Evangelio de Marcos
J. N. Darby
Escritos Compilados, Volumen 24, Expositivo
Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("")
y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960
(RV60) excepto en los lugares en que además de las comillas dobles
("") se indican otras versiones mediante abreviaciones que pueden ser
consultadas al final del escrito.
CAPÍTULOS 10 Y 11
Marcos 10
En este capítulo nosotros encontramos algunos principios importantes que
dan término a la historia de la vida de Cristo. En los tres primeros Evangelios
el relato de las circunstancias que acompañan Su muerte comienza con la
curación del ciego cerca de Jericó que encontramos en el versículo 46 de este
capítulo. El primer principio que encontramos aquí es la corrupción y la ruina
de lo que Dios creó aquí abajo; y en las relaciones que Él ha establecido el
pecado ha entrado y ejerce su perniciosa influencia. Debido a la dureza del
corazón del hombre la ley de Moisés misma se vio obligada a permitir cosas en
las relaciones de la vida aquí abajo que no se conforman a los pensamientos y a
la voluntad real de Dios.
Pero si Dios soporta a los hombres siendo ellos incapaces como son de
vivir de acuerdo con sus relaciones con Él en cosas que no se conforman a Su
voluntad y a la perfección de las relaciones que Él ha establecido, Él no las
condena ni deja de reconocerlas como lo que Él había establecido en el
principio. Lo que fue establecido desde el principio por Dios mismo siempre es
válido y Él mantiene estas relaciones mediante Su autoridad. La creación en sí
misma es buena pero el hombre la ha corrompido y sin embargo Dios reconoce lo
que Él ha hecho y las relaciones en las que ha puesto al hombre el cual es
responsable de mantener las obligaciones que estas relaciones conllevan. Es
cierto que Dios ha introducido un poder después de la muerte de Cristo que no
es de esta creación (es decir, el Espíritu Santo); y por medio de este poder el
hombre puede vivir fuera de todas las relaciones de la antigua creación si Dios
lo llama a esto, pero entonces él respetará las relaciones donde ellas existan.
Los fariseos se acercan y preguntan a Jesús si está permitido que un
marido repudie a su mujer. El Señor aprovecha la ocasión para insistir en esta
verdad de que lo que Dios había establecido desde el principio de la creación
era siempre válido en sí mismo. Moisés había permitido al hombre repudiar a su
mujer en la ley pero esto era solamente la paciencia de Dios con la dureza del
corazón del hombre; pero ello no fue según el corazón y la voluntad de Dios. En
la creación al principio Dios hizo lo que era bueno, — débil, pero bueno. Él permitió
otras cosas cuando ordenó provisionalmente el estado de Su pueblo, el estado del
hombre caído; pero él había hecho las cosas de manera diferente cuando las
creó. Dios había unido a marido y mujer y el hombre no tenía derecho alguno a
separarlos. El vínculo no debe ser roto.
De nuevo ellos Le presentan niños y los discípulos se lo prohíben a los
que los presentan. Pero Jesús se indigna ante esto. Aunque la raíz del pecado
se encuentra en los niños sin embargo ellos eran la expresión de la sencillez,
de la confianza y de la ausencia de astucia y de la corrupción causada por el
conocimiento del mundo, de la depravación de la naturaleza. Ellos presentan al
corazón la sencillez de la naturaleza incorrupta que no ha aprendido la argucia
del mundo. Y siendo el Señor un extranjero en el mundo Él reconoce en ellos lo
que su Padre ha creado.
Ahora bien, ¿hay realmente algo bueno en el hombre? Lo que queda de lo
que Dios creó es encontrado en lo que es puramente creación, lo que es bello y
agradable, y lo que viene de la mano de Dios es a menudo bello y debe ser
reconocido como procedente de Él. La naturaleza que nos rodea es hermosa pues
es Dios quien la ha creado aunque se encuentren en ella espinas y cardos. Nosotros
encontramos a veces lo que es hermoso en el carácter de un hombre e incluso en
la disposición de un animal también. Pero se trata del corazón del hombre, de la
voluntad del hombre, de lo que él es para con Dios, — y no de lo que es
natural, el fruto de la creación: nada bueno permanece en él. No hay nada para
Dios sino que todo está en contra de Él; y esto fue manifestado en el rechazo
de Cristo.
La lección que aprendemos en el relato que sigue del joven que corre y
se arrodilla a los pies de Jesús preguntándole: "Maestro bueno, ¿qué haré
para heredar la vida eterna?" es esta. Él era amable, en buena disposición
y dispuesto a enterarse de lo que es bueno pues él había sido testigo de la
excelencia de la vida y de las obras de Jesús y su corazón estaba conmovido por
lo que había visto. Tenía todo el fino ardor de la juventud y no había sido
pervertido por el hábito del pecado pues el pecado pervierte el corazón. Él había
guardado la ley exteriormente y creía que Jesús podía enseñarle los más elevados
preceptos de la ley pues los judíos incluso creían que algunos mandamientos
tenían mayor valor que otros.
El joven no se conocía a sí mismo ni conocía el estado en que el hombre realmente
se encontraba delante de Dios. Él estaba bajo la ley y Jesús expone primero la
ley como regla de vida dada por Dios como medida de la justicia para los hijos
de Adán. El joven no pregunta de qué manera él puede salvarse sino cómo puede él
heredar la vida eterna. El Señor no habla de vida eterna sino que interpela al
joven en el punto en que se encuentra; la ley decía: "Haz esto, y vivirás".
