JUAN
SERMONES INTRODUCTORIOS ACERCA DE LOS EVANGELIOS
Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada
en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales
como:
JND = Una traducción literal del Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo Testamento (1884) por John Nelson Darby (1800-82),
traducido del Inglés al Español por: B.R.C.O.
KJV1769 = King James 1769 Version of the Holy Bible (conocida también como la "Authorized Version").
LBLA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation, Usada con permiso.
NC = Biblia Nácar-Colunga
NTPESH = NUEVO TESTAMENTO DE LA BIBLIA PESHITTA En Español, Traducción de los Antiguos Manuscritos
Arameos. Editorial: Broadman & Colman Publishing Group. Copyright: © 2006 por Instituto Cultural Álef y Tau, A.C.
VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY,
Suiza).
Capítulo 1
Los versículos iniciales de Juan (Juan 1: 1 al 18) presentan el tema más glorioso que Dios mismo
presentó jamás al usar la pluma del hombre; no solamente el más glorioso en lo que concierne al tema, sino en el punto de
vista más profundo; dado que lo que el Espíritu de Dios trae aquí ante nosotros es el Verbo, la Palabra, el Verbo eterno,
cuando Él estaba con Dios (o era con Dios), siguiéndo Su rastro desde antes de todo tiempo, cuando no había creación alguna.
No es exactamente el Verbo con el Padre; dado que una frase semejante no sería según la exactitud de la verdad; sino el Verbo
con Dios. El término "Dios" no abarca solamente al Padre, sino también al Espíritu. Entonces, Aquel que era el Hijo del Padre,
como yo no necesito decir siempre, es considerado aquí como el revelador de Dios; porque Dios, como tal, no se revela. Él
hace que Su naturaleza sea conocida por medio del Verbo. Sin embargo, se habla aquí del Verbo antes que hubiese alguien a
quien el propio Dios se revelara. Él es, por lo tanto, y en el sentido más estricto, eterno. "En el principio era (existía)
el Verbo" (Juan 1:1), cuando no había cálculo alguno del tiempo; dado que el principio de lo que nosotros denominamos tiempo,
se presenta ante nosotros en el tercer versículo. Se dice, "Todas las cosas por él fueron hechas." (Juan 1:3). Esto es claramente
el origen de toda creación, dondequiera o cualquiera que sea. Seres celestiales existieron antes que los terrenales; pero,
sean ángeles u hombres — sin importar de quién hablen ustedes — sea el cielo o la tierra, todas las cosas por
Él fueron hechas.
Así Él, de quien sabemos que es el Hijo del Padre, es presentado aquí como el Verbo, o la Palabra — el cual
subsistía personalmente en el principio (Griego: ἀρχή, arjé) — el cual estaba (o era) con Dios, y Él mismo era Dios —
de la misma naturaleza, y aún así, era un ser personal distintivo. Para afianzar este asunto especialmente contra todos los
ensueños de Gnósticos u otros, se añade, que Él estaba (o era) en el principio con Dios. [*].
[*] Yo no puedo sino considerar
Juan 1:2 como el hecho de desechar de manera completa y sorprendente las distinciones Alejandrina [1] y Patrística [2] de
λόγος ἐνδιάθετος and λόγος
προφορικός. Algunos de los primeros padres Griegos, los cuales estaban infectados
con Platonismo, sostenían que el λόγος (logos, Verbo)
fue concebido en la mente de Dios desde
la eternidad, y sólo expresado o pronunciado, por así decirlo, a su tiempo. Esto ha proporcionado la ocasión a los Arrianos
[3], los cuales, al igual que otros incrédulos, buscan con avidez las tradiciones de los hombres. El apóstol afirma aquí,
en el Espíritu Santo, la personalidad eterna del Verbo con Dios.
[1] N. del T.: Alejandrina = que pertenece al Códice Alejandrino (Codex Alexandrinus)
que es un manuscrito del siglo V de la Biblia Griega, conteniendo la mayor parte de la Septuaginta y del Nuevo Testamento.
Junto con el Codex Sinaiticus y el Codex Vaticanus, es uno de los primeros y más completos manuscritos de la Biblia. Deriva
su nombre de la ciudad de Alejandría.
[2] N. del T.: Patrística = La patrística es la fase en la historia de la organización
y la teología cristiana que abarca desde el fin del cristianismo primitivo, con la consolidación del canon neo testamentario,
hasta alrededor del siglo VIII. Además de la elucidación progresiva del dogma cristiano, la patrística se ocupó sobre todo
de la apología o defensa del cristianismo frente a las religiones paganas primero y las sucesivas interpretaciones heterodoxas
que darían lugar a las herejías luego. Su nombre deriva de los padres de la Iglesia, los teólogos cuya interpretación dominaría
la historia del dogma. Para ser considerado padre de la iglesia era necesario reunir las siguientes condiciones:
Antigüedad
Santidad de la Vida
Doctrina Ortodoxa
Aprobación Eclesiástica
[3] N. del T.: Arrianos = seguidores del Arrianismo, que es el conjunto de doctrinas
cristianas expuestas por Arrio (256-336), un presbítero de Alejandría (Egipto), probablemente de origen libio (etnia bereber).
Algunos de sus discípulos y simpatizantes colaboraron en el desarrollo de esta doctrina teológica, que sostenía que Jesús
era hijo de Dios, pero no Dios mismo.
Observen
otra cosa: "el Verbo estaba con Dios" (Juan 1:1 – LBLA) – no con el Padre.
Tal como el Verbo y Dios, así el Hijo y el Padre son correlativos. Nosotros somos llevados aquí, en la frase más exacta, y
a la vez en los términos más breves, a la presencia de las verdades más profundamente concebibles que sólo Dios pudo comunicar
al hombre. En efecto, es sólo Él quien presenta la verdad; dado que esto no es
el simple conocimiento de tal o tales hechos, no obstante la exactitud de la información. Si todas las cosas fuesen comunicadas
con la corrección más admirable, ello no equivaldría a una revelación divina. Una comunicación semejante diferiría aún, no
solamente en grado, sino en clase. Una revelación de Dios no supone solamente declaraciones verdaderas, sino el pensamiento
de Dios dado a conocer como para actuar moralmente en el hombre, formando sus pensamientos y afectos conforme a Su propio
carácter. Dios mismo se da a conocer en lo que Él comunica por medio de Cristo y en Cristo.
En
el caso que está ante nosotros, nada puede ser más obvio que el Espíritu Santo, para la gloria de Dios, está asumiendo el
dar a conocer lo que atañe a la Deidad de la manera más cercana, y está pensado para infinita bendición para todos en la Persona
del Señor Jesús. Por consiguiente, estos versículos comienzan con Cristo nuestro
Señor; no desde el principio, sino en
el principio, cuando nada había sido creado aún. Se trata de la eternidad de Su existencia, en ningún punto de la cual se
podía decir que Él no existía, sino por el contrario, que Él existía. "En el principio
existía el Verbo." (Juan 1:1 – LBLA). Sin embargo, Él no estaba solo, Dios estaba allí — no el Padre solamente,
sino el Espíritu Santo, junto al Verbo mismo, el cual era Dios, y tenía naturaleza divina como ellos.
Además,
no se dice que Él existía en el principio, en el sentido de comenzar a existir (ἐγένετο) en aquel entonces, sino que Él existía
(hn, jén). Así, antes de todo tiempo, el Verbo, La
Palabra, existía. Cuando la gran verdad de la encarnación es mencionada en Juan 1:15, no se dice que el Verbo llegó o comenzó
a existir, sino que Él se hizo (ἐγένετο) carne (Juan
1:14 – LBLA) — comenzó a serlo. Por lo tanto, esto contrasta mucho
más con los versículos 1 y 2.
En el principio, entonces, antes que existiera alguna creación, existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios. Había,
por consiguiente, una personalidad definida en la Deidad, y el Verbo mismo era una persona definida (no, como soñaban los
hombres, una emanación en el tiempo, aunque eternal y divina en naturaleza, procediendo de Dios como su fuente). El Verbo
tenía una personalidad apropiada, y a la vez, era Dios — "el Verbo era Dios." Si, en efecto, tal como el versículo siguiente
une y resume todo junto, Él, el Verbo, estaba en el principio con Dios. "El estaba en el principio con Dios." (Juan 1:2 –
LBLA). La personalidad era tan eterna como la existencia, no en Dios (según algún estilo místico) sino con Dios. Yo no puedo concebir ninguna declaración más admirablemente completa y luminosa en menos y más sencillas
palabras.
Viene
a continuación la atribución de la creación al Verbo. Esto debía ser la obra de Dios, si es que algo era; y aquí, nuevamente,
las palabras mismas son preciosas — " Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue
hecho." (Juan 1:3). Otras palabras mucho menos vigorosas son usadas en otra parte; la incredulidad podría disputarlas e interpretarlas
como formando o dando forma. El Espíritu Santo emplea aquí el lenguaje más explícito, a saber, que todas las cosas comenzaron
a existir, o recibieron existencia por medio del Verbo, para exclusión de una única cosa que jamás recibió existencia aparte
de Él; lenguaje que deja el espacio más pleno para Seres No Creados, como ya hemos visto, subsistiendo eterna y claramente,
y aun así, siendo igualmente Dios. De este modo, la declaración es positiva de que el Verbo es la fuente de todas las cosas
que han recibido existencia (gegonena); que no hay ninguna
creación que no derive así su existencia de Él. No puede haber, por tanto, una exclusión más rígida, más absoluta, de haber
sido creada, salvo por el Verbo.
Es
verdad que en otras partes de la Escritura nosotros oímos que se habla de Dios, como tal, como Creador. Nosotros oímos acerca
de Su creación del universo por medio del Hijo (Hebreos 1:2). Pero no hay, y no puede haber contradicción alguna en la Escritura.
La verdad es que, todo lo que fue creado fue creado conforme a la voluntad soberana del Padre; pero el Hijo, el Verbo de Dios,
fue la Persona que desplegó el poder, y nunca sin la energía del Espíritu Santo, yo puedo añadir, tal como la Biblia nos enseña
cuidadosamente. Ahora bien, esto es de inmensa importancia para lo que el Espíritu Santo tiene en perspectiva en el Evangelio
de Juan, debido a que el objeto es dar testimonio de la naturaleza y la luz de Dios en la Persona de Cristo; y por tanto,
nosotros tenemos aquí no meramente lo que el Señor Jesús era como nacido de mujer, nacido bajo la ley, lo cual tiene su lugar
apropiado en el Evangelio de Mateo y en el de Lucas, sino lo que Él era y es como Dios. Por otra parte, el Evangelio de Marcos
omite todas las cosas por el estilo. Nosotros hemos visto que una genealogía como las de Mateo y de Lucas, estarían allí totalmente
fuera de lugar; y la razón es evidente. El tema de Marcos es el testimonio de Jesús habiendo asumido, aunque era Hijo, el
lugar de siervo en la tierra. Ahora bien, no obstante de qué noble linaje Él viene, no hay necesidad de genealogía alguna.
Así, aun si se tratase del propio Hijo de Dios, Él condescendió tan perfectamente a la condición de siervo, y el Espíritu
estaba tan consciente de ello que, por tanto, la genealogía que se requería en Mateo, que es de una belleza y un valor tan
notables en Lucas, es necesariamente excluida del Evangelio de Marcos. Ella no podía tener su lugar en Juan por motivos superiores.
En Marcos es debido al humilde lugar de sometimiento que el Señor le agradó asumir; en Juan es excluida, por el contrario,
porque Él es presentado allí como estando sobre toda genealogía. Él es la fuente de la genealogía de otras personas —
sí, en efecto, del origen de todas las cosas. Por consiguiente, nosotros podemos decir de manera concienzuda, que en el Evangelio
de Juan una ascendencia semejante no podía ser insertada en consistencia con su carácter. Si se ha de admitir alguna genealogía,
debe ser lo que se presenta en el prefacio de Juan — los versículos mismos que están ocupando nuestra atención —
los cuales exhiben la naturaleza divina y la personalidad eterna de Su Ser. Él era el Verbo, la Palabra, y Él era Dios: y,
si podemos anticipar, añadamos, era el Hijo, el unigénito Hijo de Dios. Esta, a lo sumo, es aquí la genealogía. El terreno
es evidente; porque en todas partes en Juan Él es Dios. No hay duda que el Verbo se hizo carne, como podemos ver más de ello
dentro de poco, incluso en esta introducción inspirada; y nosotros tenemos que se insiste en la realidad de que Él se hace
hombre. Aun así, la humanidad era un lugar en que Él entró. La Deidad era la gloria que Él poseía desde la eternidad —
Su propia naturaleza eterna de ser. Ella no fue conferida sobre Él. No hay, ni puede haber, ninguna cosa semejante a una obtenida
Deidad subordinada; aunque se pueda decir que los hombres son dioses (Juan 10:34), como comisionados por Dios, y representándole
en el gobierno. Él era Dios antes que la creación comenzara, antes de todo tiempo.
Él era Dios independientemente de cualquier circunstancia. Así, como hemos visto, el apóstol reivindica para el Verbo una
existencia eterna, una personalidad distintiva, y una naturaleza divina; y afirma, además, la distinción eterna de esa Persona
(Juan 1: 1 y 2).
Ese
es el Verbo con referencia a Dios (hn proV ton qeon). Se nos habla después acerca de
Él con relación a la creación (Juan 1: 3 al 5). En los primeros versículos se trató exclusivamente de Su existencia, en el
versículo 3 Él actúa, Él crea, Él hace que todas las cosas lleguen a existir; y aparte de Él, ninguna cosa que llegó a existir,
existe (gegonen). Nada más inclusivo, nada más exclusivo.
El versículo siguiente (Juan 1:4) predice acerca de Él lo que es aún más trascendental: no el
poder creativo, como en Juan 1:3, sino la vida. "En él estaba la vida." Verdad bienaventurada para aquellos que ¡conocen la
extensión de la muerte sobre esta escena de creación inferior! Y especialmente como el Espíritu añade, que "la vida era la
luz de los hombres." (Juan 1:4). Los ángeles no eran Su ámbito; ni tampoco estaba dicho ámbito restringido a una nación escogida:
"la vida era la luz de los hombres." La vida no estaba en el hombre. Incluso en el hombre no caído, el primer hombre, Adán,
llegó a ser, a lo más, un alma viviente cuando se le infundió el soplo, o aliento de Dios. Tampoco se dice nunca, ni siquiera
acerca de un santo, que en él está o estaba la vida, aunque él tiene vida; sino
que él la tiene sólo en el Hijo. En Él, el Verbo, estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Tal era su relación.
Sin duda, todo lo que fue revelado antiguamente era acerca de Él; toda palabra que salió de
Dios fue de Él, el Verbo, y la luz de los hombres. Pero Dios no fue revelado en aquel entonces. Porque Él no fue manifestado.
Por el contrario, Él habitó en las densas tinieblas, detrás del velo en el lugar santísimo, o, de otro modo, visitando a los
hombres a manera de ángel. Pero se nos dice aquí que "la luz en las tinieblas resplandece." (Juan 1:5). Pongan atención al
carácter abstracto del lenguaje — ella "resplandece" (no 'resplandeció). ¡Cuán solemne es que esas tinieblas es todo
lo que la luz encuentra! ¡Y qué tinieblas! ¡Cuán impenetrables y sin esperanza! Toda otra tiniebla cede y se desvanece ante
la luz; pero aquí "las tinieblas no lograron sofocarla" (Juan 1:5 - VM) (tal como el hecho es declarado, y no sólo el principio
abstracto). Ella era adecuada para el hombre, aun cuando era la luz expresamente de los hombres, de modo que el hombre no
tiene excusa.
Pero, ¿hubo allí el cuidado adecuado para que la luz fuese presentada a los hombres? ¿Cuál fue el
modo adoptado para asegurar esto? Dios no podía ser incapaz: ¿fue Él diferente? Dios dio testimonio; en primer lugar, Juan
el Bautista, después la Luz misma. "Hubo (egeneto) un hombre enviado de Dios, el cual
se llamaba Juan." (Juan 1:6). Él pasa por alto todos los profetas, los tratos preliminares del Señor, las sombras de la ley:
ni siquiera las promesas son mencionadas aquí. Nosotros encontraremos más tarde algunas de estas introducidas o aludidas para
un propósito mucho más diferente. Juan, entonces, viene a dar testimonio acerca de la Luz, a fin de que todos creyesen por
Él. (Juan 1:7). Pero el Espíritu Santo es muy cuidadoso para proteger contra todo error. ¿Podría alguien trazar un paralelo
demasiado cercano entre la luz de los hombres en el Verbo, y aquel que es llamado la "antorcha que ardía y alumbraba" en un
capítulo posterior? (Véase Juan 5: 33 al 35). Que ellos sepan su error. Él, es decir Juan, "No era él la luz" (Juan 1:8); no más que Uno que lo es: nadie era similar o igualable. Dios no puede ser comparado
con el hombre. Juan vino " para que diese testimonio de la luz" (Juan 1:8), no para tomar su lugar o para erigirse él mismo
como luz. La luz verdadera era esa que, viniendo al mundo, alumbra a todo hombre. [*]
[*] Yo no puedo sino pensar que esta es la versión verdadera, y exhibe
el objetivo previsto de la cláusula. La mayoría de los escritores tempranos la tomaron como la versión autorizada, excepto
Teodoro de Mopsuestia, el cual la entendió como está presentada aquí: Εἰπὼν τὸ· ἐρχόμενον εἰς τὸν
κοσμον, περὶ
τοῦ δεσπότου Χριστοῦ
καλως ἐπήγαγεν τὸ· ἐν τῳ κοσμῳ ἦν, ὥστε δεῖξαι, ὅτι τὸ ἐρχόμενον πρὸς την διὰ σαρκὸς εἶπεν φανέρωσιν.
(Ed. Fritzsche, p. 21.).
Él no sólo trata necesariamente, como siendo Dios, con todo hombre (dado que
Su gloria no podía estar restringida a una parte de la humanidad), sino que la razón de peso anunciada aquí es la relación
de esta luz universal con Su encarnación, o revelación de Dios en Él, al hombre como tal. La ley, como sabemos de otra parte,
había tratado con el pueblo Judío de manera temporal, y para propósitos parciales. Este no fue más que un ámbito limitado.
Ahora que el Verbo (la Palabra) viene al mundo, la luz resplandece para todos de una u otra manera: puede ser dejando a algunos
bajo condenación, como sabemos que ella lo hace para la gran mayoría que no cree; puede ser luz no sólo sobre el hombre sino en el hombre, donde hay fe a través de la acción
de la gracia divina. Es seguro que, independiente de la cantidad de luz que puede haber en relación con Dios, y dondequiera
que ella es dada en Él, no hay, no ha habido jamás, luz espiritual aparte de la que proviene de Cristo — todo lo demás
es tinieblas. No podría ser de otro modo. Esta luz, en su carácter propio, debe salir de Dios para todos. En otra parte se
dice así, "la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres." (Tito 2:11). No es que todos los hombres
reciben la bendición; pero, en su alcance y naturaleza, ella se dirige a todos. Dios la envía a todos. La ley puede gobernar
una nación; la gracia rechaza ser limitada en su llamamiento, no obstante lo que ello pueda ser, de hecho, a través de la
incredulidad del hombre.
"En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho." (Juan 1:10). Por consiguiente, el
mundo ciertamente debiera haber conocido a su Hacedor. No, "el mundo no le conoció." (Juan 1:10). Desde el principio mismo,
el hombre, siendo un pecador, estaba completamente perdido. La escena ilimitada está aquí en perspectiva; no Israel, sino
el mundo. Sin embargo, Cristo vino a lo suyo, Su posesión apropiada, peculiar; dado que había relaciones especiales. Ellos
deberían haber comprendido más acerca de Él — aquellos que eran especialmente favorecidos. No fue así. "A lo suyo [Sus
cosas] vino, y los suyos [Su pueblo] no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les
dio potestad [más bien, autoridad, derecho, o título] de ser hechos hijos de Dios." (Juan 1: 11 y 12). No era ahora un asunto
acerca de Jehová y Sus siervos. Tampoco el Espíritu dice directamente como la Biblia Inglesa expresa — "hijos"
huios (υἱός, G5207) [4],
sino "hijos" teknon (τέκνον, G5043) [5]. Su gloriosa Persona no recibiría ahora a ninguno en relación con Dios, sino a miembros de la familia. Esa era
la gracia que Dios estaba mostrando en Él, el verdadero y pleno Manifestador de Su mente. Él les dio derecho a tomar el lugar
de hijos de Dios, a los que creen en Su Nombre. Ellos podían haber sido hijos huios (υἱός, G5207) en título esencial; pero estos tuvieron el derecho de hijos teknon (τέκνον, G5043).
[4]
N. del T.: huios (υἱός, G5207) significa
primariamente la relación de la descendencia con el progenitor (véase Juan 9: 18 al 20; Gálatas 4:30). Se usa con frecuencia
en sentido metafórico acerca de características morales prominentes. «Se usa en el NT acerca de: (a) descendencia masculina
(Gálatas 4:30); (b) descendencia legítima, en oposición a la ilegítima (Hebreos 12:8); (c) descendientes, haciendo abstracción
del sexo (Romanos 8:29); (d) amigos presentes a una boda (Mateo 9:15); (e) aquellos que gozan de ciertos privilegios (Hechos
3:25); (f) aquellos que actúan de cierta manera, sea mala (Mateo 23:31), o buena (Gálatas 3:7); (g) aquellos que manifiestan
un cierto carácter, sea malo (Hechos 13:10 ; Efesios 2:2), o bueno (Lucas 6:35 ; Hechos 4:36 ; Romanos 8:14); (h) el destino
que se corresponde con el carácter, sea malo (Mateo 23:15 ; Juan 17:12 ; 2ª. Tesalonicenses 2:3), o bueno (Lucas 20:36); (i)
la dignidad de la relación con Dios a la cual son introducidos los hombres por el Espíritu Santo cuando creen en el Señor
Jesucristo (Romanos 8:19; Gálatas 3:26).
»El
apóstol Juan no usa huios, «hijo», para referirse al creyente, sino que reserva
este título para el Señor; él usa teknon, lit., «niño», como en su Evangelio (Juan
1:12; 1ª. Juan 3: 1 al 2); en Apocalipsis 21:7, el uso de juios se debe a una
cita de 2º. Samuel 7:14.
»El
Señor Jesús usó huios de una manera muy significativa, como en Mateo 5:9: «Bienaventurados
los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios», y vv. 44, 45: «Amad a vuestros enemigos … y orad por
los que os … persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos». Los discípulos debían hacer estas
cosas no a fin de que pudieran llegar por ello a ser «niños», teknon , de Dios,
sino que, siendo «niños» (señalar «vuestro Padre» a través de todo el pasaje), pudieran hacer este hecho patente en su carácter,
llegando así a ser «hijos», juios . Véase también 2ª. Corintios 6: 17 y 18.
[5]
N. del T.: teknon (τέκνον, G5043), niño (relacionado
con tikto, engendrar, dar a luz). Se usa tanto en el sentido natural como en el
figurado. En contraste a huios, hijo, da prominencia al hecho del nacimiento,
en tanto que huios destaca la dignidad y el carácter de la relación. En sentido
figurado, teknon se usa de los niños de: (a) Dios (Juan 1:12); (b) de luz (Efesios
5:8); (c) de obediencia (1ª. Pedro 1:14); (d) de una promesa (Romanos 9:8; Gálatas 4:28); (e) del diablo (1ª. Juan 3:10);
(f) de ira (Efesios 2:3); (g) de maldición (2ª. Pedro 2:14); (h) de relación espiritual (2ª. Timoteo 2:1; Filemón 1:10). En
castellano se traduce siempre como hijo/s, con lo que en las versiones castellanas se pierde la distinción entre huios, hijo, y teknon, niño. En las versiones inglesas esta distinción
se mantiene, con los vocablos «child», «children» para teknon, y «son», «sons»
para huios; las versiones francesas traducen «enfant/s» y «fils», respectivamente;
el lector hispano, para poder apreciar esta diferencia, se ve obligado a recurrir a una concordancia greco-española del NT.
Nota:
El término teknion, diminutivo de teknon,
se usa en el NT solo en sentido figurado y siempre en plural. Se halla con frecuencia en 1ª. Juan (véase 1ª. Juan 2: 1, 12
y 28; 1ª. Juan 3: 7 y 18; 1ª. Juan 4:4; 2ª. Juan 5:21); una vez en el Evangelio de Juan (13:33) y una vez en las Epístolas
de Pablo (Gálatas 4:19). Es un término afectuoso dirigido por un maestro a sus discípulos bajo circunstancias que demandan
una interpelación tierna, por ejemplo, de Cristo a los Doce justo antes de su muerte; el apóstol Juan lo usó para advertir
a los creyentes en contra de peligros espirituales; Pablo, debido a los mortales errores del judaísmo acechando en las iglesias
de Galacia. Comparar su uso de teknon en Gálatas 4:28. (Fuente: Diccionario Expositivo de Palabras del NT, Autor: William E. Vine, Editorial: Editorial Caribe, Copyright: © 1999).
Toda
acción disciplinaria, todo proceso probatorio desaparecen. La ignorancia del mundo ha sido demostrada, el rechazo de Israel
está completo; es sólo entonces cuando nosotros oímos acerca de este nuevo lugar de hijos. Es ahora una realidad eterna, y
el Nombre de Jesucristo es aquel que pone todas las cosas a una prueba final. Hay una diferencia de manera para el mundo y
para los Suyos — ignorancia y rechazo. ¿Creen algunos en Su Nombre? Sean ellos quienes puedan ser ahora, todos los que
Le reciben son hechos hijos de Dios. No se trata aquí de todo hombre, sino de los que creen. ¿Ellos no le reciben? Para ellos,
Israel, o el mundo, todo terminó. La carne y el mundo son juzgados moralmente. Dios el Padre forma una nueva familia en Cristo
y para Cristo. Todos los demás no sólo demuestran que son malos, sino que ellos aborrecen la bondad perfecta, y más que eso,
aborrecen la vida y la luz — la luz verdadera en el Verbo (la Palabra). ¿Cómo pueden los tales tener relación con Dios?
Se da
así término a la cuestión completa de manera manifiesta, en el punto de partida mismo de nuestro Evangelio; y esto es característico
de Juan de principio a fin: de manera manifiesta, todo está decidido. No se trata meramente de un Mesías, el cual viene a
ofrecerse, tal como descubrimos en otros Evangelios, con una muy esmerada diligencia, y presentado a la responsabilidad de
ellos; sino que aquí, desde el principio, la cuestión es considerada como finalizada. La Luz, al venir al mundo, alumbra a
todo hombre con la plenitud de evidencia que estaba en Él, y pone inmediatamente al descubierto el verdadero estado, tan verdaderamente
como será revelado en el día postrero cuando Él juzgue a todos, como lo encontramos insinuado después en el Evangelio. (Juan
12:48). Antes que la manera de Su manifestación venga ante nosotros en Juan 1:15, nosotros tenemos explicado el secreto del
por qué algunos, no todos, recibían a Cristo. No fue que los que lo recibieron eran mejores que sus prójimos. El nacimiento
natural no tenía nada que ver con esta cosa nueva; se trató de una naturaleza del todo nueva en los que Le recibieron: los
cuales "no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios." (Juan 1:13). Se trataba
de un nacimiento extraordinario; de Dios, no del hombre en cualquier tipo o medida, sino de una naturaleza nueva y divina
(2ª. Pedro 1) impartida al creyente completamente por gracia. Todo esto era, sin embargo, abstracto, sea en cuanto a la naturaleza
del verbo o en cuanto al lugar del Cristiano.
Pero es importante
que nosotros sepamos de qué manera entró Él al mundo. Nosotros ya hemos visto que la luz fue derramada así sobre los hombres.
¿Cómo fue esto? El Verbo, para llevar a cabo estas cosas infinitas, "se hizo (egeneto) carne, y habitó entre nosotros."
(Juan 1:14 - LBLA). Es aquí donde nosotros aprendemos en qué condición de Su persona Dios iba a ser revelado y la obra hecha;
no lo que Él era en naturaleza, sino lo que Él se hizo. El gran hecho de la encarnación es traído ante nosotros — "el Verbo se hizo carne, y habitó entre
nosotros, y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre." (Juan 1:14 – LBLA). Su aspecto como habitando así
entre los discípulos fue "lleno de gracia y de verdad." (Juan 1: 14 – LBLA). Observen cuán bienaventurada como la luz
es, la verdad, siendo la naturaleza moral de Dios, es más que esto, y es introducida por gracia. Se trata de la revelación
de Dios — sí, en efecto, del Padre y del Hijo, y no meramente la verdad detectora del hombre. El Hijo no había venido
para ejecutar los juicios de la ley que ellos conocían, ni siquiera para promulgar una ley nueva y superior. El Suyo fue un
encargo incomparablemente más profundo, más digno de Dios, y adecuado a Uno "lleno de gracia y de verdad." A Él no le faltó
nada; Él vino a dar — sí, a dar lo mejor, por así decirlo, que Dios tiene.
¿Qué hay en
Dios más verdaderamente divino que la gracia y la verdad? El Verbo encarnado estaba aquí lleno
de gracia y de verdad. La gloria sería mostrada en su día. Mientras tanto, había una manifestación de bondad, de amor activo
en medio del mal, y hacia dicho mal; activo en el hecho de hacer conocido a Dios y al hombre, y toda relación moral, y lo
que Él es hacia el hombre, aunque por medio del Verbo y en el Verbo hecho carne. Esto es gracia y verdad. Y eso era Jesús.
"Juan dio testimonio de él, y clamó diciendo: Este es de quien yo decía: El que viene después de mí, es antes de mí; porque
era primero que yo." (Juan 1:15). Venido después de Juan en cuanto a la fecha, Él es necesariamente antes que él en dignidad;
dado que Él era (hn) (existía, y no que comenzó a existir) (egeneto) antes que él. Él era Dios. Esta
declaración (Juan 1:15) es un paréntesis, aunque es confirmatoria del versículo 14, y conecta el testimonio de Juan con esta
nueva sección de la manifestación de Cristo en carne; dado que vimos a Juan introducido en los primeros versículos que trataban
de manera abstracta acerca de la naturaleza de Cristo como el Verbo.
Después, retomando el tenor de Juan 1:14, en Juan 1:16 se nos dice
que, "de su plenitud todos hemos recibido (LBLA)." Tan rica y transparentemente divina era la gracia; no son algunas almas,
más meritorias que las demás, recompensadas conforme a una escala de honor graduada, sino que "de su plenitud todos hemos
recibido." ¿Qué se puede concebir que se destaque de manera más notable en contraste con el sistema gubernamental que
Dios había establecido, y el hombre había conocido en tiempos pasados, a saber, la ley? No podía haber más aquí, y Él no daría
menos: "y gracia sobre gracia." (Juan 1:16). A pesar de las señales muy explícitas, y el dedo evidente de Dios que escribió
las diez palabras en tablas de piedra, la ley se sumerge en una insignificancia relativa. "La ley por medio de Moisés fue
dada." (Juan 1:17). Dios no condesciende aquí a llamarla Suya, aunque, obviamente, era Suya — y santa, justa, y buena,
tanto en ella misma como en su uso, si era usada legítimamente. Pero si el Espíritu habla del Hijo de Dios, la ley mengua
de inmediato hasta las proporciones más pequeñas posibles: todo cede ante la honra que el Padre coloca en el Hijo. "La ley
por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron (ἐγένετο) por medio de Jesucristo."
(Juan 1:17). La Ley, dada así, no fue ella misma un dador, sino un demandante; Jesús, lleno de gracia y de verdad, dio, en
vez de demandar o recibir; y Él mismo ha dicho, "Más bienaventurado es dar que recibir." (Hechos 20:35). La verdad y la gracia
no fueron buscadas o encontradas en el hombre, sino que comenzaron a subsistir aquí abajo por medio de Jesucristo.
Nosotros
tenemos ahora al Verbo (la Palabra) hecho carne, llamado Jesucristo — esta Persona, esta Persona compleja que fue manifestada
en el mundo; y Él es quien lo introdujo todo. La gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.
Por
último, finalizando esta parte, nosotros tenemos otro contraste notable. "A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo," etc.
(Juan 1:18). Ahora bien, ya no se trata de una cuestión de naturaleza, sino de relación; por eso que no se dice sencillamente
el Verbo, sino el Hijo, y el Hijo en Su carácter más superior posible, el unigénito Hijo, distinguiéndole así de cualquier
otro que podría, en un sentido subordinado, ser hijo de Dios — "el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre." (Juan
1:18). Observen: no dice 'que estaba', sino "que está." Él es visto como reteniendo
la misma intimidad perfecta con el Padre, enteramente incólume ante alguna u otras circunstancia locales en que Él había entrado.
Nada empañó, en el grado más mínimo, Su gloria personal, y la relación infinitamente cercana que Él tenía con el Padre desde
toda la eternidad. Él entró en este mundo, se hizo carne, nacido de mujer; pero no hubo disminución alguna de Su gloria, cuando
Él, nacido de la virgen, anduvo en la tierra, o cuando fue rechazado por el hombre, cortado como Mesías, cuando Él fue abandonado
por Dios por el pecado — nuestro pecado — en la cruz. Bajo todos los cambios, exteriormente, Él permaneció desde
la eternidad siendo el unigénito Hijo en el seno del Padre. Pongan atención a lo que, como tal, Él Le da a conocer. A Dios
ningún hombre le vio jamás. Él podía ser dado a conocer solamente por Uno que era una Persona divina en la intimidad de la
Deidad, sí, en efecto, era el unigénito Hijo en el seno del Padre. Por eso que el Hijo, estando en esta inefable cercanía
de amor, ha dado a conocer no sólo a Dios, sino al Padre.
De
este modo, no sólo de Su plenitud todos hemos recibido, (¡y qué plenitud ilimitable
no había en Él!), sino que Él, que era el Verbo hecho carne, es el unigénito Hijo que está en el seno del Padre, y es así
competente para dar a conocer, como efectivamente Él lo ha hecho. No se trata sólo de la naturaleza, sino del modelo y plenitud
de bendición en el Hijo, el cual dio a conocer al Padre.
La
peculiaridad de un testimonio tal rendido a la gloria del Salvador apenas necesita ser señalada. Uno no necesita más que leer,
como creyentes, estas expresiones maravillosas del Espíritu Santo, donde no podemos sino sentir que estamos sobre un terreno
completamente diferente de aquel de los demás Evangelios. Es obvio que ellos son tan verdaderamente inspirados como el de
Juan; pero por esa misma razón ellos no fueron inspirados para dar el mismo testimonio. Cada uno tuvo el suyo; todos son armoniosos,
todos son perfectos, todos son divinos; pero no todos son tantas repeticiones de la misma cosa. Aquel que los inspiró para
comunicar los pensamientos acerca de Jesús en la línea particular asignada a cada uno, levantó a Juan para impartir la revelación
más elevada, y completar así el círculo por medio de las perspectivas más profundas del Hijo de Dios.
Después
de esto nosotros tenemos, de manera adecuada a este Evangelio, la relación de Juan el Bautista con el Señor Jesús (Juan 1:
19 al 37). Ella es presentada aquí históricamente. Nosotros habíamos tenido su nombre introducido en cada parte del prefacio
de nuestro evangelista. No hay aquí ningún Juan proclamando a Jesús como Aquel que estaba a punto de introducir el reino de
los cielos.
Nada
de esto aprendemos aquí. Nada se dice acerca del aventador en Su mano; nada acerca de Su quema de la paja en fuego que nunca
se apagará. Todo esto es perfectamente cierto, obviamente; y nosotros lo tenemos en otra parte (véase Mateo 3:12). Sus derechos
terrenales están justo donde deben estar; pero aquí no, donde el unigénito Hijo que está en el seno del Padre tiene Su lugar
apropiado. No es asunto de Juan llamar aquí a poner la atención en Su Mesianismo, ni siquiera cuando los Judíos enviaron sacerdotes,
y Levitas desde Jerusalén a preguntar, "¿Tú, quién eres?" (Juan 1:19). Tampoco fue por alguna distinción en el registro de
los hechos, o En aquel que lo presentó. Dado que él, "confesó, y no negó, sino confesó: Yo no soy el Cristo. Y le preguntaron:
¿Qué pues? ¿Eres tú Elías? Dijo: No soy. ¿Eres tú el profeta? Y respondió: No. Le dijeron: ¿Pues quién eres? para que demos
respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo? Dijo: Yo soy la voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el
camino del Señor, como dijo el profeta Isaías. Y los que habían sido enviados eran de los fariseos. Y le preguntaron, y le
dijeron: ¿Por qué, pues, bautizas, si tú no eres el Cristo, ni Elías, ni el profeta?" (Juan 1: 20 al 25). Juan ni siquiera
habla de Él como Uno que, en Su rechazo como Mesías, entraría en una gloria mayor. Para los Fariseos, de hecho, sus palabras
en cuanto al Señor son ásperas: tampoco él les habla del terreno divino de Su gloria, como lo había hecho antes y lo hace
después. [*] Él dice que entre ellos estaba Uno acerca del cual no tenían conocimiento consciente, "que viene después de mí,
el que es antes de mí, del cual yo no soy digno de desatar la correa del calzado. (Juan 1: 26 y 27). Porque él mismo no era el Cristo, sino que él no dice nada más para Jesús. ¡Qué sorprendente es la omisión! Dado que él sabía
que Él era el Cristo. Pero el propósito de Dios no fue registrarlo aquí.
