericordia de nosotros, y ayúdanos".
La respuesta del Señor es notable: "Si puedes creer, al que cree todo le
es posible". El poder se conecta con la fe; la dificultad no está en el
poder de Cristo sino en la credulidad del hombre pues todo era posible si él
podía creer. Este es un principio importante y es que el poder de Cristo nunca
deja de llevar a cabo todo lo que es bueno para el hombre y ¡lamentablemente! la
fe para beneficiarnos puede estar faltando en nosotros. Sin embargo el Señor
está lleno de benignidad y el pobre padre dice con lágrimas: "Creo; ayuda
mi incredulidad", y estas son palabras sinceras de un corazón conmovido en
el que el Señor ya había despertado la fe. Fue la ansiedad por su hijo lo que
debilitó esta fe.
Ahora bien, evitando el Señor la
vana curiosidad de la gente y pensando más bien en las necesidades del padre y
del hijo manda con autoridad al espíritu inmundo que salga y no vuelva a entrar
en el niño. Y él sale del niño mostrando al mismo tiempo su poder (sacudiendo
al niño con violencia y dejándolo como muerto) pero absolutamente sometido a la
autoridad del Señor. Es muy hermoso ver que al salir el Señor de la gloria fue
al encuentro de la incredulidad del mundo y de los Suyos y de la debilidad de
la fe de los que tienen necesidad de ella y eso también en presencia del gran
poder del enemigo. El Señor no se mantiene a distancia de nosotros sino que participa
en nuestros pesares, alienta nuestra débil fe y con una sola palabra ahuyenta
todo el poder del enemigo. Ni Su propio estado glorioso ni la incredulidad del
mundo que Le rechazaba Le impidieron ser el refugio y el remedio para la fe más
pobre. Él se interesa por nosotros, piensa en nosotros y nos ayuda.
Aunque el Señor está situado en la gloria conforme a Sus derechos éstos derechos
no debilitan Su amor por la pobre humanidad. Pero nosotros encontramos de nuevo
una importante lección al final de esta historia. La fe vigorosa que obra (ya
sean los milagros que ocurrieron en aquel tiempo o las grandes cosas del reino
de Dios) es sostenida mediante la comunión íntima con Dios, mediante oración y
ayuno. El corazón sale de la presencia de Dios para ahuyentar el poder del
enemigo; pero con independencia de cuál es la gracia del Señor y con
independencia de Su poder una obra mayor tenía que ser llevada a cabo, una gran
obra para el propio Señor, una obra de la que sólo Él era capaz, — una obra difícil
de aprender para el corazón del hombre, por cierto, pero absolutamente
necesaria para la gloria de Dios y para nuestra redención y salvación, una
lección que uno debe aprender para andar en las sendas del Señor. Esta es la
obra de la cruz y la saludable lección que nos enseña es ésta, — a saber, que nosotros
debemos llevar nuestra propia cruz.
Ahora que la gloria futura, la gloria del reino ha sido revelada; — ahora
que el Señor ha manifestado Su poder y Su perfecta bondad a pesar de la
incredulidad del mundo, y después de Su partida luego de haber sido rechazado
por el mundo, — Él lleva a Sus discípulos aparte pasando por Galilea para
hacerles comprender que el Hijo del Hombre sería entregado en manos de hombres
que Le darían muerte. Él habla de Su título de Hijo del Hombre porque Él ya no
podía permanecer en la tierra como el Mesías prometido sino que debía llevar a
cabo la obra de la redención. Sin embargo después de que fuese condenado a
muerte Él resucitaría al tercer día. He aquí entonces la redención consumada y
todo hecho nuevo: el hombre es puesto en una posición totalmente nueva, al
menos el creyente en Jesús.
El hombre resucitado no está en la misma posición en que estaba Adán en
su inocencia. Yo no hablo ahora de los perdidos aunque ello es cierto para
ellos pero eso es una cosa muy diferente. Adán estaba en la bendición natural
de una criatura pero su fidelidad fue puesta a prueba, una prueba en la que él fracasó.
Es muy cierto que el pecador no está en la condición del redimido pero en el
caso de Adán todo dependía de su responsabilidad. En Cristo resucitado el Hombre
había sido plenamente probado y había demostrado ser perfecto, probado incluso
hasta la muerte donde Él glorificó a Dios mismo. Además Él llevó nuestros
pecados y los quitó para siempre; Él se sometió a la muerte pero la venció y
salió de ella; Él soportó el golpe del juicio de Dios contra el pecado. Satanás
ya había empleado todo su poder como príncipe de este mundo en la muerte de
Jesús aunque no fue posible que Él fuese retenido por la muerte de modo que en
lugar de estar bajo la prueba en la que Él se había colocado en Su amor por
nosotros y para glorificar a Su Padre, Jesús resucitado (y nosotros resucitados
en Él por medio de la fe y por la esperanza que inspira el Espíritu Santo que
nos une a Jesús) está fuera del alcance de todas estas cosas.
La muerte a la que Adán se sometió por el pecado ha sido vencida,
nuestros pecados han sido abolidos ante Dios y hemos sido perfeccionados para
siempre en cuanto a nuestra conciencia (Hebreos 10: 14); un nuevo estado de
vida ha comenzado para nosotros, una vida enteramente nueva y celestial; y la
gloria celestial al final ya hecha realidad para Cristo allí donde Él estaba
con el Padre antes de la fundación del mundo. "Como él es", dice
Juan, "así somos nosotros en este mundo" (es decir, como en presencia
del juicio de Dios) (1ª. Juan 4: 17), — y esperamos la resurrección del cuerpo.
Pero la posición de Cristo como hombre glorificado es el fruto de haber Él glorificado
plenamente a Dios, y nosotros compartiendo Su vida por la operación del
Espíritu Santo participamos del fruto de Su obra ya en este tiempo actual en
cuanto a nuestra posición ante Dios y más tarde seremos perfectamente semejantes
a Él. El estado de Adán cuando era inocente era feliz pero ello dependía de su
obediencia. El estado de Cristo como hombre es el fruto de una obediencia
perfectamente completa después de haber sido probada hasta el punto de beber la
copa de la muerte y de la maldición cuando Él por nosotros fue hecho pecado.
(2ª Corintios 5: 21).
El primer
estado mencionado estaba expuesto al cambio y la ruina completa llegó por la
caída; el otro estado permanece inmutable pues está establecido sobre una obra
que nunca puede perder su valor. Al participar en la vida de Jesús nosotros ya estamos
introducidos en las relaciones en las que Él nos introduce con el Padre.
"Subo", dijo Él después de Su resurrección, "a mi Padre y a
vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios". (Juan 20: 17). Sólo que para consumar
todo esto fue necesario que Él pasara por la muerte, que cargara la cruz para
beber el cáliz que Su Padre le había dado. Él compromete a los Suyos con la
cruz en aquel entonces y les enseña a esperarla. Pero ¡qué cosa es el hombre! Nos
enteramos de ello en lo que sigue a continuación.
Teniendo el Señor
conciencia de Su gloria en la que el Padre Le había reconocido hacía poco como Su
Hijo amado, y sabiendo al mismo tiempo que esta gloria hacía absolutamente
necesaria la cruz para llevar a muchos hijos a la gloria, Él habla de ella a Sus
discípulos e insiste en que será necesario que ellos la lleven. Esa era la
senda de la gloria de la cual Su muerte era el fundamento. El corazón del Señor
estaba lleno del pensamiento de los padecimientos que la acompañaban, de la
copa que Él tenía que beber y de la necesidad de que Sus discípulos
comprendieran esta senda y tomaran su cruz. Pero, ¿de qué estaban llenos los
corazones de los discípulos? Ellos estaban pensando acerca de quién de ellos
sería el mayor. ¡Lamentablemente cuán incapaz es nuestro corazón de recibir los
pensamientos de Dios y de pensar en un Salvador humillado hasta la muerte por
nosotros! Es cierto que el Espíritu de Dios pone aquí en contraste el reinado
del Mesías que los judíos esperaban y el glorioso reinado celestial que el
Señor estaba estableciendo y para el cual Su muerte era necesaria; pero el contraste sale a relucir así de manera
vehemente en el corazón del hombre. A él le gustaría ser grande en un reino
establecido según la gloria y el poder del hombre y él estima como algo que es
bueno el hecho de que Dios condescienda a esto, — pero que Su gloria haya de
ser moralmente exaltada y establecida y la vana gloria del hombre reducida a
nada manifestando lo que el hombre es; y que el amor, la santidad y la justicia
de Dios sean sacados a la luz, — todo esto es lo que el hombre no busca ni
desea; y cuando el corazón del Señor que está lleno de estas solemnes verdades
y de los padecimientos por los que necesariamente debe pasar para consumarlas
Él habla de ellos a Sus discípulos mientras éstos últimos disputan acerca de quién
será el mayor. ¡Qué pobre y miserable es el corazón del hombre!
Qué incapacidad
para comprender los pensamientos de Dios y para sentir la ternura y la
fidelidad del corazón de Jesús y los pensamientos que pasan a través de él;
tenemos el amor divino manifestándose en el corazón de un Hombre y como Hombre
en medio de los hombres en los que es encontrada una incapacidad moral para
entrar en Sus pensamientos; pero esto abre al mismo tiempo camino a la
manifestación de nuestros pensamientos que están en pleno contraste con los de
Jesús. Que Dios nos conceda en Su gracia mantener la carne tan enteramente sujeta
que el Espíritu Santo pueda ser la fuente de todos nuestros pensamientos y de
los movimientos de nuestros corazones. Sin embargo la conciencia no guarda
silencio si la palabra del Señor nos toca y nosotros bien sabemos que el deseo
de vana gloria es algo malo, que ello no es idóneo para Cristo, para Aquel que
habla, y nos avergonzamos. Los discípulos permanecen en silencio porque la conciencia
de ellos habla.
Ahora bien, el amor
paciente del Señor se dispone a enseñarles; Él se sienta (versículo 35) y llama
a los doce: Él Siempre piensa en nosotros. Luego Él enseña varios principios en
los que vemos las consecuencias de la oposición del mundo a Cristo y la
introducción de una nueva relación con Dios en Cristo resucitado pero estos
principios requieren alguna explicación. El asunto importante aquí, el
fundamento de todas las exhortaciones del Señor y de todo lo que Él dice es
éste, a saber, que la gloria del reino venidero ha sido revelada y con esta
revelación viene la cruz. La cruz es el final de todas las relaciones entre
Dios e Israel y de hecho entre Dios y el hombre, excepto ciertamente la relación
de gracia soberana y el principio de una relación nueva y celestial por medio
de la fe. Pero Cristo, el Mesías según las promesas en Israel, Dios manifestado
en carne, la última esperanza para el hombre tal como era en la tierra fue
rechazado. La relación entre Dios y el hombre se quebrantó. ¿Podría uno buscar gloria
en una tierra de este tipo? ¿Qué clase de disposición es adecuada para un
discípulo de Cristo? La disposición adecuada es la humildad pues, "Si
alguno quiere ser el primero, será el postrero de todos, y el servidor de
todos". Luego Él toma a un niño y declara que el que recibe en Su nombre a
un niño como aquel recibe a Cristo; y que el que recibe a Cristo recibe al
Padre que Le envió. El nombre de Cristo es la piedra de toque, la única cosa en
la tierra realmente grande por medio de la fe.
Luego encontramos una reprensión
para una cosa que en sí misma era amor aunque amor áspero y tosco pero que se
viste de formas muy engañosas y que parece considerar la gloria de Cristo;
porque el amor en sí mismo no es parejo: y está bastante dispuesto a mantener
la gloria del nombre de Cristo si aquel amor puede unirse a esta gloria. Leemos,
"Hemos visto a uno que en tu
nombre echaba fuera demonios, pero él no nos sigue; y se lo prohibimos, porque
no nos seguía". Vean ustedes aquí que las palabras, "no nos sigue",
delatan el más sutil amor al yo: sutil, es cierto, pero no obstante peligroso.
Pero la respuesta del Señor muestra cuán absoluto es Su rechazo: "El que
no es contra nosotros, por nosotros es", porque todo el mundo en su estado
natural estaba contra Cristo y sigue estando contra Él; y nadie podía hacer
milagros en Su nombre y al mismo tiempo hablar mal o livianamente de Él. El nombre
de Cristo lo es todo. Evitemos esta miserable actitud, "no nos sigue",
y aferrémonos a Cristo.
El versículo 41 muestra de
qué manera el nombre de Cristo lo es todo en un mundo que Le ha rechazado.
¡Pero qué testimonio del
estado del hombre y de su oposición interna a Dios revelado en Cristo! Si
alguno no estaba en contra de Él estaba a favor de Él, de lo contrario él era
completamente enemigo de Dios. Algunas importantes consecuencias tienen su
origen en este estado y en primer lugar es que la más mínima manifestación de
amor por Él, manifestación que tenía interés en Él, teniendo presente el poder
de Su nombre , no sería olvidada ante Dios. ¡Qué retrato del estado de cosas y
de la paciencia de Cristo el cual se humilló incluso hasta ser rechazado y
despreciado y sin embargo no olvida la más ínfima muestra de afecto por Él y de
deseo por Su gloria! Vemos ahora otra consecuencia de esta posición. El Señor
no desea que un pequeñito que cree en Él sea despreciado pues Él estima a estos
porque sus corazones reconocen Su nombre, creen en Él y por eso ellos tienen un
gran valor ante Dios. Ay de aquel que los desprecia y pone una piedra de
tropiezo delante de sus pies; habría sido mejor que ese hombre se hubiese ahogado
en la profundidad del mar. Sin embargo en lo que respecta a ellos mismos todo
depende de la fidelidad de Cristo y por ello es necesario que ellos se liberen de
todas las cosas que tienden a separar de Cristo, que conducen al pecado y que
provocan apostasía en el corazón así como apostasía exterior. Yo creo que Dios
guardará a los Suyos pero los guardará haciéndolos obedientes a Su palabra.
Con independencia de lo
mucho que nos puede costar, si es un ojo el que nos fuere una ocasión de caer debemos
sacarlo; si es una mano debemos cortarla; en una palabra, debemos prescindir de
la cosa más valiosa posible pues es mejor una eternidad de bienaventuranza con
Cristo que mantener una mano derecha y encontrarse uno en tormentos eternos,
"donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga".
Además de esto Dios pone todo a prueba y el fuego de Su juicio es aplicado a todos
tanto a santos como a pecadores. En los santos dicho fuego consume las escorias
para que el oro puro resplandezca con su verdadero lustre; en el caso de los
pecadores es el fuego de Dios y las penas eternas según el justo juicio de
ellos, fuego que nunca se apaga. "Todo sacrificio
será salado con sal"; esto se refiere a Levítico 2: 13.
La sal representa el poder del Espíritu Santo pero no exactamente poder para
producir gracia solamente sino para guardarnos de todo lo impuro y para
producir santidad en un corazón consagrado a Dios y que introduce a Dios en su senda;
y en el corazón hay un vínculo con Él mismo que nos guarda de toda corrupción. Nosotros
estamos llamados a mantener esto en el corazón y a aplicar el sentido de Su
presencia a todo lo que sucede dentro de nosotros y a juzgar mediante esto todo
lo que hay en nuestro interior.
Pero observen ustedes que
el creyente es el verdadero sacrificio ofrecido a Dios. "Así que,
hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros
cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro racional
servicio". (Romanos 12: 1 – RVSBT). Nosotros vemos aquí el verdadero sacrificio,
un servicio racional y vemos además esta gracia santa que nos guarda de todo lo
que es malo e impuro y hace realidad su influencia en nuestro interior; y el
cristiano lleno de santidad práctica es un testigo en el mundo. Este es
realmente el verdadero estado de los cristianos en este mundo; un testimonio en
medio del mundo de un poder que no sólo purifica sino que guarda de la
corrupción que hay en él. La sal influye en otras cosas y es capaz de producir
este efecto; pero si la sal misma se vuelve insípida, ¿con qué la sazonarán
ustedes? Si los cristianos pierden su santidad práctica, ¿para qué pueden ellos
servir? "Tened sal en vosotros mismos", dijo el Señor. Él desea que
ejerzamos diligencia para que en nuestro andar nuestras almas sean así santificadas
ante Dios y se manifiesten entonces ante el mundo; Él desea que juzguemos en
nosotros mismos todo lo que puede disminuir en nosotros la claridad y la pureza
de nuestro testimonio y que andemos con los demás en paz gobernados por el
espíritu de paz en nuestras relaciones con ellos.
Marcos 10
En este capítulo nosotros encontramos algunos principios importantes que
dan término a la historia de la vida de Cristo. En los tres primeros Evangelios
el relato de las circunstancias que acompañan Su muerte comienza con la
curación del ciego cerca de Jericó que encontramos en el versículo 46 de este
capítulo. El primer principio que encontramos aquí es la corrupción y la ruina
de lo que Dios creó aquí abajo; y en las relaciones que Él ha establecido el
pecado ha entrado y ejerce su perniciosa influencia. Debido a la dureza del
corazón del hombre la ley de Moisés misma se vio obligada a permitir cosas en
las relaciones de la vida aquí abajo que no se conforman a los pensamientos y a
la voluntad real de Dios.
Pero si Dios soporta a los hombres siendo ellos incapaces como son de
vivir de acuerdo con sus relaciones con Él en cosas que no se conforman a Su
voluntad y a la perfección de las relaciones que Él ha establecido, Él no las
condena ni deja de reconocerlas como lo que Él había establecido en el
principio. Lo que fue establecido desde el principio por Dios mismo siempre es
válido y Él mantiene estas relaciones mediante Su autoridad. La creación en sí
misma es buena pero el hombre la ha corrompido y sin embargo Dios reconoce lo
que Él ha hecho y las relaciones en las que ha puesto al hombre el cual es
responsable de mantener las obligaciones que estas relaciones conllevan. Es
cierto que Dios ha introducido un poder después de la muerte de Cristo que no
es de esta creación (es decir, el Espíritu Santo); y por medio de este poder el
hombre puede vivir fuera de todas las relaciones de la antigua creación si Dios
lo llama a esto, pero entonces él respetará las relaciones donde ellas existan.
