COMENTARIOS DE LOS LIBROS DE LA SANTA BIBLIA (Antiguo y Nuevo Testamento)

BREVE EXPOSICIÓN DE LA EPÍSTOLA DE SANTIAGO (J.N.Darby)

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Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y  han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales como:

 

LBLA = La Biblia de las Américas, Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation, Usada con permiso

RVA = Versión Reina-Valera 1909 Actualizada en 1989 (Publicada por Editorial Mundo Hispano; conocida también como Santa Biblia "Vida Abundante")

VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H.B.Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 PERROY, Suiza)

BREVE EXPOSICIÓN DE LA EPÍSTOLA DE SANTIAGO

 

 

INTRODUCCIÓN

 

         La Epístola de Santiago (o Jacobo), no es una epístola en que son desarrolladas las doctrinas de la gracia, aunque la gracia soberana es reconocida claramente; capítulo 1:18. Estas doctrinas se nos presentan bajo la forma de la obra de Dios en nosotros, no bajo la forma de redención por medio de la sangre preciosa de Cristo, la cual es Su obra por nosotros. Es una epístola práctica -el cinto santo para nuestros lomos, para que la vida práctica externa se corresponda con la vida divina interna del Cristiano, y que la voluntad de Dios sea para nosotros una ley de libertad.

 

         En esta epístola no se habla de la redención, tampoco de la fe, como medios de participación en el fruto de esta redención cumplida. Pero, puesto que muchos ya habían hecho profesión del nombre de Cristo, el escritor desea que la realidad de esta profesión sea manifestada por obras, el único testimonio a otros de que la verdadera fe está obrando en el corazón; porque la fe obra por el amor; Gálatas 5:6. Santiago especifica el verdadero carácter de esta nueva creación, y la manera en que se manifiesta en la vida práctica, para que otros puedan verla.

 

         Santiago permaneció en Jerusalén para cuidar la grey que se encontraba allí -más específicamente la porción Judía de la iglesia. Nosotros lo encontramos en la historia del evangelio, pero siempre como presidiendo la grey Judía, y eso, antes de que se hubiera diferenciado de la nación Judía.

En la Epístola a los Hebreos, el Espíritu de Dios los exhorta a salir fuera del campamento, es decir, separarse de los Judíos incrédulos; Hebreos 13. Hasta ese momento ellos habían permanecido juntos, y los Cristianos ofrecían sacrificios según la ley.

Había también muchos sacerdotes que obedecían a la fe (Hechos 6:7) -algo increíble para nosotros, pero el hecho está claramente demostrado por la Palabra. Es más, todos ellos todavía tenían celo por la ley.

 

         Tracemos la historia de Santiago tal como la encontramos en los Hechos. Pero primero lo tenemos especialmente mencionado en Gálatas 1:19, como habiendo sido visto por Pablo que, en ese momento, con la excepción de Pedro, no había visto a los otros apóstoles. Después lo encontramos en Hechos 15 presidiendo, si podemos decirlo así, en la asamblea de los apóstoles y ancianos, para decidir si los Gentiles debían sujetarse a la ley de Moisés. Su decisión es final, aunque Pedro y Pablo así como los otros apóstoles estaban presentes, con la excepción de Santiago, el hermano de Juan a quien Herodes había matado (Hechos 12:2).

 

         Los decretos ordenados por los apóstoles y ancianos, eran un testimonio desde la asamblea Judía. Dios no había permitido a Pablo y a Bernabé decidir el asunto en Antioquía: una decisión tal no habría acabado la controversia; habría producido dos asambleas. Pero en el momento que los Cristianos Judíos y la iglesia en Jerusalén permitieron libertad a los Gentiles, ninguno podía oponerse a su liberación de la ley.

         No fue un punto determinado por los apóstoles en virtud de su autoridad apostólica, aunque esa autoridad confirmó el decreto. Ellos discutieron mucho en la asamblea. La decisión es enviada después en nombre de los apóstoles, los ancianos, y la asamblea entera. El Judaísmo había otorgado a los Gentiles libertad del yugo judío.

Nuevamente encontramos a Santiago aquí. Él finalizó la discusión diciendo, "Por lo cual, yo juzgo que no inquietemos a los que de entre los gentiles se han convertido a Dios." (Hechos 15:19 - Versión Moderna).

 

         No es seguro que él fuese un apóstol. Probablemente no lo fue. Él estaba a la cabeza de la asamblea Judía en Jerusalén. Por esta razón, cuando el ángel del Señor hubo sacado a Pedro de la prisión, poniéndolo en libertad, este dice, "Haced saber esto a Jacobo y a los hermanos" (Hechos 12:17).

         De nuevo, en Antioquía, "antes que viniesen algunos de parte de Santiago, comía con los Gentiles: mas cuando hubieron venido, retiróse, y separóse de ellos" (Gálatas 2:12 - Versión Moderna).

         Vemos de qué forma Santiago es relacionado en la mente de los Cristianos con el sentimiento Judío que todavía mantenía influencia en los corazones de los Cristianos Judíos, sobre todo en Jerusalén, incluso en la mente de Pedro, aunque este último era un apóstol.

 

         Nuevamente, cuando Pablo subió a Jerusalén por última vez, está escrito: "Pablo entró con nosotros a ver a Santiago; y todos los ancianos estaban presentes" (Hechos 21:18 - Versión Moderna). Evidentemente Santiago estaba a la cabeza de la asamblea en Jerusalén, y expresaba en su propia persona la fuerza de aquel principio del Judaísmo, que todavía reinaba en la asamblea en Jerusalén, situación que Dios soportaba en Su paciencia.

         Ellos creyeron en Jesús, partieron el pan en casa, pero todos tenían celo por la ley.

         Ofrecían sacrificios en el templo, e incluso persuadieron a Pablo para hacer lo mismo (Hechos 21), y no estaban separados de la nación en ningún aspecto. Todo esto se prohíbe en la Epístola a los Hebreos, pero se practicó hasta los últimos días del Judaísmo.

 

         Este principio reaparece en la Epístola de Santiago -una verdadera presentación del estado de los Cristianos Judíos, siendo el propio Santiago, en su propia persona, su representante y personificación. Mientras Dios soportara el sistema, el Espíritu de Dios podía obrar en él.

         Sabemos, por la historia profana, que Santiago fue muerto por los Judíos entre quienes él llevó el nombre de "el justo"; y Josefo, el historiador judío nos dice que, por este crimen, Jerusalén fue destruida.

         Después de la destrucción de Jerusalén el sistema desapareció.

         Estamos en condiciones de creer que los verdaderos Cristianos actuaron conforme al testimonio entregado en la Epístola a los Hebreos. De cualquier forma, permanecieron allí solamente una o dos pequeñas sectas heréticas, las que se sostuvieron formalmente al Judaísmo, y ellas también desaparecieron pronto. Se les denominaba como los Nazarenos y los Ebionitas. Pero nosotros no necesitamos ocuparnos con estas cosas.

 

         La posición de Santiago, y el estado de la asamblea en Jerusalén (es decir, de los Cristianos que estaban exteriormente unidos con los Judíos incrédulos, aunque pudiesen partir el pan y adorar separadamente), hace más fácil entender esta epístola. No es cuestión de su inspiración divina, sino de su carácter.

         Dios en Su bondad nos ha dado todas las formas con que la Cristiandad se ha vestido, y, entre otras, esta primera forma Judía, cuando los Cristianos todavía no se habían separado de la nación.

 

         Por consiguiente, no encontramos aquí los misterios de los consejos de Dios, como en los escritos de Pablo; ni la redención, tal como es presentada en sus escritos, y en los de Pedro; ni la vida divina del Hijo de Dios, en Él y luego en nosotros, como la encontramos descrita en los escritos del apóstol Juan; sino que su tema es la vida práctica de los pobres del rebaño que todavía frecuentaban la sinagoga, y las denuncias contra los incrédulos ricos que oprimían a los pobres, y blasfemaban el nombre del Señor.

 

CAPÍTULO 1

 

         La epístola está dirigida a las doce tribus. Aún no se contempla a la nación como finalmente rechazaba por Dios.

 

         Santiago escribe a la dispersión, es decir, a los Israelitas dispersos por todas partes en medio de los Gentiles. La fe reconocía a la nación entera, como hizo Elías en 1a. Reyes 18:31, y como hizo Pablo en Hechos 26:7. La fe la reconocía, hasta que el juicio de Dios fue cumplido.

         Para entender los consejos, los propósitos de Dios, Su iglesia, la gloria de Cristo, y nuestro lugar ahora en Cristo, y de ahora en adelante con Él, debemos leer los escritos de Pablo.

 

         Aquí se muestra la paciencia de Dios para con Su pueblo antiguo, aunque Santiago les advierte que el Juez está a las puertas (Santiago 5:9).

        

         Él distingue cuidadosamente a los creyentes (capítulo 2:1), aunque no aún separados del pueblo. Sus privilegios no se encuentran en esta epístola; ellos no podían disfrutarlos en compañía de los Judíos incrédulos; pero él podía señalarles -aun en medio de tales- la diferencia de la vida Cristiana, y esto es de lo que Santiago habla.

 

         Él no se llama a sí mismo un apóstol; aunque lo era en forma práctica -no como un anciano ordenado, sino por su influencia personal, a la cabeza de esos Cristianos que no estaban separados del Judaísmo. Él siempre piensa en los Cristianos, y del camino que llegó a ser el de ellos en medio de la nación. Pedro, quien escribió a una parte de la dispersión Judía, no habla de los Judíos, sino que llama "nación" a los creyentes, y se dirige a ellos como si estuviesen en medio de los Gentiles (1a. Pedro 2: 9-12); pero el camino Cristiano es descrito por Santiago en condiciones que raramente van más allá de lo que debía ser encontrado en un hombre de fe bajo el antiguo pacto.

 

         Vemos que él tiene a los Cristianos en su mente, pero a Cristianos que están en el peldaño más bajo de la escalera que llega al cielo.

         Con todo, puesto que, de hecho, nosotros estamos en la tierra, esta epístola es muy útil, al señalar el camino y el espíritu que llegan a ser nuestros, no obstante lo grande que nuestros privilegios celestiales puedan ser.

         Aunque la luz de nuestros corazones está allá arriba, un farol para nuestros pies no debe ser despreciado, y es tanto más valioso, porque estamos en medio de una  profesión Cristiana -de personas que dicen que son creyentes. La epístola pone la verdad de esta profesión a prueba.

         Cualquiera que pueda haber sido la relación de los creyentes con el pueblo, el escritor de nuestra epístola supone que hay fe en aquellos a quienes es dirigida -una fe que quizás se podría haber encontrado en forma práctica en un Judío antes de que creyera en Jesús- por consiguiente, con la añadidura de esta creencia, una fe verdadera que había sido producida por la Palabra de Dios en el corazón. Como el propio Pablo, descendiendo de la altura de las revelaciones que Dios le concedió, reconoce la fe de Loida y Eunice, y asemeja la fe de Timoteo a la de estas mujeres.

 

         Examinemos ahora la epístola misma.

 

         En su mismo comienzo vemos que las tentaciones, las pruebas de la fe, son la disciplina de Dios en favor del creyente; capítulo 1: 2-12.

 

         En cuanto a posición, ellos estaban asociados con el pueblo; el estado de cosas que el escritor tiene ante su mente es una profesión de fe y del conocimiento del Señor Jesucristo. Veremos que él se dirige a otros con quienes ellos fueron encontrados relacionados, y advierte a los creyentes contra el espíritu en el cual aquellos caminaban.

 

         Los Cristianos Judíos fueron probados y perseguidos. Pedro también habla de esto en su epístola, animándoles a sufrir con paciencia. Santiago los exhorta, así como Pablo también lo había hecho en la epístola a los Romanos capítulo 5, a estimar la persecución con sumo gozo, y por la misma razón que Pablo había dado.

         La prueba de la fe produce paciencia; la voluntad del hombre es quebrantada; él tiene que esperar en la operación de Dios; siente su dependencia de Dios, y que vive en una escena dónde Dios solo puede producir el resultado deseado, superando y deteniendo el poder de Satanás.

         A menudo podemos desear, cuando estamos ocupado de lo bueno, que el trabajo fuese más rápido, que las dificultades desapareciesen, y que pudiésemos ser librados de la persecución; pero la voluntad de Dios -no la nuestra- es buena y sabia: las obras que son hechas en la tierra, Él mismo las hace. La paciencia es el fruto perfecto de la  obediencia.

 

         Vean lo que se dice en Colosenses 1:11: "Fortalecidos con toda fortaleza, conforme a su glorioso poder," -¡qué poderosos hechos deberían producir una fortaleza tal!- "para toda paciencia y longanimidad, con regocijo." (Versión Moderna).

         Para que seamos capaces de soportar todo sin murmurar e incluso con regocijo, se necesita toda fortaleza, conforme a Su glorioso poder, puesto que todo viene de la mano de Dios. Es Su voluntad - no la nuestra- la que sustenta al corazón.

         Cuando Pablo, en 2a. Corintios 12:12, nos da las señales de un apóstol, la primera es la paciencia con toda longanimidad. (Ver también Colosenses 1:11).

         Pablo nos da también la clave de esta aparente contradicción: "Nos gloriamos en esperanza de la gloria de Dios. Y no solamente así, sino que nos gloriamos también en nuestras tribulaciones; sabiendo que la tribulación obra paciencia; y la paciencia, prueba de fe; y la prueba de fe, esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones, por medio del Espíritu Santo, que nos ha sido dado." (Romanos 5: 2-5 - Versión Moderna).

 

         Cuando el amor de Dios es conocido, y la voluntad quebrantada, hay confianza en Dios.          Sabemos que todo viene de Él, y que Él hace que todas las cosas cooperen juntas para nuestra mayor bendición. Así, la prueba de nuestra fe produce paciencia. Pero la paciencia debe tener su obra completa: de lo contrario, la voluntad revive, y también revive la confianza en el 'yo', en lugar de tenerla en Dios. Nosotros actuamos sin Dios, y separadamente de Su voluntad, no esperamos en Él, o en cualquier caso la impaciencia y la carne se muestran en nosotros.

         Job estuvo sujeto durante mucho tiempo, pero la paciencia no tuvo su obra completa.

         Saúl esperó mucho tiempo a Samuel, pero no pudo esperar tranquilamente hasta que Samuel vino, y él perdió el reino. Él no esperó en el Señor, consciente de que él no podía hacer nada de su propia voluntad, y separado de Dios: la paciencia no tuvo su obra completa.

 

         Luego, la aflicción, el trato de Dios que obra para nosotros exteriormente, e interiormente también, por Su gracia, pone a prueba la paciencia; y cuando esta obra se cumple y estamos totalmente sujetos a Dios, no deseando nada aparte de Su voluntad, nosotros somos perfectos y cabales, sin que nos falte cosa alguna.

