Evangelio de Marcos
J. N.
Darby
Escritos
Compilados,
Volumen 24, Expositivo
Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y
han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RV60) excepto
en los lugares en que además de las comillas dobles ("") se indican
otras versiones mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del
escrito.
CAPÍTULOS
1 a 4
Introducción
Si nosotros deseamos una mejor comprensión del pensamiento del Espíritu
Santo acerca del Evangelio de Marcos debemos examinar brevemente Su enseñanza
en los cuatro Evangelios. Estos nos presentan a Cristo pero a Cristo rechazado
y al mismo tiempo presentan al Salvador en cuatro aspectos diferentes. Hay
además una diferencia entre los tres primeros y el último. Los tres primeros
presentan a Cristo como Aquel a quien el mundo debiese recibir aunque como
resultado a Él se Le da muerte. En el cuarto evangelio encontramos al Señor
Jesús ya rechazado desde el primer capítulo y además encontramos también a los
judíos considerados como desechados: los que nacen de Dios son los únicos que
reciben al Señor: y consecuentemente encontramos en este Evangelio los
principios de la gracia más profundamente revelados, — "Ninguno puede
venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere" (Juan 6: 44); — y las
ovejas son diferenciadas del mundo antes de ser llamadas. Los tres primeros Evangelios
presentan a Cristo a los hombres para que Él pueda ser recibido; luego nos presentan
la historia de la creciente enemistad del hombre contra Él, y finalmente Su
rechazo y Su muerte.
En cuanto al carácter de cada Evangelio en Mateo el Señor es considerado
como Emanuel el Mesías prometido, Jehová que salva a Su pueblo de sus pecados.
"Jehová el Salvador" es el significado del nombre Jesús. Consecuentemente
la genealogía asciende desde Abraham y David, cabezas y recipientes de las
promesas desde los que iba a descender el Mesías. En este primer Evangelio
cuando Cristo es manifestado en Su verdadero carácter y en el espíritu de Su
misión Él es rechazado moralmente y los judíos son desechados como nación. El
Señor ya no busca frutos en Su viña sino que muestra que Él es realmente el
sembrador; revela el reino pero en misterio (es decir, en la forma en que dicho
reino existiría en Su ausencia); Él revela la iglesia que Él mismo edificaría y
revela el reino en su estado glorioso, cosas que deberían ser sustituidas por Su
presencia en la tierra y luego tenemos los últimos acontecimientos y discursos
de Su vida.
Marcos representa al Siervo-Profeta y por eso no tenemos la historia de Su
nacimiento y el Evangelio comienza con Su ministerio. Más adelante hablaremos
de su contenido. En el Evangelio de Lucas el Señor nos es presentado como el
Hijo del Hombre y en ello tenemos un retrato de la gracia y de la obra que está
siendo realizada ahora y la genealogía se remonta hasta Adán. Sin embargo los
dos primeros capítulos nos revelan el estado del pequeño aunque piadoso
remanente entre los judíos y es un retrato muy exquisito de la obra del
Espíritu de Dios en medio de la nación inicua y corrupta. Estas almas piadosas
se conocían bien unas a otras y ellas esperaban la redención de Israel; y la
anciana y piadosa Ana que había visto al Salvador presentado en el templo según
la ley anunció la venida del largamente esperado Mesías a todos los que Le
esperaban. En toda la parte restante de este Evangelio Cristo es el Hijo del Hombre
para los gentiles.
En el Evangelio de Juan no tenemos ninguna genealogía en absoluto. El
Verbo (la Palabra) de Dios, que es también Dios aparece en carne en la tierra,
— Él es el Creador, el Hijo de Dios. El mundo no Le conoce. Lo Suyo (los
judíos) no Le recibieron pero los que Le reciben tienen derecho a asumir el
lugar de hijos de Dios siendo realmente nacidos de Él. (Juan 1: 11, 12). Y
puesto que Cristo es presentado aquí como la manifestación de Dios es por esta
misma causa que inmediatamente Le hallamos rechazado. Este Evangelio nos Lo
presenta en Su persona; entonces Él saca a Sus ovejas y reúne a las de los
gentiles y les da a todas vida eterna y ellas no pueden perecer jamás. Al final
de este Evangelio se nos explica la venida del Espíritu Santo: pero comencemos
a considerar el Evangelio escrito por Marcos.
Marcos 1
Ya hemos dicho que este evangelio comienza con el ministerio del
Salvador. Sólo está precedido por el testimonio de Juan. Este último prepara el
camino del Señor, predica el bautismo de arrepentimiento para perdón de pecados
y anuncia un Siervo de Dios más glorioso cuya correa de Su calzado él no es
digno de desatar: Él bautizará con el Espíritu Santo. El bautismo de fuego no es
mencionado aquí porque el tema es el servicio del Señor en bendición y no el de
ejercer Su poder en juicio. El fuego siempre significa juicio.
El Señor se somete al bautismo de Juan y este es un hecho lleno de
importancia y bendición para el hombre. Él asume aquí el lugar de Su pueblo
ante Dios y yo no necesito decir que el Señor no podía tener necesidad alguna de
arrepentimiento pero Él desea acompañar
a Su pueblo en el primer buen paso que dicho pueblo da, es decir, en el primer
paso que da bajo la influencia de la Palabra. Para Él ello fue el cumplimiento
de toda justicia. Dondequiera que el pecado nos había llevado a nosotros, el
amor y la obediencia Le condujeron a Él para nuestra liberación. Sólo que Él viene
aquí con los Suyos: pero en la muerte Él asumió nuestro lugar, llevó la
maldición, Él fue hecho pecado. Él asume aquí Su lugar como un hombre
perfecto que está en relación con Dios, — en relación con el Padre; ese lugar
que Él adquirió para nosotros mediante la redención en la cual somos situados
como hijos de Dios.
Los cielos se abren: el Espíritu Santo desciende sobre el hombre. El
Padre nos reconoce como Sus hijos; Jesús fue ungido y sellado por el Espíritu
Santo igual que lo somos nosotros; Él porque fue personalmente digno de
ello; nosotros porque nos ha hecho dignos mediante Su obra y por medio de Su
sangre. Para nosotros el cielo está abierto, el velo se ha rasgado y clamamos:
"¡Abba, Padre!". ¡Gracia maravillosa! ¡Amor infinito! El Hijo de Dios
se ha hecho hombre para que nosotros también lleguemos a ser hijos de Dios tal
como Él mismo dijo después de Su resurrección: "Subo a mi Padre y a
vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios". (Juan 20: 17). Inefable propósito
glorioso de Dios de situarnos en la misma gloria, en la misma relación que Su
Hijo: en la gloria a la que Él tiene derecho por Su perfección como siendo el
propio Hijo de Dios. "Para mostrar en los siglos venideros las abundantes
riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús".