Los fariseos se acercan y preguntan a Jesús si está permitido que un
marido repudie a su mujer. El Señor aprovecha la ocasión para insistir en esta
verdad de que lo que Dios había establecido desde el principio de la creación
era siempre válido en sí mismo. Moisés había permitido al hombre repudiar a su
mujer en la ley pero esto era solamente la paciencia de Dios con la dureza del
corazón del hombre; pero ello no fue según el corazón y la voluntad de Dios. En
la creación al principio Dios hizo lo que era bueno, — débil, pero bueno. Él permitió
otras cosas cuando ordenó provisionalmente el estado de Su pueblo, el estado del
hombre caído; pero él había hecho las cosas de manera diferente cuando las
creó. Dios había unido a marido y mujer y el hombre no tenía derecho alguno a
separarlos. El vínculo no debe ser roto.
De nuevo ellos Le presentan niños y los discípulos se lo prohíben a los
que los presentan. Pero Jesús se indigna ante esto. Aunque la raíz del pecado
se encuentra en los niños sin embargo ellos eran la expresión de la sencillez,
de la confianza y de la ausencia de astucia y de la corrupción causada por el
conocimiento del mundo, de la depravación de la naturaleza. Ellos presentan al
corazón la sencillez de la naturaleza incorrupta que no ha aprendido la argucia
del mundo. Y siendo el Señor un extranjero en el mundo Él reconoce en ellos lo
que su Padre ha creado.
Ahora bien, ¿hay realmente algo bueno en el hombre? Lo que queda de lo
que Dios creó es encontrado en lo que es puramente creación, lo que es bello y
agradable, y lo que viene de la mano de Dios es a menudo bello y debe ser
reconocido como procedente de Él. La naturaleza que nos rodea es hermosa pues
es Dios quien la ha creado aunque se encuentren en ella espinas y cardos. Nosotros
encontramos a veces lo que es hermoso en el carácter de un hombre e incluso en
la disposición de un animal también. Pero se trata del corazón del hombre, de la
voluntad del hombre, de lo que él es para con Dios, — y no de lo que es
natural, el fruto de la creación: nada bueno permanece en él. No hay nada para
Dios sino que todo está en contra de Él; y esto fue manifestado en el rechazo
de Cristo.
La lección que aprendemos en el relato que sigue del joven que corre y
se arrodilla a los pies de Jesús preguntándole: "Maestro bueno, ¿qué haré
para heredar la vida eterna?" es esta. Él era amable, en buena disposición
y dispuesto a enterarse de lo que es bueno pues él había sido testigo de la
excelencia de la vida y de las obras de Jesús y su corazón estaba conmovido por
lo que había visto. Tenía todo el fino ardor de la juventud y no había sido
pervertido por el hábito del pecado pues el pecado pervierte el corazón. Él había
guardado la ley exteriormente y creía que Jesús podía enseñarle los más elevados
preceptos de la ley pues los judíos incluso creían que algunos mandamientos
tenían mayor valor que otros.
El joven no se conocía a sí mismo ni conocía el estado en que el hombre realmente
se encontraba delante de Dios. Él estaba bajo la ley y Jesús expone primero la
ley como regla de vida dada por Dios como medida de la justicia para los hijos
de Adán. El joven no pregunta de qué manera él puede salvarse sino cómo puede él
heredar la vida eterna. El Señor no habla de vida eterna sino que interpela al
joven en el punto en que se encuentra; la ley decía: "Haz esto, y vivirás".
El joven declara que él ha guardado todas estas cosas desde su juventud y el
Señor no lo niega ni lo discute; y leemos que Él lo miró y lo amó. Vemos aquí
lo que es amable y amado por el Señor. Pero, ¿cuál es el verdadero estado de
este joven? El Señor corre el velo y el hombre está ante Dios en su desnudez y
Dios está ante el hombre en Su santidad. Hacer cualquier cosa no admite
discusión: de qué manera ser salvo es otra cosa.
Examinemos lo que el Señor dice acerca del estado del hombre. El joven no
se dirigió al Señor como Hijo de Dios sino como Rabí, es decir, como un maestro
en Israel pues le llama, "Maestro bueno". El Señor no admite que el
hombre es bueno pues ni un solo hombre justo puede ser hallado entre los
hombres, ni siquiera uno. Él dice: "¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay
bueno, sino sólo uno, Dios". Cristo era bueno, ciertamente, pero Él era
Dios, aunque en Su perfecto amor Él se hizo hombre. Él siempre fue Dios y Dios
se hizo hombre sin dejar de ser Dios y sin poder dejar de ser Dios; sólo que Él
había ocultado Su divinidad en naturaleza humana (al menos Su gloria) para acercarse
a nosotros; porque por la fe el poder y el amor divinos han sido manifestados
más claramente que nunca. Pero el joven viene aquí como a un maestro humano, un
Rabí; y el Señor le responde de la misma manera en que él pregunta; pero Él establece
este importante principio, a saber, que ninguno entre los hijos del Adán caído
es bueno, lo que es una verdad humillante pero de inmensa importancia. Nosotros
no podemos encontrar ahora un hombre que sea bueno por naturaleza aunque hemos
visto que ciertas cualidades de la primera creación permanecen; pero lo que
Dios había creado bueno y declarado como tal ha sido corrompido por la caída.
El hombre va en búsqueda de sus propios placeres, de sus propios intereses y no
va en búsqueda de Dios y de Su gloria; él puede buscar estas cosas honesta o
deshonestamente en el cenagal del pecado pero él siempre busca satisfacer su propia
voluntad; él ha perdido a Dios y se cuida a sí mismo.
Entonces el Señor después de haberle presentado los mandamientos de la
ley en los que el hombre tiene vida a condición de que los guarde, añade en una
exhortación el mandamiento que hizo sentir a Pablo lo que la ley producía en el
estado en que se encontraba el hombre, — en muerte. "Una cosa te
falta", dice el Señor: "anda, vende todo lo que tienes,… y ven,
sígueme". Nosotros vemos aquí que la codicia del corazón es expuesta y el
verdadero estado del joven es puesto de manifiesto por la poderosa pero
sencilla palabra del Señor el cual conoce y prueba el corazón. Las bellas
flores del árbol silvestre no valen nada; los frutos son los de un corazón ajeno
a Dios: la savia es la savia de un árbol malo. El amor a las riquezas gobernaba
el corazón de este joven no obstante lo interesante que él era en cuanto a su
disposición natural, y el vil deseo de oro estaba en el fondo de su corazón y era
el principal móvil de su voluntad, la verdadera medida de su estado moral. Si él
se va triste y deja al Señor es porque prefiere el dinero en lugar de preferir
a Dios manifestado en amor y gracia.
¡Qué cosa solemne es encontrarse uno en presencia de Aquel que escudriña
el corazón! Pero lo que gobierna el corazón, su motivo, es la verdadera medida
del estado moral del hombre y no las cualidades que posee por nacimiento por
muy agradables que estas puedan ser. Las buenas cualidades van a ser
encontradas incluso en los animales así que ellas deben ser estimadas pero no
revelan en absoluto el estado moral del corazón. Un hombre que tiene una
naturaleza dura y perversa, que trata de controlar su mala disposición por
medio de la gracia y de ser amable con los demás y agradable a Dios es más
moral y mejor ante Él que un hombre que siendo amable de manera natural trata
de divertirse con otro de forma agradable pero sin conciencia ante Dios, es
decir, sin pensar en Él; dicho hombre es amado por los hombres pero es desagradable
para el Dios que él olvida. Lo que da carácter moral a un hombre es el objeto
de su corazón y es esto lo que el Señor muestra aquí de manera tan poderosa, a
saber, que ello hiere profundamente la soberbia del corazón humano.
Pero entonces el Señor va más allá. Los discípulos que pensaban que los
hombres podían hacer algo para ganar la vida eterna tal como piensan todos los
fariseos de todas las épocas, y que el hombre debiese ganar el cielo por sí
mismo aunque ellos reconocían la necesidad de la ayuda de Dios se asombraron. ¡Cómo
puede ser esto! un hombre rico de muy buena disposición que había guardado la
ley y que sólo procuraba saber de parte de su Maestro cuál era el mandamiento
más excelente para cumplirlo, — ¿podía estar uno como él lejos del reino de
Dios? ¿Podía ser extremadamente difícil para alguien así entrar en él? Si nosotros
no comprendemos que ya estamos perdidos, que necesitamos ser salvados, que es
un asunto del estado del corazón, que todos los corazones están distanciados de
Dios de manera natural y que buscan lejos de Él un objeto, el objeto del propio
deseo de ellos y que no desean que Él esté presente porque la conciencia siente
que Su presencia impediría al corazón seguir este objeto; si no aprendemos esta
verdad por medio de la gracia es que estamos completamente ciegos.
Al momento al que hemos llegado en este pasaje era demasiado tarde para
mantener oculto del hombre (al menos de los discípulos) el verdadero estado del
corazón del joven. Este estado había sido manifestado pues el varón no había estado
dispuesto a recibir al Hijo de Dios. Había sido demostrado así que con la mejor
disposición natural e incluso conservando la moral exterior el varón prefirió
seguir al objeto de su deseo antes que al Dios de amor presente en la tierra o
a un maestro al que él había reconocido como poseedor del más elevado
conocimiento de la voluntad de Dios. El hombre estaba perdido y había
demostrado este hecho al rechazar al Hijo de Dios; y él debe enterarse de que
con todas sus más excelentes cualidades no puede salvarse a sí mismo. "¿Quién,
pues, podrá ser salvo?" El Señor no oculta la verdad: "Para los
hombres es imposible". Palabras solemnes pronunciadas por el Señor, pronunciadas
por Aquel que vino a salvarnos. Él sabía que el hombre no podía salvarse a sí
mismo y que sin la ayuda de Dios él no podía salir del estado en que había
caído. Para los hombres ello es imposible pero entonces Dios en Su ilimitado
amor viene a salvarnos y no a ocultar nuestro estado y la necesidad de esta
salvación gratuita.
Nosotros debemos conocer nuestro estado pues no es algo que debe ser
estimado a la ligera que el glorioso Hijo de Dios Se haya despojado a Sí mismo
y haya muerto en la cruz, lo cual era el único medio de redimir y salvar al
hombre perdido. Debemos conocernos a nosotros mismos y saber en nuestros
corazones que estamos condenados para poder entender que Cristo ha llevado esta
condenación en nuestro lugar y que ha consumado la obra de nuestra salvación
conforme a la gloria de Dios. Que el estado de condenación y de pecado sea
demostrado, y que el amor, la justicia perfecta y la santidad de un Dios que no
puede tolerar la vista del pecado (por muy paciente que Él sea) sean sacados a
la luz. "Para los hombres es imposible,… todas las cosas son posibles para
Dios". Por medio de la obra del Señor Jesucristo y sólo por esta obra, una
obra que los ángeles anhelan mirar (1ª Pedro 1: 12), todo esto puede ser hecho;
la salvación es obtenida por medio de la fe, — por medio de la fe porque todo ha
sido consumado. ¡A Dios sea la alabanza! El Señor está glorificado como hombre
en el cielo porque esta obra ha sido llevada a cabo y porque Dios ha reconocido
su perfección; es por ello que Él ha situado a Cristo a Su diestra, porque todo
ha sido realizado. Dios está satisfecho, ha sido glorificado en la obra de
Cristo.
Para los hombres es imposible pero para Dios todas las cosas son
posibles. Pero, ¡qué inmensa gracia que nos muestra lo que nosotros somos y lo
que Dios es! "La gracia y la verdad vinieron por medio de
Jesucristo". (Juan 1: 17). Hermanos, piensen ustedes en esto. Esto
significa que debemos esperar una cruz en este mundo. Estén ustedes dispuestos
a recibir las palabras del Señor, dispuestos a tomar la cruz para tener el
verdadero conocimiento de ustedes mismos; es decir, que ustedes están perdidos
en el pecado, que la salvación es puramente por gracia y es imposible para el
hombre conseguirla por sí mismo; pero que la obra de la salvación es perfecta y
completa y la justicia de Dios está sobre todos los hombres que creen en Aquel
que la ha consumado. En ninguna parte de las Escrituras la verdad fundamental
de la necesidad de la salvación de Dios y del estado del hombre es expuesta más
claramente.
El Señor añade ahora Su enseñanza acerca de la senda de la cruz y las
promesas que la acompañan. Considerémoslas. Es fácil ver cuánto se parece esta
historia a la del apóstol Pablo; sólo que la gracia había cambiado todo en él. Él
era irreprensible en cuanto a la justicia que es en la ley (Filipenses 3: 6);
pero cuando la espiritualidad de la ley hubo operado en su corazón la lujuria
fue descubierta. Entonces él descubrió que en él, es decir, en su carne, no moraba
el bien. (Romanos 7). Pero siendo hallado culpable de pecado Dios reveló a su
Hijo en él (Gálatas 1: 16) y entonces él comprendió que lo que era imposible
para el hombre era posible para Dios; Dios había hecho por él lo que él no
podía hacer por sí mismo (es decir, obtener una justicia conforme a la ley); y se
encuentra este pecado en la carne condenado en la cruz de Cristo y en un
sacrificio por el pecado consumado por Él. En lugar de encontrarse perdido en
este estado de pecado él se convierte en un nuevo hombre.
Pero el joven permanece en su estado anterior y abandona al Señor para
conservar sus riquezas; mientras que en el caso de Pablo las cosas que eran
para él ganancia las estimó como pérdida por Cristo. "Y ciertamente, aun
tengo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo
Jesús, mi Señor, por quien lo he perdido todo y lo tengo por estiércol, para
ganar a Cristo". (Filipenses 3: 8 – RVSBT). Vean ustedes aquí la
diferencia entre el efecto de la gracia y la naturaleza humana. En Pablo se
encontraba sabiduría y observen ustedes que él no sólo consideró todo como
estiércol por la excelencia del conocimiento de Cristo desde el principio
cuando Cristo se reveló por primera vez en él sino que mientras andaba en
comunión con Cristo él continuó considerando todo como estiércol por Él.
Siguen ahora a continuación las promesas hechas a los que han andado así
y la senda misma tal como la representa el propio Señor. Pedro sugiere que ellos
lo habían dejado todo para seguirle tal como Él había propuesto a los jóvenes: entonces,
¿qué tendrían ellos? El Señor declara en Su respuesta que no había ninguno que
hubiese dejado casa, o hermanos, o hermanas, etcétera, por causa de Él y del
Evangelio que no recibiría cien veces más ahora en esta vida y en el siglo
venidero la vida eterna. Ellos iban a disfrutar de mucho más que de las cosas
miserables de esta vida pero con persecuciones; y por tanto ellos tienen la
promesa de la vida que ahora es así como de la que ha de venir; tal vez no la
promesa de riquezas sino del verdadero disfrute de todo lo que hay en el mundo
según la voluntad de Dios y como dones de Dios; pero ellos tendrán que vérselas
con la oposición de un mundo que no conoce a Dios. Pero los que eran los primeros
en el judaísmo serán los postreros entre los cristianos.
El Señor emprende ahora el camino para subir a Jerusalén. El corazón de
los discípulos estaba lleno de presentimientos acerca del peligro que les
esperaba en esta ciudad. Ellos seguían al Señor con temor y temblor porque la
carne teme la malicia de un mundo que si no puede hacer nada contra Dios sí
puede perseguir a los que le sirven aquí abajo. Aquí vemos nuevamente la
diferencia del efecto de la gracia en Pablo que habiendo dejado todo por amor a
Cristo se regocija en el pensamiento de la participación de Sus padecimientos llegando
a ser semejante a Él en Su muerte, conociendo y deseando conocer el poder de Su
resurrección. (Filipenses 3: 8-11). Esto los discípulos no lo sabían y la carne
nunca puede entenderlo. Pero el Señor no desea ocultar la verdad; Él desea que
los discípulos entiendan el lugar que Él iba a asumir y que ellos tendrían que asumir.
Él comienza a decirles las cosas que Le iban a suceder y cuál sería la porción
del Hijo del Hombre. Él sería entregado en manos de los sacerdotes, sería condenado
y entregado en manos de los gentiles los cuales Le tratarían con la mayor
ignominia y Le darían muerte; pero al tercer día Él resucitaría. Así termina la
historia del Hijo del Hombre entre los hombres. Los de Su pueblo fueron los primeros
en condenarle y los gentiles mediante su indiferencia estuvieron dispuestos a
completar el terrible acto de rechazo del Salvador en este mundo. El pueblo de
Dios (los judíos) se unió al hombre pecador para expulsar al Hijo de Dios que
había descendido aquí en gracia. Era importante que los discípulos supieran
cuál debía ser el final de su Maestro. El Hijo del Hombre debe morir. Esta es
la enseñanza y el fundamento de toda bendición; pero fue un fundamento que
destruyó todas las esperanzas y todas las expectativas de los discípulos y que
demostró también que el hombre era malo y que Dios es infinitamente bueno.
Ahora bien, estos pensamientos de los discípulos se manifiestan de
inmediato y son puestos en contraste con lo que el Salvador anuncia
solemnemente. En realidad pareció que la verdad no penetró en los discípulos
hasta el final; ellos amaban al Salvador por gracia, se regocijaban en el
pensamiento de que Jesús poseía palabras de vida eterna (pues incluso el
sistema de los fariseos hablaba de vida eterna). Ahora bien, todo esto no fue
suficiente para alejar los pensamientos de un reino que ellos creían que sería
establecido en la tierra ni el deseo carnal de una posición elevada cerca de la
persona del Señor en este reino. El Señor no pudo encontrar ni una sola persona
que pudiera entenderle, que pudiera entrar en los pensamientos de Su corazón y
que pudiera ser conmovido por Sus padecimientos; o que pudiera comprender lo
que Él estaba explicando a sus discípulos acerca de Su muerte en Jerusalén
cuando Él los hubo llevado aparte.