         No es que no tenemos nada que aprender en cuanto al conocimiento de Su voluntad; encontramos lo contrario en el versículo 5 que sigue; pero el estado de alma es completo, en cuanto a la voluntad, en cuanto a nuestras relaciones con Dios; y Él puede revelarnos Su voluntad, porque es lo único que nosotros deseamos. Vean 1a. Pedro 1: 6, 7.

 

         La paciencia tuvo su obra completa en el Señor. Él sentía profundamente la aflicción por la que atravesó en este mundo, y la sentía más de lo que la sentimos nosotros.

 

         Él pudo llorar sobre Jerusalén, y al ver el poder de la muerte sobre los corazones de los hombres.

         El rechazo de Su amor fue una fuente perpetua de pesar para Él.

         Él reconvino a las ciudades en que fueron hechas la mayoría de Sus obras poderosas, pero Él es perfecto en Su paciencia, y en esa hora dijo, "¡Gracias te doy, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños!" (Mateo 11 - Versión Moderna). Él da gracias en el mismo momento en que reconviene.          Vemos lo mismo en Juan 12. En ambos casos Su alma, estando perfectamente sujeta a la voluntad de Su Padre, se ensancha con gozo ante la perspectiva de todo aquello que es el resultado de la sumisión.

 

         Cristo nunca pudo carecer de sabiduría divina. Pero con respecto a nosotros, es muy posible que nos falte sabiduría, incluso cuando la voluntad está sujeta, y verdaderamente deseamos hacer la voluntad de Dios. Por consiguiente, la promesa está a continuación, "Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada."

         La ausencia de voluntad, la obediencia, y el espíritu de confiada dependencia que espera en Dios, caracteriza la nueva vida.

         En el mundo atravesamos por tribulación; pero esta vida se desarrolla en estas cualidades.

         Pero es necesario que esta confianza esté en ejercicio; de lo contrario, no podemos recibir nada.

         No honra a Dios el desconfiar de Él. Un hombre tal es un hombre de doble ánimo, como una onda del mar arrastrada por el viento. Él es inestable, porque su corazón no está en comunión con Dios; él no vive de forma que demuestre conocerle; una persona tal es, por supuesto, inestable.

         Si un creyente se mantiene en la presencia de Dios, cerca de Él, él Lo conoce, y entenderá Su voluntad; no tendrá una voluntad propia, y no deseará tener una voluntad propia; no sólo en el terreno de la obediencia, sino porque tiene más confianza en los pensamientos de Dios acerca de él, de la que él tiene en su propia voluntad.

 

         La fe en la bondad de Dios da el valor para buscar y hacer Su voluntad.

         Nosotros tenemos en el propio Cristo un perfecto y bello ejemplo de estos principios de la vida divina. Tentado por Satanás, Él carece de voluntad propia; esta no es incitada; pero Él muestra que el hombre vive de toda palabra que sale de la boca de Dios. Es la obediencia absoluta y perfecta.

         La voluntad de Dios no sólo es la regla sino el único motivo para la acción.

         Cuando el tentador desea que Él se eche abajo desde el templo, para ver si Dios iba a ser fiel a Sus promesas, Jesús no iba ser tentado de ninguna manera; Él no puede poner en duda Su fidelidad. Él espera calladamente el poder de Dios, siempre que la ocasión pueda presentarse para manifestarlo, en el camino de Su voluntad.

 

         Una fe y una confianza tal son, de hecho, una señal de que el alma está cerca de Dios, viviendo en intimidad y comunión con Él. Un hombre tal puede estar seguro que Dios lo oye. Esto es lo que forma el alma en las dificultades y pruebas de esta vida presente, de tal forma que pueda decirse, "Bienaventurado el varón que soporta la tentación." (Santiago 1:12).

 

         Los versículos 9 al 11 son parentéticos, constituyen un inciso.

         El nuevo hombre pertenece a la nueva creación; es su primicia, pero, no obstante, él se encuentra aquí abajo en un mundo cuya gloria pasa como la flor de la hierba.

         De esta forma, el hermano de humilde condición es exhortado a tener comunión con Cristo, y a compartir Su gloria. Por muy humilde que pueda ser, él llega a ser, incluso en este mundo, el compañero de todos los hermanos. "¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman?" (Santiago 2:5).

         El rico los reconoce como hermanos, y ellos se reúnen a la mesa del Señor, como poseedores de los mismos privilegios. Por otro lado, el rico, si es fiel, no puede caminar en grandeza mundana, en el orgullo y la vanidad de un mundo que ha rechazado al Señor. Él se hace a sí mismo -Dios lo ha hecho- hermano del pobre que ama al Señor. Ellos disfrutan juntos de la comunión del Espíritu, y comparten las cosas más preciosas e íntimas de la vida. Se gozan juntos; el pobre en su exaltación -Cristo no se avergüenza de llamarlos "hermanos" (Hebreos 2:11)- y el rico se gloría mucho más en ese título que en todos aquellos que le pertenecen en el mundo. Ese título, "hermanos", es despreciado en el mundo, y contado como nada; pero él sabe que la gloria de este mundo pasa como la flor de la hierba, y se regocija siendo compañero de aquellos a quienes el Señor de gloria reconoce como Suyos.

         El mundo pasará, y el espíritu del mundo ya abandonó el corazón del Cristiano espiritual. Aquel que toma el lugar más humilde será grande en el reino de Dios.

 

         Todo esto está muy alejado del espíritu de envidia y celos que quisiera derribar todo lo que está sobre él. No es egoísmo, sino el Espíritu de amor que desciende para caminar con los humildes, quienes no son pequeños a los ojos de Dios; como Cristo que, de hecho, tenía el derecho de reinar y ser el primero, pero que descendió para estar con nosotros, y se hizo un siervo en medio de Sus discípulos. Para nosotros, la gloria de este mundo es sólo vanidad y engaño. Al amor le gusta servir; al egoísmo, ser servido.

 

         El apóstol vuelve al carácter del nuevo hombre para quien la vida aquí abajo es una prueba. Él es bienaventurado cuando pasa por tentaciones, y las soporta con paciencia. Éste es el estado normal del Cristiano; 1a Pedro 4:12. El desierto es su senda, su llamamiento es a tener paciencia aquí y gloría después. Probado aquí, él permanece, por medio de la gracia, fiel e impasible en la tentación y la prueba, y después heredará la corona de vida que Dios ha prometido a los que le aman. La vida que no tiene ninguna prueba no es vida, pero aquel que es probado es bienaventurado. La vida no está aquí abajo, aunque, en efecto, la vida aquí abajo es atravesar un desierto. Nosotros estamos en camino, no en el reposo; aún no es la vida en el reposo y la gloria de Cristo.

 

         Para desarrollar esta vida, hay que poner los afectos en la corona prometida y en las bendiciones. Cuando tenemos la vida de Cristo, necesitamos ser ejercitados para que el corazón pueda despegarse de las cosas que están a su alrededor, cosas que llaman constantemente la atención de la carne, y que la voluntad puede no ceder.

         Resistiendo los atractivos de la vanidad, el corazón debe guardarse habitualmente por medio de la gracia en el camino de santidad, y en el goce de las cosas celestiales en comunión con Dios.

         Ahora, las pruebas soportadas con paciencia ayudan grandemente a obtener este resultado. Un corazón alejado de la vanidad es una inmensa ganancia para el alma. Si para el corazón el mundo está seco y árido, este se vuelve más prontamente a la fuente de aguas vivas.

 

         Hay, no obstante, un segundo significado de la palabra "tentación".

         Aunque a menudo significa una prueba producida por circunstancias exteriores, también es empleada para otra clase de prueba -aquella que viene desde el interior, la tentación a causa de la concupiscencia, que es completamente diferente.

         Dios puede probarnos externamente para bendecirnos, y Él lo hace así. Él probó a Abraham, pero Él no puede tentar de forma alguna por medio de la concupiscencia. Cuando es una cuestión, no de poner a prueba la obediencia y la paciencia, sino de pecado, la condición del alma es tratada, para su corrección y progreso. Pero en cuanto a la provocación de la concupiscencia, no puede decirse que Dios tienta. "Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido." (Santiago 1: 13, 14).

 

         El propio Cristo fue probado por Dios a lo largo de Su vida entera, y salió nada más que un grato olor. Siempre perfecto en la obediencia, habiendo venido a hacer la voluntad de Su Padre, con todo, Él aprendió la obediencia en este mundo de pecado y enemistad contra Dios. (Hebreos 5:8). Satanás deseó despertar en Él la voluntad propia, pero en vano. De hecho, Él fue llevado por el Espíritu para ser tentado por el diablo, pero para que Él pudiese superarlo por nosotros, quienes, por medio del pecado, estamos sujetos a su poder.

 

         No se encontró concupiscencia alguna en Él; pero Él fue capaz de sentir hambre, y sufrió a causa del hambre. La voz del Padre había declarado que Él era el Hijo de Dios, y Satanás deseó que Él dejase el lugar de siervo que había tomado al hacerse hombre, e hiciese Su propia voluntad: por consiguiente, le sugiere convertir las piedras en pan. Aquí tenemos una tentación del enemigo; pero el Señor permanece en Su perfección; Él viviría por la palabra que procedía de la boca de Dios. Dios lo puso a  prueba a través del sufrimiento, pero en Él no se encontró concupiscencia alguna; y cuando Satanás hizo uso del hambre -qué es una necesidad humana aparte del pecado, y se encontraba en Cristo como hombre- Él permaneció en obediencia perfecta, y no tuvo ningún otro motivo para la acción más que la voluntad de Su Padre.

 

         Con nosotros están las tentaciones que surgen del hombre interior, de la concupiscencia, totalmente diferentes de las pruebas que vienen desde fuera, las cuales prueban el estado del corazón, descubriendo la voluntad propia, si no estamos perfectamente sujetos a la voluntad de Dios, o si somos movidos por otros motivos aparte de Su voluntad.

 

         Ahora bien, Santiago siempre es práctico. Él no busca la raíz de todo en el corazón, como lo hace Pablo; él toma la concupiscencia como la fuente que produce el pecado real.

         Pablo muestra que la naturaleza pecadora es la fuente de concupiscencia, mientras que el objeto del Espíritu Santo en la Epístola de Santiago es, a saber, la vida práctica exterior, que ha actuado por medio de la fe -una distinción importante que también ilustra la diferencia entre los dos escritores.

         Con Santiago, "la concupiscencia," -el primer movimiento de la naturaleza pecadora que revela su carácter real- "después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte." (Santiago 1:15). Es la historia de las formas de obrar de la naturaleza mala. Santiago se ocupa de sus efectos, Pablo con su fuente, para que podamos conocernos a nosotros mismos. Romanos 8:8.

 

         Entonces, en oposición a la concupiscencia, y mostrando la acción de Dios, que no es tentar, sino al contrario, producir el bien, Santiago nos dice que "Toda buena dádiva y todo don perfecto de arriba es, descendiendo del Padre de las luces, de parte de quien no puede haber variación, ni sombra de mudanza. De su propia voluntad él nos engendró, con la Palabra de verdad, para que seamos nosotros, en cierto sentido, las primicias de sus criaturas." (Santiago 1: 17, 18 - Versión Moderna). Como he dicho, él reconoce la gracia como la única y divina fuente del bien que está en nosotros, como nacidos de Dios, y que es por medio de la fe, puesto que es por la Palabra de verdad. Por ella nacemos de nuevo; es una nueva vida, y eso por la voluntad de Dios. Pertenecemos a la nueva creación; somos sus primicias. ¡Inmensa bendición! que no sólo pertenece a una nueva posición, aunque esto es así, sino también a una nueva naturaleza que nos hace capaz de tener gozo en Dios. Santiago no habla de justicia por medio de la gracia, sino de una naturaleza completamente nueva que procede de Dios.

 

         Así, habiendo sido quebrantada la voluntad propia y destruida la confianza en uno mismo, él nos exhorta, como personas que reciben todo de gracia, a estar más deseosos de oír que de hablar, a ser lentos para la ira, que no es sino la impaciencia del viejo hombre, "porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios." (Santiago 1:20).

 

         Aquel que es enseñado por Dios está sujeto a Él. Esta persona pone aparte "toda inmundicia, y todo exceso vicioso" (Santiago 1:21 - Versión Moderna), y recibe con mansedumbre la Palabra implantada. Éste es un pasaje importante, porque presenta la condición del hombre de Dios, y lo que actúa en él. La voluntad de la carne no actúa en él, ni tampoco la voluntad propia; él escucha lo que Dios dice, recibe Su palabra con mansedumbre, y se sujeta a ella. Entonces Dios implanta la Palabra en su corazón. No es meramente conocimiento, sino la verdad de Dios, Su palabra que puede salvar el alma. Es a la vez la semilla de la vida divina, y lo que le da forma.

 

         La Palabra santificadora es implantada en él; el implante es introducido allí por Dios, el nuevo hombre que produce el fruto deseado. Pero esta vida debe expresarse en la práctica. Un hombre debe ser un hacedor de la Palabra, no sólo un oidor; de otra forma, ya no hay realidad, sino que es semejante a un hombre que mira su rostro natural en un espejo; él se marcha y todo desaparece, todo se olvida. "Empero el que escudriña cuidadosamente la ley perfecta, la ley de libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste tal será bendecido en lo que hace." (Santiago 1:25 -Versión Moderna).

 

         Encontramos aquí una expresión importante: La ley de libertad.

        

         Si yo le digo a mi hijo que permanezca en casa cuando él desea salir, él puede obedecer; pero para él no es una ley de libertad; él refrena su voluntad. Pero si después yo digo: Ve ahora donde deseas ir; él obedece, y es una ley de libertad, porque su voluntad y la orden son lo mismo; ellas actúan juntas.

 

         Para Jesús, la voluntad de Dios era una ley de libertad. Él vino a hacer la voluntad de Su Padre, Él no deseó nada más. ¡Qué bendito estado! La perfección en Él era un bendito ejemplo para nosotros. La ley es una ley de libertad cuando la voluntad, el corazón del hombre, coincide perfectamente en deseo con la ley impuesta sobre él -impuesta en nuestro caso por Dios- la ley escrita en el corazón. Es así tanto con el nuevo hombre como con el corazón de Cristo. Él ama la obediencia, y ama la voluntad de Dios porque es Su voluntad, y por tener una naturaleza que responde a lo que expresa Su voluntad, puesto que somos participantes de la naturaleza divina; de hecho, esta nueva naturaleza ama lo que Dios desea.