[*] El mejor texto original omite otras expresiones, omisión que trae evidentemente su origen de los versículos 15,
30.
Juan
1:29 comienza con el testimonio de Juan a sus discípulos (Juan 1: 29 al 34). ¡Qué intenso es ello, y cuán maravillosamente
está en concordancia con nuestro Evangelio! Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, pero además, como él
había dicho, Él es el Eterno, aún en la perspectiva de Su manifestación a Israel (y, por tanto, Juan vino bautizando con agua
— una razón presentada aquí, pero no a los Fariseos en Juan 1: 25 al 27). Además, Juan atestigua que él vio al Espíritu
Santo descendiendo como paloma, y permaneciendo sobre Él — la señal designada de que Él es quien bautiza con el Espíritu
Santo — el Hijo de Dios. Ningún otro podía hacer ambas obras; dado que nosotros vemos aquí Su gran obra en la tierra,
y Su poder celestial. En estos dos puntos de vista Juan rinde testimonio a Cristo de manera más particular; Él es el Cordero
como el que quita el pecado del mundo; Él es el mismo que bautiza con el Espíritu Santo. Ambas cosas estaban relacionadas
con el hombre en la tierra; una mientras Él estuvo aquí, la otra desde lo alto. Su muerte en la cruz incluyó mucho más, respondiendo
claramente a lo primero; Su bautizar con el Espíritu Santo siguió a continuación de Su ida al cielo. Sin embargo, se aborda
poco la parte celestial, dado que el Evangelio de Juan muestra más a nuestro Señor como la expresión de Dios revelado en la
tierra, que como un Hombre ascendido al cielo, cosa que perteneció más al ámbito del apóstol de los Gentiles. En Juan Él es
Uno que podía ser descrito como Hijo del Hombre que está en el cielo; pero Él pertenecía al cielo, porque era divino. Su exaltación
no está exenta de mención en el Evangelio, pero de manera excepcional.
Noten,
asimismo, el alcance de la obra implicada en Juan 1:29. Como Cordero de Dios (cosa que no se dice del Padre), Él tiene que
ver con el mundo. Tampoco se verá la fuerza completa de la expresión hasta que el resultado glorioso del derramamiento de
Su sangre barra el último vestigio de pecado en los cielos nuevos y tierra nueva, en
los cuales mora la justicia (2ª. Pedro 3:13). Ello encuentra, obviamente, una aplicación actual, y se une a esa actividad
de la gracia en la que Dios está enviando ahora el evangelio a cualquier pecador y a todo pecador. Aun así, solamente el día
eterno mostrará la plena virtud de aquello que pertenece a Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Observen
que no es (como a menudo se dice o se canta erróneamente) una cuestión de pecados (plural), sino del "pecado" (singular) del
mundo. La muerte sacrificial de Aquel que es Dios va mucho más allá del pensamiento de Israel. De hecho, ¿de qué manera se
podía hacer que permaneciera dentro de límites estrechos? Ella sobrepasa toda cuestión acerca de dispensaciones, hasta que
cumpla, en todo su alcance, aquel propósito para el cual Él murió así. No hay duda que hay aplicaciones intermedias; pero
ese es el resultado máximo de Su obra como el Cordero de Dios. La fe sabe incluso ahora, que en lugar de ser el pecado el
gran objeto delante de Dios, desde la cruz Él ha tenido siempre ante sus ojos aquel sacrificio que quita el pecado. Él está
aplicándolo ahora, de manera notable, a la reconciliación de un pueblo, los cuales son bautizados por el Espíritu Santo en
un cuerpo. En poco tiempo más, Él lo aplicará a "la nación", a los Judíos, así como a otros también, y finalmente (exceptuando
siempre a los incrédulos y a los malos) al sistema entero, a saber, el mundo. Yo no me refiero a todos los individuos, sino
a la creación; dado que nada puede ser más cierto de que los que no reciben al Hijo de Dios son muchísimo peores por haber
oído el evangelio. El rechazo de Cristo es el desprecio de Dios mismo, en aquello que Él es más celoso, la honra del Salvador,
Su Hijo. Por el contrario, el rechazo de Su sangre hará que el caso de ellos sea
incomparablemente peor que aquel de los paganos que nunca oyeron las buenas nuevas.
¡Qué testimonio es todo esto a Su Persona! Nadie más que un Ser divino podía tratar así con
el mundo. Él tuvo que hacerse hombre, sin duda, para ser, entre otras razones, un doliente, y morir. No obstante, el resultado
de Su muerte proclamó Su Deidad. De modo que en el bautismo con el Espíritu Santo, ¿quién podría pretender un poder semejante?
Ningún mero hombre, ni ángel, no el más elevado, el arcángel, sino el Hijo.
Así lo vemos en el poder que atrae, después de tratar con almas individuales. Dado que si no
fuera el propio Dios en la Persona de Jesús, no habría habido gloria alguna para Dios, sino un agravio y un rival. Porque
nada puede ser más observable que el modo en que Él llega a ser el centro alrededor del cual los que pertenecen a Dios son
reunidos. Este es el efecto destacado nombrado aquí en el tercer día del testimonio de Juan el Bautista (Juan 1: 29 y 34);
el día primero (Juan 1:29) en el cual, por así decirlo, Jesús habla y actúa en Su gracia como mostrado aquí en la tierra.
Es evidente que si Él no era Dios, ello habría sido una interferencia con Su gloria, un lugar asumido que era inconsistente
con Su sola autoridad, no menos de lo que debía ser también, y por esa razón, del todo ruinosa para el hombre. Pero Él, siendo
Dios, estaba manifestando y, por el contrario, estaba manteniendo la gloria divina aquí abajo. Juan, por lo tanto, que había
sido el testigo de honor antes del llamamiento de Dios, "la voz", y etcétera (Juan 1:23), por el derramamiento del deleite
de su corazón, así como testimonio, 'entrega' sus discípulos, por así decirlo, a Jesús. Contemplándole mientras Él andaba,
él dice, "He aquí el Cordero de Dios" y los discípulos dejan a Juan y siguen a Jesús. (Juan 1: 35 al 40). Nuestro Señor actúa
como Uno plenamente consciente de Su gloria, como de hecho Él siempre estuvo.
Tengan en cuenta que uno de los argumentos de enseñanza en esta primera parte de nuestro Evangelio
es la acción del Hijo de Dios antes de Su ministerio Galileo habitual. Los cuatro primeros capítulos de Juan preceden en el
tiempo a las menciones de Su ministerio en los demás Evangelios. Juan no había sido encerrado aún en la cárcel. Mateo, Marcos
y Lucas comienzan, en lo que se refiere a las labores públicas del Señor, con Juan encerrado en prisión. Pero todo lo que
se relata históricamente acerca del Señor Jesús en Juan capítulos 1 al 4, sucedió antes del encarcelamiento del Bautista.
Nosotros tenemos aquí, entonces, una muestra notable de lo que precedió Su ministerio Galileo, o manifestación pública. Sin
embargo, antes de un milagro, así como en el obrar de aquellos que exponían Su gloria, es evidente que, lejos de ser ello
un crecimiento gradual, por así decirlo, en Su mente, Él tenía, aunque todo lo sencillo y humilde que Él era, la conciencia
profunda, calmada, constante, de que Él era Dios. Él actúa como tal. Si Él ejercía Su poder, este poder no iba solamente más
allá de la medida del hombre, sino que era divino de manera inequívoca. No obstante, Él era el más humilde y más dependiente
de los hombres. Nosotros Le vemos aquí aceptando, no como consiervo, sino como Señor, esas almas que habían estado bajo el
entrenamiento del mensajero predicho por Jehová, que había de preparar Su camino delante de Su faz. Asimismo uno de los dos,
atraído así a Él, halla primero a su hermano Simón (con las palabras, "Hemos hallado al Mesías"), y le trajo a Jesús, quien
le da de inmediato su nombre nuevo en términos que contemplaron, con iguales facilidad y certeza, pasado, presente, y futuro.
Nuevamente, aparte de esta perspicacia divina, el cambio o dación del nombre destaca aquí Su gloria (Juan 1: 41 al 44).
Al día siguiente Jesús comienza, directa e indirectamente, a llamar a otros a seguirle. Él le
dice a Felipe que Le siga. Esto lleva a Felipe a Natanael, en cuyo caso, cuando él viene a Jesús, nosotros no vemos solamente
el poder divino escrutando las almas de los hombres, sino el poder sobre la creación. Aquí estaba Uno en la tierra que conocía
todos los secretos. Él le vio bajo la higuera. Él era Dios. El llamamiento de Natanael es sin duda alguna, tipo del llamamiento
de Israel en el día postrero. La alusión a la higuera confirma esto. También lo hace su confesión: Rabí, tú eres el Hijo de
Dios; tú eres el Rey de Israel. (Véase salmo 2). Pero el Señor le habla acerca de cosas mayores que él vería; y le dice, De
cierto, de cierto os digo: De aquí adelante [desde aquel momento mismo] veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios que
suben y descienden sobre el Hijo del Hombre. Se trata de gloria universal más amplia del Hijo del Hombre (según el Salmo 8);
pero la parte más sorprendente de ello es verificada justo desde ese momento mismo debido a la gloria de Su Persona, la cual
no necesitó el día de gloria para ordenar la asistencia de los ángeles de Dios — presten atención a esto, como Hijo
del Hombre. (Juan 1: 44 al 51).
Capítulo 2
Al tercer día se celebran las bodas
en Caná de Galilea, donde estaba Su madre, Jesús también, Sus dicípulos (Juan 2).
La transformación del agua en vino manifestó Su gloria como principio de señales; y Él presentó otra en la temprana purificación
del templo de Jerusalén. De este modo, nosotros hemos señalado en primer lugar, corazones no sólo atraídos a Él, sino nuevas
almas llamadas a seguirle; después, a manera de tipo, el llamamiento de Israel más tarde en el tiempo; finalmente, la desaparición
de la señal de purificación moral para el disfrute del nuevo pacto, cuando el tiempo del Mesías viene a bendecir la tierra
necesitada; pero junto con esto está la ejecución de juicio en Jerusalén, y su templo por largo tiempo contaminado. Claramente,
todo esto se extiende hasta los días mileniales.
Como un hecho presente, el Señor
justifica el acto judicial delante de los ojos de ellos por medio de Su relación con
Dios como Su Padre, y da a los Judíos una señal en el templo de Su cuerpo, como testimonio de Su poder de resurrección. "Destruid este templo, y en tres días lo levantaré."
(Juan 2:19). Él es siempre Dios; Él es el Hijo; Él vivifica y levanta de los muertos. Más tarde Él fue declarado Hijo de Dios con poder por la resurrección
de entre los muertos. (Romanos 1:4). Ellos tenían ojos, pero no veían; tenían oídos, pero no oían; tampoco entendieron ellos
Su gloria. No solamente los Judíos, ¡lamentablemente!; dado que, en lo que se refiere a la inteligencia, fue poco mejor con
los discípulos hasta que Él resucitó de los muertos. La resurrección del Señor no es más verdaderamente una demostración de
Su poder y gloria, de lo que es la única liberación para los discípulos de la esclavitud de la influencia Judía. Sin ella
no hay comprensión divina alguna de Cristo, o de Su Palabra, o de la Escritura. Además, ella está relacionada íntimamente
con la evidencia de la ruina del hombre por el pecado. Es así una especie de hecho transicional para una parte muy importante
de nuestro Evangelio, aunque es aún introductoria. Cristo era el santuario verdadero, no aquel en el cual el hombre había
trabajado tan largo tiempo en Jerusalén. El hombre podía derribarle a Él — podía destruirle, en la medida que el hombre
podía, y ciertamente para ser la base en manos de Dios de una mejor bendición; pero Él era Dios, y en tres días Él levantaría
este templo. El hombre era juzgado: otro Hombre estaba allí, el Señor del cielo, pronto a estar de pie en resurrección.
No se trata ahora de la revelación de Dios encontrando
al hombre, sea en naturaleza esencial, o como manifestado en carne; tampoco se trata del curso del trato dispensacional presentado
en forma de paréntesis así como también misteriosa, comenzando con el testimonio de Juan el Bautista, y extendiéndose hasta
el milenio en el Hijo, lleno de gracia y de verdad. Ello llega a ser un asunto acerca de la condición propia del hombre, y
de cómo está él en relación con el reino de Dios. Este asunto es planteado, o más bien zanjado, por el Señor en Jerusalén,
en la fiesta de la pascua, donde muchos creyeron en Su Nombre, viendo las señales que Él hacía. La terrible verdad sale a
luz: el Señor mismo no se fiaba de ellos, porque Él conocía a todos. ¡Cuán fulminadoras son las palabras! Él no tenía necesidad
de que nadie le diera testimonio del hombre, pues El sabía lo que había en el hombre. No se trata de una denuncia, sino de
la más solemne sentencia en la manera más calmada. Ya no era un punto discutible si acaso Dios podía confiarse del hombre;
dado que, de hecho, Él no podía. El asunto era realmente si acaso el hombre confiaría en Dios. ¡Lamentablemente! él no lo
haría.
Capítulo 3
Juan 3 da seguimiento a esto. Dios ordena los asuntos de manera que un maestro favorecido
de hombres, favorecido como ningún otro lo era en Israel, tuviese que venir a Jesús de noche. Él Señor le encuentra de inmediato
con la afirmación más poderosa de la necesidad absoluta de que un hombre debe nacer de nuevo para ver el reino de Dios. Nicodemo,
no comprendiendo en lo más mínimo tal necesidad para él mismo, expresa su asombro, y oye a nuestro Señor aumentando en la
fortaleza del requisito. El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Esto era necesario
para el reino de Dios; no para algún lugar especial de gloria, sino para cualquier y cada parte del reino de Dios. De este
modo, nosotros tenemos aquí el otro aspecto de la verdad: no meramente lo que Dios es en vida y luz, en gracia y verdad, como
revelado en Cristo descendiendo al hombre; sino que el hombre es juzgado ahora en la raíz misma de su naturaleza, y se demuestra
que él es enteramente incapaz, en su mejor estado, de ver el reino de Dios o entrar en él. Hay necesidad de otra naturaleza,
y la única manera en que esta naturaleza es comunicada es por nacer de agua y del Espíritu — el empleo de la Palabra
de Dios en la energía vivificadora del Espíritu Santo. Sólo así el hombre nace de Dios. El Espíritu de Dios usa esa Palabra;
es así invariablemente en la conversión. No hay otra manera en que la nueva naturaleza es hecha realidad en un alma. Obviamente
se trata de la revelación de Cristo; pero Él estaba revelando aquí sencillamente las fuentes de este nuevo nacimiento indispensable.
No hay ningún cambio o mejoramiento del viejo hombre; y, gracias sean dadas a Dios, el nuevo hombre no se degenera o muere.
"Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es." (Juan 3: 1 al 6).
Pero
el Señor va más allá, y dice a Nicodemo que no se asombre ante Su insistencia acerca de esta necesidad. Así como hay una absoluta
necesidad por parte de Dios de que el hombre debe nacer así de nuevo, Él le hace saber así que hay una gracia activa del Espíritu,
como el viento sopla de donde quiere, desconocido e incontrolado por el hombre, para todo aquel que es nacido del Espíritu,
el cual es soberano al operar. En primer lugar, se insiste acerca de la nueva naturaleza — la vivificación del Espíritu
Santo de cada alma que está relacionada de manera vital con el reino de Dios; después, el Espíritu de Dios asume una parte
activa — no solamente como fuente o carácter, sino actuando soberanamente, lo cual abre el camino no sólo para un Judío,
sino para "todo aquel." (Juan 1: 7 y 8).
Apenas
es necesario proporcionar una desaprobación detallada de la burda noción, erróneamente considerada (originada por los padres
de la iglesia) de que lo que está en consideración es el bautismo. A decir verdad, el bautismo Cristiano no existía aún, sino
solamente el que usaban los discípulos, al igual que Juan el Bautista; el bautismo Cristiano no fue instituido por Cristo
hasta después de Su resurrección, dado que expone Su muerte. Si se hubiera querido dar a entender que se trataba del bautismo
Cristiano, no es de extrañar que Nicodemo no conociera de qué manera podían ser estas cosas: es decir, como maestro, con Israel
como su alumno, él las debiera haber conocido de manera objetiva, a lo menos, si acaso no de manera consciente. Isaías 44:3;
Isaías 59:21; y Ezequiel 36: 25 al 27 debieran haber hecho que el significado del Señor fuese claro para un Judío inteligente
(Juan 3:10).
Es
verdad que el Señor pudo, y lo hizo, ir más allá de los profetas: aun si Él enseñaba acerca del mismo tema. Él pudo hablar
con dignidad y conocimiento divinos conscientes (no meramente lo que le era asignado a un instrumento o un mensajero). "En
verdad, en verdad te digo que hablamos lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero vosotros no recibís nuestro
testimonio. Si os he hablado de las cosas terrenales, y no creéis, ¿cómo creeréis si os hablo de las celestiales? Nadie ha
subido al cielo, sino el que bajó del cielo, es decir, el Hijo del Hombre que está en el cielo." (Juan 3: 11 al 13 - LBLA).
Él (y Él estaba solo aquí) conocía a Dios, y las cosas de Dios, de manera consciente en Sí mismo, tan ciertamente como Él
conocía a todos los hombres, y lo que había en el hombre objetivamente. Por lo tanto, Él podía hablarles de las cosas celestiales
tan fácilmente como de las cosas terrenales; pero la incredulidad acerca de las últimas, mostrada en la ignorancia perpleja
acerca del nuevo nacimiento como requisito para el reino de Dios, demostró que era inútil hablarles de las primeras. Porque
Aquel que hablaba era divino. Nadie había subido al cielo: Dios había tomado a más de uno al cielo; pero nadie había ido allí
por derecho propio. Jesús no sólo podía subir, como Él lo hizo más tarde, sino que Él había descendido desde allí, y, aunque
era hombre, Él era el Hijo del Hombre que está en el cielo. Él es una Persona
divina; Su humanidad no supuso menoscabo alguno de Sus derechos como Dios. Por consiguiente, las cosas celestiales no podían
ser sino naturales para Él, si uno puede decirlo así.
El
Señor introduce aquí la cruz. No se trata sencillamente del Hijo de Dios, ni se habla aquí de Él como el Verbo hecho carne.
Sino "como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario (δεῖ, dei) que el Hijo
del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. (Juan 3: 14 y 15). Tal
como el nuevo nacimiento para el reino de Dios, así la cruz es absolutamente necesaria para la vida eterna. En el Verbo estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. No estaba pensada para otros seres — era
el don gratuito de Dios para el hombre, para el creyente, obviamente. El hombre, muerto en pecados, fue el objeto de Su gracia;
pero el estado del hombre era tal, que habría sido un menosprecio para Dios si la vida hubiese sido comunicada sin la cruz
de Cristo: el Hijo del Hombre levantado en ella era Aquel en quien Dios trató judicialmente con el estado malo del hombre,
para las consecuencias plenas de las cuales Él mismo se hizo responsable. No sería adecuado para Dios si hubiese sido adecuado
para el hombre que Él, viendo todo, sólo se pronunciara acerca de la corrupción del hombre, y le absolviera de inmediato con
un simple perdón. Es necesario que uno nazca de nuevo. Pero incluso esto no era
suficiente: es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado. Era imposible que
no tuviese que haber un trato justo con el mal humano contra Dios, en sus fuentes y sus cursos. Por consiguiente, si la ley
planteaba la cuestión de la justicia en el hombre, la cruz del Señor Jesús, tipificándole a Él hecho pecado, es la respuesta;
y todo ha sido allí zanjado para la gloria de Dios, habiendo padecido el Señor Jesús las consecuencias inevitables. Entonces,
por eso que nosotros tenemos al Señor Jesús aludiendo a esta nueva necesidad, si el hombre iba a ser bendecido conforme a
Dios. "Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo
aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna." (Juan 3: 14 y 15). Pero esto, no obstante que era digno de Dios,
e indispensable para el hombre, no podía en sí mismo presentar una expresión adecuada de lo que Dios es, porque en esto solo,
ni Su amor ni tampoco la gloria de Su Hijo hallan debida demostración.
Por eso que, después de haber establecido de manera inequívoca la necesidad de la cruz, Él muestra
a continuación la gracia que era manifestada en el don de Jesús. Él no es retratado aquí como el Hijo del Hombre que era necesario
que fuese levantado, sino como el Hijo de Dios que fue dado. Él dice, "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado
a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna." (Juan 3:16). Lo uno, al igual
que lo otro, contribuye a este gran objetivo, sea el Hijo del Hombre necesariamente levantado, o el Hijo unigénito de Dios
dado en Su amor.
Que no sea pasado por alto que si bien se declara que el nuevo nacimiento o regeneración es
esencial para tener parte en el reino de Dios, el Señor, al insistir en esto, insinúa que Él no había ido más allá de las
cosas terrenales de aquel reino. Las cosas celestiales están situadas en evidente contradicción, y ellas mismas se vinculan
inmediatamente aquí, como en todas partes, con la cruz como su correlativo. (Véase Hebreos 12:2; Hebreos 13: 11 al 13).Por
otra parte, permítanme solamente comentar al pasar, que sin duda, aunque nosotros podemos hablar de manera general de aquellos
que participan de la nueva naturaleza como teniendo esa vida, aun así el Espíritu Santo se abstiene de afirmar acerca de cualquier
santo, el carácter pleno de la vida eterna como una cosa presente, hasta que tenemos la cruz de Cristo situada (a lo menos
doctrinalmente) como el terreno de ello. Pero cuando el Señor habla de Su cruz, y no solamente de las demandas judiciales
de Dios, sino del don de Si mismo en Su gloria personal verdadera como la ocasión para que la gracia de Dios se muestre a
sí misma hasta lo sumo, entonces, y no hasta entonces, nosotros oímos acerca de la vida eterna, y esta conectada con estos
dos puntos de vista. El capítulo se dedica a este tema, mostrando que no es solamente Dios quien trata así — en primer
lugar con la necesidad del hombre delante de Su naturaleza inmutable; después, la bendición según las riquezas de Su gracia
— sino, además, ese estado del hombre es detectado moralmente de manera aún más terrible en presencia de semejante gracia
así como de semejante santidad en Cristo. "Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el
mundo sea salvo por él." (Juan 3:17). Esto decide todo antes de la ejecución del juicio. La porción de todo hombre es hecha
manifiesta por su actitud hacia el testimonio de Dios acerca de Su Hijo. "El que en él cree, no es condenado; pero el que
no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios." (Juan 3:18). Otras cosas, las
más simples nimiedades, pueden servir para indicar la condición de un hombre; pero una responsabilidad nueva es creada por
esta exhibición infinita de bondad divina en Cristo, y la evidencia es decisiva y final, a saber, que el incrédulo ya ha sido
juzgado delante de Dios. "Y este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz,
pues sus acciones eran malas. Porque todo el que hace lo malo odia la luz, y no viene a la luz para que sus acciones no sean
expuestas. Pero el que practica la verdad viene a la luz, para que sus acciones sean manifestadas que han sido hechas en Dios."
(Juan 3: 19 al 21 – LBLA).
El
Señor y los discípulos son vistos a continuación en el distrito del país, no lejos, parecería, de Juan, el cual estaba bautizando
tal como ellos lo estaban. Los discípulos de Juan discuten con un Judío acerca de la purificación; el propio Juan rinde un
brillante testimonio a la gloria del Señor Jesús. En vano venía alguno a Juan el Bautista a informar el círculo cada vez mayor
en torno a Cristo. Él se somete, tal como explica, a la voluntad soberana de Dios. Él les recuerda su anterior negativa a
ocupar algún lugar más allá de uno enviado delante de Jesús. Su gozo era el de un amigo del Esposo (a quien, no a él, pertenecía
la esposa), y ahora su gozo estaba completo mientras oía la voz del Esposo. "Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe."
¡Bienaventurado el siervo de un Maestro infinitamente bendito y que bendice! Después (Juan 3: 31 al 36) él habla de Su Persona
en contraste con sí mismo y con todos; habla acerca de su testimonio y el resultado, tanto en cuanto a Su gloria, y por consiguiente,
también como para el creyente en el Hijo, y para el que rechaza a Su hijo. El que procede de arriba — del cielo —
está por encima de todos. Ese era Jesús en persona, contrastado con todos los que pertenecían a la tierra. Exactamente tan
claro y más allá de comparación es Su testimonio, el cual, viniendo del cielo y estando por encima de todos, testifica lo
que Él vio y oyó, independientemente que este testimonio pudiese ser rechazado. Pero vean ustedes el fruto bienaventurado
de recibirlo. "El que recibe su testimonio, éste atestigua que Dios es veraz. Porque el que Dios envió, las palabras de Dios
habla; pues Dios no da el Espíritu por medida." (Juan 3: 33 y 34). Yo entiendo que en la Versión Inglesa Autorizada de la
Biblia las palabras en cursiva "a Él (unto him)" deberían desaparecer. La adición
de "a él (unto him)" empaña la excedente preciosidad de lo que parece ser, a lo
menos, dejado abierto. Porque el pensamiento sorprendente no es meramente que Jesús recibe el Espíritu Santo sin medida, sino
que Dios también da el Espíritu, y no por medida, a través de Él a los demás. En el principio del capítulo se requería más
bien una acción esencial indispensable del Espíritu Santo; aquí es el privilegio del Espíritu Santo dado. No hay duda de que
al propio Jesús se le dio el Espíritu Santo puesto que era adecuado que Él en todo tenga la preeminencia (Colosenses 1:18);
pero ello muestra aún más tanto la gloria personal de Cristo, como la eficacia de Su obra, que Él da ahora el mismo Espíritu
a los que reciben Su testimonio, y ellos atestiguan que Dios es veraz. Qué singular es la gloria del Señor vista así, como
investida con el testimonio de Dios y su corona. Qué demostración más gloriosa de que el Espíritu Santo es dado — no
un cierto poder definido o don, sino el Espíritu Santo mismo; ¡pues Dios no da el Espíritu por medida!
Se
concluye todo adecuadamente mediante la declaración de que, "El Padre ama al Hijo, y todas las cosas ha entregado en su mano."
(Juan 3:35). No es meramente, o más que todos, un gran profeta o un gran testigo: Él es el Hijo; y el Padre le ha entregado
todas las cosas en Su mano. Hay el mejor cuidado para mantener Su gloria personal, sin importar cuál puede ser el tema. Los
efectos para el creyente, o para el incrédulo, son eternos en bien o en mal. El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero
el que desobedece al Hijo, en el sentido de no estar sometido a Su Persona, "no verá la vida, sino que la ira de Dios está
sobre él." (Juan 3:36). Ese es el asunto del Hijo de Dios presente en este mundo — un resultado eterno para todo hombre,
emanando de la gloria de Su Persona, del carácter de Su testimonio, y del consejo del Padre con respecto a Él. El efecto es
así final, así como Su Persona, Su testimonio, y Su gloria son divinos.
Es
evidente que los capítulos que hemos tenido ante nosotros (Juan 1 al 3) son una introducción: Dios revelado no sólo en el
Verbo, sino en el Verbo hecho carne, en el Hijo que da a conocer al Padre; Su obra, como Cordero de Dios, para el mundo, y
Su poder por el Espíritu Santo en el hombre; visto en aquel entonces como el centro de reunión, la senda a seguir, y el Objeto
incluso para la asistencia de los ángeles de Dios, habiéndose abierto el cielo, y Jesús — no solamente el Hijo de Dios
y Rey de Israel, sino Hijo del Hombre — siendo el Objeto de los consejos de Dios. Esto será mostrado en el milenio,
cuando se celebrarán las bodas, así como será ejecutado el juicio (siendo Jerusalén y su templo el punto central en aquel
entonces). Esto, obviamente, supone que Jerusalén, su gente y casa son puestos a un lado, tal como ellos están ahora, y esto
se justifica por el gran hecho de la muerte y resurrección de Cristo, lo cual es la llave para todo, aunque no aún inteligible
incluso para los discípulos. Esto introduce la gran verdad equivalente de que incluso Dios presente en la tierra y hecho carne
no es suficiente. El hombre es juzgado moralmente. Uno debe nacer de nuevo para el reino de Dios — un Judío por lo que
se le prometió, al igual que otro. Pero el Espíritu no limitaría Sus operaciones a tales confines, sino que sale liberalmente
como el viento. Tampoco se limitaría el Cristo rechazado, el Hijo del Hombre; dado que si Él era levantado en la cruz, en
vez de tener el trono de David, el resultado no sería solamente la bendición terrenal para Su pueblo conforme a la profecía,
sino la vida eterna para el creyente, quienquiera que podría ser; y esto, también, como la expresión de la gracia verdadera
y plena de Dios en Su Hijo unigénito dado. Juan el Bautista da a conocer entonces su propio menguar ante Cristo, como hemos
visto, los pormenores de cuyo testimonio, creído o no, son eternos; y esto está fundamentado en la revelación de Su gloriosa
Persona como hombre y para el hombre aquí abajo.
Capítulo 4
Juan 4 presenta al Señor Jesús fuera de Jerusalén — fuera del pueblo de la
promesa—entre Samaritanos, con los cuales los Judíos no tenían trato alguno. El celo Farisaico había obrado; y Jesús,
cansado, se sentó así junto a la fuente del pozo de Jacob en Sicar. (Juan 4: 1 al 6). ¡Qué cuadro de rechazo y humillación!
Ni esto estaba aún completo. Dado que, por una parte, Dios se ha ocupado en permitirnos ver ya la gloria del Hijo, y la gracia
de la que Él estaba lleno, por otra parte, todo resplandece más maravillosamente cuando conocemos cómo trató Él con una mujer
de Samaria, pecadora y degradada. Hubo aquí una reunión, de hecho, entre una tal y Él, el Hijo, verdadero Dios y vida eterna.
La gracia comienza, la gloria desciende; "Jesús le dijo: Dame de beber." (Juan 4:7). Era extraño para ella que un Judío se
humillase así; ¿Qué habría sucedido si ella hubiese visto en Él a Jesús el Hijo de Dios? "Respondió Jesús y le dijo: Si conocieras
el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva." (Juan 4:10). ¡Gracia infinita!
¡Verdad infinita! Y más manifiesta de Sus labios a una que era una personificación real del pecado, la miseria, la ceguera,
la degradación. Pero esta no fue la pregunta de la gracia: no lo que ella era,
sino lo que Él es, el cual estaba allí para ganarla y bendecirla, manifestando,
además, a Dios y al Padre, de manera práctica y en detalle. Él estaba allí, ciertamente, un hombre cansado fuera del Judaísmo;
pero Dios, el Dios de toda gracia, el cual se humilló a Sí mismo a pedirle a ella un trago de agua, para que Él pudiese dar
el don más rico y perdurable, a saber, agua que, una vez bebida, no deja sed por siempre jamás — sí, en efecto, agua
que es, en aquel que bebe, una fuente de agua que brota para vida eterna. De este modo, el Espíritu Santo dado por el Hijo
en humillación (según Dios, no actuando en la ley, sino conforme al don de gracia en el evangelio), fue presentado plenamente;
pero la mujer, aunque interesada, y preguntando, comprende solamente una gran ayuda para vida para salvarla del problema para
esta vida aquí abajo. Esto brinda la ocasión a Jesús para enseñar la lección de que la conciencia debe ser alcanzada, y el
sentido de pecado producido, antes que la gracia sea entendida y produzca fruto. Él hace esto en Juan 4: 16 al 19. Su vida
es colocada ante ella mediante Su voz, y ella le confiesa que Dios mismo le habló en sus palabras: "Le dijo la mujer: Señor,
me parece que tú eres profeta." (Juan 4:19). Si ella hizo a un lado las cuestiones acerca de la religión, con una mezcla de
deseo de aprender lo que le había concernido y la había dejado perpleja, y de voluntad para escapar de tal escudriñamiento
de sus modos de obrar y de su corazón, Él no se abstuvo de conceder amablemente la revelación de Dios, de que la adoración
terrenal estaba condenada, que el Padre iba a ser adorado, no un Desconocido. Y mientras Él no oculta el privilegio de los
Judíos, Él, sin embargo, proclama que "la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu
y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu
y en verdad es necesario que adoren." (Juan 4: 23 y 24). Esto lleva todo a lo esencial; porque la mujer dice, "Sé que ha de
venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas." (Juan 4:25). Y Jesús responde, "Yo soy,
el que habla contigo." (Juan 4:26). Vienen los discípulos; la mujer va a la ciudad, dejando su cántaro. Pero llevando con
ella el inefable don de Dios. Su testimonio llevaba la impronta de lo que había penetrado su alma, y abriría el camino para
todos los demás a su debido tiempo. "Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo?"
(Juan 4:29). "Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios." (1ª. Juan 5:1). Fue mucho, aun así ello fue
un poco de la gloria que había en Él; pero a lo menos fue verdadero; y a todo el que tiene, se le dará (Juan 4: 20 al 30).
Los
discípulos se admiraron de que Él hablara con una mujer. ¡Cuán poco ellos concebían lo que se decía y se hacía en aquel entonces!
Ellos dijeron, "Rabí, come. El les dijo: Yo tengo una comida que comer, que vosotros no sabéis." (Juan 4: 31 y 32). Ellos
no consideraron más Sus palabras de lo que consideraban Su gracia, sino que pensaban y hablaban, al igual que la mujer Samaritana,
acerca de cosas de esta vida. Jesús explica: "Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra. ¿No
decís vosotros: Aún faltan cuatro meses para que llegue la siega? He aquí os digo: Alzad vuestros ojos y mirad los campos,
porque ya están blancos para la siega. Y el que siega recibe salario, y recoge fruto para vida eterna, para que el que siembra
goce juntamente con el que siega. Porque en esto es verdadero el dicho: Uno es el que siembra, y otro es el que siega. Yo
os he enviado a segar lo que vosotros no labrasteis; otros labraron, y vosotros habéis entrado en sus labores." (Juan 4: 34
al 38).
De
este modo, un Cristo despreciado no es meramente un Hijo del Hombre crucificado, e Hijo de Dios dado, como en Juan, sino que
Él mismo es un dador divino en comunión con el Padre, y en el poder del Espíritu Santo el cual es dado al creyente, la fuente
de adoración, así como el Dios y Padre de ellos es el objeto de dicha adoración para los adoradores en espíritu y en verdad
(aunque no para exclusión del Hijo, ciertamente: Hebreos 1). Debía ser así ahora; porque Dios es revelado; y el Padre busca
en gracia verdaderos adoradores (sean ellos Samaritanos o Judíos) que Le adoren. Aquí, por consiguiente, no es tanto el medio
mediante el cual la vida es comunicada, como lo es la revelación de la bendición plena de gracia y comunión con el Padre y
Su Hijo por el Espíritu Santo, en el cual somos bendecidos. Por eso que aquí el Hijo, según la gracia de Dios el Padre, da
el Espíritu Santo — vida eterna en el poder del Espíritu. No se trata simplemente del nuevo nacimiento, tal como un
santo podía, y debe haber tenido siempre, para unas relaciones vitales con Dios en cualquier tiempo. Aquí, en circunstancias
adecuadas, para hacer que el pensamiento y el modo de obrar de Dios sean inequívocos, puros e ilimitados, la gracia toma su
propio curso soberano, adecuado al amor de Cristo y a Su gloria personal. Porque si el Hijo (echado, nosotros podemos decir,
en principio del Judaísmo) visitó Samaria, y se dignó hablar con una de las más indignas de esa raza indigna, ello no podía
ser una mera repetición de lo que otros hacían. Jacob no estaba allí, sino el Hijo de Dios en nada más que gracia; y así,
a la mujer Samaritana, no a los maestros de Israel, son hechas esas comunicaciones maravillosas que nos exponen con profundidad
y belleza incomparables, la fuente, el poder, y el carácter verdaderos de esa adoración que reemplaza, no meramente a la cismática
y rebelde Samaria, sino al Judaísmo en su mejor estado. Porque ello es, evidentemente, el tema de adoración en plenitud Cristiana,
el fruto de la manifestación de Dios y del Padre conocidos en gracia. Y la adoración es vista tanto en naturaleza moral como
en el disfrute de comunión — doblemente. En primer lugar, nosotros debemos adorar, si lo hacemos, en espíritu y en verdad.
Esto es indispensable; dado que Dios es Espíritu, no puede sino ser eso. Además
de esto, la bondad se desborda, en el hecho de que el Padre está reuniendo hijos, y haciéndoles adoradores. El Padre busca adoradores. ¡Qué amor! En resumen, las riquezas de la gracia de Dios son aquí según la gloria del Hijo,
y en el poder del Espíritu Santo. Por eso que el Señor, si bien reconoce plenamente las labores de todos los que trabajaron
anteriormente, tiene ante Sus ojos toda la extensión ilimitada de la gracia, la grandísima siega que Sus apóstoles iban a
recoger a su debido tiempo. Es así, sorprendentemente, una anticipación del resultado en gloria. Mientras tanto, para la adoración
Cristiana, la hora venía y en principio era ahora, porque Él estaba allí; y Aquel que vindicaba que la salvación venía de los Judíos, demuestra que la hora es ahora para los Samaritanos,
o cualquiera que creyera a causa de Su palabra. Sin señal, prodigio, o milagro, en esta pequeña población de Samaria Jesús
fue oído, conocido, y confesado como siendo verdaderamente el Salvador del mundo ("el Cristo", expresión que está ausente
en los mejores manuscritos, Juan 4:42). Los Judíos, con todos sus privilegios, eran aquí extranjeros. Ellos sabían lo que
adoraban, pero no adoraban al Padre, ni tampoco eran ellos "verdaderos". Ninguno de tales sonidos, ninguna de tales realidades,
fueron alguna vez oídos o conocidos en Israel. ¡De qué manera estaban ellos siendo disfrutados en la Samaria despreciada —
esos dos días con el Hijo de Dios entre ellos! Era conveniente que ello fuese así; dado que, como una cuestión de derecho,
nadie podía reclamar; y la gracia sobrepasa toda expectativa o todo pensamiento del hombre, sobre todo de hombres acostumbrados
a un ciclo de ceremonial religioso. Cristo no esperó hasta que el tiempo viniera por completo para que las cosas viejas pasaran,
y que todas fuesen hechas nuevas (2ª. corintios 5:17). Su propio amor y Su Persona eran garantía suficiente para que el sencillo
levantase el velo por un período, y ese amor y esa Persona llenasen sus corazones que Le habían recibido en el disfrute consciente
de la gracia divina, y de Aquel que la reveló a ellos. Ello no fue más que preliminar, obviamente; aun así, fue de una gran
realidad, la gracia presente en aquel entonces en la Persona del Hijo, el Salvador del mundo, el cual llenó sus corazones
una vez oscuros, con luz y gozo.