(Efesios 2: 7). Esto se cumplirá
plenamente cuando lo que el Señor Jesús ha dicho se cumpla, a saber, "La
gloria que me diste, yo les he dado… para que el mundo conozca que tú me
enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado".
(Juan 17: 22, 23). Oh, cuál debiese ser el amor de los cristianos por el
Salvador el cual por Sus padecimientos, incluso hasta la muerte, ha adquirido
tal posición para nosotros ¡y la bienaventurada seguridad de estar con Él y
como Él por toda la eternidad!
Es importante señalar también que la Trinidad es revelada aquí plenamente
por primera vez. En el Antiguo Testamento leemos acerca del Hijo y del Espíritu
Santo pero aquí donde tenemos la posición del segundo Hombre según la gracia la
Trinidad Santa es revelada. Al mismo tiempo la revelación es clara y las tres
personas aparecen juntas; el Hijo es revelado como un hombre, el Espíritu Santo
desciende como paloma, y la voz del Padre reconoce a Jesús en quien Él tiene
complacencia. Nosotros podemos mencionar aquí la diferencia entre la
responsabilidad del hombre y el propósito de la gracia. El propósito de Dios
fue fijado antes de la creación del mundo pero fue fijado en el postrer Adán,
el Señor Jesucristo. En el libro de los Proverbios (capítulo 8) se muestra que
Cristo, como la Sabiduría, estaba con Dios, que él era el objeto de la delicia
de Dios y que Su propia delicia se encontraba en los hijos de los hombres. Pero
antes de revelar Sus consejos o de realizar la obra que iba a producir todos
los efectos de este amor Dios creó al hombre responsable, — el primer Adán. Pero
Adán no logró cumplir su deber y todos los medios que Dios empleó sólo han
sacado a relucir la iniquidad del hombre hasta que el segundo Hombre vino. Así
se ha manifestado el deleite que Dios tenía en el hombre.
Sin embargo el hombre no ha estado dispuesto a recibirlo; sólo quedaba
el objeto personal de la perfecta satisfacción de Dios; y así en Su persona Él ha
asumido una posición que encontramos revelada en este pasaje, a saber, la posición
de Hijo de Dios con los cielos abiertos y siendo sellado por el Espíritu Santo.
Pero Él estaba solo. En la cruz Él hizo todo lo que fue necesario con respecto
a nuestra responsabilidad y ha hecho más, — Él ha glorificado plenamente a Dios
en Su amor, en Su majestad, en Su verdad, y ha adquirido para nosotros la
participación en Su posición como hombre en la gloria de Dios; no ciertamente
como el derecho de Dios, es decir, Su propio derecho como Hijo sino para estar
como Él está en la gloria para que Él pudiera ser el primogénito entre muchos
hermanos. Este es el propósito de Dios y cuando la obra de Cristo se cumplió
este propósito fue sacado a la luz. En cuanto a su cumplimiento en nosotros en
la tierra tenemos un ejemplo de ello en el pasaje que estamos considerando.
Compárese con 2ª Timoteo 1: 9; Tito 1: 2-3.
Pero esto no es todo. Tan pronto como Jesús hubo asumido Su lugar ante
Dios como hombre y cuando Él hubo sido manifestado como Hijo de Dios en
naturaleza humana Él es llevado por el poder del Espíritu Santo al desierto y
allí experimenta la lucha con el diablo en la que el primer Adán había sido
vencido. Fue necesario que Él venciera para hacernos libres y observen ustedes
también que Sus circunstancias fueron muy diferentes de aquellas en las que se
encontró el primer Adán. El primer Adán estuvo rodeado de las bendiciones de
Dios de las que él disfrutaba plenamente; ellas eran un testimonio circunstante
de Su favor. Cristo, por el contrario, estaba en el desierto siendo consciente
de que Satanás estaba reinando ahora sobre el hombre y todas las comodidades
externas faltaban; exteriormente no había ningún testimonio de la bondad de
Dios: de hecho todo era contrario a esto.
En Marcos no son presentados los detalles de la tentación ni las
respuestas del Señor sino que sólo está registrado el hecho (un hecho precioso
para nosotros) de que el Señor ha pasado a través de esta prueba. Él mismo se
presentó según la voluntad de Dios, llevado por el Espíritu Santo para
enfrentarse al poderoso enemigo de la humanidad; ¡Inmensa gracia! En primer
lugar Él mostró nuestro lugar ante Dios habiéndolo Él asumido en Su persona y
luego entró en conflicto con el diablo que nos tenía cautivos. El tercer hecho
que observamos es que los ángeles han llegado a ser siervos de aquellos que
serán herederos de la salvación. (Hebreos 1: 14). Entonces aquí están los tres
testimonios en relación con la manifestación de Jesús como hombre en la carne;
— a saber, nuestra posición como hijos de Dios, Satanás vencido, los ángeles
como nuestros servidores.
El Salvador (versículo 14), habiendo Él asumido Su lugar en el mundo
comienza el ejercicio de Su ministerio pero no antes del encarcelamiento de
Juan. Después de que este precursor del Mesías fue apresado y no antes el
Salvador comenzó a predicar el evangelio del reino. El testimonio de Juan fue
muy importante para atraer la atención del pueblo hacia el Señor pero no habría
sido correcto que Juan diese testimonio del Señor después de que el propio Señor
hubiera comenzado a dar testimonio de Sí. Leemos, "Yo no recibo testimonio
de hombre alguno", dice el Señor hablando de Juan el Bautista; Juan 5:34.
¡Él dio testimonio de Juan! Él era la Verdad en Su persona y Sus palabras y Sus
obras eran el testimonio de Dios en el mundo. "¿Qué señal nos muestras?"
(Juan 2: 18), dijo el pueblo; "Nuestros padres comieron el maná en el
desierto...." (Juan 6: 31). Y el Señor respondió: "Yo
soy el pan que
descendió del cielo". (Juan 6: 41).
La predicación de Jesús anunciaba el reino, mostraba que el tiempo se
había cumplido, que el reino de Dios estaba cerca, que las personas debían
arrepentirse y creer el evangelio, las buenas nuevas. Nosotros debemos
distinguir entre el evangelio del reino y el evangelio de nuestra salvación.
Cristo es el centro de ambos pero hay una gran diferencia entre la predicación
de un reino que se acerca y la de una redención eterna consumada en la cruz. Es
muy posible que las dos verdades sean anunciadas juntas. Y de hecho encontramos
que el apóstol Pablo predicaba el reino pero ciertamente también proclamaba una
redención eterna consumada para nosotros en la cruz. Cristo profetizó acerca de
Su muerte y anunció que el Hijo del hombre daría Su vida en rescate por muchos
(Marcos 10: 45); pero durante Su vida Él no podía anunciar una redención
consumada. Los hombres debiesen haberle recibido y no haberle dado muerte: por
eso Su testimonio era acerca del reino que se estaba acercando.