El joven declara que él ha guardado todas estas cosas desde su juventud y el
Señor no lo niega ni lo discute; y leemos que Él lo miró y lo amó. Vemos aquí
lo que es amable y amado por el Señor. Pero, ¿cuál es el verdadero estado de
este joven? El Señor corre el velo y el hombre está ante Dios en su desnudez y
Dios está ante el hombre en Su santidad. Hacer cualquier cosa no admite
discusión: de qué manera ser salvo es otra cosa.
Examinemos lo que el Señor dice acerca del estado del hombre. El joven no
se dirigió al Señor como Hijo de Dios sino como Rabí, es decir, como un maestro
en Israel pues le llama, "Maestro bueno". El Señor no admite que el
hombre es bueno pues ni un solo hombre justo puede ser hallado entre los
hombres, ni siquiera uno. Él dice: "¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay
bueno, sino sólo uno, Dios". Cristo era bueno, ciertamente, pero Él era
Dios, aunque en Su perfecto amor Él se hizo hombre. Él siempre fue Dios y Dios
se hizo hombre sin dejar de ser Dios y sin poder dejar de ser Dios; sólo que Él
había ocultado Su divinidad en naturaleza humana (al menos Su gloria) para
acercarse a nosotros; porque por la fe el poder y el amor divinos han sido
manifestados más claramente que nunca. Pero el joven viene aquí como a un
maestro humano, un Rabí; y el Señor le responde de la misma manera en que él
pregunta; pero Él establece este importante principio, a saber, que ninguno
entre los hijos del Adán caído es bueno, lo que es una verdad humillante pero
de inmensa importancia. Nosotros no podemos encontrar ahora un hombre que sea
bueno por naturaleza aunque hemos visto que ciertas cualidades de la primera
creación permanecen; pero lo que Dios había creado bueno y declarado como tal
ha sido corrompido por la caída. El hombre va en búsqueda de sus propios
placeres, de sus propios intereses y no va en búsqueda de Dios y de Su gloria; él
puede buscar estas cosas honesta o deshonestamente en el cenagal del pecado
pero él siempre busca satisfacer su propia voluntad; él ha perdido a Dios y se
cuida a sí mismo.
Entonces el Señor después de haberle presentado los mandamientos de la
ley en los que el hombre tiene vida a condición de que los guarde, añade en una
exhortación el mandamiento que hizo sentir a Pablo lo que la ley producía en el
estado en que se encontraba el hombre, — en muerte. "Una cosa te
falta", dice el Señor: "anda, vende todo lo que tienes,… y ven,
sígueme". Nosotros vemos aquí que la codicia del corazón es expuesta y el
verdadero estado del joven es puesto de manifiesto por la poderosa pero
sencilla palabra del Señor el cual conoce y prueba el corazón. Las bellas
flores del árbol silvestre no valen nada; los frutos son los de un corazón ajeno
a Dios: la savia es la savia de un árbol malo. El amor a las riquezas gobernaba
el corazón de este joven no obstante lo interesante que él era en cuanto a su
disposición natural, y el vil deseo de oro estaba en el fondo de su corazón y era
el principal móvil de su voluntad, la verdadera medida de su estado moral. Si él
se va triste y deja al Señor es porque prefiere el dinero en lugar de preferir
a Dios manifestado en amor y gracia.
¡Qué cosa solemne es encontrarse uno en presencia de Aquel que escudriña
el corazón! Pero lo que gobierna el corazón, su motivo, es la verdadera medida
del estado moral del hombre y no las cualidades que posee por nacimiento por
muy agradables que estas puedan ser. Las buenas cualidades van a ser
encontradas incluso en los animales así que ellas deben ser estimadas pero no
revelan en absoluto el estado moral del corazón. Un hombre que tiene una
naturaleza dura y perversa, que trata de controlar su mala disposición por
medio de la gracia y de ser amable con los demás y agradable a Dios es más
moral y mejor ante Él que un hombre que siendo amable de manera natural trata
de divertirse con otro de forma agradable pero sin conciencia ante Dios, es
decir, sin pensar en Él; dicho hombre es amado por los hombres pero es desagradable
para el Dios que él olvida. Lo que da carácter moral a un hombre es el objeto
de su corazón y es esto lo que el Señor muestra aquí de manera tan poderosa, a
saber, que ello hiere profundamente la soberbia del corazón humano.
Pero entonces el Señor va más allá. Los discípulos que pensaban que los
hombres podían hacer algo para ganar la vida eterna tal como piensan todos los
fariseos de todas las épocas, y que el hombre debiese ganar el cielo por sí
mismo aunque ellos reconocían la necesidad de la ayuda de Dios se asombraron. ¡Cómo
puede ser esto! un hombre rico de muy buena disposición que había guardado la
ley y que sólo procuraba saber de parte de su Maestro cuál era el mandamiento
más excelente para cumplirlo, — ¿podía estar uno como él lejos del reino de
Dios? ¿Podía ser extremadamente difícil para alguien así entrar en él? Si nosotros
no comprendemos que ya estamos perdidos, que necesitamos ser salvados, que es
un asunto del estado del corazón, que todos los corazones están distanciados de
Dios de manera natural y que buscan lejos de Él un objeto, el objeto del propio
deseo de ellos y que no desean que Él esté presente porque la conciencia siente
que Su presencia impediría al corazón seguir este objeto; si no aprendemos esta
verdad por medio de la gracia es que estamos completamente ciegos.