El
final del capítulo nos muestra al Señor en Galilea. Pero hubo esta diferencia con la ocasión anterior, y es que, en las bodas
de Caná (Juan 2), el cambio de agua en vino fue claramente milenial en su aspecto típico. La sanación del hijo del oficial
del rey, enfermo y pronto a morir, es testimonio de lo que el Señor estaba haciendo realmente entre los despreciados de Israel
(Juan 4: 43 al 54). Es allí donde encontramos al Señor, en los otros Evangelios sinópticos, llevando a cabo Su ministerio
habitual. Juan nos presenta este punto de contacto con ellos, aunque lo hace en un incidente peculiar a él mismo. Se trata
de la manera de nuestro evangelista para indicar Su estada Galilea; y este milagro es el tema particular al que Juan fue conducido
por el Espíritu Santo a dedicarse. De este modo, así como en el caso anterior el trato del Señor en Galilea fue un tipo del
futuro (las bodas de Caná), este parece ser el significado de Su senda de gracia inmediata en aquel entonces en ese territorio
despreciado de la tierra de Israel. La búsqueda de señales y prodigios es reprendida; pero la mortalidad es detenida. Su presencia
corporal no fue necesaria; Su palabra fue suficiente. Los contrastes son tan poderosos, a lo menos, como el parecido con la
sanación del siervo del centurión en Mateo 13 y Lucas 7, lo cual algunos antiguos y modernos han confundido con esto, así
como lo hicieron con el ungimiento de Jesús por parte de María con el de la mujer pecadora de Lucas 7.
Una
de las peculiaridades de nuestro Evangelio es que nosotros vemos al Señor de vez en cuando (y, de hecho, principalmente) en
Jerusalén o cerca de dicha ciudad. Esto es más sorprendente porque, como hemos visto, el mundo e Israel, al rechazarle a Él,
son también ellos mismos rechazados desde el principio como tales. La verdad es que el designio de la manifestación de Su
gloria gobierna todo; el lugar o las personas era un asunto irrelevante.
Capítulo 5
La
primera vista presentada aquí de Cristo (Juan 5) es Su Persona en contraste con
la ley. El hombre, bajo la ley, demostró ser impotente; y cuanto mayor era la necesidad, menos habilidad tenía para beneficiarse
de semejante intervención misericordiosa, que Dios mantenía aún, de vez en cuando, a través de todo el sistema legal. El mismo
Dios que no dejó de dar testimonio de Sí mismo, haciendo bien y dando lluvias del cielo y estaciones fructíferas (Hechos 14:17),
no dejó de obrar a intervalos, en el bajo estado de los Judíos, mediante el poder providencial; y por medio de las aguas agitadas
de Betesda, invitaba a los enfermos, y sanaba al primero que descendía de cualquier enfermedad que tuviese. Entonces, en los
cinco pórticos de este estanque yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos que esperaban el movimiento del
agua. Y estaba allí un hombre que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo. Jesús vio al hombre, y sabiendo que él ya
llevaba mucho tiempo en esa condición, da lugar al deseo de sanación, pero pone de manifiesto el desaliento de la incredulidad.
¡Cuán verdaderamente se trata del hombre bajo la ley! No solamente no hay sanación alguna a ser extraída de la ley por un
pecador, sino que la ley hace que la enfermedad sea más evidente, si acaso no agrava también los síntomas. La ley no obra
liberación alguna; ella pone al hombre en cadenas, en prisión, en tinieblas, y bajo condenación; ella hace que él sea un paciente,
o un criminal incompetente para beneficiarse de las muestras de la bondad de Dios. Dios, que no dejó jamás de dar testimonio
de Sí mismo, no dejó de hacerlo ni siquiera entre los Gentiles, ciertamente aún menos en Israel. El efecto de la ley sobre
el hombre era tal, que él no podía sacar provecho de un remedio adecuado. (Juan 5: 1 al 7).
Por
otra parte, el Señor no habla más que la Palabra: "Levántate, toma tu lecho, y anda." (Juan 5:8). El resultado sigue inmediatamente
a continuación. Era el día de reposo. Los Judíos, entonces, los cuales no podían ayudar, y no se compadecían de su prójimo
en su larga enfermedad y larga desilusión, se escandalizaron al verle, sano y salvo, llevando su lecho en aquel día. Pero
ellos aprenden que fue el Médico divino el que no sólo había sanado, sino que le había instruido así. La maldad de ellos descarta
de inmediato el poder benéfico de Dios en el caso, provocado por el supuesto agravio hecho al día séptimo (Juan 5: 8 al 12).
Pero,
¿estaban los Judíos equivocados después de todo, al pensar que el sello del primer pacto había sido virtualmente quebrantado
en esas Palabra y autorización deliberadas de Jesús? Él podría haber sanado al hombre sin el más mínimo acto exterior que
golpeara el celo de ellos por la ley. Él había dicho expresamente al hombre que tome su lecho y ande, así como que se levante.
Hubo un propósito en ello. Se pronunció una sentencia de muerte sobre el sistema de ellos, y ellos sintieron en conformidad.
El hombre no pudo decir a los Judíos el nombre de su benefactor. Pero Jesús le halla en el templo, y dice, "Mira, has sido
sanado; no peques más, para que no te venga alguna cosa peor." (Juan 5:14). El hombre se fue, y dijo a los Judíos que era
Jesús el que le había sanado; y ellos Le persiguieron por esto, porque hacía estas cosas en el día de reposo. (Juan 5: 13
al 16).
Sin
embargo, un asunto más grave iba a ser juzgado; dado que Jesús les respondió: Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo.
Por consiguiente, por esta causa los Judíos aún más procuraban matarle, porque
Él añadió la mayor ofensa de hacerse Él mismo igual a Dios, diciendo que Dios era Su Padre (Juan 5: 17 y 18).
Así, en Su Persona, así como en Su obra, ellos se unen en la decisión. Tampoco cualquier asunto
podía ser más trascendente. Si Él hablaba la verdad, ellos eran blasfemos. Pero, ¡cuán preciosa es la gracia en presencia
del odio y de la orgullosa auto–complacencia de ellos! "Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo." (Juan 5:17). Ellos
no tenían ningún pensamiento, sentimiento, o modos de obrar comunes con el Padre y el Hijo. ¿Estaban los Judíos guardando
celosamente el día de reposo? El Padre y el Hijo estaban en acción. ¿Cómo podían la luz o el amor reposar en una escena de
pecado, tinieblas, y miseria?
¿Acusaban ellos a Jesús de exaltación propia? Ninguna acusación podía estar más lejos de la
verdad. Aunque Él no podía negarse a Sí mismo, Él no lo haría (y Él era el Hijo, y el Verbo, y Dios), Él había asumido el
lugar de un hombre, de un siervo. Jesús, por tanto, respondió, "En verdad, en verdad os digo que el Hijo no puede hacer nada
por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que hace el Padre, eso también hace el Hijo de igual manera.
Pues el Padre ama al Hijo, y le muestra todo lo que El mismo hace; y obras mayores que éstas le mostrará, para que os admiréis.
Porque así como el Padre levanta a los muertos y les da vida, asimismo el Hijo también da vida a los que El quiere. Porque
ni aun el Padre juzga a nadie, sino que todo juicio se lo ha confiado al Hijo, para que todos honren al Hijo así como honran
al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió. En verdad, en verdad os digo: el que oye mi palabra y cree
al que me envió, tiene vida eterna y no viene a condenación, sino que ha pasado de muerte a vida. En verdad, en verdad os
digo que viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que oigan vivirán. Porque así
como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le dio al Hijo el tener vida en sí mismo; y le dio autoridad para ejecutar
juicio, porque es el Hijo del Hombre. No os admiréis de esto, porque viene la hora en que todos los que están en los sepulcros
oirán su voz, y saldrán: los que hicieron lo bueno, a resurrección de vida, y los que practicaron lo malo, a resurrección
de juicio." (Juan 5: 19 al 29 - LBLA).
Es evidente, entonces, que el Señor presenta la vida en Él mismo como la verdadera
carencia del hombre, el cual no estaba meramente enfermo sino muerto. La ley, los procedimientos, las ordenanzas, no podían
satisfacer la necesidad — ningún estanque, ni ángel, nada sino el Señor obrando en gracia, el Hijo dando vida. La sanación
gubernativa, incluso de parte de Él, podía sólo terminar en " alguna cosa
peor" viniendo por 'causa de pecar'. Vida fuera de la muerte era lo que el hombre necesitaba, tal como él es; y esto el Padre
está dando en el Hijo. ¡Todo aquel que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre! (1ª. Juan 2:23). Esta es la verdad; pero los
Judíos tenían la ley, y aborrecían la verdad. ¿Podían ellos, entonces, rechazar al Hijo, y simplemente perder esta bendición
infinita de vida en Él? No, el Padre ha confiado todo juicio al Hijo. Él hará que todos honren al Hijo, así como le honran
a Él.
Y así como la vida está en la Persona del Hijo de Dios, del mismo modo Dios al enviarle a Él,
no tuvo intención que la más mínima incertidumbre existiese para algo tan trascendental. Él haría que cada alma supiese ciertamente
de qué manera ella se encuentra para la eternidad, así también de qué manera ella está ahora. No existe más que una prueba
infalible — el Hijo de Dios — el testimonio de Dios rendido a Él. Por lo tanto, a mí me parece, Él añade el versículo
24. No se trata de un asunto acerca de la ley, sino de oír la palabra de Cristo, y creer a Aquel que envió a Cristo: aquel
que lo hace tiene vida eterna, y no vendrá a juicio, sino que ha pasado de muerte
a vida. Él era eternamente el Verbo, Dios (y unigénito Hijo de Dios en el seno del Padre) — Hijo de Dios, también, nacido
en este mundo. ¿Era esto falso y blasfemo ante los ojos de ellos? Ellos no podían negar que Él era un hombre — Hijo
del Hombre. No; por tanto eran ellos, entrando en discusión, los que negaban que Él es Dios. Que ellos aprendan, entonces,
que como Hijo del Hombre (por cuya naturaleza ellos Le despreciaban, y negaban Su gloria personal esencial) Él juzgará, y
este juicio no será una visitación pasajera, como la que Dios llevó a cabo mediante ángeles u hombres en tiempos pasados.
El juicio, todo el juicio, sea para vivos o para muertos, es consignado a Él, porque
Él es Hijo del Hombre. Tal es la vindicación de Dios de Sus derechos ultrajados, y el juicio será proporcional a la gloria
que ha sido despreciada.
El manso Señor Jesús despliega así estas verdades de manera solemne. En Él estaba la vida para
esta escena de muerte, y es por fe, para que sea por gracia. Sólo esto asegura Su honra en los que creen en el testimonio
de Dios rendido a Él, el Hijo de Dios, y a estos Él da vida, vida eterna ahora, y exención del juicio, en este actuar en comunión
con el Padre. Y en esto Él es soberano. El Hijo da vida, tal como el Padre lo hace, y no meramente a los que el Padre quiere,
sino a los que Él quiere. Sin embargo, el Hijo había asumido el lugar de ser el
Enviado, el lugar de subordinación en la tierra, en el cual Él diría, "mi Padre es mayor que yo." (Juan 14:28 – NTPESH).
Y Él aceptó ese lugar enteramente, y en todas sus consecuencias. Pero que ellos tengan cuidado de cómo lo pervertían. Se admite
que Él era el Hijo del Hombre, pero como tal, todo el juicio se le da a Él, y juzgaría. Así, de una u otra manera, todos deben
honrar al Hijo. El Padre no juzgaba, sino que encomendó todo juicio en manos del Hijo, porque
Él es el Hijo del Hombre. No era ahora el momento de demostrar en poder público estas verdades venideras, en efecto, verdades
en aquel entonces presentes. La hora era una hora para la fe, o para la incredulidad. ¿Oían los muertos (dado que los hombres
son tratados así, no como vivos bajo la ley) — oían ellos la voz del Hijo de Dios? Los tales vivirán. Porque aunque
el Hijo (esa vida eterna que estaba con el Padre) era un hombre, en esa posición misma el Padre Le dio el tener vida en Sí
mismo, y que ejecute juicio también, porque Él es el Hijo del Hombre. El juicio es la alternativa para el hombre: para Dios
es el recurso para hacer efectiva la gloria del Hijo, y en esa naturaleza, y en la cual y para la cual el hombre — ciego
a Su más elevada dignidad — se atreve a despreciarle a Él. Dos resurrecciones, una de vida, y otra de juicio, sería
la manifestación de la fe y de la incredulidad, o más bien, de los que creen al Hijo, y de los que Le rechazan. Ellos no debían
maravillarse, en aquel entonces, de lo que Él dice y hace ahora; porque venía la hora en que todos los que están en los sepulcros
oirán Su voz, y saldrán; los que hicieron lo bueno, a resurrección de vida, y los que practicaron lo malo, a resurrección
de juicio. Esto haría que todo sea manifiesto. Es ahora cuando el gran asunto queda decidido; es ahora cuando un hombre recibe
o rechaza a Cristo. Si él Le recibe, ello es vida eterna, y Cristo es honrado así por él; si no Le recibe, queda el juicio
que impondrá la honra de Cristo, pero para su propia ruina para siempre. La resurrección será la demostración: la doble resurrección
de los muertos, no una, sino dos resurrecciones. La resurrección de vida mostrará de cuán poco tenían que avergonzarse los
que creyeron el registro presentado acerca de Su Hijo; la resurrección de juicio no hará sino hacer más evidente para los
que despreciaron al Señor, tanto Su honra como el pecado y la vergüenza de ellos.
Así como este capítulo presenta al Señor Jesús con singular plenitud de gloria, tanto en el
aspecto de Su Deidad como de Su humanidad, así finaliza con los más variados y más notables testimonios que Dios nos ha presentado,
para que no pueda haber excusa alguna. Tan resplandeciente era Su gloria, tan comprometido estaba el Padre en mantenerla,
tan inmensa la bendición si ella era recibida, tan tremenda la reputación involucrada en su pérdida, que Dios concedió los
más amplios y más claros testimonios. Si Él juzga, ello no es sin una plena advertencia. De acuerdo con eso, hay un testimonio
cuádruple rendido a Jesús: el testimonio de Juan el Bautista; las propias obras del Señor; la voz del Padre desde el cielo;
y finalmente, la Palabra escrita que los Judíos tenían en sus propias manos. A esto último el Señor concede la importancia
más profunda. Este testimonio difiere de los demás por el hecho de que tiene un carácter más permanente. La Escritura está
siempre, o puede estar, delante del hombre. No se trata de un mensaje o de una señal, no obstante cuán significativos pueden
ser estos en el momento, los cuales fenecen tan pronto como son oídos o vistos. Como un arma de convicción, la Escritura tenía,
de manera muy justa, el lugar de más importancia en la mente del Señor Jesús, aunque el hombre piensa muy poco acerca de ella
hoy en día. El problema de todo es que la voluntad del hombre es la verdadera causa y el verdadero manantial de la enemistad.
"No queréis venir a mí para que tengáis vida." (Juan 5:40). No se trató de una falta de testimonio; la voluntad de ellos era
para la honra del tiempo presente en aquel momento, y era hostil a la gloria del único Dios. Ellos caerían como presas del
Anticristo, y son acusados mientras tanto por Moisés, en quien ellos confiaban, sin creerle; de otro modo ellos habrían creído
a Cristo, de quien Moisés escribió.
Capítulo 6
En Juan 6 nuestro Señor desecha a Israel en otro punto de vista. No
solamente el hombre bajo la ley no tiene salvación alguna, sino que no tiene fuerza alguna para beneficiarse de la bendición
que Dios ofrece. Nada menor a la vida eterna en Cristo puede libertar: de lo contrario, queda el juicio. El Señor fue reconocido
aquí realmente por las multitudes como el gran Profeta que había de venir; y hacen esto a consecuencia de Sus obras, especialmente
esa que la Escritura misma había relacionado con el Hijo de David (Salmo 132). Entonces ellos quisieron hacerle rey. Ello
pareció ser natural: Él había alimentado a los pobres con pan, ¿y por qué no había de tomar Él Su lugar en el trono? El Señor
rehúsa esto, y sube al monte a orar, estando mientras tanto Sus discípulos expuestos a una tormenta en el lago, y esforzándose
por llegar al puerto deseado hasta que Él volvió reunirse con ellos, cuando la barca llegó en seguida a la tierra adonde iban.
(Juan 6: 1 al 21).
El Señor, en la última parte del capítulo (Juan 6: 27 al 58), contrasta la presentación de la verdad de Dios en Su
persona y obra, con todo lo que pertenecía a las promesas acerca del Mesías. No se trata de que Él niega la verdad de lo que
ellos estaban así deseando y a lo que ellos se adherían. En realidad, Él era el gran Profeta, tal como era el gran Rey, y
tal como Él es ahora el gran Sacerdote en lo alto. No obstante, el Señor rehusó la corona en aquel entonces: no era el tiempo
o el estado para Su reinado. Cuestiones más profundas demandaban solución. Una obra mayor estaba en curso; y esto, tal como
el resto del capítulo nos muestra, no como un Mesías levantado, sino como el pan verdadero dado — Aquel que desciende
del cielo, y da vida al mundo; un Hijo del Hombre que muere, no uno que reina. Se trata, en primer lugar, de Su persona como
encarnada, en redención dando después Su carne para ser comida y Su sangre para ser bebida. De este modo, las cosas anteriores
pasan; el viejo hombre es juzgado, muerto, y acabado. Un segundo y completamente nuevo hombre aparece — el pan de Dios,
no del hombre, sino para el hombre. El carácter es completamente diferente de la posición y la gloria del Mesías en Israel,
según la promesa y la profecía. Se trata, en realidad, del eclipse total, no meramente de la ley y de las misericordias correctivas,
sino incluso de la prometida gloria Mesiánica, por medio de la vida eterna y la resurrección del día postrero. Se observará
aquí que Cristo no es tanto el agente que da vida como Hijo de Dios (Juan 5), sino el objeto de la fe de muchos como Hijo
del Hombre — encarnado primeramente para ser comido; muriendo después y dando Su carne para ser comida, y Su sangre
para ser bebida. De este modo, nosotros nos alimentamos de Él y bebemos en Él, como hombre, para vida — vida eterna
en Él.
Esto último es la figura de una verdad más profunda que la encarnación, y significa claramente comunión con Su muerte.
Ellos habían tropezado anteriormente, y el Señor no solamente introduce Su persona como el Verbo hecho carne, presentada para
que el hombre la reciba y la disfrute ahora, sino que a menos que ellos comiesen la carne y bebieren la sangre del Hijo del
Hombre, no tenían vida en ellos. Él presupone allí Su pleno rechazo y Su muerte. Él habla de Sí mismo como el Hijo del Hombre
en la muerte, dado que Su carne no se podía comer, Su sangre no se podía beber, como un hombre vivo. Por tanto, no se trata
solamente de la persona de nuestro Señor vista como divina, y descendiendo al mundo. Aquel que, estando vivo, era recibido
para vida eterna, es nuestra comida y bebida al morir, y nos da comunión con Su muerte. Así, de hecho, nosotros tenemos al
Señor omitiendo lo que era meramente Mesiánico, mediante las grandiosas verdades de la encarnación, y, sobre todo, de la expiación,
con la cual el hombre debe tener una asociación vital: él debe comer — sí, en efecto, comer y beber. Este lenguaje asevera
ambas acciones, pero más fuertemente la última. Y de hecho, ello fue así, y es. Aquel que reconoce la realidad de la encarnación
de Cristo, recibe con mucho agradecimiento y mucha adoración la verdad de la redención por parte de Dios; aquel que, por el
contrario, tropieza con la redención, no ha aceptado realmente la encarnación según el pensamiento de Dios. Si un hombre considera
al Señor Jesús como Uno que entró al mundo de manera general, y llama a esto encarnación, de seguro él tropezará con la cruz.
Si, por el contrario, un alma ha sido enseñada por Dios acerca de la gloria de la persona de Aquel que se hizo carne, esa
alma recibe en toda sencillez la verdad gloriosa, y se regocija en ella, de que Aquel que se hizo carne no sólo se hizo carne
para este fin, sino más bien como un paso hacia otra y más profunda obra — glorificar a Dios y llegar a ser nuestra
comida, en muerte. Tales son los grandiosos puntos enfáticos a los cuales el Señor conduce.
Pero el capítulo no finaliza sin un contraste adicional (Juan 6: 59 al 71) ¿Pues qué si ellos veían a Aquel que descendió
y murió en este mundo, ascender adonde Él antes estaba? Todo es en el carácter de Hijo del Hombre. El Señor Jesús llevó, sin
duda, la humanidad en Su persona a esa gloria que Él conocía tan bien como el Hijo del Padre.
Capítulo
7
Juan 7 sigue sobre esta base. Los hermanos del Señor Jesús, los cuales podían ver el poder asombroso que había
en Él, pero cuyos corazones eran carnales, discernieron de inmediato que ello podía ser una cosa buena poco común para ellos,
así como también para Él, en este mundo. Se trató de la mundanalidad en su peor forma, incluso hasta el punto de convertir
la gloria de Cristo en una utilidad inmediata. ¿Por qué no habría Él de mostrarse al mundo? (Juan 7: 3 al 5). El Señor insinúa
la imposibilidad de anticipar el tiempo de Dios; pero Él lo hace en aquel entonces como estando relacionado con Su propia
gloria personal. Él reprende después la carnalidad de Sus hermanos. Si Su tiempo no había llegado aún, el tiempo de ellos
era siempre oportuno (Juan 7: 6 al 8). Ellos pertenecían al mundo. Ellos hablaban acerca del mundo; el mundo podía oírles.
En cuanto a Él, no va en aquel momento a la fiesta de los tabernáculos, sino que sube más tarde, "no abiertamente, sino como
en secreto" (Juan 7:10), y enseñaba. Ellos se maravillan, tal como habían murmurado anteriormente (Juan 7: 12 al 15), pero
Jesús muestra que el deseo de hacer la voluntad de Dios es la condición de la comprensión espiritual (Juan 7: 16 al 18). Los
Judíos no guardaban la ley, y deseaban matar a Aquel que sanaba al hombre en amor divino (Juan 7: 19 al 23). ¿Qué juicio podía
ser menos justo (Juan 7:24)? Ellos discurren y están en completa incertidumbre (Juan 7: 25 al 31). Él va adonde ellos no pueden
ir, y jamás adivinaron (dado que la incredulidad piensa acerca de los dispersos entre los Griegos — en cualquier cosa
más que en Dios) (Juan 7: 33 al 36). Jesús estaba regresando a aquel que Le había enviado, y el Espíritu Santo sería dado.
Así que, en el último día, el gran día de la fiesta (el día octavo, el cual testificaba acerca de una gloria de resurrección
fuera de esta creación, a cumplirse ahora en el poder del Espíritu antes que algo aparezca a la vista), el Señor se pone en
pie, y alza la voz, diciendo, "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba." (Juan 7:37). No se trata de comer el pan de Dios,
o, cuando Cristo murió, de comer Su carne y beber Su sangre. Aquí es, "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba." Tal como en
Juan 4, del mismo modo es aquí un asunto de poder en el Espíritu Santo, y no simplemente de la persona de Cristo. "El que
cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva." (Juan 7:38). Y nosotros tenemos a continuación
el comentario del Espíritu Santo: "Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había
venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado." (Juan 7:39). Está, en primer lugar, el alma sedienta
viniendo a Jesús y bebiendo; está, entonces, el poder del Espíritu fluyendo del hombre interior del creyente en refrigerio
para otros.
Nada puede ser
más sencillo que esto. No se requieren detalles por ahora, sino solamente el bosquejo de la verdad. Pero lo que nosotros aprendemos
es que, mientras tanto, nuestro Señor (visto como habiendo entrado en el cielo como hombre en el terreno de la redención,
es decir ascendido a la gloria, después de haber pasado a través de la muerte)
confiere el Espíritu Santo sobre aquel que cree, en lugar de introducir de inmediato la fiesta final de alegría para los Judíos
y el mundo, tal como Él lo hará en breve tiempo más, cuando la siega y la vendimia anti-típicas hayan sido llevadas a cabo.
Así, no se trata simplemente del Espíritu de Dios dando una nueva naturaleza; tampoco se trata del Espíritu Santo dado como
el poder de adoración y comunión con Su Dios y Padre. Nosotros hemos tenido esto plenamente con anterioridad. Ahora bien,
se trata del Espíritu Santo en el poder que da ríos de agua viva que fluyen, y esto está unido al hecho de que Él es un Hombre
en la gloria, y es una consecuencia de ello. El Espíritu Santo no podía ser dado así — sólo podía ser dado cuando Jesús
hubiese sido glorificado, después que la redención fuese un hecho. ¿Qué puede ser más evidente o más instructivo? Es el hecho
final de dejar de lado el Judaísmo en aquel entonces, cuya esperanza característica era la exhibición de poder y reposo en
el mundo. Pero estos ríos del Espíritu son substituidos aquí por la fiesta de los tabernáculos, la cual no se puede cumplir
hasta que Cristo venga del cielo, y se manifieste al mundo; porque este tiempo no había llegado aún. El reposo no es ahora
el asunto, en absoluto, sino el fluir del poder del Espíritu mientras Jesús está en lo alto. En un cierto sentido, el principio
de Juan 4 se hizo realidad en la mujer de Samaria, y en otros que recibieron a Cristo en aquel entonces. La persona del Hijo
fue allí el objeto de gozo divino y desbordante aun en aquel entonces, aunque, obviamente, en el sentido pleno de la Palabra,
el Espíritu Santo no podía ser dado para ser el poder de ello hasta más adelante en el tiempo; pero aun así, el objeto de
adoración estaba allí revelando al Padre; pero Juan 7 asume que Él ha subido al cielo, antes de que Él comunique el Espíritu
Santo desde el cielo, el cual había de ser (no aquí como Israel tuvo una roca con agua para beber en el desierto fuera de
ellos mismos, ni siquiera como una fuente brotando dentro del creyente, sino) como ríos fluyendo. ¡Cuán bienaventurado es
el contraste con el estado del pueblo descrito en este capítulo, llevados de aquí para allá por todo viento de doctrina, fijando
la vista en "letras" (Juan 7:15), gobernantes, y Fariseos, perplejos acerca de Cristo, pero sin un juicio justo, certeza,
o disfrute! Nicodemo reprende pero es desdeñado; todos se retiran a sus casas — Jesús, el cual no tenía ninguna, se
va al monte de los Olivos. (Juan 7: 40 al 53).
Esto finaliza los
varios aspectos del Señor Jesús, obliterando completamente el Judaísmo, visto como un sistema asentado en un sistema de ley
y ordenanzas, como considerando a un Mesías con bienestar inmediato, y como esperando la exhibición de la gloria Mesiánica
en aquel entonces en el mundo. El Señor Jesús se presenta como dando fin ahora a todo esto para el Cristiano, aunque, obviamente,
toda palabra que Dios ha prometido, así como cada palabra con que Él ha amenazado, permanece para ser cumplida en Israel en
poco tiempo más; porque la Escritura no puede ser quebrantada; y lo que la boca del Señor ha dicho, espera su cumplimiento
en su debida esfera yen su debida época.
Capítulo
8
El punto al que
hemos llegado me brinda una oportunidad de decir un poco acerca del comienzo de este capítulo, y del final del anterior, dado
que es bien sabido que muchos hombres, y, siento añadir, no pocos Cristianos, han permitido que apariencias pesen contra Juan
7:53 a 8:11 — una porción muy preciosa de la Palabra de Dios. El hecho es que el párrafo acerca de la mujer adúltera
acusada, o bien ha sido simplemente excluido en algunas copias de la Escritura, o aparece un vacío equivalente a él, o es
presentado con marcas de dudas y una buena cantidad de variedad de lectura, o se lo sitúa en otra parte. Esto, con muchas
supuestas peculiaridades verbales, ejerció influencia sobre la mente de un número considerable de personas, y las llevó a
cuestionar el derecho de la citada porción a ocupar un lugar en el genuino Evangelio de Juan. Yo no pienso que las objeciones
planteadas de manera habitual están aquí subestimadas. Sin embargo, una consideración madura, así como minuciosa de ellas,
no logran hacer surgir la más mínima duda en mi mente, y por tanto, me parece mucho más que es un deber defenderlo, donde
la alternativa es una deshonra a lo que yo creo que Dios nos ha presentado.
Están a su favor
las pruebas más poderosas posibles a partir de tal carácter en sí mismo, y tal adecuación al contexto, tal como ninguna falsificación
podría presumir jamás. Y estas indicaciones morales o espirituales (aunque, obviamente, solamente a los que son capaces de
aprehender y de disfrutar el pensamiento de Dios) son incomparablemente más serias y más concluyentes que cualquier evidencia
de tipo externo. No es que la evidencia externa sea realmente débil, lejos de ello. Lo que da una apariencia semejante, es
capaz de parecer ser razonable, natural, e incluso lo que parece casi equivaler a una solución histórica. La intromisión se
debió probablemente a motivos humanos — una cosa común en épocas antiguas y modernas. Con buenas o malas intenciones
los hombres han tratado a menudo de 'reparar' la Palabra de Dios. Personas supersticiosas, incapaces de introducirse en su
hermosura, y ansiosas por obtener la buena opinión del mundo, tuvieron temor de confiar la verdad que Cristo estaba exponiendo
aquí en hecho. Agustín [*], un testigo intachable de hechos, casi tan antiguo como los manuscritos más antiguos que omiten
el párrafo, nos dice que algunos suprimieron esta sección de sus copias debido a dificultades éticas. Nosotros sabemos a ciencia
cierta que motivos dogmáticos influenciaron a algunos de manera similar en Lucas 22: 42 y 43. Una de las consideraciones,
ya mencionada, debiera tener suma relevancia para el creyente. Yo mostraré que el relato está exactamente en armonía con la
Escritura que le sigue a continuación — no menos que el rechazo del Señor a subir a la fiesta y mostrarse al mundo,
con Sus palabras que siguen a continuación acerca del don del Espíritu Santo en Juan 7, o, además, el milagro del pan milagroso,
con el discurso añadido acerca de la comida necesaria para el Cristiano en Juan 6. En una palabra, hay aquí, tal como allí,
un vínculo indisoluble de verdad relacionada entre los hechos relatados y la comunicación que nuestro Señor hace después en
cada caso respectivamente.
[*] La sospecha de que algunos creyentes débiles o enemigos de la fe omitían la sección, como sugiere el Obispo de
Hipona (Agustín), expondría el pasaje a ser manipulado. Es muy probable que los cristianos que leían la obra "El Pastor de
Hermas" (N. del T.: Obra cristiana del siglo II que no forma parte del canon neotestamentario y que gozó de una gran autoridad
durante los siglos II y III) en sus servicios públicos omitieran Juan 8: 1 al 11. Una incredulidad similar hace que el juicio
crítico se incline ahora en esa dirección. El juicio de hechos es propenso a ser influenciado y a ser formado por la voluntad.
Porque, permítanme
que pregunte: ¿cuál es el principio divino más notable que está implícito en la conducta y el lenguaje de nuestro Señor cuando
los escribas y Fariseos Le confrontan con la mujer sorprendida en adulterio? Un caso flagrante de pecado fue presentado. Ellos
no manifiestan aborrecimiento santo alguno del mal, y, ciertamente, no sienten compasión por la pecadora. "Le dijeron: Maestro,
esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues,
¿qué dices? [*] Mas esto decían tentándole, para poder acusarle. Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra
con el dedo." (Juan 8: 4 al 6). La esperanza de ellos era tenderle una trampa a Cristo, y dejarle solamente una opción de
dificultades: o bien una repetición inútil de la ley de Moisés, o una abierta oposición a la ley. Si la opción era la última,
¿no habría ella demostrado que Él era adversario de Dios? Si la opción era la primera, ¿no perdería Él todas Sus pretensiones
a la gracia? Porque ellos eran bien conscientes que en todos los modos de obrar y en el lenguaje de Cristo existía aquello
que difería totalmente de la ley y de todo delante de Él. En realidad, ellos contaban con Su gracia, a pesar de que no la
sentían, no la disfrutaban, no la valoraban en manera alguna como siendo de Dios; pero aun así, ellos de tal manera esperaban
gracia en el trato de nuestro Señor con una pecadora tan atroz como la que estaba ante ellos, que esperaban comprometerle
así fatalmente a la vista de los hombres. La enemistad para con Su persona era el motivo de ellos. Estar de acuerdo con Moisés
o anularle les pareció inevitable, y casi igualmente perjudicial para las reivindicaciones de Jesús. Sin duda, la mayoría
de ellos esperaba que nuestro Señor en Su gracia se opusiera a la ley, y Él mismo se situaría, y situaría así la gracia, en
lo erróneo.
[*] Un comentario de un crítico hostil al pasaje es que esta pregunta pertenece a los últimos días del ministerio
de nuestro Señor, y que no puede estar bien introducida aquí de manera cronológica. Sin embargo, de manera inconsciente, esta
es realmente una confirmación poderosa; dado que Juan comienza moralmente con el rechazo de Jesús, y presenta al principio
(como en la limpieza del templo) verdades incluso similares a las que el resto del Evangelio atestigua al finalizar.
Pero el hecho es
que la gracia de Dios nunca entra en conflicto con Su ley sino, por el contrario, mantiene su autoridad en su propia esfera.
No hay nada que clarifique, establezca, y vindique la ley, y todo otro principio de Dios tan verdaderamente como Su gracia.
Incluso los cánones de la naturaleza jamás se hicieron tan reales como cuando el Señor Jesús manifestó gracia en la tierra.
Tomen, por ejemplo, Sus modos de obrar en Mateo 19. ¿Quién desarrolló alguna vez la idea y la voluntad de Dios en el matrimonio
como Cristo lo hizo? ¿Quién proyectó luz sobre el valor de un niño hasta que Cristo lo hizo? Cuándo un hombre Le dejó, ¿quién
pudo considerarle tan melancólicamente y con tanto amor como lo hizo Jesús? Por lo tanto, la gracia no es de manera alguna
inconsistente con las obligaciones, sino que las mantiene en su verdadera estatura. Es precisamente así, sólo que es aún más
gloriosamente, con la conducta de nuestro Señor en esta ocasión; dado que Él no debilita en lo más mínimo ni la ley ni sus
sanciones, sino que, por el contrario, derrama luz divina en Sus palabras y modos de obrar, e incluso aplica la ley con convincente
poder, no meramente al criminal convicto, sino a la culpabilidad más oculta de sus acusadores. Ni una sola alma con justicia
propia fue dejada en esa presencia que escudriñaba todo — en realidad, ninguno de los que vinieron trayendo el asunto,
excepto la mujer misma.
Elijan en mi lugar
en toda la Escritura un prefacio del hecho tan adecuado a la doctrina del capítulo que sigue a continuación. El capítulo completo,
de principio a fin, resplandece con luz, la luz de Dios y de Su Palabra en la persona de Jesús. ¿Acaso no es esto lo que sale
a luz de manera innegable en el incidente inicial? ¿No se presenta Cristo mismo en discurso justo después como luz del mundo
(de manera tan continua en Juan), como luz de Dios por Su palabra en Él mismo, infinitamente superior incluso a la ley, y
aun así, dando a la ley, a la vez, su más plena autoridad? Solamente una Persona divina podía poner y mantener todo así en
su debido lugar; solamente una Persona divina podía actuar en gracia perfecta, pero a la vez, mantener una santidad inmaculada,
y tanto más debido a que ello era en Uno lleno de gracia.
Esto es exactamente
lo que el Señor hace. Por consiguiente, cuando la acusación fue traída así de manera despiadada contra el mal exterior, Él
sencillamente se inclina, y con Su dedo escribe en tierra. Él les permitió pensar acerca de la circunstancias, acerca de ellos
mismos, y acerca de Él. Como ellos insistieron en preguntarle, Él se enderezó y les dijo, "El que de vosotros esté sin pecado
sea el primero en arrojar la piedra contra ella." E inclinándose de nuevo hacia el suelo, Él sigue escribiendo en tierra.