Jacobo y Juan piden que en Su gloria ellos se sienten uno a su derecha y
el otro a su izquierda. Hubo fe en esto pues ellos creyeron que Él reinaría;
pero el deseo de la carne siempre estaba en acción. Pero la respuesta del Señor
que siempre está lleno de bondad para con los Suyos convierte la pregunta
carnal en una ocasión para enseñanza para Sus discípulos. Él no era el único
que iba a llevar la cruz. Sólo Él podía consumar la redención mediante la
ofrenda de Sí mismo: el Hijo de Dios que se entregó en Su amor para ser el
Cordero de Dios. Pero en cuanto a la senda era necesario que los discípulos entraran
en la misma senda en la que Él iba si ellos deseaban estar con Él. El Señor
muestra aquí Su profunda humildad y Su profundo sometimiento al lugar que Él había
asumido. Él se había despojado a Sí mismo y acepta este lugar con un corazón
dispuesto y no insensible a la humillación y a los padecimientos de la cruz pero
aceptando todo de mano de Su Padre y sometiéndose a todo lo que iba a ser
encontrado en esta senda.
Versículo 40. "El sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío
darlo, sino a aquellos para quienes está preparado". Él no posee el
derecho de preferencia en Su reino. Él deja al Padre el derecho de elegir y dar
la gloria especial asignada a una obra especial a aquellos para quienes está
preparado y a quienes la gracia ha preparado para esta gloria. Su porción es la
cruz y la cruz puede dar gloria si alguien Le sigue como Su discípulo: y ésta
es ahora la lección que Su pueblo debe aprender. Él se sometió a Su Padre y recibió
de Su mano todo lo que estaba preparado para Él según Su voluntad; y si los
discípulos deseaban seguirle debían tomar la cruz que estaba en esta senda y
que siempre está en ella. Además, para seguir al Señor Jesús el discípulo debe
humillarse como el Señor y no debe ser como los grandes de este mundo que se
engrandecen aparte de Dios sino que debe ser el servidor de todos en amor tal
como el bendito Salvador fue aunque por derecho fuese el Señor de todos. El
amor es la más poderosa de todas las cosas y ama ministrar no ser ministrado. Es
así la manera en que Dios se manifestó en el Hombre Jesús en esta senda: y es
nuestro deber seguirle a Él. El que es más pequeño ante sus propios ojos es el más
grande.
Finaliza aquí la historia de la vida del Salvador en la tierra y comienza
el relato de los acontecimientos relativos a Su muerte. Él se presenta de nuevo
y por última vez en Jerusalén como Hijo de David, objeto de las promesas hechas
a Israel y también para ser recibido por Su pueblo y por la ciudad amada: pero
de hecho para ser rechazado y para hacerle morir. Hasta este momento (versículo
45) Él habló del Hijo del Hombre que vino "para servir, y para dar su vida
en rescate por muchos". Pero ahora Él se presenta en la única relación en
la que podía estar con Su pueblo según las profecías.
Él entra a Jericó la ciudad maldita, pero entra en ella según la gracia
que sobrepasa la maldición; en realidad Él mismo iba a llevarla. El Hijo de
David viene en gracia con poder divino y capaz de consumar todas las cosas pero
en humildad y sencillez. Por lo tanto Él responde a este nombre de Hijo de
David mostrando Su poder en gracia al sanar al ciego. La multitud que Le
acompaña no quiere que Él sea molestado pero Él se detiene y escucha las
necesidades de Su pueblo en Su gracia. Él ordena que traigan a Bartimeo el cual
corre hacia Él con gozo. Sus sentidas necesidades le hacen correr hacia Cristo
el cual es justamente Aquel que puede satisfacer sus necesidades y aplicar un
remedio eficaz.
El ciego era un retrato hablante del oscuro estado de los judíos, pero
en lo que ocurrió vemos la obra del Señor al producir por medio de Su gracia el
sentimiento de necesidad en el corazón de un judío en aquel momento. Sin duda ello
es cierto para todas las épocas pero especialmente en este caso acerca de los
judíos en su estado en aquel momento. Cuando Bartimeo preguntó qué era el ruido
la multitud le dijo que pasaba Jesús de Nazaret. Este era un nombre que no comunicaba
ninguna idea a los judíos ya que Nazaret era más bien un nombre con el cual el
vituperio estaba conectado. Pero fe se encontraba en el corazón del ciego
conforme al lugar que Jesús asumió con respecto a Su pueblo: el hombre dice:
"Hijo de David". Él reconoce la verdad de que Jesús de Nazaret tenía
derecho a aquel título. Jesús responde a su fe y sana al ciego. Él recibe la
vista y sigue a Jesús por el camino.
Este es un conmovedor retrato de la posición de Israel y de la obra que
se estaba llevando a cabo en medio de este pueblo. El Hijo de Dios, el Hijo de
David según la carne, el cumplimiento de las promesas había venido en gracia y
era capaz de sanar a Israel. Allí en el lugar donde el Hijo de David fue
reconocido el poder que Él trajo consigo y que estaba en Él quitó la ceguera.
Israel estaba totalmente ciego pero el poder divino estaba presente para sanar;
y si había fe suficiente para reconocer al Hijo de David en Jesús la ceguera
desaparecía. Es hermoso ver que la gracia entra allí donde la maldición había
caído pero es gracia lo que obra allí donde Jesús es reconocido como Hijo de
David; gracia que abrió los ojos del ciego hecho Su discípulo desde aquel
entonces.
Marcos 11
Ya hemos visto que el Señor asume aquí el título de Hijo de David que es
el nombre que hablaba del cumplimiento de las promesas y que Le constituía en
verdadero rey de Israel. El nombre que Él asumió habitualmente y por
preferencia fue el de Hijo del Hombre. Este nombre tenía un significado mucho
más amplio y anunciaba el derecho a un poder y a un señorío mucho más extensos
que los de "Hijo de David" pues colocaba a Cristo en estricta
relación con todos los hombres pero afirmaba Su derecho a toda la gloria que
correspondía al Hijo del Hombre según los consejos de Dios. En el Salmo 2
encontramos los dos títulos del Hijo de Dios, — el que fue dado a Jesús como
nacido aquí abajo en este mundo y el de Rey de Israel aunque en rechazo. Luego
en el Salmo 8 (después de exponer el estado de Su pueblo en los Salmos 3, 4, 5,
6, 7) nosotros vemos Su gloria y la extensión de Su poder como Hijo del Hombre el
cual ha sido puesto sobre todas las cosas. En Daniel 7 encontramos de nuevo al
Hijo del Hombre llevado ante el Anciano de Días de cuya mano Él recibe el
dominio sobre todas las naciones.
En los capítulos 11 y 12 del Evangelio de Juan al ser Cristo rechazado
por los hombres Dios quiere que un pleno testimonio sea dado de Él en los tres
caracteres de Hijo de Dios, Hijo de David e Hijo del Hombre. El primer testimonio
es la resurrección de Lázaro; el segundo en la entrada en Jerusalén sentado
sobre el asna; el tercero cuando los griegos vienen a pedir ver a Jesús:
entonces el Señor dice: "Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre
sea glorificado. De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae
en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto".
(Véase Juan 12: 20-24). Para tomar posesión de estos títulos Él debe tener Sus
coherederos con Él, — Él debe morir.
En nuestro capítulo Él asume el segundo título y se presenta a la nación
judía por última vez en la tierra conforme a la profecía de Zacarías (Zacarías
9: 9). Él se presentará más tarde en gloria y tomará posesión del trono de su
padre David; pero todo lo que Él hace ahora es presentarse a Su pueblo como
Aquel que cumple todas las promesas hechas a ellos. Bien sabía Él cuál sería el
resultado y que Él estaba a punto de asumir el título más amplio de Hijo del
Hombre y esto para tener a Sus coherederos consigo cuando según los consejos de
Su Padre Él asumiera Su gran poder y reinara. Pero era necesario que este
último testimonio fuese dado al pueblo por una parte, y al Señor por otra, de
parte de Dios; es decir, de la boca de los niños y de los que maman Él tomaría Su
gloria anticipando así el establecimiento del reino en poder.
Ahora bien, este rey era Emanuel, el Señor mismo, y Jesús actúa aquí en
este carácter. Él envía a Sus discípulos a traer un pollino de una aldea
vecina, y cuando sus dueños preguntaron qué hacían los discípulos llevándoselo,
ellos respondieron conforme al mandato del Señor: "El Señor lo
necesita"; y el hombre lo envió enseguida. Todo fue hecho para que la
palabra del profeta se cumpliera porque en este Evangelio nosotros no solamente
tenemos hechos presentados siempre como los efectos de la gracia soberana como
en efecto lo fueron sino como el cumplimiento de las promesas hechas a Su
pueblo. Observen ustedes que una parte del versículo citado (Zacarías 9: 9) es
omitida; es decir, dos expresiones que
tienen que ver con la venida del Señor en poder para tomar posesión de Su
reino. Estas son las palabras, "justo" y "salvador"; como
"justo" Cristo ejecutará venganza sobre Sus enemigos; como "Salvador"
Él liberará al remanente; pero todavía no era el momento para estas dos cosas.
Por tanto los discípulos Le trajeron el pollino y entonces el Señor
Jesús entró en Jerusalén como rey. Una muy grande multitud movida por el poder
de Dios y habiendo visto también Sus milagros y especialmente la resurrección
de Lázaro va delante y Le rodea, tendiendo sus mantos por el camino y cortando
ramas de los árboles para tenderlas en Su senda dándole el lugar y la gloria de
un rey y reconociéndole de hecho como el Mesías real. Una escena admirable en
la que no se trata del frío razonamiento del intelecto del hombre, — ni tampoco
se trata del mero efecto de Sus hechos milagrosos aunque es un fruto de ello, —
sino de la acción poderosa de Dios sobre las mentes de la multitud obligándola
a dar testimonio del despreciado Hijo de Dios por un corto tiempo. También es
citado el testimonio del Salmo 118 que es una notable profecía citada a menudo
de los postreros días en Israel. (Marcos 11: 9; Salmo 118: 26). El propio Señor
habló de los versículos que preceden a los que Dios puso en boca de la
multitud: "La piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser
cabeza del ángulo". (Salmo 118: 22; Marcos 12: 10).
La multitud utilizó allí el versículo que anunciaba el reconocimiento
del Hijo de David por parte del remanente del pueblo de Israel: leemos,
"¡Hosanna!" (palabra hebrea que significa "¡Salva ahora!" y
que se convierte en una especie de fórmula para pedir la ayuda del Señor
cuando el verdadero Cristo o Mesías es reconocido), "¡Hosanna! ¡Bendito el
que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino de nuestro padre David que
viene! ¡Hosanna en las alturas!". Ahora bien, este clamor reconocía a
Jesús como el Hijo de David, el Mesías. Tal era la voluntad de Dios; a saber, que
Su Hijo no fuese dejado sin este testimonio y sin ser honrado de esta manera.
Él actúa ahora en Jerusalén de acuerdo con esta posición.
Toda la ciudad se conmovió preguntando quién podía ser éste; y la
multitud dijo que Él, Jesús de Nazaret, era el profeta que había de venir.
Jesús entra en el templo y lo purifica con la autoridad real de Jehová
expulsando a los que lo profanaban. Él juzga a la nación y a sus gobernantes
diciendo: "¿No está escrito: Mi casa será llamada casa de oración para
todas las naciones? Mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones". Pero
si Él es Jehová presente en el templo Él es siempre Jehová presente en gracia para
todas las necesidades de Su pueblo: Él sana a los ciegos y a los cojos. Pero
ningún testimonio es suficiente para penetrar la dura cubierta de incredulidad
que envuelve los corazones de los principales del pueblo cuando ven los
milagros. Al oír a los niños clamar "¡Hosanna!" ellos se indignan. El
Señor enseña aquí que el tiempo para convencerlos ha pasado y apela al
testimonio del Salmo 8 en cuanto a esto. Dios había previsto y predicho estas
cosas: "De la boca de los pequeños y de los que todavía maman has establecido
la alabanza". (Salmo 8: 2 -RVA). Si el pueblo Le rechazó Dios se encargó
de que Él tuviera la alabanza que Le correspondía.
Pero todo ha terminado para el pueblo hasta que la gracia soberana de
Dios actúe para despertar a una parte de él en medio de la tribulación que su
incredulidad habrá traído sobre él; y despertado al arrepentimiento este
remanente clamará como los muchachos, "¡Hosanna al Hijo de David!"
(Véase Mateo 21: 15) pero entonces todo será gracia. De acuerdo con la
responsabilidad del hombre todo había terminado y el pueblo fue juzgado: y esto
es lo que el Señor muestra en el incidente que sigue a continuación. Él no permaneció
en la Jerusalén rebelde e incrédula sino que va a Betania donde se había
manifestado el poder de la resurrección y donde Él puede encontrar un objeto y
un refugio para Su corazón entre los hombres después de que Su pueblo Le ha rechazado.
Luego cuando Él regresa a la ciudad tiene hambre y viendo una higuera por
el camino Él busca fruto pero no lo encuentra, sólo encuentra hojas. Él maldice
el árbol diciendo: "Nunca jamás coma nadie fruto de ti"; y la higuera
se secó de inmediato. Esto es Israel según el pacto antiguo, el hombre conforme
a la carne; esto es el hombre en el lugar en que Dios ha dedicado todo Su
cuidado y ha empleado todos Sus medios, — el hombre por el cual Dios pudo
entregar incluso a Su Hijo unigénito para obtener algo bueno de su corazón y
alcanzarlo para persuadirlo para lo que es bueno y para Él mismo. Todo fue en
vano; Él había perdonado el árbol también este año por intercesión del viñador
(véase Lucas 13); había cavado
a su alrededor y lo
había fertilizado pero este no había producido ningún fruto. ¿Qué podía haber
hecho Él a Su viña que no hubiese hecho? (Véase Isaías 5). No es todo el hecho
de que somos pecadores
pues seguimos siendo pecadores después de que Dios ha hecho todo lo posible
para ganar el corazón del hombre. Esto nos muestra la importancia de la historia
de Israel y de nuestra historia contada por Dios, y la de Su paciencia y la de
todos Sus modos de obrar excepto que después tenemos el testimonio supremo de Su
amor en la muerte de Cristo por lo cual somos aún más culpables. Abundancia de
hojas pero ningún fruto; pretensión de piedad, — formas religiosas, pero el
verdadero fruto conforme al corazón de Dios, lo que Él busca en los Suyos, no va
a ser encontrado en el hombre.
Israel según el antiguo pacto, es decir, el hombre según la carne
cultivado por el cuidado de Dios y desechado para siempre nunca producirá fruto
para Dios. Israel mismo ha mostrado ser inútil y haber sido incapaz de
retribuir todo el cuidado que Dios le concedió. El hombre está condenado a la
esterilidad eterna de manera natural. Este milagro es aún más notable ya que
todos los milagros de Cristo no fueron sólo señales de poder sino un testimonio
del amor de Dios. El poder divino estaba allí pero para sanar, para curar, para
liberar del poder de Satanás y de la muerte, para destruir todos los efectos
del pecado en este mundo. Pero todo esto no cambió el corazón del hombre; por
el contrario, mediante la manifestación de la presencia de Dios despertó la
enemistad de su corazón contra Él, — enemistad demasiado a menudo oculta del
propio hombre en lo más profundo de su corazón. Sólo aquí encontramos un
milagro que tiene el carácter de juicio.
Todo es sacado a la luz
ahora; el hombre puede nacer de nuevo, puede recibir la vida del segundo Adán.
Israel puede ser restaurado por gracia según el nuevo pacto; pero el hombre en
sí mismo, el hombre en la carne que es juzgado después de todo lo que ha sido hecho
para producir fruto se muestra incapaz de producir algo bueno. Dios salva a los
hombres, Dios les da la vida eterna. Al recibir a Cristo el hombre recibe una
vida que da fruto; el árbol ha sido injertado y Dios busca fruto en la rama
injertada; pero Él ha terminado con el hombre en la carne excepto en lo que respecta
al juicio que debe caer sobre él por sus pecados; y, gracias a Dios, Él es
libre para liberarlo por gracia de este estado, libre para salvarlo por medio
de la sangre de Jesucristo, de engendrarlo de nuevo, de reconciliarlo consigo,
de adoptarlo como hijo Suyo y de hacer de él las primicias de Sus criaturas. (Santiago
1: 18). Israel es dejado y el hombre es juzgado; pero la gracia de Dios
permanece y Cristo es el Salvador de todos los que creen en Él.
Pero qué escena es ésta en la que Cristo, el Mesías, el Hijo de David,
Emanuel en la tierra entra en Su casa (Marcos 11: 15) y con Sus ojos santos mira
allí todo lo que el hombre hace en ella y muestra Su indignación contra el
sacrilegio que la había convertido en una cueva de ladrones. Él vindica la
gloria y la autoridad de Jehová expulsando a los que profanan el templo. Luego
se encuentra cara a cara con todos Sus adversarios que vienen uno tras otro a
condenarle (Marcos 11: 27): pero ellos encuentran la luz y la sabiduría que
muestran claramente la posición de ellos; de modo que deseando condenar todos
ellos se encuentran condenados y el Salvador es dejado libre para seguir Su
obra de gracia y redención en presencia de Sus adversarios ahora reducidos al silencio.
Pero antes de juzgarlos mediante Sus respuestas cada clase del pueblo expone el
principio fundamental que daría a Sus discípulos el poder de vencer los
obstáculos que estas clases condenadas de judíos levantarían contra ellos ya
que exteriormente el poder y el orden establecido estaban en manos de ellas.
"Tened fe en Dios" dice el Salvador cuando Pedro se asombra
ante el hecho de que la higuera se secó tan pronto. Todo el poder que se
presentaba a la debilidad de los discípulos se desvanecería ante la fe. Esto es
un principio muy importante en el andar y en el servicio del cristiano, sólo
que esta fe debe ser ejercida sin ninguna duda en absoluto haciendo entrar a
Dios en la escena y no debe ser el movimiento de la voluntad sino la conciencia
de la presencia y de la intervención de Dios. Sucede así que donde la fe es
encontrada y las peticiones son hechas por fe el efecto sigue ciertamente a
continuación. Sin embargo y con todo esto la presencia de Dios es la presencia
de un Dios de amor; y cuando nosotros oramos pidiendo que se cumpla nuestro
deseo debemos estar en comunión con Él y entonces nos damos cuenta de Su poder
en respuesta a la fe, y entonces el espíritu de perdón hacia los demás es
encontrado en el corazón. Por ejemplo, si yo abrigara venganza contra mis
enemigos yo no podría esperar que mis oraciones sean respondidas; e incluso si yo
fuese oído sería castigado. Dios no intervendría de esta manera porque Él
rechazaría un deseo tan malo o incluso si a Él le pareciera bien responder la
oración haríamos caer el castigo sobre nosotros mismos. Porque Dios en Su
gobierno actúa siempre conforme a Su carácter. [Véase nota].