Al momento al que hemos llegado en este pasaje era demasiado tarde para
mantener oculto del hombre (al menos de los discípulos) el verdadero estado del
corazón del joven. Este estado había sido manifestado pues el varón no había estado
dispuesto a recibir al Hijo de Dios. Había sido demostrado así que con la mejor
disposición natural e incluso conservando la moral exterior el varón prefirió
seguir al objeto de su deseo antes que al Dios de amor presente en la tierra o
a un maestro al que él había reconocido como poseedor del más elevado
conocimiento de la voluntad de Dios. El hombre estaba perdido y había
demostrado este hecho al rechazar al Hijo de Dios; y él debe enterarse de que
con todas sus más excelentes cualidades no puede salvarse a sí mismo. "¿Quién,
pues, podrá ser salvo?" El Señor no oculta la verdad: "Para los
hombres es imposible". Palabras solemnes pronunciadas por el Señor,
pronunciadas por Aquel que vino a salvarnos. Él sabía que el hombre no podía
salvarse a sí mismo y que sin la ayuda de Dios él no podía salir del estado en
que había caído. Para los hombres ello es imposible pero entonces Dios en Su
ilimitado amor viene a salvarnos y no a ocultar nuestro estado y la necesidad
de esta salvación gratuita.
Nosotros debemos conocer nuestro estado pues no es algo que debe ser
estimado a la ligera que el glorioso Hijo de Dios Se haya despojado a Sí mismo
y haya muerto en la cruz, lo cual era el único medio de redimir y salvar al
hombre perdido. Debemos conocernos a nosotros mismos y saber en nuestros
corazones que estamos condenados para poder entender que Cristo ha llevado esta
condenación en nuestro lugar y que ha consumado la obra de nuestra salvación
conforme a la gloria de Dios. Que el estado de condenación y de pecado sea
demostrado, y que el amor, la justicia perfecta y la santidad de un Dios que no
puede tolerar la vista del pecado (por muy paciente que Él sea) sean sacados a
la luz. "Para los hombres es imposible,… todas las cosas son posibles para
Dios". Por medio de la obra del Señor Jesucristo y sólo por esta obra, una
obra que los ángeles anhelan mirar (1ª Pedro 1: 12), todo esto puede ser hecho;
la salvación es obtenida por medio de la fe, — por medio de la fe porque todo ha
sido consumado. ¡A Dios sea la alabanza! El Señor está glorificado como hombre
en el cielo porque esta obra ha sido llevada a cabo y porque Dios ha reconocido
su perfección; es por ello que Él ha situado a Cristo a Su diestra, porque todo
ha sido realizado. Dios está satisfecho, ha sido glorificado en la obra de
Cristo.
Para los hombres es imposible pero para Dios todas las cosas son
posibles. Pero, ¡qué inmensa gracia que nos muestra lo que nosotros somos y lo
que Dios es! "La gracia y la verdad vinieron por medio de
Jesucristo". (Juan 1: 17). Hermanos, piensen ustedes en esto. Esto
significa que debemos esperar una cruz en este mundo. Estén ustedes dispuestos
a recibir las palabras del Señor, dispuestos a tomar la cruz para tener el
verdadero conocimiento de ustedes mismos; es decir, que ustedes están perdidos
en el pecado, que la salvación es puramente por gracia y es imposible para el
hombre conseguirla por sí mismo; pero que la obra de la salvación es perfecta y
completa y la justicia de Dios está sobre todos los hombres que creen en Aquel
que la ha consumado. En ninguna parte de las Escrituras la verdad fundamental
de la necesidad de la salvación de Dios y del estado del hombre es expuesta más
claramente.
El Señor añade ahora Su enseñanza acerca de la senda de la cruz y las
promesas que la acompañan. Considerémoslas. Es fácil ver cuánto se parece esta
historia a la del apóstol Pablo; sólo que la gracia había cambiado todo en él. Él
era irreprensible en cuanto a la justicia que es en la ley (Filipenses 3: 6);
pero cuando la espiritualidad de la ley hubo operado en su corazón la lujuria
fue descubierta. Entonces él descubrió que en él, es decir, en su carne, no moraba
el bien. (Romanos 7). Pero siendo hallado culpable de pecado Dios reveló a su
Hijo en él (Gálatas 1: 16) y entonces él comprendió que lo que era imposible para
el hombre era posible para Dios; Dios había hecho por él lo que él no podía
hacer por sí mismo (es decir, obtener una justicia conforme a la ley); y se
encuentra este pecado en la carne condenado en la cruz de Cristo y en un
sacrificio por el pecado consumado por Él. En lugar de encontrarse perdido en
este estado de pecado él se convierte en un nuevo hombre.
Pero el joven permanece en su estado anterior y abandona al Señor para
conservar sus riquezas; mientras que en el caso de Pablo las cosas que eran
para él ganancia las estimó como pérdida por Cristo. "Y ciertamente, aun
tengo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo
Jesús, mi Señor, por quien lo he perdido todo y lo tengo por estiércol, para
ganar a Cristo". (Filipenses 3: 8 – RVSBT). Vean ustedes aquí la
diferencia entre el efecto de la gracia y la naturaleza humana. En Pablo se
encontraba sabiduría y observen ustedes que él no sólo consideró todo como
estiércol por la excelencia del conocimiento de Cristo desde el principio
cuando Cristo se reveló por primera vez en él sino que mientras andaba en
comunión con Cristo él continuó considerando todo como estiércol por Él.