Este reino en su poder público ha sido postergado porque Cristo ha sido
rechazado (véase Apocalipsis 11: 17); y esta postergación dura todo el tiempo
que Cristo está sentado a la diestra de Dios hasta el momento en que Él se
levantará del trono de Su Padre para juzgar. Dios ha dicho: "Siéntate a mi
diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies". (Salmo
110). Sin embargo es cierto que el reino ya vino en misterio según Mateo 13 y esto
acontece durante el tiempo en que Jesús está sentado a la diestra de Dios. Pero
cuando llegue el momento determinado por Dios el Señor se levantará y
establecerá el reino y con Su poder juzgará a los vivos y paz y felicidad serán
establecidas en la tierra. Y nosotros que Le hemos recibido mientras el mundo Le
ha rechazado iremos al encuentro de Él en el aire, estaremos para siempre con
el Señor y vendremos con Él en gloria cuando Él aparecerá ante el mundo y
reinaremos con Él; y lo que es aún mucho mejor es que seremos semejantes a Él y
estaremos siempre con Él en los lugares celestiales en la casa del Padre.
El desarrollo de estas verdades y de estos acontecimientos sólo son
encontrados en la palabra de Dios después de la ascensión del Señor, después de
que el fundamento para el cumplimiento del propósito de Dios hubo sido puesto
en la muerte del Salvador. Él solamente anuncia aquí el acercamiento del reino
pues los hombres debían haberlo recibido. Pero aunque Jesús enseñaba en todas
las sinagogas no sólo había quienes le oían o creían en lo que Él enseñaba sino
que algunos también Le siguieron. Es de la mayor importancia mencionar esto
pues muchos en el día actual profesan haber recibido el evangelio pero, ¡qué
pequeño es el número de los que siguen al Señor en la senda de la fe, en esa
humildad y obediencia que caracterizaron los pasos del Señor en este mundo!
Intentemos seguirle aunque quizá no podamos abandonar literalmente todo como hicieron
los primeros discípulos; pero podemos andar en el espíritu en el que ellos anduvieron
y considerar a Cristo como el todo para nuestras almas y que todas las demás
cosas no son más que basura para que podamos ganar a Cristo en la gloria. El
Señor llama aquí a los hombres para hacerlos pescadores de otros; busquemos
también nosotros a otros para que ellos también puedan disfrutar de la inefable
y gloriosa felicidad que da el Espíritu Santo. Quizás nosotros no seamos
apóstoles pero quienquiera que esté lleno de Cristo dará testimonio de Cristo; "porque
de la abundancia del corazón habla la
boca". (Lucas 6: 45). Ríos de agua viva fluirán del interior de aquel que
viene a Cristo y bebe. (Juan 7).
El Evangelio de Marcos no presenta la persona de Emanuel y después la
gracia de Su misión como el de Mateo sino que expone rápidamente Su ministerio
en su aplicación a los hombres. El ministerio es necesariamente el mismo pero
el desarrollo es diferente. Su palabra y Sus obras testifican igualmente acerca
de la autoridad con que Él enseñaba al pueblo. Mientras Él hablaba la audiencia
de la sinagoga se admiraba pues Su discurso no era como el de los escribas que
insistían acerca de las opiniones sino que Él anunciaba la verdad como Uno que
la conocía y podía presentarla desde Su fundamento mismo. Incluso los espíritus
malos temían Su presencia y rogaban para que no fuesen destruidos. Sin embargo
se los obligó a dejar al miserable varón que ellos tenían como presa bajo su
poder de modo que el pueblo dijo: "¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es
esta?" Un testimonio fue levantado de que Dios había intervenido para dejar
libre al hombre y para comunicarle Su perfecta verdad. La gracia y la verdad habían
venido por medio de Jesucristo. (Juan 1: 17).
Su fama se difundió por toda Galilea. Saliendo de la sinagoga Él viene a
casa de Simón y Andrés: el apóstol Pedro tenía una esposa y su suegra estaba postrada
en cama con fiebre. El Señor la toma de la mano; la fiebre desaparece y la
mujer comienza a servirles en perfecto estado de salud. Tan pronto como el día
de reposo termina toda la ciudad se amontona a la puerta de la casa y el Señor sana
los enfermos y echa fuera los demonios y los demonios Le reconocen aunque los
hombres no lo hacen. Sin embargo Él sigue siendo el Siervo de Dios y se levanta
antes de la salida del sol para ir a un lugar solitario a orar. Pedro Le busca
y habiéndole encontrado dice: "Todos te buscan": pero Jesús, siempre el
Siervo, no busca cantidades de personas y fama para Sí mismo sino que se marcha
a predicar a otro lugar y a traer liberación del yugo de Satanás.
Es importante comentar aquí que los milagros del Señor no son
simplemente una señal y una demostración de poder sino que ellos también lo son
de la bondad que estaba actuando en divino poder. Esto es lo que da el
verdadero carácter divino a los milagros de Jesús. Todas Sus obras son el fruto
del amor y dan testimonio del Dios de amor en la tierra. Sólo hay una excepción
evidente que al fin y al cabo es una demostración de la verdad que estamos
comentando. Esta excepción es la maldición de la higuera pero ésta era una
figura del pueblo de Israel y puede ser dicho que era una figura de la
naturaleza humana bajo el cultivo de Dios que no producía fruto, — sólo había
hojas, es decir, hipocresía. Por eso ella fue juzgada y condenada y jamás
volverá a dar fruto; el jardinero cavó a su alrededor y la abonó pero todo fue
inútil (Lucas 13: 8); y entonces fue abandonada por Dios. El hombre debe nacer
de nuevo, — debe ser creado de nuevo en Cristo Jesús.
Del amor manifestado en las obras del Señor Jesús tenemos una hermosa
demostración en lo que sigue a continuación. Un leproso viene a Jesús bien
persuadido de Su poder habiendo visto Sus milagros o habiendo oído hablar de
estas poderosas obras pero no estaba seguro que encontraría en Él la voluntad
de sanarlo. Le dice: "Si quieres, puedes". No satisfecho el Señor con
la disposición y con el hacer Él toca al leproso. Ahora bien, la lepra, — ¡terrible
enfermedad! — era una figura del pecado y aquel que se enfermaba de ella era echado
del campamento como inmundo (Números 5: 1, 2); e incluso un hombre que pudiera
haberlo tocado era echado también porque él era contaminado por ella. No se
podía emplear ningún medio para sanar al leproso pues sólo Jehová podía sanarlo
y entonces una vez sanado por Jehová el sacerdote lo declaraba limpio y después
de ciertas ceremonias él podía participar en la adoración divina. El Señor
entra aquí con este poder divino y con el amor de Dios. "Quiero, sé
limpio". La disposición y el poder de Dios estaban allí y fueron ejercidos
en favor del pobre hombre excomulgado. Pero hay algo más, — Él toca al enfermo.