[Nota]. Como este pensamiento puede ser un poco oscuro
para algunos esto puede ser presentado en otros términos, a saber, «La fe que
encuentra una respuesta a su oración debe haber encontrado a Dios y estar en el
disfrute de la comunión con Él; pero por otra parte Dios es amor y para reconocer
Su poder para obtener la respuesta uno debe saber lo que es estar en Su
presencia, presencia que la fe ha descubierto; pero esta comunión no puede ser
conocida si no hay amor. Por consiguiente, cuando nos presentamos en fe para
pedir el cumplimiento de nuestro deseo debemos perdonar a nuestro hermano lo
que podamos tener contra él; de lo contrario estamos en la presencia de Dios en
lo que respecta a Su gobierno y por tanto sujetos al efecto de nuestros pecados.»
Ahora Él entra de nuevo en Jerusalén pero no se hospedará en la ciudad
ahora abandonada por Dios. Él comienza aquí a pasar revista, a examinar a todos
los principales del pueblo de los cuales yo he hablado; y en primer lugar
encontramos la examinación de la autoridad que se levanta contra la Suya. Él entra
en el templo donde vienen los principales sacerdotes, los escribas y los
ancianos y le preguntan con qué autoridad Él hace estas cosas y quién le ha dado
esta autoridad. Nosotros los vemos así oponiéndose unos a otros; la autoridad
de cualquiera de ellos es cuestionada. La autoridad oficial, la que es externa
estaba en manos de los sacerdotes; la verdad y la obediencia a Dios estaban en
Jesús. Si Su poder ya había sido manifestado este no mostraba ninguna señal de reivindicarse
por el momento: fue inútil mostrar más señales de poder; ellos ya estaban
condenados; habiendo visto señal tras señal y habiéndose endurecido en
incredulidad ya era ahora el momento para el juicio, no ciertamente de su
ejecución sino del juicio moral; ellos fueron dejados sin una respuesta.
Los principales del pueblo preguntan con qué autoridad Él había
purificado el templo. No había en ellos celo por la santidad de Dios sino mucho
celo por la propia autoridad de ellos y esto es característico de los dignatarios
eclesiásticos, — ellos piensan acerca de su propia autoridad y no acerca de
Dios. El Señor Jesús sólo pensaba en la autoridad de Dios y lo que Él hacía era
el resultado de ello. Si la conciencia de los gobernantes no se hubiera
endurecido y aunque no les hubiera gustado lo que el Señor había hecho ellos
habrían guardado silencio avergonzados del estado en que se encontraba el
templo mientras estaba bajo el cuidado de ellos. Habiendo rechazado al Señor
ellos no podían reconocer Su autoridad y a partir de aquel momento las pruebas fueron
inútiles. Pero la sabiduría divina del Señor les hace reconocer su propia
incapacidad para resolver asuntos relacionados con la autoridad y el testimonio
divino.
Él pregunta si la misión de
Juan el Bautista era divina. Si decían que sí entonces Juan había dado
testimonio de Jesús; si decían que no la autoridad de ellos quedaba comprometida
ante el pueblo. ¿Dónde estaba el derecho de ellos a preguntar: "¿Qué es la
verdad?" Ellos la conocían y sin embargo se alegraban bastante de tener el
largamente perdido honor de tener un profeta en medio de Israel. Reconocer sus
pecados no les acomodó y así la luz se apagó pronto para sus corazones; pero el
pueblo siempre consideró a Juan como un profeta. Así que ellos no se atrevieron
a decir ni Sí ni No. Esta fue la confesión de ellos en cuanto a que no eran
capaces de juzgar las afirmaciones de un hombre que profesaba tener una misión
de parte de Dios; porque no podían decir si Juan era un profeta o no. Si este
era el caso Jesús no necesitó responderles ni satisfacerles acerca de Su misión
como a personas armadas con la autoridad de Dios a las que uno está obligado a
decir la verdad.
Marcos 12
La incapacidad y la incompetencia de las autoridades entre los judíos son
mostradas claramente. Ellos habían pretendido juzgar al Señor pero la palabra
de sabiduría divina en Su boca los había juzgado a ellos y los había obligado a
confesar su incompetencia. Ahora el Señor comienza por Su parte a mostrar a
todas las clases de los judíos el estado en que ellos estaban y en primer lugar
el de todo el pueblo. Israel había sido la viña de Jehová; Él la había arrendado
a ciertos labradores para recibir de ellos su fruto a su debido tiempo. Él había
hecho todo lo que podía por Su viña; era imposible hacer más de lo que Él había
hecho. Israel disfrutaba de todos los privilegios que una nación podía
disfrutar. En el tiempo de recoger los frutos el Señor envía a Su siervo para
que recibiese de los labradores del fruto de la viña.
Los profetas de parte de Dios buscaron estos frutos del pueblo pues Él
era el Señor de la viña pero los labradores tomaron a un siervo y lo golpearon,
mataron a otro y rechazaron a todos ellos. Así trató Israel a todos los siervos
de Dios enviados por Él para llamarlos a regresar a su deber. Por último,
teniendo aún un Hijo, Su muy amado Hijo, Lo envió también a ellos diciendo,
"Tendrán respeto a mi hijo". Pero ellos echándole mano le mataron y le
arrojaron fuera de la viña. Ellos querían tomar posesión de la viña matando al
heredero legítimo.
Analicemos un poco esta parábola. Con qué dignidad y calma el Señor
expone la conducta pasada del pueblo de Israel y ¡también la conducta de ellos en
aquel mismo momento! Él estaba dispuesto a padecer pues había venido a morir
pero los hechos de Sus enemigos debían ser claramente expuestos; ellos llenaron
la medida de su iniquidad con los ojos abiertos. ¡Pobres judíos! Dios en Su
gracia soberana tendrá compasión de ellos y restaurará a Su pueblo (mediante un
nuevo pacto) a su lugar de pueblo de Dios reconocido por Él. Marcos siempre narra
todo rápidamente. La consecuencia del pecado de Israel es mostrada pero sabemos
de la lectura de los otros Evangelios que en la respuesta de ellos los judíos
se vieron obligados a pronunciar su propia sentencia y que ellos comprendieron
bien lo que significaba la parábola. Aquí se cuenta el simple hecho de la ruina
de ellos y el del rechazo del Cristo, el Hijo de Dios. El Señor de la viña, Jehová
de los Ejércitos, vendría a destruir a los malos labradores y daría Su viña a
otros.
A continuación Él cita una vez más el
Salmo 118 y pregunta al principal
del pueblo (una pregunta que era aplicable
directamente a Él mismo), "¿Ni aun esta escritura habéis leído: La piedra
que desecharon los edificadores ha venido a ser cabeza del ángulo; El Señor ha
hecho esto, y es cosa maravillosa a nuestros ojos?" ¡Qué clara declaración
profética de la posición de Israel y de sus consecuencias! Toda la historia de
Israel presentada de manera sucinta y perfectamente descrita en unos pocos
versículos: toda su conducta desde el tiempo de Moisés hasta la cruz expuesta
en unas pocas palabras; su pecado con respecto a Jehová, con respecto a Cristo,
con respecto a los profetas y las temibles consecuencias para la nación y los modos
de obrar de Dios con respecto a ella. Dios le quita todos sus privilegios y
entrega Su viña (donde Él buscaba fruto) a otros. Es así con este gran hecho
del pecado del hombre y de la incredulidad judía, — es decir, con el rechazo y
la crucifixión del Señor, — Él sería exaltado a la diestra de Dios y se
convertiría en cabeza del ángulo. Nosotros también tenemos aquí la llave de la Escritura
Veterotestamentaria por medio de la profecía pues con una sola mirada vemos
todos los modos de obrar de Dios comunicados al entendimiento espiritual. Sólo
la sabiduría divina y la revelación divina son las que pueden revelarnos los
pensamientos de Dios y los hechos del hombre y pueden anunciárnoslos.
Nosotros hemos visto que todas las clases de
judíos vienen una tras otra a juzgar al Señor pero de hecho vienen a ser juzgadas.
Los fariseos y los herodianos se presentan primero para atraparlo en Sus
palabras. Ellos no se atrevían a ponerle las manos encima aunque lo habrían
hecho gustosamente porque habían comprendido perfectamente que la parábola de
la viña y los labradores había sido pronunciada contra ellos pero el pueblo
estaba todavía bajo la influencia de Sus palabras y de Sus obras. Los
gobernantes temían al pueblo pues no meramente eran ellos esclavos de sus
propias pasiones e incredulidad sino del pueblo mismo y ellos temían aún más
hacer algo contra el Señor creyendo que el pueblo Le favorecería ya que ellos no
tenían ni el poder de la fe ni la libertad que es el resultado de la rectitud;
pero ellos dependían del favor del pueblo.
La hora del Señor no había llegado aún. Ellos
enviaron algunos espías para que Le sorprendieran en Sus palabras. Los fariseos
llenos de soberbia en cuanto a los privilegios del pueblo y siempre dispuestos
a soliviantarlo contra los romanos halagaron las pasiones del pueblo. Ellos estaban
sometidos al yugo gentil a causa de sus pecados y ya no eran reconocidos como
pueblo de Dios. El Mesías prometido había sido enviado en la persona del Señor
y ellos no habían estado dispuestos a recibirle porque Él manifestaba a Dios en
la tierra y el endurecido corazón de ellos no deseaba a Dios ya que ellos
deseaban poseer la gloria de ser el pueblo de Dios pero no recibir a Dios y
someterse a Él. La rebelión del corazón de ellos contra Dios estaba unida a la
rebelión de su orgullo nacional contra los gentiles.
Los herodianos, por el contrario, aceptaban
la autoridad romana y no se afligían por los privilegios de Israel pero ellos estaban
dispuestos a buscar a toda costa el buen favor de ese pueblo poderoso que
mantenía al pueblo de Israel bajo su pesado yugo por juicio de Dios. Ahora
bien, si el Señor hubiera dicho que ellos no debían pagar tributo Él se habría
mostrado hostil al dominio romano y los herodianos estarían dispuestos a
acusarle; y si Él decía que ellos debían pagar entonces Él no era el Mesías que
debía liberar a Su pueblo del odiado yugo romano. Ellos no pensaban en ninguna
otra liberación y por eso Él habría perdido el favor del pueblo. Los herodianos
y los fariseos se reconciliaron con el propósito de deshacerse del Señor pero
la sabiduría divina responde a toda dificultad.
Los judíos debiesen haberse sometido al yugo
que Dios mismo había colocado sobre el cuello de ellos hasta el momento en que
la gracia los liberara y recibieran al Libertador que vendría según las
promesas de Dios; y hasta que estas promesas se cumplieran ellos debían dar humildemente
a Dios lo que Le es debido aceptando siempre su castigo de manos de Él. Pero ellos
no hicieron ni lo uno ni lo otro; fueron hipócritas ante Dios y rebeldes con respecto
a los hombres. El Señor les pide que Le den una moneda con la imagen de la cabeza
del emperador y les pregunta, "¿De quién es esta imagen y la inscripción?"
Los judíos responden, "De César"; y Jesús dice, "Dad a César lo
que es de César, y a Dios lo que es de Dios". Y los judíos se marchan
asombrados. Una respuesta justa que no sólo respondió a la acusación de ellos
sino que reconoció al mismo tiempo el verdadero estado de Israel y el juicio de
Dios.
Luego vienen los saduceos, otra secta de los
judíos quienes no creían en el mundo invisible, ni en los ángeles, ni en la
resurrección. Dios había dado una ley a Su pueblo Israel y eso era todo.
Acostumbrados a los argumentos de los hombres ellos no esperaban encontrarse
con la sabiduría divina ni con la fuerza irresistible de la palabra de Dios. Ellos
presentaron un caso que (suponiendo que aquello que imaginaba la insensatez de
ellos fuese cierto) hacía que la resurrección fuera ridícula e imposible pues
ellos suponen que las relaciones y el estado de este mundo continúan en el
otro. Esto es lo que los hombres hacen, a saber, ellos mezclan sus pensamientos
con la palabra de Dios y como estos pensamientos no concuerdan con ella ellos piensan
que ella es ininteligible y la rechazan. Pero en este caso de lo que se trata
es de una verdad vital y fundamental y el Señor no sólo hace que Sus enemigos
callen mediante la sabiduría de Su respuesta dejando al descubierto la
hipocresía de ellos sino que Él revela claramente la verdad misma que es
enseñada de manera oculta en el Antiguo Testamento y la dota de Su propia
autoridad.
Todo depende de esta verdad; a saber, la
evidencia de que Jesús es el Hijo de Dios y de que Dios ha aceptado Su
sacrificio. Es la victoria sobre la muerte: todo lo que pertenece a la
miserable condición del hombre es dejado atrás; es la entrada en el nuevo
estado del hombre según los consejos de Dios; la introducción en el estado
eterno de gloria y la plena conformidad con Cristo. Es cierto que los inicuos
serán resucitados para juicio pero el Señor considera a los Suyos y el estado
de ellos como también lo hace 1ª Corintios 15. El Señor quiere decir que el
Antiguo Testamento contiene la revelación de esta verdad. En el Salmo 16 se
enseña claramente en cuanto a Su persona; pero se dice que los saduceos sólo
recibían la ley de Moisés; pues ahora bien, esta ley tiene que ver en primer
lugar con lo que Dios había establecido en la tierra para Su pueblo terrenal: y
la vida y la incorruptibilidad han sido sacadas a la luz por el evangelio y por
la resurrección del propio Señor. Y aunque esta luz estuvo nublada en los
tiempos del Antiguo Testamento sin embargo no carecieron de ella los que siendo
peregrinos y extranjeros en la tierra buscaban una patria mejor y una ciudad
celestial. (Véase Hebreos 11). La enseñanza inmediata se refería al gobierno de
Dios en la tierra pero por medio de la fe los corazones de los fieles pudieron hallar
ampliamente en ella lo que necesitaban para orientarse hacia una patria eterna
y celestial.
Los fariseos creían en la resurrección y en
cuanto a esto tenían el entendimiento de la verdad; pero el Señor deseó mostrar
que si los saduceos sólo recibían la ley, la ley misma, Dios había dado en todo
momento lo que era suficiente para llevar al entendimiento espiritual a esperar
cosas mejores que las terrenales, y por medio de la fe llevarlo a una relación
más cercana con Dios que la que podía ser disfrutada en Su gobierno ya sea del
mundo o de Su pueblo por muy real que este gobierno pudiese ser. Entonces el
Señor condena a los saduceos por completo; ellos ignoraban bastante las
Escrituras y el poder de Dios. El Señor revela la verdad en primer lugar y la
verdad es que tan pronto como una persona es resucitada de los muertos ella es
como los ángeles y ya no es cuestión de casarse o darse en casamiento. Luego Él
muestra que en sus primeros elementos la primera expresión de las relaciones de
Dios con los hombres (cuando Dios habló a Moisés) contenía una vida más allá de
la muerte y consecuentemente la resurrección ya que el hombre consta de cuerpo
y alma conforme a los consejos de Dios. Abraham, Isaac y Jacob habían estado
muertos por largo tiempo pero Dios era siempre Dios de ellos; y sin embargo
ellos seguían vivos y consecuentemente no permanecerían siempre bajo el poder
de la muerte sino que resucitarían.
Los saduceos los cuales sólo creían en la ley
necesitaban una prueba clara de la verdad tomada de la propia ley. Y cualquiera
que sea la verdad en cuanto a los saduceos es importante que entendamos que
desde el principio cuando Dios entra en relación con el hombre y habiendo
entrado el pecado y la muerte Dios siempre asume el terreno de la resurrección.
No hay otro fundamento verdadero de bendición. Las mismas promesas hechas a
Israel se fundamentan en esta verdad; al menos el cumplimiento de ellas.
(Hechos 13: 34). Por lo tanto lo primero que el Evangelio revela tiene su
origen en la primera manifestación clara de Dios en la relación con los
hombres, una relación fundamentada en la redención (una cosa externa en Israel,
es cierto, pero eternamente consumada en Cristo). Pero así como la gran verdad
del cristianismo, a saber, el nuevo estado del hombre, es establecida por la
palabra del Señor, así también la perfección de la ley como norma del deber del
hombre es puesta de manifiesto.
Uno de los escribas que había oído la disputa
del Señor con los saduceos y había percibido que Él había respondido con
verdadera y divina sabiduría se acercó y le preguntó: "¿Cuál es el primer
mandamiento de todos?" Los escribas creían que los mandamientos diferían
en cuanto a valor y que unos valían más que otros para completar el total de
justicia que el hombre debiese lograr. Nuevamente el Señor responde en este
caso sin devolver la pregunta a los que la formularon para confusión de ellos
pero Él establece los dos grandes pilares de la responsabilidad del hombre: a
saber, la unidad de Dios y el deber del hombre hacia Él y hacia su prójimo.
Esta era la fe de Israel y su deber hacia todos. El Señor no cita los diez
mandamientos sino los grandes principios de la ley en cuanto a todo el deber
del hombre. El Señor supo sacarlos a relucir, divinamente ocultos como ellos están
en los libros de Moisés; Deuteronomio 6: 4, 5; Deuteronomio 10: 12; Levítico 19:
18.