Siguen ahora a continuación las promesas hechas a los que han andado así
y la senda misma tal como la representa el propio Señor. Pedro sugiere que ellos
lo habían dejado todo para seguirle tal como Él había propuesto a los jóvenes: entonces,
¿qué tendrían ellos? El Señor declara en Su respuesta que no había ninguno que
hubiese dejado casa, o hermanos, o hermanas, etcétera, por causa de Él y del
Evangelio que no recibiría cien veces más ahora en esta vida y en el siglo
venidero la vida eterna. Ellos iban a disfrutar de mucho más que de las cosas
miserables de esta vida pero con persecuciones; y por tanto ellos tienen la
promesa de la vida que ahora es así como de la que ha de venir; tal vez no la
promesa de riquezas sino del verdadero disfrute de todo lo que hay en el mundo
según la voluntad de Dios y como dones de Dios; pero ellos tendrán que vérselas
con la oposición de un mundo que no conoce a Dios. Pero los que eran los primeros
en el judaísmo serán los postreros entre los cristianos.
El Señor emprende ahora el camino para subir a Jerusalén. El corazón de
los discípulos estaba lleno de presentimientos acerca del peligro que les
esperaba en esta ciudad. Ellos seguían al Señor con temor y temblor porque la
carne teme la malicia de un mundo que si no puede hacer nada contra Dios sí
puede perseguir a los que le sirven aquí abajo. Aquí vemos nuevamente la
diferencia del efecto de la gracia en Pablo que habiendo dejado todo por amor a
Cristo se regocija en el pensamiento de la participación de Sus padecimientos llegando
a ser semejante a Él en Su muerte, conociendo y deseando conocer el poder de Su
resurrección. (Filipenses 3: 8-11). Esto los discípulos no lo sabían y la carne
nunca puede entenderlo. Pero el Señor no desea ocultar la verdad; Él desea que
los discípulos entiendan el lugar que Él iba a asumir y que ellos tendrían que asumir.
Él comienza a decirles las cosas que Le iban a suceder y cuál sería la porción
del Hijo del Hombre. Él sería entregado en manos de los sacerdotes, sería condenado
y entregado en manos de los gentiles los cuales Le tratarían con la mayor
ignominia y Le darían muerte; pero al tercer día Él resucitaría. Así termina la
historia del Hijo del Hombre entre los hombres. Los de Su pueblo fueron los primeros
en condenarle y los gentiles mediante su indiferencia estuvieron dispuestos a
completar el terrible acto de rechazo del Salvador en este mundo. El pueblo de
Dios (los judíos) se unió al hombre pecador para expulsar al Hijo de Dios que
había descendido aquí en gracia. Era importante que los discípulos supieran
cuál debía ser el final de su Maestro. El Hijo del Hombre debe morir. Esta es
la enseñanza y el fundamento de toda bendición; pero fue un fundamento que
destruyó todas las esperanzas y todas las expectativas de los discípulos y que
demostró también que el hombre era malo y que Dios es infinitamente bueno.
Ahora bien, estos pensamientos de los discípulos se manifiestan de
inmediato y son puestos en contraste con lo que el Salvador anuncia
solemnemente. En realidad pareció que la verdad no penetró en los discípulos
hasta el final; ellos amaban al Salvador por gracia, se regocijaban en el
pensamiento de que Jesús poseía palabras de vida eterna (pues incluso el
sistema de los fariseos hablaba de vida eterna). Ahora bien, todo esto no fue
suficiente para alejar los pensamientos de un reino que ellos creían que sería
establecido en la tierra ni el deseo carnal de una posición elevada cerca de la
persona del Señor en este reino. El Señor no pudo encontrar ni una sola persona
que pudiera entenderle, que pudiera entrar en los pensamientos de Su corazón y
que pudiera ser conmovido por Sus padecimientos; o que pudiera comprender lo
que Él estaba explicando a sus discípulos acerca de Su muerte en Jerusalén
cuando Él los hubo llevado aparte.
Jacobo y Juan piden que en Su gloria ellos se sienten uno a su derecha y
el otro a su izquierda. Hubo fe en esto pues ellos creyeron que Él reinaría;
pero el deseo de la carne siempre estaba en acción. Pero la respuesta del Señor
que siempre está lleno de bondad para con los Suyos convierte la pregunta
carnal en una ocasión para enseñanza para Sus discípulos. Él no era el único
que iba a llevar la cruz. Sólo Él podía consumar la redención mediante la
ofrenda de Sí mismo: el Hijo de Dios que se entregó en Su amor para ser el
Cordero de Dios. Pero en cuanto a la senda era necesario que los discípulos
entraran en la misma senda en la que Él iba si ellos deseaban estar con Él. El
Señor muestra aquí Su profunda humildad y Su profundo sometimiento al lugar que
Él había asumido. Él se había despojado a Sí mismo y acepta este lugar con un
corazón dispuesto y no insensible a la humillación y a los padecimientos de la
cruz pero aceptando todo de mano de Su Padre y sometiéndose a todo lo que iba a
ser encontrado en esta senda.