(Juan 8: 6 al 8). El primer acto permite que la iniquidad plena del objetivo de ellos fuese percibida. Ellos esperaban, sin
duda, que ello sería una dificultad insuperable para Él. Ellos tuvieron bastante tiempo para sopesar lo que habían dicho y
estaban procurando. Cuando insistieron en preguntar, Él se enderezó y les habló esas palabras memorables, Él se inclina de
nuevo al suelo, para que ellos pudiesen sopesarlas en sus conciencias. Fue la luz de Dios proyectada en sus pensamientos,
palabras, y vida. Las palabras fueron pocas, sencillas, y probatorias en sí mismas. "El que de vosotros esté sin pecado sea
el primero en arrojar la piedra contra ella." El efecto fue inmediato y completo. Sus palabras penetraron el corazón. ¿Por
qué algunos de los testigos no se levantaron y llevaron a cabo la función? ¡Qué! ¿Ni uno? "Pero ellos, al oír esto, acusados
por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que
estaba en medio." (Juan 8:9). La ley jamás había hecho esto. Ellos habían aprendido y enseñado y burlado la ley hasta aquel
momento; ellos la habían usado con liberalidad; tal como los hombres lo hacen aún, para condenar a otras personas. Pero estaba
resplandeciendo aquí en pleno la luz de Dios sobre su condición pecadora, así como sobre la ley. Era la luz de Dios que reservaba
todos sus derechos a la ley, pero ella misma resplandecía con tal fuerza espiritual como nunca había alcanzado antes sus conciencias,
y expulsó los corazones infieles que no deseaban el conocimiento de Dios y Sus modos de obrar. ¡Y esta es una desamparada
fortuita en la fracturada porción de nuestro Evangelio! No, hermanos, vuestros ojos están confundidos y perplejos; se trata
de un rayo de luz de Cristo, y resplandece justo donde debería resplandecer.
No fue exactamente
como dijo Agustín de Hipona, «Relicti sunt duo, misera, et misericordia (en Latín)» (N.
del T.: Traducción: Los dos fueron abandonados: la miserable y la misericordia) (En su 'Tratados sobre el Evangelio de Juan', Tratado 33, 5), dado que El Señor está actuando aquí como luz: Por tanto,
en vez de decir, «Tus pecados son perdonados», Él pregunta, "Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?
Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más." [*] (Juan 8: 10 y 11). No se
trata de perdón, ni tampoco de misericordia, sino de luz. "Vete, y no peques más" (no, "Tu fe te ha salvado, vé en paz." (como
en Lucas 7:50)). ¡El hombre invento una historia como esta!
[* El hecho de que la palabra Griega κατακρίνω, katakríno se encuentra
aquí dos veces, y solamente aquí en Juan, no es importante contra la autenticidad del pasaje. Se trata del estricto término
judicial para pronunciar una sentencia adversa entre los hombres. ¿Cómo, dónde, podía estar esto en cualquier otra parte en
Juan? No es verdad que la palabra Griega κρίνω, kríno, nunca es usada en este sentido en ninguna
parte en Juan: Ella significa, y debería ser traducida siempre como 'juzgar', no 'condenar', aunque el efecto para el culpable
(y el hombre es culpable) es necesariamente la condenación.
¿Quién, desde que
el mundo comenzó, que se hubiese puesto a trabajar para imaginar un incidente para ilustrar el capítulo, pudo o podría haber
elaborado uno como este? ¿Dónde hay algo similar, que un poeta, un filósofo, un historiador, haya escrito, haya concebido
jamás? Presenten el Protoevangelio, el evangelio de Nicodemo, o cualquier otro de tales escritos tempranos. Estas son, de
hecho, producciones genuinas del hombre; pero ¡qué diferencia de lo que está ante nosotros! Aun así el incidente es original
en el sentido más verdadero, enteramente distinto de cualquier otro hecho, sea en la Biblia, o en cualquier otra parte, sin
exceptuar, obviamente, al propio Juan. Sin embargo, se puede demostrar que su aire, alcance, y carácter se adecúan a Juan,
y a ningún otro; y a este contexto particular en Juan, y en ningún otro. Ninguna teoría es menos razonable de que esto puede
ser una mera tradición circulante puesta aquí por alguna casualidad, o que es la obra de la mente de un falsificador. Yo no
pienso que hablar claramente así sea áspero, sino caritativo; dado que el curso de la incredulidad está ahora en marcha poderosamente,
y el Cristianismo apenas puede evitar oír acerca de estos interrogantes. Por lo tanto, yo no rehúso esta oportunidad de llevar
a cualquier alma sencilla a ver cuán verdaderamente divina es la relevancia completa de esta porción — cuán exactamente
apropiada para aquello sobre lo que el Señor insiste por todo el capítulo. Dado que, inmediatamente después, nosotros tenemos
la doctrina revelada que, sin duda, va más allá, pero está relacionada íntimamente, como ningún otro capítulo lo está, con
la historia [*]
[*] Entre las objeciones detalladas hechas a la autenticidad del pasaje (Juan 7:53 a 8:11), se afirma que la evidencia
de Agustín de Hipona y de Nikon (los cuales nos dicen que ello fue borrado voluntariosamente debido a la supuesta licencia
que dicho pasaje daba para pecar) no explica la omisión del capítulo 7:53. Pero esto es miopía. Porque el hecho de que cada
uno se fue a su casa (Juan 7:53) está en evidente relación con la ida del Señor Jesús al monte de los Olivos (Juan 8:1). Él
fue siempre el extraño aquí. ¿Y a cuál Evangelio, o al estilo de quién, este sencillo pero profundo contraste se adecúa tanto
como a Juan? (Comparen con Juan 20: 10 y 11). Juan 18:2 nos permite saber que esta cercanía era un lugar de reunión frecuente
de Jesús con Sus discípulos.
La siguiente
objeción es que la idea de muchos textos claros e independientes (como distinguidos de la abundancia de varias traducciones)
parece una evidente exageración. Tomen el hecho de que esto se consigue con dificultad poniendo el Texto Recibido como uno;
el texto D (o códice de Beza escrito en unciales (mayúsculas) conservado en la Universidad de Cambridge) como otro; y aquel
de la mayoría de los Manuscritos E, F, G, H, K, M, S, U, etcétera, como un tercero. Ahora bien, ¿qué derecho tiene el Texto
Recibido a ser clasificado de este modo? Dicho texto fue formado cotejando algunos de esos mismos manuscritos los cuales son
mezclados como un tercer texto. Por lo tanto, la conclusión verdadera es sencillamente el fenómeno absolutamente no sin precedente
de que el manuscrito D difiere considerablemente de casi todos los demás Manuscritos, si acaso no difiere de todos ellos,
y que el Texto Recibido no es más que una pobre aproximación a un texto basado en una compilación de Manuscritos. Un texto
realmente estándar, el cual solamente presente el justo valor, pero discriminando todos los testimonios dignos, es hasta ahora
un 'desiderátum', es decir, una aspiración, un deseo que aún no se ha cumplido.
En tercer
lugar, yo no puedo adivinar cuál es el contenido del pasaje que consienta la noción de que existe un defecto inherente en
el texto que invalida su reivindicación a un lugar en la narrativa sagrada, dado que no se explica aquí.
La cuarta
objeción es la coincidencia muy general de los Manuscritos que contienen el pasaje al situarlo aquí. Por qué este lugar, más que cualquier otro, debería haber sido seleccionado, no será una dificultad alguna
para los que sienten conmigo, sino, por el contrario, en mi opinión, ello refuta el 'recurso desesperado' (tal como incluso
le es permitido ser, extraño decirlo, por los que lo adoptan), de que el evangelista puede haber incorporado, en este caso
solitario, una porción de la tradición oral corriente en su narrativa, la cual
fue corregida después de diversas maneras desde 'el evangelio a los Hebreos', u otras fuentes tradicionales, y de un lenguaje
diferente incluido al final de Lucas 21, o en otra parte. Yo estoy convencido de que donde hay una comprensión real de Juan
8 como un todo, se sentirá que el incidente inicial es un preámbulo necesario de hecho antes del discurso que, a mi parecer,
surgió de manera manifiesta y ciertamente como sucedió entonces, y en ningún otro momento. Por último, la mente que pudo concebir
que el hecho, así como el tono o la deriva moral de este incidente, se ajusta al final de Lucas 21 más que al comienzo de
Juan 8, parece ser tan decididamente imaginativa, que el hecho de razonar está aquí fuera de lugar, de manera particular como
se permitió, junto con esto, que su ocurrencia aquí (a pesar de la evidencia de
algunos Manuscritos cursivos para Lucas 21) parece estar mucho a su favor. Como
un último comentario, yo he examinado con cuidado, y me he sentido satisfecho, que el supuesto argumento de más peso contra el pasaje, en cuanto a su entera diversidad del estilo de la narrativa
de Juan es superficial y engañoso. Algunas palabras peculiares son requeridas por la circunstancia; y el elenco y el carácter
generales del pasaje, lejos de ser ajenos a la manera del evangelista, me parece que, por el contrario, corresponden a su
espíritu, más que en cualquier otro escritor inspirado, sin importar en cuál de los manuscritos nosotros lo leamos. El manuscrito
D es la copia que hace los avances principales; esta es una cosa común con aquel venerable, pero muy defectuoso documento.
Jesús les habló
nuevamente (habiendo desaparecido los que interrumpían). "Yo soy la luz del mundo." (Juan 8:12). Él había actuado recién como
luz entre los que habían apelado a la ley; Él continúa aquí, pero amplía la esfera. Él dice, "Yo soy la luz del mundo." No
se trata meramente de lidiar con escribas y Fariseos. Además, "el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la
luz de la vida." (Juan 8:12). La vida era la luz de los hombres, la exhibición y guía perfectas de la vida que Él era para
Sus seguidores. La ley jamás es esto — es buena si un hombre la usa legítimamente, pero no para un hombre justo cuya
vida es Cristo. Así les dice Cristo a los Fariseos que objetaban que Él supiese de dónde Él venía y a dónde iba: ellos estaban
en tinieblas, y no sabían nada acerca de ello. Ellos estaban en la oscuridad absoluta del mundo, juzgaban según la carne.
Jesús no: Él no juzgaba. No obstante, si Él lo hacía, Su juicio era verdadero; porque Él no estaba solo, sino que Su Padre
estaba con Él. Y la ley de ellos les ordenaba someterse a dos testigos. Pero, ¿cuáles testigos? Su testimonio fue tan decidido,
que la razón por la cual ellos no Le prendieron fue sencillamente esta — aún no había llegado Su hora. (Juan 8: 12 al
20).
El Señor habla,
de principio a fin del capítulo, a Sus enemigos que no Le conocían a Él ni a Su Padre, con una solemnidad más que la de costumbre,
y con creciente sencillez. Ellos morirían en sus pecados; y a dónde Él iba, ellos no podían ir: ellos eran de abajo —
de este mundo; Él era de arriba, y no de este mundo.
La verdad es que
por todo el Evangelio Él habla como Uno rechazado conscientemente, pero juzgando moralmente todas las cosas como la Luz. Él,
por lo tanto, no vacila en llevar las cosas a un extremo, para sacar a luz el carácter real y el estado verdadero de ellos
muy claramente; no vacila en declararlos como siendo de abajo, tal como Él mismo es de arriba; en mostrar que no había parecido
alguno entre ellos y Abraham, sino que el parecido era más bien con Satanás, y que no había la comunión más mínima en sus
pensamientos con los de Su Padre. Por eso que, asimismo, más adelante, Él les da a conocer que estaba llegando el momento
en que ellos conocerían quién era Él, pero demasiado tarde. Él es la luz de Dios y la luz del mundo rechazada desde el principio,
y de principio a fin; pero, más que esto, Él es la luz de Dios, no solamente en hechos, sino en Su Palabra; tal como en otra
parte Él les da a conocer que ellos serían juzgados por ella en el día postrero (Juan 12:48). Por eso que cuando ellos preguntaron
quién era Él, Él les responde a tal efecto; y yo me refiero aún más a ello, porque la fuerza de la respuesta es presentada
de manera imperfecta, e incluso erróneamente, en Juan 8:25 en la Versión Inglesa KJB, a saber: "Who art thou? And Jesus saith
unto them, Even the same that I said unto you from the beginning." (N. DEL T: Traducción:
"Tú, ¿quién eres? Jesús les dijo: Lo mismo que os vengo diciendo desde el principio.")No solamente no hay necesidad alguna
de añadir "lo mismo", sino que no hay nada que responda a "desde el principio."
Y esto, además, ha implicado a nuestros traductores en un cambio en el tiempo verbal, lo que no meramente es impropio, sino
que estropea la idea verdadera. Nuestro Señor no se refiere a lo que Él había dicho en algún punto de partida, o desde un
punto tal, sino a lo que Él habla siempre, como también en aquel entonces. El sentido del Espíritu Santo es debilitado, cambiado,
en todos los aspectos, e incluso destruido en la versión común de la Biblia Inglesa KJB. Lo que nuestro Señor sí responde
es incomparablemente más contundente, y en exacto acuerdo con la doctrina del capítulo, y con el incidente con el cual el
capítulo comienza. Ellos le preguntaron quién era Él. Su respuesta es esta: "Precisamente lo que os estoy diciendo." (Juan
8:25 – NC). Yo soy exhaustivamente, esencialmente, lo que también hablo. No se trata solamente de que Él es la luz,
y que en Él no hay tiniebla alguna — tal como no hay tiniebla alguna en Dios, ninguna hay en Él; sino que, en cuanto
al principio de Su ser, Él es lo que Él dice. Y, de hecho, esto es solamente verdad acerca de Él. De un Cristiano se puede
decir que es luz en el Señor; pero de ninguno, excepto de Jesús, se podía decir que la palabra que él habla es la expresión
de lo que él es. Jesús es la verdad. ¡Qué lamentable! Nosotros sabemos que la naturaleza humana y el mundo son tan falsos,
que nada más que el poder del Espíritu, revelándonos a Cristo por medio de la Palabra, nos guarda, incluso como creyentes,
de desviarnos al error, de mala conducta, y de cualquier especie de mal. Nadie más que Uno pudo decir, «Yo soy lo que digo.»
Y esto es precisamente lo que Cristo está mostrando en toda la escena. Él era la luz para condenar a los hacedores de las
tinieblas, no obstante lo oculto que estuviesen: Él era la luz que hizo que otros — sin importar qué podrían haber sido
en el mundo — sean luz, si ellos Le seguían. Dios manifestado en carne. Él manifestó a Dios, y puso de manifiesto también
al hombre. Todo fue manifestado por la luz. ¿Quién es Él? "precisamente (τὴν ἀρχὴν) lo que os estoy diciendo." (Juan 8:25 – NC). Lo que Él dice al hablar es lo que Él es.
No hubo la menor desviación de la verdad; cada palabra y modo de obrar Suyos lo declaraban. Nunca hubo la apariencia de lo
que Él no era. Él es siempre, y en cada particular, lo que Él dice.
No se necesita
enfatizar cuán enteramente esto concuerda con lo que nosotros tenemos en otra parte. Nosotros vemos más adelante la misma
doctrina, sólo que siempre expandiéndose; una revelación más clara, y más antagonista a una incredulidad más y más determinada.
Él les permite saber que cuando ellos hayan levantado al Hijo del Hombre, entonces conocerían que Jesús es Él (la verdad saldrá
a luz completamente), "y que nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo." (Juan 8:28). No se trata
aquí de milagros, sino de la verdad. Él no solamente es la verdad en Su persona, sino que la habla. Él la habla al mundo también;
dado que a través de todo el Evangelio de Juan, aunque es la vida eterna que estaba con el Padre, La Palabra (el Verbo) estaba
con Dios en el principio, aun así, Él es también (como lo expresa Juan 1:14) un hombre en la tierra — un hombre real,
verdadero, aquí abajo, no obstante ser verdaderamente Dios. Y es así en este capítulo. Comienza mostrando que Él lo es en
hecho; entonces despliega que Él lo es en palabra.
Él hablaba al mundo lo que Él oía de Aquel que le envió — tal como ellos entendieron correctamente, del Padre.
Él prosigue en
la misma línea al tratar con los Judíos que creían en Él (Juan 8:31): "Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído
en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad
os hará libres. Le respondieron: Linaje de Abraham somos, y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Seréis libres?
Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado. Y el esclavo no
queda en la casa para siempre; el hijo sí queda para siempre. Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres."
(Juan 8: 31 al 36). Por lo tanto, Su palabra (no la ley) es el único medio de conocer la verdad y su libertad. No era meramente
una cuestión de mandamientos, o de algo que Dios quería del hombre. Eso había sido dado, y puesto a prueba; ¿y cuál fue el
final de ello para ellos y para Él? Mucho más estaba ahora en juego, a saber, la manifestación de Dios en Cristo al mundo,
y esto también en Su palabra, en la verdad. Ella llegó a ser, por tanto, una prueba de la verdad; y si ellos permanecían en
Su palabra, serían verdaderamente Sus discípulos, y conocerían la verdad, y la verdad los haría libres.
Pero hay además
otra cosa requerida para ser libre, o más bien una cosa que hace una liberación más poderosa. La verdad aprendida en la palabra
de Jesús es el único fundamento. Pero si ella es recibida, no se trata meramente de que yo tengo la verdad, por así decirlo,
como una expresión de Su pensamiento, sino como Él mismo — la expresión de Su persona. Por eso que Él menciona este
punto en Juan 8:36: "Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres." Entonces, no se trata meramente de la
verdad libertando, sino del Hijo. Aquel que pretende recibir la verdad, pero no se inclina ante la gloria del Hijo, demuestra
que no hay verdad alguna en él. Aquel que recibe la verdad podría ser muy ignorante al principio; la verdad puede ser, entonces,
nada más que aquello que deja entrar la luz de Dios por gracia, pero en una medida limitada. Toda la gloria de Cristo raramente
irrumpe de una sola vez en el alma. Tal como con los discípulos, así podría ser ahora con cualquier alma. Podría haber una
percepción real, pero gradual; pero la verdad obra así de manera invariable, allí donde Dios es el que enseña. Luego, a medida
que la luz aumenta, y la gloria de Cristo resplandece más claramente, el corazón Le da la bienvenida; y se regocija mucho
más cuando Él es exaltado. Por el contrario, donde no se trata de la verdad, sino de la teoría o la tradición — es decir,
de un mero razonamiento o sentimiento acerca de Cristo, el corazón es ofendido por la presentación plena de Su gloria, tropieza
con ella, y se aparta de Él, solamente porque no puede soportar la fuerza y el resplandor de esa plenitud divina que estaba
en Cristo: dicho corazón no conoce a Dios, ni tampoco a Jesucristo, a quien Él ha enviado (Juan 17:3). La vida eterna es desconocida
y no disfrutada.
Además, el Señor
saca aquí a luz otra cosa digna de toda atención, especialmente dado que el mismo principio recorre todo el capítulo desde
el incidente al principio del mismo. No se trata meramente de la luz, la verdad, y el Hijo conocido en la persona de Cristo,
sino también de estos como contrastados con la ley. ¿Se jactaban ellos en la ley? ¿Qué lugar tenían ellos bajo ella? ¡Esclavos!
Sí, y eran infieles a ella; ellos quebrantaban la ley; eran esclavos del pecado. No es el esclavo, sino el Hijo el que permanece
en la casa. Por lo tanto, la ley no es rebajada en manera alguna, pero existe a la vez el contraste resplandeciente de Cristo
con ella. La ley tiene su justo lugar; ella es para esclavos, y trata con ellos de manera justa. La consecuencia es que no
hay permanencia para ellos, así como tampoco hay libertad. La ley no podía hacer frente al caso; nada, y nada menos que el
Hijo. "Todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado." (Juan 8:34). ¿No fue precisamente esto lo que Él había mostrado
con claridad a la conciencia al principio del capítulo? Delante de Dios (y Él era Dios) no todo era lo que la pobre mujer
había hecho, sino lo que ellos eran, y ellos fueron convencidos de pecado; ellos no estaban sin pecado. Él había dicho, "El
esclavo no queda en la casa" (Juan 8:35); y este es precisamente el caso con ellos; ellos se vieron obligados a marcharse.
[*] Pero, "el hijo sí permanece para siempre" (Juan 8:35 – LBLA), y Él lo hace así en la mejor, la más elevada, y la
más auténtica heredad. Por consiguiente, la doctrina armoniza enteramente con el hecho, y en un modo que no aparece a primera
vista, sino solamente cuando nos fijamos en ello un poco más de cerca, y buscamos en las profundidades de la palabra viviente
de Dios, aunque ninguno de nosotros puede jactarse del progreso que hemos hecho. Sin embargo, a nosotros se nos puede permitir
decir que mientras más de cerca Dios nos concede aprehender la verdad, más manifiesta para nuestras almas llega a ser la perfección
divina de toda la escena.
[*] 'Ellos se vieron conmocionados por el poder de la palabra de Cristo',
dice uno que se opone a la reivindicación de la sección inicial a un lugar genuino y divinamente dado en el capítulo, inconsciente
de que él está, mediante ello, ilustrando su conexión con la corriente completa del capítulo.
Yo no necesito
repasar los detalles que el Señor saca a luz al poner al descubierto la condición de los Judíos, la simiente (no los hijos)
de Abraham, sino realmente de su padre el diablo, y manifestándolo en los dos caracteres de mentiroso y homicida. Ellos no
conocieron Su lenguaje, porque no podían escuchar Su palabra. La verdad significada es la llave al vehículo externo de ella
— justo lo contrario del conocimiento del hombre. Concluyendo, todo es mostrado aquí en su carácter esencial verdadero:
la convicta y sus acusadores, los Judíos, el mundo, los discípulos, la verdad, el Hijo, el propio Satanás, Dios mismo. No
solamente Abraham [*] es visto verdaderamente (no como una falsa imagen en su simiente), sino Uno que era mayor que "nuestro
padre" (Juan 8:53), el cual diría, «Si yo me honro a mí mismo, mi honra es nada»; pero que pudo decir (con un de cierto, de
cierto), "ANTES QUE ABRAHAM FUESE, YO SOY." (Juan 8:58). Él es luz en hecho y palabra. Él lo dice. Luego Él trata con ellos,
declarándolos más y más culpables. Él muestra que la verdad se encuentra aquí solamente en Su palabra. Él, el testigo, da
testimonio de que Él es el Hijo. Pero el capítulo no finaliza antes de que Él anuncie Su eterna Deidad. Él es Dios mismo,
aun así Él mismo se oculta cuando ellos tomaron piedras para apedrearle. Su hora no había llegado aún, Esta es la verdad de
ellos, así como de Él. Él era Dios. Esa es la verdad. Si se prescinde de esto, nosotros no tenemos la verdad de Cristo. Pero
es el creciente rechazo de la palabra de Cristo lo que Le lleva paso a paso a la afirmación de que Él sí era Dios, aunque
era un hombre en la tierra.
[*] Yo entiendo que mediante la expresión "mi día" Él se refiere al día de la gloria de Cristo; no vagamente el tiempo
de Cristo, sino el día cuando Él será manifestado en gloria. "Abraham vuestro padre se gozó de que había de ver mi día." Él
esperaba el día de la aparición de Cristo en gloria, y él "lo vio, y se gozó." (Juan 8:56).
Se trataba del día cuando las promesas se cumplirían, y, de manera muy natural, aquel que tenía las promesas esperaba
el tiempo cuando ellas se van a hacer realidad en Cristo.
Capítulo
9
Al igual que el
capítulo anterior, Juan 9 nos muestra al Señor rechazado — aquí en Su obra,
como allí en Su palabra. La diferencia responde en cierta medida a lo que nosotros hemos visto en los capítulos 5 y 6. En
el capítulo 5 Él es el Hijo de Dios que da vida; pero todos los testimonios son vanos, y el juicio espera al incrédulo —
una resurrección de juicio, de condenación. En el capítulo 6 Él es visto como el Hijo del Hombre que padece, el cual asume
el lugar de humillación, en vez de asumir el reino que ellos querían imponerle. Pero no, no era este el propósito para el
cual Él había venido, aunque era cierto a su tiempo; pero lo que Él asumió, y asumió debido a que Su ojo fue siempre sencillo,
visto como hombre, fue para la gloria de Dios, no para la Suya; y la gloria verdadera de Dios en un mundo arruinado es alcanzada
solamente mediante el servicio y la muerte del Hijo del Hombre muriendo por los pecadores y por el pecado. De manera algo
similar en Juan 8, Él es el Verbo rechazado, el cual confiesa (mientras más es escarnecido y los hombres están dispuestos
a apedrearle) ser Él mismo el eterno Dios. En la medida que los hombres llegan a endurecerse más en la incredulidad, Cristo
coloca más acento y hace más clara Su afirmación de la verdad. Así, mientras más se insiste en ella, más el resplandor de
la verdad se abre paso, de que Él es Dios. Ellos habían oído ahora plenamente quién era Él, y por tanto Él debe ser expulsado
de manera ignominiosa. Sus palabras traían a Dios muy cerca, demasiado realmente; y ellos no las soportarían.
Pero Él es rechazado
ahora de otra manera, y en esto ello es como hombre, aunque declarándose Él mismo como Hijo de Dios y siendo adorado como
tal. Nosotros veremos que hay énfasis en Su humanidad, más especialmente como el carácter o forma necesaria que asumió la
gracia divina para llevar a cabo la bendición para el hombre, para hacer las obras de Dios en gracia en la tierra. De acuerdo
con eso, no se trata aquí de que el hombre es visto meramente como culpable, sino como ciego desde su nacimiento. Indudablemente
hay luz que pone al descubierto al hombre en su mal e incredulidad; pero el hombre es buscado y encontrado por Su gracia;
dado que el hombre no pensó aquí ser sanado — nunca pidió a Jesús que le sanara. No hubo aquí clamor alguno al Hijo
de David. Esto lo oímos de manera más adecuada en los demás Evangelios, los cuales desarrollan la última oferta del Mesías
a los Judíos. En cada uno de los Evangelios, de hecho, nosotros Le tenemos presentado finalmente como el Hijo de David; y
por tanto, a pesar de que ello sea la competencia correcta de Mateo, aun así, teniendo en cuenta que todos los Evangelios
sinópticos ponen énfasis en el Señor al final como Hijo de David, todos los Evangelios presentan la historia del hombre ciego
en Jericó. Mateo, sin embargo, presenta hombres ciegos una y otra vez, clamando a Él, "Hijo de David." (Mateo 9:27, Mateo
20:30). Yo supongo que la razón es que Él es presentado así no meramente al final, sino de principio a fin en Mateo. En Juan
este caso no aparece en absoluto; ningún hombre ciego clama al Hijo de David en el transcurso de este Evangelio. Lo que es
traído ante nosotros es el hombre, ciego desde su nacimiento, como una verdad completamente diferente. Era, realmente, el
caso más desesperado. En vez del hombre recurriendo a Cristo, es Cristo quien considera al hombre, sin un solo clamor o súplica
a Él. Se trata de gracia absoluta. Si no es el Padre buscando, en todo caso es el Hijo. Es Uno que se había dignado hacerse
hombre en amor al hombre. Él está procurando, aunque es rechazado, mostrar la gracia de Dios hacia este pobre mendigo ciego
en su abyecta necesidad: "Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos, diciendo:
Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego?" (Juan 9: 1 y 2).
Ellos no tuvieron
nada mejor que pensamientos Judíos acerca del caso. Pero en todo el transcurso del Evangelio de Juan Cristo está desechando
estos pensamientos por todos lados, sea en indagadores externos, o más particularmente en discípulos, los cuales estaban bajo
esta influencia perniciosa al igual que las demás personas. El Señor respondió aquí, "No es que pecó éste, ni sus padres."
(Juan 9:3). Los modos de obrar de Dios no son como los del hombre; y la revelación de ellos se yerguen en contraste con las
nociones Judías acerca de la justicia retributiva. La razón trascendía lo que sus padres merecían, o la previsión de lo que
él haría mal. No es que el hombre y sus padres no fuesen pecadores, sino que el ojo de Jesús veía más allá de la naturaleza,
o de la ley, o del gobierno, veía en la ceguera del hombre desde su nacimiento. Para la bondad divina, la razón interior y
verdadera y fundamental, la razón de Dios — si es que a uno se le puede permitir una frase semejante — fue proporcionar
una oportunidad para que Cristo hiciese las obras de Dios en la tierra. ¡De qué manera bienaventurada la gracia obra en un
caso desesperado, y lo juzga! El hecho de que ello estuviese completamente fuera de los recursos del hombre hizo de ello justo
la ocasión para Jesús, para las obras de Dios. Esto es lo sustancial del capítulo — Jesús haciendo las obras de Dios
en gracia incondicional gratuita. En Juan 8 el rasgo prominente es el Verbo (la Palabra) de Dios; aquí, son las obras de Dios
hechas efectivas y manifiestas en gracia. "Me es necesario hacer las obras del que me envió, entre tanto que el día dura."
(Juan 9:4). Por lo tanto, uno puede decir que es una gracia incondicional, porque no solamente es Dios respondiendo misericordiosamente
la súplica del hombre, y bendiciendo la obra del hombre, sino Dios enviando, y Cristo haciendo. "Me es necesario hacer las
obras del que me envió." ¿Qué gracia (excepto en Jesús de principio a fin) puede ser comparada con esta? Jesús, entonces,
estaba haciendo esta obra "entre tanto que el día dura." El día era mientras Él estaba presente con ellos. Venía la noche,
que pudo ser para los Judíos la ausencia personal del Mesías; en efecto, eso sería para cualquiera la partida del Hijo de
Dios. "La noche viene, cuando nadie puede trabajar." (Juan 9:4). Cosas superiores podrían seguir a continuación en su momento
oportuno, y una luz más resplandeciente adecuada a ellos cuando el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en corazones
establecidos con gracia. Pero aquí se trata de la ausencia de Jesús en contraste con Su presencia en la tierra tal como Él
estaba en aquel entonces. "Entre tanto que estoy en el mundo, luz soy del mundo." (Juan 9:5).
Esto establece
muy claramente el hecho de que estos dos capítulos (Juan 8 y 9) están unidos hasta aquí en que ellos consideran a Cristo como
luz, y como la luz del mundo también. Pero, lejos de estar limitado a Israel, ello desecha más bien el sistema Judío, el cual
asume ordenar ahora las cosas de manera justa conforme a la conducta del hombre, ignorando así la ruina del hombre por el
pecado, y la gracia de Dios en Cristo como la única liberación. Aquí no se trata tanto de la luz haciendo convicto al hombre,
y trayendo la naturaleza de Dios y la realidad de Su propia gloria personal, sino de "la luz del mundo" (Juan 9:5) como manifestando
a Dios obrando en gracia en poder contrario a la naturaleza. No fue un asunto de luz para ojos, sino de dar poder para ver
la luz a uno plena y evidentemente incapaz de ver tal como él era. Por eso que nosotros hacemos bien en destacar la peculiaridad
en la manera de obrar del Señor. Él unta lodo sobre los ojos del hombre; un paso extraordinario a primera vista. A decir verdad,
ello fue la sombra de Él mismo hecho hombre, una figura acertada del cuerpo humano que Él tomó para hacer la voluntad de Dios
estando en él. Él no era simplemente Hijo de Dios, sino Hijo de Dios en posesión de un cuerpo preparado por Dios (Hebreos
10). Él se hizo hombre; y aun así el hecho del cuerpo de Cristo — del Hijo de Dios estando en la condición de hombre
— sólo engrandece, y engrandece enormemente la dificultad a primera vista, porque nadie, aparte de la Palabra de Dios,
esperaría una persona en un aspecto tal. Pero cuando la fe se inclina ante la Palabra, y acepta la voluntad de Dios en ella,
¡cuán preciosa es la gracia, cuán sabio es el orden, sí, en efecto, cuán indispensable se aprende que ella es! Así es con
el hombre que ya era ciego anteriormente. Colocando el emplasto de lodo sobre sus ojos no reparó su ceguera de inmediato en
lo más mínimo; pero, si cabe, al contrario — habría impedido su visión, si él hubiese visto anteriormente. Pero cuando
él va al oír la palabra de Jesús, y se lava en el estanque de Siloé — es decir, cuando la Palabra es aplicada en el
Espíritu Santo a su caso, revelando a Jesús como el Enviado de Dios (compárese con Juan 5:24) todo fue claro hasta aquí. No
se trató de un mero hombre que había hablado; él comprendió en Jesús a Uno Enviado (dado que el estanque al cual el Señor
dirigió al hombre para que lavara sus ojos cubiertos con lodo era llamado "Siloé", es decir, llevaba el mismo nombre de 'enviado').
Se entendió entonces que Jesús tenía una misión en la tierra para hacer las obras de Dios. Aunque Él era, obviamente, varón
nacido de mujer, él era más que humano: Él era el Enviado — el Enviado del Padre, en amor a este mundo, a obrar eficazmente
donde el hombre era enteramente incapaz aun de ayudar en cualquier manera.
De este modo la
verdad estuvo en proceso de aplicación, por así decirlo. El hombre va, se lava, y regresa viendo. La Palabra de Dios explica
este misterio. El hecho del Señor asumiendo humanidad es siempre un hecho cegador para la naturaleza; pero aquel que no es
desobediente a la Palabra ciertamente no fracasará en encontrar en el reconocimiento de la verdad la gloria de Cristo bajo
Su humanidad, así como la necesidad de su alma se encontró con el poder y la rapidez que responde, como es debido, a Su gloria,
a la gloria de Aquel que obraba en gracia aquí abajo.
Sin embargo, la
palabra del Señor le probó como siempre; otros corazones fueron probados por ella también. Los vecinos estaban asombrados,
y surgen preguntas; los Fariseos se enardecieron pero se dividieron (dado que este milagro fue hecho en un día de reposo).
Los padres, siendo llamados, así como él mismo ponía en tela de juicio, todos se encuentran ante el gran e indiscutible hecho:
el hombre recién sanado era el hijo de ellos, y él había nacido ciego. El hombre, en efecto, atestiguaba lo que él creía acerca
de Jesús, y la amenaza de las consecuencias sólo fue hecha más clara, aunque hubo una evitación total de todas las respuestas
peligrosas por parte de los padres, y una determinación en los Fariseos para rechazar a Cristo y a los que Le confesaban.
La obra de la gracia fue aborrecida, y especialmente porque fue hecha en el día de reposo. Para esto rindió un testimonio
solemne, de que en la verdad de las cosas delante de Dios no había ningún día de reposo posible para ellos: Él debía trabajar
si el hombre había de ser liberado y bendecido. Obviamente, estaba la forma santa, y no había duda en cuanto al deber; pero
si Dios se revelaba a Sí mismo en la tierra, ni las formas ni tampoco los deberes, llevados a cabos conforme la manera de
hombres pecadores, podían ocultar la horrorosa realidad de que el hombre era incapaz de guardar un día de reposo tal como
Dios podía reconocer. El día había sido santificado desde el principio; el deber del Judío era incuestionable; pero el estado
del hombre era el pecado; después de cada medida correctiva, él hacía totalmente y sólo continuamente el mal.
De hecho, hasta
aquí el Judío entendía, hasta donde podían, el significado moral del obrar así del Señor tanto acerca del hombre paralítico
anteriormente, y ahora del hombre ciego. Porque tales hechos en el día de reposo pronunciaban sentencia de muerte sobre aquel
sistema completo y sobre el gran distintivo de la relación entre Dios e Israel. Si Jesús era verdadero Dios así como verdadero
hombre, si Él era realmente la luz del mundo, y aun así obraba en el día de reposo, había una evidencia plena por parte de
Dios de lo que Él pensaba acerca de Israel. Ellos sintieron que se trataba de un asunto de vida y muerte. Pero el hombre fue
incitado por estos ataques inescrupulosos, como es siempre el caso donde hay una fe sencilla. El esfuerzo para destruir la
persona de Cristo y para socavar Su gloria solamente fomentaron, en la bondad de Dios, esa obra divina que había tocado ya
su alma, así como le había dado ojos para ver. Su fe fue ejercitada y aclarada así, juntamente con la incredulidad y la hostilidad
de los enemigos de Cristo. La consecuencia es que nosotros tenemos una historia hermosa en este capítulo acerca del hombre
enseñado paso a paso; en primer lugar, reconociendo la obra que el Señor había llevado a cabo con sencillez, y por tanto en
la fuerza de la verdad: lo que él no conocía, él lo reconoció con exactamente la misma franqueza. Luego, cuando los Fariseos
se dividieron, y se apeló a él una vez más, "¿Qué dices tú del que te abrió los ojos? Y él dijo: Que es profeta" (Juan 9:17)
fue su clara respuesta. Después, cuando el hecho sólo fue más establecido por los padres, a pesar de la timidez de ellos,
el esfuerzo hipócrita para honrar a Dios a expensas de Jesús arrancó la más fulminante refutación (no sin una burla) por parte
de aquel que había sido ciego (Juan 9: 24 al 33). Finalizado esto, ellos no pudieron responder, y le expulsan (Juan 9:34).
¡Cuán hermoso es
destacar el amor del Espíritu, dedicándose plena y minuciosamente a un mendigo ciego enseñado por Dios, eliminando así gradualmente
y para siempre las objeciones incrédulas más pequeñas de ellos que cuando le expulsaron como basura en la calle! ¡Qué retrato
viviente del nuevo testimonio para Cristo! Un carácter franco, honesto, enérgico, no siempre el más amable, pero ciertamente
confrontado con los más despiadados y falsos de los adversarios. Pero si el hombre se encuentra fuera de la sinagoga, él está
pronto en la presencia de Cristo. El mundo religioso de aquel día no podía soportar un testimonio del poder y la gracia divinos
que ellos mismos, no sintiendo la necesidad, negaban, denunciaban, y hacían todo lo que podían para destruir. Fuera de ellos,
pero con Jesús, él aprende más profundamente que nunca, como para llenar su alma con gozo y alegría profundos, de que el maravilloso
sanador de su ceguera no era meramente un profeta, sino el Hijo de Dios — Objeto justo de fe y adoración. De este modo,
nosotros tenemos claramente en este caso el rechazo de Jesús visto, no en un ataque público acerca de Su persona, como en
el capítulo anterior, donde ellos tomaron piedras para apedrearle, sino aquí más bien en Sus amigos, a quienes Él había encontrado
en gracia soberana, y no les dejó marcharse hasta que fuesen bendecidos plenamente, finalizando en Jesús adorado afuera de
la sinagoga como el Hijo de Dios (Juan 9: 38 al 40).