El sentido del deber era perfecto en Él como
también la gracia y el amor divino; es Uno mayor que éstos. Es hermoso ver esta
perfección en el Señor: la gracia y el amor de Dios fueron manifestados en toda
Su vida; nosotros los hemos visto. Pero aquí encontramos también la norma
perfecta del andar y del deber del hombre en la tierra según la ley; no lo que
era evidente para todos los hombres (es decir, los diez mandamientos que son lo
primero que viene a la mente), sino los principios esparcidos aquí y allá a lo
largo de los libros del Antiguo Testamento que resplandecían en todas partes
para Él, — para un corazón que comprendía y poseía la perfección de humanidad
ante Dios; porque Él exponía la perfección divina ante los hombres. Su corazón
veía lo uno y lo entendía mientras que la expresión de lo otro brotaba del
mismo corazón de manera natural. La conciencia y el corazón del escriba están
conmovidos y él da testimonio de la perfección de la respuesta del Señor
añadiendo que hacer así valía más que los sacrificios y los holocaustos. Él no
estaba lejos del reino de Dios. Un corazón que comprende los pensamientos de
Dios acerca del hombre ama aquello que Dios ama; la diferencia moral de lo que
es bueno está muy lejos de la capacidad de recibir lo que Dios revela para la
bendición de Su pueblo. Ahora bien, a partir de este momento ellos no se
atrevieron a hacerle pregunta alguna. La sabiduría del Señor era demasiado
grande para sus corazones.
Pero el Señor les hace a Su vez una pregunta
de cuya respuesta dependía toda la verdad relativa a Su posición y a la de
ellos: «¿De quién es hijo Cristo?»
Los judíos dijeron: "De David". Ello era cierto pero el Señor dijo
además: «Entonces, ¿cómo
le llama David su Señor si él es su hijo?»
Jesús era el Hijo de David pero Él debía sentarse a la diestra de Dios como
Señor en naturaleza de hombre. Esta era la clave de la situación. Pero las
relaciones del Señor con los judíos habían llegado a su fin; cada clase se
había presentado ante Él y había sido juzgada.
Versículos
31-40.
El Señor denuncia aquí a los escribas que corrompían la palabra de Dios que
ellos pretendían explicar; ellos asumían la apariencia de piedad y buscaban su
propia gloria y el dinero de los demás incluso el de las viudas a las que ellos
obtenían acceso con el pretexto de piedad. Por esta causa el juicio de ellos
sería aún más terrible; pero Dios no olvida a los Suyos en medio de la
hipocresía de los aparentes religiosos. Ellos pueden cometer errores: tal vez el
óbolo de la viuda ayudó a pagar a Judas; pero dicho óbolo fue entregado a Jehová
y el corazón de la viuda que estaba ocupado acerca del óbolo no escapó a los
ojos del Señor ni a la atención de Su amor. Los ricos habían dado mucho pero la
viuda se ofreció a sí misma como un sacrificio vivo al Señor; ella dio todo lo
que tenía. Tal vez ella podría haber empleado mejores medios pero dio su óbolo
desde el fondo de su corazón al Señor y ese óbolo fue recibido por Él y nosotros
deberíamos pensar en esto.
Marcos 13
Nosotros hemos visto al pueblo juzgado, a cada clase llevada por la mano
de Dios a la presencia del Señor para recibir su juicio; los hemos visto
condenados moralmente por la palabra de Dios y por la bendita sabiduría del
Señor. Pero la iniquidad que motivó la ejecución misma debía causar muchas
dificultades a los discípulos. Ellos tendrían que andar por un camino lleno de
peligros y se les advierte aquí cómo pueden escapar del juicio que estaba a
punto de caer sobre el pueblo amado a causa de sus pecados. El Señor ya no
estaría presente para guiarlos pero Su corazón no podía dejarlos en ignorancia en
cuanto a la senda o en cuanto a las dificultades que ellos tendrían que
encontrar. Y el testimonio que Jesús dio de ello haría que las dificultades y
los peligros fueran una prueba de la verdad de Sus palabras y un estímulo para
sus corazones cuando se encontraran en la dificultad.
Pero el Señor no se detiene en el cumplimiento del juicio pronto a
realizarse sino que revela los modos de obrar de Dios hasta Su venida cuando
Israel será bendecido de nuevo después de haber pasado por un juicio tal que
sólo quedará un pequeño remanente del pueblo y el poder de las bestias (es
decir, de los imperios gentiles) será destruido, Satanás será atado y el mundo reposará
en paz. Sin embargo el Señor habla aquí más como una advertencia a Sus
discípulos que como un anuncio de la paz y el reposo del mundo después de la
ejecución del juicio.
Acostumbrados como estaban los discípulos a ver en el templo la casa de
Dios y el centro glorioso de la religión de ellos, señalan al Señor llenos de
asombro la belleza de los edificios y el tamaño de las piedras, y como sucede a
menudo ellos brindan al Señor la oportunidad de comunicarles los pensamientos
de Dios acerca de los tiempos y del estado de la nación culpable. Él les
anuncia claramente la destrucción del templo como un hecho cierto; pero cuando
los discípulos preguntaron cuándo sucedería eso Él habla del estado del pueblo
hasta Su venida en la medida en que esta historia tiene que ver con el servicio
de Sus discípulos. En general lo que se dice es similar a aquello contenido en el
Evangelio de Mateo pero el Espíritu Santo nos presenta aquí al Señor como estando
más ocupado en enseñar a Sus discípulos.
Tenemos aquí enseñanza general tal como en Mateo, enseñanza que llega
hasta el final del período de la proclamación de la gracia; luego tenemos la
señal especial de la ruina final de Jerusalén que precede inmediatamente la
venida del Señor en gloria. Este interés en los discípulos en cuanto al
testimonio y al servicio de ellos responde al carácter de este Evangelio el
cual nos ofrece una historia del servicio del propio Señor. El Señor no
responde inmediatamente la pregunta de los discípulos sino que les advierte de
los peligros que encontrarían en su servicio después de Su partida. Satanás
levantaría falsos Cristos para engañar a los judíos y muchos serían engañados. Ellos
tendrían que estar en guardia. Se producirían guerras y rumores de guerras pero
ellos no debían preocuparse acerca de esto; estas cosas debían ocurrir pero aún
no sería el fin. Estas cosas eran principios de dolores pero no el fin.
Él no habla de la misión del apóstol Pablo sino de la de los doce en
medio de los judíos; sólo que el evangelio debe ser predicado a todas las
naciones antes del fin. El hecho es afirmado sin que se diga cómo debiese
cumplirse. Nosotros sabemos que será predicado el evangelio del reino tal y
como pudo haber sido predicado durante la vida del Señor. Aquí se trata del
sencillo anuncio de un testimonio del evangelio enviado a la nación antes de
que llegue el fin. Pero la consecuencia de este testimonio en lo que respecta a
los discípulos sería persecución; ellos serían golpeados en las sinagogas y
acusados ante reyes y gobernadores para testimonio a ellos. Este es el medio
que utiliza el Señor para llevar el Evangelio a reyes y a los grandes de la
tierra. Los predicadores no son los grandes de la tierra y Sus discípulos
tendrían que conservar siempre el verdadero carácter de ellos; en esto
comparecerían ante reyes y gobernantes como prisioneros para explicar la fe de
ellos.
El apóstol Pablo compareció así ante el consejo judío, ante Festo,
Agripa y finalmente ante César. Pero el posible resultado de la predicación del
evangelio no fue todo. La revelación de Dios en la persona de Cristo o en la
palabra predicada despierta la enemistad del corazón humano. Mientras Dios no es
revelado todo es tolerado pero cuando Él es revelado la voluntad del hombre se
levanta contra Su autoridad y contra la presión que esta revelación ejerce
sobre una conciencia que no está en paz; y cuanto más cercanas son las
relaciones mayor es el aborrecimiento. Este aborrecimiento rompe todos los
lazos de la naturaleza: hermano entregaría a la muerte a hermano y el padre a
su hijo; los hijos se levantarían contra sus padres y los matarían; y los
discípulos serían aborrecidos de todos por causa del Salvador.
¡Qué testimonio del estado del corazón del hombre! Si uno habla del
nombre de Jesús y de Su amor, del amor de Aquel que vino a salvarnos, el aborrecimiento
del corazón del hombre rompe todas las barreras; dicho aborrecimiento rehúsa
reconocer y atropella todos los afectos naturales. Pero el tiempo de la
liberación llegará y aquí se trata de una liberación terrenal. Ello es aún
mejor para nosotros pues si nos matan vamos a estar con el Señor y si Él viene
seremos glorificados con Él. Pero el Señor habla aquí del testimonio y del
servicio de los apóstoles en medio de los judíos. De cualquier manera en que lo
consideremos queda un reposo para el pueblo de Dios. Pero hay más; Dios estaría
con ellos por el camino. Cuando los discípulos estuvieran en presencia de los
magistrados ellos no debían pensar acerca de lo que debiesen decir; no sería
necesario preparar discursos pues el Espíritu Santo estaría con ellos y se les
daría lo que decir en aquel momento mismo.
Este es el retrato que el Señor traza del servicio de Su pueblo en medio
de los judíos hasta el final y Él añade que el evangelio será predicado hasta
lo último de la tierra. Pero ahora en el versículo 14 Él llega a una mención
más precisa y definida de los acontecimientos que ocurrirán en Jerusalén al
final. Él dice, "Cuando veáis la abominación desoladora de que habló el
profeta Daniel, puesta donde no debe estar (el que lee, entienda), entonces los
que estén en Judea huyan a los montes". Nosotros debemos considerar aquí
la profecía de Daniel que habla de esta abominación y la encontramos en el
libro de Daniel capítulo 12. La palabra "abominación" significa
simplemente ídolo; y es llamada abominación desoladora porque ella es la causa
de la desolación de Jerusalén y del pueblo judío.
Los judíos recibirán al Anticristo. El Señor dijo: "Yo he venido en
nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viniere en su propio nombre, a ése
recibiréis". (Juan 5: 43). Entonces y bajo la influencia del Anticristo
ellos volverán a la idolatría. El espíritu inmundo que salió de ellos después
del cautiverio en Babilonia entrará de nuevo en ellos con siete espíritus
peores que él y el postrer estado será peor que el primero. (Mateo 12: 43-45).
Entonces ellos levantarán un ídolo en el Lugar Santísimo donde no debiese ser
colocado y el juicio de Dios caerá sobre el pueblo y la ciudad. La desolación
será completa y "será tiempo de angustia, cual nunca fue". Y Daniel
dice, "En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que está de
parte de los hijos de tu pueblo; y será tiempo de angustia, cual nunca fue…".
(Daniel 12: 1). Esta angustia debe durar un tiempo, tiempos, y la mitad de un
tiempo (Daniel 12: 7), es decir, tres años y medio judíos, o 1.260 días, o 42
meses. Entonces los que están inscritos en el libro de Dios serán salvos, —
estos son los que habrán perseverado hasta el fin a pesar de las dificultades,
los padecimientos y la opresión del Anticristo y de los gentiles como el Señor
había predicho.
Mientras tanto y durante el tiempo del servicio general de ellos el
Espíritu Santo les daría toda sabiduría e incluso las palabras mismas que ellos
necesitarían. La bondad del Señor es aquí muy notable pues encontramos al Señor
pensando incluso en el clima en medio de este terrible juicio, juicio tan
terrible en verdad que no ha sido conocido nada igual a él en la historia del
mundo. Él les dice que oren para que su huida no sea en invierno. Él no habla
aquí del día de reposo como en Mateo porque las cosas judías no están tan en
perspectiva aquí como en aquel Evangelio. Él piensa en las que estén encintas y
en las que críen en aquellos días. Ah, cuán grande es la compasión del
Salvador; nada escapa a Su clemente memoria. Mientras advierte a Sus discípulos
acerca del juicio más terrible Él piensa en todas las dificultades que ellos encontrarían
por el camino que Él les enseña a seguir.
Pero el Señor ha acortado estos días o nadie sería salvo; pero los ha
acortado por causa de Sus escogidos. En aquel entonces para dar una esperanza
de liberación y de escape de los padecimientos surgirían falsos Cristos y
falsos profetas que harían milagros y señales (tan grande es el poder de
Satanás cuando Dios lo permite) para engañar de ser posible a los propios escogidos.
Pero ellos habían sido advertidos y después de esta tribulación sin precedentes
que sobrevendría a Jerusalén llegaría ahora el fin de la dispensación; toda
autoridad establecida sería trastornada por el juicio de Dios. El orden que Él
había establecido para el gobierno de la tierra será puesto en confusión.
Aparecen las señales de Su juicio.
Entonces verán al Hijo del Hombre que vendrá en las nubes con gran poder
y gloria. El Señor aparece para tomar posesión de la tierra que Él no sólo ha
creado sino que ha adquirido como Suya como Hijo del Hombre mediante Su muerte.
Pero lo que es anunciado especialmente aquí es que Él enviará a Sus ángeles
para juntar a Sus escogidos de todas partes del mundo. Aquí se trata siempre de
la tierra y de Israel pues la bendición de los gentiles y del mundo entero
tendrá lugar pero ello no es el asunto aquí. Nuestro lugar es mucho más elevado
ya que cuando Cristo sea manifestado nosotros seremos manifestados con Él. (Colosenses
3: 4). El Señor ya nos habrá juntado consigo en el aire, Él ya nos habrá
glorificado y nos habrá hecho semejantes a Él según Su gracia ilimitada que ha
adquirido esta gloria para nosotros según los consejos eternos de un Dios
justo; nosotros seremos semejantes a Su Hijo y estaremos con Él para siempre
siendo Él el primogénito entre muchos hermanos; pero Él habla aquí de los escogidos
de en medio de Israel dispersos entre los gentiles.
Todo esto tiene que ver aquí con el pueblo terrenal. "Esta
generación" de la que habla el versículo 30 es la generación perversa e
incrédula de los judíos que de hecho permanece incluso hasta nuestros días como
siendo una raza separada de todas las demás. Ellos moran entre las naciones
pero permanecen siempre como un pueblo separado y guardado para el cumplimiento
de los consejos de Dios. Nosotros encontramos este hecho y la fuerza de la
palabra "generación" en Deuteronomio 32: 5-20, "Generación
torcida y perversa". Y en cuanto al juicio bajo el cual se encuentra la
nación después de que Jehová ha pronunciado estas palabras se dice en el
versículo 20 de Deuteronomio 32, "Yo esconderé mi rostro de ellos; veré
cuál será su postrimería; porque generación muy perversa es, son hijos en
quienes no hay fe". (Deuteronomio 32: 20 – VM).
Los tres tiempos y medio de Daniel 12: 7 constituyen el tiempo que la
bondad y la misericordia de Dios han acortado, es decir, la última media semana
de Daniel que permanece aún sin cumplir. Después de que la abominación habrá
sido colocada en el Lugar Santísimo donde ella no debiese estar habrá tres años
y medio y después de eso habrá algunos días para purificar el templo. De este
modo el remanente de los judíos tendrá el consuelo de saber en medio de la gran
tribulación que ello será sólo por un corto tiempo. Pero nosotros ignoramos por
completo cuándo llegará este momento solemne pues ello no ha sido revelado y
sólo Dios sabe cuándo será. El Señor envía a los discípulos en relación con los
judíos y cuando ellos vieran que estos acontecimientos comienzan a cumplirse
entonces sabrían que el tiempo se acercaba.
"El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán".
Marcos 13: 31). La destrucción de Jerusalén bajo el emperador romano Tito fue
algo parecido a esto pero la profecía del Señor no se cumplió de ninguna manera
en aquel momento. En primer lugar el Señor no vino después de este
acontecimiento y además en aquel entonces aquello acerca de lo cual Daniel
había hablado no ocurrió. Ya sea que contemos 1.260 días o 1.260 años después
de la destrucción de Jerusalén nada de esta profecía ocurrió en aquel momento y
por otra parte no puede haber dos tribulaciones "cual nunca fue". En
el Evangelio de Lucas encontramos en primer lugar la destrucción de Jerusalén y
el estado actual de los judíos y sin embargo él no habla de la abominación desoladora
pero diferencia muy claramente el sitio contra Jerusalén bajo Tito de la venida
del Señor mucho más tarde. El Evangelio de Marcos habla en primer lugar de todo
el servicio de los discípulos hasta el final y luego de la tribulación final
comenzando con el hecho de la instalación de la abominación desoladora donde no
debiese estar; esto comienza en Marcos 13 versículo 14.
Nosotros encontramos este tiempo de tribulación en Jeremías 30: 7; pero
en la tribulación que sobrevino a la nación en la destrucción bajo Tito los
judíos no fueron salvos. En Daniel 12 encontramos nuevamente la liberación y la
intervención de Dios por medio de Miguel y esto sucederá en la segunda venida
de Cristo. Los únicos pasajes que hablan de la gran tribulación cual nunca fue
son Jeremías 30: 7, Daniel 12: 1, Mateo 24 y Marcos 13; y todos ellos se
refieren a los postreros días terminados por la manifestación de Cristo.
Por último el Señor los exhorta a velar y orar pues ellos no saben la hora
en que ha de llegar este tiempo. Él era como un hombre que se va de viaje, que
dejó Su casa (vemos que se trata de la tierra y de Jerusalén) y que dio
autoridad a Sus siervos y a cada uno su obra y al portero mandó que velase. Este
es un retrato de la manera en que el Señor dejó a Sus discípulos en medio de
los judíos. Pero lo que Él les dijo a ellos lo dice a todos, a saber, "Velad".
Esta es la exhortación para nosotros pues estamos llamados a esperar al Señor
sin saber cuándo Él volverá para que no nos encuentre durmiendo. Que la gracia
obre en nuestros corazones para que podamos estar esperando Su venida con un
real deseo de verle y que andemos de tal manera ¡que podamos regocijarnos
siempre al pensar en Su venida! Que Su venida nunca sea demasiado pronto para
nosotros.
Marcos 14
Volvamos a la historia de la vida del Señor y a los últimos días de esta
vida bendita. Dos días después era la Pascua y los jefes de los judíos procuraban
matarle; sin embargo ellos temían provocar un tumulto entre el pueblo porque ellos
sentían que Su doctrina y Sus milagros habían producido un poderoso efecto en
sus corazones y decían: "No durante la fiesta para que no se haga alboroto
del pueblo". Esta era la opinión de ellos pero no la de Dios. El Señor debía
morir como un verdadero cordero pascual inmolado por nosotros. Además Él debía
morir el mismo día de la pascua para sobrepasar el sacrificio de la ley que
conmemoraba la liberación de Egipto y que prefiguraba una liberación
infinitamente más preciosa, a saber, la liberación de la culpa ante Dios y del
dominio del pecado.