Versículo 40. "El sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío
darlo, sino a aquellos para quienes está preparado". Él no posee el
derecho de preferencia en Su reino. Él deja al Padre el derecho de elegir y dar
la gloria especial asignada a una obra especial a aquellos para quienes está
preparado y a quienes la gracia ha preparado para esta gloria. Su porción es la
cruz y la cruz puede dar gloria si alguien Le sigue como Su discípulo: y ésta
es ahora la lección que Su pueblo debe aprender. Él se sometió a Su Padre y
recibió de Su mano todo lo que estaba preparado para Él según Su voluntad; y si
los discípulos deseaban seguirle debían tomar la cruz que estaba en esta senda
y que siempre está en ella. Además, para seguir al Señor Jesús el discípulo
debe humillarse como el Señor y no debe ser como los grandes de este mundo que
se engrandecen aparte de Dios sino que debe ser el servidor de todos en amor
tal como el bendito Salvador fue aunque por derecho fuese el Señor de todos. El
amor es la más poderosa de todas las cosas y ama ministrar no ser ministrado. Es
así la manera en que Dios se manifestó en el Hombre Jesús en esta senda: y es
nuestro deber seguirle a Él. El que es más pequeño ante sus propios ojos es el más
grande.
Finaliza aquí la historia de la vida del Salvador en la tierra y comienza
el relato de los acontecimientos relativos a Su muerte. Él se presenta de nuevo
y por última vez en Jerusalén como Hijo de David, objeto de las promesas hechas
a Israel y también para ser recibido por Su pueblo y por la ciudad amada: pero
de hecho para ser rechazado y para hacerle morir. Hasta este momento (versículo
45) Él habló del Hijo del Hombre que vino "para servir, y para dar su vida
en rescate por muchos". Pero ahora Él se presenta en la única relación en
la que podía estar con Su pueblo según las profecías.
Él entra a Jericó la ciudad maldita, pero entra en ella según la gracia
que sobrepasa la maldición; en realidad Él mismo iba a llevarla. El Hijo de
David viene en gracia con poder divino y capaz de consumar todas las cosas pero
en humildad y sencillez. Por lo tanto Él responde a este nombre de Hijo de
David mostrando Su poder en gracia al sanar al ciego. La multitud que Le
acompaña no quiere que Él sea molestado pero Él se detiene y escucha las
necesidades de Su pueblo en Su gracia. Él ordena que traigan a Bartimeo el cual
corre hacia Él con gozo. Sus sentidas necesidades le hacen correr hacia Cristo
el cual es justamente Aquel que puede satisfacer sus necesidades y aplicar un
remedio eficaz.
El ciego era un retrato hablante del oscuro estado de los judíos, pero
en lo que ocurrió vemos la obra del Señor al producir por medio de Su gracia el
sentimiento de necesidad en el corazón de un judío en aquel momento. Sin duda ello
es cierto para todas las épocas pero especialmente en este caso acerca de los
judíos en su estado en aquel momento. Cuando Bartimeo preguntó qué era el ruido
la multitud le dijo que pasaba Jesús de Nazaret. Este era un nombre que no comunicaba
ninguna idea a los judíos ya que Nazaret era más bien un nombre con el cual el
vituperio estaba conectado. Pero fe se encontraba en el corazón del ciego
conforme al lugar que Jesús asumió con respecto a Su pueblo: el hombre dice:
"Hijo de David". Él reconoce la verdad de que Jesús de Nazaret tenía
derecho a aquel título. Jesús responde a su fe y sana al ciego. Él recibe la
vista y sigue a Jesús por el camino.
Este es un conmovedor retrato de la posición de Israel y de la obra que
se estaba llevando a cabo en medio de este pueblo. El Hijo de Dios, el Hijo de
David según la carne, el cumplimiento de las promesas había venido en gracia y
era capaz de sanar a Israel. Allí en el lugar donde el Hijo de David fue
reconocido el poder que Él trajo consigo y que estaba en Él quitó la ceguera.
Israel estaba totalmente ciego pero el poder divino estaba presente para sanar;
y si había fe suficiente para reconocer al Hijo de David en Jesús la ceguera
desaparecía. Es hermoso ver que la gracia entra allí donde la maldición había
caído pero es gracia lo que obra allí donde Jesús es reconocido como Hijo de
David; gracia que abrió los ojos del ciego hecho Su discípulo desde aquel
entonces.
Marcos 11
Ya hemos visto que el Señor asume aquí el título de Hijo de David que es
el nombre que hablaba del cumplimiento de las promesas y que Le constituía en
verdadero rey de Israel. El nombre que Él asumió habitualmente y por
preferencia fue el de Hijo del Hombre. Este nombre tenía un significado mucho
más amplio y anunciaba el derecho a un poder y a un señorío mucho más extensos
que los de "Hijo de David" pues colocaba a Cristo en estricta
relación con todos los hombres pero afirmaba Su derecho a toda la gloria que
correspondía al Hijo del Hombre según los consejos de Dios. En el Salmo 2
encontramos los dos títulos del Hijo de Dios, — el que fue dado a Jesús como
nacido aquí abajo en este mundo y el de Rey de Israel aunque en rechazo. Luego
en el Salmo 8 (después de exponer el estado de Su pueblo en los Salmos 3, 4, 5,
6, 7) nosotros vemos Su gloria y la extensión de Su poder como Hijo del Hombre el
cual ha sido puesto sobre todas las cosas. En Daniel 7 encontramos de nuevo al
Hijo del Hombre llevado ante el Anciano de Días de cuya mano Él recibe el
dominio sobre todas las naciones.
En los capítulos 11 y 12 del Evangelio de Juan al ser Cristo rechazado
por los hombres Dios quiere que un pleno testimonio sea dado de Él en los tres
caracteres de Hijo de Dios, Hijo de David e Hijo del Hombre. El primer testimonio
es la resurrección de Lázaro; el segundo en la entrada en Jerusalén sentado
sobre el asna; el tercero cuando los griegos vienen a pedir ver a Jesús:
entonces el Señor dice: "Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre
sea glorificado. De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae
en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto".