Entonces el Señor
declara la consecuencia de Su venida. Él dice, "Para juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven, vean, y los
que ven, sean cegados." (Juan 9:39). En este Evangelio Él había dicho anteriormente que Él vino para salvar y dar vida, no
para juzgar. Tal fue el objetivo de Su corazón, a toda costa para Él mismo; pero el efecto fue moral en uno u otro modo, y
esto ahora. Juicio manifiesto espera al mal dentro de poco. "Entonces algunos de los fariseos que estaban con él, al oír esto,
le dijeron: ¿Acaso nosotros somos también ciegos? Jesús les respondió: Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; mas ahora,
porque decís: Vemos, vuestro pecado permanece." (Juan 9: 40 y 41). Ellos se sintieron ofendidos por la noción de que no veían.
¿Insistieron ellos en que sí veían? El Señor admite el alegato. Si ellos sentían su pecado y su defecto podía haber una esperanza.
Tal como fue, entonces, el pecado permaneció. La jactancia de la incredulidad, a semejanza de la excusa, es invariablemente
el terreno del juicio divino.
Capítulo
10
Juan 10 continúa el tema y se abre a un acontecimiento, no acerca de la historia espiritual de una oveja de Cristo,
sino del propio Pastor, de principio a fin, aquí abajo. Por eso que el Señor no se detiene en un juicio arrancado por la incredulidad
de ellos, y en contraste con la liberación de la fe, sino que revela aquí los modos de obrar de la gracia, como siempre en
marcada antítesis con el sistema Judío, aunque relacionados con el hombre expulsado de la sinagoga por Su causa, encontrado
entonces por Él, y llevado a la percepción plena de Su gloria afuera de los Judíos, donde únicamente la adoración verdadera
es posible. De acuerdo con eso, nuestro Señor traza esta nueva historia — Su propia historia desde el principio.
"De cierto, de
cierto os digo: El que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que sube por otra parte, ése es ladrón y salteador."
(Juan 10:1). No fue así con Jesús. Él había entrado por la puerta, conforme a cada requerimiento de las Escrituras. Aunque
era Hijo, Él se había sometido a cada ordenanza que Dios había establecido para el Pastor de Su pueblo terrenal (es decir,
para Israel). Él había llevado a cabo la obra que Dios había señalado para Él en profecía y en tipo. ¿Qué había sido requerido
o estipulado, según la ley, que Él no haya hecho completamente? Él nació en el tiempo deliberado, en el debido lugar, del
linaje juramentado, y de la madre definida, conforme a la Palabra escrita. Dios se ha encargado de antemano de hacer que cada
punto importante sea claro, mediante lo cual el verdadero Cristo de Dios había de ser reconocido; y todo se ha cumplido hasta
aquí en Jesús — hasta hora; dado que se reconoce bastante que todas las profecías de subyugación y juicio, con el reino
sobre la tierra, quedan por cumplirse. Él dice, "A éste abre el portero." (Juan 10:3). Esto se ha realizado. Vean la acción
del Espíritu Santo en Simeón y Ana, por no hablar de la muchedumbre o conjunto numeroso de personas; y, sobre todo, en Juan
el Bautista. Dios había obrado mediante Su gracia en Israel, y hubo allí corazones piadosos preparados para Él.
"Y las ovejas oyen
su voz" (Juan 10:3). Lo encontramos así en los Evangelios, particularmente el de Lucas, desde el principio. "Y a sus ovejas
llama por nombre, y las saca" (Juan 10:3) — una alusión evidente a lo que había acontecido al hombre ciego. No hay duda
alguna que él había sido expulsado de la sinagoga; pero Cristo imprime sobre este malvado acto de ellos Su propia interpretación,
según los consejos divinos. Poco sabía ese hombre en aquel momento doloroso, que era en realidad la gracia la que lo estaba
sacando. Si ello fue un poco antes de Su rechazo público y final, fue, después de todo, el mismo principio en el fondo. El
discípulo no es superior a su maestro; mas todo el que fuere perfeccionado, será como su maestro (Lucas 6:40). "[Él] va delante
de ellas." (Juan 10:4). Esto parece que se refiere a la manera en que ello se había cumplido, y debe cumplirse. El Señor había
probado ya la enemistad y el desprecio del hombre, y especialmente de los Judíos; pero Él conoció también las profundidades
de la vergüenza y padecimiento por los cuales Él debía pronto atravesar, antes que hubiese una separación pública de las ovejas.
Así, ya sea que ello fuese hecho virtual o formalmente, en ambos casos Jesús fue adelante, y las ovejas Le siguieron, "porque
conocen su voz." (Juan 10:4). Este es el instinto espiritual de ellas, tal como es su seguridad — no se trata de la
habilidad para determinar o refutar el error, sino sencillamente de unirse a Cristo y a la verdad. Vean esto ejemplificado
en el hombre que una vez fue ciego. ¿Qué influencia tenían los Fariseos sobre su conciencia? Absolutamente ninguna. Ellos,
por el contrario, sintieron que él les enseñaba. "Al extraño no seguirán" (Juan 10:5), así como tampoco él seguiría a los
Fariseos. Porque ahora, mediante los nuevos ojos que el Señor le había dado, él pudo discernir la vana pretensión de ellos,
y su hostilidad contra Jesús tanto peor, porque se asociaba con la exigencia: "Da gloria a Dios." (Juan 9:24). "Al extraño
no seguirán, sino huirán de él", no porque ellas son eruditas en la jerga injuriosa de los extraños, sino "porque no conocen
la voz de los extraños." (Juan 10:5).
Ellas conocen la
voz del Pastor, y a esta voz siguen. Se trata del amor a lo que es bueno, y no de la habilidad de averiguar lo que es malo.
Algunos pueden tener el poder de tamizar y discernir lo que no es sano; pero este no es el medio verdadero, divino, de seguridad
para las ovejas de Cristo. Existe un modo mucho más real, inmediato, y seguro. Es sencillamente este: ellas no pueden descansar
sin oír la voz de Cristo; y ellas no siguen la que no es la voz de Cristo. ¿Qué hay más adecuado para ellas, o más digno de
Él?
Como estas cosas
no fueron entendidas, el Señor despliega la verdad aún más claramente en lo que sigue a continuación (Juan 10:7). Él comienza
asumiendo el lugar de "la puerta de las ovejas"; fíjense en esto: no del redil, sino de las ovejas. Él mismo había entrado
por la puerta, no de las ovejas, obviamente, sino que había entrado por la puerta en el redil. Él entró conforme a cada señal
y muestra — moral, milagrosa, profética, o personal — que Dios había dado a Su pueblo antiguo mediante las cuales
ellos pudiesen conocerle. Pero de cualquier manera en que Él entrase, el pueblo que quebrantó la ley rechazó al Pastor; y
el fin de ello fue, que Él saca Sus ovejas, yendo Él mismo delante de ellas. Ahora bien, hay más, y Él dice, "Yo soy la puerta
de las ovejas." (Juan 10:7). El contraste acerca de supuestos pastores o pastores humanos es presentado en el versículo siguiente,
el cual es parentético. "Todos los que antes de mí vinieron [tales como Teudas, y Judas], ladrones son y salteadores [ellos
mismos se enriquecieron secreta o públicamente por medio de las ovejas]; pero no los oyeron las ovejas." Juan 10:8).
En Juan 10:9 Él
profundiza. "Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos." La porción que Él
da a las ovejas es un contraste con la ley en otra manera; no sencillamente como luz, como en el comienzo de Juan 9, al detectar
todo pecado y todo pecador. Ahora bien, se trata de la gracia en su plenitud. Él dice, "el que por mí" — no por la circuncisión,
o por la ley — "el que por mí entrare." No se trataba de entrar por medio de la ley; dado que ella trataba con aquellos
que estaban ya en una relación reconocida con Dios. Pero hay ahora una invitación a los que están afuera. "El que por mí entrare,
será salvo." La salvación es la primera necesidad de un pecador, y ciertamente el Gentil la necesita tanto como el Judío.
"El que por mí entrare" — sin importar quién puede ser él, si él entra,
él será salvo. Sin embargo, ello es solamente para los que entran. No hay salvación alguna para los que permanecen afuera
de Cristo. Pero esto no es todo; dado que la gracia con Cristo da gratuitamente, no sólo salvación, sino todas las cosas.
Incluso ahora también, "él] entrará, y saldrá." No es que sólo hay vida y salvación en Cristo, sino que hay libertad en contraste
con la ley. "y hallará pastos." (Juan 10:9). El alimento, además, está asegurado. De este modo, nosotros tenemos aquí una
amplia provisión para las ovejas. Para aquel que entra por Cristo hay salvación, hay libertad, hay alimento.
Además, el Señor
contrasta a otros con Él mismo. "El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir." Ellos los conocerían por sus frutos.
¿Cómo podrían las ovejas confiar en tales pastores como estos? "Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en
abundancia." (Juan 10:10). Había habido vida cuando había sólo una promesa; había habido vida a lo largo de todos los tratos
de la ley. Claramente, Cristo había sido siempre el medio de vida desde el día en que la muerte entró en el mundo. Pero ahora
que Él había venido no fue solamente para que ellas pudiesen tener vida, sino para que la pudiesen tener "en abundancia."
Este fue el efecto de la presencia del Hijo de Dios en este mundo. ¿Acaso no fue correcto y apropiado que cuando Aquel enviado
por Dios se humilló en este mundo hasta la muerte, y muerte de cruz, muriendo también en expiación por los pecadores, Dios
señalara este hecho infinito, esta obra infinita, y esta Persona infinita, por una bendición incomparablemente más abundante
que hubiese sido difundida nunca antes? Yo no puedo concebirlo de otro modo del que la Palabra muestra que ello es, de manera
consistente con la gloria de Dios, con la gloria del Padre.
Además, Él no era
solamente la puerta de las ovejas, y luego la puerta para que otras ovejas entrasen, sino que Él dice, "Yo soy el buen pastor;
el buen pastor su vida da por las ovejas." (Juan 10:11). Ya no está más solamente en contraste con un ladrón o un salteador
con intento homicida o, evidentemente, con propósitos egoístas de la peor clase, sino que podía haber otros que se caracterizan
por una forma más leve de iniquidad humana — no destructores de las ovejas, sino hombres que buscan sus propios intereses.
"Pero el que es un asalariado y no un pastor, que no es el dueño de las ovejas, ve venir al lobo, y abandona las ovejas
y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa. El huye porque sólo trabaja por el pago y no le importan
las ovejas." (Juan 10: 12 y 13 – LBLA). Cristo, como el buen pastor, no hace nada por el estilo, sino que permanece
para padecer por todas ellas, en vez de huir cuando el lobo viene. "Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías
me conocen, así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre." (Juan 10: 14 y 15). Tal es el sentido verdadero del versículo.
Los versículos 14 y 15 forman realmente una frase. Ellos no están divididos tal como los tenemos en nuestras Biblias. El significado
es que Él se mostró a Sí mismo como el buen Pastor porque Él conocía las ovejas, y ellas Le conocían, tal como Él conocía
al Padre, y era conocido por el Padre. La reciprocidad de conocimiento entre el Padre y el Hijo es el modelo del conocimiento
entre el Pastor y las ovejas. En qué lugar maravilloso ello nos sitúa y sitúa el carácter del conocimiento que poseemos. El
conocimiento que la gracia da a las ovejas es tan verdaderamente divino que el Señor no tiene nada con que compararlo, excepto
con el conocimiento que existe entre el Padre y el Hijo. Tampoco se trata meramente de un asunto acerca de conocimiento, íntimo
y perfecto y divino como lo es, sino que, además, "pongo mi vida por las ovejas." (Juan 10:15). Él insinúa aquí que tenía
también otras ovejas que debían ser traídas, que no pertenecían al redil Judío; Él busca claramente en el mundo, como siempre
en el Evangelio de Juan. Habría un rebaño (no un redil), un Pastor.
Además, para abrir
aún más la inefable complacencia del Padre en Su obra de manera abstracta, Él añade, "Por eso me ama el Padre, porque yo pongo
mi vida, para volverla a tomar." No aquí "por las ovejas", sino sencillamente, "para volverla a tomar." (Juan 10:17). Es decir,
además de poner Su vida por las ovejas, Él pone Su vida para demostrar Su confianza perfecta en Su Padre. Es imposible para
otro, para todos los demás, dar tanto. Incluso Él no pudo dar más que Su vida. Cualquier otra cosa no sería comparable al
hecho de poner Su vida. Fue la más completa, la más absoluta, entrega de Sí mismo; y Él no se entregó meramente para el amable
fin de sacar las ovejas a Dios de manos del destructor, sino con el aún más bienaventurado y más glorioso fin de manifestar,
en un mundo donde el hombre había deshonrado a Dios desde el principio, Su confianza perfecta en Su Padre, y esto como hombre.
Él ponía Su vida para que pudiese volver a tomarla. Así, en vez de continuar Su vida en dependencia de Su Padre, Él la entrega
por una aún más profunda y verdaderamente absoluta dependencia. Él dice, "Por eso me ama el Padre." (Juan 10:17). Esto se
convierte en un terreno positivo para que el Padre Le ame, adicional a la perfección que había sido vista siempre en Él a
lo largo de toda Su senda. Aún más que esto, aunque es de manera muy explícita un acto Suyo propio, otro principio sorprendente
es visto — la unión de la consagración absoluta por parte Suya, en perfecta libertad de Su voluntad, con la obediencia,
(Juan 10:18). De este modo, el acto mismo puede ser, y es (tal como la encontramos en toda su perfección en Cristo) Su propia
voluntad, y aun así, junto con esta sencilla sumisión al mandamiento de Su Padre. Realmente, Él y el Padre eran uno; y es
así que Él no se detiene hasta que tenemos esto expresado plenamente en Juan 10:30: Él y Su Padre eran uno — uno en
todo; no solamente en amor y consejo de gracia para las ovejas, sino en naturaleza también — en esa naturaleza divina
que, obviamente, era el terreno de toda la gracia.
Pero además de
esto, la incredulidad de los Judíos saca a luz otra cosa; es decir, la seguridad perfecta de las ovejas — un asunto
muy importante, dado que Él iba a morir. Su muerte está en perspectiva: ¿qué harán las ovejas entonces? ¿Pondrá la muerte
de Cristo las ovejas en peligro en alguna manera? Exactamente lo contrario. El Señor declara esto en una manera muy clara.
Él dice, "Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie
las arrebatará de mi mano." (Juan 10: 27 y 28). Antes que nada, la vida es eterna. Pero entonces no es meramente que la cosa
misma es eterna, sino que ellas no perecerán jamás; porque se podría pretender
que aunque la vida dura para siempre, esta está condicionada a algo que hay en los que la reciben. No, las ovejas mismas "no
perecerán jamás." (Juan 10:28). De este modo, no meramente la vida, sino los que la tienen por gracia en Cristo, no perecerán
jamás. Para concluir y culminar todo, en lo que concernía a la seguridad de ellas, el asunto fue respondido como a cualquier
poder hostil. ¿Y qué sucede con alguien externo a ellas? Nada; aunque en realidad, como no había ninguna fuente interna de
debilidad que pudiera poner en peligro la vida, del mismo modo no debería haber ningún poder externo que cause ansiedad. Si
es que había cualquier poder que podía hacerlo de manera justa, ciertamente debía ser el de Dios; pero, por el contrario,
ellas estaban en la mano del Padre, no menos de lo que estaban en la mano del Hijo — nadie las podía arrebatar. El Señor
las cercó así incluso por Su muerte, así como también por esa vida eterna que estaba en Él, cuya superioridad sobre la muerte
fue demostrada mediante Su autoridad para volverla a tomar en la resurrección. Esta era la vida en abundancia que ellas obtuvieron
de Él. ¿Por qué debería alguno maravillarse ante el poder de esta vida? Él estaba, para las ovejas, contra todos los adversarios;
y lo mismo estaba el Padre. Sí, en efecto: "Yo y el Padre uno somos." (Juan 10: 29 y 30).
Como había habido
una división entre los Judíos por Sus dichos, y como la apelación de ellos en duda a Él había hecho aflorar tanto Su trato
de ellos como incrédulos, así como la seguridad de las ovejas que oían Su voz y Le seguían, como Él las conocía (Juan 10:
19 al 30) de igual modo nuestro Señor, en la presencia del odio y la enemistad de ellos aún en aumento (Juan 10:31), los convence
de la inutilidad de la objeción de ellos sobre su propio terreno. ¿Ponían ellos reparos porque Él asumía el lugar de ser el
Hijo de Dios? Aun así ellos debían permitir que reyes, gobernadores, jueces, según la ley de ellos, fuesen llamados dioses.
"Si llamó dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios (y la Escritura no puede ser quebrantada), ¿al que el Padre
santificó y envió al mundo, vosotros decís: Tú blasfemas, porque dije: Hijo de Dios soy? (Juan 10: 35 y 36). A fortiori (N. del T.: que en Latín significa: con mayor razón) ¿si
Él no hubiese tenido un lugar que ningún rey tuvo jamás? ¿Blasfemaba Él entonces, sobre los propios principios de ellos, porque
decía que Él era el Hijo de Dios? Pero Él va más allá de esto. Si ellos no consideraban la Palabra de Dios, ni tampoco Sus
palabras, Él apela a Sus obras. "Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis. Mas si las hago, aunque no me creáis a mí,
creed a las obras, para que conozcáis y creáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre." (Juan 10: 37 y 38). Esto conecta,
tal como yo lo entiendo, el capítulo 10 con el anterior, y está en contraste con el capítulo 8. Ellos habían procurado repetidamente
darle muerte así, y Él los abandona yendo al lugar en el cual Juan bautizaba primero. Ante el rechazo total, y en todo punto
de vista, tanto como la expresión de Dios en el mundo, como el de Su hacer las obras de la gracia en el mundo, el resultado
fue claro. El hombre, el Judío, se instala en la incredulidad y en la hostilidad mortal decididas; pero, por una parte, la
inviolable seguridad de las ovejas, los objetos de la gracia, sólo sale a luz con mucho mayor claridad y decisión.
Sin embargo, aunque
todo había terminado realmente, Dios pudo manifestar mediante un testimonio pleno y final, cuál era la gloria de Cristo, rechazado
como Él lo era, y previo a Su muerte. Y de acuerdo con eso, en Juan 11 y 12 se presenta una presentación sorprendentemente
abundante del Señor Jesús, diferenciándose enteramente en muchos aspectos de todas las demás; dado que si bien abarca lo que
se encuentra en los evangelios sinópticos (es decir, el cumplimiento de la profecía en Su sacrificio de Sí mismo a Sion como
el Hijo de David), Juan introduce una plenitud de gloria personal que es peculiar a su Evangelio.
Capítulo
11
Comenzamos aquí
con lo que solamente Juan registra — la resurrección de Lázaro. Algunos se han asombrado ante el hecho de que aparece
solamente en el último Evangelio, pero es presentada allí por una razón muy sencilla y muy concluyente. La resurrección de
Lázaro fue el testimonio más claro posible, cerca de Jerusalén, frente a la abierta enemistad Judía. Fue la prueba demostrativa
más grandiosa de que Él era el Hijo de Dios, declarado Hijo de Dios con poder,
según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos (Romanos 1:4). ¿Quién sino Él en la tierra pudo decir,
Yo soy la resurrección y la vida? ¿Quién había esperado alguna vez más en el propio
Mesías de lo que lo hizo Marta — resucitar los muertos en el día postrero?
Yo puedo comentar aquí que Romanos 1:4 no restringe el significado al hecho de que Él fue declarado
Hijo de Dios con poder por Su resurrección. Esto no es lo que el versículo declara, sino que la resurrección de los muertos,
o resurrección de personas muertas, fue la gran demostración que definió que Él es el Hijo de Dios con poder. No hay duda
que Su resurrección fue el ejemplo más sorprendente de ello, pero el hecho de que Él resucitara personas muertas en Su ministerio
fue también un testimonio, tal como la resurrección de Sus santos será, tiempo después, la muestra de ello. Por eso que el
versículo en Romanos 1 expresa la verdad en todo su alcance, y sin especificar a nadie en particular. Así que Lázaro, como
siendo el caso más conspicuo de resurrección que aparece en cualquier parte en los Evangelios, excepto la del propio Cristo
que todos presentan, fue el testimonio más pleno que incluso Juan rindió a la gran verdad. Por eso que, entonces, como uno
podía esperar de su carácter, el relato es presentado con un desarrollo notable en aquel Evangelio que está consagrado a la
gloria personal de Jesús como el Hijo de Dios. A esto se une la revelación de la resurrección y la vida en Él como una cosa
presente, superior a todos los interrogantes acerca del tiempo profético, o de las dispensaciones. Ello no se podría encontrar
en ninguna otra parte de manera tan adecuada como se encuentra en Juan. La dificultad, por lo tanto, en cuanto a su ocurrencia
aquí y no en otra parte, es absolutamente ninguna para cualquiera que cree en el objetivo de Dios tal como es evidente en
los Evangelios mismos.
Pero, además, hay otro rasgo con el cual nos encontramos en la historia. Cristo no era solamente
el Hijo de Dios, sino el Hijo del Hombre. Él era el Hijo de Dios y un hombre perfecto, en absoluta dependencia de Su Padre.
Él no iba a obrar de acuerdo con algún sentimiento, excepto con la voluntad de Dios. Él trae así Su filiación divina a Su
posición como hombre en la tierra, y Él nunca permite que la gloria de Su persona deba interferir, en lo más mínimo, con la
integridad de Su dependencia y obediencia. Por eso que cuando el Señor oye el llamado, "Señor, he aquí el que amas está enfermo."
(Juan 11:3) — la súplica más poderosa posible al corazón para actuar de inmediato en consecuencia — Él no va.
Su respuesta es muy calmada, y, si Dios no está ante nosotros, para los meros sentimientos humanos ello parecería indiferente.
No fue así, sino que fue perfección absoluta. Él dice, "Esta enfermedad no es para muerte" (Juan 11:4). Podría parecer que
los acontecimientos contradicen esto; las apariencias podían decir que era para muerte, pero Jesús era y es la verdad siempre.
"Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella." (Juan
11:4). Y fue así. "Y amaba Jesús a Marta, a su hermana y a Lázaro." (Juan 11:5). Por consiguiente, independientemente de cómo
ello parece, este afecto era incuestionable. Pero, además, hay otros principios, y principios aún más profundos. Su amor por
María, por Marta, y por Lázaro, no debilitó en sentido alguno Su dependencia de Dios; Él espero la directriz de Su Padre.
Así que, "Cuando oyó, pues, que estaba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba. Luego, después de esto, dijo
a los discípulos: Vamos a Judea otra vez. Le dijeron los discípulos: Rabí, ahora procuraban los judíos apedrearte, ¿y otra
vez vas allá? Respondió Jesús: ¿No tiene el día doce horas? El que anda de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo;
pero el que anda de noche, tropieza, porque no hay luz en él." (Juan 11: 6 al 10). En Jesús no había nada más que perfecta
luz. Él mismo era la luz. Él anduvo en el resplandor de la luz de Dios. Él era la perfección misma de lo que es sólo parcialmente
verdadero con respecto a nosotros en la práctica. "Si, pues, tu ojo fuere sencillo, todo tu cuerpo estará lleno de luz." (Mateo
6:22 – VM).Efectivamente, Él era la luz, así como también estaba lleno de ella. Andando de acuerdo con eso en este mundo,
Él esperó la palabra de Su Padre. Inmediatamente, cuando esta vino, Él dice, "Nuestro amigo Lázaro duerme; mas voy para despertarle."
(Juan 11:11). No había ningunas tinieblas en Él. Todo está claro, y Él va rápidamente con el conocimiento de todo lo que Él
va a hacer.
Tenemos después los pensamientos ignorantes de los discípulos. Aunque no sin mezcla con la devoción
a Su persona. Tomás propone que ellos debieran ir a morir con Él. ¡Cuán maravillosa es la incredulidad incluso la de los santos
de Dios! Él iba realmente a resucitar al muerto; el único pensamiento de ellos fue ir y morir con Él. Tal era la expectativa
sombría de un discípulo. Nuestro Señor no dice una palabra acerca de ello por el momento, sino que deja calmadamente que la
verdad corrija el error a su debido tiempo. Tenemos después la entrevista maravillosa con las hermanas, y, finalmente, nuestro
Señor ante el sepulcro, una persona conscientemente divina, el Hijo del Padre, pero en la perfección de humanidad, aun así
con un profundo sentimiento tal que sólo como Deidad podía presentar — no solamente compasión con el dolor, sino, sobre
todo, el sentido de lo que la muerte es en este mundo. De hecho, nuestro Señor no resucitó a Lázaro de los muertos hasta que
Su propio espíritu hubo asumido completamente igual, por así decirlo, el sentido de muerte sobre Su alma, como cuando, en
la remoción de cualquier enfermedad, Él sentía habitualmente su carga (Mateo 8); no, obviamente, en una manera física inferior,
literal, sino sopesándola en Su espíritu con Su Padre. Con respecto a nosotros se dice, "con gemidos indecibles." (Romanos
8:26). Si Cristo gemía, el Suyo no podía sino ser un gemido de acuerdo con el Espíritu — expresando justa y perfectamente
la plenitud real del dolor que Su corazón sentía. Esto no podría ser en nuestro caso, porque existe eso que estropea la perfección
de lo que nosotros sentimos; pero en el caso de Cristo, el Espíritu Santo se ocupa de lo que nosotros no podemos expresar
plenamente, y gime. Incluso en nosotros Él da al dolor una expresión divina para Dios, y, obviamente, en Cristo no había defecto
alguno, ninguna mezcla de la carne, sino que todo era absolutamente perfecto. Por eso que, junto con esto, llega la respuesta
plena de Dios a la gloria divina y a la perfección divina de Cristo. Lázaro sale a la palabra de Cristo.
Me parece que esto es de profundo interés; dado que nosotros somos demasiado propensos a considerar
a Cristo meramente como Uno cuyo poder trató con la enfermedad y con el sepulcro. Pero, ¿no debilita Su poder el hecho de
que el Señor Jesucristo entra en la realidad del caso delante de Dios? Por el contrario, ello manifiesta mejor la perfección
de Su amor, y la fuerza de Su compasión, para trazar de manera inteligente el modo de obrar en el cual Su espíritu asumía
la realidad de la ruina aquí abajo para soportarla y divulgarla delante de Dios. Y yo creo que esto fue verdad acerca de todo
en Cristo. Fue así antes y cuando Él vino a la cruz. Nuestro Señor no fue allí sin sentir el pasado y el presente y el futuro:
la obra expiatoria no es lo mismo que la angustia de ser desechado por Su pueblo, y la debilidad absoluta de los discípulos.
Entonces el sentido de lo que estaba por venir fue percibido por Su espíritu antes del hecho real. No es cierto, sino que
es positiva y completamente una falsa doctrina, limitar a nuestro Señor al asunto de llevar nuestro pecado, aunque este fue
declaradamente el hecho más profundo de todos. La expiación fue solamente en la cruz, obviamente: el hecho de soportar la
ira de Dios, cuando Cristo fue hecho pecado, fue exclusivamente en ese preciso momento y lugar. Pero criticar la declaración
de que Cristo percibió de antemano en Su espíritu lo que Él iba a padecer en la cruz, es pasar por alto Sus muchos padecimientos,
ignorar la verdad, y despreciar la Escritura — sea dejando afuera una gran parte de lo que Dios registra acerca de ello,
o confundiéndola con el hecho real, y, después de todo, sólo una parte de ella.
Es cierto que muchos Cristianos han sido absorbidos por el mero ejercicio de poder en los milagros
de Cristo. En Su sanación de la enfermedad ellos no han tomado en cuenta la verdad expresada en Isaías 53:4, la cual Mateo
aplica a Su vida, y a la cual yo me he referido más de una vez. Parece innegable que no sólo fue exhibido el poder de Dios
en esos milagros, sino que ellos brindaron la oportunidad para que la profundidad de Sus pensamientos se mostrase, el cual
tenía ante Él a la criatura tal como Dios la hizo, y el deplorable estrago que el pecado había obrado. Por tanto, Jesús hizo
de manera perfecta lo que los santos hacen con una mezcla de humana debilidad. Tomen nuevamente el hecho de que al Señor le
parece bien situarnos, en ocasiones, a través de algún ejercicio de corazón antes que llegue la prueba verdadera: ¿cuál es
el resultado de esto? ¿Soportamos menos la prueba porque el alma la ha sentido ya con Dios? Ciertamente no. Por el contrario,
esto es exactamente lo que demuestra la medida de nuestra espiritualidad; y mientras más vamos a través del asunto con Dios,
el poder y la bendición son mucho mayores; así que cuando viene la prueba, parecería a un observador externo como si todo
fuese perfecta calma, y es así realmente, o debería ser; y esto es porque todo ha sido entre nosotros y Dios. Yo admito que
esto aumenta inmensamente el dolor de la prueba; pero, ¿es esto una pérdida? Especialmente cuando hay a la vez fortaleza para
soportarla. Por tanto, el principio es aplicable incluso a nuestras pruebas pequeñas.
Pero Cristo soportó e hizo todo en perfección. Por eso que, aun antes que Lázaro fuese levantado
del sepulcro, nosotros no vemos u oímos acerca de Uno viniendo con poder divino y majestad, y haciendo el milagro, si es que
puedo decirlo así, de manera improvisada. ¿Qué puede ser más opuesto a la verdad? Aquel que tiene tal exigua noción de la
escena tiene que aprender todo acerca de ella. No es que hubo la más pequeña falta de conciencia de Su gloria; Él es el Hijo
de Dios sin lugar a dudas; Él sabe que Su Padre siempre Le oye; pero ninguna de estas cosas obstaculizó los estremecimientos
y las lágrimas del Señor ante el sepulcro que estaba a punto de presenciar Su poder. Ninguna de ellas obstaculizó el hecho
de que el Señor tomara en Su espíritu el sentido de la muerte como nadie más hizo. Esto es descrito por el Espíritu Santo
en el lenguaje más enfático. "[Él] se estremeció en espíritu y se conmovió." (Juan 11:33). Pero, ¿qué era todo esto comparado
con lo que pronto Le sucedería a Él mismo cuando Dios entrase en juicio con Él por nuestros pecados? No sólo se acepta, sino
que se insiste, en que la expiación real del pecado, bajo la ira divina, fue entera y exclusivamente en la cruz; pero asumir
por eso que Él no pasó previamente con Dios a través de la escena por venir, y lo que estaba llevando a ella, y todo lo que
pudo añadir a la angustia del Señor, es una enseñanza defectuosa y errónea, no obstante la manera libre en que se reconoce
que hubo en la escena misma la resiliencia de la ira por el pecado, lo cual separa esa hora de todo lo que alguna vez fue
o puede ser otra vez.
Después, antes del final del capítulo, el efecto de todo este testimonio divino es mostrado.
El hombre decide que el Señor debe morir; la intolerancia de ellos por Jesús se vuelve ahora más pronunciada, Ella era bien
conocida anteriormente. La multitud aturdida puede no haberlo percibido jamás hasta que llegó; pero la gente religiosa, y
los líderes en Jerusalén, habían tomado su decisión acerca de ello mucho antes. Él debe morir. Y ahora, aquel que era sumo
sacerdote toma la palabra, y presenta — aunque era un hombre malo, aun así no sin el actuar del Espíritu — la
sentencia autoritaria acerca de ello, la cual está registrada en nuestro capítulo. El poder de resurrección del Hijo de Dios
llevó a un punto crítico la enemistad de aquel que tenía el poder de la muerte. Jesús pudo haber hecho esas obras en Naín
o en otra parte, pero mostrarlas públicamente en Jerusalén fue una afrenta a Satanás y a sus instrumentos terrenales. Ahora
que la gloria del Señor Jesús resplandecía tan brillantemente, amenazando el dominio del príncipe de este mundo, ya no hubo
más ocultamiento de la resolución tomada por el mundo religioso — Jesús debe morir.
Capítulo
12
En Juan 12, por consiguiente, nosotros tenemos aún esto, el trasfondo, pero en un hermoso contraste. El Espíritu
de Dios obra aquí en gracia aludiendo a la muerte de Cristo, tanto como Satanás estaba incitando a sus hijos al odio y al
asesinato. Dios sabe cómo guiar a una de Sus amadas donde Jesús estaba permaneciendo por una pequeña estancia antes de que
Él padeciese. Fue María; dado que Juan nos permite oír al Señor Jesús llamando a Sus ovejas por nombre; y no obstante la manera
correcta en que Mateo y Marcos no lo revelan, no fue consistente con la perspectiva de Juan acerca del Señor que ella fuese
mencionada meramente como "una mujer." En su Evangelio tales pinceladas salen a luz claramente; y es así que tenemos a María
y el acto de María con mayor plenitud, en cuanto a sus grandes principios, que en cualquier otra parte — la parte que
María asumió en esta cena, donde Marta servía, y Lázaro estaba sentado a la mesa. Todo, cada uno, es hallado en el lugar justo
y en el momento justo; la luz verdadera hace que todo sea manifiesto tal como era, el propio Jesús estando allí, pero a punto
de morir. "Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús." (Juan 12:3).
Ella ungió Su cabeza, y otros Evangelios hablan acerca de esto; pero Juan menciona lo que era peculiar. Era natural ungir
la cabeza; pero la cosa especial para que el ojo del amor discierna fue el ungimiento de los pies. Esto fue mostrado especialmente
en dos maneras.
La mujer en Lucas
7 hizo la misma cosa; pero esta no era María, ni hay allí cualquier buena razón para suponer que fue incluso María Magdalena,
así como tampoco la hermana de Lázaro. Fue "una mujer … que era pecadora" (Lucas 7:37); y yo creo que hay mucha belleza
moral en el hecho de no darnos su nombre, por razones obvias. ¿Qué podía hacer
ello sino convertirse en un mal precedente, además de complacer a una curiosidad salaz, lasciva, acerca de ella? El nombre
es omitido aquí; pero ¿qué importancia tiene si está escrito en el cielo? Hay un delicado velo echado (no sobre la gracia
mostrada por el Señor, sino) sobre el nombre de esta mujer que era pecadora; pero hay un registro eterno del nombre de María,
la hermana de Lázaro, la cual en este momento muy posterior unge los pies de Cristo. Aun así, con respecto a esto, ambas mujeres
hicieron la misma cosa. La una, en la humillación de sentir su pecado delante de Su inefable amor, hizo lo que María hizo
en el sentido de Su gloria profunda, y además con un sentimiento instintivo de algún mal inminente que Le amenazaba. De este
modo, el sentido de su pecado, y el sentido de Su gloria, las llevó, por decirlo así, al mismo punto. Otro punto de analogía
es que ninguna de las mujeres habló; el corazón de cada una se expresó en hechos inteligibles, a lo menos, para Él, el cual
era el objeto de este homenaje, y Él comprendió y vindicó a ambas.
En este caso la
casa se llenó del olor del perfume; pero esta manifestación del amor de aquella que ungió así a Jesús sacó a luz la animosidad
y la codicia de un alma que no se preocupaba por Jesús, sino que era, en realidad, un ladrón bajo estas elevadas pretensiones
de preocupación por los pobres. Se trata de una escena muy solemne en este punto de vista, la línea de traición junto con
la ofrenda de gracia. ¡Cuán a menudo las mismas circunstancias que sacan a relucir fidelidad y consagración, manifiestan traición
despiadada o egoísmo y mundanalidad!
En resumen, tal
era el interior de Betania. Afuera el rencor Judío indisimulado. El corazón de los principales sacerdotes estaba deseoso de
sangre. El Señor en la escena siguiente entra en Jerusalén como el Hijo de David. Pero yo debo pasar y seguir adelante, mencionando
meramente este testimonio Mesiánico en su lugar. Cuando Jesús fue glorificado, los discípulos recordaron estas cosas. La mención
posterior que tenemos es el deseo notable expresado por los Griegos, a través de Felipe, de ver a Jesús. El Señor pasa aquí
de inmediato a otro testimonio, el Hijo del Hombre, donde la introducción de Su muy eficaz muerte es expresada bajo la figura
bien conocida del grano de trigo que cae en la tierra y muere (Juan 12:24), como el presagio, y de hecho el medio de llevar mucho fruto. Los que estarían con Él deben seguir en la senda de Su muerte. Además, no
se trata aquí que la Cabeza destinada de todos, el Hijo del Hombre, es insensible a la perspectiva de una muerte tal, sino
que clama al Padre, el cual responde el llamamiento para glorificar Su nombre mediante la declaración de que Él lo había hecho
(es decir, ante el sepulcro de Lázaro), y lo haría otra vez (es decir, resucitando al propio Jesús). (N. del T.: La traducción correcta de los versículos es la siguiente: "¡Ahora está turbada mi alma! ¿y qué diré?