Dios está presente; Jesús no puede ser contaminado; pero Él se ha acercado
tanto al hombre inmundo como para poder tocarlo, — verdadero Hombre entre los
hombres, Dios manifestado en carne. Dios, pero Dios en un hombre, el amor
mismo, el poder que puede hacer todo lo necesario para liberar al hombre del
efecto del poder de Satanás. La pureza incapaz de ser contaminada se encuentra
en la tierra, — pero también el amor, es decir, Dios está aquí, pero también el
Hombre, — y obra para la bendición del hombre. El leproso es sanado
inmediatamente y la lepra desaparece.
Pero aunque Dios se manifiesta en Su obra de poder y amor Él no deja el
lugar de siervo ahora que lo ha asumido; Él despide al hombre sanado diciendo:
"Mira, no digas a nadie nada, sino vé, muéstrate al sacerdote, y ofrece
por tu purificación lo que Moisés mandó". Nosotros podemos comentar otra circunstancia
en esta historia, — a saber, que el Señor fue movido a compasión al ver al
leproso. Dios en Su amor es hombre conmovido con piedad en Su corazón por el
estado miserable en que encuentra al hombre: y a menudo encontramos esto en los
Evangelios. Ahora bien, el leproso purificado difunde la fama de Jesús por
todas partes de modo que el testimonio del poder de Dios presente con Su pueblo
se hace sentir en la mente de los hombres. Jesús no buscaba la gloria humana
sino cumplir la voluntad de Dios y la obra que Él Le había dado para hacer.
Rodeado de todos Él no puede entrar en la ciudad donde la multitud asombrada se
habría reunido a Su alrededor.
Marcos 2
Pero después de algunos días cuando la expectación hubo disminuido un
poco el Señor entra de nuevo en la ciudad. Pronto se divulgó que Él estaba en
casa y se juntaron tantos que no hubo sitio alguno para recibirlos ni siquiera en
derredor de la puerta. Jesús predicaba la palabra a ellos porque este servicio fue
siempre Su primer objetivo. Él era la Palabra (el Verbo), él era la Verdad, Él
mismo era lo que Su palabra anunciaba, aquel de quien el hombre tenía
necesidad. Su palabra era confirmada también por Sus obras y la gente sabía que
Él poseía el poder que podía librarlos de todo mal.
Ellos traen un paralítico que era cargado por cuatro pero no pudiendo
ellos llegar hasta donde estaba Jesús, obstaculizados como estaban por la
multitud abren un boquete en el techo, — algo fácilmente hecho en el Oriente, —
y bajan al paralítico hasta el lugar donde estaba Jesús. Esta fue una demostración
evidente de la fe de ellos; fue el profundo sentimiento de necesidad y la
confianza en Jesús, en Su amor, en Su poder. Sin un deseo urgente de ser sanados y sin una confianza plena
en el poder y en el
amor de Jesús ellos se habrían desanimado por la dificultad
presentada
por la multitud y se habrían retirado diciendo tal vez,
«Volveremos, y quizás podamos llegar a Él en otro momento.» Pero para la fe no hay dificultades; sus
principios son estos, — la necesidad de encontrar al Salvador, de sentir
nuestra miseria y de sentir que sólo Jesús puede sanarnos, que Su amor es lo
suficientemente fuerte como para atendernos en nuestra desdicha. Es la obra del
Espíritu la que nos revela a Jesús, obviamente; pero Él produce en nosotros tal
sentido de nuestra desdicha que nos vemos impulsados a ir a buscar al Señor y
las dificultades no nos hacen retroceder porque sabemos que sólo Jesús puede
sanarnos, que Su amor es suficiente; pero de hecho no es que estemos ya seguros
de ser sanados pero sí lo suficiente como para atraernos hacia Él con la confianza
de que Él lo hará. Y si ya hemos acudido a Él la fe produce siempre necesidad
en el alma y produce la confianza de que el Salvador responderá a nuestra
necesidad. Y Cristo nunca deja de responder a ella; él puede permitir que las
dificultades prueben la fe pero la fe que persevera encuentra la respuesta; y es
que si nosotros conocemos la suficiencia del Señor lo que produce esta
perseverancia es el sentido de nuestra necesidad. La fuente de todo es la
operación del Espíritu Santo en nuestro corazón.
El Señor
aprovecha la
ocasión brindada por el miserable estado del paralítico para señalar la
verdadera raíz de todos los males, — a saber, el pecado. Él había venido porque
el pecado estaba en el mundo y entonces, ¿con qué objetivo sino para que el
pecado pudiese ser perdonado? Es cierto que puesto que Dios es justo es
necesario que una expiación perfecta sea hecha por los pecados para que estos sean
perdonados. Pero Jehová que lo sabía todo podía administrar el perdón por medio
del Hijo del Hombre de esa manera que ahora hace que todos los creyentes
participen en un perdón perfecto por medio del evangelio. En cuanto a Su
gobierno Él podía también perdonar o dejar bajo los efectos de Su castigo tanto
a individuos como a toda la nación. Ahora Él que estaba presente tenía el
derecho y el poder de perdonar pecados en la tierra y Él dio la prueba de ello.
En el Salmo 103 Él es celebrado como Aquel que perdonaría todas las iniquidades
de Israel y sanaría todas sus enfermedades, "¡Bendice, oh alma mía, a
Jehová, y no te olvides jamás de todos sus beneficios! — los beneficios de
Aquel que perdona todas tus iniquidades; que sana todas tus enfermedades".
(Salmo 103: 2, 3 – VM).
La gran
necesidad
de Israel culpable era este perdón y Cristo lo anuncia. En cuanto al gobierno
de Dios mismo Israel no podía ser restablecido en la bendición si no poseía el
perdón de Dios. "Tus pecados te son perdonados", dijo el Señor pero los
escribas claman contra la blasfemia. Pero Dios, el Jehová del Salmo 103 estaba
allí presente en la persona del Hijo del Hombre y Él presenta la prueba de que
este derecho le pertenecía a Él mediante el cumplimiento de lo que es dicho en
ese mismo Salmo, "que sana todas tus enfermedades". "Pues para
que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar
pecados (dijo al paralítico): A ti te digo: Levántate, toma tu lecho, y vete a
tu casa". El hombre se levanta, toma su lecho y se marcha. El perdón y el
poder para sanar vinieron a la tierra en la persona del Hijo del Hombre, de
Aquel que teniendo derechos y poder divinos estaba aquí abajo en humillación en
la tierra para llevar el amor y el poder de Dios a la miseria del hombre, a las
miserias fatales del alma, dando una prueba de ello al libertar el cuerpo de
los padecimientos que el pecado había introducido.