(Véase Juan 12: 20-24). Para tomar posesión de estos títulos Él debe tener Sus
coherederos con Él, — Él debe morir.
En nuestro capítulo Él asume el segundo título y se presenta a la nación
judía por última vez en la tierra conforme a la profecía de Zacarías (Zacarías
9: 9). Él se presentará más tarde en gloria y tomará posesión del trono de su
padre David; pero todo lo que Él hace ahora es presentarse a Su pueblo como
Aquel que cumple todas las promesas hechas a ellos. Bien sabía Él cuál sería el
resultado y que Él estaba a punto de asumir el título más amplio de Hijo del
Hombre y esto para tener a Sus coherederos consigo cuando según los consejos de
Su Padre Él asumiera Su gran poder y reinara. Pero era necesario que este
último testimonio fuese dado al pueblo por una parte, y al Señor por otra, de
parte de Dios; es decir, de la boca de los niños y de los que maman Él tomaría Su
gloria anticipando así el establecimiento del reino en poder.
Ahora bien, este rey era Emanuel, el Señor mismo, y Jesús actúa aquí en
este carácter. Él envía a Sus discípulos a traer un pollino de una aldea
vecina, y cuando sus dueños preguntaron qué hacían los discípulos llevándoselo,
ellos respondieron conforme al mandato del Señor: "El Señor lo necesita";
y el hombre lo envió enseguida. Todo fue hecho para que la palabra del profeta se
cumpliera porque en este Evangelio nosotros no solamente tenemos hechos presentados
siempre como los efectos de la gracia soberana como en efecto lo fueron sino
como el cumplimiento de las promesas hechas a Su pueblo. Observen ustedes que
una parte del versículo citado (Zacarías 9: 9) es omitida; es decir, dos expresiones
que
tienen que ver con la venida del Señor en poder para tomar posesión de Su
reino. Estas son las palabras, "justo" y "salvador"; como
"justo" Cristo ejecutará venganza sobre Sus enemigos; como "Salvador"
Él liberará al remanente; pero todavía no era el momento para estas dos cosas.
Por tanto los discípulos Le trajeron el pollino y entonces el Señor
Jesús entró en Jerusalén como rey. Una muy grande multitud movida por el poder
de Dios y habiendo visto también Sus milagros y especialmente la resurrección
de Lázaro va delante y Le rodea, tendiendo sus mantos por el camino y cortando
ramas de los árboles para tenderlas en Su senda dándole el lugar y la gloria de
un rey y reconociéndole de hecho como el Mesías real. Una escena admirable en
la que no se trata del frío razonamiento del intelecto del hombre, — ni tampoco
se trata del mero efecto de Sus hechos milagrosos aunque es un fruto de ello, —
sino de la acción poderosa de Dios sobre las mentes de la multitud obligándola
a dar testimonio del despreciado Hijo de Dios por un corto tiempo. También es
citado el testimonio del Salmo 118 que es una notable profecía citada a menudo
de los postreros días en Israel. (Marcos 11: 9; Salmo 118: 26). El propio Señor
habló de los versículos que preceden a los que Dios puso en boca de la
multitud: "La piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser
cabeza del ángulo". (Salmo 118: 22; Marcos 12: 10).
La multitud utilizó allí el versículo que anunciaba el reconocimiento
del Hijo de David por parte del remanente del pueblo de Israel: leemos,
"¡Hosanna!" (palabra hebrea que significa "¡Salva ahora!" y
que se convierte en una especie de fórmula para pedir la ayuda del Señor
cuando el verdadero Cristo o Mesías es reconocido), "¡Hosanna! ¡Bendito el
que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino de nuestro padre David que
viene! ¡Hosanna en las alturas!". Ahora bien, este clamor reconocía a
Jesús como el Hijo de David, el Mesías. Tal era la voluntad de Dios; a saber, que
Su Hijo no fuese dejado sin este testimonio y sin ser honrado de esta manera.
Él actúa ahora en Jerusalén de acuerdo con esta posición.
Toda la ciudad se conmovió preguntando quién podía ser éste; y la
multitud dijo que Él, Jesús de Nazaret, era el profeta que había de venir.
Jesús entra en el templo y lo purifica con la autoridad real de Jehová
expulsando a los que lo profanaban. Él juzga a la nación y a sus gobernantes
diciendo: "¿No está escrito: Mi casa será llamada casa de oración para
todas las naciones? Mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones". Pero
si Él es Jehová presente en el templo Él es siempre Jehová presente en gracia
para todas las necesidades de Su pueblo: Él sana a los ciegos y a los cojos.
Pero ningún testimonio es suficiente para penetrar la dura cubierta de
incredulidad que envuelve los corazones de los principales del pueblo cuando
ven los milagros. Al oír a los niños clamar "¡Hosanna!" ellos se
indignan. El Señor enseña aquí que el tiempo para convencerlos ha pasado y
apela al testimonio del Salmo 8 en cuanto a esto. Dios había previsto y
predicho estas cosas: "De la boca de los pequeños y de los que todavía
maman has establecido la alabanza". (Salmo 8: 2 -RVA). Si el pueblo Le
rechazó Dios se encargó de que Él tuviera la alabanza que Le correspondía.
Pero todo ha terminado para el pueblo hasta que la gracia soberana de
Dios actúe para despertar a una parte de él en medio de la tribulación que su
incredulidad habrá traído sobre él; y despertado al arrepentimiento este
remanente clamará como los muchachos, "¡Hosanna al Hijo de David!"