¡Padre, sálvame de esta hora! mas por esto mismo vine a esta hora. ¡Padre, glorifica tu nombre! Entonces vino una voz del
cielo, que decía: Ya lo he glorificado, y otra vez lo glorificaré." Juan 12: 27 y 28 – VM, y otras versiones de la Biblia
en español. Noten que la frase "¡Padre, sálvame de esta hora! No es una pregunta, como indica la traducción de la Biblia RVR60, sino una afirmación, un clamor).
El Señor, en la
parte central del capítulo justo después de esto, despliega una vez más la verdad acerca del juicio del mundo, y acerca de
Su cruz como el punto de atracción para todos los hombres, como tales, en contraste con la expectativa Judía. Está, en primer
lugar, la sumisión perfecta a la voluntad del Padre, independiente de lo que ella podía costar; luego, la percepción del resultado
en toda su extensión. Esto es seguido por la incredulidad de ellos en Su gloria apropiada, tanto como en Sus padecimientos.
Tal debe ser siempre para el hombre, para el mundo, la dificultad insuperable. Ellos lo habían oído en vano en la ley, dado
que esta es mal utilizada siempre por el hombre, como hemos visto en el Evangelio de Juan. Ellos no podían reconciliarla con
la voz de la gracia y la verdad. Ambas habían sido manifestadas plenamente en Jesús y, sobre todo, lo serían aún más en Su
muerte. La voz de la ley hablaba a sus oídos acerca de un Cristo permaneciendo para siempre; pero, ¡un Hijo del Hombre humillado,
muriendo, levantado! ¿Quién era este Hijo del Hombre? ¡Cuán exactamente es el equivalente de las objeciones de un Israelita
hasta este día! La voz de gracia y verdad era la de Cristo que vino a morir en vergüenza, y aun así, como un sacrificio por
los pecadores, no obstante lo cierto que era también que en Su propia persona Él permanecería para siempre. ¿Quién podía juntar
estas cosas, aparentemente tan opuestas? Aquel que solamente presta atención a la ley, jamás comprenderá la ley o a Cristo.
Por eso que el
capítulo concluye con dos advertencias finales. ¿Habían ellos oído a sus propios profetas? Que oigan también a Jesús. Nosotros
hemos visto la ignorancia de ellos acerca de la ley. A decir verdad, el profeta Isaías había mostrado mucho tiempo antes que
esto no era ninguna cosa nueva. Él lo había predicho en Isaías 6, aunque un remanente habría de oír. La luz de Jehová podía
ser siempre tan resplandeciente, pero el corazón del pueblo se había engrosado. "Viendo veréis, mas no percibiréis." (Isaías
9:6 – VM). No había recepción alguna de la luz de Dios. Aun si ellos creían hasta cierto punto, no había confesión alguna
para salvación, dado que ellos amaban la gloria, el reconocimiento, de los hombres. Jesús — el Hijo de Dios, Jehová
mismo — está en la tierra y clama — siendo esto Su testimonio final. Él se pronuncia sobre ello — Él reivindica
una vez más ser la luz. Él era 'la luz, que ha venido al mundo.' (Juan 12:46). Esto lo hemos visto de principio a fin, desde
Juan 1 a Juan 12. Él, que es la luz, ha venido al mundo, para que todo aquel
que cree en Él no permanezca en tinieblas. El efecto fue claro desde el principio; ellos amaron más las tinieblas que la luz
(Juan 3:19). Ellos amaban el pecado; ellos tenían a Dios manifestado en amor, manifestado en Cristo. Las tinieblas sólo fueron
hechas así más visibles a consecuencia de la luz. "Si alguno oye mis palabras y no las guarda, yo no lo juzgo; porque no vine
a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. El que me rechaza y no recibe mis palabras, tiene quien lo juzgue; la palabra que
he hablado, ésa lo juzgará en el día final." (Juan 12: 47 y 48 – LBLA). Cristo no había hablado por Su propia cuenta,
sino como el Enviado del Padre, el cual Le había dado mandamiento de lo que debía decir y lo que debía hablar. "Y sé que su
mandamiento es vida eterna. Así pues, lo que yo hablo, lo hablo como el Padre me lo ha dicho." (Juan 12:50).
Capítulo 13
El tiempo no admite
más que unas pocas palabras acerca de los dos capítulos siguientes (Juan 13 y 14),
los cuales introducen una sección distinta de nuestro Evangelio, donde (el testimonio habiendo sido plenamente rendido, no
en realidad con esperanza del hombre, sino para la gloria de Dios) Cristo sale de la asociación con el hombre aunque "durante
la cena" (Juan 13:2 – VM, LBLA, JND) , no "acabada la cena" como traducen
algunas versiones de la Biblia, por un lugar adecuado a Su gloria, intrínseco y relacional, así como conferido; pero junto
con esto (es bienaventurado decirlo) para dar a los Suyos tener una parte con
Él en esa gloria celestial, en vez de Su reinado sobre Israel aquí abajo.
Antes de concluir
la reunión de esta noche, puedo mencionar esto pero de manera breve, para llevar mi tema dentro del espacio asignado para
él. Felizmente existe la menor necesidad de explayarse acerca de los capítulos en la longitud que ellos podrían reclamar,
puesto que muchos de los que están aquí están familiarizados con ellos, hablando de manera comparativa. Estos capítulos son
especialmente apreciados por los hijos de Dios en general.
Ante todo, nuestro
Señor ha terminado ahora toda cuestión acerca del testimonio al hombre, sea al Judío o al mundo. Él se dirige ahora a los
Suyos en el mundo, los objetos constantes, permanentes de Su amor, como uno que está realmente a punto de dejar el mundo,
por aquel lugar que se adapta a Su naturaleza esencial, así como la gloria destinada a Él por el Padre. De acuerdo con eso
nuestro Señor, como uno que está a punto de ir al cielo, nuevo para Él como hombre, demostraría Su creciente amor por ellos
(aunque sabiendo plenamente lo que el enemigo efectuaría a través de la iniquidad de uno de ellos, así como a través de la
debilidad de otro), y por eso que procede a presentar en aquel entonces una señal visible de lo que ellos solamente comprenderían
más tarde. Se trató del servicio de amor que Él continuaría para ellos, cuando Él estuviese fuera de este mundo y ellos mismos
en él; un servicio tan real como cualquiera que Él hubiese hecho para ellos mientras estaba en este mundo y, si es posible,
más importante que cualquiera que ellos habían experimentado hasta aquí. Pero, además, esta ministración de Su gracia estaba
relacionada también con Su propia nueva porción en el cielo. Es decir, fue para que ellos tuvieran una parte con Él fuera
del mundo. No se trató de bondad divina encontrándose con ellos en el mundo, sino que como Él estaba dejando el mundo para
ir el al cielo, desde donde Él vino, Él los asociaría con Él mismo, y les daría a compartir una parte con Él donde Él estaba
yendo. Él estaba a punto de pasar, aunque era Señor de todos, a la presencia de Dios Su Padre en el cielo, pero Él mismo se
manifestaría como siervo de todos ellos, incluso hasta el lavamiento de sus pies ensuciados al andar aquí abajo. Por lo tanto,
la finalidad fue (no aquí exactamente padecer por los pecados, sino) el servicio de amor para los santos, para adaptarlos
para tener comunión con Él, antes de que ellos tengan su porción con Él en esa escena celestial a la cual Él estaba yendo
enseguida. Ese es el significado sugerido por el lavamiento de los pies de los discípulos. En resumen, es la Palabra de Dios
aplicada por el Espíritu Santo para tratar todo lo que incapacita para la comunión con Cristo en el cielo, mientras Él está
allí. Es la respuesta del Espíritu Santo aquí a lo que Cristo está haciendo allí, como uno identificado arriba con la causa
de ellos, continuando el Espíritu Santo, mientras tanto, una obra semejante en los discípulos aquí, para mantenerlos en la
comunión con Cristo allí, o para restaurarlos a dicha comunión. Ellos van a estar sólo con Él; pero, mientras tanto, Él está
produciendo y manteniendo, por medio del uso que el Espíritu Santo hace de la Palabra, esta comunión práctica con Él en lo
alto. Mientras el Señor, entonces, les insinúa que ello tenía un sentido místico, no evidente a pesar de ello, nada podía
ser más obvio que el amor o la humildad de Cristo. Esto, y más que esto, ya había sido mostrado abundantemente por Él, y en
cada uno de Sus actos. Esto no era, por tanto, y no podía ser, lo que se implicaba aquí, como eso que Pedro no sabía en aquel
entonces, pero sabría de aquí en adelante. En realidad, el amor humilde de su Maestro fue tan evidente en aquel entonces,
que el ferviente pero apresurado discípulo tropezó con ello. No debiera haber ni dificultad ni duda en permitir que un sentido
más profundo yaciese oculto bajo esa sencilla pero sugestiva acción de Jesús — un sentido que ni siquiera el principal
de los doce pudo entonces adivinar, pero que no sólo él, sino todos los demás, debiesen aprovechar ahora que se ha hecho realidad
en el Cristianismo, o más precisamente, en el trato de Cristo con las contaminaciones de los Suyos.
Esto se tendría
que tener en cuenta: que el lavamiento referido no es con sangre, sino con agua. Era para aquellos que ya estarían limpios
de sus pecados en Su sangre, pero que necesitan no obstante ser lavados con agua también. En realidad, estaría bien estudiar
más atentamente las palabras de nuestro Señor Jesús. Además del lavamiento con sangre, el lavamiento con agua es esencial,
y esto indudablemente. El lavamiento de la regeneración no es por medio de sangre, aunque es inseparable de la redención por
medio de sangre, y ni lo uno ni lo otro se repiten jamás. Pero en adición al lavamiento de la regeneración está el trato continuo
de la gracia con el creyente en este mundo; existe la necesidad constante de la aplicación de la Palabra por el Espíritu Santo
poniendo al descubierto cualquier inconsistencia que puede haber, y llevarle a juzgar él mismo en el detalle del andar cotidiano
aquí abajo.
Observen el contraste
entre el requerimiento legal y la acción de nuestro Señor en este caso. Bajo la ley los sacerdotes se lavaban, manos así como
pies. Cristo lava aquí los pies de ellos. ¿Necesito yo decir de qué manera más elevada se eleva la superioridad de la gracia
sobre el acto típico de la ley? Sigue después, en conexión y en contraste con ello, la traición de Judas. ¡Vean de qué manera
el Señor la sintió por parte de Su familiar amigo! ¡Cómo conmovió ello Su espíritu! Fue un dolor profundo, un nuevo ejemplo
de aquello a lo cual ya se hizo referencia.
Finalmente, al
final del capítulo, cuando Judas salió a llevar a cabo su gestión trajo todo ante Él, el Salvador habla de nuevo acerca de
la muerte, y de glorificar así a Dios. Ello no es directamente para el perdón o liberación de discípulos; aun así, ¿quién
no sabe que en ninguna otra parte es la bendición de ellos tan asegurada? Dios
fue glorificado en el Hijo del Hombre donde ello fue más difícil, y aún más que si el pecado hubiese jamás existido. Por eso
que, como fruto de Su glorificación de Dios en Su muerte, Dios Le glorificaría a Él en Sí mismo "en seguida." (Juan 13:32).
Esto es precisamente lo que está ocurriendo ahora. Y esto, se debería observar nuevamente, está en contraste con el Judaísmo.
La esperanza de los Judíos es la manifestación de la gloria de Cristo aquí abajo y en poco tiempo más. Lo que Juan nos muestra
aquí es la glorificación inmediata de Cristo en lo alto. Ello no depende de algún tiempo futuro o de alguna circunstancia
futura, sino que fue inmediatamente consecutiva a la cruz. Pero Cristo estaba solo en esto; nadie podía seguirle ahora —
ningún discípulo, como tampoco ningún Judío, como Pedro, audaz pero débil, demostraría a costo suyo. El arca debía ir en primer
lugar al Jordán, pero nosotros podemos seguir después, tal como Pedro lo hizo después de manera triunfal.
Capítulo
14
Juan 14 (y aquí también yo debo ser breve) continúa con el mismo espíritu de contraste con todo lo que pertenecía
al Judaísmo; porque si la ministración de amor al lavar a los santos de manera práctica fue muy diferente de un reino glorioso
sobre la tierra, así tan peculiar fue la esperanza dada aquí a ellos acerca de Cristo. El Señor insinúa, ante todo, que Él
no se iba a mostrar ahora como un Mesías Judío, visible para el mundo; sino que tal como ellos creían en Dios, ellos debían
creer del mismo modo en Él. "Creéis en Dios," Él dice, "creed también en mí." (Juan 14:1). Pero además, Él relaciona la condición
invisible que estaba a punto de asumir con el carácter de la esperanza que Él les estaba dando. Ello fue virtualmente decir
que Él no meramente los iba a bendecir aquí. Tampoco iba a ser una escena para que el hombre la observara con sus ojos naturales
en este mundo. Él los iba a bendecir en una manera y en un lugar infinitamente mejores. "En la casa de mi Padre muchas moradas
hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho." (Juan 14:2) Esto es lo que dice el
Hijo. El deber de los profetas es muy diferente. Esto era una cosa nueva reservada de manera muy apta para Él. ¿Quién
sino Él había de ser el primero en revelar a los discípulos en la tierra la escena celestial de amor y santidad y gozo y gloria
que Él conocía tan bien? "Si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere
y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis." (Juan 14:
2 y 3). Este es el punto de inflexión y el secreto — "donde yo estoy." Todo
depende de este privilegio precioso. El lugar debido al Hijo era el lugar que
la gracia daría a los hijos. Ellos iban a estar en la misma bienaventuranza con
Cristo. Por lo tanto, no se trató meramente de Cristo a punto de partir y estar en el cielo, manteniendo la comunión de ellos
con Él allí, sino — maravillosa gracia — que ellos, a su debido tiempo, iban a seguir e iban a estar con Él; sí,
en efecto, si Él iba antes que ellos, tan absoluta era la gracia, que Él no la delegaría en nadie más, por decirlo así, para
conducirles allí. Él mismo vendría, y los llevaría así a Su propio lugar — "para que donde yo estoy, vosotros también
estéis." (Juan 14:3). Yo digo que esto, en todas sus partes, está en contraste con toda esperanza Judía, aún de las expectativas
Judías más brillantes.
Además, Él les
aseguraría el terreno de su esperanza. Ellos debieran haber sabido cómo podía ser esto en Su propia persona. "Y sabéis a dónde
voy, y sabéis el camino." (Juan 14:4). Ellos se sorprendieron. Después, como siempre, fue el hecho de pasar por alto Su persona
gloriosa lo que brindó la ocasión para el desconcierto de ellos. En respuesta a Tomás, Él dice, "Yo soy el camino, y la verdad,
y la vida." (Juan 14:6). Él era el camino al Padre, y por tanto, ellos debieran haberlo sabido, porque nadie viene al Padre,
sino por Él. Por recibir a Jesús, por creer en Él, y solamente así, uno viene al Padre, al cual ellos habían visto en Él,
tal como Felipe debería haber conocido. Él era el camino, y no había ningún otro. Además, Él era la verdad, la revelación
de cada uno, y de todo tal como son. Él era también la vida, en la cual esa verdad era conocida y disfrutada por medio del
poder del Espíritu. En todo sentido Cristo era el único medio posible para que ellos entrasen en esta bienaventuranza. Él
era en el Padre, y el Padre en Él; y tal como las palabras no eran habladas por Su propia cuenta, del mismo modo el Padre
morando en Él hacía las obras. (Juan 14: 1 al 11).
Nuestro Señor cambia
desde lo que ellos debían haber conocido aun en aquel entonces en Su persona y de Su persona y palabras y obras, a otra cosa
que no podía ser conocida en aquel entonces. Esto divide el capítulo. La primera parte es el Hijo conocido en la tierra en
dignidad personal como manifestando al Padre — conocido de manera imperfecta, sin duda, pero aun así conocido. Esto
debiese haber sido el medio para que ellos entendiesen adónde Él estaba yendo; dado que Él era el Hijo, no meramente de María,
sino del Padre. Y esto ellos conocían en aquel entonces, no obstante lo lentos que eran para percibir las consecuencias. Toda
Su manifestación en este Evangelio fue sólo el testimonio de esta gloria, tal como ellos ciertamente debieran haber visto;
y la esperanza nueva estaba completamente de acuerdo con esa gloria. Pero Él les revela ahora eso que ellos podrían hacer
y comprender solamente cuando el Espíritu Santo fuese dado. "De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que
yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre. Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo
haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré. Si me amáis, guardad mis mandamientos.
Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el
mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros.
No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros. Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis; porque yo
vivo, vosotros también viviréis. En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros.
(Juan 14: 12 al 20). Esto implica el Espíritu Santo dado. En primer lugar, es el Hijo presente, y el Padre conocido en Él,
y Él en el Padre. Después, el Espíritu Santo es prometido. Cuando Él fuese dado, estos serían los resultados bienaventurados.
Él se iba verdaderamente, pero ellos podrían demostrar mejor su amor guardando Sus mandamientos, que en la humana aflicción
durante Su ausencia. Además, Cristo rogaría al Padre, el cual les daría el Consolador que estaría con ellos para siempre mientras
Él estuviese lejos. El Espíritu Santo no sería un visitante pasajero en la tierra, como el Hijo que había estado con ellos
por una temporada; Él estaría para siempre. Su morada con ellos está en contraste con cualquier bendición temporal; y además,
Él estaría en ellos — la expresión de una intimidad que nada que sea humano puede ilustrar plenamente.
Observen que el
Señor usa el tiempo verbal presente tanto para Él como para el Consolador — el Espíritu Santo — en este capítulo,
en un modo que será explicado en breve. En la primera parte de Juan 14:2, Él dice acerca de Sí mismo, "voy a preparar un lugar para vosotros." (Juan 14:2 – LBLA). Él no quiere decir que Él estaba en el acto
de partir, sino que estaba solamente a punto de ir. Él usa el tiempo verbal presente para expresar la certeza y la cercanía
de ello; Él estaba entonces a punto de marcharse. Es así aun del regreso, donde Él usa del mismo modo el presente. "Yo vengo de nuevo" (Juan 14:3 - Revised Version, Publicada en 1881; dominio público).
Él no dice precisamente como en la versión RVR60 "vendré otra vez." Este pasaje de la Escritura es suficiente para ejemplificar
un uso idiomático común en el idioma Griego, tal como en el nuestro, y en otras lenguas, cuando una cosa ha de ser considerada
como segura, y ha de ser esperada constantemente. Me parece que es un uso análogo en relación con el Espíritu Santo —
[Él] "mora con vosotros." Juan 14:17). Yo entiendo que el objetivo es sencillamente poner el énfasis sobre el hecho de morar.
El Espíritu Santo, cuando Él venga, no vendrá y se irá inmediatamente después, sino que permanecerá. Por eso que el Señor
Jesús dice, "mora con vosotros" — la misma palabra usada tan a menudo para 'estar', de principio a fin del capítulo;
porque de otro modo no se implicaba en Su morar con ellos.
Estas son, entonces,
las dos grandes verdades del capítulo: la posición futura de ellos con Cristo en la casa del Padre, y, mientras tanto, la
estancia permanente del Espíritu Santo con los discípulos, y esto también, como morando sobre el fundamento de vida en Cristo
resucitado (Juan 14:19). "No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros. Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros
me veréis; porque yo vivo, vosotros también viviréis. En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros
en mí, y yo en vosotros." (Juan 14: 18 al 20). De este modo, teniendo el Espíritu Santo como el poder de vida en Él, ellos
Le conocerían más cerca de ellos, y ellos de Él, cuando ellos conozcan que Él está en el Padre, que si Le tuviesen como Mesías
con ellos y sobre ellos en la tierra. Estas son las dos verdades que el Señor les comunica así.
Tenemos después
un contraste de manifestación a los discípulos, y al mundo, relacionado con otro punto muy importante — el poder del
Espíritu Santo mostrado en la obediencia de ellos, y realizando un amor conforme al gobierno de Sus hijos por parte del Padre.
No se trata meramente del amor del Padre por Sus hijos como tales, sino del Padre y el Hijo amándolos a ellos, por tener y
guardar los mandamientos de Jesús. Esto se conocería por una manifestación tal de Jesús al alma como el mundo no conoce. Pero
el Señor explica más, que si un hombre Le ama, él guardará Su palabra, y su Padre le amará, "y vendremos a él, y haremos morada
con él." (Juan 14:23) Esto no es un mandamiento, sino Su palabra — una sencilla insinuación de Su pensamiento o voluntad;
y, por tanto, como una prueba más minuciosa, seguida así por una bendición más plena. El hecho de estar estrechamente ligados
con la medida de nuestra atención de corazón es una diferencia hermosa, y de gran valor práctico. Allí donde la obediencia
yace comparativamente sobre la superficie, y la voluntad propia o la mundanalidad no son juzgadas, un mandamiento es siempre
necesario para hacer que dicha obediencia se cumpla. Por eso que las personas preguntan, «¿Debo yo hacer esto? ¿Hay algún daño en eso? » Para los tales la voluntad del Señor es únicamente una cuestión
de mandamiento. Ahora bien, hay mandamientos, la expresión de Su autoridad, y ellos no son gravosos. Pero, además, allí donde
el corazón Le ama profundamente, Su palabra [*] presentará una expresión suficiente de Su voluntad a aquel que ama a Cristo.
Incluso en la naturaleza la mirada de un progenitor lo hará. Tal como nosotros sabemos bien, un hijo obediente capta el deseo
de su madre antes de que la madre haya pronunciado una palabra. De modo que, cualquiera sea la palabra de Jesús, a ella se
le prestaría atención, y el corazón y la vida son formadas así en obediencia. ¿Y cuál no es el gozo y el poder donde tal sumisión
voluntaria a Cristo impregna el alma, y todo está en la comunión con el Padre y con el Hijo? ¡Cuán poco puede cualquiera de
nosotros hablar de ello como siendo nuestra inquebrantable porción habitual!
[*] Es difícil decir por qué las versiones de la Biblia en Inglés de Tyndale, Cranmer, las versiones de Ginebra y
la Autorizada presentan la forma plural 'mis palabras' en Juan 14:23, las cuales no tienen autoridad en absoluto. Sucede que
las versiones de Wycliffe y la Remish, adhiriéndose a la Vulgata, están en lo correcto. La expresión 'Su palabra' tiene una
unidad de carácter que es de importancia. Aquel que ama a Cristo guarda Su palabra; aquel que no Le ama no guarda Sus palabras;
si él observa sólo algunas de ellas, otros motivos pueden operar; pero si él amara a Cristo, él valoraría Su palabra como
un todo.
Los versículos
finales (Juan 14: 25 al 31), trae ante ellos la razón de la comunicación del Señor, y la confianza con que ellos pueden reposar
en el Espíritu, tanto en Su propia enseñanza de todas las cosas, como en Su recuerdo de todas las cosas que Jesús les dijo.
Él añade, "La paz
[fruto de Su muerte misma; ni tampoco esto sólo, sino Su propio carácter de paz, lo que Él mismo conocía] os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da." (Juan 14:27). "No…como el mundo", el cual es caprichoso
y parcial, guardándose para él mismo incluso donde aparenta mucha generosidad. Solamente Aquel que era Dios pudo dar como
Jesús dio, a toda costa, y lo que era muy precioso. ¡Y vean qué confianza Él busca, qué afectos superiores al 'yo'! "Habéis
oído que yo os he dicho: Voy, y vengo a vosotros. Si me amarais, os habríais regocijado, porque he dicho que voy al Padre;
porque el Padre mayor es que yo." (Juan 14:28). Poco Le quedaba a Él para hablar con ellos. Otra tarea estaba delante de Él
— no con santos, sino con Satanás, el cual viniendo no encontraría nada en Él, excepto, de hecho, obediencia hasta la
muerte misma para que el mundo pudiese conocer que Él ama al Padre, y hace tal como Él Le manda. Y entonces Él ordena a los
discípulos que se levanten y se vayan de allí, como en Juan 13. Él mismo se levantó (siendo ambas, en mi opinión, acciones
significativas, de acuerdo con lo que se estaba abriendo ante Él y ante ellos).
Pero yo no necesito
y no debo decir más ahora acerca de esta preciosa porción. Yo sólo podía esperar transmitir el alcance general de los contenidos,
así como el carácter distintivo de ellos. ¡Que nuestro Dios y Padre conceda que lo que ha sido dicho pueda ayudar a Sus hijos
a leer Su palabra con inteligencia y disfrute más profundos de ella, y de Aquel con cuya gracia y gloria ella está llena!
Capítulo
15
En Juan 15 nuestro Señor se sustituye Él mismo por Israel, como la planta de Dios. Responsable de llevar fruto para
Él en la tierra (no meramente para el hombre, como tal, abiertamente pecador y perdido). Él asume el lugar de eso que se presentaba
más a sí mismo como siendo conforme a Dios aquí abajo. Como nuestro Señor mismo dijo (en Juan 4), "la salvación viene de los
judíos." (Juan 4:22). Este lugar de privilegio y promesa hacía que la condición real de ellos fuese tanto más culpable. Nuestro
Señor, por lo tanto, deja de lado públicamente, y para siempre, en lo que se refiere a aquellos que Él estaba sacando ahora
del mundo, toda conexión con Israel. Él dice, "Yo soy la vid verdadera." (Juan 15:1). Todos sabemos que desde antaño Israel
es llamada la vid — la vid que Jehová había sacado de Egipto (Salmo 80:8). Pero Israel estaba vacía, sin fruto, falsa:
Cristo era la única vid verdadera. Independientemente de lo que podía ser la responsabilidad de Israel, independientemente
de los privilegios alardeados (y realmente eran muchos en todo sentido), independientemente de las asociaciones y esperanzas
del pueblo escogido, todo, a excepción de Cristo, había caído bajo el poder del adversario. La única bendición para un alma
se encontraba ahora en Cristo mismo; y entonces Él comienza el discurso (o como vimos, finaliza el anterior) con — "Levantaos,
vamos de aquí." (Juan 14:31). Hubo un abandono, no solamente para Él, sino para ellos, de toda conexión con la naturaleza,
o el mundo, incluso en la religión de ellos. Ahora era Cristo, o nada. Tal como al comienzo de Juan 13, Él se había levantado
de manera anticipada como una señal de Su obra para ellos en lo alto; del mismo modo Él los llama aquí a dejar todas sus pertenencias
terrenales con Él; ellos habían terminado definitivamente con ellas. Tenemos así al Señor asumiendo ahora el lugar, de manera
sustitutiva, de todo lo que había ejercido poder religioso sobre sus espíritus. Se demostraba ahora que ello no era ni una
bendición ni tampoco una seguridad para un alma en la tierra.
Él dice, "Yo soy
la vid verdadera, y mi Padre es el labrador." (Juan 15:1). Él mismo se coloca en el lugar de todo a lo cual ellos habían estado
unidos y a lo que ellos habían pertenecido aquí abajo, y al Padre en lugar de Dios Todopoderoso, o de Jehová de Israel. Así
tenía Él que haber sido conocido por los padres y los hijos de Israel; pero era al Padre, como tal, a cuyo cuidado Él los
encomienda ahora. "Todo pámpano que en mí no lleva fruto," porque fruto era lo que Dios buscaba, no meramente hechos u obligaciones,
"lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto." (Juan 15:2). Esta es la declaración general.
Hay un doble trato con aquellos que asumían el lugar de ser pámpanos de la vid verdadera. Donde ningún fruto era llevado,
había juicio en la extirpación; donde el fruto aparecía, la limpieza seguía a continuación, para que pudiese haber más.
El Señor aplica esta
verdad de manera particular: "Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado." (Juan 15:3). La exhortación sigue
en Juan 15: 4 y 5); el resultado de manera clara para " el que", para alguno (τις tís) que no permanece, y para los discípulos que sí lo hacen, se encuentra respectivamente en Juan 15:6, y en
Juan 15: 7 y 8.
En este capítulo
nunca es sencillamente un asunto de gracia divina salvando pecadores, borrando sus iniquidades, no recordando más pecados
y transgresiones, sino que el poder de la Palabra es aplicado moralmente para juzgar todo lo que es contrario al carácter
de Dios mostrado en Cristo, o, más bien, la voluntad del Padre revelada en Él. Ningún estándar menos que este podía ser tomado
en consideración ahora que Cristo era revelado. Ellos (porque Judas se había marchado) ya estaban entonces limpios por la
palabra que Cristo les había hablado. La ley de Moisés, divina como ella era, no sería suficiente: era negativa; pero la palabra
de Cristo es positiva. "Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece
en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí." (Juan 15:4). No se trata de lo que Dios es en gracia hacia aquellos
que están fuera de Él y perdidos, sino de la valoración de los modos de obrar de los asociados con Cristo, de los tratos de
Dios, o más estrictamente de Su Padre, con los que profesaban pertenecer al Señor. Yo digo 'profesaban' porque es para mí evidente que Él no contempla exclusivamente en Su perspectiva a los que tenían
realmente vida eterna. Menos aún la expresión 'pámpanos de la vid' es la misma cosa que miembros del cuerpo de Cristo, sino
Sus seguidores, los cuales podían incluso abandonarle, como algunos que en los tempranos días no anduvieron más con Él. Esto
por sí solo explica nuestro capítulo, sin forzarlo.
Luego el Señor
tiene en consideración a los que Le rodeaban en aquel entonces, que ya eran pámpanos en la vid, y obviamente, en cuanto a
principio, a todos los que habían de seguir, incluyendo a los que lo harían de manera nominal, y al principio, realmente según
toda apariencia, abandonan Israel y todas las cosas por Él. No era un asunto liviano, sino uno de mucha seriedad, y ciertamente,
por tanto, si uno salía así de todo lo que reclama sus afectos y su conciencia, de su religión, en resumen, si uno salía al
costo de todo, encontrando todos sus enemigos en los de su propia casa, había eso que hacía presumir de sinceridad de conducta,
pero que tenía aún que ser probado. La prueba sería permanecer en Cristo. No existe palabra más característica de Juan que
la palabra misma 'permanecer', y esto tanto en el camino de la gracia como del gobierno. Aquí se trata de los discípulos puestos
a prueba. Porque el Cristianismo no es la revelación de un dogma, sino de una Persona que ha obrado redención; indudablemente,
también, de una Persona en la cual está la vida, y la da. De allí fluye una nueva clase de responsabilidad, y una cosa muy
importante es ver esto mantenido de manera muy sorprendente en aquel que, de todos los evangelistas, introduce más firmemente
el amor absolutamente incondicional de Dios. Tomen ustedes la primera parte del Evangelio, donde el don de Jesús en amor divino,
el hecho de enviarle al mundo, no a juzgar sino a salvar, hace conocido lo que Dios es a un mundo perdido. Nosotros tenemos
allí la gracia sin un solo pensamiento acerca de nada por parte del hombre, excepto la profundidad de la necesidad. "Porque
de tal manera amó Dios al mundo," dice Él, "que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda,
mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por
él. (Juan 3: 16 y 17). Pero aquí en Juan 15 el terreno es diferente. Nosotros vemos a todos los que habían salido a Cristo
desde todo lo que ellos habían valorado anteriormente en la tierra. ¡Qué lamentable! La carne es capaz de imitar la fe; ella
puede ir lejos en religiosidad, y en renunciación del mundo profano. Pronto habría multitudes que saldrían de Israel y serían
bautizadas en Cristo, pero aun así ellas deben ser probadas completamente. Nadie resistiría dicha prueba por el bautismo,
o por cualquier otra ordenanza, sino por permanecer en Cristo.
"Permaneced en
mí, y yo en vosotros." (Juan 15:4). Él sitúa siempre aquí la parte del hombre en primer lugar, porque se trata de un asunto,
como hemos visto, de responsabilidad. Allí donde se trata de la gracia de Dios, Su parte es necesariamente primera, y, además,
ella permanece necesariamente. Mientras que, si la responsabilidad del hombre está ante nosotros, es evidente que no puede
haber aquí ninguna permanencia necesaria; todo gira alrededor de la dependencia en Aquel que permanece siendo siempre el mismo
ayer, y hoy, y por los siglos. (Hebreos 13:8). De este modo, la realidad de la obra de Dios en el alma se demuestra a sí misma,
por decirlo así, por la búsqueda continua y el aferrarse continuamente a Cristo. En Juan 15:4 no es 'si yo no permanezco en
vosotros', sino "si [vosotros] no permanecéis en mí."
"Yo soy la vid,
vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer."
(Juan 15:5). Aquí no se trata de creer, sino de "hacer", aunque la fe es la fuente, obviamente. El Señor querría que nosotros
llevemos mucho fruto, y la única forma en que el fruto ha de ser llevado es permaneciendo en Aquel en quien creemos. ¡Cuál
puede ser una consideración de más peso para nosotros después de recibir a Cristo! ¿Va usted tras otra cosa o persona para
llevar fruto? Si ello es así, el resultado a los ojos de Dios es un fruto malo.
Por tanto, Cristo
no es solamente vida eterna para el alma que cree en Él, sino que Él es la única fuente del hecho de llevar fruto, a lo largo
de todo el curso, para aquellos que Le han recibido. El secreto es el corazón ocupado con Él, el alma dependiente de Él, siendo
Él mismo el objeto en todas las pruebas, dificultades, e incluso deberes; de modo que, aunque una cosa dada sea un deber,
no sea hecha ahora escasamente como tal, sino con Cristo delante del ojo de la fe. Pero donde no hay una vida ejercitada en
el juicio propio y en el disfrute de Cristo, así como en la oración, los hombres se cansan de esto; ellos se alejan de Él
a las panaceas del día, sean ellas nuevas o antiguas, morales o intelectuales. Ellos encuentran su atracción en sentimientos
religiosos, experiencias, estructuras, o visiones religiosas; en imaginar algún nuevo 'yo' bueno, o examinar hasta sus detalles
más pequeños el viejo 'yo' malo; en el sacerdocio, en ordenanzas, o legalismo, de uno u otra clase. Así, ellos regresan realmente,
en alguna forma o en algún grado, a la vid falsa, en lugar de adherirse a la verdadera. Ellos mismos se pierden así. Puede
ser incluso el hecho de resbalarse al mundo, al enemigo público del Padre; dado que este no es un resultado poco común donde
hay por un tiempo un abandono de la antigua vid carnal, la religión de ordenanzas, del esfuerzo humano, y del supuesto privilegio.
Todo esto se encontraba en su plenitud y en aparente perfección en Israel; pero fue poniendo al descubierto ahora su absoluto
vacío y antagonismo al pensamiento de Dios; y esto fue manifestado, tal como nosotros encontraremos más tarde en este capítulo,
en el aborrecimiento sin causa de ellos al Padre y al Hijo. Cristo es siempre la prueba, y esto lo declara el final, tanto
como el principio Lo establece como el único poder para prepararse, y producir fruto.
Esto aparece de
nuevo en el versículo 6, y de manera notable también: "El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano." (Juan 15:6).
Apliquen tal lenguaje a la vida eterna, o, aún más, a la unión con Cristo, y no hay nada más que interminable confusión. Donde
la Escritura habla de la unión con Cristo, o, de nuevo, de vida en Él, ustedes nunca tienen un pensamiento tal como un miembro
de Cristo cortado, o uno que tenía vida eterna perdiéndola. Es muy posible que alguno que tiene un conocimiento exacto podría
renunciar a ella, o sumergirse en todo; y de esto es de lo que Pedro habla en su segunda epístola. No existe energía preservativa
en el conocimiento siempre tan completo. Eso podría permitir escollos, decepciones, y así sucesivamente, para impedir que
ellos sigan a Cristo, y abandonen así de manera práctica lo que ellos conocen, cuyo resultado sería la ruina más segura y
más desastrosa. Ellos están incluso peor que antes. Judas habla así de hombres dos veces muertos (Judas 12); y, de hecho,
la experiencia demuestra que hombres que no tienen vida en Cristo, habiendo profesado por un tiempo, llegan a ser adversarios
más feroces, si es que no llegan a ser más flagrantes pecadores contra el Señor que antes de que dicha profesión fuese hecha.
Este es el caso
que nuestro Señor describe aquí: "El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y
los echan en el fuego, y arden." (Juan 15:6). Se trataba de uno que había salido del mundo, y había seguido a Cristo. Pero
no había atracción alguna de corazón, ningún poder de fe, y por tanto, ninguna dependencia en Cristo; y esta es la sentencia
del Señor pronunciada sobre todos los tales, sea en aquel día o en cualquier otro.