La muerte del Salvador se acercaba y los sentimientos de afecto y de
iniquidad se desarrollaban por uno y por otro lado. Nosotros vemos aquí a María
la cual solía sentarse a los pies de Jesús para oírle y entender Sus palabras. Su
corazón se había empapado allí de la enseñanza que brotaba del corazón de Jesús
y Jesús que era la fuente de todas las bendiciones era el objeto que se había
fijado en su corazón y ella lo había sentido en sus afectos. La gracia y el
amor de Jesús habían producido amor por El y Su palabra había producido entendimiento
espiritual. Este amor por el Salvador la hizo ahora sensible al creciente aborrecimiento
de los judíos. Los discípulos sabían que éstos buscaban matarle pero María lo
sentía, y no es que ella fuera una profetisa sino que su corazón sentía el
presentimiento de lo que el aborrecimiento de los hombres deseaba y ella hizo
lo que pudo como testimonio de su sentimiento opuesto, y el Señor hace que se
hable de este acto de amor dondequiera que el Evangelio es anunciado en el
mundo.
Es dulce entrar en la casa donde habitaba esta familia (aquí ello fue
hecho en casa de Simón el leproso), esta familia amada por el Señor pues ella fue
el refugio de Su corazón cuando siendo rechazado por el pueblo Él ya no pudo
reconocer la ciudad que había amado por tanto tiempo, y Él estaba acostumbrado
a vivir con esta familia tan amada. Marta la cual parece haber sido la mayor de
las hermanas ocupada siempre en muchos servicios, fiel y amada por el Señor
pero no de ánimo muy espiritual entendía poco de aquello que llenaba Su corazón.
María solía sentarse a Sus pies para oír Su enseñanza y el Señor había
resucitado a Lázaro hermano de ellas. De este modo el corazón de María se apegó
al Señor y se convirtió en la expresión del pequeño remanente que unido al
propio Jesús seguía el progreso de los modos de obrar de Dios; remanente que no
se detuvo en las esperanzas o pensamientos de los judíos sino que aunque
todavía faltaba la comprensión que el Espíritu Santo daría seguía fielmente al
Señor y estaba preparado para recibir todo cuando la revelación sea hecha.
Ha sido comentado acerca de que esta María no estaba en el sepulcro
buscando un Salvador vivo entre los muertos. Siempre es así; los corazones
apegados a Jesús por amor a estar cerca de Él reciben de Él mismo la revelación
de Su sabiduría y de Su gloria cuando llega el momento para ello. Es bienaventurado
comentar también que aunque el Señor era Dios mismo (toda la plenitud de la Deidad
habitaba en Él) Él era verdaderamente un hombre perfecto y santo en todo y en
todo pensamiento; es más, Él era la fuente de todo buen pensamiento. No por
ello Él era insensible a estos afectos íntimos; estaba el discípulo a quien
Jesús amaba y a Él le agradaba hablar de ello; el Señor amaba a Marta, María y
Lázaro y la casa de ellos dio un reposo a Su corazón cuando un mundo ingrato y
un pueblo rebelde Le habían rechazado. Sin duda ello es un fruto de Su gracia
pero no por ello es menos apreciado para Su corazón.
Pero, ¡lamentablemente! aquello que es olor de vida para vida es olor de
muerte para muerte. Lo que María gastó en amor para con el Señor despertó la
avaricia de Judas pues ello fue una pérdida para él. Otros cayeron también bajo
la influencia de Judas llevados por sus malos pensamientos pero el Señor
justifica a la mujer. Leemos en el versículo 8 que el Señor dice lleno de
gracia, "Esta ha hecho lo que podía"; y la consagración de ella al
Señor debería ser reconocida en todas las épocas. Cuando el Señor en Su amor
divino se entregó a Sí mismo ella por gracia hizo todo lo que podía hacer un
corazón consagrado a Él y su nombre debe acompañar al del Señor en el acto que
es el testimonio más poderoso de Su eterno amor. Aunque lo que ella pudo hacer
fue muy poco, un poco nunca es olvidado por el Señor cuando el corazón es fiel.
Versículos 10 y 11. Todo se apresura ahora hasta el final. Judas incitado
tal vez por la fuerza del soborno pero incitado en realidad por el diablo se marcha
a traicionar al Señor. El bien y el mal se consuman; se consuman en la cruz.
Ninguna conciencia ni ningún temor de Dios detiene a los jefes de los judíos en
su camino de iniquidad y de oposición al Señor de gloria pues ellos consienten
junto con Judas en darle dinero para traicionar al Señor. Él busca la ocasión
de entregar al Señor en manos de los sacerdotes sin demasiado ruido, — ¡una
ocupación verdaderamente miserable!
Versículos 12-16. Pero mientras tanto el Salvador debe explicar a Sus
seguidores la manera en que Él se entregaba a Sí mismo por ellos e instituye el
precioso memorial de Su muerte para que siempre podamos pensar en ello y para
que no sólo podamos creer en la eficacia de este sacrificio realizado de una
vez y para siempre por nosotros en la cruz, sino para que nuestros corazones puedan
unirse al Salvador que nos amó y se entregó a Sí mismo por nosotros pensando en
Él y anunciando Su preciosa muerte hasta que Él venga. Nosotros los cristianos
estamos situados entre la cruz y la venida del Señor firmemente fundamentados
en la obra consumada de la primera y esperando siempre ansiosamente el momento
en que tenga lugar la segunda.
Aunque el Señor había llegado ahora al momento de Su más profunda
humillación la gloria de Su persona y Sus derechos sobre todas las cosas
seguían siendo los mismos. Él dice a Sus discípulos que entren en la ciudad
donde iban a encontrar un hombre llevando un cántaro lleno de agua. En la casa
donde Él entraría encontrarían un corazón preparado por la gracia para recibir
al Señor. A él ellos debían decir, "El Maestro dice: ¿Dónde está el
aposento donde he de comer la pascua con mis discípulos?" Él conoce todas
las circunstancias y todos los corazones y los discípulos encuentran al hombre
tal como Él les había dicho y preparan la pascua.
Versículos 17 a veintiuno. Al anochecer
el Señor vino con los doce. Era la conmemoración de la liberación del pueblo de
Egipto pero el Señor iba a llevar a cabo una mejor redención y Él instituye un
memorial infinitamente más excelente. Pero para esto Él debía morir. Ellos estaban
todos juntos a la mesa y el Señor Jesús lleno de amor mirando a Sus discípulos
sintió profundamente el hecho de que uno de ellos que había vivido en Su santa
presencia le traicionaría. Él bien sabía quién sería el traidor pero expresa la
angustia de Su corazón cuando dice, "uno de vosotros me traicionará".
("Y cuando estaban sentados a la mesa comiendo, dijo Jesús: En verdad os
digo que uno de vosotros me traicionará, uno que está comiendo conmigo" -
Marcos 14: 18 – RV1977). Él deseó probar
nuevamente sus corazones y sacar a la luz lo que había en el interior. Ellos creyeron
las palabras del Señor y cada uno lleno de confianza en Él y de santa
desconfianza en sí mismo dijo, "¿Seré yo?" Acertado testimonio de
corazones rectos y probados que pensaban en el hecho y en la posibilidad de tal
crimen con más confianza en la palabra de Jesús que en ellos mismos.
Pero el Señor debía padecer todos estos dolores, — Él no los oculta orgullosamente
sino que Él desea colocar Sus dolores como Varón en corazones humanos pues el
amor cuenta con el amor. Hubo dolores que no pudieron ser derramados en los
corazones de los hombres y sin embargo fue la voluntad de Dios (¡bendito sea Su
nombre por siempre!) que nosotros conociéramos los padecimientos de Su Hijo;
que aunque ellos están fuera de nuestro alcance no obstante son presentados a
nuestros corazones. De este modo oímos al Señor clamar, "Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has desamparado?" (Marcos 15: 34). Y si nosotros no
podemos llegar a la profundidad de Sus padecimientos podemos comprender que ellos
fueron infinitos. Estando ahora a la mesa el Señor les anuncia Su partida del
mundo según las Escrituras y el terrible juicio de Judas porque el cumplimiento
de los consejos de Dios no quita la iniquidad de aquellos que los cumplen; si
no, ¿cómo podría Dios juzgar al mundo? Porque todas las cosas cooperan juntas
para el cumplimiento de Sus consejos. También la mala voluntad de los hombres
está siempre activa para hacer el mal. Tal como encontramos escrito en este
evangelio el objetivo del Señor no es señalar a la persona que iba a cometer el
crimen sino hacerles sentir que era uno de los doce quien había de hacerlo.
Versículo 22. El Señor instituye ahora el partimiento del pan que es una
preciosa señal y un precioso memorial de Su amor y de Su muerte. Hasta aquel
momento la pascua había sido la conmemoración de la liberación del pueblo del
cautiverio en Egipto cuando la sangre del Cordero fue puesta sobre las puertas
de las casas donde estaban los israelitas. La sangre de un Cordero más
excelente ha sido rociada ahora sobre el propiciatorio en el cielo ante la
mirada de Dios cuando Cristo el Cordero de Dios llevó a cabo todo para la
gloria de Dios y para la salvación de todos los creyentes. La obra ha sido
hecha: en el sacrificio de la cruz Jesús bebió la copa de maldición y no puede
volver a beberla; Él glorificó perfectamente a Dios acerca del pecado; es
imposible añadir algo como si algo faltara para completar la perfección de esta
obra. Él llevó los pecados de muchos y no puede volver a llevarlos; Él no puede
ofrecerse a Sí mismo de nuevo y Él está sentado para siempre a la diestra de
Dios. (Véase Hebreos 9: 24-26). Él habría tenido que padecer a menudo si Su una
sola ofrenda en la cruz no hubiera quitado para siempre todos los pecados de
todos los creyentes pues sin derramamiento de sangre no hay remisión.
El perdón de pecados para los creyentes es pleno, perfecto y eterno por
medio de la obra de Cristo. Si pecamos después de haber recibido el perdón de
nuestros pecados Cristo ora por nosotros y es nuestro Abogado en virtud de esta
propiciación y Él aparece en la presencia de Dios por nosotros como nuestra
justicia (1ª. Juan 2: 1, 2); y el resultado de Su intercesión por nosotros es
que el Espíritu Santo obra en nuestros corazones, nosotros somos humillados,
confesamos nuestras faltas a Dios y nuestra comunión con el Padre y el Hijo es
restaurada. Pero el pecado no es imputado como un delito porque Cristo ya lo ha
llevado, — ha sido imputado a Él. Como fue el caso en la pascua en Egipto; Dios
dijo, "Veré la sangre, y os pasaré por alto". (Éxodo 12: 13 – VM). La
sangre de Cristo está siempre ante los ojos de Dios, siempre presente en Su
memoria. Por tanto Cristo lava nuestros pies con el agua de la Palabra pues Él nos
ha salvado mediante Su sangre cuando por gracia hemos creído. Pero si Dios nunca
olvida la sangre de Cristo derramada una vez para siempre tampoco quiere que
nosotros la olvidemos. El Señor Jesús en Su gracia ilimitada desea que pensemos
en Él, que nos acordemos de Él. Preciosa manifestación de amor hacia nosotros
es que el Salvador se deleita en nuestro recuerdo de Él y que él nos haya
dejado un conmovedor memorial de Él mismo y de Su amor. ¡Oh, feliz es el pensamiento
de que Jesús desea que pensemos en Él porque Él nos ama! El sacrificio no puede
ser repetido pero su valor es siempre el mismo ante Dios y Jesús está sentado a
la diestra de Dios esperando el momento en que Sus enemigos sean puestos por estrado
de Sus pies; y nosotros Le esperamos hasta que venga a llevarnos consigo a la
casa del Padre y en el partimiento del
pan nosotros anunciamos Su muerte hasta que Él venga.
Es importante comentar que no hay ningún sacrificio en la época actual y
que el Señor no está personalmente presente en el pan y en el vino. La iglesia
de Roma dice que el partimiento del pan (o más bien la misa, como ellos la
llaman) es el mismo sacrificio que aquel que se realizó en la cruz. Pero cuando
el Señor dijo, "Esto es mi cuerpo… haced esto en memoria de mí ", Él todavía
no estaba en la cruz. Su sangre aún no había sido derramada y cuando partió el
pan Él no se tenía a Sí mismo en Sus manos y menos estaba crucificado pues Él no
estaba aún en la cruz. No existe ahora tal cosa como un Cristo crucificado pues
Él está sentado a la diestra de Dios y no hay ahora derramamiento de sangre
alguno. Es un hecho bienaventurado que haya una señal, una conmemoración de
esto pero es imposible que ello sea real y sustancialmente así; no hay tal cosa
ahora como un Cristo muerto.
En el partimiento del pan nosotros manifestamos Su muerte y Su sangre
derramada por nosotros pero un Cristo glorificado no puede ser un sacrificio;
no puede descender del cielo para morir; y si el pan se transforma en Su cuerpo
y hay un alma en él, entonces debe ser otra alma y esto es absurdo. Ellos dicen
que la Deidad
está en todas partes y que la sustancia del cuerpo está allí; pero el alma es
individual: ésta vive, siente, ama, es una sola alma individual. Según la
enseñanza de la iglesia romana el alma del Señor Jesús deja el cielo; pero no
puede ser la misma alma, y si es otra, ello es absurdo. El Señor dice en Lucas
22: 20, "Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre", — es decir, la
copa representa la sangre, — dado que la copa en sí no es el nuevo pacto. De
este modo el pan nos presenta de la manera más notable el cuerpo del Señor
crucificado en la cruz y el vino nos presenta Su sangre derramada por nosotros.
Por último el Señor da a beber a Sus discípulos del fruto de la vid y es
llamado así después que el Señor hubo dicho en el versículo 24: "Esto es
mi sangre del nuevo pacto". Está muy claro que cuando Él dice, «No beberé más de él», Él habla del vino en su
sentido natural. Después de la cena ellos cantan un himno estando el Señor
perfectamente tranquilo en espíritu y salen para ir al Monte de los Olivos. El
Señor advierte a Sus discípulos que esta noche todos ellos se escandalizarán de
Él y que Le abandonarán según la profecía de Zacarías: "Heriré al pastor,
y las ovejas serán dispersadas". Pero Él les anuncia Su resurrección y que
«después que
haya resucitado irá delante de ellos a Galilea.»
Nosotros encontramos una
diferencia entre la aparición del Señor en Galilea y Su aparición en Betania: esta
última está relatada en el evangelio de Lucas. Fue desde Betania desde donde Él
ascendió al cielo. En Galilea el Señor es considerado siempre como estando en
la tierra aunque resucitado de los muertos; y Él da a Sus discípulos la
comisión de ir a predicar el evangelio y a bautizar a todas las naciones. Este
servicio no fue llevado a cabo por los apóstoles, — más tarde ellos se lo
dejaron a Pablo (es decir, la predicación del evangelio a las naciones, a los
gentiles) habiendo reconocido la elección y el envío del Señor para esta obra.
Vemos que la comisión en Marcos sigue siendo diferente pues ella está
conectada con el poder celestial del Señor. La propia obra del Señor fue
llevada a cabo principalmente en Galilea y el remanente judío es reconocido
como reunido y aceptado; luego este remanente es enviado para traer a los
gentiles a las bendiciones que eran esperadas de parte de Dios. El anuncio de
bendiciones celestiales, la salvación revelada por el Espíritu Santo enviado
desde el cielo cuando Cristo ascendió allí es algo muy diferente. Pero tanto si
las bendiciones son terrenales como celestiales ellas no pueden ser
introducidas por el primer hombre dado que el segundo Hombre es el único
fundamento posible de todo.
El Salvador debía estar ahora completamente solo en Su obra y en Sus
padecimientos y el hombre debía mostrar lo que él es cuando no es guardado por
Dios. Los discípulos fueron advertidos pero Pedro lleno de confianza en su
fidelidad (y él era sincero), confiando en Sus propias fuerzas no creyó las
palabras del Señor. Pero la carne no puede resistir el poder de Satanás. El
Señor se encontraría abandonado y negado y el hombre por muy sincero que fuera
tendría que reconocer su absoluta debilidad siendo esto una lección humillante
pero muy útil y es una lección que hace que la gracia y la paciencia del Señor
resplandezcan. Es muy importante recordar, — y lo aprendemos claramente aquí, —
que la sinceridad no es suficiente para mantenernos en lo correcto porque ¡la
sinceridad es una cualidad muy humana! y necesitamos también la fuerza del
Señor contra las asechanzas del diablo y contra el temor al mundo. Si el Señor
no está allí hasta una niña puede perturbar a un apóstol. El temor al hombre es
un lazo terrible para el alma y este temor obró poderosamente en el corazón de
Pedro. Incluso cuando Él había recibido el Espíritu Santo fingió en Antioquía
cuando algunos creyentes judíos habían venido desde Jerusalén. (Véase Gálatas
2: 11-14).
¡Observen ustedes de qué manera el Señor preparó a los dos mayores
apóstoles para Su obra! Pablo trató de eliminar de la tierra el nombre de
Cristo y Pedro Le negó públicamente después de haberle conocido y después de
haber hecho milagros en Su nombre. Por tanto a ellos no les fue posible hablar nada
más que de la gracia y toda la falsa confianza en el yo fue destruida en sus
corazones. Ellos pudieron fortalecer a otros siendo conscientes de la gracia
del Señor que los había soportado y perdonado; ellos también se habían enterado
por experiencia de cuál es la maldad del corazón humano y cuán débil es el
hombre incluso el cristiano sin el socorro de la gracia divina. El Señor dice así
a Pedro, "Y tú, una vez vuelto [es decir, una vez que te hayas arrepentido
de tu falta], confirma a tus hermanos". (Lucas 22: 31, 32). Él nuevamente
fracasó después de tal manera que Pablo tuvo que resistirle cara a cara y el
propio Pablo tuvo que tener una aguijón en la carne, un mensajero de Satanás que
le abofetease para que él no se enalteciera. (2ª. Corintios 12: 7). La carne
nunca mejora y entonces cuán necesario es que los cristianos débiles velen y
tengan siempre presente la conciencia de su debilidad y busquen esa fortaleza
que se perfecciona en la debilidad, esa preciosa gracia del Señor que es
suficiente para nosotros. No es necesario que caigamos porque Dios es fiel y no
permitirá que seamos tentados más de lo que podemos pero debemos velar para no
entrar en tentación.