(Véase Mateo 21: 15) pero entonces todo será gracia. De acuerdo con la
responsabilidad del hombre todo había terminado y el pueblo fue juzgado: y esto
es lo que el Señor muestra en el incidente que sigue a continuación. Él no permaneció
en la Jerusalén rebelde e incrédula sino que va a Betania donde se había
manifestado el poder de la resurrección y donde Él puede encontrar un objeto y
un refugio para Su corazón entre los hombres después de que Su pueblo Le ha rechazado.
Luego cuando Él regresa a la ciudad tiene hambre y viendo una higuera por
el camino Él busca fruto pero no lo encuentra, sólo encuentra hojas. Él maldice
el árbol diciendo: "Nunca jamás coma nadie fruto de ti"; y la higuera
se secó de inmediato. Esto es Israel según el pacto antiguo, el hombre conforme
a la carne; esto es el hombre en el lugar en que Dios ha dedicado todo Su
cuidado y ha empleado todos Sus medios, — el hombre por el cual Dios pudo
entregar incluso a Su Hijo unigénito para obtener algo bueno de su corazón y
alcanzarlo para persuadirlo para lo que es bueno y para Él mismo. Todo fue en
vano; Él había perdonado el árbol también este año por intercesión del viñador
(véase Lucas 13); había cavado
a su alrededor y lo
había fertilizado pero este no había producido ningún fruto. ¿Qué podía haber
hecho Él a Su viña que no hubiese hecho? (Véase Isaías 5). No es todo el hecho
de que somos pecadores
pues seguimos siendo pecadores después de que Dios ha hecho todo lo posible
para ganar el corazón del hombre. Esto nos muestra la importancia de la
historia de Israel y de nuestra historia contada por Dios, y la de Su paciencia
y la de todos Sus modos de obrar excepto que después tenemos el testimonio
supremo de Su amor en la muerte de Cristo por lo cual somos aún más culpables. Abundancia
de hojas pero ningún fruto; pretensión de piedad, — formas religiosas, pero el
verdadero fruto conforme al corazón de Dios, lo que Él busca en los Suyos, no va
a ser encontrado en el hombre.
Israel según el antiguo pacto, es decir, el hombre según la carne
cultivado por el cuidado de Dios y desechado para siempre nunca producirá fruto
para Dios. Israel mismo ha mostrado ser inútil y haber sido incapaz de
retribuir todo el cuidado que Dios le concedió. El hombre está condenado a la
esterilidad eterna de manera natural. Este milagro es aún más notable ya que
todos los milagros de Cristo no fueron sólo señales de poder sino un testimonio
del amor de Dios. El poder divino estaba allí pero para sanar, para curar, para
liberar del poder de Satanás y de la muerte, para destruir todos los efectos
del pecado en este mundo. Pero todo esto no cambió el corazón del hombre; por
el contrario, mediante la manifestación de la presencia de Dios despertó la enemistad
de su corazón contra Él, — enemistad demasiado a menudo oculta del propio
hombre en lo más profundo de su corazón. Sólo aquí encontramos un milagro que
tiene el carácter de juicio.
Todo es sacado a la luz
ahora; el hombre puede nacer de nuevo, puede recibir la vida del segundo Adán.
Israel puede ser restaurado por gracia según el nuevo pacto; pero el hombre en
sí mismo, el hombre en la carne que es juzgado después de todo lo que ha sido hecho
para producir fruto se muestra incapaz de producir algo bueno. Dios salva a los
hombres, Dios les da la vida eterna. Al recibir a Cristo el hombre recibe una
vida que da fruto; el árbol ha sido injertado y Dios busca fruto en la rama
injertada; pero Él ha terminado con el hombre en la carne excepto en lo que respecta
al juicio que debe caer sobre él por sus pecados; y, gracias a Dios, Él es
libre para liberarlo por gracia de este estado, libre para salvarlo por medio
de la sangre de Jesucristo, de engendrarlo de nuevo, de reconciliarlo consigo,
de adoptarlo como hijo Suyo y de hacer de él las primicias de Sus criaturas. (Santiago
1: 18). Israel es dejado y el hombre es juzgado; pero la gracia de Dios
permanece y Cristo es el Salvador de todos los que creen en Él.
Pero qué escena es ésta en la que Cristo, el Mesías, el Hijo de David,
Emanuel en la tierra entra en Su casa (Marcos 11: 15) y con Sus ojos santos mira
allí todo lo que el hombre hace en ella y muestra Su indignación contra el
sacrilegio que la había convertido en una cueva de ladrones. Él vindica la
gloria y la autoridad de Jehová expulsando a los que profanan el templo. Luego
se encuentra cara a cara con todos Sus adversarios que vienen uno tras otro a condenarle
(Marcos 11: 27): pero ellos encuentran la luz y la sabiduría que muestran
claramente la posición de ellos; de modo que deseando condenar todos ellos se encuentran
condenados y el Salvador es dejado libre para seguir Su obra de gracia y
redención en presencia de Sus adversarios ahora reducidos al silencio. Pero
antes de juzgarlos mediante Sus respuestas cada clase del pueblo expone el
principio fundamental que daría a Sus discípulos el poder de vencer los
obstáculos que estas clases condenadas de judíos levantarían contra ellos ya
que exteriormente el poder y el orden establecido estaban en manos de ellas.