Por otra parte,
Él dice, "Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho." (Juan
15:7). No se trata sólo del corazón ocupado con Cristo, sino también de Sus palabras que gravitan allí. El Antiguo Testamento
solo no sería suficiente. Había sido usado por Dios cuando no había nada más. Bendecido por Dios en todo tiempo ciertamente
él será; y aquel que valoraba las palabras de Cristo jamás menospreciaría aquellas que testificaban acerca de Cristo antes
que Él viniese. Pero el alma que quitara importancia de las palabras de Cristo, o prescindiera de ellas, después que fueran
comunicadas, pondría en evidencia su propia falta de fe. El Cristiano que aprecia realmente la Palabra de Dios en el Antiguo
Testamento pondría aún más su corazón en la que está en el Nuevo. Aquel que tenía nada más que de manera natural una adhesión
reverente a la ley y los profetas, sin fe, demostraría su verdadera condición
por la falta de atención a las palabras de Cristo. Por tanto, hasta este día, los Judíos son ellos mismos el gran testimonio
de la verdad de la advertencia de nuestro Señor. Ellos se están aferrando a la vid vacía; y por eso toda su profesión religiosa
es tan vacía delante de Dios. Ellos parecen adherir a las palabras de Moisés, pero se trata de una mera tenacidad humana,
no fe divina: de otra manera las palabras de Cristo serían bienvenidas sobre todo. Tal como el Señor les había dicho en un
momento anterior, si ellos hubiesen creído a Moisés, habrían creído a Cristo; dado que Moisés escribió acerca de Cristo: a
decir verdad, no había persuasión divina alguna en cuanto a ambos. Además, la gran prueba es ahora las palabras de Cristo
permaneciendo en nosotros. La verdad antigua, aunque igualmente de Dios como la nueva, deja de ser una prueba cuando la verdad
nueva es dada y rechazada, o menospreciada; y la misma cosa es verdad no meramente acerca de la Palabra de Dios como un todo,
sino acerca de una verdad particular, cuando Dios la vuelve a despertar en cualquier momento dado para la exigencia real de
la Iglesia o de Su obra. Por ejemplo: es vano recurrir ahora a los principios definidos y vigentes doscientos o trescientos
años atrás. Obviamente es correcto y es de Dios mantener todo lo que Él dio en cualquier tiempo; pero si hay fe verdadera,
se encontrará, antes que pase mucho tiempo, que el Espíritu Santo tiene ante Él la necesidad presente para la gloria del Señor
en la Iglesia: y aquellos que tienen confianza verdadera en Su poder no meramente mantendrán lo antiguo sino que aceptarán
lo nuevo, para andar mucho más en comunión con Él, el cual vela y obra siempre para el nombre de Cristo y la bendición de
Sus santos.
En este caso, sin
embargo, se trata del tema mayor — la suma importancia de las palabras de Cristo permaneciendo en nosotros: "Si permanecéis
en mí, y mis palabras permanecen en vosotros." La persona está en primer lugar, luego la expresión de Su mente. La oración
sigue a continuación: "pedid todo lo que queréis, y os será hecho." (Juan 17:7). La oración no está en primer lugar (porque
esta no debe tomar el lugar de Cristo o de la comprensión de Su mente), sino Cristo mismo, el Objeto primordial; luego Sus
palabras, como formando plenamente el corazón, conforme a Sus pensamientos y voluntad; y, por último, el dirigir nuestros
corazones al Padre, en el terreno tanto de Cristo como de Su mente revelada, con la garantía anexa que sucedería así para
ellos. (Juan 15:7).
La oración de los
Cristianos a menudo está lejos de esto. ¡Cuántas oraciones hay donde parece que no se hace nada! Esto puede ser cierto, no
meramente acerca de pobres almas débiles, tal como cualquiera de nosotros aquí; pero incluso un apóstol podía encontrar la
misma cosa en el curso de su andar y Dios mismo es testigo de ello. De hecho, el apóstol Pablo es el cronista del hecho para
nosotros, de que sus oraciones no eran siempre en esta comunión. Nosotros sabemos que él rogó al Señor tres veces para que
quitase de él eso que era una prueba inmensa para él, haciéndole despreciable a la vista de los menos espirituales. Nosotros
podemos entender esto: nada es más natural; pero por esa misma razón, no todo estaba en el poder del Espíritu de Dios, con
Cristo como el Objeto primero. Él estaba pensando en sí mismo, en sus hermanos, y en la obra; pero Dios le llevó amablemente
a Cristo, como el único Objeto sostenido y sostenedor — a permanecer en Él, como se dice aquí, y a tener las palabras
de Cristo permaneciendo en él, y entonces todos los recursos de Dios estuvieron a su disposición. "Y me ha dicho: Bástate
mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades,
para que repose sobre mí el poder de Cristo." (2ª. Corintios 12:9, compárese con Filipenses 4: 6 al 13). Es solamente así
que hay certeza en la respuesta, a lo menos, de lo que pedimos que sea hecho.
El objetivo es
mostrar de qué manera Dios el Padre responde y actúa de acuerdo con aquellos que están asociados así de manera práctica en
corazón con Cristo. Y así está escrito, "En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos."
(Juan 15:8). Nótese: "discípulos"; dado que debemos tener en cuenta cuidadosamente que nosotros no tenemos aquí la Iglesia
como tal, y, de hecho, jamás tenemos la Iglesia, estrictamente hablando, en Juan. La razón es manifiesta: porque el objetivo
de Dios en este Evangelio no es señalar a Cristo en el cielo, sino a Dios manifestándose en Cristo en la tierra. Yo no quiero
dar a entender que nosotros no tenemos alusión alguna a Su ascenso o presencia allí en lo alto; dado que hemos visto que hay
aquí alguna alusión tal, especialmente cuando el Espíritu Santo Le remplaza aquí, y la tendremos repetidamente en lo que sigue
a continuación. Al mismo tiempo, el testimonio principal de Juan no es tanto Cristo como hombre en el cielo, sino Dios manifestado
en Él en la tierra. Es evidente que siendo Él el Hijo, el lugar especial de privilegio que se encuentra en el Evangelio de
Juan es el de hijos — no el de miembros del cuerpo de Cristo, sino hijos de Dios, como recibiendo al Hijo, y como asociados
con Él, el unigénito Hijo del Padre.
Él habla aquí de
ellos como discípulos; dado que, de hecho, la relación de la que Juan 15 habla ya era verdad. Ellos ya habían venido a Cristo;
habían abandonado todo para seguirle a Él, y estaban alrededor de Él. Él era la vid, aquí y ahora. No era un lugar nuevo en
el que Él iba a entrar. Ellos también eran pámpanos en aquel entonces, y más que eso, ellos estaban limpios por la Palabra
que Él les había hablado (Juan 15:3). No es que ellos estuviesen limpios en aquel entonces por sangre, pero, a lo menos, habían
nacido de agua y del Espíritu. Ellos tuvieron esta limpieza, esta operación moral, del Espíritu llevada a cabo en sus almas.
Ellos estaban bañados o lavados enteramente, y de aquí en más sólo necesitaban lavar sus pies.
"Como el Padre
me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor." (Juan 15:9). Todo es un asunto acerca del gobierno del Padre
y la responsabilidad de los discípulos; no de un pueblo teniendo que ver nacionalmente con un gobernador, como Jehová era
para Israel, sino de los discípulos de Cristo en relación con el Padre, según la revelación de Él mismo en Cristo. Tampoco
es aquí Su gracia libertando almas, sino, lo que es cierto junto con eso, el mantenimiento pleno de la responsabilidad individual,
conforme a la manifestación de Su naturaleza y relación en Cristo aquí abajo. Así, comparado con el pasado, el estándar es
elevado inmensamente. Porque una vez que Dios hubo sacado a luz a Cristo, Él no podía, ni podría, regresar a algo menos que
eso. No se trata meramente de que Él no pudiese reconocer nada fuera de Cristo como un medio de salvación, porque esto es
siempre cierto; y ninguno fue llevado en ningún tiempo a Dios desde que el mundo comenzó excepto por Cristo, no obstante el
escaso testimonio o el conocimiento parcial de Él. Bajo la ley hubo, hablando de manera comparativa, poca o ninguna familiaridad
con Su obra como una cosa clara, ni tampoco podía haberla, quizás (en todo caso no hubo), incluso después que Él vino, hasta
que la obra fue hecha. Pero nosotros tenemos aquí los modos de obrar y el carácter de Dios como manifestados en Cristo, y
nada menos que esto sería adecuado para los discípulos, o sería agradable para el Padre. Como ya se ha comentado, la aplicación
de esto a la vida eterna sólo induce contradicción. De este modo, si nosotros suponemos que el tema del capítulo es, por ejemplo,
la vida o la unión con Cristo, sólo vean en qué dificultades este falso punto de partida hace que uno se hunda de inmediato:
se haría que todo fuese condicional, y aquellos unidos a Cristo podrían perderse. "Si guardareis mis mandamientos" (Juan 15:10)
— ¿qué tiene que ver esto con la vida eterna en Cristo? ¿Depende la unión con Cristo, la vida eterna, del hecho de guardar
Sus mandamientos? Claramente no; sin embargo, en estas palabras hay un significado, y un significado de mucho peso para los
que pertenecen a Cristo. No las apliquen a la gracia, sino al gobierno, y todo es claro y seguro y consistente.
El significado
es que es imposible producir fruto para el Padre — imposible mantener el disfrute del amor de Cristo, a menos que haya
obediencia, y esta, a los mandamientos de Cristo. Reitero que aquel que valora al Maestro no despreciará al siervo; pero hay
muchos que reconocen su responsabilidad para con la ley de Moisés sin apreciar y obedecer las palabras de Cristo. Aquel que
ama a Cristo disfrutará de toda la verdad, porque Cristo es la verdad. Él atesorará toda expresión de la mente de Dios: él
hallará guía en la ley, en los profetas, en los salmos — en todas partes; y tanto más donde está la revelación plena
de Cristo mismo. Cristo es la luz verdadera. Por lo tanto, mientras Cristo no sea aquel Uno en y a través de cuya luz las
Escrituras, sean antiguas o nuevas, son leídas, un hombre no hace más que andar a tientas en la oscuridad. Cuando él ve y
cree en el Hijo, hay para él un camino seguro a través del desierto, y también un camino resplandeciente en la Palabra de
Dios. Las tinieblas pasan; la servidumbre desaparece; no hay condenación alguna, sino, por el contrario, hay vida, luz, y
libertad; pero, a la vez, es una libertad usada en la conciencia de la responsabilidad para agradar a nuestro Dios y Padre,
medida por la revelación de El mismo en Cristo.
De modo que el
Señor dice, "Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre,
y permanezco en su amor." (Juan 14:10). La consecuencia es que donde hay descuido en uno que pertenece a Cristo, en un pámpano
viviente de la vid, el Padre, como el labrador, trata en juicio limpiador. Donde se encuentra la obediencia habitual, hay
un disfrute habitual del amor de Cristo. "Estas cosas os he dicho, para que quede mi gozo en vosotros, y vuestro gozo sea
completo." (Juan 15:11 – VM).
Suponiendo que
hay un alejamiento de Cristo por un tiempo, ¿cuál es el efecto de ello? Sin importar cuán realmente un hombre puede ser un
hijo de Dios, él es miserable; mientras más real, más miserable. Uno que no hubiese tenido una conciencia ejercitada delante
de Dios puede no perder el sueño por el pecado y acostumbrarse al mal por un tiempo; y un verdadero discípulo se cansaría
de continuar profesando a Cristo junto con el mal consentido; ni tampoco Dios permitiría que ello fuese más allá de un cierto
punto como una norma común. Pero para un santo, de corazón sincero en lo principal, nada es más cierto de que Cristo trataría
con él, y que él perdería mientras tanto todo sentido del amor de Cristo como una cosa práctica presente. Es un asunto de
comunión, no de salvación. Y ciertamente debiese ser así, y nosotros no desearíamos que fuese de otro modo. ¿Quién desearía
una cosa irreal — el mantener una apariencia, el desfile de palabras y sentimientos más allá del estado del corazón?
No existe nada más calamitoso para un alma que continuar de mala manera, y además manteniendo una apariencia vana, exagerada,
de sentimiento, donde hay una respuesta escasa a ello en el interior.
Entonces, junto
con el disfrute del amor de Cristo va la obediencia; y donde el discípulo fracasa en la obediencia, no puede haber una permanencia
real en Su amor. No se trata aquí de una cuestión de amor eterno, sino de comunión presente, inmediata. Solamente el que anda
fielmente en Su voluntad permanece en el amor de Cristo. Incondicionalmente, de pura gracia, Él amó a los que eran Suyos.
Por otra parte, había amor, en un sentido amplio, incluso para aquellos que no eran Suyos, tal como hemos visto más de una
vez. Además, está el especial amor personal de aprobación para aquel que está andando en los caminos de Dios.
Algunos son un
poco sensibles acerca de estos asuntos. No les gusta oír acerca de ellos, excepto acerca del amor eterno de los escogidos;
y ciertamente, si esto fuese debilitado o negado, ellos tendrían razón para ofenderse por ello. Pero tal como es, no puede
haber una demostración más dolorosa del propio estado de ellos. La razón por la cual ellos no pueden soportar esta verdad
adicional es porque ella los condena. Si estas cosas están en la Escritura (¿y quién se atreve a negarlas?) nuestra responsabilidad
es someternos; nuestro deber es procurar comprenderlas; nuestra sabiduría es corregirnos y desafiarnos a nosotros mismos,
por si acaso nosotros encontramos sometimiento dentro de nosotros a cualquier cosa que Le concierne a Él y a nuestras almas.
No hablar de Cristo, incluso en el terreno más bajo, nosotros nos estamos privando de lo que es bueno y provechoso. De hecho,
¿qué puede ser más ruinoso que desechar eso que condena cualquier estado en que nos encontramos?
Yo no necesito
entrar en todos los detalles de nuestro capítulo, aunque yo lo he repasado más bien minuciosamente hasta aquí, creyendo que
es de especial importancia, porque es tan y generalmente mal comprendido. El Señor se presenta aquí como la única fuente,
no de vida, como en otra parte, sino de llevar fruto para discípulos, o para Sus profesados seguidores. Lo que Él muestra
es que ellos Le necesitan exactamente igual para cada día como para la eternidad; que ellos Le necesitan para el fruto que
el Padre espera ahora por parte de ellos, exactamente igual como para un derecho al cielo. Por eso que Él habla de lo que
pertenece a un discípulo en la tierra; y, de acuerdo con eso, el Señor habla acerca de haber guardado Él mismo los mandamientos
de Su Padre, y de Su propia permanencia en Su amor; dado que, de hecho, Él había sido siempre aquí abajo el hombre dependiente,
para el cual el Padre era la fuente moral de la vida que Él vivía; y Él nos haría vivir así debido a Él mismo.
Yo ruego a cualquiera
que ha interpretado mal este capítulo, que examine minuciosamente lo que estoy instando ahora a mis oyentes. Es incalculable
la cantidad de Escritura que es repasada sin un claro ejercicio de la fe. Las almas la reciben de una manera general; y demasiado
a menudo una razón del por qué es recibida tan fácilmente es porque ellas no se enfrentan a la verdad, y su conciencia no
es ejercitada por ella. Si dichas almas pensaran, sopesaran, y dejaran entrar en sus almas la real verdad comunicada, ellas
podrían quedar sorprendidas al principio, pero la manera y el fin serían bienaventurados para ellas. ¡Qué regreso para esas
comunicaciones maravillosas de Cristo, sólo pasar desapercibidos sobre ellas superficialmente, sin hacer que la luz sea nuestra!
Nuestro Señor muestra entonces claramente que Él, como hombre aquí abajo, había andado bajo el gobierno de Su Padre. No era
meramente que Él había nacido de mujer, nacido bajo la ley, sino, como Él dice aquí, "así como yo he guardado los mandamientos
de mi Padre." (Juan 15:10). Ello iba más lejos de los diez mandamientos, o todo el resto de la ley; abarcaba toda expresión
de la autoridad del Padre, de cualquier parte que ella viniera. Y como Él no pudo sino guardar perfectamente los mandamientos
de Su Padre, Él permaneció en Su amor. Como el Hijo eterno del Padre, obviamente Él era siempre amado por el Padre; como poniendo
Su vida (Juan 10), Él fue por ello amado por Su Padre; pero, además, en toda Su senda terrenal, Él guardó los mandamientos
de Su Padre, y permaneció en Su amor. El Padre, considerando al Hijo andando como hombre aquí abajo, jamás encontró la más
leve desviación; sino, por el contrario, encontró la imagen perfecta de Su voluntad en Aquel que, siendo el Hijo, dio a conocer
y glorificó al Padre como Él nunca fue ni podía serlo por algún otro. Esto no fue sencillamente como Dios, sino más bien como
el Hombre Cristo Jesús aquí abajo. Yo admito que, siendo Uno como Él, no podía haber fracaso alguno. Suponer, no diré el hecho,
sino la posibilidad incluso de un defecto en Cristo, tanto como Dios o como hombre, demuestra que aquel que admite el pensamiento
no tiene fe alguna en Su persona. No podía haber ninguno. No obstante, la prueba fue hecha bajo las circunstancias más adversas;
y Aquel que, aunque era Dios, era a la vez hombre, anduvo perfectamente como hombre, tan verdaderamente como Él era perfecto
hombre; y por tanto, el amor del Padre reposó de manera gubernamental sobre Él plenamente, inquebrantablemente, absolutamente
en todos Sus modos de obrar.
También nosotros
estamos ahora situados en el terreno verdadero igual que los discípulos, hablando estrictamente, los cuales estaban allí en
aquel entonces; pero, obviamente, el mismo principio es aplicable a todos.
Otra cosa entra
después de esto. Reunidos alrededor de Cristo, a los discípulos se les instó a amarse unos a otros (Juan 16:12). Amar al prójimo
no era ahora el asunto; ni tampoco es así aquí. Obviamente que el amar al prójimo permanece siempre; pero esto, independiente
de cómo se cumpla, no debiera ser suficiente para un discípulo de Cristo. Una demanda semejante era correcta y razonable para
un hombre en la carne — para un Judío especialmente; pero no podía ser suficiente para el corazón de un Cristiano, y
de hecho, aquel que niega esto, contiende con las palabras del Señor. Un Cristiano, yo repito, no está absuelto de amar a
su prójimo — yo confío que nadie quiere decir eso; pero lo que yo afirmo es que un Cristiano es llamado a amar a su
hermano Cristiano en la fe de una manera nueva y especial, ejemplificada y formada por el amor de Cristo; y yo no puedo sino
pensar que aquel que confunde esto con el amor a su prójimo tiene mucho que aprender acerca de Cristo, y también del Cristianismo.
El Señor introduce
esto, evidentemente, como una cosa nueva. "Este es mi mandamiento." (Juan 15:12). Fue especialmente Su mandamiento. Él fue
el que reunió a los discípulos en primer lugar. Ellos eran una compañía distinta de Israel, aunque no bautizada aún en un
solo cuerpo; pero ellos fueron reunidos por Cristo, y alrededor de Él, separados del resto de los Judíos hasta ahora. "Este
es mi mandamiento: Que os améis unos a otros." Pero, ¿según qué medida? "Como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este,
que uno ponga su vida por sus amigos." (Juan 15: 12 y 13). ¿Se me va a decir a mí que algún hombre amó alguna vez, antes de
que Cristo viniera al mundo, como Él amó? Si un hombre será ignorante, pues que él sea ignorante, y muestre su incredulidad
mediante una afirmación tal si él lo desea. Yo digo que hay ahora un amor que
es buscado, tal como solamente pudo ser desde que Cristo lo manifestó, y que Su amor llena y se forma según su propia naturaleza
y su propia instrucción. Los discípulos debían ahora amarse los unos a los otros, conforme al modelo de Aquel que puso Su
vida por ellos como Sus amigos. En realidad, Él murió por ellos cuando ellos eran enemigos; pero esto no está aquí a la vista.
Ellos eran Sus amigos, si hacían lo que Él les mandaba (Juan 15:14). Él les llamó amigos, no siervos; porque el siervo no
sabe lo que hace su señor; pero Él los llamó amigos, porque hizo que ellos fueran Sus confidentes en todo lo que Él había
oído de Su Padre. No Le habían escogido ellos a Él, sino Él a ellos, y los puso para que vayan y lleven fruto, fruto que permanece,
para que Él les pueda dar todo lo que pidieran al Padre en Su nombre. "Esto os mando: Que os améis unos a otros." (Juan 15:
15 al 17).
Y verdaderamente
ellos necesitarían el amor de unos con otros, como Cristo los amó. Ellos se habían convertido en los objetos del aborrecimiento
del mundo (Juan 15: 18 y 19). Los Judíos no conocían una experiencia tal. Los Gentiles podían sentir antipatía hacia ellos.
Ellos eran un pueblo peculiar, sin duda, y las naciones mal podían tolerar que una pequeña nación fuese elevada a un lugar
conspicuo tal, cuya ley las condenaba y condenaba a sus dioses. Pero los discípulos iban a tener el aborrecimiento del mundo,
de los Judíos tanto o más que de los Gentiles. En realidad, ellos ya tenían esto, y debían decidirse a ello por parte del
mundo. El amor de Cristo estaba sobre ellos, y obrando en ellos y por medio de ellos, los convertiría en los objetos del aborrecimiento
del mundo, y según la clase de aborrecimiento que Él mismo había conocido. Tal como Él dice aquí: "Si el mundo os aborrece,
sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del
mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece." (Juan 15: 18 y 19). Yo me refiero a esto con el propósito
de mostrar que la revelación de Cristo no meramente ha introducido un cambio total en la conciencia de la vida eterna y la
salvación cuando la obra fue hecha, así como también el derribo de todas las distinciones entre Judío y Gentil que nosotros
encontramos, obviamente, en las Epístolas — sino, además de eso, la revelación de Cristo ha introducido de manera práctica un poder para producir fruto que no podía haber antes, un amor mutuo peculiar a los
Cristianos, y un rechazo y aborrecimiento por parte del mundo que trascendió todo lo que había existido. En todas las formas
posibles Cristo nos da ahora Su propia porción, por parte del mundo así como por parte del Padre. "Acordaos de la palabra
que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han
guardado mi palabra, también guardarán la vuestra." (Juan 15:20).
Yo admito plenamente
que hubo obras de fe, hechos de justicia, modos de obrar santos, sabios, en santos de Dios desde el principio. Ustedes no
podían tener fe sin una nueva naturaleza, ni esto, además, sin el ejercicio de manera práctica de aquello que era conforme
a la voluntad de Dios. Por lo tanto, como todos los santos desde el principio tuvieron fe, y fueron regenerados, así también
había modos de obrar espirituales de acuerdo con ello.
Pero la revelación
de Dios en Cristo hace una entrada inmensa de bendición; y la consecuencia es que esto saca a luz el pensamiento de Dios de
una manera que no existió, ni pudo haber existido anteriormente, justamente porque no había manifestación alguna de Cristo,
y nadie sino Cristo podía sacarla a luz adecuadamente. El aborrecimiento del mundo es proporcional a esta revelación; y el
Señor lo expresa de la manera más firme posible. "Mas todo esto os harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que
me ha enviado. Si yo no hubiera venido, ni les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa por su pecado."
(Juan 15: 21 y 22). ¿Qué puede ser más claro que el cambio enorme que estaba entrando ahora? Nosotros sabemos que había habido
pecado todo el tiempo en los tratos de Dios con Su pueblo antiguo; pero, ¿qué quiere el Señor decir aquí? ¿Vamos a dilapidar
el significado de Su lenguaje? ¿Acaso no hemos de creer que, no obstante lo que existió antes, la revelación de Cristo trajo
el pecado a un punto tal, que lo que había existido antes era, hablando de manera comparativa, una cosa poca cuando era puesta
al lado del mal que fue hecho contra la gloria de Cristo el Hijo, y medido por medio de ella, a saber, el rechazo del amor del Padre; en resumen, el aborrecimiento mostrado a la gracia y la verdad —
sí, en efecto, al Padre y al Hijo revelados plenamente en el Señor Jesús? Claramente es así. No es, entonces, una cuestión
de juzgar el pecado por lo que esta bien o mal, por la ley, o por la conciencia — todas cosas que están bien y en su
lugar para Israel y el hombre como tal. Pero cuando Uno que es más que hombre viene al mundo, la dignidad de la persona contra
la cual se peca, el amor y la luz revelados en Su persona, todos influyen en la estimación del pecado; y la consecuencia es
que no podía haber tal carácter del pecado hasta que Cristo fuese manifestado, aunque, obviamente, corazón y naturaleza son
lo mismo.
Pero la revelación
de Cristo forzó todo a un punto, escrutó la condición del hombre como ninguna otra cosa pudo, y demostró que, malo como Israel
podía ser, cuando era medida por una ley — una ley de Dios santa, justa, buena, y aun así, medida ahora por el Hijo
de Dios, todo pecado cometido previamente era nada comparado con el aún más profundo pecado de rechazar al Hijo de Dios. "El
que me aborrece a mí, también a mi Padre aborrece." (Juan 15:23). No es meramente Dios como tal, sino "mi Padre" el que era
aborrecido. "Si yo no hubiese hecho entre ellos" — no ahora Sus palabras solamente, sino las "obras que ningún otro
ha hecho, no tendrían pecado; pero ahora han visto y han aborrecido a mí y a mi Padre." Juan 15:24). Hubo un testimonio pleno,
como ya hemos visto en Juan 8 y 9. (Sus palabras en Juan 8, Sus obras en Juan 9). Pero la manifestación de Sus palabras y
de Sus obras sólo expuso al hombre aborreciendo completamente al Padre y al Hijo. Si tan solo ellos no hubiesen logrado cumplir
con las demandas de Dios, como el hombre había hecho bajo la ley, había amplia provisión para encontrarse con Él en misericordia
y poder; pero ahora, bajo esta revelación de la gracia, el hombre, e Israel más que todo, el mundo (dado que todos ellos son
fusionados ahora en este) sobresalieron en abierta hostilidad, y en odio implacable, a la más completa exhibición de bondad
divina aquí abajo. Pero este terrible odio sin esperanza, malo como era, no debiese sorprender a uno que cree la Palabra de
Dios; ello fue "para que se cumpla la palabra que está escrita en su ley: Sin causa me aborrecieron." (Juan 15:25). No hay
nada que demuestre tanto el total alejamiento y la total enemistad del hombre. Esto es precisamente lo que Cristo reitera
aquí.
Los discípulos,
por tanto, habiendo recibido esta gracia en Cristo, fueron llamados a una senda parecida con Él, la carta aquí abajo de Cristo
que está en lo alto. Llevar fruto es el gran asunto de principio a fin de Juan 15, así como el fin de este capítulo y Juan
16 trae ante nosotros el testimonio. "Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad,
el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí. Y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo
desde el principio." (Juan 15: 26 y 27). Aquí se trata de un doble testimonio — el de los discípulos que habían visto
a Jesús y habían oído Sus palabras. Por eso fueron llamados a dar testimonio de Él — "porque habéis estado conmigo desde
el principio." No se trata sólo de la gran manifestación al final, sino del fruto desde el principio, de gracia y verdad siempre
en Él. Tratando de manera diferente, sin duda, conforme a lo que estuviera delante de Él; aun así, en Cristo estuvo siempre
el valor de lo que vino, no lo que Él encontró, lo cual era el gran asunto. Y a este testimonio (dado que Él está mostrando
ahora el testimonio completo que los discípulos eran llamados a dar) el Espíritu Santo añadiría el Suyo (¡maravilloso decirlo
y saber que ello es verdad!) como siendo distinto del testimonio de los discípulos. Nosotros sabemos muy bien que un discípulo
da testimonio solamente por el poder del Espíritu Santo. Entonces, ¿cómo encontramos nosotros que se habla del testimonio
del Espíritu Santo como siendo distinto del de ellos? Ambos son verdad, especialmente cuando tenemos en cuenta que Él testificaría
del lado celestial de la verdad. En Juan 14:26 fue dicho, "El Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi
nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho." El Espíritu Santo es allí tanto un maestro
como un ayudador. Como si se dijera, "él os enseñará todas las cosas" — lo que ellos jamás conocieron, además de traer
a la memoria cosas que ellos habían conocido.
Al final de Juan
15 hay mucho más. El Espíritu Santo, "cuando Él venga" (no " a quien el Padre enviará", sino) "a quien yo os enviaré del Padre."
(Juan 15:26). El Espíritu Santo fue enviado tanto por el Padre como fue enviado por el Hijo; no es la misma cosa, pero es
bastante consistente. Hay una línea de verdad distinta en los dos casos. Ustedes no podrían trasplantar desde Juan 15 a Juan
14, ni a la inversa, sin dislocar el orden completo de la verdad. Ciertamente todo merece ser sopesado, y requiere que nosotros
esperemos en Dios para enterarnos de Sus cosas preciosas. En Juan 14 es evidentemente el Padre dando otro Consolador a los
discípulos, y enviándole en el nombre de Cristo: Cristo es considerado allí como Uno que ora, y cuyo valor actúa para los
discípulos. Pero en Juan 15, se trata de Uno que es Él mismo todo para los discípulos desde lo alto. Él era aquí el único
manantial de cualquier fruto que fuese llevado, y Él se ha ido a lo alto, pero es el mismo aquí; y de este modo no meramente
pide al Padre que envíe, sino que Él mismo les envía del Padre el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, si se puede
permitir este giro literal. Su propia gloria personal en lo alto está en plena perspectiva, y Él habla y actúa así, mientras
la relación con el Padre se mantiene siempre. No obstante, en un caso es el Padre el que envía; en el otro, el Hijo; y esto
último donde el asunto es mostrar la nueva gloria de Cristo arriba. "Él dará testimonio acerca de mí. Y vosotros daréis testimonio
también, porque habéis estado conmigo desde el principio." (Juan 15:27). Habría el testimonio del Espíritu Santo enviado del
Hijo, y dando testimonio de Él, según el lugar desde donde Él vino a remplazarle a Él aquí. El Espíritu Santo, enviado desde
lo alto, daría testimonio del Hijo en el cielo; pero los discípulos también darían testimonio de lo que ellos conocieron cuando
él estaba en la tierra, porque ellos habían estado con Él desde el principio (es decir, desde el principio de Su manifestación
aquí). Nosotros tenemos ambas cosas en el Cristianismo, el cual no sólo mantiene el testimonio de Cristo, como manifestado
en la tierra, sino también el testimonio del Espíritu Santo acerca de Cristo conocido en lo alto. Dejar fuera uno de ellos
es despojar al Cristianismo de la mitad de su valor. Está eso que jamás puede compensar a Cristo en la tierra y ciertamente
está lo revelado de Cristo en el cielo que ninguna manifestación en la tierra puede proporcionar. Ellas tienen, ambas cosas,
un lugar y un poder divino para los hijos de Dios.
Capítulo
16
Juan 16 parece estar basado más bien sobre esto último. La diferencia principal es que aquí se habla más del
Espíritu Santo aparte del asunto de Quién lo envía. Aquí se trata más del Espíritu Santo viniendo que enviado; es decir, del
Espíritu Santo considerado — no ciertamente como actuando de manera independiente, pero sin embargo, como una persona
distintiva. Él no viene a mostrar Su poder y Su gloria, sino a glorificar expresamente a Cristo. Al mismo tiempo, Él es considerado
en una personalidad más distintiva que en Juan 14 y 15. Y nuestro Señor tuvo la razón más sabia para dar a conocer a los discípulos
lo que tenían que esperar. Ellos estaban entrando ahora en la senda del testimonio, lo cual involucra siempre padecimiento.
Nosotros hemos visto lo que les debería acontecer al llevar fruto como discípulos y amigos de Cristo. Esto le basta al mundo,
el cual les aborrece tal como a Él, porque ellos no son de él, sino que son amados y elegidos por Cristo. Estas dos cosas
unen a los discípulos. El aborrecimiento del mundo y el amor de Cristo los junta tanto más. Pero está aquí también el aborrecimiento
que les acontece al testificar, no tanto como discípulos sino como testigos. La consecuencia de testificar como hicieron los
discípulos acerca de lo que ellos habían conocido de Cristo aquí, de testificar de lo que el Espíritu les enseñaba acerca
de Cristo en lo alto sería, "Os expulsarán de las sinagogas; y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que
rinde servicio a Dios." (Juan 16:2). Es claramente el rencor religioso creado por este testimonio pleno, no el mal sentimiento
general del mundo, sino el aborrecimiento especial al testimonio de ellos. Por tanto, no meramente es que ellos serían encarcelados,
sino que serían expulsados de las sinagogas; y esto bajo la noción de rendir servicio a Dios. Se trata de la persecución religiosa.
"Y harán esto porque no conocen al Padre ni a mí." (Juan 16:3). ¡Cuán perfectamente la verdad resplandece aquí sobre el aborrecimiento
Cristiano así como sobre el Judío de todo testimonio pleno rendido a Cristo! A pesar del liberalismo del día de hoy, esto
se asoma donde se atreve. Ellos hablan acerca de Dios, especulan acerca de la Deidad, la providencia, el destino, o el azar.
Ellos pueden ser incluso celosos por la ley, y añadir a Cristo a ella. Mucho de la religión del mundo finaliza allí. Pero
ellos no conocen al Padre, ni al Hijo. ¡Acercarse y clamar, ¡Abba Padre! es irreverencia! ¡El hecho de que un hombre en esta
vida se considere un hijo de Dios es presunción! La consecuencia es que, dondequiera que haya ignorancia acerca del Padre
y del Hijo, existe una hostilidad inveterada contra los que están gozosos en la comunión del Padre y el Hijo. Este aborrecimiento
debe ser experimentado en mayor o menor grado por todo testigo verdadero, sin compromiso, y separado del mundo. El Señor no
quería que se sorprendieran. Los hermanos Judíos podrían haber pensado que, habiendo recibido a Cristo, todo iba a ser sin
problemas, brillante, y pacífico. No es así. Ellos debían esperar un especial y creciente, y, peor de todo, odio religioso.
(Juan 16: 1 al 4).
"Pero ahora voy
al que me envió." (Juan 16:5). La senda pasaba a través de la muerte, sin duda; pero Él lo expresa como yendo a Aquel que
Le envió. Que ellos sean consolados, entonces, como ciertamente lo harían si pensaban correctamente acerca de la presencia
de Su Padre. Pero, "ninguno de vosotros me pregunta: ¿A dónde vas?" (Juan 16:5). Ellos sentían una tristeza natural al pensar
acerca de Su partida. Si ellos hubiesen dado un paso más, y preguntado a dónde iba Él, habría estado bien, ellos se habrían
alegrado por Él; porque aunque ello fuese una pérdida para ellos, era ciertamente Su ganancia y Su gozo — el gozo puesto
delante de Él, el gozo de estar con Su Padre, con el consuelo para los Suyos de una redención consumada (atestiguada por Su
ida así a lo alto). "Antes, porque os he dicho estas cosas, tristeza ha llenado vuestro corazón. Pero yo os digo la verdad:
Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros." (Juan 16: 6 y 7). Se trata del Consolador
viniendo. Cristo Lo envía, sin duda; y allí está la conexión con el final de Juan 15. No obstante, está la forma especial
de presentarle a Él como uno que viene, lo cual es confirmado en el versículo siguiente. "Y cuando él venga, convencerá al
mundo de pecado, de justicia y de juicio." (Juan 16:8). Esta es una frase que ha de ser muy ponderada. Ahora es el Espíritu
de Dios tratando según el evangelio con almas individuales, lo cual es perfectamente cierto y muy importante. La convicción
de pecado es obrado en todos los nacidos de Dios. ¿Qué confianza podría haber en un alma profesando haber hallado redención,
incluso perdón de pecados, por medio de Su sangre, a menos que hubiese un sentido de pecado agregado? El Espíritu de Dios
produce esto. Las almas deben ser sencillas y claras en ello tan ciertamente como en creer en Cristo Jesús. Hay una obra individual
real en aquellos, sí, en efecto, en todos los llevados a Dios. Para un pecador,
el arrepentimiento permanece siempre como una necesidad eterna.
Aquí, sin embargo,
no se habla del Espíritu Santo como tratando con individuos cuando Él los regenera y ellos creen, sino como trayendo al mundo
convicción de pecado debido a la incredulidad. No hay ninguna convicción verdadera de pecado a menos que haya fe. Ello puede
ser nada más que la primera obra de la gracia de Dios en el alma que la presenta. Puede no haber fe como para tener paz con
Dios, pero ciertamente suficiente para juzgar los modos de obrar y la condición de uno delante de Dios; y esta es precisamente
la manera en que Él obra comúnmente. Al mismo tiempo está también la convicción del cual el señor habla: el Espíritu Santo,
cuando venga, convencerá al mundo de pecado. ¿Por qué? ¿Por qué ellos han quebrantado la ley? No es así. Esto puede ser usado,
pero no es el terreno ni el estándar cuando se trata de Cristo. La ley permanece, y el Espíritu de Dios la emplea a menudo,
especialmente si un hombre está en una justicia propia. Pero el hecho es claro: y es que el Espíritu Santo es enviado; tal
como también es claro que el Espíritu Santo, estando aquí, convence al mundo — es decir, lo que está afuera de donde
Él está. Si hubiese allí fe, el Espíritu Santo estaría en medio de ellos; pero el mundo no cree. Por eso que Cristo es, como
en todas partes en Juan, el estándar para juzgar la condición de los hombres. "Cuando él venga, convencerá al mundo de pecado,
de justicia y de juicio. De pecado, [no cuando ellos empiecen a creer en mí, sino] por cuanto no creen en mí." (Juan 16: 8
y 9). Además, la convicción de justicia es igualmente notable. No hay referencia alguna incluso al bendito Señor cuando estaba
en la tierra, o a lo que Él hacía aquí. "De justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más." (Juan 16: 10).
Hay, por tanto,
una doble convicción de justicia. El primer terreno es que la única justicia está ahora en Cristo que se ha marchado para
estar con el Padre. Cristo glorificó tan perfectamente a Dios en la muerte, tal como Él hizo en vida las cosas que agradaban
a Su Padre, que nada menor a colocarle a Él como hombre a Su diestra pudo satisfacer el caso. ¡Maravilloso hecho! Un hombre
ahora en gloria, a la diestra de Dios, sobre todos los ángeles, principados, y potestades. Esta es la demostración de justicia.