En la escena que tenemos ante nosotros mientras el Señor oraba en agonía
Pedro dormía; y cuando el Señor se sometió como un cordero que ante Sus
trasquiladores no abre su boca Pedro usó la espada para golpear; cuando el
Señor confiesa la verdad con calma y firmeza ante Sus enemigos Pedro Le niega. ¡Esto
es lo que la carne y el fruto de la falsa confianza en uno mismo son! Pedro también
había sido plenamente advertido. El Señor había dicho por segunda vez que antes
que el gallo cantara dos veces él Le negaría tres veces. Pero Pedro confía en
sí mismo y dice, "Si me fuere necesario morir contigo, no te negaré".
(Marcos 14: 29-31). Nosotros sabemos que las asechanzas de Satanás estaban allí
pues Satanás quería zarandear a Pedro como a trigo (Lucas 22: 31) pero el
Espíritu Santo dirige aquí nuestra atención a la falsa confianza de la carne
del corazón humano. Pero volvamos a poner nuestra atención en el bendito Señor
el cual es el ejemplo de la fidelidad perfecta así como Pedro lo fue de la
falsa confianza y de la debilidad de la carne. Vemos en Jesús a un Hombre verdadero
aunque fuera necesario el poder divino para que la naturaleza humana soportara
todo lo que Él padeció sin desfallecer.
El Señor desea que tres discípulos (los que estaban especialmente con Él
y que iban a ser columnas en la iglesia más adelante) estén con Él y que velen
mientras Él ora. La anticipación de la copa que Él iba a beber pesaba sobre Su
espíritu y la muerte que era la expresión del juicio de Dios contra el pecado
estaba ante Sus ojos, y Satanás hizo que todo esto cayese sobre Él para
impedirle llevar a cabo la obra de salvación, si ello era posible. El Señor
sintió todo y fue fiel en todo; Él "comenzó a atemorizarse, y a
angustiarse en gran manera". (Marcos 14: 33 – VM). No hubo agonía alguna en
la muerte de Esteban; fue un triunfo lleno de paz y de amor; él va a su Señor
que lo esperaba a la diestra de Dios en el cielo orando todo el tiempo como su
Señor por sus enemigos. El Señor está lleno de angustia ante la perspectiva de
la muerte y vemos aquí lo que la muerte fue para Él; vemos la realidad de Su
obra cuando Él llevó nuestros pecados en Su cuerpo sobre la cruz. En este
momento (en el huerto de Getsemaní) Él no los llevaba aún pero el sentimiento
de lo que estaba ante Él pesaba sobre Su corazón; el peso del pecado y de la
maldición estaba siendo sentido por Su espíritu con Dios pues Él todavía estaba
en comunión con Su Padre. Él no sólo debía someterse a la justicia de Dios como
hecho pecado por nosotros ante Él y soportar el castigo de ello sino que
también tenía que padecer "por su temor reverente" en el sentido de que
la anticipación del castigo pesaba sobre Él antes de soportarlo. Él se ofreció a
Sí mismo voluntariamente pero en obediencia para la gloria de Su Padre y por
nosotros en gracia; Él fue obediente hasta la muerte. ¡Alabado sea Su nombre! y
alabado será eternamente.
Esteban se regocijó porque Cristo había padecido y había abierto el
camino al cielo para él al soportar el castigo judicial de la muerte en su
lugar y Él lo ha hecho también por nosotros. Podemos comprender el valor de Su
muerte a los ojos de Dios y podemos mirar hacia Él en lo alto como lo hizo
Esteban cuando estaba lleno del Espíritu Santo mirando fijamente al cielo.
El Señor había dejado a los discípulos excepto a Pedro, Jacobo y Juan a
la entrada del huerto pero había tomado consigo a estos tres y les había dicho que
velaran mientras Él oraba. Él ora para que la hora pudiese pasar de Él si ello
era posible. Él había soportado todas las copas de padecimiento de mano de los
pecadores sin quejarse de ellas. ¡El favor de Su Padre era suficiente para Él!
Pero esta copa era ser hecho maldición; el Justo hecho pecado, encontrarse Él (el
cual siempre había sido en el seno del Padre el objeto de un amor infinito) desamparado
por Dios. A causa de Su temor reverente Él deseó retraerse de esto si era
posible. Pero para que nosotros escapáramos de la pena del pecado Él debía
soportarla por nosotros.
Sin embargo esta pena no fue más que una ocasión y una prueba de
perfecta sumisión y obediencia para el Salvador. Pero aun así Él dice: "No
lo que yo quiero, sino lo que tú". (Marcos 14: 36). Él sintió todo y pone todo
ante Su Padre de modo que Él pasa por todo como una prueba en perfecta sumisión
a Su Padre. Como prueba todo había terminado: la voluntad de Dios se manifestó
y la obediencia del Señor fue perfecta aunque la obra misma estaba aún por ser
llevada a cabo. Los discípulos fueron incapaces de pasar por siquiera la sombra
de la prueba y todos los hombres eran Sus enemigos. Satanás estaba allí con
todo su poder y sobre todo estaba ante Él la maldición que Él debía llevar por
el pecado. Todo era una prueba pero sometido a la voluntad de Su Padre Él le
demostró Su amor.
Se nos permite presenciar el ejercicio del corazón del Salvador y
participar en nuestra debilidad en la angustia de Su corazón aunque Él estuvo solo
en la prueba misma, — ¡qué inmensa gracia! En la obra Él debe estar
completamente solo y aquí también está solo pero con corazones adoradores
podemos ¡oír el clamor del Salvador cuando abre Su corazón al Padre acerca de
Sus padecimientos! ¡Ah, que nuestros corazones se mantengan vigilantemente atentos
por medio del Espíritu Santo a los santos suspiros del Salvador! Estamos
invitados a considerarle, a comprender lo que Él ha hecho por nosotros, a
disfrutar de los sentimientos de Su corazón humano y de Su perfección como
verdadero Hombre para con nosotros. De este modo en Juan 17 se nos permite oírle
cuando Él se presenta al Padre colocándonos en Su propia posición de favor ante
Él y de testimonio ante los hombres. Si la paz que poseemos al pertenecer a
esta nueva posición fundada en Su obra terminada es tan grande el privilegio de
escuchar Su clamor de angustia no lo es menos.
Observen ustedes con qué amables palabras el Señor reprende a Sus
discípulos. Él muestra a Pedro de la manera más amable la diferencia entre el
valor intenso cuando el enemigo no estaba presente y la incapacidad de velar
una hora con Su angustiado Maestro y Él excusa a los discípulos con palabras
amorosas, "el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es
débil". (Marcos 14: 38). Al mismo tiempo y estando rebosante de la
solemnidad del momento Él les advierte también que velen y oren para no entrar
en tentación. Nosotros nunca encontramos los padecimientos propios del Señor impidiéndole
pensar en los demás. En la cruz Él puede pensar en el ladrón como si Él mismo no
estuviera padeciendo: y también si Él no tenía tiempo para comer sin embargo
siempre tenía tiempo suficiente para anunciar la verdad a la multitud que Le
seguía; y recordemos que estando cansado y sentado junto al pozo de Jacob Su
corazón no se cansa de hablar del agua viva ni de examinar la conciencia de la
pobre samaritana. (Véase Juan 4: 1-30). Él nunca se cansó de hacer el bien y Él
es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos.
Pero el momento había llegado y también la última vez que los encuentra
durmiendo como las otras veces. Él debe experimentar esa soledad moral en que
se encontraba entre los hombres incluso en medio de Sus propios discípulos. Hay
una soledad en la que uno está completamente solo moralmente aunque otros estén
allí realmente. El traidor se acercaba; "Dormid ya", dice el Señor. Y
luego dice, "Levantaos, vamos; he aquí, se acerca el que me entrega".
El Señor debe recibir el último testimonio de la debilidad del corazón del
hombre cuando dicho corazón es abandonado a sí mismo y es endurecido por
Satanás. Judas Le traiciona con un beso, ¡tan terrible es la dureza de su
corazón! "Prendedle", dice él, "y llevadle con seguridad".
(Versículo 44). Pero el Señor que había pasado a través de todo en Su alma con
Dios está en perfecta paz ante los hombres en estas circunstancias sin par. Él
habla a la multitud que había salido a prenderle, Él Había estado con ellos
todos los días en el templo y no Le habían prendido, — pero la Escritura debía
cumplirse. El Señor desea dar testimonio de la autoridad de las Escrituras y si
éstas anunciaban Su muerte Él debía morir. Las Escrituras son la revelación de
los consejos y propósitos de Dios así como de todos Sus pensamientos. También
el Señor como hombre en la tierra las tomó como norma y motivo de todo lo que Él
hizo y dijo aunque siempre estuvo en inefable comunión con Su Padre. Ellas son
la revelación de los pensamientos de Dios para la tierra y para el hombre en la
tierra y revelan también su destino celestial y lo que las cosas celestiales
son. ¡Qué inmensa bendición es poseerlas!
Todos los discípulos Le dejan y huyen. Más tarde Pedro Le siguió de
lejos y Él fue llevado dentro del patio del sumo sacerdote. El Señor se somete
con perfecta calma; todo había sido ponderado ya en presencia de Su Padre y la
voluntad de Su Padre hizo que todo fuera sencillo para el Señor; pero nadie
podía seguirle al valle de la muerte ni resistir el poder del enemigo excepto
el propio fiel Salvador. fue la hora en que se permitió al inicuo tener poder
para que el Señor se entregara a Sí mismo en manos de los impíos por nosotros.
Los discípulos huyeron y un joven quiso seguirle pero cuanto más la voluntad se
aventura en esta senda más se ve obligada a retirarse con vergüenza. Ellos quisieron
prender al joven y él huyó desnudo. El pobre Pedro fue más allá para caer aún
más bajo aprendiendo al mismo tiempo para su propio bien lo que todos somos. Es
buena cosa pensar en la angustia del Señor ante Dios cuando Él abre todo Su
corazón a Su Padre y vemos Sus profundos padecimientos, Su perfecta calma ante los
hombres, el fruto de Su perfecta sumisión: vemos que los hombres son considerados
como nada en ello; Satanás no pudo hacer nada—, porque el Señor había tomado la
copa de manos de Su Padre. Esta es una enseñanza muy importante para nosotros.
Debemos entender que la condena del Señor fue una cosa determinada: los
jefes de los judíos sólo buscaron el medio de consumar la iniquidad y el
homicidio bajo la apariencia de justicia. Ellos buscaron testigos contra Él
para darle muerte pero estos testigos eran falsos y los propios testigos no
concordaban. Muchos estaban dispuestos a dar testimonio pero el testimonio de
ellos no sirvió de nada: el Señor debía ser condenado por Su propio testimonio.
Es penoso considerar la enemistad del corazón humano contra el Señor que nunca
había hecho nada más que el bien a los hombres; el cual había sanado a los
enfermos, dado de comer a los hambrientos, resucitado a los muertos, echado
fuera demonios y había manifestado el poder divino al hacer el bien.
Cuando el Hijo del hombre vino se manifestó el poder divino que era
suficiente para eliminar todas las consecuencias del pecado en la tierra hasta
la misma muerte; Cristo obró conforme a este poder: Él ató al hombre fuerte en
el desierto y saqueó su casa: hubo un poder en la tierra suficiente para eliminar
todos los efectos del pecado porque el poder de Dios se manifestó en bondad.
Pero esto sólo despertó la enemistad natural del corazón humano contra Él: no
hubo motivo para la muerte de Jesús, esta enemistad fue la única causa. Lo que
quitó los efectos penosos del pecado no quitó el pecado mismo del corazón del
hombre sino que manifestó lo suficiente a Dios como para despertar la enemistad
natural del corazón y así mostrar lo que este corazón es.
En Lucas también se dice que "el diablo… se apartó de él por un
tiempo" (Lucas 4: 13); pero luego él vuelve de nuevo como el príncipe de
este mundo; él no tenía nada en el Señor pero para que el mundo supiera que Él amaba
al Padre y que como el Padre Le mandó así Él hizo. (Véase Juan 14: 30-31). El
diablo pudo decir a Jesús: «Si tú perseveras
en sostener la causa de los hombres yo tengo derecho
de muerte contra ti.» De hecho la maldición de Dios
pesaba sobre ellos y el Señor debe pasar
por la muerte y beber la copa de la maldición de Dios sobre el pecado si Él ha
de liberar al hombre. Pregunta, ¿Se detuvo Él ante esta terrible pena de muerte
y la maldición? Él la sintió pero la bebió por amor a Su Padre y a nosotros y
en perfecta obediencia. Él entró en obediencia y gracia allí donde nosotros
estábamos en pecado y desobediencia; Él que no conoció pecado por nosotros fue
hecho pecado (2ª. Corintios 5: 21); el Cordero sin mancha se ofreció a Sí mismo
a Dios por nosotros.
Aquí en este capítulo 14 de Marcos encontramos al Señor como un cordero
que enmudece ante Sus trasquiladores. Él no responde la acusación de Sus
enemigos; ellos estaban allí con la intención de darle muerte y Él lo sabía y
estaba allí para dar Su vida en rescate por muchos. Él no responde las
acusaciones llenas de malicia y falsedad sino que cuando el sumo sacerdote le
pregunta si Él es el Cristo el Hijo del Bendito Él da pleno testimonio de la
verdad. Él es rechazado y crucificado por Su propio testimonio de la verdad;
pero aunque Él reconoce la verdad conforme a la pregunta del sumo sacerdote sin
embargo Él no va más allá de Su posición de Mesías entre los judíos.
Él añadió nuevamente Su testimonio de Su posición de Hijo del Hombre, posición
que Él iba a asumir en aquel momento. Nosotros hemos visto que Él había
prohibido a Sus discípulos decir que Él era el Cristo diciéndoles que el Hijo
del hombre debía padecer. Nosotros encontramos ahora el cumplimiento de esto
pues Cristo es reconocido como el Hijo de Dios según el Salmo 2 pero a partir
de este momento Él asume la nueva posición de Hijo del Hombre según el Salmo 8.
Ellos ya no verán al Cristo prometido en gracia entre ellos y rechazado como en
el Salmo 2 sino al Hijo del Hombre sentado a la diestra de Dios viniendo en las
nubes del cielo y manifestando Su poder en juicio. Estando sentado a la diestra
de Dios Él sólo espera hasta que Sus enemigos sean puestos por estrado de Sus
pies según el Salmo 110.
Nosotros Le vemos ahora en el cielo habiendo cumplido la obra que el
Padre le mandó que hiciese; Le vemos a la diestra de Dios, abolidos nuestros
pecados, esperando hasta que Sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies.
El Señor confiesa la verdad cuando una autoridad superior lo exige, Él
es la perfección absoluta, — la verdad misma. Satanás no puede hacer nada en
este caso excepto ciertamente que la evidencia de la verdad sea pronunciada por
la boca del Señor, y ser él mismo instrumento de la consumación de la obra de
redención que Dios deseó que fuese hecha. ¡Eternas gracias sean dadas a Él! En
cuanto a los hombres el Señor es considerado culpable de muerte porque Él habla
la verdad y la verdad en cuanto a la obra del amor de Dios al enviar al Hijo.
La verdad de Dios así como la persona del Hijo de Dios y Dios mismo son los
objetos del aborrecimiento del corazón del hombre; pero la verdad vino por
medio de Jesucristo y la gracia en el poder soberano y la sabiduría de Dios se
cumplió por medio de este aborrecimiento, un aborrecimiento en que el hombre se
mostró a sí mismo como un esclavo de Satanás. ¡Qué contraste entre el hombre
religioso, eclesiástico, y la verdad y la gracia de Dios!
Pero pensemos en el bendito Salvador que se somete como una oveja
silente ante Sus trasquiladores, se somete a los ultrajes que los hombres
acumulan sobre Él sin ofrecer ninguna resistencia; Él podría haber tenido doce
legiones de ángeles pero no usó Su poder. Él estaba en un estado de amor y
obediencia pacientes. Lo más doloroso para Él fue encontrarse negado por Su
discípulo y esto fue mucho más que los ultrajes acumulados sobre Él por hombres
brutales e ignorantes. Pero con independencia de cuál pudo haber sido Su padecimiento
el fracaso del débil discípulo no hizo sino atraer sobre él la mirada del Señor
para alentar su fe, sostener su confianza en Él y producir en su corazón
lágrimas de arrepentimiento en lugar de lágrimas de desesperación. Con
independencia de cuán grandes fueron los padecimientos del Señor ellos no
impidieron la acción de Su maravilloso corazón. ¡Que Su nombre sea eternamente
bendito!
Marcos 15
El Evangelio de Marcos relata muy brevemente las circunstancias de la
condena del Señor y este es un hecho importante. Tan pronto como Él ha sido
rechazado por los judíos Marcos habla de lo que sucedió ante Pilato para
relatar nuevamente lo que es necesario y para mostrar que el Señor también es
condenado aquí por el testimonio que Él dio de la verdad (aunque en realidad
fue por la malicia de los principales judíos); porque de hecho Pilato se
esforzó por ponerle en libertad pero no teniendo fuerza moral alguna y
despreciando a los judíos y todo lo que les pertenecía él entrega al Señor a la
voluntad sin conciencia de ellos. Cuando Pilato pregunta, "¿Eres tú el Rey
de los judíos?" Jesús responde, "Tú lo dices". A las acusaciones
de los sumos sacerdotes Él no responde nada: Su testimonio había sido presentado.