Dios estaba
presente en amor. El poder para sanar estaba allí pero la verdad importante fue
que el perdón había llegado a la tierra. Esta es la primera gran verdad del
evangelio. Lo que aquí es anunciado por Cristo es proclamado ahora en el
evangelio que es el medio de reconciliar la justicia de Dios con perdón
gratuito con el pleno perdón duradero de los pecados claramente expuesto ante
los hombres en las palabras del Señor. El perdón de pecados fundamentado en la
obra del Salvador es anunciado. Pero si éste es el espíritu del Evangelio, si
ésta es la obra de Jesús, Él debe venir a llamar a pecadores, Él mismo debe
hacerse amigo de ellos para que tengan ellos confianza y puedan creer en esta
gracia y para que el mundo pueda conocer el verdadero carácter del Salvador.
Lo que sigue
a
continuación en nuestra historia nos hace comprender claramente la misión y el
ministerio de Jesús. Él llama a Mateo el cual estaba sentado al banco de los
tributos. El tributo era aborrecible para los judíos no sólo porque tenían que
pagarlo contra su voluntad sino mucho más porque era la demostración de que ellos
eran esclavos de los gentiles. Ellos habían perdido sus privilegios como pueblo
libre de Dios; y cuando sus compatriotas asumían este cargo como solían hacerlo
bajo los militares romanos la amargura de ellos era muy grande y el varón que
asumía tal situación llegaba a ser aborrecido como un pérfido traidor de la
religión y de la nación. Por tanto estos recaudadores de impuestos eran despreciados
y detestados. Ahora bien, Mateo invita al Señor y muchos otros publicanos
estaban a la mesa con Jesús y con Sus discípulos.
Los escribas
y
fariseos plantean la pregunta en cuanto a cómo podía ser posible que un maestro
justo se sentase a comer con hombres inmundos y pecadores. Jesús oye esto y
responde con sabiduría divina. La sencillez de la respuesta se equipara a su
fuerza. "Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he
venido a llamar a justos, sino a pecadores". Aquí es la gracia la que está
actuando y la obra de Jesús presenta un completo contraste con la ley. La ley
exigía al hombre justicia humana; Cristo y el evangelio anuncian la gracia
divina que reina y revela la justicia de Dios. Nosotros tenemos aquí gracia y en
cuanto a la justicia divina ella sería revelada plenamente cuando Cristo consumara
Su obra en la cruz: ¡una verdad tan importante como preciosa!
Cristo el
Salvador
vino a buscar pecadores y no busca personas justas; e incluso si existiese
alguna de tales personas no habría necesidad de buscarlas, pero en Su gracia
soberana y en Su perfecta bondad Él vino a buscar pecadores; Él no los despide
sino que los busca y puede sentarse y comer con ellos siendo Él mismo completamente
santo. Esta es la manifestación de Dios en amor en medio de pecadores para
ganar los corazones de los hombres y para producir confianza hacia Dios en
estos corazones y para ligar todas las facultades del alma con el poder de un
objeto perfecto, y para formarla según la imagen de aquello que la conduce y
que ella contempla; y ¿de donde inspirar esta confianza ya que el bien había
venido en medio del mal y había participado en la miseria en que yacía el
hombre caído? — de una benignidad que no alejaba al pecador a causa de sus
pecados sino que lo invitaba a venir.
La ruina
del hombre
comenzó cuando él perdió su confianza en Dios pues el demonio había tenido
éxito en persuadir a Eva de que Dios no había permitido al hombre comer del
árbol de la ciencia del bien y del mal porque Él sabía que si el hombre lo
hacía este sería como Dios, conociendo el bien y el mal; de que Dios le había
prohibido tocar el árbol por celos y que si Él no deseaba que fuéramos felices
debíamos hacernos felices nosotros mismos. Y esto es lo que Eva buscó y esto es
lo que buscan todos los hombres que hacen su propia voluntad. Así cayó el
hombre y así permanece el hombre en toda la miseria que es el fruto del pecado
esperando el juicio de Dios sobre el pecado mismo. Ahora bien, antes de
ejecutar el juicio Dios vino en amor como Salvador para mostrar que Su amor es
mayor que el pecado y que el peor pecador puede tener confianza en este amor
que busca pecadores y se adapta a sus necesidades, amor que no demanda justicia
de parte del hombre y le trae salvación y gracia para presentarlo mediante
ellas finalmente a Dios como Su justicia por medio de la obra de Cristo: pero Él
viene en amor a los hombres pecadores para reconciliarlos con Él mismo. En
lugar de castigarlos por sus pecados Él encuentra la ocasión de manifestar la
inmensidad de Su amor al venir a los que yacían en pecado y al darse a Sí mismo
como sacrificio para quitarlo.
Cristo presenta
este amor de Dios en Su vida siendo Él Dios mismo manifestado en amor al
hombre; en Su muerte Él es como hombre ante Dios hecho por nosotros pecado para
que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él y para que el Dios justo,
el Dios de amor, nunca recuerde nuestros pecados. En la historia que estamos
considerando Él manifiesta el amor de Dios hacia el hombre. La ley era la norma
perfecta de lo que el hombre debía ser como hijo de Adán; ella exigía del
hombre que fuera así y pronunciaba una maldición sobre el hombre que no hacía
lo que ella requería. La ley añadió la autoridad de Dios a lo que era apropiado
para las relaciones en las que el hombre se encuentra y dio una norma perfecta
para la conducta del hombre en estas relaciones; una norma fácilmente olvidada
o quebrantada en el estado caído del hombre. Ella no dio vida, ni fuerza, ni
objetos para atraer y gobernar el corazón; pero estableció la relación del
hombre con Dios y con sus prójimos y maldijo a todos los que no la habían
guardado, es decir, a todos los que estaban bajo ella.
La carne
no se
somete ni puede someterse a la ley de Dios: entonces, mientras la gracia
establece la autoridad de la ley y la propia maldición puesto que Cristo el
bendito Salvador la ha soportado, ella tiene que cambiar necesariamente todo en
los modos de obrar de Dios. El perdón no es lo mismo que la maldición y pagar
una deuda es muy diferente a exigir el dinero. Es muy justo exigir el pago pero
si el deudor no tiene nada con que pagar él está arruinado; mientras que si él paga
es puesto en libertad. Cristo ha hecho más; Él no sólo paga la deuda sino que
ha adquirido gloria para los que creen. Él no sólo ha liberado al deudor de sus
deudas sino que le ha dado una inmensa fortuna en la presencia de Dios.
Pero
entonces el
cambio es completo y perfecto y las palabras del Señor que siguen nos muestran
esto. Los discípulos de Juan y los fariseos solían ayunar y el Señor presenta
motivos por los que los Suyos no podían hacerlo. El Esposo estaba presente y
por lo tanto no era el momento de ayunar pero pronto llegaría el momento en que
el Esposo sería quitado y entonces ellos deberían ayunar. El gozo de Su
presencia se volvería en pesar por Su ausencia por la necesidad que esta
ausencia crearía en el corazón. El otro motivo es este, a saber: era imposible
mezclar los dos sistemas; el vino nuevo (la verdad y el poder espiritual del
cristianismo) no podía ser echado en odres viejos, en las antiguas
instituciones y ceremonias del judaísmo. Si se hacía esto el vino nuevo rompería
los odres y ambos se estropearían, el vino se perdería y los odres se romperían.