Es lo que el Padre debía a Cristo, el cual Le había complacido tan perfectamente y Le había glorificado tan moralmente, incluso
respecto al pecado. Todo el mundo, sí, todos los mundos, serían demasiado poco para destacar Su sentido de valor por Cristo
y Su obra — nada menor a establecerle como hombre a Su diestra en el cielo. Pero hay otra demostración de justicia aunque
negativa, así como esa fue la positiva — que el mundo había perdido a Cristo, "y no me veréis más." Cuando Cristo regrese,
Él reunirá a los suyos a Si mismo, como en Juan 14. Pero en cuanto al mundo, este había rechazado y crucificado a Cristo.
La consecuencia es que no verá más a Cristo hasta que Él venga en juicio, y esto será para abatir su soberbia para siempre.
Hay, por tanto, una convicción doble de justicia: la primera es Cristo que se va para estar con el Padre en lo alto; la segunda
es Cristo no visto más por esa razón. El Cristo rechazado es aceptado y glorificado en la sede más elevada arriba, lo cual
condena al mundo y demuestra que no hay justicia alguna en él o en el hombre; pero más que esto, el mundo no Le verá más.
Cuando Él vuelva, Él va a juzgar al hombre; pero por lo que se refiere a la oferta de bendición al hombre en un Cristo vivo,
ella se ha ido para siempre. Los Judíos Le esperaban y Le esperan; pero cuando Él vino, ellos no le aceptarían. Por lo tanto,
lo mejor del mundo, los más escogidos y los más divinamente privilegiados de los hombres, resultaron ser los más culpables.
Ellos jamás verán un Mesías vivo. Si alguno Le acepta ahora, solo puede ser un Cristo rechazado y celestial.
Pero hay otra cosa
— el Espíritu convencerá al mundo "de juicio." (Juan 16:11). ¿Qué es la convicción de juicio? No es la destrucción de
este u otro lugar. Ese fue el modo de obrar que Dios manifestó antaño; pero el Espíritu Santo da ahora testimonio de que el
príncipe de este mundo ha sido ya juzgado. Él llevó al mundo a expulsar la verdad, y al propio Dios, en la persona de Cristo.
Su juicio está sellado. Ello está fijado más allá de una esperanza de cambio. Es sólo una cuestión acerca del momento en las
manos de Dios, y el mundo y su príncipe serán tratados según el juicio ya pronunciado. "De juicio", Él dice, "por cuanto el
príncipe de este mundo ha sido ya juzgado." (Juan 16:11). En Juan nosotros tenemos la verdad, sin esperar lo que será manifiesto.
El Espíritu juzga aquí cosas en su raíz, tratando con cosas según la realidad de ellas a la vista de Dios, en lo cual el creyente
entra.
Así, en todas partes
hay una oposición absoluta entre el mundo y el Padre, expresada moralmente cuando el Hijo estaba aquí, y demostrada ahora
que el Espíritu ha venido. La gran característica del mundo es que el Padre es desconocido. Por eso que, al igual que los
Judíos, y aun los paganos, pueden orar al Dios Todopoderoso para que bendiga sus coaliciones, o sus armas, sus cosechas, sus
rebaños, o lo que sea. De esta manera ellos mismos se adulan quizás para que puedan hacer el servicio de Dios; pero el amor
del Padre es desconocido — Él jamás puede ser conocido plenamente en una condición semejante. Incluso cuando nosotros
consideramos a los hijos de Dios, dispersos aquí y allá en lo superfluo, ellos están temblando y temerosos, y, de manera práctica,
a distancia, en vez de acercarse en paz de manera consciente, como si fuese la voluntad de Dios que Sus hijos tuvieran que
estar ahora a distancia del Sinaí — a distancia y en terror. ¿Quién oyó alguna vez acerca de un padre terrenal, digno
del nombre, repeliendo tan severamente a sus hijos? Ciertamente este no es nuestro Padre tal como Le conocemos por medio de
Cristo Jesús. Hermanos, ello es el espíritu del mundo que, cuando es autorizado, tiende invariablemente a destruir el conocimiento
del Padre, y de nuestra correcta relación, incluso entre Sus hijos verdaderos, debido que se desliza necesariamente más o
menos al Judaísmo.
Pero el Espíritu
Santo tiene otra obra. Él convence al mundo de la verdad que ellos no conocen, mediante el hecho mismo de que Él está fuera
del mundo, y no tiene que ver con él. Él habita con los hijos de Dios. Yo no niego Su poder en el testimonio del evangelio
a las almas. Esta es otra cosa de la que no se habla aquí. Pero además, nosotros tenemos Su acción directa inmediata entre
los discípulos. "Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de
verdad, él os guiará a toda la verdad." (Juan 16: 12 y 13). De este modo los discípulos, favorecidos como ellos eran, estaban
lejos de saber todo lo que el Señor deseaba para ellos, y les habría dicho si el estado de ellos lo hubiese admitido. Cuando
la redención se consumó, y Cristo fue levantado de los muertos, y el Espíritu Santo fue dado, entonces ellos fueron competentes
para entrar en toda la verdad, no antes. Por eso que el Cristianismo no espera solamente la venida de Cristo, sino el cumplimiento
de Su obra, y también la misión y la presencia personal del Consolador, como consecuencia de esa obra. Pero el Espíritu no
asumiría ningún lugar independiente, así como tampoco el Hijo lo había asumido. "[Él] no hablará por su propia cuenta, sino
que hablará todo lo que oyere, y os hará saber (o anunciará) las cosas que habrán de venir. El me glorificará; porque tomará
de lo mío, y os lo hará saber." (Juan 1: 13 y 14).
No se dice, como
algunos piensan, que Él no hablará acerca de Sí mismo, porque el Espíritu Santo
habla, y nos dice mucho acerca de Él mismo y de Sus operaciones; y nunca tanto como lo hace bajo la revelación Cristiana.
La enseñanza más completa en cuanto al Espíritu está en el Nuevo Testamento, y, tengan ustedes la amabilidad de decirme, ¿quién
habla del Espíritu Santo si no es Él mismo? ¿Fue meramente Pablo? ¿O Juan? ¿O algún otro hombre? El hecho es que la Versión
Autorizada de la Biblia Inglesa (KJV) presenta más bien un Inglés obsoleto. (" N.
del T.: la traducción literal de la Biblia Autorizada Inglesa es: " él no hablará de Sí mismo" Juan 16:13). El significado
es que Él no hablará por Su propia cuenta, como si no tuviese nada que ver con el Padre y el Hijo. Porque Él vino aquí a glorificar
al Hijo, tal como el Hijo, cuando estuvo aquí, estuvo glorificando al Padre. Y esto explica por qué, aunque el Espíritu Santo
es digno de suprema adoración, y de que, igualmente con el Padre y el Hijo, se Le habla personalmente en oración, aun así,
habiendo descendido para el propósito de animar, dirigir, y efectuar la obra y la adoración de los hijos de Dios aquí, Él
nunca es presentado en las Epístolas como siendo directamente el objeto de la oración Cristiana, sino más bien como el poder
de dicha oración. Por consiguiente, nosotros los encontramos a ellos orando en
el Espíritu Santo, y nunca al Espíritu Santo. Al mismo tiempo, cuando nosotros
decimos "Dios", obviamente no queremos decir sólo el Padre, sino el Hijo, y el Espíritu Santo también. De esa manera, por
tanto, todo creyente inteligente sabe que él incluye al Espíritu y al Hijo, con el Padre, cuando se dirige a Dios, porque
el nombre "Dios" no pertenece a una persona en la Trinidad más que a otra. Pero cuando nosotros hablamos de las personas en
la Deidad de manera distintiva, y con el conocimiento de lo que Dios ha hecho y está haciendo, hacemos bien en recordarnos
a nosotros mismos y uno a otro, que el Espíritu ha descendido y ha tomado ahora un lugar especial entre y en los discípulos;
la consecuencia de lo cual es que Él se complace en dirigir de manera administrativa (sin renunciar a Sus derechos personales)
nuestros corazones hacia Dios el Padre y el Señor Jesús. Él está atendiendo así (si es que podemos hablar así, como yo creo
que podemos y debiéramos hacerlo de manera reverencial) los intereses del Padre y del Hijo, aunque, obviamente, como un asunto
de Su propia gloria, Él ha de ser adorado igualmente con el Padre y el Hijo, y está siempre comprendido en Dios como tal.
El resto del capítulo,
sin entrar en puntos minuciosos, muestra que el Señor, a punto de dejar a los discípulos, les daría un sabor del gozo —
un testimonio de aquello que será (Juan 16: 16 al 22). El mundo podría regocijarse por haberse librado de Él, pero Él les
daría Su propio gozo, el cual no les sería quitado. En cierto grado, esto se hizo realidad por la aparición del Señor después
que resucitó de los muertos; pero la fuerza completa de ello será conocida solamente cuando Él venga otra vez.
Luego hay otro
privilegio. El Señor insinúa un nuevo carácter de acercamiento al Padre, el cual ellos no habían conocido aún (Juan 16: 23
al 26). Hasta ahora ellos no habían pedido nada en Su nombre. "En aquel día", Él dice, "no me preguntaréis nada." (Juan 16:23).
Nosotros estamos ahora "en aquel día". "En aquel día" no significa en un día futuro, sino en uno que ha venido. En lugar de
usar la intervención de Cristo tal como Marta proponía, en lugar de rogar a Cristo que pida [*] al Padre, solicitando cada
cosa que ellos necesitaran del propio Cristo, ellos podían contar con el Padre dándoles todo cuanto Le pidieran en el nombre
de Cristo. No es una cuestión acerca de una conexión Mesiánica para obtener lo que ellos quisieran, sino que ellos mismos
podrían pedir al Padre en Su nombre. ¡Qué bienaventurado es conocer al Padre escuchando así a los hijos pidiendo en el nombre
del Hijo! El Señor habla ahora de los hijos en la tierra, no de la casa del Padre en poco tiempo más. Evidente mente esta
es una verdad capital, influyendo poderosamente en la naturaleza de las oraciones del Cristiano, así como en su adoración.
[*]
Es notable que Marta ponga una palabra (αἰτήσμ) en boca de Cristo (es decir, usa una expresión para pedir
al Padre), que nunca es usada ni autorizada por Él (Juan 11:22: "pidas.". Ello hace que el Señor sea un mero peticionario,
rebajando la gloria de Su persona, y oscureciendo, si acaso no negando, la intimidad de Su relación con el Padre.
Ello es exactamente
lo que explica el hecho de que nosotros estemos aquí en terreno bastante diferente de aquel de la forma de oración preciosa
y bienaventurada que el Señor presentó a los discípulos cuando ellos quisieron saber cómo orar, tal como Juan el Bautista
enseñaba a sus discípulos (véase Lucas 11: 1 al 13). El Señor les presentó necesariamente lo que era adecuado para ellos en
la condición en que estaban en aquel entonces. Ahora bien, es poco decir que no hay, ni tampoco hubo jamás, una fórmula de
oración comparable con la oración del Señor. Tampoco hay, a mi entender, una sola petición de esa oración que no sea un modelo
para las oraciones de Sus seguidores desde entonces; pero todo permanece verdadero y aplicable a todas las épocas —
a lo menos, hasta que el reino de nuestro Padre venga. ¿Por qué, entonces, dicha oración no fue empleada formalmente por la
Iglesia apostólica? La respuesta está en lo que está ahora ante nosotros. Nuestro Señor aquí, al final de Su curso terrenal,
informa a los discípulos que hasta ahora ellos no habían pedido nada en Su nombre. No hay duda alguna que ellos habían estado
usando la oración del Señor por algún tiempo; sin embargo, ellos no habían pedido nada en Su nombre. En aquel día ellos iban
a pedir al Padre en Su nombre. Lo que yo deduzco de esto es que aquellos que habían usado incluso la oración del Señor, tal
como los discípulos habían hecho hasta este momento, no conocían lo que era pedir al Padre en el nombre del Señor. Ellos continuaban
aún a una distancia comparativa de su Padre; pero este no es el estado Cristiano. Por estado Cristiano yo me refiero a aquel
en que el hombre es consciente de su cercanía a su Dios y Padre, y puede acercarse en virtud del Espíritu Santo dado. Por
el contrario, oraciones que suponen a una persona que es objeto del disgusto divino, ansiosa, y dudosa, sea o no sea salva
— una experiencia semejante supone que uno es incapaz de hablar al Padre en el nombre de Cristo. Ello es hablar como
estando aun enlazado y atado con la cadena de sus pecados, en lugar estar erguido en una conocida reconciliación, y con el
Espíritu de adopción, acercándose al Padre en el nombre de Cristo. ¿Quién puede negarlo honestamente, o a lo menos inteligentemente?
De este modo, independientemente de la bendición a través del ministerio del Señor, hubo ciertamente un avance prefigurado
aquí, fundamentado en la redención, la resurrección, y el Espíritu dado. ¿Por qué deberían los hombres limitar sus pensamientos,
tanto como para ignorar esa bendición incomparable a la cual incluso en este Evangelio Cristo estaba señalando siempre, como
fruto de Su muerte y de la presencia del Consolador el cual introduciría "aquel día."? Fue imposible proporcionar una oración
que pudiese reconciliar las necesidades de almas antes y después de la obra de la cruz, y el nuevo lugar resultante de ella.
Y, de hecho, el Señor ha hecho lo contrario; dado que Él dio a los discípulos una oración acerca de principios de verdad eterna,
pero no anticipando eso que Su muerte y resurrección sacaron a la vista. De estos
nuevos privilegios el Espíritu Santo enviado iba a ser el poder. Estén seguros que este no es ningún asunto secundario, y
que las opiniones tradicionales menosprecian involuntariamente la eficacia y el valor infinitos de lo que Cristo ha obrado,
cuyo resultado el Espíritu Santo fue enviado a aplicar a nuestras almas. Y el don de esa persona divina a morar en nosotros,
¿también esto es una cosa secundaria? ¿O acaso no hay un cambio radical que acompaña la obra de Cristo cuando ha sido consumada
y conocida? Si, de hecho, todo es secundario a la provisión de la necesidad del hombre, si el despliegue de la gloria y los
modos de obrar de Dios en Cristo son comparativamente nada, yo comprendo tanto como aborrezco un principio tan vil e incrédulo.
Me parece que el
propio Señor Jesús muestra claramente la cosa nueva en el más alto valor, lo cual ningunos razonamientos generales de los
hombres debiesen debilitar en lo más mínimo. Aceptemos entonces, en la autoridad de Aquel que no nos puede engañar, ese cambio
inmenso, confiados en que nuestros hermanos que no logran ver de qué manera la asociación plena con la eficacia de Su obra
y la aceptación de Su persona, hecha realidad en la presencia del Espíritu, explica la diferencia entre orar antes y orar
después, no ponen ningún menosprecio intencional sobre Sus palabras en este capítulo, o sobre Su obra de expiación. Pero yo
ruego a ellos que consideren si acaso no están permitiendo costumbres y prejuicios que los ciegan a lo que me parece que es
el pensamiento de Cristo en este serio asunto.
Al final de Juan
16: 25 al 33, el Señor expresa con perfecta claridad, tanto la posición venidera de ellos en Su nombre y como objetos inmediatos
del afecto del Padre, como Su propio lugar como viniendo del Padre y yendo al Padre, sobre toda promesa y toda dispensación
(administración). Los discípulos pensaron que ellos lo veían claramente; pero estaban equivocados: sus palabras no se elevan
más alto de — "creemos que has salido de Dios." (Juan 16:30). Acto seguido,
el Maestro les advierte acerca de esa hora, que ya había venido incluso en aquel entonces en espíritu, cuando Su rechazo demostraría
la dispersión de ellos — abandonado, y aun así, no solo, "porque el Padre está conmigo." (Juan 16:32). Él habló para
que ellos tuviesen paz en Él, dado que en el mundo tendrían aflicción. "Confiad, yo he vencido al mundo." (Juan 16:33). El
mundo era enemigo del Padre y de ellos, pero un enemigo vencido por Él.
Capítulo
17
Acerca de Juan 17 yo debo ser breve, aunque sus tesoros bien podrían invitar a uno a dedicar un amplio espacio a ellos.
Unas pocas palabras, sin embargo, pueden quizás presentar el esquema general. El Señor, levantando Sus ojos al cielo, no habla
ya a los discípulos, sino que se dirige a Su Padre. Él especifica un terreno doble delante de Él: uno, la gloria de Su persona;
el otro, el cumplimiento de Su obra. Él procura por parte de Su Padre para Sus discípulos un lugar de bendición en asociación
con Él adecuado tanto a Su persona como a Su obra. Obsérvese que desde Juan 17:6, Él discurre acerca de la relación de los
discípulos con Su Padre, habiendo manifestado el nombre del Padre a los que eran del Padre, y habiéndoles dado las palabras
que el Padre Le dio, habiendo hablado como Él hacía ahora para que ellos pudiesen tener Su gozo cumplido en ellos. Desde Juan
17:14 Él discurre acerca de dicha relación con el mundo, no siendo ellos de él, y completamente santificados de él, mientras
son enviados al mundo al igual que Él. Y observen que Él les ha dado la palabra del Padre (λόγος, logos) para testimonio de ellos (tal como
antes Sus palabras, rhmata)
pero los santifica, no sólo por medio de esto, lo cual los guardaba del mal del mundo, sino por medio de Él mismo, separado
siempre del pecado, pero hecho ahora más sublime que los cielos (Hebreos 7:26), como para llenarles con un objetivo allí que
podía comprometer y expandir y purificar sus afectos. Desde Juan 17:20 Él extiende Su lugar de privilegio y responsabilidad
a aquellos que habrían de creer en Él por la palabra de los apóstoles, la unidad moral de Juan 17:11 siendo ahora ampliada
a unidad de testimonio, para que el mundo pudiese creer que el Padre envió al Hijo; y llevado adelante, incluso hasta la exhibición
de gloria — "Yo en ellos, y tú en mí" (Juan 17:23) cuando ellos serán perfeccionados en uno, y el mundo conocerá (no
dice que 'creerá' en aquel entonces) que el Padre envió al Hijo, y los amó como Él Le amó. (Compárese con 2ª. Tesalonicenses
1:10).
Por último, desde
Juan 17:24 hasta el final del capítulo, nosotros tenemos, si es posible, cosas más profundas que aun estas; y el Señor expresa
aquí el deseo de Su corazón; dado que ya no es más, como antes, en la forma de una petición (ἐρωτάω) (como en Juan 17:15) sino, "Padre,
. . . quiero (θέλω)." Esta palabra indica u nuevo carácter de súplica: "Quiero [deseo] que donde yo estoy,
también ellos estén conmigo." (Juan 17:24). La sección más anterior del capítulo estableció Su persona y Su obra como el terreno
sobre el cual Él es glorificado en lo alto, según el derecho de lo uno, y en cumplimiento de lo otro. Juan 17:24, por así
decirlo, se ocupa de esa posición de gloria con el Padre antes de que el mundo existiese, a la que Cristo ha ido, con la expresión
de Su corazón de deseo de que ellos deban estar con Él donde Él está, para que puedan ver Su gloria, la cual el Padre Le dio,
"porque me has amado desde antes de la fundación del mundo." (Juan 17:24). Por tanto, si la porción central nos presentó a
los discípulos en la tierra en relación con el Padre por una parte, y en total separación del mundo por la otra, con creyentes
subsiguientes llevados a ser uno, tanto en testimonio como en gloria en poco tiempo más delante del mundo, los versículos
finales se ocupan de Cristianos, por así decirlo, con el Padre en una gloria no terrenal, celestial, y Su deseo de que estén
con Él allí. Esto no se procura meramente para ellos, a saber, que estén completamente, hasta donde ello podía ser, en Su
propio lugar de relación con el Padre, y aparte del mundo, sino también para que ellos sean traídos a la intimidad de cercanía
con Él mismo delante del Padre. Entonces, en Juan 17:25, siendo completa la brecha entre el mundo y el Padre y el Hijo, Él
dice, "Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste." Existe siempre
esta oposición entre el Padre y el Hijo y el mundo, demostrada por Su presencia en el mundo. Pero los discípulos habían conocido
que el Padre envió al Hijo, así como el Padre conocía al Hijo. Él les había dado a conocer el nombre del Padre, y lo daría
a conocer aún más; "para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos." (Juan 17:26); trayendo este último
versículo, por así decirlo, el amor del Padre a estar en ellos, tal como el Hijo lo conocía, lo cual era la fuente secreta
de toda bendición y gloria, y el propio Cristo en ellos, cuya vida por el Espíritu era la única naturaleza capaz de disfrutarlo
todo. Ellos tendrían así un disfrute inmediato del Padre, y de Cristo, conforme al lugar de cercanía que ellos tenían como
asociados así con Él.
Juan
18
Acerca de los capítulos
finales de nuestro Evangelio yo no puedo hablar ahora en manera particular. Aun así, yo debo señalar, de paso, que incluso
en estas solemnes escenas finales, la gloria de la persona del Hijo es siempre la figura prominente. Por eso que nosotros
no tenemos mención alguna de Su agonía en el huerto, ni tampoco de Dios abandonándole en el madero. Mateo Le retrata como
el Mesías sufriente, según los Salmos y los profetas; Marcos, como el Siervo y Profeta de Dios rechazado; Lucas, como el perfecto
y obediente Hijo del Hombre, el cual no se arredró ante ninguna prueba tanto para el alma como para el cuerpo, sino que aun
en la cruz oró por Sus enemigos, llenando el corazón de un pobre pecador con la buena nueva de salvación, y encomendando Su
espíritu con inquebrantable confianza a Su Padre. El argumento es aquí el Hijo de Dios con el mundo, siendo los Judíos especialmente
Sus enemigos. Por eso que Juan nos dice (Juan 18) lo que ningún otro Evangelio
hace, que cuando la compañía vino a tomar a Jesús, guiados por uno que conocía muy bien el lugar donde Su corazón se había
derramado tan a menudo al Padre, ellos retrocedieron y cayeron a tierra de inmediato. ¿Suponen ustedes que a Mateo se le escapó
esto? ¿O que Marcos y Lucas nunca oyeron acerca de ello? ¿Es concebible que un hecho tan notorio — siendo el mundo mismo
los objetos del poder divino que los arrojó a tierra — pudo quedar oculto, u olvidado, de Sus amigos o de Sus enemigos?
O si incluso los hombres (por no hablar del poder del Espíritu) olvidarían una cosa semejante, ¿pensaron los demás que ello
era muy insignificante para que lo mencionaran? Todas estas suposiciones son absurdas. La explicación verdadera es que los
Evangelios están escritos con designio divino, y que aquí, tal como en todas partes, Juan registra un hecho que se conforma
al objetivo del Espíritu en su Evangelio. ¿Venían estos hombres a arrestar a Jesús? Él iba a ser un prisionero, y a morir.
En un caso, tanto como en el otro, Él demostraría que no era por coacción del hombre, sino por Su propia voluntad y en obediencia
a la de Su Padre. Él fue un prisionero voluntario, y una victima voluntaria. Si ninguno podía tomar Su vida a menos que Él
la pusiera, del mismo modo ninguno podía tomarle prisionero a menos que Él mismo se entregase. Tampoco era sencillamente que
Él podía pedir a Su Padre doce legiones de ángeles, tal como Él dice en Mateo 26:53; pero, en Juan, ¿necesitaba Él ángeles? Ellos podían, y lo hacían, subir y descender sobre el Hijo del Hombre (véase Juan 1:51);
pero Él solamente tenía que hablar, y se hacía. Él es Dios.
En el momento que
Él dijo, "Yo soy" (Juan 18:5), sin levantar un dedo, o aun sin expresar de manera audible un deseo, ellos cayeron a tierra.
¿Podía esta escena ser presentada de manera adecuada por cualquier otro además de Juan? ¿Podía omitirla aquel que presenta
a su Maestro como el Hijo y el Verbo que era Dios?
Además, nosotros
tenemos la calmada reprensión de nuestro Señor a Pedro, el cual había cortado la oreja de Malco. Que solamente Lucas nos hable
acerca de la amable sanación del Señor (porque el poder de Jehová para sanar no estaba ausente) (Lucas 22:51); solamente Juan
añade, "la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?" (Juan 18:11). Él preserva Su dignidad personal y Su relación
consciente de principio a fin, pero además, en sumisión perfecta a Su Padre.
Juan
19
Luego sigue la
mención de la triste historia de Pedro con el otro discípulo que era conocido del sumo sacerdote. A continuación, nuestro
Señor está ante el sumo sacerdote, Caifás, como anteriormente ante su suegro Anás, y finalmente ante Pilato. Basta con decir
que el asunto con el que nos encontramos aquí, como siendo distinto de los otros Evangelios, es Su persona. No es que Él no
era Rey de los Judíos, sino que Su reino no es de este mundo, no es de aquí, y Él mismo nació y vino al mundo para dar testimonio
a la verdad. Aquí son los Judíos los que insisten que Él debiera morir conforme a la ley de ellos, porque se había hecho a
Sí mismo Hijo de Dios (Juan 19). Aquí, también, Él responde a Pilato después
de la flagelación y la burla, "Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te fuese dada de arriba; por tanto, el que a ti
me ha entregado, mayor pecado tiene." (Juan 19:11). Eran los Judíos, guiados por Judas, los que tenían este mayor pecado.
El Judío debiese haber sabido mejor que Pilato, y Judas mejor que el Judío. La gloria del Hijo era demasiado resplandeciente
para sus ojos. Hay después otra escena característica, la mezcla del más perfecto afecto humano con Su gloria divina —
Él confía Su madre al discípulo a quien Él amaba (Juan 19: 25 al 27).
El Evangelio que
muestra más que todos que Él es Dios, es meticuloso en demostrar que Él es hombre. El Verbo se hizo carne.
"Después de esto,
sabiendo Jesús que ya todo estaba consumado, dijo, para que la Escritura se cumpliese: Tengo sed." (Juan 19:28). Yo no conozco
una demostración más dulce y maravillosa de cuán completamente Él era divinamente superior a todas las circunstancias. Él
tenía ante Sí con perfecta claridad toda la verdad de Dios. Aquí estaba una Escritura que Él recuerda como no cumplida. Era
una palabra en el Salmo 69. Eso fue suficiente. "Tengo sed" (véase Salmo 69:21). ¡Qué absorción en la voluntad de Su Padre!
"Y estaba allí una vasija llena de vinagre; entonces ellos empaparon en vinagre una esponja, y poniéndola en un hisopo, se
la acercaron a la boca. Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo: Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el
espíritu." (Juan 19: 29 y 30). ¿Dónde podía estar una palabra tal como esta salvo en Juan? ¿Quién podía decir, "Consumado
es", excepto Jesús en Juan? Tanto Mateo como Marcos presentan a nuestro Señor diciendo, "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Mateo 27:46; Marcos 15:34). Esto no podía ser en Juan. Lucas nos
presenta, "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lucas 23:46), porque allí el hombre perfecto no abandona nunca Su
perfecta confianza en Dios. Dios debía, en el juicio de nuestros pecados, abandonarle, pero Él nunca abandonaría a Dios. La
expiación no habría sido lo que es a menos que Dios Le hubiese abandonado así. Pero en Lucas se trata de la señal de absoluta
confianza en Su Padre, y no del abandono de Dios. En Juan Él dice, "Consumado es", porque Él es el Hijo, por medio del cual
el universo fue hecho (Hebreos 1:2). Pero, ¿quién sino Él podía decirlo? ¿Quién sino Juan podía mencionar que Él entregó (paredwken) Su espíritu? En todo punto de diferencia la demostración más plena de gloria y sabiduría divinas
aparecen en este Evangelio. A Él se Le dio muerte, sin duda, pero al mismo tiempo, se trató de Su propia voluntad; ¿y quién
podía tener esto acerca de la muerte misma sino una persona divina? En un mero hombre ello sería pecado; en Él fue perfección.
Luego vienen los soldados, rompiendo las piernas de los otros crucificados con Él; pero, encontrando a Jesús ya muerto, uno
de ellos le abre Su costado, "y al instante salió sangre y agua. Y el que lo vio da testimonio." (Juan 19: 34 y 35).
Se cumple así una
Escritura doble. El apóstol Juan no cita muchas Escrituras, pero cuando lo hace, la persona del Hijo es el gran asunto. De
acuerdo con eso, este fue ahora el caso; porque ni un hueso iba a ser quebrado. Ello fue cierto. Sin embargo, Él iba a ser
traspasado. Él fue destacado de los demás, incluso mientras estaba muerto entre los ladrones moribundos. Él tiene incluso
aquí, un lugar que Le pertenecía a Él solo.
José se encarga
del cuerpo también; y Nicodemo, el que antes había venido de noche está aquí de día, honrado por asociación con Jesús crucificado,
de quien él se había avergonzado una vez, a pesar de los milagros que Él estaba haciendo.
Juan
20
En Juan 20 está la resurrección, y esta, en una luz notable. Ninguna circunstancia externa está aquí como en Mateo,
no hay soldados temblorosos, ninguna caminata con los discípulos, sino como siempre la persona del Hijo de Dios, aunque los
discípulos demostraron cuán poco penetraron ellos en la verdad. Pedro "vio" y, creyó. "Porque aún no habían entendido la Escritura,
que era necesario que él resucitase de los muertos." (Juan 20: 8 y 9). Se trató de evidencia; y no hay ningún valor moral
en la aceptación basada en la evidencia. Creer la Palabra de Dios tiene valor moral, porque ella da crédito a Dios por la
verdad. Un hombre se entrega a confiar en Dios. Creer las Escrituras tiene, por tanto, completamente otro carácter de un juicio
formado a partir de un hecho. María Magdalena, con tan poca comprensión de las Escrituras como la de ellos, estuvo fuera del
sepulcro llorando, cuando ellos fueron a sus casas. Jesús se encuentra con ella en su dolor, seca sus lágrimas, y la envía
a los discípulos con un mensaje acerca de Su resurrección. Pero Él no le permite que Le toque. En Mateo las otras mujeres
incluso se asieron a Sus pies. ¿Por qué? La razón parece ser que en el más temprano de los Evangelios se trata de la señal
de una presencia corporal para los Judíos en el día postrero; dado que, independientemente de cuáles sean ahora las consecuencias
de la incredulidad Judía, Dios es fiel. El Evangelio de Juan no tiene aquí ningún propósito de mostrar las promesas de Dios
para la circuncisión; sino, por el contrario, aparta diligentemente a los discípulos de los pensamientos Judíos. María Magdalena
es una muestra o tipo de esto. El corazón debe ser desapegado de Su presencia corporal. "No me toques, porque aún no he subido
a mi Padre." (Juan 20:17). El Cristiano reconoce a Cristo en el cielo. Tal como el apóstol dice, "aun si a Cristo conocimos
según la carne, ya no lo conocemos así." (2ª. Corintios 5:16). La cruz, como sabemos, finaliza toda conexión incluso con Él
en este mundo. Es el mismo Cristo manifestado en vida aquí en la tierra. Juan nos muestra en María Magdalena contrastada con
las otras mujeres de Galilea, la diferencia entre el Cristiano y el Judío. No se trata de la presencia exterior corporal en
la tierra, sino de una cercanía mayor, aunque Él ha ascendido al cielo, debido al poder del Espíritu Santo. "Mas vé a mis
hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios." (Juan 20:17). Él nunca antes se había colocado
a Sí mismo y a Sus discípulos tan juntos.
La escena siguiente
(Juan 20: 19 al 23) muestra los discípulos reunidos. No es un mensaje de manera individual, sino que ellos están reunidos
en el mismo primer día en la noche, y a pesar de que las puertas estaban cerradas, Jesús se pone en medio de ellos, y les
mostró las manos y el costado. "Entonces Jesús les dijo otra vez: Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os
envío. Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos;
y a quienes se los retuviereis, les son retenidos." (Juan 20: 21 al 23). Ello es un retrato de la asamblea que estaba a punto
de ser formada en Pentecostés; y esta es la función de la asamblea. Ellos tienen autoridad de Dios para retener o remitir
pecados — no se trata, en absoluto, de una cuestión de perdón eterno, sino de hacerlo administrativamente o en disciplina.
Por ejemplo, cuando un alma es recibida viniendo del mundo, ¿qué es esto sino remitir pecados? Además la Iglesia, al restaurar
un alma puesta afuera, coloca su sello, por así decirlo, a la verdad de lo que Dios ha hecho, actúa según ello, y remite así
el pecado. Por otra parte, suponiendo que a una persona se le rehúsa la comunión, o es puesta fuera de la misma después de
ser recibida, hay una retención de pecados. No existe ninguna dificultad real, si los hombres no pervirtiesen la Escritura
y la convirtieran en un medio de exaltación propia, o de desechar la verdad, por otra parte, rebelándose ante el espantoso
mal uso conocido en el Catolicismo Romano. Pero los Protestantes no han logrado proseguir de manera consciente en la posesión
de un privilegio tan grande, fundamentado en la presencia del Espíritu Santo.
Ocho días después
nosotros tenemos otra escena (Juan 20: 24 al 29). Uno de los discípulos, Tomás, no había estado con los demás cuando Jesús
había aparecido así. Claramente hay una enseñanza especial en esto. Habían transcurrido siete días antes de que Tomás estuviese
con los discípulos, cuando el Señor Jesucristo enfrenta su incredulidad declarando más bienaventurados a los que no vieron,
y sin embargo creyeron. ¿De qué es esto el símbolo? ¿De la fe Cristiana? Exactamente lo contrario. La fe Cristiana es esencialmente
creer en Aquel que no hemos visto: creyendo, "por fe andamos, no por vista." (2ª. Corintios 5:7). Pero el día viene cuando
habrá el conocimiento y la visión de gloria en la tierra. Por lo que el milenio será diferente de lo que hay ahora. Yo no
niego que habrá fe, así como se requirió fe cuando el Mesías estuvo en la tierra. En aquel entonces la fe vio debajo del velo
de carne esta gloria más profunda. Pero, evidentemente, el Cristianismo genuino es después que la redención fue llevada a
cabo, y después que Cristo toma Su lugar en lo alto, y el Espíritu Santo es enviado, cuando no hay nada más que fe. Tomás,
entonces, representa la mente lenta del Israel incrédulo, viendo al Señor después que el actual ciclo de tiempo ha terminado
completamente. Lo que hace que ello sea más notable es el contraste con María Magdalena en los versículos anteriores, la cual
es el tipo del Cristiano sacado fuera del Judaísmo, y no admitido ya más al contacto Judío con el Mesías, sino que testifica
de Él en ascensión.
Presten atención,
asimismo, a la confesión de Tomás; ni una palabra acerca de "mi Padre y a vuestro Padre", sino, "¡Señor mío, y Dios mío! (Juan
20:28). Los Judíos reconocerán a Jesús justamente así. Ellos mirarán a Él, a quien traspasaron y reconocerán que Jesús de
Nazaret es su Señor y Su Dios. (Véase Zacarías 12). No se trata de asociación con Cristo, y de Él no avergonzado de llamarnos
hermanos, conforme a la posición que ha asumido como hombre delante de Su Dios y Padre y nuestro Dios y Padre, sino del reconocimiento
que a Tomás le es impuesto por las marcas de la cruz, lo cual induce la confesión de la gloria divina y el Señorío de Cristo.
Juan
21
En Juan 21, la escena añadida es la pesca. Después de una noche de fracaso, una vasta multitud de peces es recogida
en la red, sin romperla o arriesgar las barcas (Lucas 5), o la necesidad de juntar lo bueno en cestas y de echar fuera lo
malo (Mateo 13). Yo concibo que esto es una recolección de los Gentiles. El mar es usado continuamente en contraste con la
tierra en las Escrituras proféticas. Por lo tanto, si lo último que mencioné era la escena Judía cuando el estado de la Iglesia
finalizara (Mateo 13: 47 al 50), esta es la figura de los Gentiles en el gran día del jubileo de la tierra, el siglo (la era)
venidera, en contraste con este siglo. Desde Juan 21:15 hasta el final es el profundo trato personal de nuestro Señor con
Pedro; también el lugar de Juan. Al igual que yo no tengo duda alguna de que hay un significado a manera de tipo en aquello
a lo cual hemos dado recién una mirada, del mismo modo me parece también con respecto a esto. El ministerio intermedio de
Pablo no es mencionado aquí, obviamente, dado que él fue el testigo de Cristo glorificado en el cielo — Cabeza de la
Iglesia que es Su cuerpo, en la cual no hay ni Judío ni Gentil. A Pedro, el Señor, restaurando completamente su alma después
de probarle profundamente, confía sus ovejas y corderos (Su grey Judía, como sabemos de otra parte). Llega un rápido final,
aunque para la gloria de Dios. Pero si el testimonio celestial pleno es dejado para su propio lugar debido en el completamiento
de la Palabra de Dios por parte de Pablo — a saber, ese misterio oculto, Juan es visto testificando, en cuanto a principio,
hasta el fin. (Comparen Juan 21: 22 y 23 con el Apocalipsis). Sin embargo, yo no me explayo aquí, sino más bien me disculpo
por el tiempo que he ocupado en repasar una extensión tan grande de la Palabra de Dios. Yo oro al Señor para que incluso estas
sugerencias puedan ser bendecidas por Dios despertando un deseo nuevo de estudiar, y sopesar, y orar acerca de estos preciosos
Evangelios. Ciertamente será ahora una dulce recompensa, si Dios se digna mediante ellas otorgar que algunos de Sus hijos
se acerquen a Su palabra con más reverencia y una confianza más pueril en toda palabra que Él ha escrito. Que Él pueda conceder
esto por medio de nuestro Señor.
William Kelly
Traducido del Inglés por: B.R.C.O. –
Noviembre 2015/Marzo 2016.-
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