Pronto el Señor Jesús iba a ser una víctima. Todas estas acusaciones
eran nada y Pilato lo sabía pero los judíos debían manifestar el espíritu que
los animaba. Pilato trató de librarse de Jesús y de la dificultad mediante una
costumbre que parece haber sido introducida en aquel tiempo y que consistía en
liberar a un preso en la Pascua para complacer a los judíos. Al hacer esta
apelación al pueblo él también procuró prevenir el golpe de envidia y malicia
de los sacerdotes pero ello fue en vano pues el Señor debía sufrir y morir. Los
sacerdotes incitaron al pueblo a pedir que Barrabás fuera liberado y el Señor fuese
crucificado. Pilato intenta de nuevo salvarle pero para satisfacer al pueblo Le
entrega.
Los judíos son culpables en todo esto y obviamente el gobernador romano
debiese haber sido firme y haber actuado de manera justa y no haber dejado al
Señor expuesto al aborrecimiento de los sacerdotes; él fue descuidado y no tuvo
conciencia y despreció a un pobre judío que no tenía amigos; y también fue
importante para él satisfacer al agitado populacho. Sin embargo en el Evangelio
de Marcos todo el aborrecimiento y la animosidad contra el Señor son
encontrados en los sacerdotes pues ellos son siempre y en todas partes los
enemigos de la verdad y de Aquel mismo que personalmente es la verdad. La
resistencia de Pilato no tuvo ningún efecto pues era la voluntad de Dios que
Jesús sufriera porque para esto Él había venido y por esto Él dio Su vida en
rescate por muchos. En lo que sigue a continuación encontramos la historia de
la brutalidad del corazón del hombre que encuentra su deleite en ultrajar a los
que están entregados a su voluntad sin poder defenderse. Además el Señor debía
ser despreciado y rechazado por los hombres, tanto por judíos como por
gentiles. Esto demuestra que el hombre no tolera a Dios en Su bondad.
Además la nación judía tenía que ser humillada, — y los soldados escarnecieron
a toda la nación al escarnecer a su Rey. El Señor fue vestido de púrpura como
un rey, fue golpeado y escarnecido con pretendidos honores y luego fue llevado para
ser crucificado. Sobre la cruz estaba escrito, "EL REY DE LOS
JUDÍOS"; y el Señor también fue contado con los pecadores. Lo que aquí sale
a relucir especialmente es la humillación del rey de Israel. "El Cristo,
Rey de Israel, descienda ahora de la cruz", dicen los principales
sacerdotes, "para que veamos y creamos". (Marcos 15: 32). Los que
estaban crucificados con él Le injuriaban y sabemos que uno de ellos se
convirtió después y que él confesó que Jesús es el Señor.
Hasta el versículo 33 nosotros vemos la humillación del Señor y el
aparente triunfo del mal. El hombre en general e Israel como nación muestran su
alegría al poder deshacerse del fiel testigo de Dios de Su presencia y del
verdadero Rey de Israel; pero ellos se rebajaron al tratar de degradar al Señor
cuyo amor continuó llevando a cabo la obra que el Padre le había dado que
hiciese en medio de los ultrajes, la ceguera, la insensatez y la maldad de los
hombres y de Su pueblo Israel los cuales !lamentablemente! llenaron la medida
de su iniquidad. El amor del Salvador fue más fuerte que el odio perverso de
los hombres, — ¡bendito sea Su nombre por ello! Pero desde el versículo 33 encontramos
una obra más profunda que los padecimientos externos del Señor con
independencia de cuán reales y profundos fueron para Él. Él fue dejado solo; no
hubo nadie que tuviera compasión de Él y nosotros no encontramos más que desamparo
y crueldad. Pero hay una gran diferencia entre la crueldad del hombre y el
castigo del pecado ejecutado por Dios.
A la misma hora todo el país (o tal vez toda la tierra) es cubierto con
tinieblas. Cristo está a solas con Dios, oculto de las cosas visibles para
estar enteramente con Dios. Él lleva el castigo de nuestro pecado, bebe la copa
de maldición por nosotros; Aquel que no conoció pecado por nosotros es hecho
pecado. En el Salmo 22 vemos que el Señor sintiendo plenamente la presión del
aborrecimiento y la malicia del hombre se vuelve hacia Dios; Él había previsto
lo que iba a suceder y su Sudor se había convertido, por así decirlo, en gotas
de sangre al pensar en ello. (Véase Lucas 22: 39-44). Él se dirige a Dios y le
dice, "Mas tú, Jehová, no te alejes" (Salmo 22: 19), pero para
angustia de Su alma Él es desamparado por Dios. Y Él nunca fue más valioso para
Dios, — Él, que era eternamente precioso para Él, — ¡nunca fue más valioso para
Dios que en Su obediencia perfecta! Pero esta obediencia se cumplió al ser
hecho Él por nosotros pecado. Él nunca había glorificado tanto a Su Padre en Su
justicia y en Su amor pero siendo hecho ofrenda por el pecado y sintiendo en lo
profundo de Su alma lo que Dios es contra el pecado Él llevó el castigo de
éste.
Por tanto Dios tuvo que ocultar Su rostro de Aquel que por nosotros fue
hecho pecado. Esto fue necesario para la gloria y la majestad de Dios así como
para nuestra salvación. Pero, ¿quién puede sondear la profundidad del padecimiento
del Salvador? ¡Aquel que siempre había sido el objeto del deleite del Padre es
ahora desamparado por Él! ¡Aquel que era la santidad misma se encuentra hecho
pecado ante Dios! Pero todo ha terminado y toda la voluntad de Dios acerca de
la obra que Él había dado a Jesús para que la hiciera ha sido consumada. ¡Bienaventurado
pensamiento! es que cuanto más Él ha padecido más precioso es Él para nosotros
y nosotros Le amamos al pensar en Su amor perfecto y en la perfección de Su
persona. Todo padecimiento terminó para Él en Su muerte; ¡y en Su resurrección
todo es nuevo para nosotros! Pues todos nuestros pecados han sido perdonados y
estamos con Él en la presencia de Dios y cuando Él venga seremos semejantes a
Él en gloria. Pero aunque Él murió ello no fue porque Su fuerza vital se
agotara. Él clamó a gran voz y entregó el espíritu. Todo había terminado y Él entregó
Su espíritu en las manos del Padre; realmente murió por nosotros. Se ofreció a Sí
mismo sin mancha a Dios y Dios cargó sobre Él los pecados de muchos. Él debió
morir pero nadie Le quitó la vida porque ¡Él tenía poder para ponerla y para volverla
a tomar! (Juan 10: 17, 18). Él mismo la entregó cuando todo había sido
consumado.
Entonces el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo y nosotros
vemos aquí el camino al Lugar Santísimo abierto a todos los creyentes que
estaban bajo la ley. El velo que estaba entre el Lugar Santo y el Lugar
Santísimo significaba que el hombre no podía entrar en la presencia de Dios.
(Hebreos 9). La muerte de Cristo ha abierto un camino de entrada al Lugar
Santísimo por Su sangre; Hebreos 10: 19, 20. ¡Inmensa diferencia y precioso
privilegio! Por esta sangre podemos entrar en la presencia de Dios sin temor y
tan blancos como la nieve para regocijarnos en el amor que nos ha llevado a
este lugar. Cristo ha hecho la paz por medio de la sangre de Su cruz y nos ha
llevado a Dios mismo, — Él, el justo que murió por nosotros los injustos.
Y además con una sola ofrenda Él ha perfeccionado para siempre a los que
son santificados (Hebreos 10: 14 – VM); Él no puede ofrecerse a Sí mismo de
nuevo: y si todos nuestros pecados no hubieran sido cancelados por esta única
ofrenda nunca podrían serlo pues Cristo no puede morir de nuevo. No se trata de
rociar, — pues leemos, "Sin
derramamiento de sangre no se hace remisión". (Hebreos 9: 22). El apóstol demuestra
esta solemne verdad,
diciendo: "De otra manera le hubiera sido necesario padecer muchas veces
desde el principio del mundo; pero ahora, en la consumación de los siglos, se
presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en
medio el pecado". (Hebreos 9: 26). Cuando una persona cree ella entra en
posesión de esta bendición y ha sido perfeccionada para siempre en Cristo ante
Dios: el pecado no puede ser imputado a Cristo porque Cristo que lo ha llevado
y lo ha expiado está siempre en la presencia de Dios por ella como un testigo
de que sus pecados ya han sido quitados; y que aquel que viene a Dios por medio
del Salvador es acepto en Él.
Las personas dicen, «Entonces podemos vivir
en pecado.» Esta era la objeción que se hacía al evangelio
que predicaba el apóstol Pablo y la respuesta a ella
es encontrada en Romanos
6. Si realmente nosotros tenemos fe en Cristo entonces hemos nacido de nuevo,
tenemos una nueva naturaleza, nos hemos despojado del viejo hombre y nos hemos
vestido del nuevo, estamos muertos al pecado, muertos con Cristo por medio de la
fe; crucificados con Él de modo que ya no vivimos nosotros sino que Cristo vive
en nosotros. Somos nuevas criaturas: hay una obra divina en nosotros así como
una obra para nosotros. Si Cristo es nuestra justicia Él es también nuestra
vida y entonces el Espíritu Santo es dado a nosotros y somos responsables de
andar como Cristo anduvo; pero esto no interfiere con la obra de Cristo por
nosotros, — una obra perfecta, aceptada por Dios a consecuencia de la cual Él
está sentado a la diestra de Dios como hombre en aquella gloria que Él tenía
como Hijo con el Padre antes que el mundo existiese. Antes que viniera Cristo
Dios no se mostraba y el hombre no podía entrar a Su presencia. Ahora Dios ha
salido y ha venido a nosotros en amor y el hombre ha entrado a Su presencia en
Cristo conforme a la justicia.
Entonces la conciencia del centurión habla mientras todos están a lo
lejos (versículo 39); todos son enemigos excepto los discípulos que han huido.
Pero la gran voz del Señor sin el menor signo de debilidad y el hecho de que Él
entrega el espíritu al Padre de inmediato actúan poderosamente sobre el alma de
este hombre y en el Jesús muriente él reconoce al Hijo de Dios. La obra está
consumada ahora y Dios cuida de que si Su muerte ha sido con los pecadores Él esté
con los ricos en Su sepultura, honrado y tratado con toda reverencia. Las
mujeres que Le seguían se ocuparon de Él mirándole de lejos cuando fue
crucificado; y algunas de ellas, María Magdalena y la otra María la madre de
José miraron el lugar donde fue puesto Su cuerpo en el sepulcro. Porque José de
Arimatea había ido a Pilato a pedir el cuerpo de Jesús: más valiente en Su
muerte que en Su vida. Esto sucede a menudo; la grandeza del mal obliga a la fe
a manifestarse.
Pero observen ustedes bien que las mujeres tienen una posición aún más
bienaventurada; ellas Le habían seguido desde Galilea y Le habían servido con
sus bienes; y las encontramos cerca del Señor cuando Sus discípulos Le habían abandonado.
Ellas no habían sido enviadas a predicar pero la consagración de ellas al
Señor, la fidelidad y el amor constantes de ellas por Él cuando se presentaron
los peligros resplandecen en la historia del Señor. Nosotros encontramos otra
prueba de que el Señor entregó Su vida y que no Le fue quitada en que Pilato se
sorprendió de que Él ya hubiese muerto, y en que hizo venir al centurión para
asegurarse del hecho. Cuando él lo supo entregó el cuerpo a José quien lo puso
en su propio sepulcro nuevo hasta que pasara el día de reposo.
Marcos 16
En Marcos la historia de la resurrección es muy breve y sencilla. No hay
duda alguna de que más de un grupo de aquellas mujeres que seguían al Señor
visitaron el sepulcro uno tras otro. Está claro que María Magdalena llegó antes
que las demás y que la otra María y Salomé estuvieron juntas; luego vinieron
las demás. Cada Evangelio nos presenta lo que es necesario para nuestra fe y hacen
eso según la enseñanza especial que Dios desea que sea presentada en aquel
Evangelio. Por ejemplo, en el Evangelio de Juan tenemos la historia de María
Magdalena y esa hermosa historia se adecúa a la doctrina de ese Evangelio. El
versículo 9 de este capítulo 16 de Marcos habla también de ello; según Juan ella
vino cuando todavía estaba oscuro (Juan 20: 1) y aquí en Marcos la vemos a la salida
del sol. (Marcos 16: 1, 2). Otras mujeres habían comprado especias para
embalsamar al Señor; tal vez ya habían comprado algunas antes que comenzara el día
de reposo para poder reposar durante dicho día; y ciertamente después que
terminara el día de reposo, es decir, las seis de la tarde, ellas esperaron
hasta la mañana del primer día de la semana para embalsamarle.
Pero cuando María Magdalena llegó al sepulcro la piedra que era muy
grande ya había sido removida de su entrada por un ángel descendido del cielo y
el Señor ya no estaba allí. Él había resucitado en divino poder, en perfecta
calma; todos los lienzos o mortajas habían sido dejados en buen orden en el
sepulcro. Lo que Dios hizo para despertar la atención de los hombres está
relatado en Mateo 28: 2-4; pero Jesús no estaba allí. La gran piedra no
presentó ningún obstáculo para la salida del Señor; el poder divino que Le
resucitó de los muertos y el cuerpo espiritual que entonces Él poseía hicieron
que Él desapareciera del sepulcro.
Marcos habla sólo de la primera visita de María Magdalena al sepulcro en
el versículo 9; en el versículo 1 se habla de la otra María y de Salomé. María
Magdalena ya se había ido del sepulcro para anunciar a Pedro y a Juan el hecho
de que el sepulcro estaba vacío. Éstas dos entran en el sepulcro encontrando la
piedra removida de su entrada; encuentran un ángel sentado al lado derecho del
lugar donde habían puesto a Jesús el cual anima a estas tímidas pero fieles
mujeres diciendo, "No os asustéis; buscáis a Jesús… no está aquí", y
luego les muestra el lugar donde Él había estado. Es bienaventurado ver la
bondad de Dios pues todavía había algo de incredulidad en las mujeres porque ellas
debiesen haber comprendido que Jesús había resucitado ya que el ángel les había
dicho eso. Pero esto era demasiado para la fe de ellas; creían en Su persona y
en que Él era el Hijo de Dios pero Su resurrección era todavía una verdad
demasiado gloriosa para la fe de ellas. El corazón de ellas era sincero pero ellas
buscaban a los vivos entre los muertos y aquí la gracia de Dios llena de
compasión las reconforta.
Estas mujeres no encontraron a Jesús muerto sino el testimonio bienaventurado
de que el amado Salvador estaba vivo. Ellas son hechas mensajeras a los
discípulos de la palabra del Señor dicha por el ángel. Es la consagración del
corazón al Señor lo que trae luz y entendimiento al alma si la verdad y el
propio Jesús son buscados. María Magdalena muestra más consagración de corazón a
Cristo que las demás y ese es el motivo por el cual ella es vista en el
sepulcro a la salida del sol y es la primera de todas ellas en ver al Señor.
Además se le confía un mensaje más excelente pues ella debió ir a los propios
apóstoles para anunciarles nuestra más excelente posición, nuestro más elevado
privilegio. En el evangelio de Juan el Señor dice a María Magdalena, "Diles: Subo a mi Padre y a
vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios". (Juan 20: 17). Los discípulos
son llamados aquí por primera vez hermanos de Cristo, hermanos del Cristo
resucitado. Su Dios es nuestro Dios; Su Padre es nuestro Padre.
Aunque honradas por el Señor estas mujeres no tienen todavía un
privilegio tan grande pero les es confiado otro mensaje. El Cristo resucitado
asume dos caracteres, a saber, Su relación con el remanente de Israel y Su
nueva posición de Hombre glorificado ante el Padre. En la primera relación Él se
presenta a Sus discípulos en Galilea donde solía estar con ellos habitualmente;
en la segunda relación Él asciende al cielo desde Betania. La misión de los
discípulos también es diferente. Mateo nos presenta lo primero y en
consecuencia nosotros no encontramos allí la historia de la ascensión; Lucas
nos presenta lo segundo donde el Señor asciende y es recibido en el cielo. El
mensaje a los discípulos es dado a María y a Salomé: se les manda que no salgan
de Galilea. Lo que ocurrió allí no es contado aquí: las mujeres se van
asustadas.
A continuación este Evangelio presenta un resumen de la otra parte de la
historia de Jesús resucitado, a saber, de lo que se encuentra en los Evangelios
de Juan y Lucas; el caso de María Magdalena, y el de los dos discípulos que iban
a Emaús; y después de eso presenta la misión general de los apóstoles que
debían ir a predicar a todo el mundo. Todo aquel que creyera y confesara
públicamente a Cristo sería salvo. Los milagros serían llevados a cabo no sólo
por los apóstoles sino también por aquellos que creyeran por medio de ellos y mediante
los prodigios que realizarían ellos manifestarían el poder de Aquel en quien
creían.
Finalmente el Señor es recibido arriba en el cielo y se sienta a la diestra
de Dios. Los apóstoles salen a predicar en el mundo y el Señor les ayuda
confirmando la palabra con las señales que la seguían. La salvación dependía de
la fe y de la confesión de Cristo y cuando la palabra había sido plantada el Señor
daba testimonio de Su verdad con señales poderosas; esto facilitaba la fe y
dejaba a los incrédulos sin excusa.
J. N.
Darby
Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Agosto a Octubre 2022
Otras versiones de La Biblia usadas en esta traducción:
LBA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997, 2000 por The
Lockman Foundation, Usada con permiso.
NC = Biblia Nacar-Colunga (1944) Traducido de las lenguas originales
por:Eloíno Nacar y Alberto Colunga. Ediciones B.A.C.
NTVHA = Nuevo Testamento Versión Hispano-Americana (Publicado por: Sociedad
Bíblica Británica y Extranjera y por la Sociedad Bíblica Americana, 1ª. Edición
1916).
RVA = Versión Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989 (Publicada por
Editorial Mundo Hispano).
RVSBT = REINA VALERA 1909 REVISIÓN DE LA SOCIEDAD BÍBLICA TRINITARIA.
VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929
(Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).