"Tened fe en Dios" dice el Salvador cuando Pedro se asombra
ante el hecho de que la higuera se secó tan pronto. Todo el poder que se
presentaba a la debilidad de los discípulos se desvanecería ante la fe. Esto es
un principio muy importante en el andar y en el servicio del cristiano, sólo
que esta fe debe ser ejercida sin ninguna duda en absoluto haciendo entrar a
Dios en la escena y no debe ser el movimiento de la voluntad sino la conciencia
de la presencia y de la intervención de Dios. Sucede así que donde la fe es
encontrada y las peticiones son hechas por fe el efecto sigue ciertamente a
continuación. Sin embargo y con todo esto la presencia de Dios es la presencia
de un Dios de amor; y cuando nosotros oramos pidiendo que se cumpla nuestro
deseo debemos estar en comunión con Él y entonces nos damos cuenta de Su poder
en respuesta a la fe, y entonces el espíritu de perdón hacia los demás es
encontrado en el corazón. Por ejemplo, si yo abrigara venganza contra mis
enemigos yo no podría esperar que mis oraciones sean respondidas; e incluso si yo
fuese oído sería castigado. Dios no intervendría de esta manera porque Él
rechazaría un deseo tan malo o incluso si a Él le pareciera bien responder la
oración haríamos caer el castigo sobre nosotros mismos. Porque Dios en Su
gobierno actúa siempre conforme a Su carácter. [Véase nota].
[Nota]. Como este pensamiento puede ser un poco oscuro
para algunos esto puede ser presentado en otros términos, a saber, «La fe que
encuentra una respuesta a su oración debe haber encontrado a Dios y estar en el
disfrute de la comunión con Él; pero por otra parte Dios es amor y para reconocer
Su poder para obtener la respuesta uno debe saber lo que es estar en Su
presencia, presencia que la fe ha descubierto; pero esta comunión no puede ser
conocida si no hay amor. Por consiguiente, cuando nos presentamos en fe para
pedir el cumplimiento de nuestro deseo debemos perdonar a nuestro hermano lo
que podamos tener contra él; de lo contrario estamos en la presencia de Dios en
lo que respecta a Su gobierno y por tanto sujetos al efecto de nuestros pecados.»
Ahora Él entra de nuevo en Jerusalén pero no se hospedará en la ciudad
ahora abandonada por Dios. Él comienza aquí a pasar revista, a examinar a todos
los principales del pueblo de los cuales yo he hablado; y en primer lugar
encontramos la examinación de la autoridad que se levanta contra la Suya. Él entra
en el templo donde vienen los principales sacerdotes, los escribas y los
ancianos y le preguntan con qué autoridad Él hace estas cosas y quién le ha dado
esta autoridad. Nosotros los vemos así oponiéndose unos a otros; la autoridad
de cualquiera de ellos es cuestionada. La autoridad oficial, la que es externa
estaba en manos de los sacerdotes; la verdad y la obediencia a Dios estaban en
Jesús. Si Su poder ya había sido manifestado este no mostraba ninguna señal de reivindicarse
por el momento: fue inútil mostrar más señales de poder; ellos ya estaban
condenados; habiendo visto señal tras señal y habiéndose endurecido en
incredulidad ya era ahora el momento para el juicio, no ciertamente de su
ejecución sino del juicio moral; ellos fueron dejados sin una respuesta.
Los principales del pueblo preguntan con qué autoridad Él había
purificado el templo. No había en ellos celo por la santidad de Dios sino mucho
celo por la propia autoridad de ellos y esto es característico de los dignatarios
eclesiásticos, — ellos piensan acerca de su propia autoridad y no acerca de
Dios. El Señor Jesús sólo pensaba en la autoridad de Dios y lo que Él hacía era
el resultado de ello. Si la conciencia de los gobernantes no se hubiera
endurecido y aunque no les hubiera gustado lo que el Señor había hecho ellos
habrían guardado silencio avergonzados del estado en que se encontraba el
templo mientras estaba bajo el cuidado de ellos. Habiendo rechazado al Señor
ellos no podían reconocer Su autoridad y a partir de aquel momento las pruebas fueron
inútiles. Pero la sabiduría divina del Señor les hace reconocer su propia
incapacidad para resolver asuntos relacionados con la autoridad y el testimonio
divino.
Él pregunta si la misión de
Juan el Bautista era divina. Si decían que sí entonces Juan había dado
testimonio de Jesús; si decían que no la autoridad de ellos quedaba comprometida
ante el pueblo. ¿Dónde estaba el derecho de ellos a preguntar: "¿Qué es la
verdad?" Ellos la conocían y sin embargo se alegraban bastante de tener el
largamente perdido honor de tener un profeta en medio de Israel. Reconocer sus
pecados no les acomodó y así la luz se apagó pronto para sus corazones; pero el
pueblo siempre consideró a Juan como un profeta. Así que ellos no se atrevieron
a decir ni Sí ni No. Esta fue la confesión de ellos en cuanto a que no eran
capaces de juzgar las afirmaciones de un hombre que profesaba tener una misión
de parte de Dios; porque no podían decir si Juan era un profeta o no. Si este
era el caso Jesús no necesitó responderles ni satisfacerles acerca de Su misión
como a personas armadas con la autoridad de Dios a las que uno está obligado a
decir la verdad.
J. N.
Darby
Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Septiembre 2022
Otras versiones de La Biblia usadas en esta traducción:
RVA = Versión Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989 (Publicada por
Editorial Mundo Hispano).
RVSBT = REINA VALERA 1909 REVISIÓN DE LA SOCIEDAD BÍBLICA TRINITARIA.