De la misma manera un remiendo de paño nuevo no se ajusta a un vestido viejo
pues la prenda se rasgaría y la rotura sólo sería mayor. De hecho, no es
posible unir el poder espiritual del cristianismo a las ceremonias carnales que
la naturaleza humana ama porque dicho poder puede hacer de ellas una religión
sin una vida nueva y sin que la conciencia sea tocada. Se oye decir, «Si el
inconverso quiere él puede hacer así tanto
bien como el convertido.» No, el vino nuevo debe ser guardado en odres nuevos y es importante
que lo recordemos. La dispensación fue cambiada, un nuevo orden estaba entrando
y todo fue alterado; la naturaleza de las cosas era diferente, — ellas no
podían existir al mismo tiempo; las ceremonias carnales y el poder del Espíritu
Santo nunca podrían ir juntos. Cristianos, ¡piensen ustedes en ello! El
cristianismo ha tratado de acicalarse con estas ceremonias y a menudo incluso
bajo formas paganas; y, ¿en qué se ha convertido? Se ha adaptado al mundo del cual
estas formas eran los rudimentos y se ha vuelto realmente pagano y su verdadera
espiritualidad difícilmente puede ser encontrada en lo más mínimo.
Pero había
una
institución fundada por Dios, es decir, la señal de Su pacto con Israel, — el
día de reposo, — y ello era también la señal del reposo de Dios en la primera
creación. Ahora bien, en Israel el hombre fue puesto a prueba para ver si con
una norma perfecta y con los medios ofrecidos por la ley (estando Dios mismo
presente en el tabernáculo o en el templo), él podía servir a Dios y cumplir justicia
como un hijo de Adán en la carne. El día de reposo no era "un"
séptimo día sino "el" séptimo día en el cual al final de la creación
Dios terminó de crear y reposó. Entonces surgió la pregunta de si acaso el
hombre podía compartir el reposo de Dios: y la respuesta es que él ha pecado y
por lo tanto nunca puede tener parte alguna en este reposo. Bajo la ley él fue
puesto nuevamente a prueba y entonces hizo el becerro de oro antes de que
Moisés bajara del monte. Entonces Dios ejerció paciencia con el pueblo hasta
que ellos rechazaron a Cristo. Pero fue imposible establecer un pacto entre
Dios y el hombre según la carne y el
hombre no pudo disfrutar el reposo de Dios. Más aún; el día de reposo de la
primera creación había sido hecho por causa del hombre y Aquel que disfrutaba de
todos los derechos del hombre según los consejos de Dios era Señor del día de
reposo: así son expuestos estos dos principios.
En primer lugar como cuando David el ungido
del Señor había sido rechazado todo era común y profano; así cuando Cristo
quien era la última prueba ofrecida al hombre en la carne fue rechazado, nada
era santo para el hombre; el sello del primer pacto había perdido todo su significado.
Entonces, cuando Cristo renuncia por un tiempo a Su posición en Israel como
Mesías Él llega a ser el Hijo del Hombre (como vemos a menudo en los
Evangelios, Lucas 9: 21, 22, etcétera). Por lo tanto Él es Señor del día de
reposo que fue hecho por causa del hombre; de este modo la señal del antiguo
pacto desaparece por medio del pecado del hombre y su rechazo de Cristo.
La resurrección de Cristo es el comienzo de
la nueva creación, el fundamento del nuevo pacto fundamentado en Su sangre. Esta
es la señal del reposo de Dios para nosotros. Satisfecho, glorificado por la
muerte de Jesús, Dios Le ha levantado de los muertos y ha encontrado un lugar
de reposo para Su amor y Su justicia; y nosotros, objetos de este amor, somos
hechos justicia de Dios en Cristo.
Por tanto el día del Señor es un don
preciosísimo de parte de Él y el cristiano
verdadero lo disfruta con todo su corazón; y si es fiel él se encuentra en el
Espíritu para disfrutar de Dios feliz de haber sido liberado del trabajo
material para adorar a Dios como su Padre y para disfrutar de la comunión con
el Señor. Siempre es una mala señal cuando un cristiano habla de su libertad y
hace uso de ella para descuidar al Señor para entregarse al trabajo material del
mundo. Con independencia de cuán libre es un cristiano él está libre del mundo
y de la ley para servir al Señor. ¡Cuánto bien él puede hacer en el día del
Señor! Y este es un tercer principio que es encontrado en el capítulo 3 de este
Evangelio.
Marcos 3
La gracia había venido (Juan 1: 17), Dios
mismo estaba presente en gracia y esta gracia estaba libre para hacer el bien
en el día de reposo. El verdadero reposo del Señor es el ejercicio de Su amor
en medio del mal. Los fariseos no pensaban en hacer el mal siempre que sus
tradiciones fueran observadas. Dios se mantuvo en libertad de hacer el bien y
por este motivo el Señor sana la mano seca llamando formalmente la atención del
judío acerca de este gran principio.
Los fariseos consultan con los herodianos (los
cuales eran sus enemigos) para averiguar cómo podrían dar muerte a Jesús; y el
Señor se marcha. La dispensación de la ley es dejada así a un lado por el
cristianismo el cual no puede ser introducido en las antiguas formas judías; y
al mismo tiempo los derechos del amor divino, es decir, los derechos de Dios
mismo son mantenidos. De este modo el verdadero carácter del servicio del Señor
es expuesto claramente. El desarrollo directo del ministerio del Señor acaba
aquí. Lo que sigue a continuación consiste en parábolas y hechos que lo
desarrollan y muestran claramente las relaciones en las que el Señor se
encontraba con los judíos. Él se aparta del aborrecimiento de los gobernantes
del pueblo para proseguir con Su servicio de amor.
Una gran multitud de todas partes del país Le
sigue habiendo ellos oído hablar de las cosas maravillosas que Él hacía; y nosotros
tenemos aquí un retrato vivo del efecto de Su ministerio. El Señor se ve
obligado a tener una pequeña barca en el lago pues la multitud era tan grande que
Le oprimían deseando tocarle para ser sanados. También los espíritus malos al
verle se postraban delante de Él diciendo: "Tú eres el Hijo de Dios".