 

         Versículos 26, 27. Pero hay algo que da un indicio de lo que se encuentra en el corazón, algo que, más que cualquier otra cosa, traiciona lo que hay dentro. Este algo es la lengua. Aquel que sabe gobernar su lengua es un varón perfecto, y capaz de refrenar todo el cuerpo. La apariencia de religión es vana si la lengua no es refrenaba; un hombre tal engaña su propio corazón.

 

         La verdadera religión se muestra por el amor en el corazón, y por la pureza -guardándose sin mancha del mundo.

         Esa religión piensa en otros, en aquellos que están en el dolor, en necesidad de protección, y de la ayuda y el apoyo del amor, tales como las viudas y los huérfanos. El corazón verdaderamente religioso, lleno del amor de Dios, y movido por Él, piensa, como Dios lo hace, en el dolor, la debilidad, y la necesidad. Es el verdadero carácter Cristiano.

 

         La segunda señal de vida cristiana, dada por Santiago, es guardarse sin mancha del mundo. El mundo es corrupto, yace en el pecado, ha rechazado al Salvador -a Dios que vino en gracia. No sólo se trata de que el hombre ha sido expulsado del Edén porque era un pecador -lo que es verdad, y suficiente para su condenación- sino que hay más. Dios ha hecho mucho para salvarlo. Él dio las promesas a Abraham, Él llamó a Israel para ser Su pueblo, Él envió a los profetas, y, luego de todo esto, a Su único Hijo. Dios mismo vino en gracia; pero el hombre, en cuanto pudo hacerlo, expulsó al Dios que estaba en el mundo en gracia. Por consiguiente el Señor dijo, "Ahora es el juicio de este mundo." La última cosa que Dios podía hacer era enviar a Su Hijo, y Él lo ha hecho. 'Aún tengo', dijo Él, 'un Hijo, mi muy amado Hijo; quizás le respetarán cuando le vean. Y ellos lo tomaron, y lo mataron, y le echaron fuera de la viña.'

 

         Este mundo es un mundo que ya ha rechazado al Hijo de Dios, y ¿dónde encuentra su gozo? ¿En Dios o en Cristo? No; en los placeres de la carne, en la grandeza, en las riquezas; busca hacerse feliz sin Dios, hace todo lo posible para que no pueda sentir su necesidad de Él. No necesitaría buscar así felicidad en los placeres, si estuviera contento. Formado por Dios con un aliento de vida, para Él mismo, el hombre no puede satisfacerse con nada menos que Dios.

         Lean la historia de Caín. Caín salió de la presencia del Señor, y habitó en tierra de Nod.{*} Entonces él construyó una ciudad, y le puso el nombre de su hijo, Enoc. Después, Jabal fue el padre de los que tienen ganado (las riquezas de ese tiempo), y el nombre de su hermano fue Jubal, quien fue padre de todos los que manejan el arpa y el órgano. Y Zila dio a luz a Tubal-Caín, instructor de todo artífice en bronce y hierro.

 

{* Nod es la misma palabra que errante (Génesis 4: 14). Él construyó una ciudad dónde Dios le había hecho un errante, y esto es lo que el hombre ha hecho.}

 

         Tenemos aquí completamente presentado al mundo y sus civilizaciones; al no tener a Dios, ellos deben hacer que el mundo les sea agradable y hermoso. Se dirá: ¿Pero qué hay de malo en las arpas y los órganos?

 

         Nada, ciertamente; el daño está en el corazón del hombre que usa estas cosas para hacerse feliz sin Dios, olvidándose de Él, escapándose de Él, buscando contentarse a sí mismo en un mundo de pecado, y ahogar la miseria de esta condición de estar apartado de Dios, escondiéndose en la corrupción que reina allí. La elegancia que el hombre finge hace que, sólo que demasiado a menudo, resbale insensiblemente en esta corrupción, corrupción que él procura ocultar con la alegría.

 

         Pero el nuevo hombre nacido de Dios, siendo participante de la naturaleza divina, no puede encontrar su deleite en el mundo; evita aquello que lo separaría de Dios. Donde la carne encuentra su felicidad y sus placeres, la vida espiritual no encuentra nada.

         Santiago habla de corrupción real; pero él no habla como si una parte del mundo fuese corrupta y la otra parte fuese pura; al contrario, el mundo está corrompido y corrupto en sus principios, y en todo sentido. Aquel que se conforma a él es corrupto en su caminar. La amistad del mundo es enemistad contra Dios. "Aquel pues que quisiere ser amigo del mundo, se hace enemigo de Dios." (Santiago 4:4 - Versión Moderna). Nosotros debemos conservarnos puros del mundo. De hecho, tenemos que atravesarlo, y ser, al pasar, la epístola de Cristo, sin ser manchada por el mundo que nos rodea, como Cristo era sin mancha, en medio de un mundo que no lo quiso recibir.

 

CAPÍTULO 2

 

         En el capítulo 2, los creyentes son claramente distinguidos; ellos no deben tener la fe del Señor de gloria junto o al mismo tiempo que la acepción de personas. Despreciar al pobre era contrario a la ley, que consideraba a todos los Israelitas como objetos del favor de Dios y consideraba al pueblo como uno ante Él, cada uno siendo un miembro de la misma familia.          También es completamente contrario al espíritu del Cristianismo que busca la humildad y llama bienaventurado al pobre, que nos hace buscar la grandeza en la gloria celestial, mostrando que la cruz responde aquí a la gloria de arriba. La fe ha visto a ese Señor de gloria en humillación, no teniendo aquí dónde recostar Su cabeza.

 

         Además, generalmente hablando, los ricos habían seguido siendo los adversarios del Cristianismo; ellos blasfemaban ese buen nombre por el que se denominaba a los Cristianos; los arrastraban a los tribunales.

         Dios ha escogido a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman. Pablo también da el mismo testimonio. Son llamados: "no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles." (1a. Corintios 1:26).

 

         Estas cosas -riquezas, familia, poder- son demandas que atan el alma a este mundo. De hecho, la gracia puede romper estas cadenas, pero no sucede a menudo. "Es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios." (Lucas 18:25). Estas cadenas son demasiado fuertes, pero con Dios todas las cosas son posibles.

 

         Santiago contrasta la gloria del Señor, con la falsa gloria del hombre en este mundo; porque la apariencia de este mundo es pasajera. Él insiste mucho en este punto, como igualmente lo hace Pedro. Si hacían distinción en la asamblea entre el pobre y el rico, ellos venían a ser jueces de malos pensamientos.

         ¡Bendito sea Dios!, nosotros podemos vivir juntos para el cielo y en las cosas celestiales, por lo menos en la iglesia, dónde la verdadera diferencia consiste, no en lo que se valora conforme a la vanidad de este mundo, sino en los grados de espiritualidad.

 

         Observen aquí que la asamblea es llamada sinagoga ("si entrare en vuestra sinagoga un hombre con anillo de oro, . . .etc." Santiago 2:2 - Versión Moderna), mostrando cómo la mente de Santiago discurría en los hábitos judíos de pensamiento.

 

         Ahora bien, el hecho de que se hacía una distinción entre el rico y el pobre, por lo cual quedaban convictos por la ley como trasgresores, lleva a Santiago a hablar de la ley.

         Él habla de tres leyes:

         1.- la ley de libertad, de la que hemos hablado; (cap. 1: 25)

         2.- la ley real (cap. 2:8); y

         3.- la ley en su sentido usual (cap. 2:10).

 

         La ley real es, "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." Bien hace quien lo hace.

         Entonces él agrega un principio muy importante -y es que, si nosotros hemos guardado toda la ley, pero ofendemos en un solo punto, nos hacemos culpables de todos. La razón de esto es simple. Cuando la concupiscencia nos impulsa, hemos transgredido la ley, y hemos despreciado la autoridad de Aquel que la estableció. No se ha de suponer que un hombre ha roto todos los mandamientos detalladamente, pero Aquel que dio un mandamiento, los dio todos, y donde, de común acuerdo con ello, la carne y la voluntad han estado en actividad, nosotros hemos seguido nuestra propia voluntad, y despreciado la voluntad de Dios. Su voluntad ha sido violada.

 

         El Cristianismo requiere que hablemos y actuemos, como habiendo sido libertados del poder del pecado, para hacer la voluntad de Dios en todas las cosas, siendo Su voluntad la nuestra.

         Él nos ha rescatado del poder del pecado. Nos ha liberado de la  esclavitud; somos verdaderamente libres para caminar en los pasos de Jesús. ¡Libertad preciosa y santa! Es la libertad de una naturaleza que encuentra su placer y gozo en la voluntad de Dios y en la obediencia.

         Ahora el Cristiano es siempre libre para hacer la voluntad de Dios; él puede apartarse de Dios, de hecho, y a través del descuido e infidelidad, perder fuerza y celo; pero aun así, todo lo que dice y hace será juzgado según esta ley de libertad. ¡Importante verdad! Él crece en el conocimiento de la voluntad de Dios, y es libre bajo la gracia para practicar lo que sabe. La fuerza necesaria se encuentra en Cristo.

 

         A este pensamiento de juicio, Santiago agrega la necesidad de caminar según la gracia. "Juicio sin misericordia, para aquel que no ha usado de misericordia." (Santiago 2:13 - Versión Moderna).

         El Señor ya había establecido este principio, que los pecados deben ser perdonados a quien los perdona. Si el espíritu de gracia no está en el corazón, no podemos ser partícipes de esa gracia que Dios ha manifestado hacia el hombre. Según el gobierno de Dios, quién no actúa con misericordia en los detalles de esta vida, puede probar el severo castigo de Dios; porque Dios encuentra Su deleite en la bondad y en el amor.

 

         Luego él insiste acerca de las obras -una parte importante de esta epístola-, no que en sí misma sea más importante que otras partes, pero llega a ser así a causa de los muchos razonamientos de los hombres.

 

         El principio de que el amor tiene que ser mostrado, no en palabras sino en hechos, introduce el tema de las obras. El espíritu de Santiago es práctico; se ocupa del mal producido por una profesión de Cristianismo sin una vida práctica de acuerdo con esta profesión; y los dos principios -que el amor debe ser real, y que la fe debe manifestarse por medio de las obras- se mezclan en sus observaciones. "Alguno de vosotros, les dice: Id en paz, calentaos y saciaos; pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha?" (cap. 2::16).          Ciertamente, esta no es verdadera fe Cristiana. La fe es un principio poderoso, es el resultado de la operación del Espíritu Santo en el corazón, una fuente que mueve todas las ruedas del corazón, un principio que lo eleva sobre el egoísmo y todos los viles motivos del mundo, uniendo sus afectos a Cristo. Cristo llega a ser nuestro verdadero motivo; viviendo en nosotros, Él es la fuente desde donde fluyen nuestras acciones, para que andemos como Él anduvo. De hecho, estamos muy por detrás de Él, pero el principio de nuestra vida es el mismo; es Él quien vive en nosotros.

 

         Es evidente, entonces, que la verdadera fe obra por el amor, y produce buenas acciones; no puede ser de otra manera.

         Pero aún tenemos otro principio en este pasaje, el cual se expresa en la palabra "Muéstrame".

         Está claro que la fe es un principio escondido en el corazón, no se puede ver; así como no se ve la raíz que hace que la planta crezca y produzca fruto, aunque obtiene su alimento de la tierra, así como la fe lo obtiene de Cristo.

         De la misma forma que sin la raíz la planta no puede producir fruto, sin fe no se pueden hacer buenas obras. Se pueden hacer algunas cosas exteriormente buenas sin tener ningún valor. Se puede dar mucho, se puede hacer mucho, sin verdadero amor, sin fe; pero una vida de amor que sigue a Cristo, y hace Su voluntad, no buscando nada más, no puede existir sin la fe. Ahora, el que dice poseer fe reconoce que sólo esto es bueno, o puede producir lo bueno.

 

         Por consiguiente, Santiago dice: "Muéstrame tu fe sin tus obras."

         Pero esto es imposible. Está claro que es un principio oculto en el corazón, una simple profesión sin ninguna realidad: sin embargo, es preciso que no siempre relacionemos esto con hipocresía, porque la educación, las influencias que nos rodean, y la evidencia externa, pueden producir, como un hábito en la mente, la creencia en el Cristianismo y sus doctrinas fundamentales. Pero en una fe como esa no hay ningún vínculo con Cristo, ninguna fuente de vida eterna. Un hombre puede no ser abiertamente incrédulo, él honra el nombre de Cristo, pero una fe tal no produce nada en el corazón: Cristo no se puede fiar de ella. Vean Juan 2: 23-25.

 

         Cuando la verdadera fe es producida en el corazón, que es el efecto de la gracia por la acción del Espíritu Santo, se siente allí una necesidad personal de Cristo, de poseerlo para a uno mismo, de oír Su voz. Encontramos esto en el caso de Nicodemo. Él va en busca de Cristo; y, fíjense en esto, él siente rápidamente que el mundo está contra él, así que va de noche.

 

         Ahora bien, cuando la verdadera fe no se puede ver, aquel que afirma poseerla, no tiene nada que contestar a quién dice, "Muéstrame tu fe." Pero aquel que tiene obras genuinas de amor, no las puede tener sin fe, que es el poder del motivo divino de la vida Cristiana en el corazón, obrando paciencia, pureza, amor, y separación del mundo, mientras camina a través de él. Nosotros no nos podemos mover sin un manantial. La fe que verdaderamente mira a Cristo, y encuentra todo en Él, se manifiesta en esta vida, la cual es la vida de fe.

 

         Es un asunto de mostrar fe, ¿y a quién? ¿A Dios? No ciertamente. Es "muéstrame", es decir, al hombre que no puede ver el corazón como Dios lo ve.

         El razonamiento completo de Santiago, toda su fuerza y significación, está en esta palabra, "Muéstrame." Él no nos habla de paz de conciencia, de estar justificados por la fe porque el Señor, el amado y precioso Salvador, ha llevado nuestros pecados, habiendo sido entregado por nuestras trasgresiones. La fe cree en la eficacia de la obra de Cristo, sabe que Dios la ha recibido, la ha aceptado como una satisfacción perfecta por los pecados de los creyentes, una obra que nunca perderá su valor delante de Dios, allí donde Cristo ha entrado, no sin sangre, en otras palabras, sin Su propia sangre, dónde Él siempre se presenta por nosotros ante Dios, sentado a Su diestra, porque la obra completa en lo que respecta a nuestros pecados, fue acabada en la cruz, conforme a la gloria de Dios.

 

         Aquí, al contrario, Santiago habla de la fe vana y vacía de la profesión del nombre de Cristo, de llamarse uno mismo Cristiano, sin tener a Cristo en el corazón: la verdadera fe se muestra por medio de obras, por medio de fruto. Por el fruto se puede ver que el árbol tiene vida, que la raíz que se nutre de Cristo está allí. La justificación de la profesión se hace ante los hombres, a quienes debe ser mostrada por medio de los frutos que son producidos.

         Cuando examinamos atentamente los ejemplos dados aquí, veremos que se trata simplemente de las pruebas de la fe, no de buenas obras en el sentido ordinario del término.          Aquí la fe es mostrada por medio de las obras en las mismas personas que Pablo pone como ejemplos: por el acto de Abraham, quien estaba dispuesto a sacrificar a su único y amado hijo, cuando Dios lo requirió de él; y por el de Rahab que escondió a los espías y los envió lejos en paz, un testimonio de su fe. No puede haber nada más sólido que estos casos. No sólo era Isaac hijo único, sino que en él se establecieron todas las promesas de Dios, de tal manera que se demandó absoluta confianza en Dios. Vean Hebreos 11: 17-19. Humanamente, no hay nada de bueno en matar a un hijo. De igual manera, Rahab era una traidora, infiel a su país, si pensamos en su acto como un acto natural. Pero ella se unió al pueblo de Dios, cuando Sus enemigos estaban en pleno poder, y cuando Su pueblo no había obtenido aún una sola victoria, o lo más que habían hecho era haber cruzado el Jordán.

 

         Esto es fe, la cual confía a toda costa en Dios, y se relaciona con Su pueblo, cuando todo está contra ellos.

         La fe de Abraham simplemente era fe en Dios y Su palabra; pero fue manifestada absolutamente, y sin vacilación, cuando él ofreció a su amado hijo en quien todas las promesas fueron establecidas.

         La fe de Rahab también era una fe sencilla en Dios, pero se mostró cuando ella se unió a la causa de Dios, cuando aparentemente todo el poder estaba en el otro lado: porque Dios no se hace visible.

         De hecho, llamarse a uno mismo un creyente y no producir nada, realmente no es fe. La fe comprende su objeto, y el objeto produce su efecto como un motivo en el corazón.

 

         Aquel que recibe la Palabra, renace de simiente incorruptible, es un participante de la naturaleza divina, y son reproducidas la obediencia, la pureza y el amor.

         Es verdad que nosotros aún tenemos que superar tentaciones y dificultades; no somos lo que deseamos ser, ni siquiera lo que podríamos ser: con todo, en mayor o menor cantidad, la vida produce sus frutos. Y aunque puede ser que a veces el corazón, a través del descuido, sea infiel en el camino, en la fe, no obstante, siempre produce sus propios frutos apropiados. El Cristiano sabe bien que la fe que no produce nada no es fe verdadera. La fe comprende la presencia y el amor de Dios, conocidos en la nueva naturaleza -disfruta de ambos, y refleja, aunque débilmente, el carácter de Él, en quien se deleita interiormente. Somos hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. (Gálatas 3:26)

 

         Es a partir de la fe, aunque sea fe humana y no aquella de la vida divina interna, que todo lo que no encuentra su motivo en los instintos puramente animales de nuestra naturaleza es hecho.

         ¿Por qué el agricultor siembra su semilla? Porque cree que producirá una cosecha: es así con respecto a todo, excepto comer y beber. Para tener fe divina, es necesario que las cosas de Dios sean reveladas al alma; ésta es la obra del Espíritu de Dios. Fe en Dios es lo que es aceptable a Dios: pero una fe tal, siendo nosotros vivificados por Dios a través de Su palabra, produce los frutos de la vida divina.

 

         Por medio de esta fe, tenemos comunión con Dios, con el Padre, y con Su Hijo Jesucristo nuestro Señor; y Él no se avergüenza de llamarnos Sus amigos (Juan 15:15); así como Abraham fue llamado amigo de Dios.

         Al hacer negocios con el mundo, decimos tan cortésmente como podemos lo que tiene que ser dicho del asunto que tenemos a mano; pero dicho esto, hay un fin a conseguir.

         Con un amigo, abrimos nuestras mentes, hablamos de cosas que no tienen ninguna relación con negocios, de todo lo que hay en nuestros corazones. Dios no estaba hablando con Abraham de las promesas que le hizo, cuando fue llamado amigo de Dios; sino que le estaba diciendo todas Sus intenciones acerca del juicio de Sodoma y Gomorra. "El secreto de Jehová es para los que le temen." (Salmo 25:14 - RV 1909). Es hermoso ver la intimidad de la comunión con Dios, cuando el caminar es en fidelidad ante Él. Vean Génesis 18: 17-20.

 

         El creyente que estaba en Sodoma fue salvado, aunque con pérdida de todo; y vivió en ansiedad y preocupación, teniendo temor de la montaña dónde Abraham estaba (porque el lugar de la fe siempre es terrible para la incredulidad), teniendo miedo de quedarse en Zoar, después que había visto el terrible colapso de las otras ciudades, y huyendo finalmente a la montaña de la que previamente había tenido miedo, y viviendo allí en miseria y vergüenza.

 

         Tenemos en Abraham el retrato de un creyente que vive por la fe; en Lot, se nos presenta el de un creyente que toma el mundo, bello para el ojo exterior, como su lugar de morada: él hereda juicio, aunque fue salvado; mientras que en cuanto a Abraham, después que Lot fue separado de él, Dios le dijo que alzara sus ojos y mirase toda la tierra de promisión, para que comprendiese su magnitud y supiese que todo era suyo.

 

         La fe da comunión con el Padre, y con Su Hijo Jesucristo; la participación y realización de todo lo que nos pertenece. No se debe cuestionar si esta fe produce fruto según Dios. Dios nos conceda que podamos vivir tan cerca de Él, de modo que las cosas invisibles puedan actuar en nuestros corazones, y que podamos continuar en paciencia y con gozo hasta que el Señor venga, quién nos introducirá allí donde ya no necesitaremos fe, pero será en el goce pleno de lo que la fe había creído, cuando las cosas mismas no se veían.

 

CAPÍTULO 3

 

         Santiago preferiría la humildad al hablar, y que muchos de nosotros no nos hagamos maestros.

         Cuando no nos conocemos, es mucho más fácil enseñar a otros que gobernar el 'yo'.

 

         Luego, la lengua es el indicio más directo de lo que está en el corazón. Todos fallamos en muchas cosas y si asumimos la enseñanza de otros, nuestras transgresiones son más graves, y tanto más merecen condenación. La humildad en el corazón hace a que un hombre sea tardo para hablar: él más bien espera ser enseñado, y que otros expresen sus pensamientos; él está más dispuesto a aprender que a enseñar.

 

         Con esta exhortación, Santiago empieza una importante disertación acerca de los peligros de la lengua. Nadie puede domarla. Es, de hecho, como he dicho, el indicio más inmediato al corazón. "De la abundancia del corazón habla la boca." (Mateo 12:34). Muchas personas hacen más con la lengua por medio de duros discursos, de lo que harían con la mano. Además, a menudo se pronuncian palabras livianas y vacías.

 

         Santiago desea siempre que la voluntad sea refrenada, que no estemos seguros de nosotros mismos, y que la liviandad de la carne sea mantenida bajo control por medio del temor de Dios. Y en primer lugar, él no consentiría que el Cristiano se pusiese a enseñar a la ligera, ni que muchos se hiciesen maestros, sabiendo que recibirían mayor condenación. El amor incita a edificar a los hermanos, y el Espíritu guía al humilde en el ejercicio de sus dones. Pero puede ser que a un Cristiano le guste hacerse oír, que no sea humilde, que hable porque tiene confianza en sí mismo. Luego, éste no es amor fraternal, sino amor al 'yo'.

 

         Es más, todos fallamos en muchas cosas, y si enseñamos a otros, o por lo menos asumimos hacerlo, somos claramente más responsables y nuestras faltas llegan a ser más graves. ¿Cómo enseñar a otros, cuándo nosotros mismos no sabemos caminar en fidelidad? Éste no es el temor de Dios. Si la conciencia no es buena ante Él, es imposible que presentemos Su gracia y verdad en Su poder, porque no estamos en Su presencia y Él no está con nosotros. El primer efecto de Su presencia sería despertar la  conciencia. Aquel que enseña debe mantener verdadera y profunda humildad, y vigilar para no tropezar en su camino.

 

         Tal espíritu de humildad no carece de confianza en Dios; al contrario, está unido con esta confianza. El humilde no dirá al Señor: 'Te conozco que eres hombre duro.' Sino que él no tiene confianza en sí mismo, sólo habla cuando es la voluntad de Dios; entonces habla en el poder de Su Espíritu. Es lento para hablar, espera a Dios, para poder hacerlo con Él.

 

         Algunas otras verdades importantes se relacionan con estas palabras. Y, primero, todos ofendemos muchas veces. Aquel que se considera perfecto, se engaña a sí mismo. Esto no significa necesariamente que cometemos cualquier ofensa escandalosa, sino que hacemos y decimos lo que está equivocado a la vista de Dios. Nuestro discurso no siempre es con gracia, sazonado con sal: el fracaso se encuentra en ello. No podemos excusarnos, porque el Señor ha dicho, "Bástate mi gracia; pues que mi poder se perfecciona en tu flaqueza." (2a. Corintios 12:9 - Versión Moderna), no obstante, nosotros fracasamos, es así de triste, y, si estamos caminando con Dios, nos vemos obligados a reconocerlo; la gracia nos hará sentirlo y reconocerlo, y caminaremos más estrechamente con Él, con más vigilancia y humildad, y en mayor comprendida dependencia en Él.

 

         Pero encontramos aún otra verdad en estas palabras. La exhortación no hubiese sido necesaria, si la libertad para hablar, cuando Dios lo quisiese, no hubiese pertenecido a todos los hermanos de acuerdo con su don, y conforme a las enseñanzas de la Palabra, puesto que dichas instrucciones se encuentran en ella. Si una persona dada hubiese sido designada para hablar, una exhortación así habría sido bastante inútil.

 

         De esta manera, hay una exhortación moral a la humildad, a la piedad, a desconfiar de uno mismo, y al temor de Dios; porque se habla del peligro de ofender y de nuestra responsabilidad.

         El pasaje también excluye cualquier pensamiento de un ministerio ejercido por una sola persona en la asamblea. No se cuestiona aquí que un solo individuo pueda ejercer un ministerio que Dios le ha confiado -al contrario, un ministerio así es permitido a cualquiera que el Señor haya impartido el don necesario -sólo bajo la dirección de la Palabra.

         La actividad de la carne es reprendida, y es presentada la libertad del Espíritu Santo. El Señor hace uso de cada uno según Su buen parecer; ya sea por esos dones permanentes de maestro, pastor, y evangelista, que han de continuar con nosotros hasta el fin, o por el ministerio de cada miembro en el lugar dónde Dios lo ha puesto.

 

         Lo que ahora se dice acerca de ofender, lleva a una continuación del discurso acerca de la lengua; ese indicio más directo de lo que hay en el corazón, que tan fácilmente se pone en movimiento y que sigue cada impulso del corazón. Han sido domadas todas las cosas, incluso las bestias salvajes y las serpientes; pero ningún hombre puede domar la lengua, está llena de veneno mortal. Esto es muy fuerte, pero ¡ay! es muy verdadero: no obstante, recordemos que si la carne es dada por muerta, y nosotros estamos viviendo por el Espíritu, la lengua llegará a ser la expresión de Sus impulsos, o habrá silencio, porque la gracia no tiene nada que decir.

 

         Muchos, según la carne, evitarían dar un golpe a su prójimo, los mismos que no pueden refrenar una palabra apasionada o dura contra un vecino. Pero si ningún hombre puede refrenar la lengua, la gracia de Cristo puede hacerlo, porque, por un lado el hombre interior está bajo el yugo del Señor, y es manso y humilde de corazón: Cristo llena el corazón, y precisamente así, porque la lengua sigue los impulsos del corazón, el discurso expresará esta mansedumbre y humildad. Para esto, es necesario que Cristo solo more allí, y la carne sea mantenida bajo control, para que cuando venga la tentación, no se despierte. Es difícil no fallar, pero es muy útil ver que la lengua muestra lo que está obrando en el interior, así como las manillas de un reloj muestran las funciones ocultas de sus mecanismos.

 

         Tal es el hermoso retrato de la sabiduría divina.

 

         Es bueno notar cómo Santiago siempre desea que la voluntad propia permanezca en silencio, para que podamos ser capaces de hacer la voluntad de Dios, y, como participantes de la naturaleza divina, manifestar Su carácter -el carácter de Cristo, Dios manifestado en carne. Él no vino a hacer Su propia voluntad, sino la voluntad del que le envió. Él siempre se sometió incluso a agravios e injusticia, haciendo el bien y caminando en tranquilidad y amor. Hacer el bien, sufrir, y tomarlo pacientemente, esto (dice Pedro en 1a.Pedro 2:20) es aprobado delante de Dios. El amor es libre cuando el 'yo' está muerto. Caminamos en paz, hacemos la paz, y los frutos de justicia son sembrados en paz para aquellos que hacen la paz. (Es así como entiendo estas pocas palabras.) "Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios." Es una reproducción, en el caminar de un hombre, de la paz y el amor de Dios tal como fueron manifestados en Cristo aquí abajo.

 

CAPÍTULO 4

 

         Habiendo elogiado el espíritu de paz en los caminos del Cristiano, Santiago pregunta ahora, "¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros?"

         Pero aquí debemos inquirir lo que se quiere decir por "entre vosotros". No es necesariamente entre Cristianos. La sabia mansedumbre, la sabiduría que es "apacible y propensa a complacer" (Santiago 3:17 - Versión Moderna), llegó a ser de ellos. Pero, como hemos visto, ellos todavía se encontraban en medio de las doce tribus, las que están, no lo dudo, incluidas en este "entre vosotros." Y por el hecho de que la exhortación también sea dirigida a ellos, los Cristianos podrían haberse encontrado implicados en estas disputas. Estos pleitos venían de sus placeres; la voluntad estaba intacta, la pasión distraía sus corazones; ellos deseaban tener lo que no poseían; la conciencia guardaba silencio, dominada por la pasión, los deseos (sin control por parte de la voluntad) entregaban la rienda a las pasiones: "Matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis." (Santiago 4:2)

 

         La dependencia en Dios fue olvidada; la voluntad actuaba por sí misma; ellos no le pedían a Dios, o si ellos pedían, no era sino con el deseo de convertir al Dios mismo en siervo de sus placeres. Dios no responde a tales oraciones. ¡El triste estado del hombre! Dios fue olvidado, y peor aún, el corazón era esclavo del placer, y estaba bajo el yugo de sus pasiones, lejos de la paz y la tranquilidad: había guerra adentro, y abierto pecado afuera, lejos de Dios en el mundo -esta escena que pasa ante nuestros ojos en la que tales deseos encuentran su esfera- o, por lo menos, si Dios era conocido, Él fue olvidado por sus corazones rebeldes. Por consiguiente, "la amistad del mundo es enemistad contra Dios." Un Cristiano así, conformado al mundo, se olvida que ha sido purificado de sus antiguos pecados. Él camina olvidando a Dios, en la senda del incrédulo, y la conciencia se bate en retirada empujada por la pasión. Cuando le pide a Dios, él no recibe, porque pide, como podría hacerlo un mundano, para gastarlo en sus placeres.

 

         No es necesario que supongamos que todos aquellos a quienes Santiago llama "adúlteros y adúlteras" (cap. 4:4 - RV1909) -(Nota del Traductor: "almas adúlteras" en la versión RV1960)- eran realmente de esta manera. Muchos eran realmente pecadores así en el mundo; y otros, aunque Cristianos, caminaban en el mismo espíritu de infidelidad a Dios, y daban rienda suelta a sus placeres, caminando con el mundo. Éste, ciertamente, no es el camino del Cristiano; pero cuando él abandona los caminos de Dios y se halla confundido con el mundo, a menudo se avergüenza de su Cristianismo, no se atreve a confesar el nombre del Salvador. Entonces la conciencia se endurece, y así él llega a ser como el mundo o peor, habiendo sobrepasado toda barrera. Luego, Satanás se regocija de ver el nombre de Cristo deshonrado por aquellos que lo llevan.

 

         Ahora se encuentra un principio de gran importancia en este pasaje, "¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios." ¡Poderoso testimonio! que juzga el camino y examina el corazón.

         El verdadero carácter del mundo se ha manifestado ahora, porque ha rechazado y ha crucificado al Hijo de Dios. El hombre ya ha sido probado sin ley y bajo la ley, pero después de probar que era totalmente malo sin ley, y que había roto la ley cuando la había recibido, entonces Dios mismo vino en la gracia; Él se hizo hombre para traer el amor de Dios al corazón del hombre, habiendo tomado la naturaleza humana. Era la prueba final del corazón del hombre.    Él no vino a tomarles en cuenta su pecado, sino a reconciliar consigo al mundo. (2a. Corintios 5:19). Pero el mundo no lo recibiría; y esto ha mostrado que está bajo el poder de Satanás y de las tinieblas. El mundo ha visto y ha odiado a ambos, a Él y a Su Padre.

 

         El mundo es siempre el mismo mundo: Satanás es su príncipe; y, "todo lo que hay en el mundo, la concupiscencia de la carne, y la concupiscencia de los ojos, y la vanagloria de la vida, no procede del Padre, sino que es del mundo." (1a. Juan 2:16 - Versión Moderna).

         Desde la caída, el corazón del hombre, la carne, ha estado siempre en enemistad contra Dios. A menudo se piensa y se dice que, desde la muerte de Cristo, Satanás ya no es más el príncipe de este mundo; pero fue precisamente entonces que él se declaró a sí mismo como su príncipe, incitando a todos los hombres, ya sean Judíos o Gentiles, a crucificar al Salvador. Y aunque los hombres ahora llevan el nombre de Cristo, la oposición del mundo a Su autoridad sigue siendo la misma.

 

         Observen solamente y vean si el nombre de Cristo no es deshonrado. El hombre, de hecho, puede ser enseñado a honrarlo, pero aun así es verdad que dónde él encuentra su goce, dónde su voluntad es libre, excluye a Cristo, por miedo a que Él venga y estropee sus placeres.       Si se le deja solo, no piensa en Él; no le gusta que se le hable del Salvador, no ve belleza alguna en Él para desearle. Al hombre le gusta hacer su propia voluntad, y no quiere que el Señor venga y se oponga a ella; prefiere la vanidad y los placeres.

 

         Tenemos la verdadera historia del mundo y sus principios prácticos en Caín. Él había matado a su hermano, y fue expulsado de la presencia de Dios, desesperanzado en cuanto a la gracia y negándose a humillarse. Por el juicio de Dios, él fue hecho un errante en la tierra; pero una condición tal no lo satisfizo. Se estableció dónde Dios le había hecho un errante, y llamó la ciudad según el nombre de su hijo, para perpetuar la grandeza de su familia.

 

         Habría sido insufrible que esta ciudad se hubiese visto privada de todos los deleites de la vida; por consiguiente, él multiplicó riquezas para su hijo. Luego, otro miembro de la familia inventó instrumentos de música; otro fue artífice de toda obra de bronce y de hierro.

         El mundo, habiendo sido expulsado por Dios, buscó la forma de hacerse una agradable situación sin Dios, a satisfacerse a distancia de Él. Por la venida de Cristo, el estado del corazón del hombre se manifestó, no sólo como buscando los placeres de la carne, sino como estando en enemistad contra Dios. No obstante lo grande de Su bondad, el hombre no se iba a dejar perturbar en el goce de los placeres del mundo, ni se sometería a la autoridad de otro; tendría el mundo, para sí mismo, luchando para obtenerlo, y arrebatándolo de las manos de aquellos que lo poseían.

         Bien, es evidente que la amistad con este mundo es enemistad contra Dios. Hasta donde dependió de ellos, expulsaron a Dios del mundo, y le alejaron. El hombre desea ser grande en este mundo; nosotros sabemos que el mundo ha crucificado al Hijo de Dios, que no vio belleza alguna en el Único en quien Dios encuentra todo Su deleite.

 

         La escritura dice, "¿Acaso el Espíritu que ha hecho morada en nosotros desea envidiosamente?" {*} (Santiago 4:5 - Nota del Traductor: Traducido directamente de la Versión Inglesa del Nuevo Testamento de J. N. Darby.). Al  contrario -y en esto se encuentra el medio de superarlo- "Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes." Éste es el verdadero secreto de la fortaleza y de la victoria, e igualmente de la paz de corazón, en medio de las dificultades y contrariedades del mundo.

 

{* El traductor agrega estas otras traducciones:

"¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente?" ( RV1960)

"¿Pensáis acaso que la Escritura dice en vano, que el Espíritu que Dios hizo habitar en nosotros, suspira por nosotros con celos envidiosos?" (Versión Moderna H.B.Pratt).

 "¿Pensáis que la Escritura dice sin causa: Es espíritu que mora en nosotros codicia para envidia?" (Santiago 4:5 - RV1909).

"¿Pensáis que la Escritura dice en vano: Tiene deseos ardientes el espíritu que él ha hecho habitar en nosotros?" (Santiago 4:5 - Biblia de Jerusalén).

"¿O creen que la Escritura dice en vano que Dios ama celosamente al espíritu que hizo morar en nosotros?" (NVI)}

 

         Santiago insiste de nuevo en la humildad; en que la voluntad del hombre debe ser quebrantada, y que él debe estar sujeto a Dios. Porque la obediencia, y no tener nada de voluntad propia, es verdadera humildad; y la bondad y la gracia de Dios invitan al hombre a esto. La confianza en Dios lleva al alma a someterse a Él. Esto es tanto un deber como una necesidad, pero esto se hace sinceramente donde existe confianza. Es la verdad de nuestra relación con Dios, y el alma es feliz. No necesitamos tener una voluntad para nosotros; si Dios, que nos ama, tiene una voluntad para nosotros en todas las cosas,  debemos encomendarnos a Él. ¡Qué gracia es que el Dios omnipotente siempre está pensando en nosotros en todos los detalles de nuestras vidas!

 

         El diablo es un enemigo; él intenta engañarnos, pone trampas, busca actuar en nosotros por medio de nuestras pasiones. De hecho, también puede provocar persecución para detenernos en la senda de fe, pero en la vida común él nos engaña por medio de las cosas que satisfacen la carne.

 

         Si somos perseguidos, nuestra es la gloria. "A vosotros", dice el apóstol, "os es concedido. . .no sólo que creáis en él, sino también que padezcáis por él." (Filipenses 1:29). Pero este peligro que procede de la voluntad de Satanás es constante; está continuamente a nuestro alrededor. Lo importante es que, al vivir conforme al nuevo hombre y en comunión con Dios, estemos capacitados para discernir el engaño de Satanás, que nunca es obediencia a la voluntad de Dios. Es muy posible que el mal no se muestre claramente. Cuando Satanás sugirió al Señor que Él debía convertir las piedras en pan y comer, aparentemente no había mal alguno en ello.          Comer cuando uno tiene hambre no parece ser algo perverso; pero no habría sido obediencia. Satanás no pudo hacer nada. Comer simplemente porque uno tiene hambre es una acción animal, que no se consulta con Dios. Nosotros debemos hacer todo, incluso comer, en el nombre de Cristo, dando gracias a Dios. Todo es santificado para nosotros si la presencia de Dios es una realidad para nosotros.

 

         Entonces Satanás no puede esconderse, si resistimos en obediencia; él huye, consciente de que se ha encontrado con el Único que lo venció -Cristo en nosotros.

         La Palabra de Dios es suficiente para hacernos caminar por un camino en el que Satanás no tiene ningún poder, dónde se le obliga dejarnos, en el que también descubrimos su engaño, y discernimos que él es el enemigo. El Salvador caminó de esta manera; Él citó la palabra de Dios, y el diablo fue silenciado, y buscó engañarlo por otros medios; él no se mostró abiertamente, pero la obediencia perfecta de Jesús hizo que sus trampas no tuviesen poder alguno. Cuando Satanás se mostró tal cual es, ofreciendo al Señor la gloria del mundo, Jesús le ordena que se vaya, y él se va. El camino del Señor es nuestro, Su fuerza es nuestra, y si caminamos con Él en obediencia, Su sabiduría será nuestra: sólo Él ya ha vencido al tentador. La dificultad es caminar en una comunión tal con Él como para discernir el engaño. Debemos tener toda la armadura de Dios.

 

         Para abreviar, si la presencia de Dios se hace realidad en el corazón, si el Espíritu de Dios gobierna allí, y el sentido de dependencia está activo en el alma, sentiremos que lo que el enemigo nos presenta no es de Dios, y la voluntad del nuevo hombre no lo deseará. Una vez que Satanás es descubierto, el nuevo hombre lo resiste, y él no tiene fuerza. Jesús lo ha vencido por nosotros. Aprendemos aquí que, si lo resistimos, él huirá; él se da cuenta que ha encontrado al Espíritu de Cristo en nosotros, y huye. Lo malo es que no siempre lo resistimos; aceptamos sus seducciones, porque la voluntad de Dios no es todo para nosotros: en muchas cosas aún nos agrada complacernos a nosotros mismos. Si la gracia es conocida, la obediencia y la dependencia nos guardan de las asechanzas del diablo. Él no tiene poder contra la resistencia de la fe; se manifiesta como Satanás, el adversario, tal como él era cuando Jesús soportó ser tentado por nosotros, y Satanás huyó ante Su resistencia. Él sabe que Él es el mismo con quien se enfrenta en nosotros.

 

         Éste no es lugar para hablar de la armadura de Dios, no obstante, unas palabras acerca de ella pueden ser útiles.

         Con excepción de la espada, todo se refiere al estado del alma. El efecto de la verdad para guardar el alma en regla, sus afectos regulados, y la conciencia teniendo su apropiado poder según la voluntad de Dios; la coraza de justicia, para que la conciencia sea buena: en el camino, los pies deben estar calzados "de alegre prontitud para propagar el evangelio de la paz" (Efesios 6:15 - Versión Moderna) -es decir, la conducta que lleva la estampa de esa paz que gozamos en Cristo; luego, confianza en Dios, producida por estas cosas, y que impide que nos alcancen las sugerencias del maligno. "Si Dios está por nosotros, ¿quién puede estar contra nosotros?" (Romanos 8:31 - Versión Moderna). No seremos heridos por los dardos de fuego del enemigo; las dudas y los malos pensamientos acerca de la voluntad de Dios no encontrarán entrada alguna en el corazón; entonces tenemos la certeza de la salvación, que nos permite alzar la cabeza en la batalla contra el enemigo.

         Entonces podemos tomar la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios y usarla en el conflicto; escudados por la armadura de Dios de los ataques del enemigo, podemos estar activos empleando la Palabra en el servicio del Señor, aunque siempre dependiendo de Su ayuda. Esta dependencia se expresa en oraciones y súplicas. Resistamos, entonces, al diablo y él huirá de nosotros.

 

         Versículo 8. Acerquémonos a Dios, y Él se acercará a nosotros.

         En esto se muestra la dependencia activa del corazón. Gracias sean dadas a Dios, ¡podemos acercarnos a Él!

         Su trono es para nosotros un trono de gracia: podemos entrar ante Su presencia sin temor, debido a Su amor, y podemos entrar al lugar santísimo por la sangre preciosa de Cristo.          Cuando estamos cerca de Él, aprendemos la santidad,  discernimos Su voluntad, el ojo ve claramente en esta atmósfera pura; el corazón se sujeta; "El secreto de Jehová es para los que le temen." (Salmo 25:14 - RV 1909). Ellos caminan con Dios, pero como enseñados por Dios, y todo el cuerpo está lleno de luz. Entonces Él está con nosotros, Él se acerca a nosotros, Él nos inspira con la confianza. "Si Dios está por nosotros, ¿quién puede estar contra nosotros?" (Romanos 8:31 - Versión Moderna), dice el apóstol. No sólo se trata de que la fuerza de Dios esté con nosotros, sino que Su presencia produce libertad y confianza en nuestros corazones, porque sentimos que tenemos el conocimiento de Su voluntad, puesto que Él está con nosotros.         El sentido de Su presencia da gozo, calma, y valor, en presencia del enemigo, y en las dificultades del camino, descansamos en Él. "De las conspiraciones de los hombres tú los escondes en lo secreto de tu presencia; en un refugio los pondrás a cubierto de los enredos de las lenguas." (Salmo 31:20 - LBLA). La presencia de Dios, algo que es verdadero y real para el corazón, mantiene despierta la conciencia, y el corazón llenó de tranquila confianza. Acerquémonos a Él.

 

         Pero para hacer esto, las manos deben ser limpiadas, y el corazón purificado, que en nada seamos de doble ánimo. Dios es luz, Él quiere pureza e integridad en el hombre interior. Lleno de bondad y condescendencia, Él está pronto para ayudar al débil, pero cierra Sus oídos a todos los que tienen doblez de corazón. Él busca un caminar puro y un corazón sincero en aquellos que buscan acercarse a Él. No puede ser de otra manera; Él se mantiene a distancia de aquellos cuyos corazones no se abren en Su presencia; Él ve todo, pero para que Él escuche, el corazón debe ser sincero.

 

         Santiago también menciona la insensata alegría de este mundo, la cual lleva a la ruina eterna e invoca a los que tienen oídos para oír, a afligirse, a lamentar, y a llorar, y a convertir su risa en lloro.

         El corazón que tiene inteligencia, que piensa en otros, y es movido por amor -el Cristiano, que participa del Espíritu y, así, de la mente de Cristo, será consciente de la miseria moral y real que está su alrededor. Tendrá gozo en Cristo, pero tristeza acerca de la condición de los hombres del mundo.

 

         El pecado hizo que el mundo sea desdichado y miserable; es en sí mismo, la mayor de todas las miserias y uno ve en todos lados los males que ha traído. No obstante, el corazón sentirá el amor de Dios en medio de todo; se regocijará en la salvación eterna, y en Su bondad que la ha obtenido. También se regocijará en las misericordias diarias de Dios; pero ésta no será la insensata alegría del mundo, que busca esconder su vacío y ahogar con risa la conciencia de su miseria. Ahora en soledad, vacío, y a menudo dolor, se hace sentir, lo que en compañía de otros se olvida en risa. A los hombres no les agrada ser una carga para otros; deben hacerles creer que están felices. El mundo no puede ser auténtico consigo mismo; con todo, el dolor y la aflicción son muy auténticos. El Señor podía llorar pero no reír; el amor y el sentimiento de los Cristianos siguen Su ejemplo; ellos lo siguen de corazón, y de un sentimiento similar. Santiago desea que la alegría mundana de lugar a sentimientos Cristianos, sentimientos de amor, y de sabiduría. Es más, en el capítulo 5, vemos que el juicio está a punto de acabar con la falsa alegría del mundo. Aquí la exhortación es moral; allí se refiere a la interrupción de esta alegría por medio de la mano del Señor.

 

         Entonces, los exhorta a humillarse delante del Señor y Él los ensalzaría. Es lo que Cristo hizo (Filipenses 2), y ha dicho, "El que se humilla, será enaltecido." (Lucas 14:11). Dios resiste al soberbio, pero da gracia al humilde. La humildad se hace hombre; llega a ser su pequeñez ante Dios, en el sentido de la grandeza de Su gracia, y de todo lo que el hombre es en sí mismo. La gran gloria que el creyente espera, es también ocasión de humildad para él, cuando considera su indignidad: él sabe que puede entender y no hace nada en las cosas divinas sin Dios.

 

         Pero Santiago, teniendo en mente el orgullo y la altivez del espíritu del mundo, que también está en el Cristiano, no sólo desea humildad, sino la humillación del 'yo'. Si uno es humilde, no hay necesidad de humillarse; pero, en la realidad, el espíritu del hombre surge de nuevo tan fácilmente, que necesitamos humillarnos, y comprender la presencia de Dios. En Su presencia somos siempre humildes; tenemos conciencia de nuestra propia pequeñez; pensamos en Él, no en nosotros. Exaltar al soberbio sólo sería alentar esa soberbia que no hace al hombre ni pecador, ni piadoso; es más, la piedad y el orgullo no pueden existir juntos. Pero Dios se deleita exaltando al humilde, y una exaltación tal, viniendo efectivamente de Dios, es una fuente de gratitud y gozo, no de orgullo. El corazón está con Dios, consciente de Su bondad.

 

         Observen que la humillación de uno mismo es delante del Señor, no de los hombres -una obra interior real que destruye la autoestima; comprendiendo la presencia y la grandeza de Dios, le da Su verdadero lugar en el corazón, y también nos da el nuestro. Entonces todo es real, y sólo entonces podemos obrar para Dios conforme a la verdad. Los versículos 9 y 10 son el efecto de la presencia comprendida de Dios en un mundo de pecado y miseria, en un corazón que está allí, y que siente lo uno y lo otro.

 

         "No habléis mal", dice nuestra epístola, "los unos contra los otros" (Santiago 4:11 - Versión Moderna); un mandamiento formal que debería refrenar muchas lenguas si fueran obedientes, y qué acabaría con mucha maldad. El amor no lo haría; pero, como hemos visto, la lengua es un mal fatal, llena de veneno mortal, y enciende un gran bosque. (Santiago 3:5)

 

         Pero hay más. "El que habla mal contra su hermano, o juzga a su hermano, habla contra la ley, y juzga a la ley." (Santiago 4:11 - Versión Moderna). Porque la ley, por parte de Dios, nos presenta a nuestro hermano como un objeto de amor y afecto, no para ser perseguido, maltratado, y desacreditado delante de otros. Haciendo así, nos olvidamos del lugar en que la ley ha puesto a nuestro hermano, y nuestro deber según la ley, y nuestra posición como hermanos. Si nos erigimos en jueces y ley -dadores por sobre la ley, nosotros la transgredimos, no la obedecemos, ni seguimos sus mandamientos; pero asumimos estar por sobre ella. "Uno solo es el Legislador y Juez, aquel que puede salvar y destruir." (Santiago 4:12 - Versión Moderna).  ¿Quiénes somos nosotros para juzgarnos los unos a los otros?

 

         La Palabra condena, nuevamente, la falsa confianza acerca de las intenciones de nuestros propios corazones. El corazón del hombre, alejado de Dios, piensa dirigir sus propios pasos, y decide lo que hará, sin pensar en la voluntad de Dios, o incluso sin pensar en Dios en absoluto.          Puede ser posible que la cosa deseada no sea mala, puede que no hiera la conciencia ni la intranquilice; pero Dios es completamente olvidado; el hombre actúa sin Dios, como si la tierra hubiera sido dejada al hombre, y Dios se hubiera retirado, y como si Su voluntad no contara para nada. Un hombre así, en lo que respecta a la religión, en las cosas prácticas de la vida cotidiana, vive en ateísmo. Dios no está en sus pensamientos; el dinero y la ambición mundana gobiernan su corazón, aunque puede ser que no esté viviendo exactamente en placeres pecaminosos. No tiene conciencia de que él pertenece a Dios -comprado, si es un Cristiano, con la sangre preciosa de Cristo. Él traza sus planes según su propia voluntad, su propia sabiduría, y sus intereses mundanos. Dios no tiene lugar en ellos, él está sin Dios en el mundo, busca las cosas terrenales, y, verdaderamente, Dios no puede encontrarse en ellas. Es según la voluntad de Dios que trabajemos para obtener lo que es necesario, y se puede pedir Su bendición porque es Su voluntad. Pero éste no es el asunto aquí. Santiago habla de una persona que dispondría de su tiempo, e iría, y buscaría ganancias para sí mismo, sin pensar en Dios, o sin buscarlo para el consejo y la manifestación de Su voluntad. Él no sabe lo que sucederá el día siguiente; no sabe si su vida se prolongará hasta el próximo día; es como una neblina que desaparece. Así es la vida aquí abajo. Debiéramos decir, "Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello." (Santiago 4:15).

 

         Santiago se opone siempre y en todas partes a las pretensiones de la voluntad del hombre; él preferiría  la voluntad quebrantada, que el hombre pueda tomar su verdadero lugar, y estar en su verdadera condición de obediencia y sujeción. Dios debe tener su lugar y el hombre debe ser dependiente y obediente. Toda la actividad y todas las pretensiones de la voluntad de hombre son malas.

 

         Otro principio importante se encuentra al final de este capítulo. La propia voluntad del hombre siempre es mala. Donde se conoce lo bueno, el corazón, o por lo menos el estado del hombre es malo, si no lo hace. Faltan la gracia y el amor. Buscar el interés propio, hacer la voluntad propia, satisfacer los deseos propios, son las características del hombre natural. Hacer lo bueno, buscar el bien de otros, y servirlos, es el fruto del amor. Ahora, si cuando se conoce lo bueno y se da la oportunidad de hacerlo, y el hombre no lo hace, es una señal de que el corazón es malo; le falta el amor hacia los otros y el deseo de hacer lo bueno. No hacer lo bueno es pecado; esta actitud muestra la ausencia de gracia y la actividad de la voluntad natural.

 

CAPÍTULO 5

 

         La porción de los creyentes no está en este mundo. Cristo los ha ganado para Él, para que sean a semejanza Suya en la gloria, coherederos con Él; porque Su amor les hará gozar de todo lo que Él disfruta. Su amor es perfecto. Pero si este es el caso, ellos deben sufrir con Él. Es un gran privilegio el hecho de que se nos permita sufrir por Él, pero parece que no es la porción de todos. No obstante, "todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución." (2a. Timoteo 3:12)

 

         Pero es imposible escapar al hecho de sufrir con Él; si tenemos el Espíritu de Cristo, sentimos como Cristo sintió. La santidad sufre a vistas del pecado que esta alrededor, y al considerar la condición de la iglesia de Dios y de Su pueblo; además de lo cual, hay dolor en todos lados, y la necesidad de las almas que no aceptan a Cristo o la salvación. Cada uno debe tomar su cruz, y además de esto, Dios nos permite sufrir, porque haciendo esto, aprendemos paciencia, y que nuestra herencia no está abajo. La experiencia, que es la realización de la verdad práctica, es confirmada en el corazón, y la esperanza llega a ser mucho más clara y más fuerte. Esto, es verdad, supone que el amor de Dios es derramado en los corazones por el Espíritu Santo; y si éste no es el caso, Dios permite el sufrimiento, y también lo envía, para renovar el corazón. Él castiga a quien ama.

 

         Santiago se dirige el rico, que tiene posesiones en este mundo, y que no considera a los pobres, mientras que: "Bienaventurado el que piensa en el pobre." (Salmo 41:1). Aquel que desprecia al pobre debido a su pobreza, desprecia al Señor. "En cuanto a mí", dice el Señor, en el salmo que precede al que he citado, "yo estoy afligido y necesitado", Salmo 40:17 (Versión Moderna). El Señor había pronunciado Su bendición sobre los pobres; el evangelio fue predicado a los tales; era una señal que anunciaba al Mesías. Todos sabemos que un hombre pobre puede ser tan malo como cualquier otro; pero las riquezas son un peligro cierto para nosotros, porque ellas nutren el orgullo, y tienden a predisponer al corazón a mantenerse alejado de los pobres, con quienes el Señor se asoció en este mundo. Siendo Él rico, por nuestra causa se hizo pobre, para que nosotros, por medio de su pobreza, llegásemos a ser ricos. (2 Corintios 8:9)

 

         Pero aquí los ricos se destacaban por su maldad. Oprimían a los pobres, retenían los salarios por los que ellos habían trabajado. Santiago pone ante nuestra vista los últimos días. El clamor de los pobres había entrado en los oídos del Señor de los ejércitos. Exhorta al rico a llorar y aullar por las miserias que vendrían sobre ellos. Ellos habían vivido en deleites sobre la tierra y habían sido disolutos. Pero no sólo esto: cuando vivimos en deleites, no nos gusta que nadie venga y perturbe nuestra felicidad -ellos habían condenado y dado muerte al Justo, quién no se había resistido. Deseaban asegurarse el goce del mundo en una falsa tranquilidad, la cual no piensa ni en Dios, ni en el juicio, ni en la muerte.

 

         Si la conciencia era despertada, ellos se molestaban, y se endurecían tanto como podían, para que no se despertase.

 

         Por ahora, Dios no cambia el curso de este mundo. Si Él lo hiciese, Él debería ejecutar juicio, en lugar de obrar en amor para el impío y para los pecadores. Él no desea destruirlos con violencia, no obstante, Él no retarda Su promesa, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca. (2a. Pedro 3:9). El Cristiano debe entonces tomar valor, debe ser paciente y sumiso ante el mal exterior, hasta la venida del Señor; así como el Cristo mismo, quién hizo el bien, y sufrió, y esperó pacientemente; así debe caminar el Cristiano en Sus pasos.          Nuestra porción no está en este mundo. Si  sufrimos haciendo lo bueno, esto es aprobado delante de Dios, y aún más es así, si es que sufrimos por  Cristo mismo.

 

         La vida del Salvador fue en todo sufrimiento y paciencia; pero ahora Él está glorificado con Dios el Padre. Pronto vendrá al mundo por segunda vez, en la gloria del Padre, y en Su propia gloria, y en la gloria de los ángeles; y entonces Él será glorificado en Sus santos, y será admirado en todos los que creen.

 

         En ese día glorioso, cuando los más pobres de los Suyos -los Cristianos, oprimidos por los enemigos de la verdad- serán semejantes al Señor en gloria, nosotros nos gloriaremos en el hecho de que se nos haya permitido sufrir por Él, y por haber conservado la paciencia y mantenido silencio a través de los sufrimientos, injustamente impuestos, de la vida cristiana.          Entonces, "bienaventurados aquellos siervos a los cuales su señor, cuando venga, halle velando; de cierto os digo que se ceñirá, y hará que se sienten a la mesa, y vendrá a servirles." (Lucas 12:37). ¡Qué gozo! ¡Qué gracia! Será la gloria del propio Salvador permitirnos gozar de las bendiciones del cielo en la casa del Padre, sirviendo a todos con Sus propias manos. Bien vale la pena sufrir un poco por Él, y por un breve tiempo más, y luego poseer la bendición celestial, comunicada por la mano y el corazón de Jesús mismo. Nosotros reinaremos con Él, y gozaremos del fruto de la obra que se nos ha permitido hacer para Él; si es sólo un vaso de agua dado en nombre de Jesús, no perderá su recompensa. Pero mucho mejor será sentarse en paz, gozando esas bendiciones eternas en la casa del Padre, que Cristo nos servirá abundantemente -precioso testimonio de Su aprobación y de Su amor. Vean Lucas 12: 35-44.

 

         Observen aquí cómo la venida de Cristo era una esperanza presente. El oprimido tenía que tener paciencia hasta esa venida. "Tened paciencia", dice Santiago, "hasta la venida del Señor". Alguno podría decir, entonces fueron engañados. De ninguna manera. En realidad nosotros podemos morir antes de la venida del Señor, y de hecho, sabemos que estos santos murieron. Pero ellos cosecharán todos los frutos de su paciencia, cuando el Señor venga. Y hasta ese momento, ellos están con el Señor -ausentes del cuerpo, presentes con el Señor- y vendrán con Él, y entonces disfrutarán de todo el fruto de esos sufrimientos en que ellos habían sido pacientes, por amor de Su nombre, buscando glorificarlo aquí abajo.

 

         Pero esta exhortación muestra claramente cómo esta esperanza era una cosa presente, que estaba entrelazada con el hilo completo de la vida cristiana. No era una teoría en la mente, un punto de conocimiento adquirido, o solamente una dogma de creencia. Ellos esperaban al Señor en persona. ¡Qué consuelo para los pobres y los oprimidos! ¡Qué control para que los ricos estén constantemente esperando al Señor! ¡Saber que Él vendrá pronto, que la angustia cesará, y que estaremos con Él, quién nos ha amado! Nada produce separación del mundo como esperar al Señor -no me refiero a la doctrina de Su venida, sino a la verdadera espera por Él. Su venida nos separará del mundo para siempre; el corazón espera hasta que Él venga.

 

         La cena del Señor expresa el estado Cristiano -la muerte del Señor en Su primera venida, la cual nosotros celebramos con acción de gracias, recordando a Aquel que nos ha amado, y alimentándonos en Su amor hasta que Él venga a tomarnos para estar con Él. Es la expresión formal del estado práctico del Cristiano como Cristiano -del estado del propio Cristianismo.          Agreguemos que, es sólo por el Espíritu Santo que podemos expresar esto en verdad.

 

         Pero observen aún otra cosa en esta exhortación. "Oh hermanos, tened paciencia." (Santiago 5:7 - Versión Moderna).

         Nosotros siempre estamos esperando al Señor, si es que realmente entendemos nuestra posición; pero, sean cuales sean nuestros deseos, no podemos ordenarle al Señor que venga, ni saber cuándo Él vendrá. Y, ¡bendito sea Su nombre! el Señor es paciente; no vendrá mientras haya todavía un alma a ser llamada por el evangelio. Todo Su cuerpo, Su esposa, debe ser formado; cada miembro debe estar presente, convertido y sellado por el Espíritu Santo.          Entonces Él vendrá y nos tomará. Cristo está sentado en el trono del Padre, no en Su propio trono. Él también está esperando  ese momento, seguramente deseándolo más que nosotros; y, por consiguiente, se habla de la paciencia de Cristo: éste es el verdadero significado de Apocalipsis 1:9. Así también en Apocalipsis 3:10, "por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia"; también en 2a. Tesalonicenses 3:5, "la paciencia de Cristo."

 

         Se nos enseña también en Hebreos 10: 12, 13, que Cristo está sentado a la diestra de  Dios, esperando hasta que Sus enemigos sean puestos por estrado de Sus pies. Bien podemos nosotros esperar si Cristo está esperando; pero nosotros esperamos en angustia y conflicto. Él está esperando reinar, y entonces Él hará que la plena bendición fluya para los Suyos, ya sea en el cielo o en la tierra, y desterrará el mal de ambos lugares.

 

         Así que necesitamos paciencia, que ni la voluntad propia ni el cansancio del conflicto tomen posesión de nuestras almas; sino que, confiando que el tiempo ordenado por Dios es mejor (porque es ese el tiempo que la sabiduría divina y Su amor han ordenado para nosotros), fijemos nuestros afectos en el Señor y en las cosas de arriba, porque Lo esperamos con el deseo del corazón, la voluntad quebrantada, y fe inquebrantable, dejando Su retorno a la decisión de Dios. De hecho, no podemos retardarla, pero el corazón tiene completa confianza en Su amor, en la seguridad que el Señor nos espera con mayor amor del que nosotros lo esperamos a Él, calmo en la confianza, paciente en la jornada del desierto. ¡Cuán dulce es esperar a Cristo -para la plenitud de gozo con Él! Gracias sean dadas a Dios, Él dice, "está cerca."

 

         Es más, Santiago deduce dos consecuencias prácticas de esta esperanza en la venida del Señor. Primero, no presentar resistencia al agravio; el Justo no la presentó (Mateo 5:39 - Versión Moderna). Debemos aguardar con paciencia, como el labrador espera el precioso fruto de la tierra, hasta que reciba la lluvia temprana y la tardía, medios que Dios usa para llevar el fruto de la cosecha a la perfección. El Cristiano debe afirmar su corazón por medio de esta expectativa, atravesando los problemas de esta vida, y las persecuciones del mundo, el cual siempre es el adversario del Señor.

 

         A continuación, él advierte a los discípulos contra caminar quejándose y con espíritu pendenciero, unos contra otros.

         Si estamos esperando al Señor, el espíritu está tranquilo y satisfecho, no se irrita con sus perseguidores; es más, soportamos con paciencia los males del desierto, y resistimos el agravio como Cristo resistió, sufriendo, y soportando los agravios y encomendándose a Dios. Nosotros estamos satisfechos y quietos, con un espíritu feliz y bondadoso, porque la bondad fluye fácilmente de un corazón feliz. La venida del Señor arreglará todo, y nuestra felicidad se encuentra en otro sitio. Esto es lo que Pablo dice en Filipenses 4:5: "Vuestra modestia sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca." (RV1909). Repitamos. ¡Cuán real, cuán poderosa y práctica, era esta expectativa del Señor! ¡Qué poder tenía sobre el corazón! "El juez está delante de la puerta."

 

         Entonces él da ejemplos. Los profetas eran ejemplos de sufrimiento del mal, y de la paciencia, y los que soportaban la aflicción fueron llamados bienaventurados. Y ellos no han estado solos; otros también han soportado, y han sido llamados bienaventurados. Por ejemplo, si vemos a uno sufriendo injustamente por el nombre de Jesús, y él es paciente y manso, su corazón interviene a favor de sus perseguidores, en lugar de irritarse contra ellos, entonces reconocemos el poder de la fe, y de la confianza en el amor y la fidelidad del Señor; él está tranquilo y lleno de gozo, y decimos, ¡vean de qué forma la gracia hace feliz a ese hombre! Y también nos alegramos cuando  sufrimos; por lo menos, deberíamos alegrarnos. Pero una cosa es admirar a otros que son sostenidos por el Espíritu de Cristo, y otra es gloriarse en las tribulaciones, cuando nosotros mismos estamos en ellas. Necesitamos una voluntad quebrantada, confianza en Dios, comunión con Él, quién sufrió por nosotros, para que podamos gloriarnos en los sufrimientos.

 

         Job es otro ejemplo; pero él es introducido aquí, para mostrar "el fin del Señor" (cap. 5:11) (Nota del traductor: "el resultado del proceder del Señor" - LBLA), que el Señor es muy misericordioso y compasivo. Con todo, el ejemplo es muy instructivo. Job era un hombre perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal; pero había empezado a tomar contentamiento en sí mismo; él hizo lo bueno, pero estaba ocupado con su bondad; era justicia propia oculta, pero estropeó su piedad. Dios no aparta de los justos Sus ojos. Él vio el peligro de Job, y atrajo la atención de Satanás sobre él. Fue Dios quien empezó todo. Satanás, el acusador de los santos, insiste en que Job debe ser zarandeado, y Dios le permite tentar a Job, hacer lo que él quisiera con él, pero pone un límite a su maldad. Satanás hizo todo lo que se le permitió hacer, y Job permaneció sujeto, y no pecó con sus labios. Satanás persiste en sus acusaciones, insinuando que, si la prueba se aumentaba, Job maldeciría a Dios. Dios entregó todo en su mano excepto la vida de Job. Job permaneció fiel; no pecó; había recibido bienes de la mano del Señor, ¿y no iba a recibir el mal? Su mujer también lo tentó en vano.

 

         Mediante la gracia, la paciencia de Job triunfó sobre Satanás, quien fue incapaz de sacudirlo. Mediante la gracia de Dios, fueron vencidos los esfuerzos del enemigo: "Habéis oído de la paciencia de Job." Pero la obra de Dios para la bendición de Job aún no se había cumplido.          Él, mediante Su gracia, había sostenido el corazón de Job contra el enemigo, y Job había mostrado su fidelidad. Satanás, como el instrumento de los caminos de Dios, había hecho mucho por medio del dolor que él había traído sobre Job; pero el corazón de Job aún no había sido alcanzado; él no se conocía a sí mismo; al contrario, aunque la preparación había sido forjada por medio de Satanás, Job fue, por la gracia de Dios, justificado prácticamente de sus acusaciones, y si el asunto hubiese terminado allí, su estado habría sido peor que antes -por lo menos él habría estado en mayor peligro que nunca; podía haber dicho: 'yo era manso y recto en la prosperidad, y ahora paciente en la adversidad.' Dios tuvo que hacer Su obra, para que Job pudiera conocer su propio corazón.

 

         Los amigos de Job vienen a verlo. Permanecen sentados, asombrados por la condición en que ellos lo encuentran. ¡Ay! el orgullo a menudo se despierta en presencia del hombre, y el orgullo herido irrita el corazón; la firmeza cede ante la presencia de la compasión. Como sea, la presencia de sus amigos pone al descubierto la profundidad del corazón de Job. Él maldice el día de su nacimiento. Ahora su corazón se pone al descubierto, no sólo para Dios, lo que siempre debe ser, sino -lo que es profundamente doloroso- para él. ¿Dónde está ahora su compasiva mansedumbre? Él contiende con Dios; dice que es más justo que Dios. No obstante, es hermoso ver que en el fondo de su corazón él sólo pensaba en Dios. Si pudiera encontrarme con Él, dice a sus amigos, Él no sería como ustedes, Él pondría palabras en mi boca. Sus amigos afirmaron que este mundo es una exhibición perfecta del gobierno de Dios, y que por consiguiente, Job debía ser un hipócrita; porque él había hecho una profesión de piedad. Job resiste esta decisión injusta, e insiste que, aunque la mano de Dios se manifestaba de vez en cuando, con todo, el mal seguía su curso en el mundo, sin que Dios tomara nota de ello, porque el malvado a menudo prosperaba. Pero Job permitió que saliera la amargura de su corazón. Eliú lo reprueba por hacerse más virtuoso que Dios demostrando que, de hecho, hay un gobierno de Dios sobre los Suyos. Él no aparta de los justos Sus ojos; Él castiga porque los ama. Entonces Dios se manifiesta, y muestra a Job la locura de contender con Él; ante lo cual Job reconoce su vileza y el hecho de que no es nada, y en lugar de decir, 'los ojos que me veían, me bendecían', él dice, "mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza." (Job 42:5, 6). Él está consciente de que está en la presencia de Dios. Después de eso, Dios lo pudo bendecir, y lo hizo más que al principio. Éste fue "el fin del Señor." Job había sido paciente bajo las más grandes aflicciones y pruebas; Dios escudriñó su corazón, y luego lo bendijo abundantemente.

 

         En el versículo 12, Santiago continúa el tema que forma el punto central de su enseñanza.          Él no consentirá la voluntad de actuar, ni que la carne se manifieste, sino que la actividad de la naturaleza sea refrenada, y aceptará al corazón aprendiendo a no dar lugar a esos impulsos de impaciencia a los que es tan propenso.

 

         Cuando un hombre jura, permite que actúe esta impaciencia del corazón; se olvida de la gloria y majestad de Dios, introduciendo irreverentemente Su nombre junto con la carne desenfrenada para confirmar una aserción, o para dar fuerza a un voto, o al poner en Su lugar alguna criatura a quien inviste con la autoridad y el poder que pertenecen exclusivamente a Dios. La raíz de todo es la voluntad no sometida y las desenfrenadas pasiones del corazón del hombre. Sólo que, con un intuitivo sentido de su impotencia para asegurar el cumplimiento de sus deseos, introduce irreverentemente a Dios, o, como acostumbraba hacer un pagano de tiempos antiguos, introduce alguna criatura prácticamente deificada para la ocasión. No es la concupiscencia, sino la desenfrenada impetuosidad de la carne (vean Colosenses 3:8), la irreverencia, la presunción, y la independencia del hombre, llevadas hasta el extremo.

 

         Por consiguiente, Santiago dice, "Sobre todo." Él desea que nosotros, en calma y quietud, afirmemos lo que tenemos que decir con un sí o un no, en el temor de Dios. Es de la mayor importancia que mantengamos controlados los movimientos de la naturaleza. Debemos hacerlo si viésemos a Dios ante nosotros; ciertamente debemos hacerlo en presencia de un hombre a quien deseamos complacer. Ahora Dios siempre está presente; por consiguiente, fracasar en esta calma y moderación es una prueba de que nos hemos olvidado de la presencia de Dios.

 

         Versículo 13. Santiago libera la mente de hábitos mundanos. Los hombres buscan engañarse a sí mismos evitando pensar; olvidarían en su necedad, los afanes y problemas de los que no pueden escapar, y en medio de los cuales, gracias sean dadas a Dios, Él proporciona un refugio al corazón en Su amor, y en la noción de Su cuidado por nosotros.

         Él no nos permitiría ser insensibles a los problemas de esta vida. Dios, quien nunca aparta de los justos Sus ojos, los envía para nuestro bien. Ni siquiera un pajarillo cae a tierra sin nuestro Padre -no sólo sin la voluntad de Dios, sino, no sin ese Dios que nos ama como un Padre tierno, quién, de hecho, puede castigarnos, pero quién piensa en nosotros, mientras nos castiga, para santificarnos, y para atraer nuestros corazones más cerca de Él.

 

         Al acercarnos a Dios en la aflicción, la voluntad es sometida, y el corazón consolado y animado. Dios mismo se revela al alma, y obra por medio de Su gracia; y conscientes de Su presencia decimos, 'es bueno para mí que yo haya sido afligido.' Y no sólo estamos cerca de Dios, sino que también abrimos nuestros corazones a Él. Él nos permite hacerlo así, porque Él es lleno de gracia. Él desea nuestra confianza, no sólo que estemos sujetos a Su voluntad, sino que podamos presentar nuestros afanes a Él.

 

         "No os afanéis por cosa alguna, sino que, en todas las circunstancias, por medio de la oración y la plegaria, con acciones de gracias, dense a conocer vuestras peticiones a Dios: y la paz de Dios, que sobrepuja todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros sentimientos, en Cristo Jesús."  (Filipenses 4: 6, 7 - Versión Moderna).

         Pablo está hablando aquí de afanes, pero allí se encuentran igualmente consuelo y reposo en la aflicción. "El cual nos consuela", dice el apóstol, "en todas nuestras tribulaciones" (2a. Corintios 1:4), y apela a Dios como "Padre de misericordias y el Dios de toda consolación." (2a. Corintios 2:3). En la Epístola a los Filipenses ellos fueron saciados con paz, por medio de la consolación derramada en sus corazones. Esto también puede ser por medio de las circunstancias; porque Pablo dice, "Pero Dios, que consuela a los abatidos, nos consoló con la llegada de Tito." (2a. Corintios 7:6 - Nueva Versión Internacional). Él había estado completamente abatido, porque no se había encontrado con Tito, quien había sido enviado a los Corintios cuando ellos estaban caminando muy mal. Él había abandonado la puerta que se había abierto para el evangelio en Troas (2a. Corintios 2:12, 13), y su corazón había llegado incluso a lamentar el hecho de haberles escrito su primera epístola inspirada. Su fe se había hundido por debajo del nivel del poder de Dios, quien lo había impelido a escribirla. Llegado a Macedonia, todavía en camino a encontrarse con Tito, aunque testificando de Cristo a medida que avanzaba, ningún reposo tuvo su cuerpo; él dice, "en todo fuimos atribulados; de fuera, conflictos; de dentro, temores." (2a. Corintios 7:5). Dios permitió que el apóstol sintiese su debilidad; pero vale la pena ser afligido, si Dios mismo llega a ser nuestro consolador. Tito llega trayendo buenas nuevas referentes a su primera epístola, y el apóstol se llena de gozo. Dios a menudo quita la aflicción y llena el alma con alegría, derramando Sus consolaciones en el corazón que se vuelve, de esta forma, más maduro para la comunión con Él y para el cielo. En todo caso de aflicción, nuestro recurso es la oración; reconocemos nuestra dependencia y confiamos en Su bondad. El corazón se acerca a Él, le hace saber su necesidad y su pena, poniéndolas en el trono y en el corazón de Dios, el cual responde, ya sea por circunstancias que nos hacen felices, o derramando Su consolación -una respuesta que aún es más bendita que la felicidad exterior- pero siempre con lo que es mejor para nosotros, actuando según Su amor perfecto.

 

         El corazón piadoso, bajo la influencia de la gracia, también se vuelve a Dios en su alegría.          Si el corazón sólo se fija en la causa de su alegría, esto se vuelve un peligro para él. Pero si Dios es un refugio en la angustia, Él es, de igual manera, la porción del alma en la alegría.          Cuando tengo un motivo de felicidad, le cuento a mi amigo íntimo para que pueda regocijarse conmigo, y esto hace que mi alegría sea doble. Pero en este pasaje hay algo más; porque el corazón siente que Dios es la fuente de la bendición y la causa de la alegría. Incluso cuando no hay ninguna razón especial para alegrarse, el corazón está alegre, y el alma piadosa, viviendo en comunión con Dios, desea tener a Dios con ello en su alegría. Por otra parte, si el alma se entrega a la alegría, se vuelve vacía y liviana; el corazón es enajenado de Dios, y la locura toma posesión de él. La dependencia de Dios es realizada en medio de los problemas, pero en la alegría hay peligro de olvidarse de ella, y la alegría acaba a menudo en una caída; en todos estos casos, la carne está entonces en actividad, y Dios es olvidado. Esta exhortación de Santiago, en cuanto a mezclar la alegría con la piedad, es, por consiguiente, muy importante para el Cristiano.

 

         Si el pensamiento de Dios está allí, este se expresa en alabanzas y acciones de gracias a Él. Dios está presente para nosotros en nuestra alegría, y la fe, la comunión, y el poder espiritual son aumentados por la noción de Su bondad. Así, nos aplicamos a los trabajos de la vida, animados y fortalecidos a través de las penas del desierto, por una convicción más profunda de que Dios es por nosotros.

 

         Versículo 14. Pensar en la aflicción y la alegría lleva a Santiago a otra condición del Cristiano, a saber, la enfermedad, que es a menudo, aunque no siempre, el efecto de la disciplina del Señor. La enfermedad, así como la muerte, entró por el pecado; y la encontramos ahora a lo largo de todo el curso de la historia del hombre. Pero un pajarillo no cae a tierra sin Dios nuestro Padre, como dice el Señor (Mateo 10:29), y aunque estos males pertenecen ahora a la condición natural del hombre, con todo, Dios los usa para la corrección de Sus hijos. "No apartará de los justos sus ojos" (Job 36:7). En ambos casos, ya sea como males propios de la humanidad, o como el castigo directo de Dios, Él hace uso ahora de la enfermedad, cuando el corazón, en lugar de considerar todo lo que le sucede con indiferencia, se acerca a Dios, que piensa en los sufrimientos de los Suyos, y tiene respeto a la sumisión y al clamor de aquellos a quienes Él disciplina.

 

         "Y la oración de fe sanará al enfermo." (Santiago 5:15 - Versión Moderna). La oración de fe sana al enfermo, y si la enfermedad es consecuencia del pecado, el pecado que la ocasionó será perdonado; el enfermo ha reconocido la mano de Dios en su enfermedad, y Dios contesta a la fe de aquel que ora. Hay dos tipos de perdón en los caminos de Dios.

1.- Justificación eterna -conforme a Romanos 4 y Hebreos 10- que es la bendita porción de los que creen en la eficacia de la sangre de Cristo; es decir, sus pecados no se les imputan nunca más. "A los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó." (Romanos 8:30). Dios se ocupó de la cuestión de sus pecados en la cruz, y Él les puso un punto final para siempre; Él nunca los recordará de nuevo.

2.- Pero está también el gobierno de Dios -el gobierno de un Padre, pero de un Padre santo que ama demasiado a Sus hijos como para permitirles caminar mal.

 

         Cuando en el libro de Job, Eliú dice que Dios no aparta de los justos Sus ojos, y muestra la bendición que fluye de forma natural de Su favor, el efecto de Su bondad, él continua hablando inmediatamente del castigo -siendo claramente una explicación del caso de Job.

 

         El Espíritu de Dios supone aquí nuevamente la posibilidad de un caso tal, hablando de mis faltas. Pero no siempre es así. En Job 33, se dice que Dios habla y sella su instrucción, que Él puede apartar "al hombre de su mala obra; y así al hombre le quita su soberbia." (Job 33:17 - Versión Moderna). Él previene el mal, como en el caso de Pablo; 2a Corintios 12. Él humilla al hombre para prepararlo por las bendiciones. En cada caso, Él hace que todas las cosas cooperen juntas para el bien de los que Le aman. (Romanos 8:28 - Versión Moderna).

 

         Ahora bien, si la voluntad no es quebrantada, nos quejamos, y murmuramos, y nos levantamos contra Dios; pero si el corazón se vuelve a Él, reconociendo Su mano, ya sea en el sufrir, que es la herencia natural del hombre pecador (aunque nunca puede estar separada de la mano y de la voluntad de Dios), o en el castigo positivo, o reitero, aunque puede que no sepa por qué es enviado el sufrimiento, este se vuelve a Dios, reconoce que su condición es el resultado de Su voluntad, y busca el remedio en Su gracia, como estando sujeto a, y en dependencia de, Su poder y Su voluntad. Luego, sólo la fe de los verdaderos Cristianos puede hacer descender la respuesta y la bendición enviadas desde lo alto.

 

         Santiago ya no habla de la sinagoga, sino de la asamblea (Versículo 14). Para que haya bendición debe haber fe verdadera: ahora Dios ha dado bendición en la asamblea de los verdaderos creyentes; en Su gobierno y disciplina, la bendición se encuentra allí para la fe.          Cuando el pecado se manifiesta abiertamente, de tal forma que puede decirse de uno llamado hermano que es una persona inicua, es deber de la asamblea quitarlo de en medio de ellos. De esta forma los pecados están limitados al que es así excluido. Pero si él se humilla, y reconoce su pecado desde el fondo de su corazón, entonces la asamblea debe restaurarlo (2a Corintios 2); en este sentido administrativo, el pecador es perdonado, las ataduras son desatadas.

 

         Y esto es válido para dos o tres que estén congregados al nombre de Cristo en unidad y en el poder del Espíritu Santo (Mateo 18); porque es exclusivamente por el Espíritu, que esto puede hacerse en la realidad. También debe ser hecho por la asamblea como tal, no sólo porque la promesa pertenece a ella, sino también para que pueda limpiarse. Es a la asamblea a quien está dirigida la exhortación de 2a Corintios 2: 7, 8. La sanción de este acto solemne es en la presencia de Jesús, según Su promesa.

 

         En este pasaje de nuestra epístola, no es una cuestión de pecados que traen sobre el individuo la acción judicial de la asamblea, sino de los caminos de Dios mismo, en las circunstancias comunes de la vida, y más especialmente, en cuanto a las disciplinas de Dios.          Luego, el individuo busca la intervención de Dios, según Su gracia, no viendo lo que le ha ocurrido como un accidente, sino reconociendo la mano del Señor. La asamblea es el lugar dónde Él ha puesto Su nombre, y Su bendición, y la administración general de Su gracia. Cristo está allí; y cuando la asamblea estaba en orden, los ancianos, aquellos que cuidaban de ella, eran llamados por la persona enferma, para que el tal pudiera gozar de la gracia y la bendición de Dios.

 

         No obstante, era fe personal, la cual, por medio de la oración, hacía descender la bendición especial del cielo -tal como se dice: "la oración de fe". Los ancianos no eran sino un símbolo de la intervención especial de Dios, tal como en Marcos 6:13. Allí era un milagro realizado por aquellos que fueron enviados especialmente por Cristo a hacerlo, con poder otorgado para ese propósito. Aquí es la bendición de Dios en el seno de la asamblea, administrado a través de sus ancianos, si es que la fe estaba allí.

         El orden original ahora ya no existe más; pero Cristo no se olvida de Su asamblea. La promesa de dos o tres congregados a Su nombre, según la unidad de Su Espíritu, siempre permanece segura; y si hay fe en los que cuidan de ellos, la respuesta de Dios será hallada en igual forma. Aunque no podemos esperar que la bendición fluya por su cauce natural, cuando los cauces están rotos y estropeados, el caso permanece el mismo, y Su poder es inmutable. ¡Es precioso saberlo! Cuando el Señor reprende a los discípulos por su incredulidad, Él dice al mismo tiempo, "Traédmelo": y el muchacho fue sanado; Marcos 9:19.

 

         Por consiguiente, Santiago recuerda el ejemplo de Elías, un hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras; sin embargo, en respuesta a su oración, no llovió durante tres años y seis meses. El orden externo de la asamblea se perdió, pero el poder, el amor, y la fidelidad del Señor permanecen inmutables. Él puede permitirnos sentir que, por el pecado de la asamblea, no somos como éramos al principio: no obstante, dónde Dios da fe, nunca fallará la respuesta de Su parte. No es piedad la que no siente la pérdida que hemos sufrido desde el tiempo de los apóstoles, por causa de la infidelidad de la asamblea; si Dios da fe para hacer uso de ella, tampoco es piedad dudar del poder de Cristo.

 

         Cuando se dice, "si hubiere cometido pecados, le serán perdonados", significa que cuando un hermano tal ha vuelto en sí, reconociendo la mano de Dios, si los pecados han atraído sobre él el castigo de Dios, y ha impedido la curación de la enfermedad, estos serán perdonados, por lo que se refiere a la disciplina de Dios en Su gobierno. Esta disciplina se había manifestado en el castigo, es decir, en la enfermedad: si esta es removida, la disciplina ha finalizado, los pecados son remitidos.

 

         Pero encontramos aquí otra enseñanza que es más general, la cual, sin embargo, también depende del estado de la asamblea. Hemos visto que, cuando todo estaba en orden, la persona enferma debía llamar a los ancianos; y esto todavía puede hacerse pidiéndolo a aquellos que prácticamente son ancianos. Sólo es necesaria la fe forjada por Dios, y los que actúan de parte de Él, deben estar allí. Pero, cualquiera que sea el estado de ruina en que la asamblea de Dios se encuentra, siempre podemos confesar nuestras ofensas unos a otros, y orar unos por otros, para que podamos ser sanados. Esto no requiere la existencia de una orden oficial, sino que supone humildad, y confianza fraternal, y amor.

 

         Nosotros no podemos confesar verdaderamente nuestras ofensas si no tenemos confianza en el amor de un hermano. Podemos escoger a un hermano sabio y discreto (en lugar de abrir nuestros corazones a personas indiscretas), pero esta opción no altera nada acerca del estado del alma de la persona culpable. No escondiendo su mal, sino abriendo su corazón, él libera a su atribulada conciencia; quizás también a su cuerpo.

 

         La verdad es forjada en el corazón; el culpable no busca una buena reputación -la cual, después de todo, puede ser sólo una falsa reputación- sino una conciencia recta, recta delante de Dios. Dios se complace poniendo la conciencia en libertad; si es necesario, Él también libera al cuerpo de la enfermedad; entonces el corazón crece feliz consciente de Su favor. Una conciencia pura y recta es una fuente de gozo en la presencia de Dios.

 

         Es muy importante recordar que hay un gobierno de Dios con respecto a Sus hijos. No es cuestión de si ellos están justificados y perdonados; porque este gobierno supone que ellos son justos conforme a Su derecho, en cuanto a la salvación; Job 36. Pero entonces, el Señor siempre mantiene Sus ojos sobre ellos, los bendice, y los hace consciente de Su favor, cuando están caminando rectamente en el goce de Dios. Pero si no caminamos rectamente, nosotros somos advertidos, y si no ponemos atención a la voz de Dios, Él castiga para despertar el alma que se está durmiendo y ha empezado a olvidarse de Dios. Y Su bondad, Su paciencia maravillosa, Su amor para con nosotros, ¡nunca se cansan!

 

         Versículo 19. Finalmente, Santiago agrega una exhortación para animar nuestros corazones a buscar la bendición de otros. Aquel que hace volver a un pecador del error de su camino, no sólo es el medio para salvar dicha alma, ya sea un pecador que camina en sus pecados, o un Cristiano caminando de mal manera, sino también es un medio para cubrir multitud de pecados. Que el alma de un hombre no convertido se salve, esto es simple; en el caso de un Cristiano siguiendo un mal camino, por lo menos se le detiene en el camino que lleva a la perdición.

 

         Pero este segundo punto requiere algo más de explicación, y no carece de importancia. El pecado es aborrecible delante de los ojos de Dios; Él lo ve todo. Cuando pensamos en el estado del mundo, entendemos cuán maravillosa es Su paciencia. Ahora, la conversión de un pecador quita todos sus pecados delante de los ojos de Dios. Como si fuesen lanzados a las profundidades del mar, Él no los ve más; como está escrito. Son inmediatamente cancelados. Es en este sentido que, "el amor cubre multitud de pecados." (1a. Pedro 4:8 - LBLA). Ellos no están más allí como un objeto que Dios aborrece. Si no perdonamos los pecados de un hermano, la enemistad permanece delante de Dios como una herida en el cuerpo de creyentes, algo que no se sana. Cuando son perdonados, el amor es el objeto que se presenta ante Dios -algo que agrada a Su corazón. Así, cuando el pecador se convierte -cuando se le hace volver-, el amor de Dios encuentra su placer en esto, y el objeto que ofende es removido de Su vista.

 

         En la Epístola de Santiago encontramos poca doctrina; es más bien el cinto de justicia, la manifestación de la fe en las obras, en el carácter Cristiano. La sumisión bajo la mano de Dios, y la paciencia bajo Su gobierno, son desarrollados de un modo muy útil para el  Cristiano.

 

J. N. Darby (1800-1882)

 

Traducido del Inglés por: B.R.C.O. - Octubre 2003.-

Publicado originalmente en Inglés bajo el título:
BRIEF EXPOSITION OF THE EPISTLE OF JAMES, by J. N. Darby
Traducido con permiso
Publicado por:
www.STEMPublishing.com
Les@STEMPublishing.com

Versión Inglesa
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