Observen ustedes aquí lo que encontramos a menudo en los Evangelios, a saber, que
los espíritus malos poseían a las personas tan completamente que sus actos eran
atribuidos a los espíritus; y los endemoniados decían lo que los espíritus les
hacían decir como si fuera de la propia voluntad de ellos. La mente y el cuerpo
estaban tan completamente poseídos por el espíritu que la persona poseída
pensaba que lo que el espíritu le inspiraba eran sus propios pensamientos. La
posesión era completa. "¿Has venido acá para atormentarnos antes de
tiempo?" (Mateo 8: 29)… "Sé quién eres, el Santo de Dios"
(Marcos 1: 24), — ello es a menudo así. Pero el Señor no quiso recibir el
testimonio de los demonios ni permitió que ellos Le dieran a conocer.
Él sube a un monte para alejarse un poco de
la multitud y para estar solo y llama a Sí a los que quiere, los cuales vienen
a Él. En el Evangelio de Lucas leemos que Él pasó toda la noche en oración
antes de nombrar a los apóstoles. En Lucas encontramos mucho más de la
humanidad del Señor lo cual es algo muy importante en su lugar. Él oró cuando el
cielo Le fue abierto; oró cuando se transfiguró; y cuando estaba en agonía en
el huerto oró más fervientemente. Nosotros tenemos más bien aquí el progreso de
Su ministerio pues vemos que Él asocia con él a otros siervos para continuar y
extender Su obra. Ellos debían estar con Él y luego son enviados a predicar el
evangelio con poder, a sanar enfermedades y a echar fuera demonios. Observen
ustedes aquí que Cristo no sólo hace milagros Él mismo sino que Él puede dar a
otros el poder de realizarlos. Los apóstoles podían poner sus manos sobre un
hombre para que recibiera el Espíritu Santo pero nunca podían dar a otros el
poder de realizar milagros y de echar fuera demonios. Esto es algo mucho más
que realizar milagros; pues es el poder y la autoridad de Dios. También Él da
nombres a algunos de Sus discípulos, — señal de autoridad suprema, — y de
acuerdo con el conocimiento que Él tenía del carácter de ellos antes de que Él
hubiese tenido alguna experiencia de ello.
Vemos al mismo tiempo cómo es recibido el
testimonio del Señor: vemos que Sus propios amigos piensan que Él está fuera de
Sí y los dirigentes del pueblo atribuyen Sus maravillosas obras al poder de
Satanás. ¡Oh, en qué mundo vivimos! El hombre no puede ver en la actividad de
la bondad divina nada más que la insania y la obra del diablo. Pero ciertamente
Satanás no echa fuera a Satanás: esta es la verdadera locura. Si a un hombre
fuerte le quitan sus bienes es evidente que ha venido uno más fuerte y lo ha
atado. ¡Sea Dios alabado! Pero este pecado, — la blasfemia contra el Espíritu
Santo, — no puede ser perdonado. Mientras ellos decían: «Nosotros no creemos:
este hombre no guarda el día de reposo, él nos engaña», aunque ello era
bastante malo era perdonable; pero los escribas reconocieron el poder, — un
poder mayor que el de los demonios, y en vez de reconocer allí el dedo de Dios
lo atribuyeron al príncipe de los demonios, — llamaron demonio al Espíritu
Santo. Ello fue el fin de toda esperanza para Israel en cuanto a su
responsabilidad. La gracia podría perdonar a la nación y lo hará cuando el
Señor regrese en gloria; pero la historia de ellos como pueblo responsable ha
terminado ahora.
Es por este motivo que el Señor renuncia a
toda relación con el pueblo según la carne. Su madre y Sus hermanos vienen a
llamarle pero el Señor no los reconoce. Él introduce la palabra para formar
nuevos vínculos con las almas pero todo vínculo con Israel se rompe. Su madre
no tiene ningún derecho sobre Él y Él se niega a aceptar su llamamiento: "¿Quién
es mi madre y mis hermanos?" dice Él, "y mirando a los que estaban
sentados alrededor de él, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Porque todo
aquel que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre".
Nosotros encontramos aquí la ruptura entre el Señor y el pueblo. La paciencia
del Señor continuó mostrando la bondad de Dios hasta la última Pascua pero todo
había terminado realmente para el pueblo; su condena no podía dejar de ser
pronunciada; Él ya no busca frutos en Su viña.
Marcos 4
Sentado en una barca a la orilla del lago el
Señor presenta la parábola del sembrador que salió a sembrar aquello que si era
recibido en el corazón iba a producir por gracia el fruto deseado por Dios. El
fruto no iba a ser encontrado en la viña donde el hombre debía ser probado tal
como él estaba en la carne bajo el antiguo pacto, estando la ley escrita en
tablas de piedra. Es por este motivo que el Señor maldijo la higuera que no
daba fruto sino sólo hojas; Él había cavado en torno a ella y la había abonado
pero en vano; por eso ella debía ser cortada. ¡Solemne verdad! La gracia nos
eleva por encima del pecado pero el hombre en sí mismo está perdido en cuanto a
su responsabilidad. El Señor comienza a enseñar a la multitud en parábolas
diciendo, "el sembrador salió a sembrar". Como hemos dicho Él ya no
busca fruto de parte del hombre en la tierra ni en Su pueblo sino que siembra
lo que debía dar fruto.
Mientras el sembrador siembra una parte cae junto
al camino, otra en pedregales, otra entre espinos y otra en buena tierra. No se
trata aquí de un asunto de doctrina sino que son presentados los hechos que
siguen a continuación de la siembra de la palabra del reino; se trata de hechos
externos. Tres partes no dan fruto. Cuando la palabra es sembrada en el corazón
como en el primer caso ella queda sobre la superficie de la tierra, es decir, no
penetra en el corazón; el diablo se lleva la palabra y no queda ningún fruto.
En el segundo caso la palabra es recibida con gozo; los oidores se alegran de
oír el sonido de la gracia, del perdón, del reino; pero cuando esto trae
consigo aflicción o persecución, la dejan. El oyente la había recibido con gozo;
él la deja cuando llega la aflicción: la conciencia no es llevada a la
presencia de Dios; la necesidad de una conciencia turbada no es sentida. La
palabra de Dios fija sus raíces en la conciencia porque la presencia de Dios es
revelada y despierta la conciencia. Dios mismo es revelado al corazón y uno se
encuentra en Su presencia con la conciencia de estar allí. El juicio propio sigue
a continuación de esto, las tinieblas desaparecen y la luz de Dios resplandece
en el corazón. Cuando la conciencia ya ha sido ejercitada entonces el Evangelio
trae de inmediato gozo y trae la respuesta de Dios a la necesidad del alma. Con
independencia de cuales son la gracia y el amor de Dios, cuando son revelados por
primera vez no producen gozo porque la conciencia es alcanzada; la luz penetra
porque Dios es luz. El amor (porque Dios es amor) inspira confianza, el corazón
es atraído y confía como la mujer pecadora que regó los pies del Señor con sus
lágrimas (Lucas 7: 36-38); pero la conciencia no tiene gozo al no estar aún
purificada. Si el anuncio del perdón da gozo hay motivo para temer que la
conciencia no haya sido despertada. El entendimiento (tal vez también los
afectos naturales) ha comprendido la hermosa historia de amor y de perdón
contada en el evangelio pero la obra es sólo superficial y desaparece.
Otra parte de la semilla cayó entre espinos y
los espinos al crecer la ahogaron y no dio ningún fruto. Por último la que cayó
en buena tierra dio fruto en diferentes proporciones. El objetivo de este
discurso no es mostrar la manera en que esto ocurre; el discurso sólo habla del
efecto manifestado. Sin duda es la gracia pero sólo se cuenta el hecho. Nosotros
vemos la actividad de la gracia en el corazón en este último caso porque crece
y da fruto y sigue creciendo. Aquel que ha recibido verdaderamente la palabra
en el corazón es apto para comunicarla a otros. Puede que él no tenga el don de
la predicación pero ama la verdad, ama las almas y la gloria del Salvador; y la
luz que ha sido encendida en su corazón va a iluminar todo lo que le rodea. Él siembra
también según sus fuerzas y es responsable de hacerlo. Todo será manifestado,
la fidelidad y la infidelidad con respecto a esto así como en todo lo demás.
Dios envía la luz al corazón para darla a los demás y no para ocultarla. Nosotros
recibiremos más si somos fieles en comunicar lo que poseemos y si hay amor en
nosotros esto no puede fracasar. La verdad y el amor vinieron en Cristo y a menos
que el corazón esté lleno de Cristo la verdad no será manifestada pues si el
corazón está lleno de otras cosas o está lleno de sí mismo Cristo no puede ser
manifestado. Si Cristo, — la verdad y el amor, — está en el corazón la verdad resplandecerá
para bendición de los demás y nosotros mismos seremos bendecidos y se nos dará
más y habrá libertad y gozo en el alma. Aquello que él ya posee le será quitado
al hombre que no permite que otros se beneficien de la luz que él tiene.
Nuevamente vemos aquí que el ministerio del
Señor entre los judíos había terminado. Él dice a los discípulos, "A
vosotros os es dado saber el misterio del reino de Dios; mas a los que están
fuera, por parábolas todas las cosas; para que viendo, vean y no perciban;
y oyendo, oigan y no entiendan; para que no se conviertan, y les sean
perdonados los pecados". (Marcos 4: 11, 12). Los que están afuera
están bajo el juicio de Dios. El Señor no quiere decir aquí que un alma no pueda
creer en Jesús individualmente y ser así perdonada sino que habiendo rechazado la
nación el testimonio de Jesús la nación estaba ahora abandonada por Dios,
dejada fuera y expuesta a Su juicio. Él Reprende a los discípulos porque ellos
tampoco pudieron entender la parábola y sin embargo Él se las explica en Su
gracia.
Después de esta explicación y de las
respectivas advertencias de las que hemos hablado el Señor pronuncia otra
parábola que presenta Sus modos de obrar muy claramente. El reino es semejante
a un hombre que echa semilla en la tierra y que levantándose y durmiendo día y
noche la deja crecer sin reparar en ella. La tierra produce así fruto por sí
misma, primero hierba, luego espiga, y después grano lleno en la espiga. Ahora
bien, cuando el fruto está maduro enseguida se mete la hoz porque ha llegado la
siega. Así trabajó el Señor personalmente sembrando la palabra de Dios en la
tierra y al final Él volverá y trabajará de nuevo en persona cuando habrá
llegado el tiempo para el juicio de este mundo; pero ahora Él permanece mientras
tanto sentado a la diestra de Dios como si no se ocupara de Su campo aunque Él
trabaja en secreto por medio de Su gracia y produce todo. Pero ello no es
manifiesto. Sin ser visto Él trabaja para hacer que la semilla crezca de manera
divina por medio de Su gracia mientras que aparentemente Él permite que el
evangelio crezca sin tener nada que ver con ello hasta la siega. Entonces Él mismo
aparecerá y obrará públicamente.
Él enseña nuevamente al pueblo con otra
parábola. Nosotros no encontramos aquí toda la historia del reino como en el
capítulo trece de Mateo sino sólo sus grandes principios y la obra del Señor en
contraste con Su manifestación y el establecimiento del reino mediante Su
presencia. El reino crece durante Su ausencia y nadie sabe cómo, al menos en lo
que respecta al conocimiento humano. Entonces el reino es como un grano de
mostaza, la más pequeña de todas las semillas; pero tan pronto como es sembrada
ella crece y se convierte en una gran planta, incluso en un árbol lo
suficientemente grande como para que las aves del cielo se posen sobre sus
ramas. Así el cristianismo, una pequeña semilla, la semilla de un hombre
despreciado por el mundo se ha convertido en un gran poder sobre la tierra y
extiende sus ramas por todas partes. El evangelista repite aquí que el Señor
hablaba a las multitudes en parábolas y que Él no se dirigía a ellas sin
parábolas; luego explicaba todo a Sus discípulos cuando estaban a solas con Él.
Yo creo que en lo que sigue a continuación tenemos
un retrato de la partida de Jesús y de Su poder; tenemos la seguridad de los Suyos
incluso cuando parecía que Él era indiferente a sus dificultades; tenemos luego
la relación en la que Él se encontraba para con los judíos. Después de despedir
a la multitud Jesús sube a una barca y se va a dormir mientras se levanta una
tempestad en el lago de modo que las olas llenan la barca. Los discípulos
llenos de temor se acercan a Jesús para despertarle y Jesús se levanta,
reprende al viento y dice al mar: "¡Cálmate, sosiégate!", y todo se
calma. (Marcos 4: 39 – LBA). Pero luego Él
reprende el temor incrédulo de los discípulos y de hecho, lector, ¿crees tú
que el poder del Hijo de
Dios, los consejos de Dios, podían haber fallado debido a una tempestad
inesperada en el lago de Genesaret? Imposible, los discípulos estaban en la
misma barca con Jesús. Hay aquí una lección para nosotros, a saber, en todas
las dificultades y peligros de la vida cristiana, durante todo el viaje sobre
las olas a menudo agitados por el mar tempestuoso de la vida y del servicio
cristiano nosotros estamos siempre en la misma barca con Jesús si estamos
haciendo Su voluntad. Puede parecernos que Él está durmiendo; sin embargo si Él
permite que se levante la tempestad para probar nuestra fe no pereceremos ya
que estamos con Él en la tormenta; y evidentemente ni Él ni nosotros
podemos perecer. A veces puede parecer que a Él le es indiferente nuestra
suerte pero yo repito que estamos con Él; su seguridad es la nuestra.
J. N.
Darby
Traducido del Inglés por: B.R.C.O. – Agosto 2022
Otras versiones de La Biblia usadas en esta traducción:
LBA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997, 2000 por The
Lockman Foundation, Usada con permiso.
VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929
(Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza).